Domingo de Ramos B 2012

A mí no me tienen siempre…

Faltaban dos días para la fiesta de la Pascua y de los panes Ácimos. Los sumos sacer-dotes y los escribas buscaban la manera de arrestar a Jesús con astucia, para darle muerte. Porque decían:
«No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el pueblo.»
Mientras Jesús estaba en Betania, comiendo en casa de Simón el leproso, llegó una mujer con un frasco de alabastro lleno de un aceite de nardo genuino muy caro, y rompiendo el frasco, derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús. Entonces algunos de los que estaban allí se indignaron y comentaban entre sí:
«¿Para qué este derroche de perfume? Se hubiera podido vender por más de trescientos denarios para repartir el dinero entre los pobres.»
Y la criticaban. Pero Jesús dijo:
«Déjenla, ¿por qué la molestan? Ha hecho una obra hermosa conmigo. A los pobres los tendrán siempre con ustedes y podrán socorrerlos cuando quieran, pero a mí no me ten-drán siempre. Ella hizo lo que podía; ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura. Les aseguro que allí donde se proclame la Buena Noticia, en todo el mundo, se contará tam-bién en su memoria lo que ella hizo» (Mc 14, 1 ss.).

Contemplación
Entramos en la Pasión con el reclamo del Señor: “A los pobres los tendrán siempre con ustedes… pero a mí no me tendrán siempre”. Es uno de esos “sentimientos de Jesús” que Pablo nos invita a cultivar: “Tengan los sentimientos de Jesús, que siendo Dios se hizo hombre, por amor” (Fil 2, 5 ss.).
La mujer rompió el frasco de nardo y derramó el perfume sobe la cabeza de Jesús, que entró en la Pasión perfumado. Ante la crítica utilitarista de “por qué no venden las cosas y se las dan a los pobres”, que se escucha también mucho hoy en día, el Señor nos muestra que le gusta este trato preferencial, incluso con derroche. La referencia a los pobres no sólo es cariñosa sino exigente: “los tendrán siempre cerca y podrán socorrerlos cuando quieran”. La caridad con los pobres no es cuestión de gestos tipo “te doy un subsidio y ándate”. No se trata de vender todo y repartir sino de “tener siempre cerca”, de “socorrer siempre”, todo lo que uno quiera y pueda, con amor.
El reclamo del Señor es reclamo de pobre. Cuando uno le dice a algún mendigo “ya te di ayer” o “no te puedo dar siempre”, al menos a mí me responden “una monedita sólo por hoy, padre Die-go”. Jesús se pone en este sentimiento tan propio del que no tiene nada: “mañana no sé qué será de mí, socorreme hoy”.
Además, el Señor hace notar su agrado no solo por las buenas acciones sino por lo lindo del ges-to. “Tuvo conmigo un gesto hermoso” (kalón es bueno y bello). Nuestro pueblo fiel entendió siempre este gusto de Jesús por las cosas hermosas y rodea siempre sus imágenes de flores y de aromas. La belleza de la liturgia hace a la dignidad humana y, por lo que vemos, también a la dignidad divina. Y no hay belleza sin derroche. La belleza no es mezquina porque es para todos. El perfume “llenó toda la casa” como dirá Juan al narrar esta misma escena. Y Jesús profetizó que el aroma de esta acción hermosa perfumaría la memoria de todas las generaciones que lee-ríamos este evangelio.
Así, para entrar en la Pasión, para acompañar a Jesús doliente, tenemos que buscar, cada uno, nuestro frasco de perfume.
En el Apocalipsis se nos dice que los perfumes son las oraciones de los santos. Hay un pasaje hermosísimo en el que se narra cómo “Cuando el Cordero abrió el séptimo sello, se hizo silencio en el cielo, como una media hora…” Y Juan agrega: “Vi entonces a los siete Ángeles que están en pie delante de Dios; les fueron entregadas siete trompetas. Otro Angel vino y se puso junto al al-tar con un badil de oro. Se le dieron muchos perfumes para que, con las oraciones de todos los santos, los ofreciera sobre el altar de oro colocado delante del trono. Y por mano del Angel subió delante de Dios la humareda de los perfumes con las oraciones de los santos” (Apoc 8, 1-4).
Nuestro perfume es, pues, nuestra oración.
Ahora bien, estas oraciones perfumadas de los santos son oraciones apasionadas. Para nada rutinarias ni aburridas. El mensaje de Jesús, con su alabanza del nardo puro y carísimo, es que a Él, en la Pasión, no lo podemos seguir si no es apasionadamente. El perfume, la belleza del per-fume que embriaga los sentidos y no nos deja permanecer neutrales, es signo de apasionamien-to.
Por eso de lo que se trata es de dejarnos cautivar por la belleza de la Pasión, del don de sí que el Señor realiza, entero, en cada gesto, que se corresponde con la ruptura del frasco de perfume que hace la mujer.
Hay que ingeniárselas para rezar “perfumando a Jesús con nuestra oración”. Esa es la gracia y, aunque no parezca, será lo que nos permita “padecer bien con él”. Porque uno padece sólo allí donde se apasiona. Donde no, simplemente sufre, le duele o le molesta. Padecer es otra cosa, es parte del amor. Y el amor siempre encuentra y crea belleza.
Jesús vivió así su Pascua: “He deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes”. El Señor se las ingenió para que cada momento de su Pasión fuera “inolvidable”, se las ingenió para grabar en la memoria de los hombres su Don de sí para salvarnos. Puso belleza en cada paso de su Pasión. La esencia de la belleza consiste que un fondo rico se exprese de manera perfecta en una forma externa. Que esa forma lo contenga íntegra y armónicamente a la vez que lo deja esplender, rebosar. El Amor del Señor, expresado en la Pasión, tiene esta belleza plena. Es un amor que se nos dona entero sin perder su Señorío: esplende en cada pequeño gesto.
En los detalles que el Señor planeó cuidadosamente, se ve cómo hizo de su Pasión una obra de arte: arte de Amor misericordioso, Belleza que salva al mundo.

