Adviento 1 B 2011

Oportunidades a medida

En aquél tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:

«Miren, estén despiertos,
porque no saben cuándo es el tiempo de gracia.
Es como un hombre que emprendiendo un viaje,
dejó su casa y lo puso todo en manos de sus servidores,
señalando a cada cual su tarea,
y al portero le ordenó que velase.

Velen, entonces,
porque no saben cuándo llegará el dueño de casa,
si a primera hora de la noche,
o a la medianoche,
o al canto del gallo
o a la madrugada.
No sea que llegando de improviso los encuentre durmiendo.

Y esto que les digo a ustedes, se lo digo a todos: ¡Velen!» (Mc 13, 33-37).

Contemplación

“Miren, estén despiertos, porque no saben cuándo es el tiempo de gracia”.
… Y con una parábola el Señor ilustra esta frase suya que muestra la comprensión esencial que tiene sobre lo que es la vida y lo que es el ser humano.

¿Qué es la vida? Una oportunidad, dice Jesús. Así que “no te la pierdas”.

Lo que quiere decir es que si es una oportunidad hay que agarrarla antes de que se pase, aunque no sepamos bien qué es.
Y esto “repetidamente”: a cada momento, la vida es una oportunidad que no hay que dejar pasar.

Hace unos días salí a comprar zapatillas. Suelo curiosear a veces en las tiendas de ropa pero como todo lo que me gusta está carísimo termino por no comprar nada, así que ya voy como predispuesto a no encontrar. La cosa es que en Falabella ¡oh sorpresa! encontré unas adidas a las que no les podía poner ningún pero (confieso que soy un poco vueltero con la ropa y si las zapatillas vienen con tiritas de otro color como las que me regaló Nacho, las cambio por otra cosa, o si el pullover que está tejiendo María es jaspeadito , meto la pata y sin saber que era para mí, digo que está lindo pero que yo no me lo pondría y quedo mal para siempre). La cuestión es que estas estaban perfectísimas: negras hasta en las tiritas, sin nada de nada de otro color … quizás un poquito más brillante el negro de las tres tiras) y no demasiado caras. Tanto me cayeron bien que accedí a probármelas, cosa que indica que estaba totalmente fascinado con las zapatillas. Las sentí cómodas y le dije a la vendedora que las llevaba (doy vueltas pero cuando me decido me decido, como cuando el padre Pangrazzi me dijo “vos siempre vas a dar vueltas y a postergar tanto las cosas que al final no vas a entrar a la Compañía” y ahí mismo me subí a la bici, le presenté al General no se cuantos la carta de Bergoglio en la que decía que estaba admitido al pre noviciado de la Compañía de Jesús y se pedía la exención al servicio militar y al otro día me vine para Buenos Aires). No se por qué estaba distraído con estos pensamientos cuando la vendedora me trajo al presente y me dice que cómo voy a pagar y le digo que en efectivo y me dice “mire que si tiene tarjeta de débito Galicia hay un descuento del 25%”. Sonamos, pensé. Ahora no las compro nada. Yo tengo en el Galicia la tarjeta del sueldo de profesor de la UCA, que no es mucho, porque en la facultad de Devoto solo doy dos horas un cuatrimestre, y no la uso nunca ni la llevo encima. Ya me había decidido a hacer el gasto, pero ahora ese 25% me picaba. Eran como 90 pesos (para el que tenga curiosidad acerca del precio). Ahora no las compro, pensé para mí, porque digo que voy a buscar la tarjeta y ya se que después no vuelvo (el 25% era sólo por unos días y de esas zapatillas “de casualidad había encontrado número porque por las ofertas la gente había llevado mucho”). La vendedora, que tenía el sentido justo de no ser ni pesada ni indiferente, me dijo justo ahí: “si quiere se las guardo hasta mañana” (ahora que lo pienso, reconozco que fue una buena vendedora . De hecho cuando volví a las dos horas, le dije a la otra que le agradeciera porque me había guardado las zapatillas con cartelito y todo). Dije que sí, pero que no estaba seguro de poder volver. Ella me dijo que ella ya terminaba pero se las dejaba anotadas a una compañera y yo me fui para no volver, como dice la zamba. Pero volví. Me tomé el trabajito aunque estaba cansado. Fui al Hogar, después a casa, agarré la tarjeta, me tomé el subte, pensé que como no sabía la clave de mi tarjeta me la iban a rebotar como pasa en algunos negocios que con el DNI no basta, por las dudas le pregunté a otro vendedor si hacía falta clave y me dijo que no, llegué al segundo subsuelo, pedí las adidas con mi nombre, la tarjeta funcionó y ahora no tengo excusa para no caminar en la cinta a la mañana, antes de la misa.

