Domingo 27 A 2011

El reino de Dios es de la gente que le hace dar frutos

“(Jesús dijo a los ancianos y sumos sacerdotes) Escuchen otra parábola:
Había un hombre, padre de familias, que plantó una viña y la cercó, cavó en ella un lagar y edificó una torre, la alquiló a unos viñadores y emigró.
Cuando se aproximaba el tiempo de los frutos, envió sus siervos a los viñadores para recibir sus frutos.
Y los viñadores, agarrándolos, a uno lo golpearon, a otro lo mataron y a otro lo apedrearon. De nuevo envió otros siervos, en mayor número e hicieron con ellos otro tanto. Por último envió a su propio hijo, diciendo: Respetarán a mi hijo.
Pero los viñadores, viendo al Hijo se dijeron entre sí: ‘Este es el heredero, matémoslo y quedémonos con su herencia’.
Y agarrándolo lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron.
Cuando venga el dueño de la viña ¿qué hará con aquellos viñadores?
Le respondieron: ‘A los malvados los hará perecer malamente y arrendará la viña a otros viñadores que le pagarán los frutos a su tiempo’.
Les dijo Jesús: ¿No han leído en la escritura: ‘La piedra que rechazaron los constructores he aquí que ha venido a ser la piedra angular. Por obra del Señor se hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos’? Por eso les digo que a ustedes les será quitado el reino de Dios y se le dará a gente que le haga dar frutos.
Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, se dieron cuenta que las decía por ellos. Y buscaban el modo de detenerlo, pero tenían miedo de la multitud, que lo consideraba un profeta (Mt 21, 33-46).

Contemplación
Este fin de semana tenemos un encuentro de Manos Abiertas en Mar del Plata.
El tema es el voluntariado. El voluntariado que transforma el mundo humanizando el presente. El voluntariado como instrumento de transformación social en nuestra Patria. Y una realidad que se muestra contundente en las últimas estadísticas es que en nuestra patria hay más de 5.000.000 de voluntarios. El 22% de los adultos (entre 18 y 65 años o más). Dos de cada diez argentinos adultos realizamos algún trabajo voluntario. Y la motivación principal es “mejorar la vida de los otros” y “sentirse útil”.
Gente que hace dar frutos a la patria. Es verdad que hay unos cuantos que en vez de dar frutos se los llevan. Pero resulta consolador pensar en estos cinco millones de compatriotas con quienes compartimos la alegría de dar, la alegría de poder servir, la alegría de ser útiles a los demás, la alegría de mejorar un poquito la vida de los otros, especialmente de los cinco millones de pobres-indigentes que viven sobre nuestro mismo suelo (muchos de ellos son voluntarios también: aunque no tienen “empleo pago”, trabajan).
Gente que da frutos, que se levanta pensando en ayudar a los demás, que se acuesta planeando cómo puede mejorar la suerte de los otros.

Al definir al voluntario se suele poner el acento en que no cobre sueldo. Y me parece que no es justo porque nivela para abajo. Como la sociedad de consumo tiene como fin el lucro, le llama la atención alguien que no lucra con su trabajo, alguien que en vez de llevarse los frutos los da. Esta mentalidad hace que se catalogue rápidamente a este tipo de hombre nuevo que es el voluntario y se lo excluya del sistema como a una especie de virus: es uno que trabaja sin sueldo. Se lo felicita y se lo aísla. Recién hace un año se ha legislado en nuestra patria una ley del voluntariado, siendo que desde hace años es una actividad que involucra al 20% de la población (en el 2002 llegó a haber un 32% de voluntarios!!). De alguna manera, el dios dinero siente que los voluntarios no lo adoran y eso le molesta, como le molestaba a los emperadores romanos que los cristianos no rindieran culto a sus estatuas. Parecía algo inofensivo y formal, pero terminó socavando la “autoridad divina” del imperio. Por eso me parece bueno definir al voluntariado por los frutos que da y no por el sueldo que no cobra. El voluntariado no desprecia el dinero, lo valora muchísimo y lo utiliza para el bien común. No lucra, lo comparte. Voluntario es el que se asocia en organizaciones que tienen como fin el bien común de muchos y no el lucro de la organización misma. Cuando la organización crece, recibe más donaciones, se organiza mejor, esto redunda en un bien para los que son ayudados y este bien incluye a los que trabajan en la organización. Pueden contar con mejor lugar de trabajo y mejores medios, lo cual hace más saludable el trabajo y evita que la gente se queme y se desgaste mal. El fin benéfico de la institución abraza a todos los que interactúan en ella.
Esta mentalidad hay que cultivarla cuidadosamente porque la mentalidad del mundo influye en dos tentaciones. Al que trabaja y recibe un salario lo tienta a pensar que, de última, su relación es sólo laboral y no de amor a una institución que le permite desarrollar su vocación de servicio y vivir dignamente haciendo lo que ama. Al voluntario lo tienta a pensar que, como no tiene relación laboral, su compromiso es unilateral, si algo no le gusta hace lo que quiere y si le piden cuentas se va cuando quiere.

