Domingo de Corpus A 2011

Comulgar

Jesús dijo a los judíos:
– «Yo soy el pan vivo bajado del cielo.
El que coma de este pan vivirá eternamente,
y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo.»
Los judíos discutían entre sí, diciendo:
-«¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?»
Jesús les respondió:
-«Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre
y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna,
y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida,
vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente» (Juan 6, 51-58).

Contemplación
En el taller de espiritualidad, ayer, hicimos esta contemplación leyendo dos veces el pasaje del Pan de Vida y luego compartiendo la frase que más nos gustaba. La leyó cada uno en voz alta y luego fuimos expresando qué sentimiento nos despertaba.
Surgieron así algunos sentimientos lindos: el de experimentar “amplitud” ante un pan que es para “la vida del mundo”, para todos los hombres, no sólo para algunos; el sentimiento de fe y de confianza que despierta este modo personal de hablar que tiene Jesús, que nos incluye, que quiere hacernos sentir en comunión con él…
Cuesta un poco “entrar en comunión con los propios sentimientos”. Las ideas toman la delantera y uno “despliega” sus ideas más rápido de lo que “comulga” con sus sentimientos.

Pero las ideas “no alimentan”: se reproducen y se multiplican y la mayoría se desvanecen apenas uno las expresa.
Cuando alguien comunica sólo ideas, sin pasarlas por su corazón, uno toma inmediatamente cierta distancia crítica. A veces con interés y otras escuchando como quien oye llover. En cambio cuando sentimos que el otro habla estando atento a su corazón y comparte lo que va sintiendo, enseguida prestamos atención. Estas ideas son las que alimentan, tanto al que habla como al que escucha.

Jesús es Alguien que habla así: “escuchando al Padre que habla en su Corazón”. Por eso sus palabras alimentan, porque él mismo se alimenta de lo que escucha y lo comparte: “mi alimento es hacer lo que le agrada al Padre”.

Comulgar con el propio corazón es un trabajo personal, necesario para poder entrar en comunión con el corazón de otro. También con el de Jesús. Es lo mismo que decíamos del lenguaje del Espíritu. El Espíritu nos habla en nuestra lengua materna y tenemos que “recordar” esa lengua, nosotros que hablamos en tantos idiomas extraños.
Pues bien, la lengua materna es la que habla nuestro corazón. Por eso la labor interior de “comulgar con nuestros sentimientos” para poder comulgar con los sentimientos de Jesús.

En este clima salió el sentimiento de lo fuerte de la Palabra de Jesús. Notamos cómo los que lo rechazan comprenden muy bien lo que está pidiendo: una comunión total. Comer su Carne implica comulgar no solo con sus ideas sino con todo lo que le pasa, con su pasión, y con todo lo que realiza, sus gestos de caridad y de misericordia para con todos.
Una comunión tan absoluta nadie se la exige a nadie. Aún con los que más amamos no pretendemos una comunión con todo lo nuestro. Es que ni siquiera nosotros estamos en comunión con todo lo nuestro: hay sentimientos y pasiones en nuestra carne que no son “comulgables”. Sólo Alguien como Jesús, puede invitar a una comunión total con su Carne ya que en ella no hay nada que no sea “comestible”. Al comulgar con su Carne nos santificamos. Por eso Jesús insiste con que la comunión con Él, con su Carne y su Sangre, es la comunión básica, fuente de todas las otras. Sólo Él puede establecer una comunión total entre su Corazón y el nuestro. Y alimentados por esta comunión podemos entonces comulgar con toda carne, ir creando lazos de comunión con todos los hombres.

Pasamos entonces a preguntarnos por nuestra comunión con los demás en la vida cotidiana. Qué experiencias lindas tengo de haberme sentido “comulgando” con alguien.
Lo primero que surgía es que somos limitados y que con los demás no hay una comunión plena como con Jesús. Pero insistimos en tratar de unir comunión Eucarística y comunión con la gente. Me vino a la mente que así como hay muchos que van a misa y no comulgan, también en la vida cotidiana muchas veces “estamos” pero “no comulgamos”. Y la vida es comunión. Los cristianos estamos para comulgar, no para “hacer negocios” o para “compartir imágenes en facebook”… Estamos para compartir la vida y la vida pasa por nuestra carne que requiere cuidado, afectos, servicio, presencia… tiempo.

