Domingo 1 B Cuaresma 2012

El tiempo oportuno

Subiendo del agua, vio rasgarse los cielos
y descender hacia él el Espíritu como una paloma;
y una voz vino de los cielos:
‘tu eres mi Hijo amado, en ti me he complacido’.
Al punto, el Espíritu lo expulsó al desierto.
Y estuvo en el desierto cuarenta días siendo tentado por Satanás;
y vivía entre las fieras, y los ángeles lo servían.
Después que Juan fue entregado, vino Jesús a Galilea
predicando el Evangelio de Dios, y decía:
«Se ha cumplido el tiempo oportuno y se ha vuelto cercano el Reino de Dios.
Conviértanse y crean en la Buena Noticia» (Mc 1, 12-15).

Contemplación
Las imágenes y los testimonios de los que padecieron la Tragedia de Once necesitan ser contempladas en oración y no solo mostradas, una y mil veces, en la pared de la pantalla, que es tan dura como la pared con la que chocó el tren. Uno ve por televisión las escenas repetidas y vuelve a chocar contra el sinsentido. Y el dolor y la indignación rebotan. Al escuchar esta mañana la carta que nos escribió la familia de Lucas sentí que este es el comunicado que tenemos que escuchar hoy. Esto es lo que nos dice la familia:
“Se nos fue Lucas, nuestro hijo, hermano, sobrino, nieto, padre, amigo. Se nos fue. No alcanzó toda la fuerza que tuvimos, apoyados desde muchos lugares, para buscarlo y encontrarlo. Y vamos a despedirlo con una tristeza infinita, pero bañada por la luz que nos deja. Pasamos los días más difíciles de nuestra vida, y nos espera la soledad de no encontrar nunca más su sonrisa, esa que salía fácil, cercana, adorable.
Por eso, queremos pedirles, con toda sinceridad y de corazón que nos ayuden a hacerlo solos, entre quienes lo queríamos.
Dennos la tranquilidad de no tener que escondernos, de no tener que evitar las cámaras, de no tener que correr para subirnos a autos. Ninguna imagen vale violentar un momento tan sagrado. Entiéndannos.
En los próximos días, probablemente el lunes, leeremos un comunicado en un lugar a confirmar para cerrar este capítulo, pero para abrir otros. Pero por hoy, sábado, les rogamos que contribuyan a la paz en la que queremos celebrar una vida tan corta como feliz. Lu, Luquitas, el Chimu, el Menghi, nuestro amadisimo atorrante se lo merece.
Paolo Menghini, María Luján Rey, Lara Menghini Rey y Paz Menghini Dorola”.

Lo que me tocó de la carta es cómo los que más aman y sufren son los que tienen el sentido del tiempo oportuno. Es el tiempo del que habla Jesús. Ese es el “momento tan sagrado” del que hablan los papás y las hermanas de Lucas y al que nos invitan a “acompañar dejándolos solos”. Uno dice cómo respetarlos dejándolos solos si lo suyo es tan público, tan de todos. ¿Se puede acompañar de otra manera que poniendo micrófonos y cámaras de televisión? Si. Se puede acompañar rezando. Ellos nos piden que los entendamos –“entiéndannos”. No nos piden que pensemos en otra cosa. Nos escriben para que pensemos en ellos y los entendamos, nos piden que “contribuyamos a la paz con la que quieren celebrar una vida tan corta como feliz”. Por eso esta contemplación. Para estar un rato acompañándolos de lejos y desde muy cerca. Con nuestras lágrimas y nuestro respeto por la grandeza con que lucharon denodadamente mientras pensaban que su hijo estaba vivo -No alcanzó toda la fuerza que tuvimos, apoyados desde muchos lugares, para buscarlo y encontrarlo-, y ahora que se les fue – Se nos fue Lucas, nuestro hijo, hermano, sobrino, nieto, padre, amigo. Se nos fue-, quieren despedirlo como “Lu, Luquitas, el Chimu, el Menghi, nuestro amadisimo atorrante se lo merece”.
Después, nos dicen, de “cerrar este capítulo” abrirán “otros. Pero por hoy, Sábado”, nos ruegan que “contribuyamos a su paz”. Y tienen la grandeza de hablar de “celebrar una vida” que califican con dos palabras “tan corta como feliz”.
De corazón les tenemos que agradecer tanto estas palabras. Que las digan ellos. No las puede decir nadie más. Si las dijera otros serían una bofetada. Pero como las dicen ellos son un evangelio. No se podían decir ayer, porque todo era búsqueda desesperada. No se podrán decir “probablemente el lunes”, cuando den el otro comunicado. O quizás sí. Ellos las dirán cuando quieran. Y será, como este Sábado, el momento justo para la palabra justa.
La familia Menghini Rey no desea aislarse. Se sintieron apoyados desde muchos lugares, quieren que les “ayudemos” a hacer la despedida solos. Solos de cámaras violentas, no solos de sentimientos. Nos ruegan que los “entendamos” y que “contribuyamos” a su paz. Todo esto es como decir que “recemos” con ellos. Eso es rezar: apartarse de la acción para meterse con el corazón en lo que pasa, deseando el bien, intercediendo, celebrando agradecidos la vida, llorando con infinita tristeza la muerte.
“Ayudar al otro dejándolo solo” sólo es posible si uno reza.
“Entender al otro” en lo que nos pide con sinceridad y de corazón, sólo es posible si uno se toma un tiempo para rezar.
“Contribuir a la paz del otro”, sin meterse, sólo es posible en la oración.
Poder “celebrar una vida tan corta como feliz” sólo nace de la oración. Del que no reza salen otros sentimientos.
Escribir una carta pública que nos involucre a todos poniéndonos a la distancia justa y marcándonos los tiempos oportunos, es algo que nace de corazones que rezan. Quizás sin saber lo que pedían, pero sintiéndolo con las entrañas, donde gime el Espíritu que nos dejó Jesús.
Los Menghini Rey, que ahora están rezando, nos piden que hoy, sábado, recemos con ellos.
Con esta oración:
“Se nos fue Lucas, nuestro hijo,
hermano, sobrino, nieto,
padre, amigo.
Se nos fue.
No alcanzó
toda la fuerza
que tuvimos,
apoyados desde muchos lugares,
para buscarlo
y encontrarlo. Y vamos a despedirlo
con una tristeza infinita,
pero bañada por la luz
que nos deja.

