Domingo 4 B 2012

La didáctica de Jesús

(Jesús con sus cuatro primeros discípulos…) entraron en Cafarnaúm, y cuando llegó el sábado fue a la Sinagoga y comenzó a enseñar.
Todos estaban asombrados de su didáctica, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.
Y de pronto, había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu inmundo que se puso a gritar diciendo:
– ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Viniste a acabar con nosotros? Te conozco, sé quién eres: el Santo de Dios.
Pero Jesús lo increpó, diciendo:
– Cállate y sal de este hombre.
Y sacudiéndolo violentamente el espíritu inmundo, gritando con un gran alarido, salió del hombre. Y quedaron todos pasmados de manera tal que se preguntaban unos a otros:
– ¿Qué es esto? ¡Una enseñanza nueva… y con autoridad…! Impera a los espíritus impuros y estos lo escuchan y le obedecen.
Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea (Marcos 1, 21-28).

Contemplación
Del griego nos han quedado algunas palabras casi tal cual. Uno sonríe un poco al ver que los que llamamos “escribas” eran los “grammaticos”… Gramma significa letra y decir de uno que es “un letrado” tiene, hoy como entonces, un matiz irónico.
La gente distinguía a Jesús de un letrado, lo distingue no sólo porque el contenido de su enseñanza es profundo (no se queda en la letra) sino porque su enseñanza (didajé) era entendible. Este aspecto “didáctico” también se nos ha quedado en el lenguaje con la misma palabra griega. Es una alabanza decir de alguien que es muy didáctico. En el fondo es una redundancia porque es como decir que una enseñanza es una enseñanza, que un maestro es un Maestro. Pero la redundancia vale. Con Jesús decían: “¡Qué Maestro es el Maestro! No es como los maestros”. Y uno entiende perfectamente.

La didáctica baja los contenidos de las teorías pedagógicas a la práctica y, de última, define al buen maestro. Porque los contenidos se pueden encontrar en muchos lados (hoy más que nunca), pero saber bajarlos a la realidad, saber despertar el interés, saber encontrar el ritmo de aprendizaje de cada uno…., esas son las cosas importantes. Cuando alguien enseña, de última, la autoridad le viene de su didáctica, de sus recursos para hacerse entender de manera eficaz. Y si la enseñanza es moral, la didáctica va unida al testimonio: nada más didáctico que agarrar y hacer uno lo que se le pide al otro. Aquí me acordé que Hurtado tenía una reflexión espectacular sobre esto a propósito de que somos instrumentos:
“Todo instrumento tiene punta y mango: el mango para el artífice; la punta para la materia que ha de ser modificada… La aguja vale por la punta, el cuchillo por el filo, la lapicera por la pluma. Adaptarse a Dios es menos difícil (Dios es una persona razonable); adaptarse a los hombres, ahí la dificultad, porque son raros, medio locos… El verdadero pescador es el que conoce los peces, (la) profundidad a que se esconden, ¡el verdadero momento de tirar…!” Aquí decimos: el maestro es el que sabe aprovechar cada ocasión y graba en el corazón y en la mente del alumno una enseñanza que no se olvida más.

La didáctica de Jesús se termina de comprobar con la liberación del endemoniado. Fue uno de esos momentos incómodos, esos en los que un desubicado rompe el clima y muchas veces tira abajo una clase magistral. El Señor reforzó su doctrina y la claridad de su mensaje haciéndose entender hasta por el demonio que trató de robarle la atención de la gente. Porque el demonio también es un experto en didáctica. Podríamos decir que el hecho de que el demonio se apodere de una de nuestras pasiones es una cuestión de didáctica. El mal espíritu nos convence de que la mejor manera de vehiculizar esa pasión (pongamos la ira), en un momento dado, es hacerle caso a él, que nos dice: “que no te agredan! Vos agredí primero o más fuerte”.