La verdad es que así como creo con todo el corazón que Jesús vive “ofreciéndome oportunidades” no creo en todas las “ofertas” y “Sales” del comercio en nuestra ciudad. Y me da bronca que las ofertas no sean ofertas, que tengan trampita, como estas zapatillas que te dicen el 25% y en realidad es el 18% porque remarcaron. Así y todo, si uno busca y rebusca, incluso con chicaneo y avivadas, de vez en cuando se encuentra en el mundo de los negocios la oferta justa para uno. Y hay que saber aprovecharla. Sin la ingenuidad del que cree en todas las ofertas y sin el escepticismo del que no cree en ninguna.

Y aquí viene lo de Jesús. ¡Jesús hace ofertas de verdad!

Es perniciosa la mentalidad mundana que nos ciega la mirada y no nos permite ver a un Jesús que se goza y se alegra de corazón imaginando oportunidades únicas y a la medida para cada uno. Y esto renovadamente, todos los días, hasta el último instante de cada vida.
Si hay una imagen linda de Dios es esta: la de un Dios que prepara todo para que yo encuentre mis adidas perfectas, vendidas por la vendedora oportuna, al precio considerablemente más barato del mercado en el momento en que las necesito de verdad. Esto que en el mundo ocurre muy de vez en cuando, en el Reino es lo habitual.
Así que ¡hay que avivarse!

La advertencia “estén atentos” no es una simple recomendación. Hay que sentir-dolorosísimamente si hace falta, pero de una vez por todas- que si yo no he visto aún ninguna perla preciosa en mi vida es porque soy un “ciego de nacimiento” y no veo las ofertas que tengo ante mis ojos nublados vaya a saber por qué nostalgia; y si yo no he encontrado aún ningún tesoro en el campo es porque soy un “paralítico” empedernido como el que estuvo 30 años al lado de la fuente y no he salido a caminar atento a los lugares donde piso; y si yo no he escuchado ninguna voz del cielo en mi corazón que me diga que Jesús es el Hijo amado, es porque soy un “sordo” que no quiero oír; sordo culposo como el del chiste, y cuando Dios me saluda de lejos le respondo con indignación fingida “de qué chancho me hablás”. El chiste es buenísimo y me lo contó Miguens (que de paso dice que las contemplaciones están buenas pero que a veces no ve qué tienen que ver con el evangelio del día): resulta que un paisano sordo como una tapia le roba el chancho al vecino y a la mañana siguiente el vecino, sin saber todavía nada, lo saluda de lejos diciendo, con la mano en alto: “hola paisano” y el sordo haciéndose el desentendido le responde, juntando los dedos: “¡de qué chancho me hablás!”).

Mientras muchos opinan que si esto o lo otro, que si la vida tiene sentido o no…, mientras muchos se distraen con lo primero que se les presenta, Jesús abre el juego: la vida es “lo que Otro te puso en tus manos y te señaló como tarea. Estate atento a cuando vuelva el que te la encomendó”. Esto quiere decir que hay que espabilarse en dos direcciones: una para ver lo que tenemos entre manos como un don, como una oferta maravillosa, como un tesoro que se nos ha confiado; la otra es para estar atentos a la Persona que nos confió las tareas y las cosas y a esperar con ilusión su venida. No solo la última, sino la de cada día.

El Adviento es tiempo para no dejar pasar la oportunidad, es “kairos”, tiempo de gracia.
Y el evangelio nos grita: ¡Avívate que en Jesús hay ofertas!
¡Y son de verdad!
Justas para vos, para lo que andás buscando (¿sabés qué es lo que andás buscando?)
Es fácil.
Escuchá tus quejas.
Mirá qué es lo que te falta.
¿Podés creer que Jesús tiene justo lo que te hace falta?
El problema de este mundo, como decía Steve Jobs, es que la gente no sabe lo que quiere hasta que se lo ponés en las manos.
Jesús lo sabe y nos pone en las manos la Eucaristía, nos pone en las manos a los pobres, nos manda por mail el evangelio, nos invita a sus retiros…

Lo que pasa es que muchos no creen que las ofertas sean de verdad y para ellos.
Nos pasa con alguna gente que llega al Hogar o a la Casa de la Bondad. No pueden creer que sea para ellos. No pueden creer que sea gratis, que haya gente planeando todo el tiempo cómo brindar mejor un servicio “totalmente gratuito”, como le decía Machado a su compañero de sala en el hospital.

