Adviento 2 B 2011

Oxígeno Santo

Principio del Evangelio de Jesús
Cristo, Hijo de Dios.
Juan el Bautista se presentó en el desierto…
predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados
como está escrito en el libro del profeta Isaías:
‘Mira, envío a mi mensajero delante de tu rostro para que apareje tu camino”. “(lo envío como la) Voz de uno que grita en el desierto:
‘Preparen el camino del Señor, rectifiquen sus senderos’,
Y acudía a él toda la gente de Judea y todos los habitantes de Jerusalén
y se hacían bautizar en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.
Juan andaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero,
y se alimentaba con langostas y miel silvestre.
Y predicaba, diciendo:
‘El que es más fuerte que yo viene detrás de mí,
Uno ante quien yo no soy digno ni de desatar, arrodillado,
la correa de sus sandalias.
Yo los he bautizado a ustedes con agua,
pero él los bautizará en Espíritu Santo’ (Mc 1, 1-8).

Contemplación

Alessandro Pronzato, que es una especie de Juan Bautista moderno (con sus “Evangelios molestos” y su palabra siempre intranquilizante) hace notar que Juan se va al desierto, no a la plaza pública. El dice: si querés predicar en la plaza y que todos te escuchen te encontrarás con el desierto (escondido en la superficialidad de la atención de la masa). Si te vas al desierto, encontrarás al hombre que tiene ganas de escuchar. Esto por lo de toda la gente que “acudía a Juan” que se había escondido en el desierto. La buena noticia de que viene un Dios a perdonarnos los pecados requiere corazones que anden buscando que les perdonen los pecados. El que no siente que le tienen que perdonar mucho, es más, el que siente que con Dios todo bien, salvo por supuesto por algunas cositas (no rezar y faltar a misa, que para nada quiere decir que uno no adore a Dios ni que no le de importancia a las fiestas de bodas que él organiza para su Hijo, sino que es por falta de tiempo); el que siente que con el prójimo se podría hablar de un empate (en esto de los pecados) y que a veces uno está un game arriba en paciencia y a veces un set abajo porque decididamente juzgó que el otro es impresentable y decididamente digno de que se lo haga a un lado, pero no es que para nada uno se sienta deudor de su familia y de sus amigos en la ternura del amor y deudor de sus adversarios y enemigos en la grandeza del perdón, para el que no siente que es un pecador, la buena noticia del perdón de los pecados no hay que dársela en público sino que la tiene que ir a buscar en privado. Escaparse un rato o un fin de semana del aglomeramiento interior en el que uno se está comparando constantemente con los demás, realizando pequeños acomodamientos (me acomodo y me miento) como en un subte lleno, pero sin moverse casi y yendo todos para el mismo lado…, escaparse, digo, supone profundizar: el desierto no está más lejos sino más hondo. Apenas uno profundiza se queda solo porque en lo hondo nuestra vida es única y sólo estamos enteros ante Dios. Si uno profundiza se encuentra con su fragilidad de creatura y esa vida que late en nuestro corazón y no está al alcance de nuestro control sólo puede compararse y medirse con la misteriosa capacidad de dar vida que tiene El que nos la dio. Aunque no lo veamos podemos hablarle y decirle, como amor de creaturas: “gracias a Vos, Padre de mi vida. Tu hijo, tu creatura, te adora y te alaba de todo corazón y necesito ponerme en tus manos y que Vos me hables y me fortalezcas y me mires hasta el fondo de mi ser”.
Al que sale de sí (del sí comparativo y autorreferencial) y entra en sí (en su sí único y deseoso de encontrarse con alguien así como el Dios de Jesús), se le puede hablar de un bautismo que lo sumergirá en una vida nueva, limpia de todo pecado y llena de la gracia de Dios.

Y lo primero que nos dice Juan es que hay un bautismo que perdona los pecados morales y que es preparación para otro bautismo mejor: el que nos sumerge en la Vida del Espíritu Santo. Un bautismo que nos libera no solo de los pecados morales, que siempre tienen algo que es cuestión cultural, que depende de la sociedad en que se vive y de las costumbres en las que nos movemos…, este bautismo de un Jesús “más grande”, a quien Juan dice que no es digno ni de agacharse a desatarle la correa de las sandalias, es un bautismo que nos sumerge en Dios. Y para que esto no nos parezca raro ni muy místico, Dios mismo viene y se sumerge en nosotros, se tira de cabeza al río de la historia y se encarna en la pequeñez de una cultura y de unos pocos años de vida para dar testimonio de que se puede vivir “bautizados en Dios”, como vivió Jesús.

