Domingo 18 A -San Ignacio

 

La ternura con los enfermos

Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas.
Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie.
Al salir de la barca, Jesús vio toda esa gente
y se le enterneció el corazón (de manera tal que) se puso a curar a sus enfermos.
Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron:
‘Este es un lugar desierto y ya se hace tarde, despide a la gente para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos’.
Pero Jesús les dijo:
‘No necesitan irse, denles ustedes de comer’.
Ellos le respondieron:
‘Aquí no tenemos nada más que cinco panes y dos pescados’.
‘Tráiganmelos aquí’, les dijo.
Y después de ordenar a la gente que se sentara sobre el pasto,
tomó los cinco panes y los dos pescados,
y levantando los ojos al cielo,
pronunció la bendición, partió los panes,
los dio a sus discípulos y ellos los distribuyeron entre la multitud.
Todos comieron hasta saciarse
y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas.
Los que comieron fueron unos cinco mil hombres,
sin contar las mujeres y los niños” (Mt 14, 13-21).

Contemplación
La imagen del corazón del Señor que se enternece al ver a toda esa gente que lo sigue, con sus enfermedades y sin pensar en la comida, me trajo a la mente la ternura de San Ignacio que se mostraba de manera muy especial con los enfermos.
La raiz esté quizás en su experiencia de haberse convertido gracias a una enfermedad. Después de ser herido casi muere de la fiebre y fue allí que se le apareció en sueños San Pedro y luego comenzó a mejorar.
Su amor por los enfermos impresionaba a sus compañeros y quedó en la memoria de la Compañía como algo distintivo. El Padre Luis Gonsalvez da Cámara, cuenta en su Memorial: Nuestro padre tiene siempre grandísimo cuidado de los enfermos que sanen y de los sanos que conserven la salud; y así, en la casa habiendo setenta y tantos, hay muy pocas veces enfermos y de muy leves enfermedades”.
“Y las señales de este cuidado de Ignacio son muchas:
el mandar al comprador que cada día le viniese a decir si había dado todo lo que le pedía el enfermero;
el mandar a vender los platos de estaño para poder comprar las cosas necesarias para los enfermos cuando no había en la casa otro dinero;
el tener sorteado el orden en que se venderían las mantas que cada uno tenía y usaba en caso de que se tuvieran que vender para el cuidado de los enfermos…”
Ignacio delegaba mucho. No así el cuidado de los enfermos. Cuando nombró al Padre Nadal vicario General de toda la Compañía, el Padre Luis Gonsalvez da Cámara que era ministro y que antes le consultaba todo a San Ignacio fue a preguntarle si en adelante bastaba con que le consultase las cosas a Nadal e Ignacio le dijo que sí. Y cuenta: “Cayó en ese tiempo enfermo un Hermano y, como uno de los puntos a consultar con el superior era lo referente a las enfermedades de los hermanos, fui enseguida a dar cuenta de ello al Padre Nadal, pero sin hacérselo saber al Padre ; este, enterado después, me mandó llamar y preguntándome cómo no le había avisado inmediatamente de que el hermano había caído enfermo, respondí que se lo había dicho al Padre Nadal, conforme a la orden que su Reverencia me había dado. A pesar de todo me impuso por ello una buena penitencia. Y consultando después este caso con el padre Polanco, su Secretario, me hizo ver que con esa penitencia el Padre me quería dejar claro que exceptuaba de lo que me había dicho las enfermedades de los hermanos”.
En esto de en vez de explicar mucho “dar una penitencia” para que el otro aprendiera San Ignacio era muy “liberal”, lo usaba mucho. Hay que decir que las penitencias solían ser muy originales y que siempre se notaba su amor a la persona y el discernimiento de que nada fuera excesivo, como la vez que a mandó que a uno le diesen como penitencia darse unos azotes mientras rezaba unos salmos y por otro lado mandó que fueran los salmos más cortitos). Cuando los compañeros hablan del amor de Ignacio (que a cada uno lo hacía sentir muy amado) todos destacan primero la afabilidad y segundo el cuidado que tiene él de la salud de todos, que es tan grande que casi no se puede alabar como merece.
Creo que en este cuidado de la salud hay algo muy del Señor que concreta de modo especial un amor que se muestra en todas las demás cosas. Curar los enfermos se extiende, por decirlo así, a dar de comer a la gente que a esa hora ya tenía hambre. Se extiende también a ese quedarse enseñando largamente a las multitudes que tienen hambre de la Palabra de Dios.