En el lavatorio de los pies, podemos decir que Jesús, como buen dramaturgo, encontró “la forma” de expresar el perdón de los pecados. Se trata, simplemente, de limpiar. La mugre es mucha y requirió que la lavara con su Sangre en la Pasión, de una vez para siempre. Pero el Señor quiso unir ese gesto grande, cruentísimo y único, al gesto cotidiano de cada perdón. Limpiar nuestros pies, simplemente. Ver a Jesús inclinado, lavando los pies de cada discípulo, es el detalle hermo-so para poder “verlo” derramando Sangre y Agua de su Corazón traspasado en la Cruz.

En la Cena, dentro de la liturgia antigua y hermosa de la Pascua, el Señor toma el pan y el cáliz: eligió estos “personajes secundarios” y los engrandeció sobremanera, como hizo luego con cada uno de los pequeñitos que se encontró por el Via Crucis.

Y en la Cruz nos dona a su Madre.
María es la testigo (reina de los mártires)
La que guardaba todas las cosas en su corazón y por eso es la que puede “narrar” el evangelio fielmente. Ella evangeliza bellamente y por eso todos la entendemos cuando nos habla de Jesús, cuando nos lo hace presente en su hermosa pequeñez.

Contemplamos entonces las escenas de la pasión saboreando la belleza que el Señor le puso a un donarse entero en cada gesto, para que así, comprendido su Don y absorbido íntegramente, nos contagie el deseo de “padecer” apasionadamente con él y dar la vida por nuestros amigos.

Contemplamos la belleza del Amor total: planeado-justificado-glorificado.
Ese Amor que esplende bajo forma contraria en la Cruz.

Y que nuestra oración de estos días siga al Sirácida, cuya recomendación inspiró quizás el gesto de la mujer para con Jesús:
“Escúchenme, hijos piadosos,
y crezcan como una rosa que brota junto a las corrientes de agua.
Como incienso derramen buen olor,
Ábranse en flor como el lirio,
exhalen perfume, canten un cantar,
bendigan al Señor por todas sus obras.
Engrandezcan su nombre,
Y denle gracias por su alabanza,
con los cantares de sus labios y con cítaras,
digan así en acción de gracias:
¡Qué hermosas son todas las obras del Señor!
todas sus órdenes se ejecutan a su hora.
No hay por qué decir: ¿Qué es esto? Y esto ¿para qué?,
que todo se ha de buscar a su tiempo (Ecl 39, 13-16).

“A los pobres los tendrán siempre con ustedes, a mí no me tendrán siempre”.

Diego Fares sj

Cuaresma 5 B 2012

Ver a Jesús, ver al Padre

Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta,
había unos griegos que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea,
y le dijeron:
«Señor, queremos ver a Jesús.»
Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús.

El les respondió:
«Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado.
Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere,
queda solo;
pero si muere,
da mucho fruto.
El que tiene apego a su vida la perderá;
y el que no está apegado a su vida en este mundo,
la conservará para la Vida eterna.
El que quiera servirme que me siga,
y donde yo esté, estará también mi servidor.
El que quiera servirme, será honrado por mi Padre.

Mi alma ahora está turbada.
¿Y qué diré:
«Padre, líbrame de esta hora»?
¡Si para eso he llegado a esta hora!
¡Padre, glorifica tu Nombre!»

Entonces se oyó una voz del cielo:
«Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar.»

La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían:
«Le ha hablado un ángel.»

Jesús respondió:
«Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.» (Jn 12, 20-33)

Contemplación

“Esta Voz no se oyó por mí sino por ustedes”.