El dios dinero dice “negocios y caridad no pueden ir juntos”. Y es verdad. Pero no todo lo que hace al dinero es “negocio”. También puede ser “frutos compartidos”, bienes comunes. El bien común incluye el bien particular. Este axioma cristiano es el que ilumina como un sol todo nuestro obrar y el desafío consiste en ir armonizando siempre esta tensión entre bien común y bien personal. Cuando dos o tres se juntan para ayudar a otros surge un nuevo tipo de comunidad, que a medida que crece, va transformando todas las relaciones de la sociedad y, con lo que no se quiere transformar, choca, por supuesto. Es que el principio de que los frutos de la viña son para todos (también hay parte para Dios mismo!) es un principio de amor, totalmente opuesto al principio del dios dinero, de que los bienes son escasos y cada uno tiene que manotear lo que puede.
El reino de Dios se le da a la gente que le hace dar frutos, a los que se alegran de trabajar en la viña del Padre y sienten como dicha a ellos personalmente esa frase que el Padre misericordioso le dice al hijo mayor: “Hijo, todo lo mío es tuyo”. Esta riqueza en Dios, que en Cristo nos ha dado todo, es lo que dinamiza todo trabajo en servicio de los demás y cura todas las tentaciones de “agarrar la propia parte” propia del hijo pródigo y de “resentirse por lo que no le dieron” propia del hijo mayor. Pero hay que tener bien en claro que Jesús es la piedra angular que sostiene estas estructuras comunitarias y la levadura de su Amor único es la que fermenta la masa. Sin Él intentar crear estructuras así de complejas es ilusión. Pero él bendice y ayuda secretamente a todo el que, aún sin conocerlo explícitamente, “hace lo que él dice” y sirve al prójimo.

Diego Fares sj

Domingo 26 A 2011

“Una vida de hechos con las más humildes realidades”

Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
– “¿Qué les parece a ustedes?:
Un hombre tenía dos hijos.
Acercándose al primero le dijo:
– ‘Hijo mío, ve hoy a trabajar en la viña’.
El, respondiendo, dijo:
– ‘No quiero’-,
Pero después, arrepentido, cambió de parecer y fue.

Acercándose al otro le habló de manera similar.
Este, respondiendo, dijo:
– ‘Voy, señor’-,
Pero no fue.
– ¿Cual de los dos hizo la voluntad del Padre?
– ‘El primero’-, respondieron.
Les dijo Jesús:
– ‘En verdad les digo: los publicanos y las prostitutas se les adelantan a ustedes en el reino de los cielos. Vino Juan a ustedes enseñándoles el camino de la justicia y no creyeron en él; los publicanos y las prostitutas sí le creyeron; pero ustedes, aún viendo esto, no se han arrepentido ni han cambiado de parecer para creer en él (Mt 21, 28-32).

Contemplación

Decía San Alberto Hurtado: “Ser cocinero o fogonero no es menos noble que ser escritor, poeta o abogado. ¿De dónde viene la ‘excelencia’ de estas profesiones intelectuales? Del falso concepto platónico, pagano, de la mayor importancia de lo abstracto sobre lo concreto. Pero ese concepto lo echó por tierra la Encarnación, que es un hecho bien concreto, y da origen a una vida de hechos con las más humildes realidades”.

Una vida de hechos con las más humildes realidades. La pregunta del Señor: “¿Cual de los dos hizo lo que quería el Padre?” me recordó la frase de Hurtado sobre lo concreto, sobre el hacer las cosas. La parábola del Señor habla de una “conversión al hacer”. La voluntad del Padre se realiza “yendo a trabajar hoy en la viña”.
El hacer siempre es humilde.
El hacer siempre es hoy, ahora.
El hacer siempre es concreto.
El hacer siempre es comunitario: cuando uno hace las cosas otros se benefician y otros colaboran.
Por eso nos lleva al encuentro con el amor de Dios, que es humilde, concreto, comunitario y se nos ofrece ahora, hoy.
En la acción, en lo que hacemos (incluso en lo que hacemos mal, en el pecado) Dios se puede meter y ayudar. Es que el hacer es del Padre. Nuestro Padre “siempre trabaja”, siempre está haciendo, es el Creador. Y con los que van a trabajar a su viña él siempre puede hacer algo bueno. El que está trabajando en su viña está en comunión con él, con lo que le alegra, está haciendo su voluntad: “Hijo mío, ve hoy a trabajar en la viña”.
Las cosas abstractas, en cambio, son más difíciles, son ambiguas: el dinero es abstracto, las ideologías son abstractas, las discusiones si no se dejan contener por los hechos concretos de cada día tienden a volverse abstractas…

Qué significa “cambiar de mentalidad y convertirnos al hacer”. Salir del mundo de lo abstracto y meter manos a la obra. Dejar de ser espectadores y pasar a ser laburadores. La crítica del que saca los pies del plato siempre tiende a ser destructiva. La crítica del que se mete más y más en su trabajo tiende a ser humilde y constructiva.

Hurtado amaba la acción: “¡Oh bendita vida activa, toda consagrada a mi Dios, toda entregada a los hombres, y cuyo exceso mismo me conduce, para encontrarme, a dirigirme hacia Dios! Él es la sola salida posible en mis preocupaciones, mi único refugio”.

Como vemos, no se trata de activismo, de buscar la propia imagen en la acción.

Hurtado ama esa acción que lo lleva a encontrar en Dios su único refugio.

“En Dios me siento lleno de una esperanza casi infinita. Mis preocupaciones se disipan. Se las abandono. Yo me abandono todo entero entre sus manos. Soy de Él y Él tiene cuidado de todo y de mí mismo. Mi alma por fin reaparece tranquila, serena. Las inquietudes de ayer, las mil preocupaciones porque ‘venga a nosotros su Reino’, y aun el gran tormento de hace pocos momentos ante el temor del triunfo de sus enemigos… todo deja sitio a la tranquilidad en Dios, poseído inefablemente en lo más espiritual de mi alma”.