Yo pienso: si nosotros, con todos nuestros límites, hemos descubierto la alegría de “ofrecer” cosas lindas y gratuitas a nuestros hermanos ¿no podemos “cambiar radicalmente nuestra imagen aburrida de Dios” y soñar al Dios de Jesús, al Dios que se requetealegra de inventar oportunidades a medida para que yo descubra y acepte plenamente su amor?

Diego Fares sj

Domingo 34 A 2011

Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda.
Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha:
«Vengan, benditos de mi Padre,
y reciban en herencia el Reino
que les fue preparado desde el comienzo del mundo,
porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer;
tuve sed, y me dieron de beber;
estaba de paso, y me alojaron;
desnudo, y me vistieron;
enfermo, y me visitaron;
preso, y me vinieron a ver.»
Los justos le responderán:
«Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?»
Y el Rey les responderá:
«Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo.»
Luego dirá a los de su izquierda:
«Aléjense de mí, malditos;
vayan al fuego eterno
que fue preparado para el demonio y sus ángeles,
porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer;
tuve sed, y no me dieron de beber;
estaba de paso, y no me alojaron;
desnudo, y no me vistieron;
enfermo y preso, y no me visitaron.»

Estos, a su vez, le preguntarán:
«Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?»
Y él les responderá:
«Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo.»
Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna» (Mt 25, 35-46).

Contemplación
El fin del año nos pone ante los ojos del corazón “las cosas últimas”, las decisivas.

Lo último será un acontecimiento personal.
El universo no terminará con una gran catástrofe ni con un apagamiento sino “Cuando Jesús venga en su gloria… y se siente en su trono de gloria”.
Y los jueces serán los “pequeñísimos”, los que tuvieron hambre, los que tuvieron sed, los que vivieron en situación de calle, con ropa vieja y rota, enfermos y presos.
Es una imagen fuerte que a muchos oídos no les suena bien y les cae como una patada al hígado. Pero hay imágenes peores. Imágenes destructiva que vienen como un virus informático escondidas en imágenes que nos gustan.

Son las imágenes últimas de un mundo sin sentido.

Nietzsche es quizás el que mejor las pintó. Si uno lee el comienzo de su tratado “Sobre la verdad y la mentira…” se encuentra con la anti imagen del evangelio:

“En un rincón apartado del universo, donde brillan innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el cual unos animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más soberbio y falaz de la “historia universal”, pero sólo un minuto. Después de unos pocos respiros de la naturaleza ese astro se heló, y los animales inteligentes debieron morir. Alguien podría inventar una fábula como ésta y, sin embargo, no habría ilustrado suficientemente, cuán lamentable y sombrío, cuán estéril y arbitrario es el aspecto que tiene el intelecto humano dentro de la naturaleza; hubo eternidades en las que no existió, cuando de nuevo se acabe todo para él, no habrá sucedido nada”.

¿Por qué poner esta “fábula” al lado de la “parábola” del Señor?
Porque es como separar ovejas de cabritos.
No hay dos finales para el universo: o el sentido final lo da la venida del Señor o es el sinsentido de un diminuto astro que se hiela y, con su extinción, tienen que morir los animales inteligentes que lo habitaron por un momento.

Alguno pensará que nos queda grande imaginar el fin del universo, pero hay que animarse!, porque la imagen última modifica toda la película y es la que da sentido a toda la historia.

Y, como en todo drama, son importantes los detalles.
En la parábola del juicio final Jesús une su gloria –su manifestación clara y esplendorosa- con su “no brillo”, con su escondimiento en la persona de los más pobres de este mundo.
Es una forma de hacernos valorar los gestos que tuvimos para con los más pequeños.
Nietzsche en cambio se burla del intelecto y de sus pretensiones. Escuchemos cómo sigue su fábula:
“Porque no hay para ese intelecto ninguna misión ulterior que conduzca más allá de la vida humana. El intelecto no es sino humano, y solamente su poseedor y creador lo toma tan patéticamente como si en él girasen los goznes del mundo. Pero si pudiéramos entendernos con un mosquito, llegaríamos a saber, que también él navega por el aire con ese mismo pathos y se siente el centro volante de este mundo. Nada hay en la naturaleza tan despreciable e insignificante que, con un mínimo soplo de aquel poder del conocimiento, no se hinche inmediatamente como un odre; y del mismo modo que cualquier empleaducho público quiere tener sus admiradores, el más orgulloso de los hombres, el filósofo, quiere que desde todas partes, los ojos del universo tengan telescópicamente puesta su mirada sobre sus acciones y pensamientos.(F. Nietzsche, Sobre la verdad y la mentira en sentido extramoral, 1873).

