Bautismo del Señor B 2012

Breves epifanías

Juan predicaba, diciendo:
«Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo,
y yo ni siquiera soy digno
de ponerme a sus pies
para desatar la correa de sus sandalias.
Yo los he bautizado a ustedes con agua,
pero él los bautizará con el Espíritu Santo.»

En aquellos días, Jesús llegó desde Nazaret de Galilea
y fue bautizado por Juan en el Jordán.
Y al salir del agua, vio que los cielos se abrían
y que el Espíritu Santo descendía sobre él como una paloma;
y una voz desde el cielo dijo:
«Tú eres mi Hijo predilecto,
en ti tengo puesto todo mi agrado» (Mc 1, 7-11).

Contemplación
Me quedé mirando el Cielo de Fano. Si lo miran bien es un Cielo real y contrasta con los dibujitos. Una de dos, o dibujó sobre una foto o lo pintó de manera realista, para que resalte. Me gustó porque expresa lo esencial de la Epifanía: quién es Jesús. Y lo expresa con una imagen: el cielo se abre –se vuelve lo más real- cuando Jesús, que se ha sumergido en las aguas – lo pasajero y conflictivo de la vida- sale de ellas. Es en ese momento que se “abren los cielos”, que es como decir “se abre nuestra mente” y podemos ver al panorama completo de la vida. Se escucha la voz del Padre (que estaba “invisible” en el Cielo) y nos revela que Jesús es su Hijo predilecto, en quien tiene puesto todo su agrado. Desciende del Cielo el Espíritu Santo y unge a Jesús para que “pase su vida haciendo el bien”, como dice Pedro en la segunda lectura.

Mirando más atentamente la imagen se nota el dinamismo: el Espíritu tiene a Jesús enganchado de la aureola trinitaria y lo alza y lo lleva hacia delante, hacia los discípulos, siguiendo el envión con que lo envió el Padre del Cielo. Esto lleva a pensar que el Cielo real no es un “lugar” sino un dinamismo: el cielo es el Amor que circula entre el Padre y el Hijo amado y llega a nosotros gracias al Espíritu, que es quien lo vuelve viable, comprensible.

Todas las parábolas del Reino de los cielos serán imágenes de este cielo abierto, en el sentido de transitable. El cielo de Jesús es un amor-cielo vivible en la tierra, en lo más dramático y pasajero de la vida cotidiana. Es un cielo-amor que crece como una semilla, que se trabaja como una viña, que se goza como una fiesta de bodas y cuya realización implica la lucha contra todo lo que quiere “cerrarlo”.

Yendo más hondo, gracias a la parábola de la imagen, podemos decir que el Cielo –este cielo abierto en el que es viable el Amor- es lo único real. Lo demás está dibujado. Jesús lo expresará cuando les diga a los que no creen y cuestionan su figura y sus pañabras –“quién te creés que sos”-, que “crean al menos en sus obras”. El dinamismo del Amor que el Señor pone en marcha, su amor en acción, es lo único “digno de Fe”, como bien dice von Balthasar: “sólo el amor es digno de fe”.
Solo el amor es cielo real –abierto-; lo demás son dibujos.
Todas las interpretaciones, aún las más ortodoxas y dogmáticas, son esbozos y es el amor el que las vuelve “reales”, comprensibles, abiertas.