Una pequeña anécdota para bajar la enseñanza a lo cotidiano. Una de las personas que duermen en nuestra vereda de Regina, cuando está alcoholizado se pone notablemente agresivo y de manera particular con los sacerdotes. Las cosas que dice a los gritos siempre me hacen pensar en esos endemoniados del evangelio. Aunque mi mentalidad moderna lo filtre y ponga “enfermedad mental” allí donde el evangelio pone directamente “endemoniado”, siempre se percibe un “plus” de maldad cuando alguien grita desaforadamente cosas que lastiman. El demonio no se deja percibir directamente pero hay frutos tan podridos que uno dice “este está detrás”. Bueno, la cosa es que había fallecido la mamá de un amigo y vecino y, cuando salimos a la calle, Ramón se puso a insultarme y a gritarme cosas y sentí que lo tenía que frenar. Le pegué un grito a cinco centímetros de su cara: “¡CALLESÉ!, respete a la gente!”, y me salió tan fuerte y con cara de odio que, imaginando mi cara, me asusté a mí mismo más que a él. Por un momento quedó patitieso y sentí como si hubiera hecho callar al demonio. Sin embargo, el efecto rebote fue peor: “qué me vas a gritar vos a mí”, dijo (fue impresionante, más ahora que lo revivo, porque sacudió la cabeza y se lo dijo a sí mismo o fue como si otro se lo dijera:) “a mí nadie me insulta, h de p….” y empezó a insultarme dos veces peor que antes. Me di cuenta de que la había pifiado y no le dije nada más. Nos alejamos para no empeorar la cosa pero Ramón la siguió con mi amigo y todo terminó medio a los empujones.
Lo que reflexioné en ese momento fue que no sirve querer frenar la agresividad con agresividad: aunque yo no estaba enojado y pensé que el grito lo medía para que surgiera efecto, no sirvió. Se ve que mi medida no es para nada la de Ramón.

Al seguir rezando estos días con este evangelio fui sintiendo más cosas. Una fue pena: “qué lejos de la autoridad serena de Jesús”. El Señor tiene autoridad por su amor, un amor que lo lleva a encontrar el momento y el tono justo de voz que expulsa al demonio sin dañar a la persona. De ahí salió una pena más honda, porque si el Señor puede expulsar a esos demonios que se alojan en las heridas profundas de la gente, es señal de que es verdad su mensaje de que sólo la Misericordia vale y sirve. Ir a esas heridas con otra actitud que no sea la Misericordia es inútil. Solo una infinita Misericordia puede sanar los males del mundo y erradicar el mal espíritu que anida en las heridas hiriendo. Y ahí uno siente que esa misericordia no se improvisa, que hay que rezarla porque si no, ante la miseria humana nos sale un grito (o la mudez y el mirar para otro lado).

Hoy, al releer el pasaje, me llamó la atención las veces que repite “enseñanza”. Y de ahí salió lo de la didáctica. La gente sentía que a Jesús le entendía. Más aún: que la realidad le entendía (las tormentas, el agua, el pan…). Hasta el demonio entendía… y no le quedaba más remedio que hacerle caso. Esta fuerza irresistible de la Palabra –de una Palabra puesta en acción por un Jesús Maestro que se pone a enseñar- es La buena noticia. En Jesús uno siente que hay una palabra suya para cada cosa, para cada situación. Con Jesús entre nosotros se puede dialogar con todos y hasta el demonio va a tener que entender y si no quiere obedecer es libre de irse al infierno pero no joder a los demás. La gente sentía esta liberación cuando Jesús enseñaba. Pablo lo expresará perfecto cuando diga: “¡Quién podrá separarnos del amor de Cristo!” Nada ni nadie, nunca.

La enseñanza que me queda es la de la punta del lápiz. El lapicito de Jesús (así se llamaba a sí misma la madre Teresa), escribe mejor cuanto más lo acercamos al corazón de los demás.
La Palabra se vuelve didáctica en la cercanía con el prójimo.
Especialmente con el más necesitado.
No se puede hablar de misericordia sin estar muy cerca.
En la cercanía la Palabra del Señor hace sentir su misericordia y toda herida queda libre de la influencia del maligno (de sus suasiones de ira o de tristeza).