Pasamos los días más difíciles
de nuestra vida,
y nos espera la soledad
de no encontrar nunca más
su sonrisa, esa que salía fácil,
cercana, adorable.

Por eso, queremos pedirles,
con toda sinceridad y de corazón que nos ayuden
a hacerlo solos,
entre quienes lo queríamos.
Dennos la tranquilidad de no tener que escondernos,
de no tener que evitar las cámaras,
de no tener que correr para subirnos a autos.
Ninguna imagen vale violentar
un momento tan sagrado.
Entiéndannos.

En los próximos días,
probablemente el lunes,
leeremos un comunicado en un lugar a confirmar
para cerrar este capítulo, pero para abrir otros.

Pero por hoy, sábado, les rogamos
que contribuyan a la paz
en la que queremos
celebrar una vida tan corta como feliz.
Lu, Luquitas, el Chimu, el Menghi,
nuestro amadísimo atorrante se lo merece.

Domingo 7 B 2012

Felices los pobres que se animan a soñar

Y habiendo entrado en Cafarnaún al cabo de unos días, corrió la noticia de que estaba en casa.
Y se congregaron muchos, hasta el punto de que no cabían más ni siquiera delante de la puerta.
Y él les hablaba la Palabra.
Vienen trayendo a él a un paralítico, portado por cuatro.
Y como no podían acercarlo a Jesús, a causa de la multitud, destecharon el techo del sitio donde se hallaba Jesús y por el boquete abierto descuelgan la camilla en la que el paralítico estaba tendido.
Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico:
«Hijo, tus pecados te son perdonados.»
Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior:
«¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?»
Y al punto, conociendo Jesús en su espíritu que así pensaban en su interior, les dice:
«¿Por qué piensan eso en sus corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico:
«Tus pecados te son perdonados», o «Levántate, toma tu camilla y camina»?
Para que ustedes sepan que el Hijo de hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma a cuestas tu camilla y vete a tu casa.»
Y él se levantó (surrexit) y con prontitud cargó la camilla y salió en presencia de todos de manera tal, que estaban todos fuera de sí de admiración y glorificaban a Dios, diciendo: «Algo así no lo habíamos visto nunca» (Marcos 2, 1-12).