Para el que no espera la venida misericordiosa de Jesús, justo juez del universo, para el que no cree que “lo que hicimos al más pequeñito (Jesús dice “Elajistos”, que es el diminutivo de “micrós” (pequeño) y significa pequeñísimo, el más pequeño, el insignificante, el casi nada),para el que no cree que se lo hicimos a Él, para el que vive buscando la gloria mundana como el empleado público de la fábula, le viene bien que Nietzsche le recuerde que el planeta se apaga…

En ese sentido Nietzsche refuerza la necesidad de optar entre las dos imágenes finales, entre su fábula y la parábola de Jesús.

Ahora, si leemos bien, la clave está en la pequeñez. Lo que a Nietzsche le desilusiona es la pequeñez, el diminuto planeta, lo fugaz del pensamiento, el mosquito que se cree el centro volante del mundo…
Y es justamente la pequeñez, la insignificancia, lo que valoriza Jesús: mi hermanito pequeñísimo, ese que es nada de nada, pobrecito e insignificante al que ayudaste: ese era yo.

El Dios glorioso viene a reivindicar su universo por lo más pequeño. Y no juzgará ideas sino prácticas: lo que hiciste. Prácticas de todos los días, prácticas de madre que da de comer, de casa que cuida a los enfermos, de hogar que hospeda a los más pobres…Y de asesinos que matan a los chicos (es una última expresión de que algo está muy mal en nuestra sociedad estos casos de adultos conocidos que matan a los niños y no hay que extrañarse de que se de al mismo tiempo que se discute la ley de aborto).

Las cosas decisivas son “las pequeñas cosas” de cada día: allí se juega el drama del universo, allí se decide si de verdad estamos esperando que Jesús venga a juzgar lo que hacemos o si creemos que este planeta se apaga (o estalla) y queremos aprovechar lo mejor posible el poco tiempo que nos queda.

Los pobres serán nuestros jueces.
Esa es la imagen decisiva concreta. No podemos imaginar a Jesús viniendo en gloria. Gracias a Dios nadie puede arruinar la belleza del final de la película y nos espera algo que ni ojo vio ni oído oyó. Contra un mundo que se precia de haberlo visto todo, el Señor es un Dios que prepara sorpresas.
No podemos imaginar el fin pero sí podemos mirar (no tenemos que “imaginar”) a los pobres y dejar que nos pese en el corazón esta imagen: serán nuestros jueces. Si alguien podrá salvarnos cuando el Juez nos diga “tuve hambre y no me diste de comer” será alguno de los más pobres que tendrá autoridad para decirle a nuestro Señor: “Perdón, Señor, si te contradigo, pero este sí ayudó, al menos a mí me ayudó” .
A mi me gusta, cuando se da la oportunidad, adelantar el juicio en la calle. A veces se da la conversación y yo espoleo un poco la charla para ver lo que siente la gente. Hablábamos con el grupito de los que se sientan en Alsina y Rincón, donde paraba Don Luna, y les decía que Asencio estaba en el Ramos curándose una tuberculosis y que los que habían estado con él sería bueno que se hicieran revisar, que los esperaban, si querían ir… Y uno me reclamó por la ropa, que no le habían querido dar una campera y que porque una vez se había enojado no lo dejaban entrar más… Y yo le decía que nos ayudara, que tratara bien, que pidiera turno como todos, que volviera. Y él que no, que ya se sabía que en el Hogar todo era una porquería (yo escuchaba en silencio) y que los baños y la comida… Aquí saltaron tres: “Bueno, hermano, pará, la comida es comida y en el Hogar te atienden y ya está. No critiqués, viejo, pará, que el padre hace lo que puede”. “No viejo, insistía el otro, enojado, mirando a todos, hay que decir la verdad. Porque nadie dice nada pero después todos hablan por detrás. Hay que decir las cosas como son”. Otro cambió de tema y ahí quedó la cosa. Discutida. El que cambió de tema me preguntó por Asencio: ¿lo fue a ver?. Todavía no fui, le dije. Y me sonó a que me tomaba examen (uno siente otra vocecita en el tono de los que menos espera: exigente y bondadosa, al mismo tiempo. En ese momento fue algo fugaz que sentí y se mezcló con otras cosas pero se ve que hizo efecto porque a la tarde fui como llevadito de la mano. Y no solo me hizo bien verlo a Asencio sino que Asencio me hizo visitar a Barrios que yo no sabía que estaba también en neumotisiología y después lo visité a Machado que estaba en cardio. Aquí vino una buena porque don José Machado, pintor de cuadros y escultor, de 75 años, se admiró mucho de que “usted venga a verme a mí”, y agradecía contento. Yo le dije que para mí era un gusto y me prometió pintar un San José cuando se mejorara. Yo le dije que mientras rezara por el Hogar y me salió con que “las palabras están bien pero si no van con obras no sirven” y agregó: “eso es lo que me gusta de ustedes, que hablan poco pero están ahí siempre haciendo algo por los demás”. La charla siguió por un rato y cuando me iba tuve que pegar la vuelta porque, como la enfermera vio que me había colado, había cerrado esa puerta. Y escuché al pasar la conversación que Machado tenía con el otro paciente que estaba en la cama de al lado: “este es el padre del hogar, allí de Moreno. Te dan todo y totalmente gratuito, eh…”. Me tenté de seguir escuchando pero preferí quedarme con esa ultima palabra linda –gratuito- y me fui a la calle que ya se había hecho tarde.
Eso sí, me acordé de la libretita de Hurtado, y a don Machado lo apunté para testigo en el juicio.

