La inteligencia del “tanto”
Jesús dijo a Nicodemo:
«De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.
Sí, porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único
para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo,
sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él, no es condenado;
el que no cree, ya está condenado,
porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo,
y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz,
porque sus obras eran malas.
Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella,
por temor de que sus obras sean descubiertas.
En cambio, el que practica la verdad se acerca a la luz,
para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios» (Juan 3, 14-21).
Contemplación
“Sí, porque tanto amó Dios al mundo…”.
Este “tanto” o “de tal manera”, esté adverbio “así amó Dios al mundo”, indica la inmensidad de ese amor (Crisóstomo), de modo que hay que reconocer una distancia infinita entre lo que podemos imaginar y la realidad de ese amor.
San Hilario dice: “Las cosas de gran valor son las que dan a conocer la grandeza de amor y las cosas grandes se estiman por las cosas grandes”.
El Padre no nos salvó poniendo medios que dejaban a salvo su imagen sino que nos envió a su Hijo el Unigénito. Se jugó todo, quiere decir.
Esto es lo que Jesús le quiere hacer ver a Nicodemo, que trata de tener un actuar “políticamente correcto”, como se dice hoy en día cuando alguien no se juega.
Sigue Hilario: “Aquí hay fe de predilección y de amor en favor de la salvación del mundo, dando a un Hijo que era suyo y que además era el Único”.
Hoy en día, cuando se habla de inteligencia, todos concuerdan en que hay muchos tipos. H. Gardner habla de ocho (lingüística, musical, espacial, lógica-matemática, intrapersonal, interpersonal, corporal y ecológica). Divide la luz con capacidad de reflexión plena, que es la inteligencia, por sus objetos. Creo que podrían multiplicarse y combinarse… Pero lo que me interesa aquí es que le falta una. La inteligencia para reconocer a Jesús. Fíjense que no digo “la inteligencia para reconocer a Dios en general”, que se podría poner también, sino la inteligencia para reconocer a Jesús.
El Señor la supone y piensa que la tenemos todos los hombres –si no, no nos enviaría a “predicar el evangelio a todos”- ,y de manera especial que la tienen (reciben su luz) los pequeños y los pobres. La inteligencia del pobre” de la que habla Hurtado.
La describiría como “la inteligencia del tanto”, que es lo que hace Jesús al hablarle a Nicodemo. Es la inteligencia comparativa que nos hace notar cuando se da algo que lo excede todo, cuando vemos que estamos en presencia de un amor que supera todo. Se trata de la inteligencia para darnos cuenta de una entrega absoluta. Esta inteligencia está siempre buscando y valorando a ver en qué medida se da entrega absoluta (en uno mismo y en otros) y cuando alguien lo da todo lo captamos y lo valoramos sobremanera.
Esta inteligencia puede captar también la totalidad en el límite, capta cuando alguien se da sinceramente todo lo que puede. Se capta la dinámica de querer sincerarse, de “acercarse a la luz”, de clarificar.
Esta es la luz que Jesús vino a traer al mundo y que ilumina a todo hombre. Jesús desea que Nicodemo nazca a esa luz, desea que reflexione por sí mismo (“vos sos maestro en Israel”). Jesús quiere que Nicodemo se de cuenta de Quién es el que tiene delante, que se deje conmover por un Dios que nos ama de tal manera que nos entrega todo lo que tiene y es: a su Hijo amado.
El que no cree cuando ve (en los hechos) una entrega absoluta, se condena a sí mismo. Se condena en el sentido de que se cierra a que otros le reconozcan igual dignidad y sinceridad a sus actos. “No ver” esta luz, no acercarse a esta luz, significa que uno no está obrando sinceramente, que uno no está queriendo darse todo y por eso no puede ver cómo se da entero el otro. El que está en esta dinámica de sinceridad y de luz, no teme que sus obras se expongan a la luz, porque si bien se ven sus defectos y pecados, brilla más la sinceridad de fondo.
Aquí sí, el Señor nos deja solos, respetando nuestra libertad y dice: “el que pueda entender que entienda”. Esta inteligencia de la sinceridad total se educa haciendo actos de fe y de entrega total y se corrige con la confesión, cada vez que uno no fue del todo sincero y actuó de manera egoísta o interesada. Por eso Juan dice que “si decimos que no tenemos pecado somos unos mentirosos” y que “si uno confiesa sus pecados, Dios que es fiel nos perdona”. No hay otra manera de que esta inteligencia no se oscurezca ni se bloquee.