Contemplación
Todos concordamos en que la escena que pinta Marcos del paralítico bajado por el techo es de esas que se quedan grabadas en la imaginación. Más allá de cómo se imagine uno los techos de la época, los cuatro amigos que se las ingenian para hacer que su amigo descienda justo frente (por no decir “sobre”) Jesús, son dignos de admiración. Cuando al final del pasaje leemos que la gente estaba fuera de sí de admiración y glorificaba a Dios, el detalle del paralítico bajando del cielo(raso), entra de lleno en lo que los sacudió. Entró por el techo en calidad de paquete y se levantó “de tal manera” que la gente decía “algo así, no lo habíamos visto nunca”. Que Jesús perdone los pecados y que le tape la boca a los maestros de impedir es digno de admiración. Pero lo que pasó con el paralítico y sus amigos fue algo especial, parte de algo “nunca visto”, que se quedó grabado en la imaginación popular.
Y me quisiera quedar aquí, contemplando al paralítico mientras baja, ante la mirada de todos, que lo contemplan a él y contemplan a Jesús,
Lo que le brotó a Jesús del corazón, al ver “la fe de esos hombres” fue decirle: Hijo, tus pecados te son perdonados”.
Si unimos la escena con la del leproso, nos brota espontáneamente el sentimiento de que las reacciones de Jesús, como las nuestras, responden a lo que el otro provoca. Sólo que el Señor no tiene ninguna traba de prejuicios o heridas que se interpongan entre su corazón y el de los otros. Los fariseos, por ejemplo, filtran lo que sucede desde su idea de la ley. No les entraba en la cabeza que Jesús pudiera ser el Hijo de Dios, el que tiene poder para perdonar los pecados. Aunque eso estaba incluido en su imaginario, porque eran parte de un pueblo que esperaba al Mesías, el hecho de tenerlo ante los ojos les bloqueaba la mirada. Es propio del corazón humano discernir las intenciones de fondo del corazón de otro. Uno sabe si es querido o no y los gestos espontáneos –de cercanía o rechazo- lo muestran. Pero en situaciones complejas, como esta en que a Simón le están rompiendo el techo de su casita y se interrumpe la enseñanza de la Palabra, alguien que no sea Jesús puede quedar paralizado.
Sin embargo el Señor reacciona automáticamente como con el leproso. Pero en este caso no dice “Quiero, levántate” (capaz que si lo curaba en el aire, el paralítico trataba de moverse y se caía alguno del techo), sino “Hijo, tus pecados te son perdonados”.
Me gusta imaginar que Jesús no vio una parálisis individual sino el movimiento de estos cinco hombres que funcionaban como uno solo. Por eso fue directo a lo suyo, a lo más difícil, y le perdonó los pecados. No sé si me excedo en agrandar la calidad de la fe que Jesús vio en esos hombres, pero me parece que si lo maravilló es que se trataba de una fe grande. De esas que no se desilusionan ante ningún obstáculo. Estos amigos seguramente cargaban con su amigo todos los días, de aquí para allá. Iba a poner “para llevarlo al lugar donde pedía limosna” como puse otras veces, pero al mirarlos hoy desde esta perspectiva, no me da la impresión de que fuera una persona que pedía limosna. Seguramente trabajaba con sus amigos y, si pescaban, capaz que era el que arreglaba las redes o separaba los pescados…
El techo es símbolo… del techo. Cada persona, cada cultura, tiene –tenemos- nuestro techo. Dicen los especialistas que el problema de la cultura actual radica en que se ha bajado el techo de la imaginación: nuestra imaginación choca contra un techo de respuestas científicas (y seudocientíficas) que le impiden soñar con el cielo. Es verdad que el cielo como lo imaginaron los antiguos ha cambiado, pero eso no quita que no podamos soñar con cielos nuevos.
Bueno, la cuestión es que Jesús se maravillo –y se maravilla- con la gente que tiene una fe capaz de abrir los techos. Esta gente lo único que necesita es que le perdonen los pecados, porque imaginación para hacer el bien, tiene de sobra. Su problema no es de falta de creatividad ni de ninguna parálisis física. Lo que uno no mueve sólo, lo mueven entre cinco. Y van para adelante. Por eso digo que quizás no exagero al pensar que se hubieran ido contentos si Jesús les mandaba que siguieran cargando la camilla entre cinco, como ya hacían, y creo que tampoco me equivoco si pienso que el paralítico, una vez curado y con su camilla a cuestas, habrá ido con sus amigos a buscar a algún otro a quien cargar, ahora entre cinco. Veo gente así todos los días, que viene a ofrecerse al Hogar y a la Casa de la Bondad.
Esta fe “imaginativa” es la que maravilló a Jesús. Y lo curó porque “era más fácil”, para que todos creyéramos que el tiene el poder de lo más difícil, que es perdonar los pecados. Los pecados causan desolación y desolación es “tapar el sol”, poner techo a lo que Dios es capaz de hacer. No creer que para Dios “Todo es posible”, no creerlo con los gestos.
Destechar es uno de los gestos de la fe: destecharle prejuicios a la fe, para que todo pueda bajar y subir en la presencia de Jesús y ser sanado y misionado: Levántate, toma tu camilla y camina. Destechar es igual a abrir los ojos. Abrirlos –como los ciegos curados o los obcecados discípulos de Emaús- es el movimiento subjetivo, interior, que se abre para ver en la fe. Destechar, es la cara objetiva, exterior, de abrir las losas de los paradigmas que tapan el cielo e impiden ver las maravillas de Dios.
Jesús aprovechó esta ocasión –única y con una fuerza poderosísima para todas las generaciones- para comunicarnos la Buena Noticia de manera tal que se nos quedara grabada, aunque luego no entendamos bien y se nos “vele” un poco qué significa todo esto de qué es más fácil decir “tus pecados te son perdonados” o “levántate, toma tu camilla y camina”.