Una más sobre el mal espíritu y cómo se cura con lo que se aprende en la cercanía de la misericordia.
En este último tiempo, la frase más insidiosa se la escuché decir –la tiró como al pasar, pero se ve que la tenía preparada porque la repitió tres veces- a Chiche Gelblung. Estaba hablando con Diego Bonadeo, que adelgazó un montón, y el Chiche tiró “yo, por ejemplo, a los curas gordos no les creo”. Paré la oreja, porque me mató. Y el tipo, poniendo cara de nada remarcó: “No les creo. Porque hablan de la miseria que hay y los tipos están desbordados por el morfi. No les creo.”
Digo que fue insidioso porque liquidó de un plumazo la credibilidad de un buen porcentaje del clero. Esas frases entran y anidan. Confieso que me hizo pensar en retomar la dieta. Porque que un tipo que considerás un chanta te diga una verdad tan obvia, joroba.
Se ve que le seguí dando vueltas a la frase porque salió al repartir los números en la cola del segundo turno del comedor. Uno joven, al que no le vi bien la cara, me pidió un número viniendo de afuera de la fila y salió este diálogo:
– Y qué tenemos hoy, padre.
– Albóndigas con puré
– Deben estar buenas. Por la panza, digo, padre.
– A los curas gordos no hay que creerles, como dijo Chiche Gelblung.
– Yo, si me convencen, les creo -me contestó.
– Es que nosotros no hablamos mucho. Damos de comer, nomás.
– A esos les creo más -dijo él.
– Los gordos son más simpáticos –agregó otro-.
Fueron dos segundos, mientras me alejaba porque la fila era larga y él se metió entre los demás y la cosa pasó. Pero me quedó grabado el diálogo casi textual. Quizás porque me curó del otro. En la cercanía que da esa fila esperando para entrar, las palabras tienen otro sabor: siempre pasan cosas y si uno después las reza hay muchas enseñanzas de Jesús.
Digo que ese diálogo me curó del otro.
El otro diálogo me había dejado con mal sabor.
Cuando alguien ataca la credibilidad de la Iglesia tomando pie en los defectos y pecados del clero es triste y uno queda atado porque es juez y parte. Sentís que el otro “eligió una frase para dañar”. ¡Y con didáctica! Porque ese “yo no les creo” suscita en uno un “Yo tampoco…”
….. (salvo si convidan).
– A esos les creo más –como dijo mi amigo y defensor desconocido.
Diego Fares sj

Domingo 3 B 2012

Pescados a tiempo

Después que Juan fue arrestado, Jesús vino a Galilea, predicando el evangelio del Reino de Dios. Decía:
«Se ha cumplido el tiempo y está pleno, se ha vuelto cercano el Reino de Dios.
Conviértanse y crean en la Buena nueva.»
Y pasando por la ribera del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores.
Jesús les dijo:
«Síganme y los haré que se conviertan en pescadores de hombres.»
Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron.
Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan,
que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó,
y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron” (Mc 1, 14-20).

Contemplación
“Pescadores de hombres” es una metáfora difícil.
Siempre he admirado a los que tienen la gracia de “pescarnos para Jesús”.
Si se mira de afuera pareciera que tiene trampa: pescar a otro, engancharlo…, como que deja un gustito a que no se respeta la libertad. La imagen del pez coleteando desesperado y ensartado en el anzuelo no es para nada marquetinera.

Y sin embargo, muchos de los que vivimos desde adentro el haber sido pescados para Cristo (no lo digo de todo el mundo pero sí personalmente y también de muchos otros que conozco), agradeceremos eternamente a aquel que se animó a echarnos el ojo, mostrarnos el anzuelo y pegar el tirón que nos sacó de nuestro mar de cavilaciones y nos metió de cabeza en una misión del reino de la cual nos enamoramos y ya no volvimos más atrás.

Meditando la dificultad de la metáfora – no queda bien esto de ser “pescado”, más bien el mensaje debe ser confirmarle a cada uno que es un derecho suyo inalienable decidir sobre su vida, imaginar su futuro, realizar sus capacidades…- siento que el Señor la eligió a propósito: para que no queden dudas de que “no lo elegimos nosotros a Él sino que fue Él el que nos eligió a nosotros”.

Y aquí hay que detenerse y contemplar varias cosas.
La primera que elegí es el dibujito de Fano –esa Trinidad con Eucaristía y Palabra- remando alegre en la barquita de Pedro. Se nos pesca para entrar allí.
Me decía ayer una persona que hacía poco había entrado como voluntario a la Casa de la Bondad, el lindo clima que sentía, cómo entre todos podíamos ayudar realmente, y me preguntaba si yo estaba hace mucho. Yo le decía que sí, que hacía unos años, y como que allí le cayó una ficha y dijo claro, ustedes han visto esto desde el principio. Qué experiencia!
Como que valoraba el tiempo. Al estar en algo tan contundente, valoraba el tiempo pasado allí, en esa barca.
Cuando Pablo, en la segunda lectura, dice que “el tiempo apremia” utiliza “sys-tello” que significa “contracto”. El tiempo se contrae, se angosta (de ahí la angustia), se reduce, se va como agua por el sumidero. Esto no significa que ya viene el fin del mundo sino que es una característica propia del tiempo humano todo el tiempo: siempre es corto, se hace corto, como que se reduce y se escurre entre los dedos.
Jesús en cambio nos habla de un tiempo pleno al que uno puede acceder como salvado de un naufragio: “conviértanse y crean en esta buena noticia: que el tiempo se ha cumplido y es un tiempo pleno: el reino de Dios se ha vuelto cercano”.
Puesto en clave temporal: somos pescados de un tiempo que se agota, de un lago cuya agua se escurre por el desagüe…, a un tiempo pleno, a un tiempo “de Cielo”, que no se agota ni contrae sino que se expande y se dilata sin fin.