La acción que ama Hurtado es esa que tiene el ritmo y el estilo que el Espíritu transmite a las acciones de Jesús.
Ese ritmo de la vida oculta en Nazaret, trabajando con san José y María.
Ese ritmo de las caminatas apostólicas con los discípulos, de viajes en los que se comparten las charlas lindas que se dan por el camino.
Ese ritmo exigente del trabajo con la gente que no les daba tiempo ni para comer y que luego se remansaba en los ratos de eucaristía, junto al fuego, compartiendo el pan.
La acciones que ama Hurtado son esas que “tienen un momento divino, una duración divina, una intensidad divina, etapas divinas, término divino”.
Se trata de esa acción que “Dios comienza, Dios acompaña, Dios termina. Nuestra obra, cuando es perfecta, es a la vez toda suya y toda mía. Toda la teología de la acción apostólica está en la preciosa oración de la Misa que se llama: Nuestras acciones…:
“Prevén, Señor, te lo rogamos,
con tus inspiraciones,
todas nuestras acciones,
prosíguelas en nosotros
con tu ayuda,
para que toda nuestra acción
por ti comience y por ti termine”.

La gestión es parte de la acción:
“Al comenzar un trabajo hay que prepararlo pacientemente. La improvisación es normalmente desastrosa. El reflejo de la acción objetiva no se adquiere sino poco a poco, después de muchos tanteos, de muchas experiencias, de muchos fracasos. Amar la obra bien hecha, y para ella poner todo el tiempo que se necesite”.

La tensión propia de la gestión –que los papeles engendren más papeles- se equilibra con “lo que hay que hacer hoy por los pobres”:
“Que aumente la caridad en Uds. Que Cristo crezca en cada una de Uds. y estén atentas –se lo decía ayer al Padre Balmaceda–, que las construcciones, los proyectos que tengan, para mejorar la suerte de los pobres, no aminoren lo que hay que hacer hoy. Que los detalles para dignificar al pobre sean lo más importante; que Cristo tenga menos hambre, menos sed, que esté más cubierto gracias a Uds. Sí, que Cristo ande menos pililo, puesto que el pobre es Cristo”.

Dijo “no quiero”, pero después, se convirtió y fue”.
Convertirnos a la acción.
Cada uno de nosotros, convertirme yo a lo que tengo que hacer, a lo que el Padre me ha mandado hacer, a lo que Jesús me ha invitado a hacer.
Solo yo con Él puedo saber qué es lo que “tenemos que hacer”, esa obra que “es toda suya y toda mía”.
Sólo Él me puede hacer sentir a mí “pleno” cuando hago las cosas que los dos queremos, a la manera que los dos queremos.
Hay una satisfacción que es plena y justa, como tiene que ser, sin nada de más ni de menos, sin que le haga mella lo exterior –crítica o aplauso-: la obra bien hecha, por amor, se justifica sola y vale por sí sola. Uno siente que el premio es haber participado, haber contribuido a hacer con Él y con otros, la obra bien hecha.

Hace unos días, en el encuentro anual del Hogar, estaba hablando Ivo, de la Cooperativa Padre Hurtado Ltda y por ahí dijo: “Yo como beneficiario de la cooperativa…” y Eduardo, el presidente, le corrigió: “Socio”. Ivo lo miró como cuando uno está hablando y otro lo corrige y uno duda un instante entre seguir con el hilo de su pensamiento o asimilar lo que dijo el otro, y aceptó. Sonriendo dijo: “Socio, claro. Vamos con las pérdidas también, no solo con las ganancias. Sí, soy socio”.
El intercambio fue de unos segundos pero a mí me cayó la ficha. Me dije: “Ahí se nos adelantaron”.
El Hogar creó la Cooperativa y ahora la Cooperativa en eso le lleva la delantera. La gente se siente socia.
Y es el trabajo –el hacer juntos- lo que produce esos frutos: que uno se asocie también a las pérdidas, que no se ponga afuera “eso que se hagan cargo los otros”.
Cuando el Señor nos invita a trabajar en su viña nos está invitando a ser “socios”. Socios en latín es “compañeros”, de ahí “Societatis Iesu”, Compañía de Jesús.

Bendita acción, bendita “vida de hechos con las más humildes realidades” –las de todos los días en nuestras obras-, que nos permite ser “compañeros de Jesús” e hijos de nuestro Padre Viñador.

