El reino de Dios es de la gente que le hace dar frutos
“(Jesús dijo a los ancianos y sumos sacerdotes) Escuchen otra parábola:
Había un hombre, padre de familias, que plantó una viña y la cercó, cavó en ella un lagar y edificó una torre, la alquiló a unos viñadores y emigró.
Cuando se aproximaba el tiempo de los frutos, envió sus siervos a los viñadores para recibir sus frutos.
Y los viñadores, agarrándolos, a uno lo golpearon, a otro lo mataron y a otro lo apedrearon. De nuevo envió otros siervos, en mayor número e hicieron con ellos otro tanto. Por último envió a su propio hijo, diciendo: Respetarán a mi hijo.
Pero los viñadores, viendo al Hijo se dijeron entre sí: ‘Este es el heredero, matémoslo y quedémonos con su herencia’.
Y agarrándolo lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron.
Cuando venga el dueño de la viña ¿qué hará con aquellos viñadores?
Le respondieron: ‘A los malvados los hará perecer malamente y arrendará la viña a otros viñadores que le pagarán los frutos a su tiempo’.
Les dijo Jesús: ¿No han leído en la escritura: ‘La piedra que rechazaron los constructores he aquí que ha venido a ser la piedra angular. Por obra del Señor se hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos’? Por eso les digo que a ustedes les será quitado el reino de Dios y se le dará a gente que le haga dar frutos.
Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, se dieron cuenta que las decía por ellos. Y buscaban el modo de detenerlo, pero tenían miedo de la multitud, que lo consideraba un profeta (Mt 21, 33-46).
Contemplación
Este fin de semana tenemos un encuentro de Manos Abiertas en Mar del Plata.
El tema es el voluntariado. El voluntariado que transforma el mundo humanizando el presente. El voluntariado como instrumento de transformación social en nuestra Patria. Y una realidad que se muestra contundente en las últimas estadísticas es que en nuestra patria hay más de 5.000.000 de voluntarios. El 22% de los adultos (entre 18 y 65 años o más). Dos de cada diez argentinos adultos realizamos algún trabajo voluntario. Y la motivación principal es “mejorar la vida de los otros” y “sentirse útil”.
Gente que hace dar frutos a la patria. Es verdad que hay unos cuantos que en vez de dar frutos se los llevan. Pero resulta consolador pensar en estos cinco millones de compatriotas con quienes compartimos la alegría de dar, la alegría de poder servir, la alegría de ser útiles a los demás, la alegría de mejorar un poquito la vida de los otros, especialmente de los cinco millones de pobres-indigentes que viven sobre nuestro mismo suelo (muchos de ellos son voluntarios también: aunque no tienen “empleo pago”, trabajan).
Gente que da frutos, que se levanta pensando en ayudar a los demás, que se acuesta planeando cómo puede mejorar la suerte de los otros.
Al definir al voluntario se suele poner el acento en que no cobre sueldo. Y me parece que no es justo porque nivela para abajo. Como la sociedad de consumo tiene como fin el lucro, le llama la atención alguien que no lucra con su trabajo, alguien que en vez de llevarse los frutos los da. Esta mentalidad hace que se catalogue rápidamente a este tipo de hombre nuevo que es el voluntario y se lo excluya del sistema como a una especie de virus: es uno que trabaja sin sueldo. Se lo felicita y se lo aísla. Recién hace un año se ha legislado en nuestra patria una ley del voluntariado, siendo que desde hace años es una actividad que involucra al 20% de la población (en el 2002 llegó a haber un 32% de voluntarios!!). De alguna manera, el dios dinero siente que los voluntarios no lo adoran y eso le molesta, como le molestaba a los emperadores romanos que los cristianos no rindieran culto a sus estatuas. Parecía algo inofensivo y formal, pero terminó socavando la “autoridad divina” del imperio. Por eso me parece bueno definir al voluntariado por los frutos que da y no por el sueldo que no cobra. El voluntariado no desprecia el dinero, lo valora muchísimo y lo utiliza para el bien común. No lucra, lo comparte. Voluntario es el que se asocia en organizaciones que tienen como fin el bien común de muchos y no el lucro de la organización misma. Cuando la organización crece, recibe más donaciones, se organiza mejor, esto redunda en un bien para los que son ayudados y este bien incluye a los que trabajan en la organización. Pueden contar con mejor lugar de trabajo y mejores medios, lo cual hace más saludable el trabajo y evita que la gente se queme y se desgaste mal. El fin benéfico de la institución abraza a todos los que interactúan en ella.
Esta mentalidad hay que cultivarla cuidadosamente porque la mentalidad del mundo influye en dos tentaciones. Al que trabaja y recibe un salario lo tienta a pensar que, de última, su relación es sólo laboral y no de amor a una institución que le permite desarrollar su vocación de servicio y vivir dignamente haciendo lo que ama. Al voluntario lo tienta a pensar que, como no tiene relación laboral, su compromiso es unilateral, si algo no le gusta hace lo que quiere y si le piden cuentas se va cuando quiere.
El dios dinero dice “negocios y caridad no pueden ir juntos”. Y es verdad. Pero no todo lo que hace al dinero es “negocio”. También puede ser “frutos compartidos”, bienes comunes. El bien común incluye el bien particular. Este axioma cristiano es el que ilumina como un sol todo nuestro obrar y el desafío consiste en ir armonizando siempre esta tensión entre bien común y bien personal. Cuando dos o tres se juntan para ayudar a otros surge un nuevo tipo de comunidad, que a medida que crece, va transformando todas las relaciones de la sociedad y, con lo que no se quiere transformar, choca, por supuesto. Es que el principio de que los frutos de la viña son para todos (también hay parte para Dios mismo!) es un principio de amor, totalmente opuesto al principio del dios dinero, de que los bienes son escasos y cada uno tiene que manotear lo que puede.
El reino de Dios se le da a la gente que le hace dar frutos, a los que se alegran de trabajar en la viña del Padre y sienten como dicha a ellos personalmente esa frase que el Padre misericordioso le dice al hijo mayor: “Hijo, todo lo mío es tuyo”. Esta riqueza en Dios, que en Cristo nos ha dado todo, es lo que dinamiza todo trabajo en servicio de los demás y cura todas las tentaciones de “agarrar la propia parte” propia del hijo pródigo y de “resentirse por lo que no le dieron” propia del hijo mayor. Pero hay que tener bien en claro que Jesús es la piedra angular que sostiene estas estructuras comunitarias y la levadura de su Amor único es la que fermenta la masa. Sin Él intentar crear estructuras así de complejas es ilusión. Pero él bendice y ayuda secretamente a todo el que, aún sin conocerlo explícitamente, “hace lo que él dice” y sirve al prójimo.
Diego Fares sj