El ejemplo de Ignacio, su énfasis en el cuidado de los enfermos, a imitación del Señor, encierra un misterio profundo en el que todos podemos crecer, partiendo del punto en que nos hallemos. Sea que cuidemos a un enfermo de la familia o a hayamos creado una Casa de la Bondad. El examinarnos en nuestra capacidad de “enternecer el corazón” ante el enfermo es como una piedra de toque para ver cómo estamos en todo lo demás. Nuestra relación es con un Jesús que “se compadecía entrañablemente” ante las enfermedades y dolencias de la gente y se ocupaba personalmente de curar a cada uno. Nuestros apuros por realizar “otros trabajos por el reino” tienen que verse cuestionados por este tiempo personal que el Señor y sus santos dedican a las tareas humildes y constantes que requiere el cuidado de los enfermos. En esas tareas crecen de verdad las otras virtudes, se establecen los vínculos interpersonales más fuertes y agradecidos y se vuelven fecundas nuestras demás obras apostólicas.
Diego Fares sj

Domingo 17 A 2011

Perlas…

Jesús dijo a la multitud:
– Con el Reino de los cielos sucede como con un tesoro escondido en el campo que un hombre al encontrarlo lo esconde y por la alegría que le da va y vende todas las cosas que tiene y compra aquel campo.

Con el Reino de los cielos sucede también como con un hombre de negocios que anda buscando perlas preciosas. Al encontrar una de muchísimo valor se fue a vender todo lo que tenía y la compró.

También, así sucede con la llegada del Reino de los cielos, a saber, como cuando se echa una red al mar y junta todo género de peces; entonces, cuando la red está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen los peces buenos en canastas y arrojan afuera los malos. Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.
– ¿Comprendieron todo esto?
– Sí -, le respondieron.
Entonces agregó:
– Así todo escriba que se ha convertido en discípulo del Reino de los Cielos es como un padre de familia que extrae de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas. (Mt 13, 44-52).

Contemplación
Al leer estas cuatro parábolas de Jesús, lo primero que “brilló” y me gustó fue una frase que me vino a la mente: “encontrar perlas”. De eso se trata, pensé. Luego busqué los verbos del reino y salió una riqueza inmensa, muy vinculada al discernimiento y a los Ejercicios de san Ignacio. El reino es parecido a encontrar el tesoro, a buscar perlas finas, a escoger pescados buenos y lanzar los malos (las reglas de discernimiento), a guardar las cosas en el corazón e ir sacando cosas nuevas y antiguas, según el momento…

Pero me quedé con lo de “encontrar perlas”. Por lo pequeño de la perla y por lo valioso. También, creo, porque me evoca la perla de Menapace, esa que cuenta cómo “la ostra Marina, poco a poco, y con lo mejor de sí misma, fue rodeando el granito de arena del dolor que Dios le había mandado, y a su alrededor comenzó a nuclear una hermosa perla”. Es una linda parábola de lo que es contemplar: rodear con lo mejor de nosotros mismos un dolor que Dios nos puso en el camino…

Para mí, perlas son las personas, especialmente los más pobres e ignorados, cuando los veo brillar con la luz que les dan los ojos de Jesús.
Es la gracia de estas contemplaciones: todas las palabras y reflexiones son para que el evangelio ilumine algún rostro y lo haga ver como lo ve nuestro Padre.
Y me vinieron al corazón muchos rostros de este tiempo:
Mauricio y sus pinturas, en esa altura de la silla de ruedas que lo pone todo el tiempo al alcance del abrazo cariñoso de sus hijos pequeños…
El taxista que atendía el celular y era su mamá, mientras me llevaba a casa de la mía, hace unas semanas en Mendoza. Me hizo sentir una linda fraternidad este hombre. Me ayudó a mirar a los que hablan por celular por todas partes de otra manera: conectados con sus afectos.

Con estos “pequeños acontecimientos” sucede como con el reino: son como un tesoro que vislumbro un instante, en medio de la vida cotidiana, e instintivamente lo guardo porque siento “esto tengo que guardarlo para mirarlo bien después en la oración”, “aquí pasó el Señor”, “aquí hay un tesoro”. Jesús dice que así trabaja el que es “discípulo del reino”. Qué hermoso título ¿no? Ser discípulo del reino. Ese reino que acontece en el campo –donde además de trigo y cizaña hay “tesoros”-; ese reino que hay que salirlo a buscar al mercado, como cuando uno va de compras atento a las cosas valiosas; ese reino cuyas lecciones están en lo mismo que hacemos y si uno mira bien cómo trabajan en la pescadería saca conclusiones como las de Jesús.