Diego Fares sj.

Domingo 33 A 2011

Jesús dijo a sus discípulos esta parábola:
«El Reino de los Cielos es también como un hombre que, estando por peregrinar, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió.
En seguida, el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos, pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor.
Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores. El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presentó otros cinco. «Señor, le dijo, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado.» «Está bien, servidor bueno y fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor.» Llegó luego el que había recibido dos talentos y le dijo: «Señor, me has confiado dos talentos: aquí están los otros dos que he ganado.» «Está bien, servidor bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor.»
Llegó luego el que había recibido un solo talento. «Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!» Pero el señor le respondió: «Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido, tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses. Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes.»» (Mt 25, 14-30).

Contemplación
Hay dos palabras de la parábola de los talentos en las que no había reparado antes. Una es la que utiliza Mateo para decir que el señor le confió talentos a cada servidor según su capacidad. ¿De qué capacidad se trata? ¿De talentos naturales? Seguramente que no. Es otro tipo de capacidad.

La palabra que utiliza Mateo es “dynamis” (potencia, capacidad) y es la que utilizan los sinópticos para nombrar a los milagros de Jesús. Los milagros eran “dynamis”, fuerzas que salían de Él (como cuando le toca el manto la hemorroisa; Jesús siente que salió una “dynamis” de Él y pregunta “quién me ha tocado”).
Creo que teniendo en cuenta esto podemos decir que Jesús nos confía talentos de acuerdo a nuestra capacidad de “hacer milagros”. O, mejor aún, de acuerdo a nuestra disponibilidad para actuar dentro de la dinámica de sus milagros.

Estas dinámicas o fuerzas milagrosas que salen de Jesús tienen sus características. Ya hemos citado el ejemplo de la hemorroisa y vemos que lo que “activa” estas fuerzas que están como latentes en la persona de Jesús y en todo lo que lo rodea (hasta en su ropa) es la fe. ¡Feliz de ti por haber creído! La bienaventuranza de Isabel a María resume todas las bienaventuranzas de Jesús a los que creen. “Tu fé te ha salvado”, es la frase preferida del Señor.

Y si lo que le alegra al Señor es lo que activa su poder de hacer milagros, lo que lo entristece es lo que bloquea o desactiva ese poder. Podemos corroborar esto reflexionando sobre la actitud del servidor malo y perezoso. Vemos que lo que lo enoja al Señor es que sus talentos queden “inactivos”, que se los entierre. El ejemplo del banco es para decir que son talentos que se “dinamizan” por si mismos, como el dinero que da interés. Bloquear su dinamismo es pecado. No creer en Jesús es “el pecado”, porque es lo que bloquea su poder salvador.

Aquí viene la segunda palabra en la que no había reparado que es “confiar”. El señor les “confió sus bienes”, se los entregó, los puso en sus manos.
Los dos servidores fieles lo reconocieron: “Señor, me has confiado cinco talentos, aquí están los otros cinco que he ganado”. En cambio el que enterró el único que tenía parece que no tuvo en cuenta esto porque explica lo que sintió y los razonamientos que hizo: “Se que eres exigente… por eso tuve miedo… aquí tienes lo tuyo”. Notemos que no le dice “lo que me confiaste” sino “lo tuyo”.

San Ignacio, en la Contemplación para alcanzar amor, da mucha importancia al “reconocimiento agradecido”. Hace pedir como gracia especial esta memoria agradecida: “para que yo “enteramente reconociendo los bienes recibidos pueda en todo amar y servir a su Divina Majestad” (EE 232).