Es lo que uno siente cuando se sube a la barca de una obra en la que reina solo la caridad: el tiempo que se pasa allí es pleno y plenifica. Se puede vivir años o un día que todo vale y nada basta: un vasito de agua vale tanto como 50 martes a la noche junto a la cama de un enfermo, una mañana en el Hogar vale como 18 años o como 30 en el Comedor, que comenzó en el 82.
Que te pesquen de un lago que se seca y te enseñen a “evolucionar” como evolucionaron los primeros peces que salieron del agua, y a vivir del Aire –del Espíritu- es una gracia.
Que te pesquen del mar de dudas y cavilaciones en el que estás preso, mientras se te pasa el tiempo y no terminás de saber bien qué hacer que valga la pena, y te zambullan en interior de esa barquita en la que Rema la Trinidad, es una gracia.

Nos pescaron a la Vida desde esa Interioridad, desde esos dos Corazones que son un solo Corazón. Que Ellos hayan acercado su Tiempo Pleno y lo hayan metido a navegar en nuestra historia de tiempo angosto, y que uno se pueda subir a esa barquita en la que bogan mar adentro y realizan pescas milagrosas, es una gracia que no tiene palabras.

Por eso ese voluntario, al sentir lo lindo que es estar en la casa de la bondad, lo que valoraba era el tiempo. Con una sana admiración que no era envidia ante los que fueron pescados primero, que ojalá nunca caigamos en la tentación de sentir que “trabajamos toda la jornada y se nos paga igual que a los últimos”. Puede que el trabajo sea más, pero quién te quita haber vivido un Tiempo Pleno. Al fin y al cabo es el único tiempo que no se te pasó, que está enterito y rebosante dando Vida a tu corazón. Porque el amor no es sino tiempo – tiempo gastado en los demás y con los demás-. Y paradójicamente, el tiempo gastado así, es el Tiempo Pleno, la Vida eterna que le dicen.

Diego Fares sj

Domingo 2 B 2012

Un Jesús transitable

Estaba Juan otra vez allí con dos de sus discípulos
y, mirando a Jesús que pasaba, dijo:
«Este es el Cordero de Dios.»
Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús.
El se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó:
«¿Qué quieren?»
Ellos le respondieron:
«Rabí -que traducido significa Maestro- ¿dónde vives?»
«Vengan y lo verán», les dijo.
Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día.
Era la hora décima (las cuatro de la tarde).
Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo:
«Hemos encontrado al Mesías», que traducido significa Cristo.
Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo:
«Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas», que traducido significa Pedro” (Jn 1, 35-42).