Digo que aprovechó porque llama la atención que al leproso le haya dicho que no diga nada y que se presente ante los sacerdotes y aquí el Señor hace las cosas en público y se las agarra contra los escribas que no habían dicho ni mu, reprochándoles lo que “pensaban en sus corazones”.
Claramente el Señor “destapa todo”, abre los techos de los prejuicios, de los pensamientos más interiores, tanto de estos hombres como de los escribas, y actúa con todo su poder misericordioso y de Juez justo. ¿Por qué tanto despliegue en una ocasión imprevista? Porque el Señor descubre –operante, creativa- la fe de esos cinco amigos que se las ingenian para llegar a él. En ellos estamos representados todos los que no nos cansamos de inventar soluciones creativas para acercarnos a Jesús. Ingenuamente creativas, quizás, para los que se creen vivos cuando se aumentan el sueldo sin paritarias con sus patrones (los ciudadanos), se roban los tesoros escondidos en las montañas y sacan a las menores de los prostíbulos porque alguien les sopló que cae la inspección… Pero la imaginación puesta al servicio del bien es el arma más poderosa del universo.
Jesús nos revela que la fe no es confianza ciega sino confianza “imaginativa”. Esto es lo que vio en “la fe de esos hombres”: una imaginación increíble. Eso es con lo que interactuó, también con mucha creatividad, el Señor. Eso es lo que le maravilló a la gente (y a un amigo que ayer me decía que “en la actitud de esos cuatro amigos estaba la fuerza de este evangelio, que se le había quedado grabado de chico, a pesar de que lo había leído en esos libros piadosos que te regala alguna tía devota para el cumple cuando vos esperabas un autito a pilas. Le llamaba la atención que la imagen hubiera quedado tan vívida en su memoria y meditándolo ahora, creo que es por que el Señor explícitamente eligió unir esta actitud imaginativa de los cinco amigos a su propia manera de “enseñar la Palabra”).
M. Paul Gallagher sj dice que en nuestro mundo secularizado “la gente sufre tres heridas a las que la evangelización puede sanar” (cicatrizar, agrego yo, para que no sean llaga que paraliza, poniendo las imágenes del leproso y del paralítico a los que Jesús cura y vuelve a poner en carrera.
Una herida afecta a nuestra memoria. Estamos heridos en la memoria colectiva. Los relatos que nos hacían bien y nos unían como humanidad, como pueblo y familia, están, en el mejor de los casos, puestos en tela de duda, y en el peor, basureados. Los próceres, los santos, las gestas comunes, lo pasado, todo está bajo sospecha. Quizás está bien no “endiosar” el pasado. Pero no se puede construir nada positivo si uno no guarda en la memoria y en el corazón un agradecimiento lleno de admiración por toda la gente buena y desinteresada que nos legó lo que tenemos.
La otra herida es más social: estamos heridos en nuestra pertenencia. La herida en los relatos comunes hace que cueste formar comunidades de pertenencia en las que uno se juegue entero. La imagen de los cinco amigos –uno paralítico- accionando en común, con compañerismo y creatividad, es como un refresco para el alma. Gente así da ganas de que se la imite en su capacidad de trabajar juntos en obras que acercan a la gente a la misericordia de Jesús.
La tercera herida ha herido a la imaginación espiritual. Newman decía que “generalmente se llega al corazón, no por la razón sino por la imaginación”. Y por eso esta es una herida profunda que afecta a toda la gente: el empobrecimiento en el nivel de nuestras auto-imágenes (no nos imaginamos que se pueda abrir el techo para llegar a Jesús) y de nuestras imágenes de Dios (Jesús es alguien que me puede sanar esta parálisis imaginativa con el poder de su evangelio) nos vuelve incapaces de entrar en la visión del Evangelio. “Dios se ha tornado más irreal que increíble”. Creemos en él pero nos bombardean cómo nos lo imaginamos. De ahí la fuerza que percibimos de alguna manera en esta imagen del paralítico bajado del techo por sus cuatro amigos.
…..
Anteayer tuvimos cine-debate en Hogar y ayer taller de dibujo y pintura. Me llamaron a que bajara a ver y con la cámara de fotos, porque se había generado un clima de actividad y de alegría muy especial. Siempre hay una sola mesa en medio del patio porque los que se prenden a dibujar son pocos, pero ayer habían tenido que poner otra más y era un montón de gente dibujando y coloreando y muchos más mirando y acercándose con sonrisas e interés a ver la tarea de los demás.
También el cine –dimos “Un lugar en el mundo”- produce el milagro de la alegría por compartir lo que suscitaron las imágenes y eso crea un sentimiento de igualdad y de pertenencia al género humano, que si por algo se destaca en el universo es por ser una especie que comparte sus sueños.
Los que están en situación de mayor empobrecimiento no dejan de soñar. Es más, quizás son los únicos que sueñan constantemente, incluso que se alcoholizan para defender esos sueños que son lo único que tienen, en este mundo que los excluye del somnífero sin sueños del consumismo. Y por eso, cuando se les brinda un elemento humilde para soñar juntos y de verdad, para soñar dibujando un transatlántico “que no se hunda” como esta dibujando Angel, cuando se los invita a compartir un “Un lugar en el mundo”, aunque haga un calor insoportable a la siesta y entonces lo mitigamos con aire acondicionado portátil y coca colas heladas, se prenden con una alegría contagiosa. Y por un rato, el mundo se invierte, y somos los colaboradores los invitados a entrar en un sueño al que los más humildes entraron de lleno y sin prejuicios y compartimos por un rato, juntos, “Un lugar –transitorio- en el mundo” y nos sentimos navegando en ese crucero de papel que no se hunde.

