“Devolver a Dios lo que es de Dios”, reflexiones sobre el amor materno
(Después de escuchar la parábola de la invitación a las bodas) Se retiraron los fariseos para consultar cómo podrían entrampar a Jesús con sus propias palabras. Le enviaron a varios de sus discípulos con unos herodianos para decirle:
– Maestro, sabemos que eres sincero y enseñas fielmente el camino de Dios, que contigo no va el respeto humano, por que no te fijas en la categoría de las personas. Dinos, pues, a nosotros, (a la luz de la Ley) ¿qué te parece?:¿Es lícito dar el tributo al César o no?
Pero Jesús, conociendo su mala intención, les dijo:
– ¿Por qué me tienden una trampa, hipócritas? Muéstrenme la moneda del tributo.
Ellos le presentaron un denario.
Y El les preguntó:
– ¿De quién es esta imagen y esta inscripción (“Emperador Tiberio, hijo adorable del dios adorable”)?
Le respondieron:
– Del César.
Jesús les dijo:
– Devuelvan al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
Sorprendidos al oír aquello, lo dejaron allí y se mandaron a mudar (Mt 22, 15-16).
Contemplación
En la liturgia hay fiestas que “priman” sobre el domingo y tienen sus oraciones y lecturas propias – la Asunción, la solemnidad de San José… -. El día de la madre aunque no tenga lecturas propias tiene una especie de primacía del corazón y genera siempre alguna liturgia especial, alguna oración o algún gesto de cariño y agradecimiento.
A mí me gusta aplicar algo del evangelio que toque (aunque parezca que tiene poco que ver, como este de dar al César lo que es del César…) y, al final de la misa, bendecir a las mamás.
Bendecirlas invitando a recibir la bendición a todas las mujeres que eligen vivir la maternidad como algo esencial a su femineidad. Tomo pie en esta invitación “ampliada” para compartir una pequeña reflexión acerca del amor del corazón materno que es “la maravilla más grande de la creación”, hoy que tanto se habla de las “maravillas del mundo”.
Totalidad en la entrega amorosa del propio ser
Dar vida plena no es posible si no se establece una relación madre-hijo. Madre es la que pone el propio cuerpo y dedica para sus hijos todas sus fuerzas, toda su atención y todo su cariño durante toda su vida.
Esta característica de “totalidad” en la entrega amorosa del propio ser es tan decisiva que permite “adoptar” a un hijo no biológico.
Y esta maternidad del corazón, como se llama, no sólo no es una maternidad de segunda sino que es tan grande que ilumina e interpela a la maternidad biológica: es una invitación a la madre biológica a que “adopte” también a su hijo, decidiendo tenerlo y renovando su amor todos los días de su vida.
Así, la maternidad biológica y la maternidad espiritual están en tensión amorosa y se ayudan y complementan una a la otra.
Devolver a Dios lo que es de Dios
De esta reflexión sobre lo “total” que es el amor materno, tomo del evangelio la frase del Señor de “devolver a Dios lo que es de Dios”.
¿Qué es lo del Padre? Nosotros, sus hijos. Lo que debemos es devolverle como hijos “la totalidad” de nuestro amor: “amarlo con todo el corazón, con toda la mente, con todas nuestras fuerzas”.
Y la imagen más linda y real de un amor así de total es el amor del corazón materno.
Honrar padre y madre
Confrontando estas reflexiones con una mamá amiga me decía algo muy lindo sobre el mandamiento de honrar a los padres. Decía que ella recién lo había comprendido al tener a su hijo en la panza. El amor que sentía por su hijo era algo tan grande que el pensar que sus padres habían tenido un amor así por ella le llevaba a desear honrarlos. Un amor tan puro y tan incondicional es algo que viene directamente de Dios, me decía.
La maternidad como hecho espiritual
Hoy en día la mujer dispone de medios para abrirse o cerrarse a la maternidad antes y después de la concepción. Esta liberación del condicionamiento biológico, pese a todos los peligros que conlleva por el mal uso de la libertad, es algo positivo: realza la maternidad como hecho íntegro, espiritual, libre y consciente. La tendencia a que la mujer que es madre lo sea porque elige serlo es una tendencia creciente y sostenida.
La liberación del condicionamiento biológico pone a la relación madre-hijo en un nivel espiritual único, plenamente humano. Ahí hay que poner la mirada para elevar la reflexión y sacar las discusiones del plano meramente “científico”.
Se llame como se llame el estadio evolutivo en que se mire una nueva vida –embrión, feto, bebé…- cuando una mujer toma conciencia de que está embarazada, esa conciencia es “total”: ella sabe que es madre de su hijo. Estas dos palabras “madre” e “hijo” son primordiales. Todas las otras son agregados, intentos de matizarlas y disminuirlas (diciendo que todavía no es una persona) o de explicitarlas (poniendo nombre al bebé y soñando en cómo será cuando nazca).
Ser hijos
Hijo es más fuerte incluso que “persona”. Jesucristo es hijo de María, siendo que como Persona divina, existía antes de ser concebido. Por eso María es Madre de Dios aunque no haya engendrado a la Persona Divina. Estas “teologías” que pueden sonar muy abstractas, sirven para bajar bien a la realidad que el amor de madre no tiene igual porque es un gesto absolutamente espiritual con que se bendice y adopta una realidad totalmente carnal, histórica, concreta, humana.
La mamá quiere a su hijo más allá de que el misterio de la vida que late en su interior sea el de una vida divina, como en el caso único de Jesús, o el de una vida que no se desarrolla plenamente, como en el caso de los niños que nacen con distintos grados de discapacidad. Uno para su madre es su hijo y punto. Esto se muestra también a lo largo de la vida, en que el amor de madre supera los condicionamientos físicos, morales, relacionales…, de su hijo y lo quiere como es.
Lo importante de la reflexión es que los casos excepcionales no son excepcionales desde el punto de vista de lo que es el amor materno y lo que es la vida humana. El amor incondicional se requiere para toda vida y está operante maravillosamente en toda relación madre-hijo aunque no haya circunstancias excepcionales exteriores que lo muestren en toda su potencialidad. El amor total de la madre está presente en cada gesto y es “la maravilla más grande de la creación”. Si sale a la luz cuando hay situaciones extremas es porque ya estaba: no se inventa en el momento.
Nuestra Madre la Virgen
De estas reflexiones podemos tomar pie para meditar, cada uno, lo que significa que el Señor en la Cruz nos haya dado a su Madre como Madre nuestra. ¿Hay manera más concreta y real de demostrarnos que su amor por nosotros es total e incondicional?
Lo intuimos, ciertamente, y de ahí brota nuestro amor espontáneo a María. Pero no viene mal reflexionar para poner en su lugar –lo más alto- el valor de este amor materno y sentir que honrar a María es el caminito accesible a todos para que pueda ser real lo de amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente y con todas nuestras fuerzas.
Diego Fares sj