La primera condición para poder “dinamizar” los talentos del Señor (su Amor) es reconocerlos como un don que se nos ha confiado. El evangelio significa este don al hablar de estos lingotes de oro macizo que pesaban entre 26 y 50 kg. En nosotros esta imagen tiene alguna fuerza pero no mucha porque para nosotros el dinero es líquido. Pero para los antiguos estos “talentos” estimulaban su imaginación. Sólo los reyes los tenían. Eran la mayor “moneda” acuñada. No era fácil encontrar dónde ponerlos (por eso el último lo enterró). La fuerza de los talentos, su dinámica, es de tal magnitud que, o se los pone a producir o hay que enterrarlos.

Ahora bien, lo que el Señor alaba no es el producto conseguido o mantenido sino la dinámica utilizada. Lo mismo sucede con sus milagros. El Señor no felicita a los que han sido curados por su salud sino por su fe. Les hace caer en la cuenta de que el tesoro es la fe que tuvieron porque activó los poderes que le confió el Padre. Donde no encontraba la dinámica confiada y suplicante de la fe el Señor “no podía hacer milagros” (dynameis).

Cómo podemos caracterizar más profundamente estas “dinámicas” que le agradan a Jesús. Me gusta el hecho de que sean lo más propio nuestro, algo que todo ser humano tiene y puede reavivar.
Las capacidades o dinámicas son la “llamita de la vela” que Jesús no apaga sino que cuida y estimula. El Señor se fija en esta “capacidad” de “mantener algo encendido por nosotros mismos” y allí establece contacto.
Esa llamita es poderosa aunque esté en su grado mínimo. Es la esperanza inextinguible, que como las velitas de cumpleaños, cuando uno la sopla y parece que la apagó, se vuelve a encender. Esta llamita de esperanza que se autoenciende y de fe que ilumina con una chispita aunque más no sea, brota de la conciencia de ser creaturas.
Esta conciencia de pequeñez en algunos se enciende junto con la angustia de la enfermedad y la experiencia de la propia fragilidad. Es la lucecita que, en medio de la oscuridad de la muerte y del miedo, hace levantar los ojos al cielo y decir muy de corazón: “Dios mío, ten piedad de mí. Ayudame, Señor, te necesito. Me pongo en tus manos”.
Esta misma conciencia creatural adquiere todo su esplendor en el Magníficat de nuestra Señora, que es como una lámpara encendida en medio de la historia que lo dinamiza todo.
La Potencia (dynamis) absoluta del Padre Creador pasa a través de María y dinamiza el mundo. De ella, de su manto, tomamos “fuerzas” todos los pequeños que acudimos a su bondad. A Ella se le confió el Talento de oro infinito – Jesucristo- en quien están “escondidos todos los tesoros de Dios”. Y ella los puso enseguida a trabajar y lo sigue haciendo, en esa dinámica mariana de “hacer todo lo que Jesús nos diga” que convierte el agua de las tinajas de Caná en vino nuevo.

Resumiendo: la “capacidad” nuestra a la que Jesús confía sus “talentos” no es un “depósito” donde almacenamos riquezas sino una “capacidad activa, dinámica” capaz de “recibir y hacer fructificar” el talento del Amor.

Para recibir y dar bien el Amor, no hay otra manera que la de “entrar de lleno en su dinámica” que lo duplica todo (cinco talentos me confiaste, aquí tienes otros cinco”). La señal de que uno no ha enterrado el talento del Amor es que apenas lo ha recibido ya no es más uno solo sino que ha encontrado a otro con quien están amando y sirviendo a otros dos.
El que no ha enterrado su talento (y a todos se nos ha confiado al menos uno) ya está metido en una comunidad y ya está pensando y actuando como comunidad (familiar –los dos talentos- o institucional –los cinco que se convierten en diez-). Quizás la imagen del talento “único” que se autoanula sirva para pensar que el Espíritu no da talentos que no sirvan para el bien común. El que recibió uno, si tiene tanto miedo hasta de ir al banco, se puede juntar rápido con el que tiene cinco y ponerse a su disposición.
En esto de las capacidades y de los talentos, la humildad siempre es buena consejera. Y es la “fuerza” que, junto con la fe, mejor dinamiza el don del Amor.
Los milagros que necesita nuestro tiempo van por este lado: más que arreglar cosas tenemos que pedirle al Señor que arregle “dinámicas”, familiares y sociales.
Pidámosle que active en nosotros la capacidad de “dinamizar” su Amor, de manera que se transforme en obras creadas y sostenidas entre todos, con un mismo sentir y pensar.
Hoy no es necesario que el Señor multiplique los panes. Sobran panes. Se tiran cantidades inmensas de pan y de facturas cada día. Los milagros que hay que pedir al Señor y a la Virgen van por el lado de lo social: milagros sociales les llamo yo. A nivel macro hay que pedir el milagro de que los ricos no “entierren” el dinero en “círculos financieros” sino que lo hagan circular a través de las manos de la gente. También el milagro de que los funcionarios no dejen que se “pierda” el presupuesto para fines sociales por su negligencia para “destinarlo en tiempo y forma” a los que lo hacen circular. Cada año esto sucede y hay mucho dinero que va a parar otras cajas por ineficiencia.
A nivel de nuestras comunidades, tenemos que pedir a la Virgen el milagro de que “todos nos consideremos simples servidores como ella y hagamos, contentos, todo lo que el Señor nos dice” (que salgamos del círculo financiero de cuidar nuestra imagen y nos juguemos por las personas y obras concretas).
A nivel familiar, cada familia tiene que pedir el milagro de dejar de lado las dinámicas que enferman (las discusiones fuera de lugar, el no ceder por capricho, la desvalorización del otro…) y cambiarlas por dinámicas sanas y bondadosas, de amabilidad y paciencia… (que pongamos en juego lo que “presupuestamos” el día del casamiento: de amar al otro en las buenas y en las malas).
Que la Virgen nos conceda estos “verdaderos milagros”, estas “verdaderas capacidades” que son muy nuestras y a la vez que necesitan ser bendecidas por el Señor.

