“Una vida de hechos con las más humildes realidades”
Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
– “¿Qué les parece a ustedes?:
Un hombre tenía dos hijos.
Acercándose al primero le dijo:
– ‘Hijo mío, ve hoy a trabajar en la viña’.
El, respondiendo, dijo:
– ‘No quiero’-,
Pero después, arrepentido, cambió de parecer y fue.
Acercándose al otro le habló de manera similar.
Este, respondiendo, dijo:
– ‘Voy, señor’-,
Pero no fue.
– ¿Cual de los dos hizo la voluntad del Padre?
– ‘El primero’-, respondieron.
Les dijo Jesús:
– ‘En verdad les digo: los publicanos y las prostitutas se les adelantan a ustedes en el reino de los cielos. Vino Juan a ustedes enseñándoles el camino de la justicia y no creyeron en él; los publicanos y las prostitutas sí le creyeron; pero ustedes, aún viendo esto, no se han arrepentido ni han cambiado de parecer para creer en él (Mt 21, 28-32).
Contemplación
Decía San Alberto Hurtado: “Ser cocinero o fogonero no es menos noble que ser escritor, poeta o abogado. ¿De dónde viene la ‘excelencia’ de estas profesiones intelectuales? Del falso concepto platónico, pagano, de la mayor importancia de lo abstracto sobre lo concreto. Pero ese concepto lo echó por tierra la Encarnación, que es un hecho bien concreto, y da origen a una vida de hechos con las más humildes realidades”.
Una vida de hechos con las más humildes realidades. La pregunta del Señor: “¿Cual de los dos hizo lo que quería el Padre?” me recordó la frase de Hurtado sobre lo concreto, sobre el hacer las cosas. La parábola del Señor habla de una “conversión al hacer”. La voluntad del Padre se realiza “yendo a trabajar hoy en la viña”.
El hacer siempre es humilde.
El hacer siempre es hoy, ahora.
El hacer siempre es concreto.
El hacer siempre es comunitario: cuando uno hace las cosas otros se benefician y otros colaboran.
Por eso nos lleva al encuentro con el amor de Dios, que es humilde, concreto, comunitario y se nos ofrece ahora, hoy.
En la acción, en lo que hacemos (incluso en lo que hacemos mal, en el pecado) Dios se puede meter y ayudar. Es que el hacer es del Padre. Nuestro Padre “siempre trabaja”, siempre está haciendo, es el Creador. Y con los que van a trabajar a su viña él siempre puede hacer algo bueno. El que está trabajando en su viña está en comunión con él, con lo que le alegra, está haciendo su voluntad: “Hijo mío, ve hoy a trabajar en la viña”.
Las cosas abstractas, en cambio, son más difíciles, son ambiguas: el dinero es abstracto, las ideologías son abstractas, las discusiones si no se dejan contener por los hechos concretos de cada día tienden a volverse abstractas…
Qué significa “cambiar de mentalidad y convertirnos al hacer”. Salir del mundo de lo abstracto y meter manos a la obra. Dejar de ser espectadores y pasar a ser laburadores. La crítica del que saca los pies del plato siempre tiende a ser destructiva. La crítica del que se mete más y más en su trabajo tiende a ser humilde y constructiva.
Hurtado amaba la acción: “¡Oh bendita vida activa, toda consagrada a mi Dios, toda entregada a los hombres, y cuyo exceso mismo me conduce, para encontrarme, a dirigirme hacia Dios! Él es la sola salida posible en mis preocupaciones, mi único refugio”.
Como vemos, no se trata de activismo, de buscar la propia imagen en la acción.
Hurtado ama esa acción que lo lleva a encontrar en Dios su único refugio.
“En Dios me siento lleno de una esperanza casi infinita. Mis preocupaciones se disipan. Se las abandono. Yo me abandono todo entero entre sus manos. Soy de Él y Él tiene cuidado de todo y de mí mismo. Mi alma por fin reaparece tranquila, serena. Las inquietudes de ayer, las mil preocupaciones porque ‘venga a nosotros su Reino’, y aun el gran tormento de hace pocos momentos ante el temor del triunfo de sus enemigos… todo deja sitio a la tranquilidad en Dios, poseído inefablemente en lo más espiritual de mi alma”.
La acción que ama Hurtado es esa que tiene el ritmo y el estilo que el Espíritu transmite a las acciones de Jesús.