Este bautismo en el Espíritu Santo es eso: un bautismo, un chapuzón. En el Reino de Dios hay que entrar. No hay que mirarlo por teve. Hay que meterse. Tirarse de cabeza, como hacían los enfermos y pecadores cuando pasaba Jesús. El que no grita como Bartimeo “Jesús, hijo de David, ten piedad de mí”, se queda ciego; el que no se anima a tocarle el manto como la hemorroísa, se desangra; el que no es capaz de subirse a la higuera, como Zaqueo, se pierde la oportunidad de dar la mitad de sus bienes a los pobres y de tener a Jesús de invitado en su casa; el que no se sumerge en sus ojos que miran amando, como el joven rico, se vuelve triste a seguir administrando sus bienes; el que siempre zafa y la vida nunca lo pone humillado ante Jesús, como a la mujer pecadora, nunca escuchará el “yo tampoco te condeno” de la boca del Maestro. El que no se anima a que Jesús le pregunte tres veces si lo quiere como amigo, se quedará como “conocido”…
Y así, es tarea de cada uno encontrar la mano del personaje evangélico que es para que yo la tome y me largue con él a la pileta del seguimiento de Jesús.
A mi me gusta la mano de la Virgen, que es un Sí grande del que se agarran todos: agarrarse de su mano –firme y pequeñita- es agarrarse de la mano de cualquier pobre y necesitado, que seguro está agarrado a la de ella. Y si la mano de María es decidida y limpia como mano de madre, también es lindo agarrarse de la mano de San José (aunque más bien tendrá que ser del bastón, porque las otras dos las suele tener ocupadas con tanto “toma al Niño y a su Madre y huye a Egipto, toma al Niño y a su Madre y regresa de Egipto…). San José es otro que se tira de cabeza cuando escucha esas mociones que para otro serían simples sueños y para su fe son la voz del ángel del Señor.
Entrar en el ámbito del Espíritu, entrar en el reino. De eso se trata.
Y aquí está el primer pecado “post-moderno” (que es el de siempre, pero con otras excusas): el pecado de no entrar, de no acudir a la invitación a la fiesta. Para entrar al Reino hay que entrar de cabeza: hay que “adorar”. Y las excusas para no adorar son muchas pero cuanto más se multiplican más grave es este pecado que nos mata de sed el alma. Es un pecado de ceguera libre más que de mala voluntad carnal. No adorar, para una creatura, es como no cargar pilas para un dispositivo electrónico. A veces pienso el tiempo que me lleva atender los aparatos que tengo estando atento a que no se le acaben las pilas. El tiempo de estar atento que lleva recargar el celular, la ipad… No adorar es como no recargar baterías. Quién te crees que sos, cuánta autonomía crees que tenés, que salís a la calle sin haber recargado tu alma con un ratito de oración. Te creés que podés funcionar sin comulgar ni confesarte por períodos prolongados y luego te extrañás de que te afectó tanto algún contratiempo o que te faltó lucidez o fortaleza para cumplir con tus obligaciones normales.
No adorar es como no respirar. Dicen que Nadal se recupera del agotamiento de los partidos pasando un rato en una cámara («BUBBLE, pure air» ) en la que, simplemente, respira oxígeno puro. Una linda imagen de lo que significa adorar: pasar un rato respirando Oxígeno puro. Al fin y al cabo “Espíritu” es “aire” y el aire puro es el que tiene oxígeno puro.
Que el Señor nos sople todas las pretensiones y nos de deseo de este Oxígeno Santo, Señor y dador de Vida.
Le rezamos el Ven Creador (versión casera) al Espíritu con el que viene a llenarnos Jesús en el Adviento:

Ven, Creador Espíritu Divino,
a visitar el alma de tus fieles.
Llena con la gracia de lo alto
el corazón de los que Tú creaste.
Tú, que cuyo Nombre es “El que nos consuela”
eres el Altísimo Don del Dios Altísimo,
la Fuente viva, la Caridad,
la Unción espiritual y el Fuego.
Tú, que Te nos das en siete Dones,
y eres dedo índice de la Voluntad Paterna,
Tú, prometido ritualmente por el Padre,
pones en nuestros labios los tesoros de la Palabra…
…y enciendes con tu luz nuestros sentidos,
infundes tu amor en nuestro pecho,
fortaleces con tu fuerza inquebrantable
la flaqueza carnal de nuestro cuerpo,
Tú repeles muy muy lejos al enemigo
y nos das tu paz y tus dones justo a tiempo.
Conducidos por Ti siempre podremos
evitar los peligros que nos rondan.
Es gracias a Ti que conocemos al Padre
y a su Hijo Jesucristo, nuestro Hermano,
y creemos, hoy y en todo tiempo,
en Ti que eres de ambos el Espíritu.
Gloria sin fin al Padre y, con el Padre,
al Hijo, resucitado de la muerte,
y al Espíritu Santo que los une
desde siempre, por siempre y para siempre.

Diego Fares sj

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