Luces para una vida plena
Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo diciendo: -“Dios no lo permita, Señor. Eso no te sucederá a ti”. Pero El, dándose vuelta dijo a Pedro: – “Retírate! Ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí una piedra de escándalo, porque los pensamientos con los que juzgas no son de Dios sino de los hombres”. Entonces Jesús dijo a sus discípulos: -“El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su Cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí la encontrará. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? ¿Y qué podrá dar a cambio el hombre para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces retribuirá a cada uno de acuerdo a sus obras” (Mt 16, 21-27).
Contemplación
Como dice el Papa Benedicto en su libro “Jesús de Nazaret”, “la confesión de fe Pedro –Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente- sólo se puede entender en el contexto en que aparece: en relación con el anuncio de la pasión y la resurrección y en relación con las palabras sobre el seguimiento. Estos tres elementos –las palabras de Pedro y la doble respuesta de Jesús van indisolublemente unidas”.
Bajemos esto a nuestra vida ya que las consideraciones teológicas, como dice el Papa, por un lado tienen que partir bien de la historia, de qué entendía Pedro como judío de su tiempo cuando decía que Jesús es el Hijo del Dios vivo, y por otro lado, tienen que encarnarse en nuestro presente, en la fe de la Iglesia a la que Jesús le confió la totalidad de la revelación.
Creo que nosotros unimos estas tres cosas –fe, Cruz-resurrección y seguimiento- cuando comulgamos. Allí le decimos a Jesús “Señor mío y Dios mío” (la confesión de fe de Tomás sintetiza todas las anteriores). Y se lo decimos habiéndonos acercado a comulgar, compartiendo con Jesús penas y alegrías. No se puede confesar a Jesús sin comulgar con él, en la Eucaristía y en la práctica de las obras de misericordia. No se puede creer en Jesús sino compartiendo padecimientos y consolaciones en medio del camino de la vida. De eso habla Jesús cuando habla de ese camino en el que uno “se pierde a sí mismo”, pierde “su vida” sirviendo a los demás, camino que es necesario para el hombre y sin el cual resulta imposible encontrarse a sí mismo.
Es que la vida es don –no posesión- y sólo nos sentimos plenamente vivos cuando nos donamos. En el darse se juntan la fe, la cruz y la resurrección.
Es que nadie se dona si no confía, darse duele y también plenifica.
Buscando ejemplos para bajar a la vida estas consideraciones teológicas y antropológicas me encontré con un texto de San Alberto Hurtado –Una manera cristiana de trabajar- que le pone “sangre sudor lágrimas y sonrisa” a este evangelio. Lo cito de corrido porque las palabras del padre Hurtado son contemplaciones hechas en medio de un seguimiento apasionado de Jesús. No son enunciados morales de “cómo se debería vivir” sino constataciones de cómo la vida se vuelve plena y limpia cuando se confiesa a Jesucristo y se va “adelante con los faroles” como decía San Alberto.
La clave que propongo es leer a Hurtado gustando lo que para él es ganar la vida, vivir una Vida plena.
Comienza por darte. El que se da, crece.
Pero no hay que darse a cualquiera, ni por cualquier motivo, sino a lo que vale verdaderamente la pena: al pobre en la desgracia, a ese barrio en la miseria, a la clase explotada;
a la verdad, a la justicia, a la ascensión de la humanidad; a toda causa grande, al bien común de su nación, de su grupo, de toda la humanidad;
a Cristo, que recapitula estas causas en sí mismo, que las contiene, que las purifica, que las eleva;
a la Iglesia, mensajera de la luz, dadora de vida, libertadora;
a Dios, a Dios en plenitud, sin reserva, porque es el Bien Supremo de la persona, y el supremo Bien Común.
Cada vez que me doy así, recortando de mi haber, sacrificando de lo mío, olvidándome, yo adquiero más valor, un ser más pleno, me enriquezco con lo mejor que embellece el mundo; yo lo completo, y lo oriento hacia su destino más bello, su maximum de valor, su plenitud de ser.