Le damos gracias al Señor que tiene “la inteligencia del pobre” y nos enseña a aprender de este pobre paralítico y de sus cuatro amigos cómo el remedio para las heridas de esta época desolada va por el lado de abrir los techos a la imaginación solidaria y creadora. El la bendice y felices los pobres que se animan a soñar.

Diego Fares sj

Domingo 6 B 2012

Bienaventurado el que entiende al pobre

Viene a él un leproso que, rogándole y doblando las rodillas, le decía:
“Si quisieras puedes limpiarme”.
Jesús movido por la compasión, extendiendo su mano lo tocó y le dijo:
“Quiero, límpiate”.
Y al instante desapareció de él la lepra y quedó limpio.
Adoptando con él un tono de severidad lo despidió y le dijo:
“Mira, no digas nada a nadie, sino ve y muéstrate al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio”.
Pero él, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo,
y a divulgar la cosa, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios.
Y venían a él de todas partes” (Mc 1, 40-45).

Contemplación
Marcos describe siempre vivamente los sentimientos y pasiones que mueven a Jesús. Y la compasión es el primero que aparece explícitamente. El segundo será la ira y la profunda pena que experimenta el Señor ante la dureza de corazón de los fariseos, que piensan mal de él cuando va a curar al hombre de la mano paralizada (Mc 3, 5).
La suciedad putrefacta y maloliente de la lepra lo “mueve a compasión” –“si quisieras, puedes limpiarme…”, “quiero, ¡límpiate!”-. La limpieza farisaica que brota de un corazón endurecido por sus ideas sobre lo legal, lo mueve a ira. El Señor siente bronca (orgen) y tristeza profunda, no ante las personas sino ante el pecado de falta de misericordia.
Sin embargo, la ira del Señor no se dirigirá hacia la persona de los fariseos (que sí se la agarran contra él y van a aliarse con los herodianos para eliminarlo). El Señor los mirará con ira y con pena pero se concentrará en el pobre hombre de la mano tiesa para curarlo. Aquí también, aunque el ruego intespestivo del leproso y su insistencia hace que se le “revuelvan las tripas”, como dice el griego, la voluntad del Señor dirige toda la conmoción hacia algo positivo y claro. Toda la conmoción emocional se concentra en dos palabras: “quiero. Límpiate”.
Vemos así con admiración cómo el Señor se deja mover por la compasión y en vez de aturdirse la ordena al bien. Como si la “compasión” ordenara todas las “pasiones”. A Cristo le apasiona lo que le pasa a la gente, lo que padecen los que sufren, eso le mueve el corazón.
Las otras pasiones, la ira y la tristeza, no lo motivan ni a agredir ni a bajar los brazos.
No se mueve contra nadie. Ni se achica por nada.
La mirada de ira del Señor es escudo que neutraliza el mal, simplemente. Sus actos y gestos se orientan siempre al bien.

Esto es una clave de la vida espiritual. Si la tomamos en términos de “movimiento”, de acciones concretas, podemos formular lo siguiente: el bien hay que dejar que nos mueva.
El mal, si bien no podemos evitar que nos conmueva, es para que lo neutralicemos.
No se devuelve mal por mal.
El mal no debe ser respondido.
Jesús nos manda resistirlo firmes, protegernos, alejarnos, defendernos…, pero no obrar “motivados” por el mal.
Hay que pedir la lucidez de darnos cuenta –con la ayuda del Espíritu Santo y de la Virgen- que “moverse” proactivamente contra el mal es un contagio. No se le echa leña al fuego ni se apaga el incendio con nafta, como dicen los refranes.
El movimiento contra el mal debe “medirse” con la vara del que busca “neutralizarlo”. Ir más allá produce el efecto contrario. Lo sabemos.

Jesús es maestro en esto de “moverse sólo por el bien” y al mal silenciarlo (no argumentarle mucho), curarlo, expulsarlo (si es un mal espíritu), hacer silencio (como ante Pilato), escaparse (como tantas veces), sufrirlo con dignidad (sin dejarse abofetear gratuitamente en medio de la pasión)…
Vemos cómo el Señor es proactivo para el bien y “se contiene” ante el mal.

Bueno, salió esto que dará para mucho. Pero hoy quería concentrarme en la compasión que mueve al corazón de Cristo y lo hace actuar “automáticamente” diríamos. Vamos a poner la mirada en esta “pasión” que está bendecida por Cristo y que es infalible a la hora de actuar.
Si uno obra con misericordia no se equivoca.
No porque la misericordia no traiga problemas. Vemos que el leproso fue indiscreto y desencadenó una demanda excesiva, tanto que Jesús tuvo que escaparse y no podía entrar en las ciudades. Y aún así “venían a Él de todas partes”. Habrá que ordenar los efectos exteriores que una misericordia ilimitada acarrea, pero lo importante es que, interiormente, el corazón misericordioso se ablanda y es redimido del pecado de la dureza de corazón.

El Señor ha canonizado la Misericordia. Lo dice clarito: “Sean misericordiosos como es misericordioso mi Padre que está en los cielos”.

Eso sí, tengámoslo claro: sin Jesús, la misericordia, como todas las cosas, es relativa. La respuesta de los hombres no siempre es buena. La que decimos que es criterio absoluto es la misericordia que se hace “en nombre de Jesús” y cuya paga o recompensa sólo se espera de Él (ni un vasito de agua dado en mi nombre quedará sin recompensa). El Señor no dice que la misericordia vaya a producir efectos buenos en todos los hombres. Es más, en los fariseos, lo que hizo fue endurecerles más el corazón, hasta una medida inusitada: “querían asesinar a Jesús porque curaba en sábado!!!”.

Y aquí, una perlita de San Alberto Hurtado. Buscando en sus escritos, siempre con el deseo de encontrar sus inspiraciones en torno a lo que fue su pasión en la vida, “el sentido del pobre”, que para él es el núcleo del cristianismo, encontré una traducción propia suya del salmo 41, 2, que dice: “Bienaventurado el que tiene la inteligencia del pobre”. Otros traducen “el que cuida al pobre con solicitud”, pero Hurtado está hablando del “sentido de colaboración social” que brota del “sentido del pobre”, de entender al pobre, y encuentra este salmo con esa hermosa bienaventuranza. “Feliz el que entiende al pobre”. Dichosos los que tienen despierto este sentido del pobre que los lleva a “percibirlo como persona”, a entender “su situación y sus necesidades”, a pescar “lo que le pasa por la cabeza”, a sentir “lo que siente en el corazón”.
La bienaventuranza es extensa y es un consuelo para todos los que ponemos nuestra vida, nuestras fuerzas e inteligencia en tratar de “entender” y “atender” a los más necesitados.
Transcribo el salmo porque es para disfrutarlo y anotar bien a la hora de “pedirle al Señor” bendiciones concretas:
Dichoso el que piensa en el débil y el pobre y lo cuida,
en el día malo lo librará el Señor.
El Señor lo custodiará y le dará vida,
lo hará feliz en la tierra
y no lo abandonará a las ansias de sus enemigos.
Lo sostendrá en el lecho del dolor,
Y ablandará su cama en la enfermedad.