Diego Fares sj

Domingo 25 A 2011

La política del Reino

Lo que sucede en el reino de los cielos es semejante a lo que sucede con un hombre Señor de su casa y dueño de una viña que salió a primera hora del amanecer a contratar obreros para su viña. Habiendo concertado (synfonesas) con los obreros en un denario por día, los misionó a su viña. Salió hacia la hora tercia (a las 9) y vio a otros que estaban en la plaza desocupados y les dijo: ‘Vayan a mi viña y les pagaré lo que sea justo’. Ellos fueron. De nuevo salió cerca de la hora sexta y nona (a las 12 y a las 15) e hizo lo mismo. Saliendo cerca de la hora undécima (a eso de las 17) encontró a otros desocupados y les dijo: ‘¿Qué hacen aquí, todo el día sin trabajar?’ Le respondieron: ‘¡Es que nadie nos ha contratado!’. Y les dice: ‘Vayan ustedes también a mi viña’. Cuando atardeció, el Señor de la viña dijo a su mayordomo: ‘Llama a los obreros y dales el jornal comenzando por los últimos hasta llegar a los primeros’. Y viniendo los de la hora undécima recibieron cada uno un denario. Al llegar los primeros, habían calculado que recibirían más, pero recibieron ellos también cada uno un denario. Recibiéndolo murmuraban contra el Dueño de la viña diciendo: ‘Estos últimos trabajaron sólo una hora y los igualaste a nosotros, los que hemos soportado el peso del día y el calor’. Él, respondiendo a uno de ellos, le dijo: ‘Amigo, yo no te hago ninguna injusticia a ti. ¿No te concertaste conmigo en un denario? Toma lo tuyo y vete. Si yo quiero darle a este último lo mismo que a ti ¿no puedo hacer con lo que es mío lo que quiero? ¿O es que tu ojo es envidioso por culpa de que yo soy bueno?’. Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos (Mt 20 1-16).

Contemplación

¿Qué es “lo que sucede” en la parábola? Es importante descubrirlo bien porque lo mismo sucede en el reino de los cielos. Suceden muchas cosas pero la “anécdota” de fondo es que hay un Señor que es bueno por encima de toda medida (sale una y otra vez a contratar obreros para trabajar en su viña y les paga a los últimos igual que a los primeros) y hay algunos que murmuran porque esa bondad le parece injusta. Entonces el Señor reta a uno dejando bien en claro que la murmuración es hija de la envidia y no algo provocado por su bondad, que no admite cuestionamientos. Eso es lo que sucede en la parábola y Jesús dice que eso es algo que también pasa en el Reino. ¿Qué sucede? Que el Demonio tienta de envidia a algunos que trabajan en la viña del Señor y el discurso que elaboran los envidiosos a muchos les suena muy razonable y a otros los deja desconcertados.
¿De donde tomo pie para decir esto? Tomo pie del hecho de que los que murmuran son muchos pero el Dueño de la viña personaliza el reclamo y le responde a uno en particular. ¿Por qué sólo a uno si el descontento era general? Bueno, no era “tan general”. Sólo murmuraron los primeros. Los penúltimos no tenían de qué quejarse, ya que ellos también habían trabajado menos. Quizás los que fueron llamados a las nueve de la mañana estarían más del lado de los primeros… El Dueño personaliza porque las cosas no son “generales”, siempre hay uno que es el que “formula” el discurso. Siempre hay uno que capta los sentimientos de los demás, los nuclea en torno a su visión y suele capitalizar los resultados. Dice el evangelio que los primeros habían calculado que recibirían algo más. Estamos en el ámbito de la política partidaria. El discurso político partidario es el que articula los reclamos y las expectativas de la gente sobre los bienes comunes y trata de capitalizarlos en una dirección, que no siempre es la del bien común.
El Dueño personaliza la discusión y formula un discurso “capitalista al revés”. Capitalista porque dice “los bienes son míos y yo hago con ellos lo que quiero”. Al revés porque su ser Dueño no lo lleva a aprovecharse de los demás sino a ser inmensamente generoso. Su bondad lo lleva a contratar a todos a todas horas y a pagar a todos por igual.
El discurso del Dueño de la Viña es una obra maestra de política celestial. Política celestial no el sentido de algo utópico sino bien real. Es un discurso en el que Jesús formula los criterios políticos de su reino, de cómo debe ser la política eclesial. Y esto tanto en la Iglesia jerárquica como en cada comunidad.

La primera regla: en la política del reino no hay sindicalismo. Los reclamos a Dios, si los hay, cada uno tiene que hacerlos personalmente. No vale ir en grupo. Los agradecimientos, las intercesiones, los ofrecimientos a seguirlo sí pueden (y deben) ser de a dos y de a tres, en comunidad y junto con todo el pueblo. Las quejas y los reclamos, de a uno. Esto queda claro de lo que tienen en común todas las razones que da el Dueño: son todas personalizadas.
‘Amigo, yo no te hago ninguna injusticia a ti.
¿No te concertaste conmigo en un denario? Toma lo tuyo y vete.
Si yo quiero darle a este último lo mismo que a ti ¿no puedo hacer con lo que es mío lo que yo quiero?
¿O es que tu ojo es envidioso por culpa de que yo soy bueno?’.

Esta regla contiene una anterior: en la política del reino no hay partidismos. Nadie capitaliza las expectativas generales. Esto estaba oculto pero si la queja salía bien y el Dueño pagaba más a los primeros, el cabecilla ya tenía su partido político. Los de las nueve y los del mediodía seguro que se le sumaban.

Segunda regla: la justicia del reino es superior a la justicia distributiva. Si nuestra justicia no es superior a la de los escribas y fariseos no estamos en el reino de Dios. En la política de la comunidad nada de ojo por ojo, nada de quién es el mayor ni de quién vino primero o trabajó más… El perdón es “siempre y de corazón”, el mayor es el que sirve, los últimos los primeros, el que trabajó más es un simple servidor que no hizo más que lo que tenía que hacer.

Tercera regla: el contrato es personal. El Señor llama a cada uno y cada uno responde personalmente. ¿No te concertaste conmigo en un denario? Cada uno tiene que concertarse con el Señor, una y otra vez, personalmente. Pedro es el ejemplo: siempre le pregunta directamente al Señor. El sí es el que habla “en nombre de todos”. Puesto por el Señor como Cabeza visible de todos. Y a él cuando pregunta por Juan, el Señor le dice: “A vos qué te importa. Vos seguime a mí”. A este que es incondicional en lo personal el Señor lo nombrará representante de todos, porque no capitalizará las cosas para beneficio propio.