Contemplación
Fano está inspirado. Su dibujito de Jesús Camino, hecho con tierra de todos los terrenos, surcado de hondonadas y horizontes, hecho de tierra y cielo, camino ancho que viene de abajo, caminito estrecho que se adentra en su Corazón, es una bellísima imagen que da cuenta de lo que sintieron Andrés y Juan cuando le fueron a contar a Simón que habían encontrado al Mesías.
Lo que para ellos fue encontrar al Mesías para nosotros es encontrar Alguien así, caminable, como el Jesús de Fano.
Un Jesús más navegable que internet, de fácil acceso, abierto a todos, un Jesús transitable, a quien se puede seguir hasta llegar adonde habita y quedarse con él toda la tarde. Un Jesús en quien el tiempo de los llamados –la hora décima- está siempre con la agenda libre para quien quiera acudir a entrevistarse con él. Un Jesús Camino que se conecta con todos los caminos, como se ve en la parte baja de su túnica que empalma con el camino de tierra que viene de su Pueblo.
Un Jesús a quien se puede acceder por todas partes: esa es la imagen linda de las fracturas de terreno y de los caminos que enganchan desde abajo, sin que se vea dónde pero sí que van todos para el mismo lado, para la altura del corazón del Señor.
Todo el evangelio nos habla de seguimiento: Jesús que pasa, los primeros discípulos que lo siguen; el “vengan y vean”, el ir con Él y quedarse, el ir a buscar a otros… Todo es camino. Pero camino alegre, camino amigable, camino hecho por el que se puede ir y venir, salir y regresar… Por eso es un tesoro que alguien nos dibuje esta profundidad accesible de Jesús de Nazaret. Porque nos lo han vuelto complicado, medio inaccesible, lejano, difícil de transitar… Y Jesús no es así. Jesús pasa y si ve que lo seguimos se da vuelta y nos dice qué querés y si uno se anima a preguntarle dónde vive ahí nomás nos invita y nos podemos quedar con él.
Anunciar a Jesús es anunciarlo transitable o no anunciar nada. Si el camino no llega hasta la puerta de tu casa no es camino. Si no pasa por la ribera donde andas pescando y si su casa no queda a unas pocas cuadras de la tuya no es camino. Si no se puede empalmar desde cualquier ruta paralela por la que te hayas metido no es el camino. Si no es de ida y vuelta, no es el camino. Si sólo vos tenés que caminar siguiendo a un Jesús va adelante, no es el camino. Jesús camino es de bajada también: él es el que viene, el que pasa a tu lado, el que te va a buscar y te carga en hombros como a la ovejita perdida o se te acerca cuando estás apaleado. El no solo es el Camino que conduce al Padre sino el que baja de Jerusalén a Jericó.
Bueno, cada uno se puede quedar contemplando el Jesúscamino de Fano e ir sintiendo con los pies su accesibilidad, como cuando uno pone los pies en las cintas o en las escaleras mecánicas y sube o camina al mismo tiempo que se deja llevar.
El dibujito tiene Evangelio –color evangélico, movimiento evangélico, materiales evangélicos- y pone la mirada a caminar alegremente recorriendo sonrisas y personajes, deteniéndose aquí y allá, subiendo y bajando… La oración es dejar que Dios con su pincelito nos dibuje estas imágenes de su Hijo en el alma: imágenes camino, imágenes que movilizan y dan sentido a nuestro caminar, imágenes que alimentan nuestra sed de ver horizontes que nos motiven a amar.
Y como siempre, paso al Hogar. Un amigo se reía de mi monotematismo: “te escucho predicar y cuento cuántas veces mencionás el Hogar”. Y yo le decía que por un lado es mi vida, pero por otro es lo único que le llega a la gente, como me dijo una vez uno en una misa en el Hogar en la que me metí en teologías y reflexiones varias hasta que me di cuenta de que estaban en otra y saqué un cuentito de Menapace. Después de misa se acercó este y me dijo: primero no lo entendía nada pero cuando contó el cuentito ahí sí que entendí todo”.
Las pequeñas historias del Hogar son transitables, llegan al corazón –no se detienen en los pensamientos sino que inciden, tocan –a veces acarician el alma y otras pegan duro-; y no sólo llegan sino que invitan, hermanan, hacen sentir que caminamos juntos, que vamos para el mismo lado, que uno tiene compañía.