Y cómo se hace para “entender” al pobre?
Jesús nos muestra que “el sentido del pobre” se despierta cultivando la misericordia.
Si no entendés a los pobres, basta que te dejes conmover por la misericordia y que pongas algún gesto concreto y se te abrirán los ojos. Como bien dice Isaías: “cuando partas tu pan con el hambriento, en las tinieblas nacerá tu luz y tu oscuridad se volverá como el mediodía” (Isaías 58, 10).

No sé si se entiende bien lo que quiero comunicar con esto de que Hurtado haya encontrado (y traducido así a propósito) esta bienaventuranza. No es que “haya que ser misericordioso para entender al pobre”, no se trata de un “deber”, sino de que “entender al pobre es una alegría, una bendición”.
Y para qué sirve esto?
Y bueno, si uno es una persona que buscar ser bendecida, aquí tiene bendiciones por doquier y al alcance de su mano. Porque convengamos que pobres hay cada día más.
Pero la bienaventuranza no es sólo un sentimiento de alegría pasajero, que ciertamente uno experimenta siempre que se compadece de un pobre. Hay mucho más. La bendición del Salmo –que es personal y se orienta a recibir ayuda en los propios sufrimientos y enfermedades- en Jesús se convierte en algo más grande: en una bienaventuranza social.
En el libro sobre el “Humanismo social” , donde Hurtado pone este salmo, que es como la perla preciosa de su vida, Hurtado discierne tres actitudes ante el así llamado problema social.
La primera es la de los que, ante la pobreza y la injusticia, fomentan la lucha social, azuzan el odio de clases, echan leña al fuego. Todo sufrimiento los rebela y viven con bronca porque nunca llegan a solucionar todo.
La segunda actitud es la de los que, al ver la inmensidad del sufrimiento humano, se sienten tristes e impotentes y renuncian de entrada: “haga lo que haga no solucionaré los problemas”, se dicen. Y entonces se despreocupan y se dedican a lo suyo.
Hay una tercera actitud, que no es de bronca ni de tristeza, sino que brota de la misericordia y es de sincera colaboración social.

Bronca, tristeza y compasión son muy cercanas. Contempladas en Jesús podemos discernirlas y ordenarlas.
La bronca es necesaria a la compasión para neutralizar el mal. Indignarse ante la injusticia y embroncarse contra el mal son actitudes necesarias para frenar el mal. Pero no más. Compadecerse de verdad requiere que uno actúe contra el mal, pero no para agredir sino para neutralizar.
La tristeza es necesaria a la compasión para sintonizar con el otro. Si uno no siente pena y no le duele en la propia carne no se compadece bien. Pero hay que cuidar que la pena no nos inunde y se nos mezcle con nuestras heridas.
Si sintiendo esta ira y esta pena, nos concentramos en hacer un bien concreto, entonces actuamos con verdadera misericordia, con la misericordia de Jesús. Y el signo es la inmediata alegría y bendición que uno experimenta.
Esta misericordia que nos lleva a “entender” al pobre, es extensible a todas las personas y a toda la sociedad. El mal y la injusticia en todas sus formas no deben despertar en nosotros sino la ira y la tristeza necesarias para neutralizar sus efectos en la medida de lo posible . Poner gestos concretos de misericordia es lo que contiene la ira y la tristeza y atrae la bendición de Jesús, esa que da fruto y alegra el corazón.

Como siempre, una pequeña historia del hogar en la que sentí esta “alegría de entender un poquito más a los pobres”. Bajé a saludar a los del segundo turno y ya estaba llenito, Gracias a Dios, los que recibieron sus números fueron justitos los 86 y quedó afuera sólo uno, que el encargado hizo entrar y puso una silla en la cabecera (metele antes que vengan más).
Cuando entro en el primer comedor veo que habían prendido de nuevo la Tele y un jovencito se estaba sentando. Señores, ya saben que no hay que prender la tele durante el la comida. Eh padre, no sea malo. Queremos ver las noticias del Flaco (Spinetta). Todos queremos al Flaco pero durante el almuerzo no se mira tele. (Los viejos asentían en silencio y las dos mesas de jóvenes del fondo armaban quilombo y protestaban como chicos de colegio). Señores , esto no es una escuela. (Me dio bronca que no hicieran caso y después me dio pena porque la situación parecía propia de un secundario en el que muchos de los que estaban allí tendrían que estar en vez de andar en la calle). Padre explíquenos el motivo. Por qué no se puede ver tele, eh? Señor, ahora se hace lo que yo digo y comemos en paz, después si quiere le explico personalmente el motivo. Me fui para no reírme, porque me sentí como una vez que un alumno me hizo una pregunta de la que no tenía la menor idea e instintivamente zafé haciéndole una repregunta más difícil todavía. Después confesé que no sabía y que iba a estudiar el asunto, pero lo primero fue un contrataque fulminante. Bueno, acá pasó lo mismo porque no tenía ni idea de por qué no se podía ver la tele. Le pregunté a Sergio y él me dijo que siempre habíamos hecho así. Me fui a Susana y también me dijo que era de esas normas que seguían desde siempre y que la verdad es que podríamos revisar. Era por un lado porque sólo tenemos tele en el primer comedor. También para que la gente comiera rápido y se fuera y por otro lado porque si había un partido o algo era triste tener que cortarlo. Me parecieron bien los argumentos y volví al comedor. Señores, aquí traigo la respuesta: No se ve tele porque sólo tenemos en este comedor y no sería justo con los otros. Además… Esta bien, padre. Tiene razón, me atajó uno. No sería justo. Y todo el mundo asintió y se quedó piola en el molde. Los demás argumentos, no hicieron falta, gracias a Dios, porque el segundo era un tanto egoísta…
Toda la situación, que había comenzado medio pesadita (al pibe que prendió la tele casi lo hecho, para ser sincero) terminó con excelente humor. Y lo que sentí, es que el Señor me da la gracia de “entenderme” con los más pobres. Me pasa en la misa, que salen cosas que no había pensado, al ver que la gente asiente y también cuando tengo que corregir algo: en vez de enojarme, me sale una mezcla de buen humor y de comprensión que no me pasa con otros. Y en esto me quedé reflexionando que, como cuando se me ocurrió repartir los números, la justicia fue lo que más le interesó a la gente. Más que quedarse sin comer o no, más que poder ver tele o no, lo que les hizo bien es que alguien compartiera con ellos un problema, lo considerara y propusiera algo justo. El interés por responder con justicia les alegró el corazón y los puso bien más que ninguna otra cosa. Hambre y sed de justicia, lo llamó Jesús. Y que algo tan pequeño los saciara me hizo creer de manera nueva en lo real de las bienaventuranzas. Felices los pobres, porque las entienden. Y felices nosotros cuando los entendemos a ellos y aprendemos.