Crecer. Mirar en grande, querer en grande, pensar en grande, realizar en grande.
En los combates de hoy, todo se trata a la escala del hombre y a la escala del mundo. Disponerse a realizar cosas grandes. No cuidarse de hacer carrera, sino de llenar su vida en plenitud.
Ejercitar mi esfuerzo en los sectores disponibles. Tomar lo que no ha sido realizado. No imitar la burguesía: no se trata de obtener o de conservar privilegios. Se trata de servir.
No polemizar. Construir. No se trata de descubrir y recorrer una pista solo. Se trata de construir, para uso de muchos, un largo camino.
Realizar. Comienza por conocer el objeto de tu trabajo estando en contacto con él. El que sabe porque ha visto, porque ha experimentado, porque ha reflexionado, no está suspendido a la aprobación de los demás. Él camina en la seguridad.
Amar la obra bien hecha, y para ella poner todo el tiempo que se necesite. Las detenciones en el trabajo, por ejemplo las enfermedades, son útiles para poner cada cosa en su sitio, para volver a hallar las perspectivas. En ellas se realiza lo más fecundo del trabajo. Separado del ruido, lejos de los detalles, se puede mirar los problemas de más arriba y con más calma, se domina el problema; puede uno sacar las conclusiones de lo realizado, repensar los principios, darles una frescura nueva. Pensar y volver a pensar. En cada cosa, adquirir el sentido de lo que es esencial. No hay tiempo sino para eso. La vida es demasiado corta para perder el tiempo en intrigas.
En el sector que tú has escogido debes ser el hombre que sabe mejor, no porque sepas todos los detalles, eso es imposible, sino porque sabes los pormenores suficientes para darte cuenta del conjunto. Lo que más falta hoy, es el hombre con visiones de conjunto. Hay algunas, pero falsas.
La suprema habilidad es la sinceridad. Jugar limpio. La “chicana” es exasperante; hay que dejarla a los mediocres. Muchos buscan no la verdad, ni el bien, sino el éxito. Eso puede ser canallesco.
Atreverse. Con frecuencia se enseña a los hombres a ‘no hacer’, a ‘no comprometerse’, a ‘no aventurarse’. Es precisamente al revés de la vida. Cada uno dispone según su salud, su temperamento, sus ocupaciones sólo de un cierto potencial de combate. No despreciarlo en escaramuzas.
Embarcarse. No se sabe qué barcos encontraré en el camino, qué tempestades ocurrirán… Hay un minimum de precauciones, una vez tomadas, ¡embarcarse! Ningún peligro de materializarse para el cristiano que busca antes que nada el Reino de Dios y su justicia (cf. Mt 6,33).
El combate. Amar el combate. Considerarlo como normal. En el estado de naturaleza caída, es lo normal.
No maravillarse, aceptarlo, mostrarse valiente, no perder el dominio de sí; jamás faltar a la verdad y a la justicia. Las armas del cristianismo no son las armas del mundo. Amar el combate, no por sí mismo, sino por amor del bien, por amor de los hermanos que hay que librar. El combate tiene su belleza, ¿por qué no gozar de ella?
“En la lucha social es muy difícil no dejarse pescar (por la vanidad y los conflictos), aun cuando no se pretende sino la verdad y la justicia. Está esa recepción tan acogedora que te hacen, la invitación a almorzar, los ofrecimientos de ayuda, las subvenciones… (Están las tensiones) entre los miembros del equipo, entre los más conciliadores y los que explotan las divergencias. A veces habrá que capitular para impedir un cisma… porque hay un sector de la asamblea que impone sus puntos de vista. Hay que velar constantemente para guardar la libertad y no dejarse acaparar por un clan”.
Para tener éxito, ser el mejor documentado. Tener entradas e informaciones de todo lo que ocurre. Estar dominado por una idea poderosa, que no se expresará sino poco a poco. Los hombres no resisten mucho tiempo a una idea, cuando se la presentamos de muchos puntos diferentes, y partiendo de lo que a ellos les interesa.