En esto del Camino, hay uno al que le suelo esquivar y que ayer y anteayer fue muy lindo de recorrer. Es el camino de la cola para entrar al segundo turno del comedor. Hace tres días lo recorrí sintiéndome mal: ya se veía que “sobraba” gente. Los pibes que caen a última hora se amontonan en torno a algún amigo que está en la cola y se cuelan. Y los que están atrás haciendo bien la fila no se animan a decirles nada. Qué quiere, padre, que los saquemos a empujones… Los que se cuelan se hacen los giles: todobien, no pasa nada, cura. Yo estoy desde temprano lo que pasa es que fui enfrente un minuto… El guardia me dice que siempre es así, sólo que suele haber lugar para todos, pero que ahora que viene más gente se nota; el policía dice que él tampoco puede hacer nada porque se van metiendo… Yo recorrí la fila diciendo que no había lugar para todos y que por favor no se colaran, que yo no era policía y que si ni la policía podía hacer algo qué le iba a hacer… La gente de atrás desviaba la vista o bajaba la cabeza… Alguno musitaba una queja, otro un pedacito de protesta… Lo que más pena da es cuando la gente ni siquiera se enoja… En otros ámbitos si un vivo se quiere colar la gente lo llena de insultos y capaz que lo sacan a empujones. Pero entre los “sobrantes”, entre los “no ciudadanos” no hay ley: todo es a los empujones y el que está solo no puede “unirse” a otros ciudadanos contra una bandita que actúa en patota, porque después te los encontrás en la plaza y te fajan.
Recorrer ese caminito de 50 metros me hizo sentir como que me salía de la ciudad. Estás en medio de Buenos Aires en el 2012 y de golpe se abre un agujero negro que se traga la justicia, la civilización, la solidaridad.
Ahí nomás se pasa todo porque la mayoría entra a comer y los diez que quedaron afuera se dispersan… Pero todos fuimos testigos impotentes de un acto de injusticia. Que no alcance la comida es un límite y es difícil que uno se muera de hambre en el centro (dos se le colaron a Juliana en su comedor, como si fueran empleados de San Pablo que van a comer ahí al mediodía y después que se morfaron un bifecito con puré se fueron sin pagar diciendo que los habían mandado del Hogar y que creían que era gratis). Pero que el lugar donde queremos incluir se nos convierta en lugar de exclusión es algo que no se puede tolerar. Mirando a los que estaban amontonados colándose y a los que quedaban atrás en silencio, sentía esta indignación y ahí fue que escuché una vocecita, que no se de quien fue, porque cuando miré todos estaban mirando para otro lado, que dijo: haga algo ud., padre.
Yo busqué con los ojos para ver quién había hablado pero la cosa quedó entre tres que podían ser, aunque una cara se me quedó grabada: era de uno que viene siempre y hoy se quedaba afuera por los colados.
Después pensaba que igual todo viene bien, porque así la gente valora el sacar tarjeta y charlar con una asistente, lo cual le da derecho a entrar en el primer turno y se nota bien la diferencia: el que no da un paso más hacia lo que le va ofreciendo el Hogar, queda a merced de la ley de la calle…
De todas maneras sentí que si nadie hacía nada yo tenía que hacer algo aunque fracasara y me fui a comprar unos talonarios de números (tuve que caminar como diez cuadras al calor del mediodía por agarrar para el lado de Once en vez de ir a la librería de Pichincha) para dar al día siguiente.
El guardia me había dicho que ya lo habíamos intentado y que no había servido de mucho, pero igual dije que lo íbamos a intentar.
Y anteayer y ayer dimos números y algo cambió. Recorrer la cola dando un numerito a cada uno fue un momento muy lindo. Cuando le di a los dos primeros sentí que tenía un saborcito especial cortar el papelito y ponerlo en los dedos del otro. Me lo hizo sentir la manera como extendían la mano y lo agarraban. Se armó un clima respetuoso. Esa es la palabra: respetuoso. Ahora que escribo caigo en la cuenta de que es porque tengo los dedos acostumbrados a tomar la hostia entre las yemas y ponerla en la mano o en la boca de cada persona. Fue la misma sensación con el papelito y creo que la gente lo sintió porque iban agarrando cada uno el suyo con mucha unción. Yo primero miraba el número para cortarlo bien por el troquelado, pero, como decía, debió ser ese recuerdo táctil de la eucaristía lo que me llevó a levantar la mirada y mirarlo a los ojos al tercero y preguntarle como se llamaba. Ahí fue que la entrega de números cambió: repartí 51 números y me compartieron 51 nombres, muchos de los cuales ya olvidé, pero puedo reconstruir casi todas las miradas. Así fue que el caminito de la cola lo recorrí como dando la comunión.
La cuestión es que todo el mundo agradeció, les pareció que así era más justo y hasta nos divertimos un poco porque uno contó al otro día que le había jugado a la quiniela y le salió… Nadie se coló. Los que quedaron afuera el primer día se notó que era porque vinieron sobre la hora y al otro día vinieron antes y todo fue en paz. En paz porque fue justo. Todos pudieron caminar en paz esos metros de cola para entrar a comer en el Hogar.
Ya se que es una justicia pobrecita, que se da en medio de un océano de injusticias.
Pero no por eso dejar der ser absoluta en su transitoriedad: un acto de justicia es un acto de justicia. Y vale.
Además, refresca el alma y la fe porque sigue siendo verdad que a Jesús se lo encuentra por el camino y que los ojos se abren al realizar gestos como los de dar un numerito que son los mismos del partir el pan.
Diego Fares sj

Bautismo del Señor B 2012

Breves epifanías

Juan predicaba, diciendo:
«Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo,
y yo ni siquiera soy digno
de ponerme a sus pies
para desatar la correa de sus sandalias.
Yo los he bautizado a ustedes con agua,
pero él los bautizará con el Espíritu Santo.»

En aquellos días, Jesús llegó desde Nazaret de Galilea
y fue bautizado por Juan en el Jordán.
Y al salir del agua, vio que los cielos se abrían
y que el Espíritu Santo descendía sobre él como una paloma;
y una voz desde el cielo dijo:
«Tú eres mi Hijo predilecto,
en ti tengo puesto todo mi agrado» (Mc 1, 7-11).

