Oportunidades a medida
En aquél tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Miren, estén despiertos,
porque no saben cuándo es el tiempo de gracia.
Es como un hombre que emprendiendo un viaje,
dejó su casa y lo puso todo en manos de sus servidores,
señalando a cada cual su tarea,
y al portero le ordenó que velase.
Velen, entonces,
porque no saben cuándo llegará el dueño de casa,
si a primera hora de la noche,
o a la medianoche,
o al canto del gallo
o a la madrugada.
No sea que llegando de improviso los encuentre durmiendo.
Y esto que les digo a ustedes, se lo digo a todos: ¡Velen!» (Mc 13, 33-37).
Contemplación
“Miren, estén despiertos, porque no saben cuándo es el tiempo de gracia”.
… Y con una parábola el Señor ilustra esta frase suya que muestra la comprensión esencial que tiene sobre lo que es la vida y lo que es el ser humano.
¿Qué es la vida? Una oportunidad, dice Jesús. Así que “no te la pierdas”.
Lo que quiere decir es que si es una oportunidad hay que agarrarla antes de que se pase, aunque no sepamos bien qué es.
Y esto “repetidamente”: a cada momento, la vida es una oportunidad que no hay que dejar pasar.
Hace unos días salí a comprar zapatillas. Suelo curiosear a veces en las tiendas de ropa pero como todo lo que me gusta está carísimo termino por no comprar nada, así que ya voy como predispuesto a no encontrar. La cosa es que en Falabella ¡oh sorpresa! encontré unas adidas a las que no les podía poner ningún pero (confieso que soy un poco vueltero con la ropa y si las zapatillas vienen con tiritas de otro color como las que me regaló Nacho, las cambio por otra cosa, o si el pullover que está tejiendo María es jaspeadito , meto la pata y sin saber que era para mí, digo que está lindo pero que yo no me lo pondría y quedo mal para siempre). La cuestión es que estas estaban perfectísimas: negras hasta en las tiritas, sin nada de nada de otro color … quizás un poquito más brillante el negro de las tres tiras) y no demasiado caras. Tanto me cayeron bien que accedí a probármelas, cosa que indica que estaba totalmente fascinado con las zapatillas. Las sentí cómodas y le dije a la vendedora que las llevaba (doy vueltas pero cuando me decido me decido, como cuando el padre Pangrazzi me dijo “vos siempre vas a dar vueltas y a postergar tanto las cosas que al final no vas a entrar a la Compañía” y ahí mismo me subí a la bici, le presenté al General no se cuantos la carta de Bergoglio en la que decía que estaba admitido al pre noviciado de la Compañía de Jesús y se pedía la exención al servicio militar y al otro día me vine para Buenos Aires). No se por qué estaba distraído con estos pensamientos cuando la vendedora me trajo al presente y me dice que cómo voy a pagar y le digo que en efectivo y me dice “mire que si tiene tarjeta de débito Galicia hay un descuento del 25%”. Sonamos, pensé. Ahora no las compro nada. Yo tengo en el Galicia la tarjeta del sueldo de profesor de la UCA, que no es mucho, porque en la facultad de Devoto solo doy dos horas un cuatrimestre, y no la uso nunca ni la llevo encima. Ya me había decidido a hacer el gasto, pero ahora ese 25% me picaba. Eran como 90 pesos (para el que tenga curiosidad acerca del precio). Ahora no las compro, pensé para mí, porque digo que voy a buscar la tarjeta y ya se que después no vuelvo (el 25% era sólo por unos días y de esas zapatillas “de casualidad había encontrado número porque por las ofertas la gente había llevado mucho”). La vendedora, que tenía el sentido justo de no ser ni pesada ni indiferente, me dijo justo ahí: “si quiere se las guardo hasta mañana” (ahora que lo pienso, reconozco que fue una buena vendedora . De hecho cuando volví a las dos horas, le dije a la otra que le agradeciera porque me había guardado las zapatillas con cartelito y todo). Dije que sí, pero que no estaba seguro de poder volver. Ella me dijo que ella ya terminaba pero se las dejaba anotadas a una compañera y yo me fui para no volver, como dice la zamba. Pero volví. Me tomé el trabajito aunque estaba cansado. Fui al Hogar, después a casa, agarré la tarjeta, me tomé el subte, pensé que como no sabía la clave de mi tarjeta me la iban a rebotar como pasa en algunos negocios que con el DNI no basta, por las dudas le pregunté a otro vendedor si hacía falta clave y me dijo que no, llegué al segundo subsuelo, pedí las adidas con mi nombre, la tarjeta funcionó y ahora no tengo excusa para no caminar en la cinta a la mañana, antes de la misa.
