Domingo 18 A -San Ignacio

 

La ternura con los enfermos

Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas.
Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie.
Al salir de la barca, Jesús vio toda esa gente
y se le enterneció el corazón (de manera tal que) se puso a curar a sus enfermos.
Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron:
‘Este es un lugar desierto y ya se hace tarde, despide a la gente para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos’.
Pero Jesús les dijo:
‘No necesitan irse, denles ustedes de comer’.
Ellos le respondieron:
‘Aquí no tenemos nada más que cinco panes y dos pescados’.
‘Tráiganmelos aquí’, les dijo.
Y después de ordenar a la gente que se sentara sobre el pasto,
tomó los cinco panes y los dos pescados,
y levantando los ojos al cielo,
pronunció la bendición, partió los panes,
los dio a sus discípulos y ellos los distribuyeron entre la multitud.
Todos comieron hasta saciarse
y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas.
Los que comieron fueron unos cinco mil hombres,
sin contar las mujeres y los niños” (Mt 14, 13-21).

Contemplación
La imagen del corazón del Señor que se enternece al ver a toda esa gente que lo sigue, con sus enfermedades y sin pensar en la comida, me trajo a la mente la ternura de San Ignacio que se mostraba de manera muy especial con los enfermos.
La raiz esté quizás en su experiencia de haberse convertido gracias a una enfermedad. Después de ser herido casi muere de la fiebre y fue allí que se le apareció en sueños San Pedro y luego comenzó a mejorar.
Su amor por los enfermos impresionaba a sus compañeros y quedó en la memoria de la Compañía como algo distintivo. El Padre Luis Gonsalvez da Cámara, cuenta en su Memorial: Nuestro padre tiene siempre grandísimo cuidado de los enfermos que sanen y de los sanos que conserven la salud; y así, en la casa habiendo setenta y tantos, hay muy pocas veces enfermos y de muy leves enfermedades”.
“Y las señales de este cuidado de Ignacio son muchas:
el mandar al comprador que cada día le viniese a decir si había dado todo lo que le pedía el enfermero;
el mandar a vender los platos de estaño para poder comprar las cosas necesarias para los enfermos cuando no había en la casa otro dinero;
el tener sorteado el orden en que se venderían las mantas que cada uno tenía y usaba en caso de que se tuvieran que vender para el cuidado de los enfermos…”
Ignacio delegaba mucho. No así el cuidado de los enfermos. Cuando nombró al Padre Nadal vicario General de toda la Compañía, el Padre Luis Gonsalvez da Cámara que era ministro y que antes le consultaba todo a San Ignacio fue a preguntarle si en adelante bastaba con que le consultase las cosas a Nadal e Ignacio le dijo que sí. Y cuenta: “Cayó en ese tiempo enfermo un Hermano y, como uno de los puntos a consultar con el superior era lo referente a las enfermedades de los hermanos, fui enseguida a dar cuenta de ello al Padre Nadal, pero sin hacérselo saber al Padre ; este, enterado después, me mandó llamar y preguntándome cómo no le había avisado inmediatamente de que el hermano había caído enfermo, respondí que se lo había dicho al Padre Nadal, conforme a la orden que su Reverencia me había dado. A pesar de todo me impuso por ello una buena penitencia. Y consultando después este caso con el padre Polanco, su Secretario, me hizo ver que con esa penitencia el Padre me quería dejar claro que exceptuaba de lo que me había dicho las enfermedades de los hermanos”.
En esto de en vez de explicar mucho “dar una penitencia” para que el otro aprendiera San Ignacio era muy “liberal”, lo usaba mucho. Hay que decir que las penitencias solían ser muy originales y que siempre se notaba su amor a la persona y el discernimiento de que nada fuera excesivo, como la vez que a mandó que a uno le diesen como penitencia darse unos azotes mientras rezaba unos salmos y por otro lado mandó que fueran los salmos más cortitos). Cuando los compañeros hablan del amor de Ignacio (que a cada uno lo hacía sentir muy amado) todos destacan primero la afabilidad y segundo el cuidado que tiene él de la salud de todos, que es tan grande que casi no se puede alabar como merece.
Creo que en este cuidado de la salud hay algo muy del Señor que concreta de modo especial un amor que se muestra en todas las demás cosas. Curar los enfermos se extiende, por decirlo así, a dar de comer a la gente que a esa hora ya tenía hambre. Se extiende también a ese quedarse enseñando largamente a las multitudes que tienen hambre de la Palabra de Dios.

El ejemplo de Ignacio, su énfasis en el cuidado de los enfermos, a imitación del Señor, encierra un misterio profundo en el que todos podemos crecer, partiendo del punto en que nos hallemos. Sea que cuidemos a un enfermo de la familia o a hayamos creado una Casa de la Bondad. El examinarnos en nuestra capacidad de “enternecer el corazón” ante el enfermo es como una piedra de toque para ver cómo estamos en todo lo demás. Nuestra relación es con un Jesús que “se compadecía entrañablemente” ante las enfermedades y dolencias de la gente y se ocupaba personalmente de curar a cada uno. Nuestros apuros por realizar “otros trabajos por el reino” tienen que verse cuestionados por este tiempo personal que el Señor y sus santos dedican a las tareas humildes y constantes que requiere el cuidado de los enfermos. En esas tareas crecen de verdad las otras virtudes, se establecen los vínculos interpersonales más fuertes y agradecidos y se vuelven fecundas nuestras demás obras apostólicas.
Diego Fares sj

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