Diego Fares sj

Domingo 32 A 2011

Con la tardanza de una novia en el día de su casamiento

Jesús dijo a sus discípulos esta parábola:

«Sucederá con el Reino de los Cielos como les sucedió
a diez jóvenes que, habiendo tomado sus lámparas,
salieron al encuentro del esposo.
Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes.
Las necias tomaron sus lámparas,
pero sin proveerse de aceite,
mientras que las prudentes tomaron sus lámparas
y también llenaron de aceite sus frascos.
Como el esposo se hacía esperar,
les entró sueño a todas y se quedaron dormidas.
Pero a medianoche se oyó un grito:
«Ya viene el esposo, salgan a su encuentro.»
Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas.
Las necias dijeron a las prudentes:
«¿Podrían darnos un poco de aceite,
porque nuestras lámparas se apagan?»
Pero estas les respondieron:
«No va a alcanzar para todas.
Es mejor que vayan a comprarlo al mercado.»
Mientras tanto, llegó el esposo:
las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial
y se cerró la puerta.
Después llegaron las otras jóvenes y dijeron:
«Señor, señor, ábrenos.»
Pero él respondió:
«Les aseguro que no las conozco.»
Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora» (Mt 25, 1-13).

Contemplación
La de las jóvenes del casamiento es una parábola de “llegada”.
El Señor quiere que se nos grabe en el corazón una imagen clara de “cómo llega el Reino de los Cielos a nuestra vida”.

La palabra antigua para la llegada propia del Señor es parusía y significa “hacerse presente, presentarse”.

¿Y qué es lo propio de la manera de llegar del Señor?

Me quedo con el detalle de que el Señor “se retrasa”, tarda en llegar pero con la tardanza especialísima de una Novia en su Fiesta de Bodas (en aquel tiempo el que llegaba tarde era el novio porque se quedaba regateando la dote con la familia de la novia que “tardaba en soltarla” como señal de que era valiosa y no una “Betty la fea” de la que se querían librar cuanto antes).

El Señor tarda y se hace esperar, pero no por descuido o por falta de consideración sino todo lo contrario: en un casamiento la novia tiene que hacerse esperar un poco. Es lo que da sabor a la ceremonia: que la entrada sea triunfal, que la Iglesia primero y luego el salón estén llenos e iluminados y todos en nuestros puestos esperando a que se abra la puerta y suene la música.

Pero vayamos despacio.
Sintamos y gustemos cómo Jesús, para comunicarnos la llegada de su reino, utiliza “personajes secundarios”.
Personajes secundarios que, en una fiesta de bodas, son “principales”.
El Señor nos cuenta tres escenas que no todo el mundo vió ni se enteró siquiera de que ocurrieron, como pasa en las fiestas, que los errores sólo los notan los novios y los que organizaron cada parte de la ceremonia.
El Señor pone la lupa en cómo las chicas se prepararon distinto para su tarea, en la discusión que tuvieron y en cómo las que le fallaron al novio se ganaron un reto (el “no las conozco” era la frase clásica que utilizaba un rabbí para decirles a sus discípulos “me fallaron” y no “quiero verles la cara por una semana”).

La prudencia de que habla el Señor es la de tener claros los tiempos. Los tiempos para “meterse” en la historia.