Diego Fares sj

Domingo 5 B 2012

El Señor ha salido… y ha quedado expuesto

Jesús salió de la sinagoga, fue a casa de Simón y Andrés con Santiago y Juan.
La suegra de Simón había caído en cama con fiebre, y de inmediato le hablaron a Jesús de ella. Acercándose la levantó tomándola de la mano: la dejó la fiebre y ella se puso a servirlos. Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados. Estaba la ciudad entera congregada delante de la puerta. Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era él.
Al amanecer, muy oscuro todavía, levantándose, salió y fue a un lugar solitario; y allí rezaba.
Salió a buscarlo Simón con sus compañeros, y cuando lo encontraron, le dijeron:
– «Todos te andan buscando.»
El les respondió:
– «Vamos a otra parte, a las poblaciones vecinas,
para que también allí pueda yo predicar
porque para eso he salido (del Padre).»
Y marchó y anduvo predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios (Mc 1, 29-39).

Contemplación
Le estuve dando vueltas al evangelio toda la semana y, esta mañana, al levantarme tempranito para hacer la contemplación, se me impuso la palabra salir.
En Marcos, Jesús siempre está saliendo de un lugar a otro. Saliendo a predicar y saliendo a rezar, sus dos actividades principales. Y en esta ocasión les revela a sus discípulos que este “salir” y “escaparse” (todos te andan buscando) responde a su ser profundo. Escuchémoslo:
Si Dios fuera su Padre me amarían,
porque Yo he salido de Dios y de Él he venido,
no he venido de mí mismo, sino que Él me envió (Jn 8, 42).
(Sepan que) el Padre mismo los ama,
porque ustedes me han amado y han creído que yo salí de Dios.
Salí del Padre y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo y regreso al Padre (Jn 16, 26-28).
Jesús se presenta a sí mismo como alguien que viene de parte de Otro. Ese otro es el Padre. Un Dios que, por un lado, nadie ha visto ni puede ver y, por otro lado, un Dios Padre que nos resulta muy familiar: es el Dios deseado, presentido, el Dios buscado, el Dios al que nos quejamos, es el Dios misterioso en diálogo con el cual transcurre nuestra vida en su cauce más profundo. Somos creaturas y, cuando lo experimentamos en las situaciones límite, tanto hermosas como angustiantes, la referencia a ese ¡Dios mío! surge de lo más hondo de nuestro ser.
Pareciera lo más difícil de probar y sin embargo Jesús utiliza el argumento de que él viene del Padre para lograr que creamos en Él. Y expone la fe en términos de amor: “si Dios fuera su Padre me amarían…” y “el Padre los ama porque ustedes me han amado a mí”.
El Señor se pone en medio, entre ese Padre misterioso y nosotros y nos da la clave: hay que mirarlo a Él “presintiendo” a nuestro Padre (misterioso) y entonces Jesús se transfigura y se nos vuelve amable, atrayente. O al revés, cuando algo en Jesús nos resulta atractivo hay que tomar conciencia de que eso es una gracia del Padre (“Nadie viene a mí si el Padre no lo atrae”. “Esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre sino mi Padre que está en el cielo”).
El criterio que nos lleva a creer en ese Padre y en Jesús es el amor que se despierta cuando nos metemos en esa relación que tienen ellos. La imagen de Jesús rezando, a solas, en un lugar desierto, y los discípulos que llegan a paso rápido y lo interrumpen para urgirlo: “todos te andan buscando”, irá cambiando poco a poco, hasta que llegue el momento en que, al verlo rezar, les den ganas de meterse allí y no de sacar a Jesús para que haga otras cosas: “Enséñanos a rezar”.
Es que Jesús “es” el Amor del Padre encarnado para nosotros en cada situación. El envío no es como el de un Rey lejano que manda un mensajero con una carta de invitación y luego que uno la recibe, puede ponerse en camino para ir al palacio. Cuando se nos acerca Jesús, cuando llama y le abrimos y pasa y nos vamos tras él, inmediatamente sentimos el Amor del Padre. Y es un Amor que nos sale de adentro, de nuestro propio corazón, y al mismo tiempo nos viene de afuera. En Jesús se activa la doble fuente del Amor. O triple, quizás, porque también el prójimo se nos vuelve amable en Jesús.
La gente lo entendía “intuitivamente” y por eso “estaba la ciudad entera congregada delante de la puerta” de la casa de Pedro.
Al acercarse a Jesús el Amor del Padre se vuelve “sanación para los enfermos”, “liberación de todos los malos espíritus” y “deseo de salir de sí y ponernos en seguimiento de Jesús”. De un Jesús que, por el amor que nos despierta, intuimos que viene del Padre que nos creó por amor y vuelve al Padre que nos espera con amor.
Así, en lo que hay que poner el oído del corazón es en el amor: si se siente o no, si se enciende o se entibia, si pacifica y ordena las pasiones y está tapado por alguna.
Jesús ha salido para eso. Para hacernos comprensible el Amor del Padre (“predicar no es hablar de cosas difíciles sino hacer sentir y gustar el Amor del Padre, como nos muestra Jesús con sus parábolas).
Y en el camino de vuelta al Padre –que pasa por la Cruz- Jesús nos atrae haciendo que ese amor sea real, paso a paso, llegando a cada prójimo, especialmente al que encontramos “al borde del camino”.