Cuarta regla: el que no está contento con la política del reino puede “tomar lo suyo e irse”. No se le quita lo concertado (se le reconoce lo trabajado. No es el mismo caso del que recibió de regalo un talento y lo enterró. A este se le quita el don y se le da al que más multiplicó sus talentos).

Quinta regla: El Señor nuestro Dios no admite condicionamientos a su Bondad, que es libre y magnánima. Si uno quiere trabajar en el reino de Dios, tiene que estar contentísimo de que Dios sea todo lo misericordioso y generoso que quiera. Hay que prepara el corazón para la fiesta del Padre para cuando vuelven los hijos pródigos. No hay lugar para el resentimiento del hijo mayor.

Sexta regla: Cualquier punto de vista que discuta esto es envidia y la envidia no proviene de la bondad de Dios sino de mi ojo envidioso. Esta condena absoluta es para salvaguardar la Bondad absoluta. Si se deja crecer un reclamo contra la bondad, por pequeño que parezca, pudre toda la política del reino. En esto el Señor no negocia. Si te brota una murmuración contra cualquiera de estas reglas, poné el alerta rojo de “¡Envidia! ¡Envidia! No le sigas la corriente a ese tipo de discursos porque no son del reino.

Vemos así que el Señor es intransigente con las interpretaciones que tuercen de tal manera las cosas que algo bueno parece que termina siendo malo o dudoso. Las seis razones, una más fuerte que la otra, que da el Señor para que quede intacta su bondad no dejan lugar a dudas. Si algo le indigna al Señor es que al bien se lo llame mal. La capacidad de reconocer el bien más allá de todo interés particular y de quién sea el que lo hace o lo aprovecha es algo típico de Jesús y esencial al cristianismo. Para nosotros el bien viene siempre de Dios y no lo disminuyen las circunstancias: que si lo hizo uno que no es de los nuestros, que si se hizo “en sábado”, es decir, salteándose alguna ley, que si la hora no es la oportuna… Lo que está bien está bien y si se lo quiere mejorar nunca tiene que ser rebajándolo. ¡Hasta el mal debe ser corregido con el bien! Cuánto más el bien!!! Los que murmuran quizás piensen, “está bien que hagas con lo tuyo lo que quieras, pero no nos gustó el modo. Por qué tenés que pagarle primero a ellos y exponernos a quedar mal delante de todos…”

El Señor pone a propósito un ejemplo que causa cierta perplejidad. ¿Por qué se complace en poner a prueba a la gente pagando al revés, a los últimos primero, y haciendo notar que les paga a todos igual? Si miramos bien, esta actitud provocativa para algunos ya había comenzado antes, por el simple hecho de salir a llamar obreros una y otra vez, a distintas horas. El Señor no deja que su bondad sea condicionada por nada: ni por las circunstancias, que habrán hecho que algunos no se enteraran de que había trabajo ni por la vagancia de los últimos, que encima se excusan. Pero mucho menos quiere el Señor que su bondad se vea cuestionada por la envidia de los murmuradores. A los vagos les reprocha: “¡pero cómo es posible que se hayan pasado el día entero sin trabajar!” Pero al envidioso le sacude con todo. Es que murmurar contra la bondad es el pecado contra el Espíritu Santo. El no perdonar las deudas es gravísimo, pero el ensuciar el bien llamándolo mal es imperdonable. ¿Por qué? No porque Dios se convierta en malo llegado a cierto límite, sino porque esa actitud endurece el corazón. El ojo envidioso hace que el corazón se congele y se vuelva duro y obcecado como una piedra y eso, si sucede, es el infierno. El infierno es interpretar que el enojo de uno es por culpa de la bondad de Dios. El reino de los cielos, en cambio, es interpretar que la bondad de Dios es capaz de superarlo todo y de mejorarlo todo. La envidia –entristecerse por el bien de otro como si le quitara gloria a uno- es el pecado por el que entró el demonio en el mundo. Como los bienes de esta vida son limitados es en cierta manera un cálculo correcto pensar que si a uno le dan demás o antes que a mí puede ser que eso haga que yo pierda algo. Por eso lo que Jesús quiere destacar es que con los bienes de Dios este cálculo es equivocado y pernicioso. Los bienes de Dios no tienen límite como no lo tiene su misericordia y su deseo de dar. Por tanto la envidia no tiene ninguna razón de ser. Que la Virgen, la sin envidia, la que mejora experimenta el don infinito del amor de Dios que la llena de gracia, y es la que más se alegra de que la misericordia del Señor se extienda de generación en generación, nos libre de toda envidia y nos haga alegrarnos de que la misericordia infinita del Padre sea para todos.
Diego Fares sj

Domingo 24 A 2011

Perdonar de corazón

“Pedro se acercó entonces y le dijo:
– «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?»
Le dice Jesús:
– «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.»
“Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía 10.000 talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía:
– «Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré.»
Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda.
Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía:
– «Paga lo que debes.»
Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba:
– «Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré.»
Pero él no quiso, sino que fue y lo metió en la cárcel, hasta que pagase lo que debía. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido.
Su señor entonces le mandó llamar y le dijo:
– «Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?»
Y encolerizado su señor, lo entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía.
Esto mismo hará con ustedes mi Padre celestial, si no perdonan de corazón cada uno a su hermano.» (Mt 18, 21-35)

Contemplación
Perdonar de corazón. Perdonar en griego es “Aphesis”, “dejar ir”, dimitir, liberar. Para entender bien el gesto del perdón hay que contemplar las dos imágenes de la parábola: la del Señor que “lo deja ir” al que tiene una deuda impagable y la de este que “agarra por el cogote” al que le debe cien denarios y lo “arroja a la cárcel”.
Perdonar es “dejar ir”, es lo contrario de “meter en cana”.
Y esto “de corazón”.
Conmoviéndose ante el pedido de perdón y no tomando en cuenta lo grande de la deuda.