Hay que perseverar. Muchos quedan gastados después de las primeras batallas. Les faltaron las armas o el valor… Otros, en cambio, parecen moribundos y están más fres-cos que nunca.
Nunca está uno solo, ni en las horas de mayor soledad. Cuando se afirma la verdad, se quiere el bien; cuando se combate por la justicia, se hace uno de numerosos enemigos, pero adquiere también numerosos amigos. Otros a nuestro lado aman la verdad, el bien, la justicia. Mañana estarán a nuestro lado. Aun entre aquellos que nos combaten hoy, hay siempre quienes se pondrán de nuestra parte apenas descubran claramente qué es lo que queremos.
No preocuparme de lo que digan. El que sigue el objeto tiene siempre razón. No perder el tiempo en discutir con los estetas, los críticos, los espectadores. Seguir mi camino. Construir. Escuchar pacientemente al que ha visto, al que ha construido. No decir “no” al que ha visto y construido. No decir “sí” fácilmente al que enuncia principios. Alegrarse cuando alguien lo sobrepasa, cuando ve o va más lejos.
Saber que las ideas caminan lentamente. Muchos se imaginan que, porque han encontrado alguna verdad, eso va a arrebatar los espíritus. Se irritan con los retardos, con las resistencias. Estas resistencias son normales: provienen de la apatía, o de la diferente cultura, ambiente. Cada uno parte de lo que es, de lo que ha recibido (¡Nietzsche!). Para que acepte otro pensamiento es necesario que lo asimile, lo armo-nice con lo anteriormente adquirido.
No espantarse, no irritarse de la oposición. Ella es normal, con frecuencia ella es justa. Ella quiere decir que se está en pleno combate, ella prepara la adhesión de otros y nuestra adaptación a la realidad.
Alegrémonos más bien que se nos resista y que se nos discuta. Así nuestra misión penetra más profundamente, se rectifica, anima, y quien quiera que se vaya, olvidándonos, después de haber reinventado o mejorado nuestro propio sistema, milita, quiéralo o no, a nuestro lado. Eso basta. –“Su obra está en crisis”, me dirán. –Sí, pero usted me encuentra bien tranquilo… –“Sí, pero eso y eso no marcha…”. –Pero, amigo, una obra que marcha, tiene siempre cosas que no marchan. Una obra que vive está siempre en crisis.
Permanecer puro, ser duro, buscar únicamente la verdad, el bien, la justicia. Imponerse esfuerzos constantes para alcanzar estos objetivos. A medida que se los ha conquistado, llegar a ser un apoyo sólido para los otros.
Ser simple, “naif” [ingenuo]; y empeñarse en permanecer simple. Creer todavía en el ideal, en la justicia, en la verdad, en el bien, en que hay bondad en los corazones hu-manos. Creer en los medios pobres. Librar con buena fe batalla contra los poderosos. No buscar engañar, ni aceptar medios que corrompan.
Cuando el obstáculo es la oposición de los hombres, la mejor táctica, con frecuencia, es continuar su camino, sin cuidarse de esta oposición. Se pierde un tiempo precioso en polémicas, cuando sólo la construcción cuenta. Los injustos ignoran la fuerza de la justicia. Se creen poderosos, cuando basta que encuentren un solo hombre justo para que todos sus planes sean descubiertos. Apenas encuentran un grupo de justos, deben batirse en retirada, pactar, o al menos tomar la máscara de la justicia. Si la oposición viene de los hombres de buena voluntad, de los “santos”, de los superiores, verificar mi orientación y si estoy marchando con la Iglesia; sacar el mejor partido de las circunstancias, sin armar ruido.
En todo apostolado habrá dificultades. Pertenecemos a la Iglesia militante, y nuestra vida está “en tensión”. El testimonio del apóstol tiene algo de violento. Sólo los violen-tos arrebatan el Reino de los cielos (cf. Mt 11,12). Acuérdate que “se va lejos, después que se está fatigado”. La gran ascética es no ponerse a recoger flores en el camino. Hay más valor en soportar los acontecimientos, que en cambiarlos.