Contemplación
Me quedé mirando el Cielo de Fano. Si lo miran bien es un Cielo real y contrasta con los dibujitos. Una de dos, o dibujó sobre una foto o lo pintó de manera realista, para que resalte. Me gustó porque expresa lo esencial de la Epifanía: quién es Jesús. Y lo expresa con una imagen: el cielo se abre –se vuelve lo más real- cuando Jesús, que se ha sumergido en las aguas – lo pasajero y conflictivo de la vida- sale de ellas. Es en ese momento que se “abren los cielos”, que es como decir “se abre nuestra mente” y podemos ver al panorama completo de la vida. Se escucha la voz del Padre (que estaba “invisible” en el Cielo) y nos revela que Jesús es su Hijo predilecto, en quien tiene puesto todo su agrado. Desciende del Cielo el Espíritu Santo y unge a Jesús para que “pase su vida haciendo el bien”, como dice Pedro en la segunda lectura.

Mirando más atentamente la imagen se nota el dinamismo: el Espíritu tiene a Jesús enganchado de la aureola trinitaria y lo alza y lo lleva hacia delante, hacia los discípulos, siguiendo el envión con que lo envió el Padre del Cielo. Esto lleva a pensar que el Cielo real no es un “lugar” sino un dinamismo: el cielo es el Amor que circula entre el Padre y el Hijo amado y llega a nosotros gracias al Espíritu, que es quien lo vuelve viable, comprensible.

Todas las parábolas del Reino de los cielos serán imágenes de este cielo abierto, en el sentido de transitable. El cielo de Jesús es un amor-cielo vivible en la tierra, en lo más dramático y pasajero de la vida cotidiana. Es un cielo-amor que crece como una semilla, que se trabaja como una viña, que se goza como una fiesta de bodas y cuya realización implica la lucha contra todo lo que quiere “cerrarlo”.

Yendo más hondo, gracias a la parábola de la imagen, podemos decir que el Cielo –este cielo abierto en el que es viable el Amor- es lo único real. Lo demás está dibujado. Jesús lo expresará cuando les diga a los que no creen y cuestionan su figura y sus pañabras –“quién te creés que sos”-, que “crean al menos en sus obras”. El dinamismo del Amor que el Señor pone en marcha, su amor en acción, es lo único “digno de Fe”, como bien dice von Balthasar: “sólo el amor es digno de fe”.
Solo el amor es cielo real –abierto-; lo demás son dibujos.
Todas las interpretaciones, aún las más ortodoxas y dogmáticas, son esbozos y es el amor el que las vuelve “reales”, comprensibles, abiertas.