Debo examinar bien entonces mis gestos: si de corazón “dejo ir” al otro o si “lo tengo agarrado”.
El resentimiento es una manera de “tener al otro agarrado”.
Lo tengo agarrado de un hecho y puede ser que lo cobre al instante, que lo deje para después o que lo cobre en cuotas… Pero interiormente “lo tengo agarrado”. “Me las va a pagar”.
Dejarlo ir, en cambio, es “lo suelto”, perdono, despacho la cosa, la dejo pasar.
Y cuando “ajusto cuentas” como hace el Señor al comienzo de la parábola, es para mostrar misericordia, no venganza.

Por supuesto que el perdón es complejo. Y a eso apunta la pregunta de Pedro “si mi hermano peca contra mí, ¿cuántas veces se la tengo que dejar pasar? ¿Siete veces?

Vemos cómo se refuerzan mutuamente lo que significa perdonar y la pregunta de Pedro por la cantidad. Si utilizamos la frase “dejar pasar”, espontáneamente surge la pregunta “¿cuántas veces?”.

Es decir: cada uno tiene su medida.
Unos no dejan pasar ni una,
otros dejan dejan y después te cobran todas juntas.
Unos no dejan pasar pero perdonan enseguida,
otros ni dejan pasar ni perdonan,
otros dejan pasar todo y terminan desorientados…
Cada persona estructura su vida en torno al perdón, al dejarse perdonar y al perdonar a los demás. Es un tema central y Jesús lo refiere al corazón. Dejar pasar setenta veces siete… de corazón.

Pero ¿qué quiere decir de corazón?
Por supuesto que no es nada “sentimentalista” ni “blando” ya que se convierte en un criterio absoluto: si no dejan pasar de corazón las faltas de sus hermanos mi Padre no les dejará pasar sus faltas.
Al decir “de corazón” el Señor pone un comparativo.
Hace que midamos nuestro corazón con el Corazón del Padre.
Hace que midamos con nuestro corazón la enormidad de la deuda que no nos cobró el Padre sino que nos la dejó pasar.
La dejó pasar porque su Hijo se hizo cargo y la pagó toda con su Sangre, no porque se olvidara la cosa así nomás.
Jesús nos dice que pongamos las “deudas de los demás” en ese contexto: en el de alguien a quien le dejaron pasar algo tan groso.
Son todas “pagables”. Será más o menos largo el tiempo que lleve pero ninguna deuda humana es “impagable” si nos consideramos “absueltos de una deuda de 10.000 talentos (más de 343.000 kg de oro)”.

Entramos así en el corazón de la parábola.
Jesús lee los pensamientos de Pedro, que son los del hombre, y capta ese cálculo que hacemos cada vez que “dejamos o no dejamos pasar” alguna que nos hacen.
Capta ese problema fundamental que mantiene siempre atento el corazón de los papás cuando educan a sus hijos y en torno al cual se juegan las instituciones de una nación. Qué dejamos pasar y qué no.
Pero de qué “deudas estamos hablando”. Los cien denarios no son una deuda chica ni tampoco algo monstruoso. Equivalían a unos tres meses de sueldo de un obrero. Es decir, se trata de algo “pagable” pero que tiene entidad. Si trabajamos juntos y me dejás pasar una deuda de tres meses trataré de replantear las cosas para que no vuelva a suceder. La otra deuda seguro que no volverá a darse, porque el Señor deja ir al siervo pero no le dice que “le confía” algo, como a los que fueron fieles en lo poco.
Es curioso cómo “le perdona la deuda grande” que era “de oro” y no le perdona “la deuda de su mal corazón” para con su hermano. Y por ese gesto de no perdonar de corazón lo mete en la cárcel hasta que pague su deuda anterior, la de los 343.000 kg. de oro!

Jesús presenta así muy claramente lo que está en juego “si no perdonamos de corazón”, si no volvemos “pagables” las deudas de nuestros hermanos. Se me ha perdonado todo lo mío que era impagable, pero si no perdono de corazón las pequeñas cosas de mis hermanos (si no las empequeñezco y en vez de eso las agrando hasta el punto de indignarme y agarrar al otro por el cogote) entonces tengo que disponerme a que me cobren todo lo mío.
Aquí es donde entra lo de “el que esté sin pecado que tire la primera piedra”. Si considero que soy solvente para pagar lo mío, entonces… adelante: a cobrarle todo a todo el mundo.
Si en cambio me siento inmensamente agradecido de haber sido muy perdonado, aquellas personas que me deban algo se convertirán en valiosísimas para mí. Veré en ellas la ocasión de honrar al que me perdonó perdonando de corazón a mis hermanos. Por supuesto que no me toca a mí “perdonar a lo dios”, borrando de un plumazo todo lo malo. Eso ni me corresponde ni puedo. Las deudas las tendremos que negociar porque no me afectan sólo a mí sino que lo que uno no pagó lo pagó otro y hay que restablecer la justicia paso a paso. Pero la actitud de fondo será la de estar “celebrando un perdón” y no la de estar “disimulando una venganza”.
Diego Fares sj