Salieron cosas lindas: experiencias de comunión entre novios y esposos, experiencias de comunión en el cruce de miradas y saludos en el servicio de nuestros hermanos más pobres cuando entran al hogar, experiencias de comunión al recibir ayuda fraterna de nuestros amigos, experiencia de comunión en el grupo, al juntarnos en torno a la Palabra…
Yo compartí la experiencia de comunión con los que me piden la bendición. Signar la frente de otra persona con la señal de la Cruz es una experiencia de comunión muy fuerte. La frente de la persona que inclina la cabeza y entrecierra los ojos para recibir la unción de la Cruz es como el lugar de entrada para la fe. Yo siento que la persona abre su mente a la bendición y acepta algo que lo trasciende y lo envuelve. La palabra “El Señor te bendiga” y el gesto de trazar la cruz hacen que el Espíritu entre y descienda hasta el corazón del que recibe la bendición.

Una de las bendiciones más cotidianas es la bendición de Antoñito.
Antonio trabaja de changarín en la verdulería de Luis y yo paso por la mañana después de misa camino al hogar. A las ocho de la mañana la verdulería bulle de vida. Están activos desde las dos o tres de la mañana y entre las seis y las ocho llegan las camionetas y los camioncitos a llevarse los cajones de frutas y verduras que están bien ordenados de acuerdo a los pedidos. A Antonio lo suelo encontrar ahí o en mitad de la calle llevando los pedidos con su carro. Siempre se detiene y me viene al encuentro poniendo la frente como un chico y pidiendo: “la bendición, padre”. Aún en estas mañanas frías su frente siempre está transpirada. La bendición le arranca una sonrisa de labios entrecerrados y rumbea ahí nomás para su trabajo. Los otros miran un poco azorados esta liturgia callejera. Siempre con respeto. Aunque el trabajo en la verdulería es “a la italiana”: todo gritos y bromas y comentarios que animan el trabajo duro, ante estas bendiciones siempre hay un momentito de silencio. Y de vez en cuando algún otro pide también la bendición. Para mi es como “la misa continuada” de la que hablaba Hurtado, el gesto que mete a Jesús en la verdulería o en medio de la calle Alsina.
No recuerdo cuándo fue la primera vez que Antoñito me pidió la bendición. Haciendo memoria, creo que yo se la dí una vez que me saludó efusivamente mientras llevaba el carro con las verduras. Como a veces hago sin que lo pidan, creo que le hice una señal de la cruz en la frente. Y parece que le gustó, porque de ahí en más no me deja pasar sin que lo bendiga.
El siente que es “su misa”, la comunión con Jesús que necesita para empujar el carro con alegría. Yo siento que es “mi misa continuada”, la comunión que necesito dar fuera del templo, en la iglesia de la verdulería.
Y creo que Jesús se siente muy a gusto en esa Eucaristía al aire libre.

La verdad es que cuando Jesús dice que él es el pan vivo que baja del cielo
más que una teofanía descendente a mí me viene la imagen de Antoñito doblando por Pichincha.
A media cuadra de distancia lo veo contrastado contra el cielo azul y fresquito al fondo de Alsina mientras los primeros rayos del sol dan contra los vidrios del Spinetto.
Antoñito es el que viene al encuentro de su bendición empujando ese carro lleno de verduras para la olla de la gente. El carro mide un metro y medio por uno de ancho y viene cargado de cajones. Las ruedas medio desparejas no frenan el envión con que viene Antoñito.
Siempre que nos vamos acercando me edifica su rapidez para los mandados:
siempre va apuradito y contento. Su rostro contrasta con el rostro duro de los cartoneros. ¿Será por que Antoñito no junta sobras sino que reparte alimentos?
Yo siento que en su envión hay algo más que el apuro de Caputo, su patrón.
Me parece que a Antoñito nadie lo empuja. El empuja su carro como quien va enviado. Yo siento que la bendición hecha al paso se le suma a la que ya trae de adentro… “La bendición, padre”… Un momento y ya seguimos, luego de un cruce de sonrisas, cada uno para su lado… “Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí…”. Una teofanía del pan vivo que “baja por Alsina rumbo a Pasco”… Vaya a saber. Son impresiones mías a posteriori. Ganas de ver a Jesús en la gente, que me llevan a exagerar un poco. Mirá si Jesús va andar bajando del cielo y metiéndose en los cajones de verduras del carro que Antoñito –bendecido por mí- empuja por Alsina, sonriente y apurado…
Algún día me dirá si era Él.
Lo que sí se es que, con Antoñito, comulgamos.

Diego Fares sj

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