Toda la vida de Jesús esta centrada y referida al Padre. Pensemos si no en su oración: siempre con un “te doy gracias, Abba”, “concuerdo con Vos, agradecido” en la boca; pensemos en sus parábolas, ¿no se podrían llamar en su mayoría parábolas del Padre?, de ese Padre incorregiblemente esperanzado y misericordioso pese a que todo le “sale mal” o “discutido” –un hijo que se le va con la herencia y el otro que se le queda resentido, uno que le dice que sí y luego es no, los que invita a trabajar a su viña y le llegan tarde o se enojan de que sea generoso con los últimos, los invitados que se excusan y no quieren ir a las bodas de su hijo…- . ¡Lo que es el Padre para Jesús! Pensemos en las alusiones constantes del Señor al hecho de que Él no vino por su cuenta sino que fue enviado por el Padre; pensemos en sus protestas de fidelidad a lo que el Padre le dice y le encomienda, en su confianza total de Hijo amado que se pone en las manos del Padre…
Toda la vida de Jesús está referida al Padre. Su deseo más profundo podemos decir que siempre fue venir del Padre hacia nosotros, que lo necesitamos tanto, para volver al Padre con nosotros, que tanto lo anhelamos.
Jesús nos hace espacio y nos invita a entrar en su relación con el Padre: nos hace participar en su diálogo de Amor (al que me ama mi Padre lo amará), en las cosas que les preocupan (que no se pierda ninguno de sus pequeñitos), en sus sueños (que todos se salven), en su fiesta (vengan a las bodas)…
Y cuando se va acercando la hora de la Pascua, el Señor quiere que comprendamos esto bien clarito.
En su relación con el Padre está nuestra casa, como decía Nouwen: somos invitados a habitar en esa relación
¿Qué significa habitar en una relación?”. Es participar de sus diálogos (eso es la oración: ir a escuchar lo que dicen). Es querer estar con las personas (mirar las personas, como dice Ignacio cuando nos enseña a contemplar), es sentarse a la mesa con ellos (eso es hacer la Eucaristía). Es buscar la manera de dar una mano en lo que planean hacer (eso es el apostolado). Pero por sobre todas las cosas habitar en esa relación es una manera de madurar como personas.

Nosotros a veces damos por descontada la relación y nos fijamos en los hechos: atendemos a “lo que pasa en la Pasión”. Pero Jesús quiere que leamos su Pasión y Resurrección desde el punto de vista de cómo la sienten Él y el Padre.

¿Por qué es importante contemplar cómo se tratan Jesús y el Padre? ¿Por qué es bueno rezar simpatizando con lo que sienten, mirando sus Personas?
Porque si la madurez humana se adquiere en la relación con los demás, en la relación entre Jesús y el Padre tenemos el modelo para madurar.

Como dice Karl Stern “la evolución del crecimiento humano va desde una necesidad absoluta de ser amado (infancia) hasta una plena disponibilidad a dar amor (madurez)”.
¿No es esta la clave de la relación entre el Padre y Jesús, entre el “este es mi Hijo predilecto” y el “Hágase tu voluntad y no la mía”?

Jesús, a lo largo de su vida y de muchas maneras, nos da la clave: profundizando en la relación entre el Padre y él profundizamos en lo que es ser plenamente humanos.
No digo que no tengamos en cuenta para nada la importancia de la relación entre Jesús y el Padre pero creo que suele pasar que cuando atendemos a lo que quiere comunicarnos el Señor solemos poner la atención en lo que hay que cambiar moralmente y en lo que hace a la relación con el prójimo. Y el Señor quiere que atendamos también a su relación con el Padre. Jesús quiere que entendamos lo que ellos sienten, ¿está claro? Como quiere uno cuando comparte, no que entiendan lo que dice sino lo que siente!!!

Las parábolas del Padre son una invitación a expresarle todas nuestras emociones de hijos: nuestra sed de gastarnos la herencia como el hijo pródigo y nuestro cumplir con el deber con un dejo de resentimiento como el hijo mayor, nuestros sí pero no y nuestros no pero sí, nuestras excusas para participar en su Fiesta porque el fin de semana “estamos en nuestros asuntos”, nuestro no tener ganas de ponernos su traje de fiesta, nuestra bronca cuando le paga igual a los últimos…
En estas imágenes Jesús discierne todos los sentimientos de hijos y nos enseña a referirlos al Padre.
Las actitudes del Señor, el agradecimiento “eucarístico” profundo que siente que todo le viene de esa fuente de vida que es el Padre y su deseo último de glorificar sólo al Padre y no a sí mismo, son como los dos pilares que ordenan toda su vida. Y en el medio la misericordia infinita que reconociendo a todos como hermanos le hace ser Hijo a cada paso.

Si algo precioso nos regaló Jesús, eso es su relación con su Padre.

La oración no es una experiencia de uno mismo sino del Padre. Con Jesús nos dirigimos al Padre y le decimos Abba, Padre, te agradezco (eucaristezo), te “homologo”, concuerdo con que todo lo hacés bien, Vos sabés, vos preparás todo y hacés que todo sea para bien. Te bendigo, te glorifico. Estoy contentísimo con vos.
Rezar no es darle vueltas a los problemas en la cabeza sino ponerse en sus manos, en las manos del que es más grande que nuestra conciencia y sabe todo lo que necesitamos antes de que se lo pidamos. Uno entra existencialmente en la oración cuando experimenta (cada uno a su manera) que salió de sí y lo dejó todo en manos del Padre. Cuando puede decir (con sus palabras: yo no soy Dios, yo no puedo nada, no se nada, no entiendo nada. Vos sabés, vos Padre podés todo, Vos conocés todo.

Comulgar no es comer una hostia y meterse en el propio corazoncito a sentir que Jesús está conmigo y después pasar a pensar en las otras cosas. Comulgar es recibir a Jesús en la hostia y atender a cómo Él le reza al Padre estando dentro mío. La comunión no es una interiorización sino un descentramiento. Por eso decimos “Por Cristo, con Él y en Él, a ti Dios Padre todopoderoso, todo honor y toda gloria”. Necesito comulgar con Jesús no para que me de fuerzas para hacer mis cosas sino para entrar a habitar en la relación que Él tiene con el Padre.