Ese ritmo de la vida oculta en Nazaret, trabajando con san José y María.
Ese ritmo de las caminatas apostólicas con los discípulos, de viajes en los que se comparten las charlas lindas que se dan por el camino.
Ese ritmo exigente del trabajo con la gente que no les daba tiempo ni para comer y que luego se remansaba en los ratos de eucaristía, junto al fuego, compartiendo el pan.
La acciones que ama Hurtado son esas que “tienen un momento divino, una duración divina, una intensidad divina, etapas divinas, término divino”.
Se trata de esa acción que “Dios comienza, Dios acompaña, Dios termina. Nuestra obra, cuando es perfecta, es a la vez toda suya y toda mía. Toda la teología de la acción apostólica está en la preciosa oración de la Misa que se llama: Nuestras acciones…:
“Prevén, Señor, te lo rogamos,
con tus inspiraciones,
todas nuestras acciones,
prosíguelas en nosotros
con tu ayuda,
para que toda nuestra acción
por ti comience y por ti termine”.
La gestión es parte de la acción:
“Al comenzar un trabajo hay que prepararlo pacientemente. La improvisación es normalmente desastrosa. El reflejo de la acción objetiva no se adquiere sino poco a poco, después de muchos tanteos, de muchas experiencias, de muchos fracasos. Amar la obra bien hecha, y para ella poner todo el tiempo que se necesite”.
La tensión propia de la gestión –que los papeles engendren más papeles- se equilibra con “lo que hay que hacer hoy por los pobres”:
“Que aumente la caridad en Uds. Que Cristo crezca en cada una de Uds. y estén atentas –se lo decía ayer al Padre Balmaceda–, que las construcciones, los proyectos que tengan, para mejorar la suerte de los pobres, no aminoren lo que hay que hacer hoy. Que los detalles para dignificar al pobre sean lo más importante; que Cristo tenga menos hambre, menos sed, que esté más cubierto gracias a Uds. Sí, que Cristo ande menos pililo, puesto que el pobre es Cristo”.
Dijo “no quiero”, pero después, se convirtió y fue”.
Convertirnos a la acción.
Cada uno de nosotros, convertirme yo a lo que tengo que hacer, a lo que el Padre me ha mandado hacer, a lo que Jesús me ha invitado a hacer.
Solo yo con Él puedo saber qué es lo que “tenemos que hacer”, esa obra que “es toda suya y toda mía”.
Sólo Él me puede hacer sentir a mí “pleno” cuando hago las cosas que los dos queremos, a la manera que los dos queremos.
Hay una satisfacción que es plena y justa, como tiene que ser, sin nada de más ni de menos, sin que le haga mella lo exterior –crítica o aplauso-: la obra bien hecha, por amor, se justifica sola y vale por sí sola. Uno siente que el premio es haber participado, haber contribuido a hacer con Él y con otros, la obra bien hecha.
Hace unos días, en el encuentro anual del Hogar, estaba hablando Ivo, de la Cooperativa Padre Hurtado Ltda y por ahí dijo: “Yo como beneficiario de la cooperativa…” y Eduardo, el presidente, le corrigió: “Socio”. Ivo lo miró como cuando uno está hablando y otro lo corrige y uno duda un instante entre seguir con el hilo de su pensamiento o asimilar lo que dijo el otro, y aceptó. Sonriendo dijo: “Socio, claro. Vamos con las pérdidas también, no solo con las ganancias. Sí, soy socio”.
El intercambio fue de unos segundos pero a mí me cayó la ficha. Me dije: “Ahí se nos adelantaron”.
El Hogar creó la Cooperativa y ahora la Cooperativa en eso le lleva la delantera. La gente se siente socia.
Y es el trabajo –el hacer juntos- lo que produce esos frutos: que uno se asocie también a las pérdidas, que no se ponga afuera “eso que se hagan cargo los otros”.
Cuando el Señor nos invita a trabajar en su viña nos está invitando a ser “socios”. Socios en latín es “compañeros”, de ahí “Societatis Iesu”, Compañía de Jesús.
Bendita acción, bendita “vida de hechos con las más humildes realidades” –las de todos los días en nuestras obras-, que nos permite ser “compañeros de Jesús” e hijos de nuestro Padre Viñador.
Diego Fares sj