Domingo 23 A 2011

La paradoja de la comunidad

Jesús dijo a sus discípulos:
-“Si tu hermano llega a pecar, ve y repréndelo, a solas tú con él.
Si te escucha, habrás ganado a tu hermano.
Si no te escucha, toma todavía contigo una o dos personas más para que ‘todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos’;
Si no les hace caso, díselo a la comunidad.
Y si ni a la comunidad hace caso, considéralo ya como al pagano o al publicano.
Les digo de verdad que todo lo que aten (lo que sentencien y definan como permitido o prohibido) en la tierra será atado en el cielo y lo que desaten (lo que liberen, resuelvan, absuelvan) en la tierra será desatado en el cielo.
También les digo: si dos de ustedes se ponen de acuerdo (synfonein) sobre la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en el cielo. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, allí estoy Yo presente en medio de ellos” (Mt 18, 15-20).

Contemplación

Hay una prédica de Hurtado sobre “El misterio del hombre” en la que muestra la paradoja del hombre moderno: la mezcla de un gozo y un sufrimiento desmedidos. Observa Hurtado: “Jamás, en otros períodos de la historia, el hombre había mostrado tanta sed de gozo. Parece ahora que quisiera convertir la vida en una fiesta permanente (y dispone de medios para “gozar” como nunca antes). Por otro lado: “jamás el hombre ha sufrido tanto como en nuestros días”. Los mismos medios que usamos para divertirnos nos ponen a cada momento ante el sufrimiento feroz del ser humano en todas partes del mundo.
Es muy original este punto de vista de Hurtado, el de los gozos y sufrimientos. La verdad es cuanto más lo pienso más me parece enteramente original. No sé si a alguien más se le ha ocurrido formular así la paradoja del hombre moderno. Qué capacidad de observación y qué corazón profundo el de San Alberto, capaz de identificar cómo ha crecido la sed de gozo. En otras épocas la gente tenía expectativas más realistas, más resignadas, más sobrias… Y por otra parte nos reconoce que “sufrimos más que antes”. No cualquiera se anima a decir estas cosas. Ayuda a ser más comprensivo y a sentir más misericordia por el hombre actual, especialmente por los niños y los jóvenes, por los excluidos… ¡Cuánto sufren sin decirlo las personas que ven en las vidrieras y en la TV todas las cosas hermosas y necesarias para la vida y no pueden acceder a ellas!
Es originalísima también la presentación que hace de Jesús como nuestro médico para el sufrimiento inmenso del mundo actual, y por otro lado, como el único capaz de compartir con todos el gozo y la alegría verdadera. Los tesoros del Espíritu son para todos y especialmente para los más pobres.

Citando el evangelio de hoy, Hurtado ve a Dios como Alguien a quien le gusta estar con el hombre. Dice “Jesús nos revela la compañía de su Padre de los cielos. No estamos nunca solos. “Vendremos a él y haremos en él nuestra morada”. Jesús se revela como nuestro compañero de viaje… de camino, de pesca, de trabajo. Se une a nosotros: donde dos o tres están reunidos, allí estoy yo en medio (cfr. Mt 18,20). Más aún, vive en el interior de mi propia alma…”.
También se fija San Alberto en “lo que vale” el hombre para Jesús: “Jesús al hombre lo llama su confidente, su amigo, le confía su obra, se fía de sus manos… Más aún, lo llama su hijo, auténtico hijo”. Y hace notar la confianza de Jesús en “lo que puede el hombre”: “Jesús considera al hombre capaz de ser sano, de ser santo… le pone como ideal a su Padre… se fía de él, a pesar de saber como nadie lo que hay en el hombre. Para Jesús el hombre está llamado a amar, servir, alegrar, ayudar. El hombre no es el infierno, no es conflicto un hermano a quien amar, ayudar y servir, sobre todo si es pobre”.
“Estas gracias, -dice Hurtado- las operaba Jesús en su vida mediante los gestos sensibles de sus manos, mediante las palabras de sus labios: ‘Tus pecados te son perdonados’, le dijo a María Magdalena, a la adúltera, al paralítico, y esos pecados quedaron limpios. ‘Reciban el Espíritu Santo’, y su alma se inundó del Espíritu del Consolador. Sus manos acariciaron a los niños, ungieron a los enfermos… Y la vida de los que lo vieron y le siguieron se iluminó con su presencia. Por eso lo dejaron todo por seguirlo. ‘¿A quién iremos?, Señor, Tú solo tienes palabras de vida eterna’. Después de haber escuchado en el monte esas palabras maravillosas, los que las escucharon sintieron que sus vidas se renovaban, que tenían una razón de ser… que valían ante los ojos de su Padre, que valía la pena vivir y sufrir…”.

Esta visión tan esperanzadora de Hurtado, tan alegre y exigente a la vez, me movió a aplicarla a la comunidad. Es que en el capítulo 18 de Mateo Jesús nos revela cómo ve Él a las comunidades de los que se reúnen siguiendo una misma espiritualidad y sirviendo al prójimo necesitado. El Señor nos da claves para hacer comunidades según el evangelio, capaces de vivir la alegría de la fe en medio de un mundo hostil, superando los problemas internos, como dice Martini.