El precepto no es “ir a misa los domingos” sino “Oír Misa entera todos los domingos y fiestas de guardar”. Oír en el sentido de lo que dice el Padre de que “escuchemos a Jesús, su Hijo amado”. La Eucaristía es oír a Jesús que le dice Gracias al Padre, no solo que nos predica su Palabra.
Y me animaría a decir que para relacionarnos con Jesús y saber lo que hay que hacer con el prójimo, no haría falta ir mucho a Misa. Jesús ya se nos dio y se nos da en cada momento de la vida. El momento especial de la comunión es para “meternos” un ratito de cabeza en la intimidad del Señor con el Padre. El hace eso en cada misa –lo recapitula todo y se lo ofrece al Padre- y a nosotros se nos invita a participar de esa fiesta, de esas bodas. Sea que yo asista o no, en la misa Jesús le está dando gracias al Padre por mí y por todos. Ir a oír cómo se hablan y estar allí, adorando en espíritu y en verdad, eso es oír misa, participar de esa acción de gracias.

Los griegos querían “ver a Jesús” y Jesús aprovecha para encaminar qué es lo que vamos a ver si tratamos de verlo a Él.
Vamos a ver a uno que se entierra y muere como un granito de trigo y cuyo único deseo es que todos nos demos cuenta de cuánto nos ama el Padre (glorificar su Nombre es hacerlo brillar de manera tal que todos se admiren y comprendan).

Vamos a ver a uno que se siente muy amado y está dispuesto a dar todo su amor. Y a hacernos participar: que donde yo esté ahí esté mi servidor.
Vamos a ver a uno de quien el Padre está orgulloso por cómo ama, y nos lo hace saber claramente (eso significa que lo ha glorificado y lo volverá a glorificar).
Pero más hondo, si lo que queremos es ver a Jesús como querían aquellos griegos que fueron a pedirle cita a Felipe, sepamos que ver a Jesús es ver al Padre.
Si no veo doble (en eso que parece borrachera pero es Espíritu Santo) es que no vi todavía a Jesús.
Si no oí en estéreo la voz de los Dos, es que no oí todavía bien a Jesús.
Toda palabra de Jesús trae consigo otra voz que la corrobora. Es una sola palabra pero a dos voces y hay que afinar el oído para escuchar la segunda.
“La gente que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: «Le ha hablado un ángel.»
Jesús respondió:
«Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes”.
Que San José, con su corazón de padre, nos enseñe a ajustar el oído para no confundir la voz del Padre con truenos y ángeles. Cerquita de Jesús es el Padre Eterno mismo el que nos habla. Sí. Nos habla. A mi y a vos. Porque amamos a Jesús y porque en Él somos sus hijos.

Diego Fares sj

San José 2012

Sintonía fina

Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo. Jesucristo fue engendrado así: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de todos sus pecados». Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado (Mt 1, 16. 18-21. 24)

Contemplación

El Evangelio nos dice que San José era un hombre justo. Algo que es justo es algo que «se ajusta», como un zapato: tiene que calzar justo, ni demasiado ajustado ni demasiado suelto. En la Biblia, ser justo es ajustarse a la voluntad de Dios. Y esto tiene dos puntas. Una es fácil de ver, porque nos dice Mateo que “al despertarse, José hizo lo que el Señor le había mandado”. Obedecer, ajustarse a la voluntad de Dios es “hacer todo lo que él nos dice”. Pero hay otra punta en esto de ajustarse a la voluntad de Dios y consiste en “escuchar bien lo que nos dice”. Porque hay gente que es comedida y uno le dice haceme esto por favor y antes de ver qué es ya salen corriendo y se ponen a hacer las cosas como les parece y por ahí uno les dice escuchame bien, no te digo que hagas así sino de esta otra manera… Escuchá bien.
Para escuchar bien a Dios hay que afinar el oído, es cuestión de sintonía fina como se dice….
…..
Aquí hice una pausa. La misa era en el patio del Hogar, con toda la gente que había salido de los comedores. Había un ventilador de pared que zumbaba lindo y daba aire, porque la mañana estaba húmeda. En este punto, corté y le pedí a José (que siempre sale corriendo apenas le pido algo y era el que inspiraba el ejemplo anterior) que apagara el ventilador. Lo apagó de inmediato y se escuchó un silencio refrescante. También se escuchó que había otro igual prendido en el segundo comedor y pedí que lo apagaran. El silencio lindo que se armó hizo sonreír a varios, como que ya habían entendido la enseñanza que se venía.
…….
Ahora puedo hablar sin gritar, vieron? La vida moderna tiene eso: muchos ruidos que nos hacen gritar y que no podamos escuchar bien. Y también hay ruidos internos (que parece que no son ruidos, como el del ventilador, pero cuando lo apagamos vemos que hay otro silencio posible). Estos ruidos interiores son los que no nos dejan escuchar bien a Dios.
Así le pasó a San José. Tenía sus ruidos interiores. Por eso el Ángel le dice primero “No temas”. El quería casarse con María pero tenía miedo. Miedo de no tener participación en lo que Dios estaba haciendo. Y Dios quería que el participara. El miedo es como un ruido interior que no nos deja escuchar la Palabra de Dios que siempre es positiva, que es palabra de amor, de amor que quita el temor. Quizás por eso Dios le habló a José en el silencio del sueño y allí le hizo sentir clarito que el ruido del miedo no tenía nada que ver con lo que Dios le pedía y entonces, alegre, pudo obedecer y tomar a María como esposa, que era lo que en el fondo más deseaba.
Escuchar bien…
Una cosa linda del Hogar son las encuestas que estamos haciendo. Es una manera de escucharlos a ustedes y poder saber lo que piensan y lo que sienten. Y es muy consolador ver cómo la mayoría pesca el proyecto del Hogar. El proyecto del Hogar es como una sola palabra que decimos no hablando sino actuando. La palabra del hogar es el procedimiento: haga la fila, pase por mesa de entradas, saque su tarjeta, comparta en paz la mesa con los amigos, charle con la asistente, con la psicóloga, con el doctor, participe de algún taller… Uno que se ve que escuchó bien esta “palabra en acción” escribió: gracias por todas las estrategias que tienen para que mejoremos. Es una persona que se da cuenta de que todo lo que hacemos es con un fin: la promoción, que cada uno mejore…
Esta palabra trabajada en común cuesta mucho trabajo. Para decir todos lo mismo tenemos que ponernos de acuerdo y no siempre es fácil. Cada colaborador por ahí tiene sus ideas y hay que ir compartiendo para que ustedes sientan que les decimos lo mismo en todos los lugares del hogar.
Y a nosotros nos ayuda escuchar cuando nos dicen “gracias”, cuando nos dan ánimo, cuando nos preguntan “en qué puedo colaborar”. Son palabras que no caen en saco roto. Yo las guardo en el corazón.
Hoy le decimos gracias a San José. Y él escucha bien. Tiene oído con sintonía fina para el agradecimiento y se lo transmite a Jesús y Jesús al Padre.
Le pedimos a San José que nos de la gracia que él tuvo y que el Hogar sea justo: que se ajusta a la voluntad de Dios nuestro Padre y de Jesús, su Hijo. Que escuchemos bien lo que nos dice y hagamos todo lo que nos manda.
…..
Prendimos de nuevo el ventilador, para no transpirar tanto y siguió la misa, con mucha alegría y provecho espiritual de todos.
Padre Diego