Lo propio de la prudencia es “prever” lo que va a pasar. El prudente no es el teórico sino la persona práctica que pesca las situaciones y actúa de manera correcta en el momento oportuno. Por eso el ejemplo es brillante. En una fiesta de bodas, si sos del coro y se te pasó cantar una canción o tenías que leer una intención y no te diste cuenta, no podés parar la ceremonia para hacer bien tu parte. La ceremonia sigue y lo que falló falló. Si se quiere arreglar es peor.
¡La parábola invita a corregirnos para adelante!

Todavía veo la cara de desesperación de un maestro de coro que, como la novia se retrasaba, me dijo “voy a la puerta y vuelvo” y yo cuando sonó la campanita anunciando la entrada hice parar a la gente y anuncié que comenzábamos… El pobre venía corriendo por el costado y me hacía señas de que esperara. No me acuerdo cómo hice para retardar un poquito la bienvenida de modo que el desfasaje fue de sólo algunos segundo: la puerta abierta, yo hablando y el coro que terminaba de acomodarse… No pasó nada, pero los más cercanos nos dimos cuenta, y quedó grabado.

En una fiesta de bodas el “retraso” o la tardanza de la novia es señal de majestad.

Como decíamos, la tardanza del reino no es descuido sino oportunidad (kairós, momento oportuno para que uno participe). La tardanza es para que todos los invitados podamos llegar tranquilos y nos organicemos bien, de manera que cuando llegue la novia todo se haga a su tiempo y con calma.

El toque sorpresivo es algo propio de la fiesta.

Se da en todas las culturas. Marca claramente que en una fiesta de bodas el centro luminoso son los novios y todos los invitados y participantes debemos estar atentos para adaptarnos a sus tiempos.

Lo sorpresivo es bueno, pero las sorpresas la tienen que dar los novios.

En este sentido una fiesta de bodas es algo totalmente distinto a una fiesta de cumpleaños, por ejemplo. En un cumpleaños si te hacen una fiesta sorpresa es lindísimo. En cambio una fiesta sorpresa de casamiento sería impensable. Es más, si hay sorpresas, hay que cuidar que no “emocionen” demás a los novios y distraigan de lo principal.

Es que la fiesta de bodas es una fiesta que los novios “regalan” a sus amigos.

Son ellos los que preparan lo que les gusta que hagan los demás. Por eso son tan importantes los “personajes secundarios”, las chicas que hacen de damas de compañía, en este caso.
La gente se fija en la novia y no tanto en el resto, pero para la novia sus amigas son importantísimas. A veces se pone una fecha y no otra para que pueda llegar una amiga o un amigo querido.
Y el papel que se le da a cada amigo y amiga es motivo de discernimiento para los novios (esta amiga tiene que estar y esta no sé bien, porque ahora no es tan cercana…). En un momento tan hermoso y único en la vida uno quiere que todo sea auténtico y no “formal”, uno quiere estar rodeado de su gente más fiel y querida. Y que cada uno cumpla un rol acorde con la amistad que tiene.

Lo que siento gusto en contemplar y saborear (mientras escribo voy recordando casamientos de amigos y amigas queridos y desfilan decenas de historias cada una tan especial como la otra…) es cómo Jesús escoge las situaciones más plenas de la vida y allí encuentra un detalle especialísimo que vale para todas las culturas y todas las épocas y nos comunica una imagen imborrable de cómo llega su reino: con la tardanza especialísima de un Novio que se retrasa y cuando llega tenemos que estar con todo preparado para cumplir cada uno nuestra pequeña y especialísima parte en su fiesta.

El mensaje es: la Fiesta se celebra igual y saldrá esplendorosa. Pero tu participación (la de cada uno de nosotros ) tiene un momento justo y si querés tener tu rol protagónico en la historia (y no ser un mero espectador de lo que pasa en el mundo) tenés que actuar como las jóvenes prudentes: tener tu lámpara encendida y el aceite de repuesto preparado.

En la historia, la de cada uno y la de todos, las tardanzas de Jesús son “oportunidades” y nuestras llegadas tardes son “falluteadas”. Falluteadas a nosotros mismos que él tiene la delicadeza de tomar como personales, para que la pena que nos dan las oportunidades perdidas nos mueva a la esperanza de estar atentísimos en la próxima oportunidad que se nos brinde. La ilusión de Jesús es que todos participemos de su Fiesta de Bodas.

No hay personajes secundarios en una fiesta de bodas. Todos los invitados importan y para cada uno el Padre ha preparado una tarea y un rol “luminoso”. El que lo encuentra y lo cumple vive dichoso.

Diego Fares sj