Recordaba la misa del Sagrado Corazón en el Hogar…, lo que suscitó la pregunta: ¿Quién nos amó primero? Les pregunté pensando en nuestras madres y me dio un vuelco el corazón porque “sentí que la pregunta por el amor removía mucha ceniza fría y tronco seco en la mañana fría, entre las ropas desaliñadas y los rostros barbudos, hasta llegar a las brasitas que siempre están encendidas en el fondo de todo corazón”.

Algunos encuentros se convirtieron en liturgia cotidiana. Ya no me pierdo más la bendición a Antoñito. El Domingo de Corpus escribí la gracia de esta comunión, de esta misa continuada, como decía Hurtado y sigue pasando que: “Antoñito siempre se detiene y me viene al encuentro poniendo la frente como un chico y pidiendo: “la bendición, padre”. Aún en estas mañanas frías su frente siempre está transpirada. La bendición le arranca una sonrisa de labios entrecerrados y rumbea ahí nomás para su trabajo”.

Otros encuentros son pasajeros, como los del Colectivo 150 yendo para Soldati: “Mirar como padre a la gente del colectivo es mirarlos así, como personas misteriosas, contento de que cada uno esté en su mundo, mirarlos rezando por ellos sin “saber noticias” de sus vidas intuyendo su misterio –este se parece a tal, aquel debe estar pensando en tal cosa…- .
Rezo por ellos ahora desinteresadamente, tomando conciencia de que esa barrera que sentía en el colectivo, ese límite de compartir 45 minutos de viaje con gente desconocida, no es tal límite si uno mira con ojos de padre, conciente de estar todos, bajo la mirada del Padre del Cielo.

Y al entrar en los confines de Villa Soldati viene María Luisa, la abuela que cuidamos en este tiempo y que falleció el martes pasado. Fuimos cuatro personas a su entierro (que hicimos de primera “como era ella”, como dijo Miguel, su vecino y amigo que le administró sus bienes todo este tiempo). Al bendecir el nicho el padre Javier compartió una perlita que ella le había confiado y que él supo guardar en el corazón, y allí salió a la luz: “ella que no conoció a su papá, porque murió cuando era muy chiquita, ahora lo estará conociendo”. Los sepultureros empujaron el cajón en el nicho medio polvoriento y lo cerraron con la lápida. Y precisamente por ser tan fría la muerte, tan cerrada y tan oscura con un nicho del primer subsuelo del cementerio de la Chacarita, tiene tanta fuerza la imagen de la perla y sigo no queriendo estar en otras cosas sino allí, donde la muerte es tan muerte y el dolor tan doloroso, rodeándolos con la fe, que es lo mejor de mí mismo.

Es que la fe hace “descubrir” tesoros y la alegría que produce lleva a querer venderlo todo, en el sentido de “dejar las otras cosas y concentrarse en el valor infinito de Jesús” cuya gloria se hace presente en los ojos de la gente. Hablando de alegría me acordé de “librito de grasa”. Cómo se alegraron los del segundo comedor cuando entré a pedirles un pancito de grasa. “Fue tal el alboroto y la alegría de que pidiera un pancito que se armó un momento muy especial. Tres me ofrecieron el suyo (ellos también habían elegido los “libritos”), me hicieron lugar en la mesa, querían que tomara el vaso de leche… Como andaba apurado tomé un pedacito nomás (todo no porque estoy muy gordo, le dije a uno) y cuando salía partiendo el pan con los dedos me pegó en la espalda del corazón un “gracias, Padre”, que me abrió los ojos. ¿Has sentido como voluntario o voluntaria esa alegría pura de que un hermano más necesitado te agradezca de que le pidas a él un pedacito de pan?”.

Ese gracias es como el del ese joven con rastas y onda Bob Marley, que me preguntó en el verano: “Padre, ¿existe Jesús todavía en estos tiempos?” (La verdad que me hizo sonreír lo de “todavía en estos tiempos”). Yo había entrado al segundo comedor a bendecir la comida y este que había estado rapeando con otros mientras hacían la cola, se acababa de sentar y me salió con esta pregunta. Hice una pausa para no responder sino de corazón y lo que me salió fue medio subjetivo: “¿Vos te creés que si no existiera Jesús yo estaría acá en Enero?” Me miró a los ojos y bajó la cabeza, asintiendo primero y luego poniendo un poquito de distancia y dijo: “gracias, padre”.