Domingo 4 B Cuaresma 2012

La inteligencia del “tanto”

Jesús dijo a Nicodemo:
«De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.

Sí, porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único
para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo,
sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él, no es condenado;
el que no cree, ya está condenado,
porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo,
y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz,
porque sus obras eran malas.
Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella,
por temor de que sus obras sean descubiertas.
En cambio, el que practica la verdad se acerca a la luz,
para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios» (Juan 3, 14-21).
Contemplación
“Sí, porque tanto amó Dios al mundo…”.
Este “tanto” o “de tal manera”, esté adverbio “así amó Dios al mundo”, indica la inmensidad de ese amor (Crisóstomo), de modo que hay que reconocer una distancia infinita entre lo que podemos imaginar y la realidad de ese amor.
San Hilario dice: “Las cosas de gran valor son las que dan a conocer la grandeza de amor y las cosas grandes se estiman por las cosas grandes”.
El Padre no nos salvó poniendo medios que dejaban a salvo su imagen sino que nos envió a su Hijo el Unigénito. Se jugó todo, quiere decir.
Esto es lo que Jesús le quiere hacer ver a Nicodemo, que trata de tener un actuar “políticamente correcto”, como se dice hoy en día cuando alguien no se juega.
Sigue Hilario: “Aquí hay fe de predilección y de amor en favor de la salvación del mundo, dando a un Hijo que era suyo y que además era el Único”.
Hoy en día, cuando se habla de inteligencia, todos concuerdan en que hay muchos tipos. H. Gardner habla de ocho (lingüística, musical, espacial, lógica-matemática, intrapersonal, interpersonal, corporal y ecológica). Divide la luz con capacidad de reflexión plena, que es la inteligencia, por sus objetos. Creo que podrían multiplicarse y combinarse… Pero lo que me interesa aquí es que le falta una. La inteligencia para reconocer a Jesús. Fíjense que no digo “la inteligencia para reconocer a Dios en general”, que se podría poner también, sino la inteligencia para reconocer a Jesús.
El Señor la supone y piensa que la tenemos todos los hombres –si no, no nos enviaría a “predicar el evangelio a todos”- ,y de manera especial que la tienen (reciben su luz) los pequeños y los pobres. La inteligencia del pobre” de la que habla Hurtado.
La describiría como “la inteligencia del tanto”, que es lo que hace Jesús al hablarle a Nicodemo. Es la inteligencia comparativa que nos hace notar cuando se da algo que lo excede todo, cuando vemos que estamos en presencia de un amor que supera todo. Se trata de la inteligencia para darnos cuenta de una entrega absoluta. Esta inteligencia está siempre buscando y valorando a ver en qué medida se da entrega absoluta (en uno mismo y en otros) y cuando alguien lo da todo lo captamos y lo valoramos sobremanera.
Esta inteligencia puede captar también la totalidad en el límite, capta cuando alguien se da sinceramente todo lo que puede. Se capta la dinámica de querer sincerarse, de “acercarse a la luz”, de clarificar.