La verdad es que así como creo con todo el corazón que Jesús vive “ofreciéndome oportunidades” no creo en todas las “ofertas” y “Sales” del comercio en nuestra ciudad. Y me da bronca que las ofertas no sean ofertas, que tengan trampita, como estas zapatillas que te dicen el 25% y en realidad es el 18% porque remarcaron. Así y todo, si uno busca y rebusca, incluso con chicaneo y avivadas, de vez en cuando se encuentra en el mundo de los negocios la oferta justa para uno. Y hay que saber aprovecharla. Sin la ingenuidad del que cree en todas las ofertas y sin el escepticismo del que no cree en ninguna.
Y aquí viene lo de Jesús. ¡Jesús hace ofertas de verdad!
Es perniciosa la mentalidad mundana que nos ciega la mirada y no nos permite ver a un Jesús que se goza y se alegra de corazón imaginando oportunidades únicas y a la medida para cada uno. Y esto renovadamente, todos los días, hasta el último instante de cada vida.
Si hay una imagen linda de Dios es esta: la de un Dios que prepara todo para que yo encuentre mis adidas perfectas, vendidas por la vendedora oportuna, al precio considerablemente más barato del mercado en el momento en que las necesito de verdad. Esto que en el mundo ocurre muy de vez en cuando, en el Reino es lo habitual.
Así que ¡hay que avivarse!
La advertencia “estén atentos” no es una simple recomendación. Hay que sentir-dolorosísimamente si hace falta, pero de una vez por todas- que si yo no he visto aún ninguna perla preciosa en mi vida es porque soy un “ciego de nacimiento” y no veo las ofertas que tengo ante mis ojos nublados vaya a saber por qué nostalgia; y si yo no he encontrado aún ningún tesoro en el campo es porque soy un “paralítico” empedernido como el que estuvo 30 años al lado de la fuente y no he salido a caminar atento a los lugares donde piso; y si yo no he escuchado ninguna voz del cielo en mi corazón que me diga que Jesús es el Hijo amado, es porque soy un “sordo” que no quiero oír; sordo culposo como el del chiste, y cuando Dios me saluda de lejos le respondo con indignación fingida “de qué chancho me hablás”. El chiste es buenísimo y me lo contó Miguens (que de paso dice que las contemplaciones están buenas pero que a veces no ve qué tienen que ver con el evangelio del día): resulta que un paisano sordo como una tapia le roba el chancho al vecino y a la mañana siguiente el vecino, sin saber todavía nada, lo saluda de lejos diciendo, con la mano en alto: “hola paisano” y el sordo haciéndose el desentendido le responde, juntando los dedos: “¡de qué chancho me hablás!”).
Mientras muchos opinan que si esto o lo otro, que si la vida tiene sentido o no…, mientras muchos se distraen con lo primero que se les presenta, Jesús abre el juego: la vida es “lo que Otro te puso en tus manos y te señaló como tarea. Estate atento a cuando vuelva el que te la encomendó”. Esto quiere decir que hay que espabilarse en dos direcciones: una para ver lo que tenemos entre manos como un don, como una oferta maravillosa, como un tesoro que se nos ha confiado; la otra es para estar atentos a la Persona que nos confió las tareas y las cosas y a esperar con ilusión su venida. No solo la última, sino la de cada día.
El Adviento es tiempo para no dejar pasar la oportunidad, es “kairos”, tiempo de gracia.
Y el evangelio nos grita: ¡Avívate que en Jesús hay ofertas!
¡Y son de verdad!
Justas para vos, para lo que andás buscando (¿sabés qué es lo que andás buscando?)
Es fácil.
Escuchá tus quejas.
Mirá qué es lo que te falta.
¿Podés creer que Jesús tiene justo lo que te hace falta?
El problema de este mundo, como decía Steve Jobs, es que la gente no sabe lo que quiere hasta que se lo ponés en las manos.
Jesús lo sabe y nos pone en las manos la Eucaristía, nos pone en las manos a los pobres, nos manda por mail el evangelio, nos invita a sus retiros…
Lo que pasa es que muchos no creen que las ofertas sean de verdad y para ellos.
Nos pasa con alguna gente que llega al Hogar o a la Casa de la Bondad. No pueden creer que sea para ellos. No pueden creer que sea gratis, que haya gente planeando todo el tiempo cómo brindar mejor un servicio “totalmente gratuito”, como le decía Machado a su compañero de sala en el hospital.
Yo pienso: si nosotros, con todos nuestros límites, hemos descubierto la alegría de “ofrecer” cosas lindas y gratuitas a nuestros hermanos ¿no podemos “cambiar radicalmente nuestra imagen aburrida de Dios” y soñar al Dios de Jesús, al Dios que se requetealegra de inventar oportunidades a medida para que yo descubra y acepte plenamente su amor?
Diego Fares sj