Pensaba entonces “qué obras de amor he vivido en estos días en las que se haya abierto el cielo y se me haya vuelto comprensible Jesús”. Este enero el Hogar ha estado en paz para mi. Digo para mí por la función que me toca, que hace a la organización general, porque el Hogar siempre está en lucha para incluir bien y esta lucha se experimenta siempre en algún sector. Como esta primera semana hemos tenido muchos colaboradores y quedaron bien organizados los roles de cada uno, no he tenido casi que intervenir. Más bien me mantuve aparte para no complicar el servicio que se ha hecho en paz.
Las únicas intervenciones han sido para hablar con la gente nueva que viene y hace la cola desordenadamente y cuestiona todo. El discurso va por el lado de que”muchos comedores han cerrado y el Hogar sigue abierto y trata de atender a todos los que puede, por eso esperamos que sepan comprender nuestros límites. Ya el hecho de abrir en Enero es un esfuerzo, por eso les pedimos ayuda para que tengan paciencia y respeten las normas que damos, que no son arbitrarias sino para atender de manera justa a todos los que podemos…”.
Bueno, la charla va por ahí y la gente comprende, más allá de que siempre haya alguna discusión con alguno, como uno que cuando le pedí que despejara la puerta del vecino y le mostraba el cartel que habíamos puesto, se quejó con un “¡qué mala onda, cura!”. “Nada de mala onda, hermano. Aquí hay una onda excelente, así que no rompas, que te estoy pidiendo bien las cosas”. El “no rompas” capaz que estuvo de más, pero al sol del mediodía la buena onda se recalienta en dos segundos y se pudre todo. Menos mal que la gente se ríe y siempre alguno concilia: “todo bien, cura, no pasa nada!”.
Pero a lo que iba, repasando esta semana a la luz del evangelio, es que sentía que no había pasado nada “especial”, ninguna anécdota que sirviera para bajar el evangelio al amor cotidiano y ahí fue que tintineó un poquito más la palabra “abierto”. El Hogar sigue abierto en Enero. El Hogar abre todo el año.
¿Me voy a vender que es el cielo?
… Es verdad que a la mañanita, cuando se fueron los de la noche y todavía no entran los del desayuno, celebrar la misa en la oficina de la planta alta tiene mucho de Cielo. Y que ahora que Ana me prestó un climatizador portátil que no usaban en la casa de la Bondad, el mediodía con aire acondicionado hizo que ayer fuera un placer quedarme a preparar las clases y el retiro de marzo con los sacerdotes de la arquidiócesis. Pero eso no quita que haya que pasar por el bautismo de fuego que es cada turno de almuerzo, ese mar de reclamos en el que la pobreza nos sumerge cada día, los desahogos de la gente que no tiene a quién quejarse y se queja ante nosotros, en la mesa de entradas o en las entrevistas…
Una y otra vez el Hogar abre las puertas y se inunda de gente que (literalmente) abre todas las canillas de piletones y duchas para refrescarse un poco, come al ritmo de Gilda o de los wachiturros, se lleva sus “trofeos”, como dijo uno ayer, que fue Reyes, y me mostraba un chorizo envuelto en una servilleta, dos alfajores havanna y un pandulce: “estos son mis trofeos de hoy, padre” y sonreía contento, y se va más rápido de lo que vino, de nuevo al sol y a la calle, hasta mañana.
Una persona me comentaba algunas cosas que le parecía que no andan bien en el Hogar y yo le argumentaba tratando de relativizar algunos defectos pero no terminaba de cerrar la cosa. Entonces el argumento fue “¿vos te das cuenta lo que significa que el Hogar esté abierto? ¿Que tengamos la posibilidad de servir a nuestros hermanos todo el año? Yo pago el precio de todos los defectos. Los míos en primer lugar y los de cada uno. Pago el precio de todos los conflictos y de todos los sinsabores por los límites y pecados de cada uno y de la estructura en general. Por el sólo hecho de que San José nos de la gracia de estar abiertos.
Por estar abiertos mostramos la hilacha.
Por estar abiertos no podemos esconder nuestros defectos.
Por estar abiertos se hace visible todo lo que no sabemos, todo lo que no podemos, todo lo que no hacemos del todo bien.
Por estar abiertos a todos es que tenemos tantos a los que sólo le podemos decir “te podemos dar esto y nada más”.
Es cierto que la apertura del Hogar está lejos de ser la del Cielo.
Para estar abiertos tenemos turnos para todo: para unos está abierto el desayuno y el almuerzo y todas las prestaciones, para otros sólo las duchas y el segundo turno.
Para estar abiertos tenemos que cerrar para limpiar.
Para estar abiertos tenemos que poner horarios a la noche.
Para estar abiertos tenemos que dar turnos de ropería.
Para estar abiertos tenemos que dar número para las entrevistas.

Sin embargo hay mil momentos, en medio del incesante ir y venir de gente y de tareas, en que gracias a este estar abiertos tan pobre nuestro, Jesús hace que se le abra el Cielo a alguno en algún pequeño gesto de amor y sienta que de verdad es un hijo amado.
Pero eso, si uno lo cuenta, lo dibuja.
Para experimentar estas epifanías hay que sumergirse en el calor del comedor, ensuciarse las manos con las sobras de los platos, entrar al baño que quedó hecho una mugre, aguantar el enojo del que no pudo ser atendido o quedó afuera en la cola.

El dinamismo de “estar abiertos” es lo que provoca a Dios para que abra el Cielo.

Si no fuera verdad que Jesús abre el Cielo, la gente no se iría dando gracias por un pandulce (uno se había puesto en la esquina con dos envueltos con moño y los vendía a cinco pesos c/u. Claudia me lo contó porque le quería vender a ella y ella primero le pareció una ganga, porque estaban lindos y después cayó en la cuenta de que ¡eran los del Hogar!).
Si no fuera verdad los voluntarios no terminarían sonrientes la extenuante tarea de cada día.
Lo que pasa es que son epifanías breves, “aperturas cortitas”. Como la del Bautismo de Jesús, que no duró más de lo que se tarda en decir: “este es mi Hijo predilecto, en quien tengo puesto todo mi agrado” o “aquí tiene un pandulce, señor. Y feliz fiesta de los Reyes Magos”.

Diego Fares sj