Esta es la luz que Jesús vino a traer al mundo y que ilumina a todo hombre. Jesús desea que Nicodemo nazca a esa luz, desea que reflexione por sí mismo (“vos sos maestro en Israel”). Jesús quiere que Nicodemo se de cuenta de Quién es el que tiene delante, que se deje conmover por un Dios que nos ama de tal manera que nos entrega todo lo que tiene y es: a su Hijo amado.
El que no cree cuando ve (en los hechos) una entrega absoluta, se condena a sí mismo. Se condena en el sentido de que se cierra a que otros le reconozcan igual dignidad y sinceridad a sus actos. “No ver” esta luz, no acercarse a esta luz, significa que uno no está obrando sinceramente, que uno no está queriendo darse todo y por eso no puede ver cómo se da entero el otro. El que está en esta dinámica de sinceridad y de luz, no teme que sus obras se expongan a la luz, porque si bien se ven sus defectos y pecados, brilla más la sinceridad de fondo.
Aquí sí, el Señor nos deja solos, respetando nuestra libertad y dice: “el que pueda entender que entienda”. Esta inteligencia de la sinceridad total se educa haciendo actos de fe y de entrega total y se corrige con la confesión, cada vez que uno no fue del todo sincero y actuó de manera egoísta o interesada. Por eso Juan dice que “si decimos que no tenemos pecado somos unos mentirosos” y que “si uno confiesa sus pecados, Dios que es fiel nos perdona”. No hay otra manera de que esta inteligencia no se oscurezca ni se bloquee.

El “tanto amó Dios al mundo que nos dio a Jesús para que nos salvemos” está en la base del mandamiento del amor. Amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente, con todas las fuerzas…, enamorarnos así de Dios, implica percibir con todo nuestro ser ese amor suyo tan grande. Uno puede decir ¿y por qué es tan grande esto de enviarnos a su Hijo? ¿No es lo que se supone que haga Dios? Si él nos creo, que nos salve…
Hay una lógica no explicita que opera en las estructuras de nuestra cultura y que bloquea la inteligencia del “tanto nos amó”. No veo que sea para tanto, nos dice esa lógica. Si uno mira lo que es el mundo… la verdad es que nos podría haber dado otras cosas. Esta frase, ahora que me salió, me parece que está supuesta en la queja de muchos o en no percibir un amor real de Dios. Nos podría haber dado más justicia, que no mueran tantos pobres inocentes, que no careteen tanto los poderosos… La verdad, el Padre se siente tan generoso por habernos dado a su Hijo y el mundo no lo ve así. No hablo de los aprovechadores y opresores sino de los Nicodemos, de la gente de buena voluntad y realista que sabe “lo que se puede y lo que no se puede” (así describe Martini a Nicodemo: como el hombre adulto que sabe distinguir lo posible de lo que es entusiasmo y buenas intenciones solamente).

A los mismos cristianos, pareciera que Jesús no basta. Al menos el que ofrece la Iglesia.
¿Qué tiene para ofrecerme, padre, que no sea lo de siempre: leer el evangelio, ir a misa, confesarme los pecados y servir al prójimo? ¿No hay algo más interesante?
¿No tiene alguna lectura que ilumine un poquito más la actualidad y no venga con esas metáforas de la luz y del nacer de nuevo?
¿Alguna dinámica con un poquito más de ritmo que la misa…?
¿Algo que llegue más a las heridas que no sea confesarme que fui egoísta?

Jesús se entusiasma al decirle a Nicodemo que el Padre nos amó tanto que nos lo envió a Él. Y apela a que nos podemos dar cuenta. Confía en que podemos llegar a pensar y sentir como Pablo que “no queremos que nos den otra cosa que no sea Jesús y Jesús crucificado”.

En realidad lo que sucede es que, bien mirado, Jesús es poca cosa: es Uno que logró juntar a cuatro pescadores, muy fieles, es cierto, pero…
Es Uno que inventó un puñadito de parábolas, muy conmovedoras y bien armadas, pero…
Es Uno que se quedó como un poquito de pan y si uno se junta para hacer el memorial algo bueno se siente, pero…
Es Uno, muy bueno, eso sí, que murió perdonando. Y nos regaló a su mamá. Son cosas buenas, es cierto, pero ¿no hay nada más?
Resucitó. Está bien. Puedo creerlo. Pero él solo. Bueno, Él y la Virgen, y alguno cree que también San José está en cuerpo y alma en el Cielo.
Nos dio el celular del Padre, es verdad. Podemos invocarlo a cualquier hora y en toda situación. Tiene más que Wi Fi. La conexión se establece en Espíritu y en Verdad, en tiempo real.
La verdad es que si uno va sacando cuentas no hizo poco.
Nos abrió un camino, nos encendió una luz y nos dejó un alimento.
Es todo lo que tenía.
Su Padre se siente orgulloso (en lenguaje teológico: lo glorifica).
Él mismo –Jesús, digo- siente que esto es mucho.
El es el Hijo predilecto y es lógico que sienta que su Padre lo ama tanto.
Pero lo quiere convencer a Nicodemo que ese “tanto” es también para él.
Ojalá.
Lo que pasa es que las cosas están dadas vueltas y pareciera que a uno lo tienen que zamarrear para que abra los ojos, como el taxista que logré hacer reír el otro día y que me bendijo.
Subí al taxi en Rivadavia y Sarandí y le dije “hasta el subte de Corrientes y Callao”. Eran las 7:30 y se me hacía tarde para llegar a Devoto, a la primera clase, que comenzaba a las 8:30.
“Hasta Corrientes…” dijo, con una cara de “por qué no caminás dos cuadras y me dejás de complicar la vida, hermano”. Y agregó: “Espero que me pague con cambio. Porque ya subieron dos (bolu…) que me pagaron con cien pesos y me cagaron el día. No encontrás una moneda ni por p…”.
Como vi que la cosa iba in crescendo le dije que no se preocupara que tenía cambio y seguimos en silencio.
Cuando estábamos por llegar me animé:
“Mire, yo soy cura y tengo un problema parecido. Vamos a hacer un trato. A mí en la alcancía me ponen todos de dos. Si quiere yo le digo a la gente que a usted los de cien lo ponen loco, que me los den a mí y que a ud. le traigan el cambio. Eso sí, ud. le dice a todos que los de cien los dejen en la alcancía de San José, que a mí no me molestan.
El tipo me miró por el espejo y se rió con ganas. Gracias padre, que tenga lindo día.
Le di seis billetes de dos y me bajé.