Y aquí me viene a los ojos la imagen de Nazario (casi siempre que me brota algún gesto especial con alguno de los más pobres que encuentro me sorprende que el nombre –cuando les pregunto cómo se llaman- sea algún derivado de Jesús o tenga que ver con el Hogar). ¡Nazario!, date cuenta. En el librito de Peregrinar… está la historia de “Jesús” (le pedí el documento y se llamaba Jesús nomás). Pero hay otros…

Al mediodía, la puerta del Hogar podía hacer pensar un poco en esa puerta de la casa de Simón y Andrés, delante de la cual se agolpaba toda la ciudad. A los que entran a la Casa de la Bondad y tienen que abrirse paso por la fila, les impresiona mucho lo golpeada que está la gente del segundo turno: mal vestidos, desaliñados, con lastimaduras, enfermos, con problemas de salud mental, jovencitos y viejos… El panorama es muy triste y como que la mirada se ataja para asimilar todas esas miserias como un solo bloque. Como cuando uno entra en una sala de hospital y se prepara para no ver sino enfermos y si alguna persona da más lástima, uno no se detiene sino que pasa hacia su familiar o amigo porque siente que si no se tiene que quedar con todos o con cualquiera…
Digo esto para dar una idea de cómo estaba Nazario para que, al quedar delante suyo para darle el papel con el número 40 y tantos, me tuviera que parar. Estaba tan flaquito con su traje gris sucio, sucio y los ojos inmensos y la boca desencajado, buscando aire, que me parecía que hasta preguntarle algo lo iba a lastimar. Cómo se llama, buen hombre. Nazario. ¿Nazareno? No. Nazario. Qué le pasó. Me dieron el alta en el Muñiz y estoy un poco débil. Tiene tuberculosis. Sí, pero me dieron el alta, aquí tengo el papel del doctor. Está bien, no hace falta. Pero cómo lo mandaron así. Me dijeron que vaya al Parador pero creo que no llego. Duermo acá cerquita, en un lugarcito. Venga, Nazario. Vamos a descansar un poquito adentro. Lo sostuve apenas del brazo y me lo llevé para adentro. Mientras recorríamos la fila, nadie dijo nada. Se arman esos silencios que yo llamo “religiosos”.
Pero más allá del caso y de cómo la situación social nos obliga a readaptar nuestros procederes y a estar atentos a algunos que, entre los pobres son pobrísimos, lo que me impresiona es lo personal.
Nazario me alegra cada tarde cuando entra al Hogar, cansado, y cada mañana cuando lo saludo y veo cómo va engordando de a poquito. Se lo ve sonriente, descansado. No está bien de salud, pero es otra persona. Y, Nazario, cómo vamos. Bien, padre. Mejorando de a poquito.
Estás un poco más gordo. Un poquito. Si pudiera prestarte unos kilos… Qué cosa, no, a unos les falta y a otros nos sobra. Esta bien así, padre. Si me presta esa panza me caigo para adelante… Nazario no solo sonríe sino que nos hace reír.
Reconozco que soy medio quinielero en esto de encontrarle significado a los nombres, pero así como otros se lo encuentran a los números y si alguno sueña con Cristo le juega al 33 yo, cuando alguno me “hace salir” algún gesto de amparo especial, le pregunto el nombre y no digo que gano en todas pero muy seguido acierto y el Nombre me sorprende. Uno de los significados de Nazario, es “refugiado”, “escondido”, “preservado del peligro”. Por eso a Jesús lo llamaban Nazareno, porque San José lo llevó a Nazareth para preservarlo de Herodes. Es que ese Jesús que salió del Padre quedó muy expuesto y necesitaba –necesita- ser cuidado, como todos los enfermitos y necesitados que se congregaban delante de la puerta de la casa de Pedro.
Diego Fares sj