El “gracias” es la perla cultivada con lo mejor de cada uno rodeando su dolor. Eso al fin y al cabo es la Eucaristía, el gracias de Jesús, que rodeó con lo mejor de sí mismo nuestro dolor. Eso es rezar: perseverar hasta que salga un “gracias Padre” de cada cosa vivida, de cada encuentro, de cada realidad.

Bueno, hoy salieron del tesoro “cosas viejas”.
Queda una perlita, por supuesto, que no podía faltar, esa perla que es “la gente de Rincón y Alsina”, tal como la veía Carlitos Luna, rodeándola con lo mejor de sí mismo:
“Qué buena que es la gente de mi Patria, padrecito Diego. Viera cómo me ayudan todos. Yo duermo ahí, en el sindicato. Los guardias son muy amables y me dejan el lugarcito. Las hermanitas Siervas me cambian las vendas y me dan la medicación. El del Quiosco me cuida las cosas si tengo que hacer un trámite. Y me alcanzan algo de comidita… ¡Qué gente buena!”.

Y ahora caigo en la cuenta de dónde me viene lo de que “las perlas son las personas” iluminadas por la mirada de Jesús. ¡Gracias, Carlitos!

Diego Fares sj

Domingo 16 A 2011

Sólo el valor infinito de cada espiga…

“Jesús propuso a la gente esta parábola:
El reino de los cielos se parece a
un hombre que sembró una buena semilla en su campo;
pero mientras todos dormían vino su enemigo,
sembró cizaña en medio del trigo y se fue.
Cuando brotó el trigo y produjo el fruto, también apareció la cizaña.
Los siervos fueron a ver entonces al padre de familia y le dijeron:
‘Señor, ¿no era que habías sembrado una buena semilla en tu campo?
¿Cómo es que ahora hay cizaña?’
El les respondió: ‘Un enemigo mío hizo esto’.
Los siervos replicaron: ‘¿Quieres que vayamos a arrancarla?’
No –les dijo- porque al arrancar la cizaña
corren el peligro de arrancar también el trigo.
Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha,
y entonces diré a los cosechadores:
arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla,
y luego recojan el trigo en mi granero.

También les propuso otra parábola:
«El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es mayor que las hortalizas y se convierte en un arbol, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas.»

Después les dijo esta otra parábola:
«El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa.»

Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo.
Entonces, dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: «Explícanos la parábola de la cizaña en el campo.»
El les respondió: «El que siembra la semilla linda es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la semilla linda son los que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno, y el enemigo que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores son los ángeles. Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre.
¡El que tenga oídos, que oiga!» (Mt 13, 24 ss.).

Contemplación
Me llamó la atención cómo el evangelio nota el momento dramático en que aparece la cizaña: La cizaña aparece a los ojos de los servidores justo cuando la semilla buena comienza a dar fruto.
Cuando brotó el trigo y produjo el fruto, también apareció la cizaña.
Este aparecerse o manifestarse de la cizaña hace ir para atrás. Buscamos la causa: si hay frutos buenos es que la semilla fue buena. Si hay cizaña…
Esto es lo que le van a decir los servidores al patrón: “Señor, ¿no era que habías sembrado una semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña?’”.
Y enseguida, sin escuchar bien la respuesta del Señor que dice sin dudar “Un enemigo mío hizo esto”, los servidores proponen arrancarla: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?”.
Con aguda simplicidad la parábola describe en dos frases las reacciones instintivas de los servidores ante el disgusto que les produce ver el campo de trigo lleno de cizaña: buscar quién es el responsable, dónde estuvo el error y solucionarlo drásticamente.
El amo coincide con el diagnóstico pero va más a fondo. Hay un culpable, pero es “un enemigo suyo”, no es él ni fue un error al elegir la semilla. Y la solución, para que sea drástica de verdad, no hay que apurarla. El mal es más profundo de lo que parece y si se confunde al responsable último o se le echa la culpa a la elección de la semilla o se toman medidas apuradas, se corre el riesgo de malograr el proceso que necesita el trigo para dar su fruto, que es el fin de la siembra.
Rescatamos las tres afirmaciones del Dueño:
1. La semilla es buena (esta afirmación está al comienzo de la parábola y luego se reafirma indirectamente, al no responder al cuestionamiento ¿no era qué…?
2. La cizaña la sembró “un enemigo mío”. El corolario es que queda a salvo la bondad de la semilla, como decíamos, y se evita que la culpa recaiga en los de la casa. Ni fue culpa de ellos ni es un enemigo de ellos.
3. Para “lo que hay que hacer” manda el trigo, no la cizaña. Lo que importa es cuidar el trigo, su proceso de maduración y su fruto.
Sacamos una conclusión práctica: si estas cosas son verdad, entonces el trabajo del reino demandará, por un lado, aguantarse el disgusto que da ver el trigal contaminado con la cizaña y, además, demandará un doble trabajo a la hora de la cosecha.
Esto es así porque lo que quiere el amo es cuidar el trigo. Cada plantita de trigo vale y no quiere que por arrancar la cizaña se pierda alguna.