Pensaba entonces “qué obras de amor he vivido en estos días en las que se haya abierto el cielo y se me haya vuelto comprensible Jesús”. Este enero el Hogar ha estado en paz para mi. Digo para mí por la función que me toca, que hace a la organización general, porque el Hogar siempre está en lucha para incluir bien y esta lucha se experimenta siempre en algún sector. Como esta primera semana hemos tenido muchos colaboradores y quedaron bien organizados los roles de cada uno, no he tenido casi que intervenir. Más bien me mantuve aparte para no complicar el servicio que se ha hecho en paz.
Las únicas intervenciones han sido para hablar con la gente nueva que viene y hace la cola desordenadamente y cuestiona todo. El discurso va por el lado de que”muchos comedores han cerrado y el Hogar sigue abierto y trata de atender a todos los que puede, por eso esperamos que sepan comprender nuestros límites. Ya el hecho de abrir en Enero es un esfuerzo, por eso les pedimos ayuda para que tengan paciencia y respeten las normas que damos, que no son arbitrarias sino para atender de manera justa a todos los que podemos…”.
Bueno, la charla va por ahí y la gente comprende, más allá de que siempre haya alguna discusión con alguno, como uno que cuando le pedí que despejara la puerta del vecino y le mostraba el cartel que habíamos puesto, se quejó con un “¡qué mala onda, cura!”. “Nada de mala onda, hermano. Aquí hay una onda excelente, así que no rompas, que te estoy pidiendo bien las cosas”. El “no rompas” capaz que estuvo de más, pero al sol del mediodía la buena onda se recalienta en dos segundos y se pudre todo. Menos mal que la gente se ríe y siempre alguno concilia: “todo bien, cura, no pasa nada!”.
Pero a lo que iba, repasando esta semana a la luz del evangelio, es que sentía que no había pasado nada “especial”, ninguna anécdota que sirviera para bajar el evangelio al amor cotidiano y ahí fue que tintineó un poquito más la palabra “abierto”. El Hogar sigue abierto en Enero. El Hogar abre todo el año.
¿Me voy a vender que es el cielo?
… Es verdad que a la mañanita, cuando se fueron los de la noche y todavía no entran los del desayuno, celebrar la misa en la oficina de la planta alta tiene mucho de Cielo. Y que ahora que Ana me prestó un climatizador portátil que no usaban en la casa de la Bondad, el mediodía con aire acondicionado hizo que ayer fuera un placer quedarme a preparar las clases y el retiro de marzo con los sacerdotes de la arquidiócesis. Pero eso no quita que haya que pasar por el bautismo de fuego que es cada turno de almuerzo, ese mar de reclamos en el que la pobreza nos sumerge cada día, los desahogos de la gente que no tiene a quién quejarse y se queja ante nosotros, en la mesa de entradas o en las entrevistas…
Una y otra vez el Hogar abre las puertas y se inunda de gente que (literalmente) abre todas las canillas de piletones y duchas para refrescarse un poco, come al ritmo de Gilda o de los wachiturros, se lleva sus “trofeos”, como dijo uno ayer, que fue Reyes, y me mostraba un chorizo envuelto en una servilleta, dos alfajores havanna y un pandulce: “estos son mis trofeos de hoy, padre” y sonreía contento, y se va más rápido de lo que vino, de nuevo al sol y a la calle, hasta mañana.
Una persona me comentaba algunas cosas que le parecía que no andan bien en el Hogar y yo le argumentaba tratando de relativizar algunos defectos pero no terminaba de cerrar la cosa. Entonces el argumento fue “¿vos te das cuenta lo que significa que el Hogar esté abierto? ¿Que tengamos la posibilidad de servir a nuestros hermanos todo el año? Yo pago el precio de todos los defectos. Los míos en primer lugar y los de cada uno. Pago el precio de todos los conflictos y de todos los sinsabores por los límites y pecados de cada uno y de la estructura en general. Por el sólo hecho de que San José nos de la gracia de estar abiertos.
Por estar abiertos mostramos la hilacha.
Por estar abiertos no podemos esconder nuestros defectos.
Por estar abiertos se hace visible todo lo que no sabemos, todo lo que no podemos, todo lo que no hacemos del todo bien.
Por estar abiertos a todos es que tenemos tantos a los que sólo le podemos decir “te podemos dar esto y nada más”.
Es cierto que la apertura del Hogar está lejos de ser la del Cielo.
Para estar abiertos tenemos turnos para todo: para unos está abierto el desayuno y el almuerzo y todas las prestaciones, para otros sólo las duchas y el segundo turno.
Para estar abiertos tenemos que cerrar para limpiar.
Para estar abiertos tenemos que poner horarios a la noche.
Para estar abiertos tenemos que dar turnos de ropería.
Para estar abiertos tenemos que dar número para las entrevistas.

Sin embargo hay mil momentos, en medio del incesante ir y venir de gente y de tareas, en que gracias a este estar abiertos tan pobre nuestro, Jesús hace que se le abra el Cielo a alguno en algún pequeño gesto de amor y sienta que de verdad es un hijo amado.
Pero eso, si uno lo cuenta, lo dibuja.
Para experimentar estas epifanías hay que sumergirse en el calor del comedor, ensuciarse las manos con las sobras de los platos, entrar al baño que quedó hecho una mugre, aguantar el enojo del que no pudo ser atendido o quedó afuera en la cola.

El dinamismo de “estar abiertos” es lo que provoca a Dios para que abra el Cielo.

Si no fuera verdad que Jesús abre el Cielo, la gente no se iría dando gracias por un pandulce (uno se había puesto en la esquina con dos envueltos con moño y los vendía a cinco pesos c/u. Claudia me lo contó porque le quería vender a ella y ella primero le pareció una ganga, porque estaban lindos y después cayó en la cuenta de que ¡eran los del Hogar!).
Si no fuera verdad los voluntarios no terminarían sonrientes la extenuante tarea de cada día.
Lo que pasa es que son epifanías breves, “aperturas cortitas”. Como la del Bautismo de Jesús, que no duró más de lo que se tarda en decir: “este es mi Hijo predilecto, en quien tengo puesto todo mi agrado” o “aquí tiene un pandulce, señor. Y feliz fiesta de los Reyes Magos”.

Diego Fares sj

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