A veces con Dios pasa lo mismo: sus billetes de cien nos ponen nerviosos.

Diego Fares sj

Domingo 3 B Cuaresma 2012

Un amor celoso por la gratuidad

Se acercaba la Pascua de los judíos.
Jesús subió a Jerusalén
y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas
y a los cambistas sentados delante de sus mesas.
Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo,
junto con sus ovejas y sus bueyes;
desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas
y dijo a los vendedores de palomas:
«Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre un mercado.»
Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura:
“El celo por tu Casa me fagocitará” (Sal 69, 10).
Entonces los judíos le preguntaron:
«¿Qué signo nos das para obrar así?»
Jesús les respondió:
«Destruyan este templo y en tres días lo levanto.»
Los judíos le dijeron:
«Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo,
¿y tú lo vas a levantar en tres días?»
Pero él se refería al templo de su cuerpo.
Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.

Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua,
muchos creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba.
Pero Jesús no se confiaba a ellos, porque él conocía a todos
y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie:
él sabía lo que hay en el interior de cada uno (Juan 2, 13-25).

Contemplación
“Destruyan este Templo y en tres días lo levanto”.
Si, como dice Paul Gallagher, nuestra cultura está herida en su capacidad de imaginar a Dios, contemplar el amor celoso del Señor por la casa del Padre, nos hace bien. La palabra que les vino a la mente a los discípulos al ver a Jesús derribando las mesas de los cambistas, fue “qin’ah”, “zelos” en griego, que expresa el “amor celoso de Yahveh” por su pueblo. Este amor apasionado y que pasa a la acción suscita la indignación de las autoridades: “pero ¿quién se cree este que es?” –“¿qué signos nos das para obrar así?”-. Y Jesús se da cuenta de que su celo provoca deseos de matarlo y los enfrenta: “Destruyan este Templo y en tres días lo levanto”.

El Señor se metió con las estructuras –con “lo que había llevado 46 años construir”- y las estructuras tienen su peso, ese que lleva a decir que “las cosas no se pueden cambiar en tres días”.
Sin embargo eso mismo es lo que el Señor plantea desafiante. Con su resurrección cambiará en tres días la estructura de la muerte, que lleva actuando no 46 años sino casi toda la historia de la humanidad. Digo “casi” porque la lógica de la vida es rigurosa en su misterio. Aunque a algunos le parezca un cuentito lo del Paraíso terrenal, donde no había muerte, científicamente se constata que el misterio de una vida que surge en medio del cosmos “mineral” e inanimado, contiene un “Jardín cerrado” –micro-cósmico si se quiere- , al que nos está vedado el acceso, en donde lo vivo es germen de pura vida. Si no, la vida no habría prosperado ni hubiera comenzado. Hay algo vivo que viene de la vida, no de lo muerto.
A esto vivo apela el Señor con su Resurrección.
Destruye así la lógica de lo muerto.