Las otras dos parábolas refuerzan el por qué vale la pena “cuidar cada plantita de trigo”. Porque cada cosa del reino tiene Vida plena, es como el granito de mostaza, la más pequeña de las semillas, que cuando crece se convierte en un árbol. Las cosas del reino son como el poquito de levadura que fermenta toda la masa. Sólo el valor infinito de cada “semilla del reino” justifica que uno soporte el disgusto de ver la cizaña cada día y se tome doble trabajo a la hora de la cosecha.
Pensemoslo así: ¡Qué me importan toneladas de cizaña si de los granitos de una espiga saldrá la harina para el pan que se convertirá en la pequeña hostia consagrada que en la Eucaristía de hoy el sacerdote pondrá en mi mano diciendo: el Cuerpo de Cristo!.

La alegría del reino brota de cultivar estas imágenes: la de la levadura que fermenta toda la masa, la del granito de mostaza que se convierte en un árbol que cobija, la de la semilla que cae en tierra buena y da fruto abundantísimo: el treinta, el sesenta, el ciento por uno.

En sí mismo, como imagen, el evangelio entero resplandece ante nuestro ojos indefenso y pequeñito, necesitado de la defensa del Padre que nos dice: no se escandalicen ante la visión de tanta cizaña. Cuiden mi trigo. Mi trigo vale. Llenese los ojos de las parábolas de mi Hijo amado: ¡Escúchenlo! “El que tenga oídos ¡que oiga! Miren que Él les cuenta las cosas que están ocultas desde la creación del mundo. Crean en sus parábolas. De las cosas del reino no se puede hablar sino en parábolas, en imágenes interactivas. Reflexionen y dense cuenta de que los que inundan sus ojos con las imágenes del consumo y de la política saturan su alma con imágenes-cizaña. Pero no teman. Esto no le hace nada al trigo de Dios, que da fruto a su tiempo. Una sóla imagen de una parábola de Jesús puede fermentar la masa creciente de todas las imágenes de los 120.000.000 de videos subidos a Youtube.

Ayer, en la Casa de la Bondad, tuvimos la inauguración de la muestra de Pinturas y dibujos de Mauricio García Bustos. Mauricio dibujó desde chico (y sus hijos pequeños le siguen los pasos porque también dibujan muy lindo) y cuando en la casa le regalaron acrílicos y pinceles comenzó a pintar y pintar hermosos cuadros que alegran la habitación. A alguien se le ocurrió hacer una Muestra y la verdad es que salió muy familiar y cálida. Vinieron gran cantidad de voluntarios, los hijos de Mauricio, amigos… Se votó para elegir los cuadros que más nos gustaban a todos y ganó el que más le gustaba a Mauricio… Pero lo que quiero compartir es una pequeña anécdota. Al comenzar Celina dijo unas palabras muy lindas y después lo invitó a Mauricio si quería decir algo. Por supuesto que Mauricio, que es de poquísimas palabras, dijo muy sinceramente:
– “Y… No”.
Y su no nos llevó a mirar los cuadros, que eran más elocuentes que cualquier palabra.
¡Una muestra de pinturas y dibujos en la Casa de la Bondad!

Pensaba en los 3.000.000 de visitas que tuvo en youtube el exabrupto del Tano Pasman. Y en cómo a los pocos días ya lo superó el exabrupto de Fito Paez.