El sufrimiento, la Cruz, es sobre todo permanecer en el combate que se ha comenzado a librar. Esto es lo que más configura con Cristo. Hay quienes quieren expansionarse (s’épanouir) pero sin dolor. No han comprendido aún lo que es crecer… Quieren expansionarse por el canto, por el estudio, por el placer, y no por el hambre, la angustia, el fracaso y el duro esfuerzo de cada día, ni por la impotencia aceptada, que nos enseña a unirnos al poder de Dios; ni por el abandono de sus planes, que nos hace encontrar los planes de Dios. El dolor es bienhechor porque me enseña mis limitaciones, me purifica, me hace extenderme en la Cruz de Cristo, me obliga a volverme a Dios.
En un grupo realista de apóstoles, máximas como éstas se oyen frecuentemente: “Después de un piedrazo, otro…” (No importa!)
90% de fracaso, ¡¡alegrarse, a pesar de todo!!
Comenzar siempre por acusarse a uno mismo.
El fracaso construye.
Alegría, paz, ‘viva la pepa’… ¡y viva, y siempre viva!
Así es la vida… ¡¡¡y la vida es bella!!!
No armar alharaca. No gritar. No indignarse. No irritarse. No dejar de reírse, y dar áni-mo a los demás. Continuar siempre.
No se hace nada en un mes: al cabo de diez años es enorme lo hecho. Cada gota cuenta. “Bástale a cada día su malicia” (Mt 6,34). Esperar aún los piedrazos más grandes y no creer todo perdido cuando lleguen. Ya se acabarán. El tiempo arregla muchas cosas.
Así piensa un grupo de jóvenes que tienen el verdadero espíritu apostólico. Cuando uno mira los sectores de trabajo, de cerca, todo parece que no marcha, y sin embargo la obra marcha, y bien…
Con todo, hay momentos de crisis. Muchos, al verme en peligro, se pondrán a mirar. Comentan:”Ha perdido el pie, pero sabe nadar… pero se fatiga. No puede más… va a ahogarse. ¿Para qué se metería en este peligro?”. Así comentan, luego se van, pero nadie se tira al agua para sacarme. Con todo, no estoy perdido, unos cuantos golpes bien dados y estamos fuera y, ¡¡hasta otra!!
Darme sin contar, sin trampear, en plenitud, a Dios y a mis hermanos, y Dios me tomará bajo su protección. Él me tomará y pasaré indemne en medio de innumerables dificultades. Él me conducirá a su trabajo, al que cuenta. Él se encargará de pulirme, de perfeccionarme y me pondrá en contacto con los que lo buscan y a los cuales Él mismo anima. Cuando Él tiene a uno, no lo suelta fácilmente.
Para este optimismo, nada como la visión de fe. La fe es una luz que invade. Mientras más se vive, mayor es su luz. Ella todo lo penetra y hace que todo lo veamos en función de lo esencial, de lo intemporal. El que la sigue, jamás marcha en tinieblas. Tiene solución a todos los problemas, y gracias a ella, en medio del combate, cuando ya no se puede más por la presión, como el corcho de la botella de champaña salta, se escapa hacia lo alto, se une a Cristo y en Él halla la paz. La fe nos hace ver que cada gota cuenta, que el bien es contagioso, que la verdad triunfa.
……………………..
Díganme si no contagia ganas de vivir así! San Alberto encarna esta síntesis entre fe y seguimiento de un Jesús crucificado y resucitado y abre caminos para que podamos sortear los obstáculos que la cultura actual presenta como insalvables para la vida cristiana en plenitud. El texto da para toda una vida, así que el trabajo de cada uno es quedarse gustando alguna frase en la que siente que se espeja su situación de vida pidiendo a Hurtado luz y fuerza para la propia fe y para la misión en la que uno está.
Diego Fares sj