El “tanto amó Dios al mundo que nos dio a Jesús para que nos salvemos” está en la base del mandamiento del amor. Amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente, con todas las fuerzas…, enamorarnos así de Dios, implica percibir con todo nuestro ser ese amor suyo tan grande. Uno puede decir ¿y por qué es tan grande esto de enviarnos a su Hijo? ¿No es lo que se supone que haga Dios? Si él nos creo, que nos salve…
Hay una lógica no explicita que opera en las estructuras de nuestra cultura y que bloquea la inteligencia del “tanto nos amó”. No veo que sea para tanto, nos dice esa lógica. Si uno mira lo que es el mundo… la verdad es que nos podría haber dado otras cosas. Esta frase, ahora que me salió, me parece que está supuesta en la queja de muchos o en no percibir un amor real de Dios. Nos podría haber dado más justicia, que no mueran tantos pobres inocentes, que no careteen tanto los poderosos… La verdad, el Padre se siente tan generoso por habernos dado a su Hijo y el mundo no lo ve así. No hablo de los aprovechadores y opresores sino de los Nicodemos, de la gente de buena voluntad y realista que sabe “lo que se puede y lo que no se puede” (así describe Martini a Nicodemo: como el hombre adulto que sabe distinguir lo posible de lo que es entusiasmo y buenas intenciones solamente).
A los mismos cristianos, pareciera que Jesús no basta. Al menos el que ofrece la Iglesia.
¿Qué tiene para ofrecerme, padre, que no sea lo de siempre: leer el evangelio, ir a misa, confesarme los pecados y servir al prójimo? ¿No hay algo más interesante?
¿No tiene alguna lectura que ilumine un poquito más la actualidad y no venga con esas metáforas de la luz y del nacer de nuevo?
¿Alguna dinámica con un poquito más de ritmo que la misa…?
¿Algo que llegue más a las heridas que no sea confesarme que fui egoísta?
Jesús se entusiasma al decirle a Nicodemo que el Padre nos amó tanto que nos lo envió a Él. Y apela a que nos podemos dar cuenta. Confía en que podemos llegar a pensar y sentir como Pablo que “no queremos que nos den otra cosa que no sea Jesús y Jesús crucificado”.
En realidad lo que sucede es que, bien mirado, Jesús es poca cosa: es Uno que logró juntar a cuatro pescadores, muy fieles, es cierto, pero…
Es Uno que inventó un puñadito de parábolas, muy conmovedoras y bien armadas, pero…
Es Uno que se quedó como un poquito de pan y si uno se junta para hacer el memorial algo bueno se siente, pero…
Es Uno, muy bueno, eso sí, que murió perdonando. Y nos regaló a su mamá. Son cosas buenas, es cierto, pero ¿no hay nada más?
Resucitó. Está bien. Puedo creerlo. Pero él solo. Bueno, Él y la Virgen, y alguno cree que también San José está en cuerpo y alma en el Cielo.
Nos dio el celular del Padre, es verdad. Podemos invocarlo a cualquier hora y en toda situación. Tiene más que Wi Fi. La conexión se establece en Espíritu y en Verdad, en tiempo real.
La verdad es que si uno va sacando cuentas no hizo poco.
Nos abrió un camino, nos encendió una luz y nos dejó un alimento.
Es todo lo que tenía.
Su Padre se siente orgulloso (en lenguaje teológico: lo glorifica).
Él mismo –Jesús, digo- siente que esto es mucho.
El es el Hijo predilecto y es lógico que sienta que su Padre lo ama tanto.
Pero lo quiere convencer a Nicodemo que ese “tanto” es también para él.
Ojalá.
Lo que pasa es que las cosas están dadas vueltas y pareciera que a uno lo tienen que zamarrear para que abra los ojos, como el taxista que logré hacer reír el otro día y que me bendijo.
Subí al taxi en Rivadavia y Sarandí y le dije “hasta el subte de Corrientes y Callao”. Eran las 7:30 y se me hacía tarde para llegar a Devoto, a la primera clase, que comenzaba a las 8:30.
“Hasta Corrientes…” dijo, con una cara de “por qué no caminás dos cuadras y me dejás de complicar la vida, hermano”. Y agregó: “Espero que me pague con cambio. Porque ya subieron dos (bolu…) que me pagaron con cien pesos y me cagaron el día. No encontrás una moneda ni por p…”.
Como vi que la cosa iba in crescendo le dije que no se preocupara que tenía cambio y seguimos en silencio.
Cuando estábamos por llegar me animé:
“Mire, yo soy cura y tengo un problema parecido. Vamos a hacer un trato. A mí en la alcancía me ponen todos de dos. Si quiere yo le digo a la gente que a usted los de cien lo ponen loco, que me los den a mí y que a ud. le traigan el cambio. Eso sí, ud. le dice a todos que los de cien los dejen en la alcancía de San José, que a mí no me molestan.
El tipo me miró por el espejo y se rió con ganas. Gracias padre, que tenga lindo día.
Le di seis billetes de dos y me bajé.
A veces con Dios pasa lo mismo: sus billetes de cien nos ponen nerviosos.
Diego Fares sj