A los que estuvimos ayer, el silencio de Mauricio nos seguirá visitando durante mucho tiempo y seguirá dando frutos del reino en nuestros corazones. Y los cuadros de Mauricio seguirán alegrando para siempre en silencio las paredes de la Casa de la Bondad.

Diego Fares sj

Domingo 15 A 2011

Sembrar

“Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar.
Una gran multitud se reunió junto a él,
de manera que tuvo que subir a una barca y sentarse en ella,
mientras la gente permanecía en la orilla.
Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas.
Les decía…:
El sembrador salió a sembrar.
Al esparcir las semillas,
algunas cayeron al borde del camino
y los pájaros las comieron.
Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra,
y brotaron enseguida, porque la tierra era poco profunda;
pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron.
Otras cayeron entre abrojos,
y estos, al crecer, las ahogaron.
Otras cayeron en una linda tierra (kalh.n)
y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta.
El que tenga oídos, que oiga.

Los discípulos se le acercaron y le dijeron:
– ‘Por qué les hablas por medio de parábolas?’.
El les respondió:
– ‘A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del reino de los cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene se le dará más todavía y tendrá en abundancia,
pero al que no tiene, se le quitará aún lo que tiene. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: ‘Por más que oigan no comprenderán, por más que vean, no conocerán. Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda,
Y no se conviertan y yo no los sane’. Felices, en cambio los ojos de ustedes, porque ven;
felices sus oídos, porque oyen…”(Mt 13, 1-23).

Contemplación y Audición
Releo varias veces el evangelio buscando comprender una vez más la parábola del Sembrador, y me viene al corazón una frase: los terrenos son maneras de oír. Maneras de oír y maneras de mirar.
Por eso la explicación del Señor: “El que tenga oídos que oiga”. Por eso la bienaventuranza: “Benditos los ojos de ustedes, porque ven, benditos sus oídos porque oyen”.
El Sembrador siembra en todos los paradigmas. Algunos son “tierra linda” y dan fruto.
La tierra fértil es “la que tiene su propia vida” y por eso cuando se le siembra la semilla, la integra a su proceso vital y como la semilla de Cristo tiene una Vida plena, hace que la vida de la tierra se fecunde abundantemente.
En cambio la tierra que “no tiene vida propia” esteriliza también la de la semilla de varias maneras, como bien ejemplifica Jesús al hablar de los otros terrenos.

¿Por qué les hablás en parábolas? le preguntan sus discípulos y Él responde estas cosas. Habla en parábolas porque la parábola es interactiva –como la semilla-: la parábola le habla más al que mira y escucha “metafóricamente” “yendo más allá”, poniendo el corazón en el sentido profundo de las cosas, sin quedarse en lo superficial, valorando, agradeciendo…

Aristóteles decía que la capacidad de “descubrir o inventar metáforas”, es el don mayor del espíritu humano. Es lo que uno admira en los poetas, en los genios, en los santos.
Las parábolas de Jesús son la expresión de lo que es su Espíritu. Nadie cómo él ha sabido ver la vida y expresarla en parábolas.
Sus parábolas son la mejor expresión de lo que hace una “palabra viva”, eficaz, que entra en interacción con el terreno del alma y la dinamiza increíblemente.

Nuestro mundo tiene un lado terrible que consiste en ser una trituradora de metáforas. Al cuantificar todo se pierde eso “vital”, ese salto cualitativo que da la poesía y que amamos porque es como la vida: sorprendente, inesperada, siempre más rica…
En esto de “matar las metáforas” hay una anécdota simpática y aguda de Borges:
– “No le voy a decir una cosa por otra”- le dijo a Jorge Luis Borges la cajera del Banco Galicia de la sucursal de Marcelo T. de Alvear casi Maipú, luego de no encontrar el saldo de su cuenta que le había prometido informar.
Borges se da vuelta y le dice al amigo, señalándola:
– “La señorita acaba de matar la metáfora”.

Pero por otro lado las metáforas resurgen por todos lados. Tocar pantallas con la yema de los dedos y comunicarnos con quien queremos en cualquier momento, en cualquier lugar, ¿no es una hermosa imagen de la fuerza que tiene esa semilla que es el deseo de estar en comunión con los que amamos y que lleva a que existan cerca de 4.000 millones de celulares en el mundo? Es cierto que mucho se usa para “trabajar”. Pero no creo equivocarme si digo que la mayoría de los mensajes son de amor. Los “dónde andás” y “a qué hora llegás” de las madres a sus hijos, los “estoy en el subte, esperame, te quiero”, de los que confirman las citas, los llamados “por que tenía ganas de saludarte”… La inmensa mayoría son comunicaciones gratuitas. Intrascendentes para el de afuera, vitales para el que se relaciona.