La lógica de lo muerto se alimenta del comercio, del dinero que se fabrica ilimitadamente –los millones de Euros que de golpe se “inyectan” en el mercado para resucitar no a los pobres griegos sino al dios-mercado. Y este comercio –con su lógica de la muerte (porque dos moneditas de esos millones bastarían hoy para salvar la vida de un niño, pero pareciera que hay un abismo entre los bancos y la gente, un abismo tan grande y una pared tan alta y sólida, que ni una monedita se cae ni se filtra), esta lógica, digo, invade también las estructuras de nuestra iglesia, como invadió las del Templo en la época del Señor.
Aquí es donde el Señor hierve de ira santa y “el celo por el Templo lo devora, lo fagocita”.
La reflexión que invito a que hagamos es acerca de cómo se muestra el “celo” del Señor en el mundo actual.
Confieso que lo primero que me vino a la mente fueron los “escándalos financieros del vaticano” y me puse a buscar en las declaraciones del vocero del Papa, cómo se enfrentan hoy estos problemas, cuál es el látigo que se usa. Me cayó bien, ante tanta acusación a la Iglesia que mezcla intencionadamente las películas con la realidad, la actitud del Papa que creó un organismo de control –la Autoridad de Información Financiera (AIF)- mostrando su empeño para introducir las instituciones eclesiales en el sistema internacional de controles de las actividades económicas, para la lucha contra el reciclaje, el crimen organizado y el terrorismo. Son medidas estructurales que quitan espacio a las sofisticadas formas de robar que se manejan hoy.
Pero me empantané y la contemplación se acható totalmente al ir por este camino.
Vuelvo entonces al Señor y a lo que tengo que expulsar yo de mi Templo interior. Creo que va por el lado no tanto de los escándalos de robos y desfalcos (los chorros son chorros en todas las religiones y situaciones sociales) sino por el lado de la “lógica del mercado”. Eso es lo que despierta la ira del Señor. Y no en sí misma, ya que Jesús tiene muchas parábolas en las que “hacer trabajar los talentos y ponerlos a interés en el banco” es alabado y promovido. Lo que enoja al Señor, me parece, es que la lógica del mercado invada la Casa del Padre. Hay un ámbito en el que no debe entrar esta lógica. Ese ámbito se le llama Casa del Padre y se dice que debe ser “Casa de oración”. Oración, para el Señor, es “adoración en espíritu y en verdad”, es “agradecimiento y alabanza” que se hacen con gozo, en lo secreto, oración es rumiar misericordia esperando que vuelva el hijo pródigo, oración es estar atentos a los pequeños gestos de generosidad como el de la viuda…
Lo que el Señor defiende a capa y espada, aquello por lo que siente un amor celoso, es que exista y esté protegido ese ámbito de gratuidad y de misericordia absoluta que es la Casa donde habita el Padre. Si el negocio invade ese espacio, la vida se pierde. Y, al revés, cuando se cuida y promueve este espacio, la generosidad infinita del Padre va ganando espacio en los otros terrenos de la vida y vemos que todo florece, que no falta el dinero y que hasta rinde más. Nuestras obras de caridad social son la prueba. Aquí tenemos que cuidar que la mentalidad del mercado no lo invada todo. Es un desafío mayor de lo que parecía hace unos años. Las estructuras del mundo actual –bancos, sindicatos, leyes salariales, convenios laborales y del voluntariado…- , hacen que no se pueda emprender ninguna obra sin atender estas realidades. Aquí hace falta toda la creatividad que podamos concebir y gestar.
Aporto algunas reflexiones, fruto de estos años de trabajar en el Hogar y de haber tenido que crear la Fundación Obras de San José y la Cooperativa de Trabajo Padre Hurtado.
Primero una gracia.
La mayor creo que ha sido y es la confianza total en la providencia de nuestro Padre del Cielo que a través de la gestión diaria e integral de San José nos permite llevar el Hogar día a día. Aquí la preocupación por el mañana no ha invadido nunca la experiencia de la gratuidad del Padre y de su generosidad que durante 30 años ha permitido abrir las puertas del comedor e ir viviendo las dificultades de cada día sintiendo su protección y ayuda.
Quizás la forma como se expresa esta “no invasión” de la lógica del mercado sobre el espacio de gratuidad y de estar en las manos del Padre, es que ni un día hemos estado tan tranquilos y con todo controlado como para no tener que rezar pidiendo ayuda. A veces en el ámbito económico, a veces en el de los colaboradores, otras por problemas de afuera…, siempre sentimos que dependemos del Padre para el pan y el perdón y para que nos libre de todo mal y no nos deje caer en la tentación.

Segundo, un latigazo. No a nuestro lomo sino a nuestra mentalidad. El que lo sienta en el lomo, que se despegue y deje de “encarnar” esa mentalidad nefasta.
Aunque pensándolo bien, no me toca a mí dar ningún latigazo.
Que cada uno se aplique a sí mismo la “disciplina” como se llamaba al latiguito de cuerdas que se usaba para penitencia junto con el cilicio, y se de unos buenos latigazos en su mentalidad mercantilista.
Más bien iría aquí por el lado de diálogo del Señor con los vendedores de palomitas. Se habrá acordado que San José y su Madre le contaron cómo de recién nacido habían ofrecido por él dos pichoncitos de paloma que les habían comprado a alguno de los vendedores como los que ahora tenía enfrente. Eso hizo que se contuviera y en vez de tirarles las jaulas les pidiera que se corrieran. La mentalidad mercantilista se tiene que corregir desde abajo hacia arriba, desde la gratuidad de los más humildes. Las veces que uso este argumento con los más pobres muchos me lo reconocen de una manera muy fuerte, tanto que me lo confirma. Cuando alguno se cuela en la fila o le saca algo a otro, le suelo decir que esa no puede ser la lógica entre los más pobres. Alguno se burla, como diciendo, no entendés nada. Si a mí esta sociedad me excluye yo voy a ser peor que todos. Pero otros sienten distinto. Sienten que su dignidad se juega en dejar el lugar a que coma otro. Y hay mucha alegría en los más humildes al ver celo en estos pequeños actos de justicia y gratuidad.
Creo que el Señor al desarmar los kioscos de esta gente, que no eran los negociantes grandes que estaban detrás, apuntó a esto, a que los pobres lo iban a entender su amor celoso por la gratuidad.
Diego Fares sj