Podemos detenernos un momento y considerar esta “paradoja” del hombre moderno como afectando también a toda comunidad: ¿No sentimos acaso que nuestras comunidades son fuente de un gran gozo y también de muchos sufrimientos?
Yo creo que esto lo sentimos todos y la mayoría de las veces lo vivimos como un escándalo. ¡cómo puede ser que este sufrimiento me venga precisamente de lo que también es fuente de gozo!
Esta dificultad, si la vemos con los ojos de Hurtado, en vez de desanimarnos tiene que hacernos sentir “hijos de nuestro tiempo”: que esto que nos pasa pasa en todos los órdenes de la vida, y que abrazar nuestras comunidades, con sus gozos y sufrimientos, es la expresión actual de lo que significa abrazar a Cristo crucificado y resucitado.
Puede ser que si aceptamos esta realidad compleja del mundo actual logremos un beneficio. El hombre y la sociedad moderna (comunidades de servicio incluidas) no necesita a Dios para que haga milagros cósmicos (aunque extrañemos al Dios del AT cada vez que explota un volcán o viene un terremoto). ¿Pero, puede ser que necesitemos a Jesús para que haga milagros sociales, milagros de comunidad, y no tanto milagros individuales? ¿Puede ser que vuelva a resultarnos vital e interesante un Jesús que responde a esta mezcla de gozo y angustia que vive el hombre moderno a nivel familiar, comunitario, social y político? Allí donde tiene un límite toda ley, todo método, toda gestión y toda dinámica, puede ser que vuelva a resultar apasionante el evangelio.

Por un lado hemos descubierto la alegría, la necesidad y la eficacia de trabajar en comunidad. Los voluntariados sociales florecen por todas partes y, como sucedía con los primeros cristianos, a mucha gente la atrae la alegría que ve en nuestras comunidades de servicio. La necesidad y la eficacia de trabajar en equipo y comunitariamente es algo indiscutible. El mundo de hoy no funciona con individualismos y cuando dos o tres se juntan salen cosas maravillosas. Por otro lado, es muy notable cómo en los mismos que valoramos estas gracias de la comunidad existen como puntos ciegos en los que a veces no vemos la relación entre lo que nos dice el evangelio y la construcción o el desmoronamiento de la comunidad. Quiero decir que nadie niega hoy el valor de la comunidad, del equipo, del consenso, del respeto y la valoración de cada miembro. Pero esta evidencia no hace que la comunidad sea algo meramente espontáneo ni algo que se construye sólo por esfuerzo humano. ¡La sed que tenemos de comunidad y los sufrimientos que nos ocasiona!
Ante esta paradoja Jesús tiene una visión muy esperanzada y a la vez muy realista de la gracia inmensa que es la comunidad y del trabajo exigente que requiere.

Nos quedamos con esto: una gracia y una exigencia.
La gracia es la de un Dios que está presente y que interviene en lo comunitario cotidiano.
Donde dos se ponen de acuerdo –sintonizan- el Padre “obedece”.
Ata lo que atamos y desata lo que desatamos.
Y nos concede todo lo que le pedimos (en orden a las relaciones comunitarias, que es de lo que se está hablando, no que le pedimos un helado o que no llueva).
Y esto porque Jesús “está” en medio de los que se reúnen en su Nombre.

Esta gracia es el alma de toda comunidad, de todo trabajo, de toda decisión y de toda petición en común: Jesús “está” y su presencia y la acción del Padre se incrementan o disminuyen en la medida en que se incrementa o disminuye la unión entre “dos o tres”. Cuando se sostiene una relación comunitaria así, el Padre abandona por decirlo así su imagen de Juez y de Autoridad y se convierte en Padre Co-creador: se complace en darnos lo que le pedimos y en consolidar lo que decidimos haciéndonos partícipes de su trabajo en la Viña. Nos hace participar de su fiesta y nos confía responsabilidad-des cada vez mayores: “servidor bueno y fiel, porque fuiste fiel en lo poco se te confía mucho más”.
Esta imagen de un Dios que “se involucra”, que se ata a la comunidad, que se hace cargo de las decisiones que tomamos y de las cosas que pedimos, debe llevarnos a ver al comunidad como un fin y no como un medio “para hacer cosas buenas” (en el fondo individualísticamente valoradas).
La exigencia del diálogo que busca convencer y no imponer brota de esta fuente. Es importante que si uno peca no lo perdamos sino que lo ganemos. Y que toda la comunidad se implique no es un deber sino una necesidad. Hay que hacer participar a dos o tres y luego a toda la comunidad porque si el Señor está en medio de los que nos juntamos en su Nombre, cuando alguno se separa hace que de alguna manera el Señor “no esté” o esté disminuida su capacidad de irradiar vida.
Así como el Señor no puede “obrar milagros” si no encuentra fe, tampoco puede actuar en lo cotidiano si no nos encuentra unidos. La prueba que debería deslumbrarnos los ojos son las cosas maravillosas que hacemos cuando nos unimos. Eso solo tendría que bastar para tener un respeto y un cuidado religiosos por todo lo comunitario: es el lugar sagrado de la presencia de Dios entre nosotros. Estar mal entre nosotros no es sólo estar mal entre nosotros, es quitarle a Dios lugar donde habitar, dejarlo en situación de calle. Y no solo “no pecar” sino “ser creativos con los talentos”. No enterrar el propio. Al menos ponerlo a interés, sumándonos siempre al que lo negocia mejor para el bien común.

Diego Fares sj