¿Qué veo cuando veo a la gente tecleando en sus pantallas en el subte o por la calle? A mí me gusta ver gente que siembra, gente que responde y que llama a los que ama en medio del anonimato y el amontonamiento de la gran ciudad.
El celular es la expresión de un “rebalsamiento” de la interioridad sobre el espacio público. Lo que antes sucedía “interiormente” (que uno podía estar charlando con vos y tener la cabeza o el corazón en otro lado) hoy se expresa en si apaga o deja prendido el celular.
Cada persona ha extendido su “halo” de vida interior en torno a sí y los llamados que le entran y los mensajes que contesta nos hacen sentir que no es solo un individuo que está allí delante cumpliendo una función para mí. El taxista que atendía a su mamá mientras me llevaba a casa de la mía, hace unas semanas en Mendoza, me hizo sentir una linda fraternidad. Yo había ido al centro tempranito y volví en taxi para llegar rápido y él recibió el llamado de la viejita que estaba tomando mate en su casita y llamaba al hijo para ver a qué hora iba a ir ese sábado a almorzar.
Los fragmentos de llamadas que escuchamos al paso nos hablan de este ensanchamiento de la vida personal que rebalsa sobre lo público. Confirman que los que compartimos el tren o el subte por la mañana no somos una masa informe de seres anónimos sino que cada uno tiene sus afectos, su gente querida, y va dialogando interior y ahora exteriormente con ellos.

Es cierto que hay mucha invasión, mucho spam, mucha pavada y distracción… Parafraseando podríamos decir que el spam y los virus tienen algo del abrojal, el terreno en el que los yuyos y la cizaña ahogan el trigo; que la dispersión de tanto mensaje es como la de la palabra que cae en el camino y se la comen los pajaritos y que la superficialidad de tanta información es como la palabra que cae en terreno pedregoso en el que las alegrías duran poco. Pero cuando la palabra que se comunica y se recibe es de amor y cae en unos ojos y en unos oídos que miran y escuchan con amor, da fruto abundante. A eso apuntan estas contemplaciones semanales que van por e-mail y se alojan en el blog “contemplaciones del evangelio”. Son “una semilla” de las tantas que siembra cada día El Sembrador y que yo recibo en mi terrenito sabático y dejo que dé fruto. Cuando lo relanzo es con la confianza de que en esa semillita –medio rumiada – no va “lo mío”, va la fuerza vital del Evangelio entero. Al fin y al cabo, la metáfora de la semilla que en unos terrenos no da nada y en otro da el ciento por uno, apunta a eso: a hacer “ver” que la Vida Plena de la Palabra está íntegra en cada semillita y cuando es bien acogida da un fruto increíble.
Por eso es que una semilla vale la pena y no se desperdicia nada sembrando al voleo en todos los paradigmas, en todas las maneras de oír y de ver. Felices los ojos de ustedes, porque ven. Felices sus oídos porque oyen… Porque a quien tiene se le dará más todavía y tendrá en abundancia.

Diego Fares sj

Domingo 14 A 2011

Domingo14 A2011

Dios nos amó primero

“En aquel momento de gracia Jesús dijo:

Te alabo (concuerdo agradecido = exomologeo),

Padre, Señor del cielo y de la tierra,

porque habiendo ocultado estas cosas

a los sabios y a los prudentes

se las has revelado a los pequeñitos.

Sí, Padre porque así lo has querido.

(Sepan que…) Todo me ha sido dado por mi Padre

y nadie conoce al Hijo sino el Padre,

así como nadie conoce al Padre sino el Hijo

y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.

(Por eso…) Vengan a mí todos

los que están afligidos y agobiados,

y Yo les daré un descanso.

Tomen el yugo mío sobre ustedes

y aprendan de mí,

que soy manso y humilde de corazón,

y  encontrarán alivio para sus almas,

porque mi yugo es suave

y mi carga liviana”(Mt 11, 25-30).

Contemplación

El evangelio de este domingo coincide con el del Sagrado Corazón de Jesús, la última fiesta del tiempo de Pascua, que se celebra en viernes para significar que lo más íntimo del Señor –su Corazón Resucitado y lleno de Amor- ha comenzado a latir en la vida cotidiana del mundo.

Juan nos dice en qué consiste este amor: “el amor consiste en que Dios nos amó primero”. Y este primerearnos de Dios, como siempre dice Bergoglio utilizando el lenguaje turfístico, es la clave para comprender de qué amor se trata cuando hablamos del Corazón de Jesús.

Ayer, en la misa que hicimos en el Hogar junto con la Casa de la Bondad, ante muchos hermanos nuestros muy sufridos, esta verdad de que Dios nos amó primero resonaba conmovedoramente.

– ¿Quién nos amó primero? – les pregunté (y la pregunta por el amor removió mucha ceniza fría y tronco seco en la mañana fría, entre las ropas desaliñadas y los rostros barbudos, hasta llegar a las brasitas que siempre están encendidas en el fondo de todo corazón).

– Pensemos, ¿quién nos amó primero? (ahí me atraganté un poco y dije tímidamente) nuestra mamá ¿no?.

Al predicar en el Hogar pasa que de golpe uno abre los ojos al escucharse diciendo algo que es lo normal para muchos pero no para todos. Y allí, decir “mamá”, decir “familia”, es la palabra más dolorosa. El que está en la calle sufre la pérdida de conexión con sus amores “primeros”. Suele haber muchas historias de abandono en los que luego “se abandonan”. Sentí que dolía pero ya lo había largado y la seguí. Me tuve que ir más hondo.

– Nuestra madre nos amó primero. Esto es verdad. Hasta puede pasar que uno haya sido luego abandonado, pero si estamos en este mundo, los que estamos hoy acá, es porque nuestra madre nos amó primero y nos dio la vida. Otros no tuvieron esa gracia. Así que lo primero es el agradecimiento: si tengo vida es que fui amado primero. Puede ser que enseguidita venga una queja o una pena y un reclamo. Pero lo primero es el agradecimiento. Lo primero es esa alabanza que nos enseña hoy

Jesús. “Te alabo, Padre… te bendigo, de doy gracias”.

Jesús lo tiene claro: siempre se conecta con “El que lo ama primero”.

Al fin y al cabo esa es la definición de lo que quiere decir Padre: “el que te ama primero, siempre”.

Y cuando uno se conecta de corazón con el Padre que nos ama primero, el corazón se vuelve mansito y humilde. Se disuelven todos los resentimientos y las cargas de la vida se vuelven más suaves, más livianas.

Por eso hay que hacerle caso a Jesús y si uno anda angustiado y agobiado hay que “ir a él y aprender de él”. Aprender cómo siente y cómo discierne su corazón.

Uno puede aprender muchas cosas en la vida, pero las más importantes se aprenden de corazón a corazón. Tenemos la capacidad de “aprender a sentir con el corazón de otro”. Y qué mejor que aprender del Corazón de Jesús. Como dice Pablo: “tengan los sentimientos de Jesús”.

Nuestro corazón se puede emparejar con el del Señor, podemos aprender a padecer con él y a alegrarnos con él.

Con Jesús las cosas tienen que ser de corazón.

Si no no son nada.

Él nos enseña esta “primacía de lo cordial” y nos enseña a relacionarnos cordialmente con nuestro Padre del Cielo que nos amó primero.

“Antes que nacieras tu Padre del Cielo te soñó y te creó. Por eso siempre te va a ayudar, siempre te va a perdonar, siempre te va a esperar con alegría para darte un abrazo. Aunque te sientas la oveja negra, para él sos la ovejita perdida y te va a salir a buscar; aunque te sientas como el hijo que se fue de casa y lo perdió todo y arruinó su vida, él te va a estar esperando con una fiesta y un abrazo; aunque sea el último momento de tu vida, como le pasó al buen ladrón: si le decís “acordate de mí que soy tu hijo”, él se va a acordar y te va a salvar…”.

… Al ir predicando cada una de estas palabras ante la gente apretujadita que llenaba el patio del Hogar sentía una vez más lo bien que hace celebrar la Eucaristía allí. Cada imagen del evangelio es homologada por algún rostro que asiente, al escuchar “ovejita perdida”, por una mirada que se alza un poco al escuchar “hijo pródigo amado”, por alguna cabeza gacha que asimila en silencio la revelación del Amor del Padre, del Amor primero.

Padre Diego