Domingo de Pentecostés A 2011

En nuestro dialecto maternal

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. Estupefactos y admirados decían: « ¿Es que no son galileos todos estos que están hablando? Pues ¿cómo cada uno de nosotros los escuchamos en nuestro dialecto maternal? (Hc 2, 1 ss)

Contemplación
En Pentecostés, el Espíritu Vivificante se reparte y se posa sobre cada uno de los discípulos y discípulas que están con María, la Madre de Jesús, en forma de “lenguas como de fuego”. Y el milagro del Espíritu es que la gente comienza a escuchar a los discípulos cada uno en su lengua nativa. “En el dialecto en el que hemos nacido” dice Lucas, y la Biblia de Jerusalén traduce hermosísimamente: “los escuchamos en nuestro dialecto maternal”.

La iglesia nace hablando en el dialecto materno de todos los hombres de todos los pueblos.

Por eso María es figura de la Iglesia, porque es la que mejor habla esta lengua maternal del Espíritu.

María habla el lenguaje que la gente entiende.

Y este lenguaje no es un lenguaje “menor”, como si el lenguaje devocional de la religiosidad popular se tuviera que tomar con una especie de condescendencia para la gente de poca cultura; como si el lenguaje en el que nuestro pueblo se entiende con su Dios fuera un lenguaje que tiene que ser desmitologizado y racionalizado para ser serio y teológico, como pretenden muchos teólogos que se complacen en escandalizar a la gente sencilla con afirmaciones de eruditos sin fe, que han perdido el “fuego” de la lengua materna y hablan de Jesús en un lenguaje raro.

El lenguaje materno en el que nuestro pueblo fiel escucha a su Dios es el lenguaje puro del Espíritu Santo que a cada uno le habla en su dialecto materno. Es un dialecto materno “glorificado”: el dialecto materno en el que Jesús aprendió a hablar –escuchando a su Madre y a San José-, un dialecto nutrido en las Escrituras en el que Jesús se comunicó con su pueblo, con su gente, un dialecto que se convirtió en Evangelio –el evangelio es “lo que escuchó la gente de Jesús en su propia lengua- y que el Espíritu “consolidó” en Pentecostés y consolida en cada corazón como “Verdad plena”.

La gente enseguida pesca al que le habla de Jesús con dialectos extraños.

Pero a muchos les fascinan los dialectos extraños. Incluso no toleran el evangelio si no viene con alguna palabra de moda. Ya se lo decía Pablo a Timoteo: “Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por su propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas” (2 Tm 4, 3).

Cómo decía una amiga: “qué pasa en nuestra Iglesia que tenemos esta ansiedad por lo novedoso y lo de otras religiones y no nos satisface lo nuestro?”.

Esto no es nuevo, ya le pasó a Pablo con los Gálatas: “¡Gálatas insensatos!, ¿quién los embrujó a ustedes, gente ante cuyos ojos Jesucristo ya fue presentado claramente crucificado? … Tan insensatos son que habiendo comenzado por el Espíritu ahora van a terminar en lo carnal?” (Gal 3, 1-3).

Se da en la Iglesia hoy una tentación difícil de identificar sin herir a nadie. De hecho asistimos a verdaderos “cismas” hacia adentro. No se da “una mutua excomunión” como sucedió entre el Papa y el Patriarca de Constantinopla en el gran Cisma que dividió a la Iglesia en dos. Pero cualquier teologo o teologa de ciudad se da el lujo de poner en cuestión la autoridad del Papa. La política no es “romper” con la Iglesia jerárquica, sino crear burbujas con otro “modelo” de Iglesia que van creciendo dentro del Cuerpo y alimentándose de él. Las herejías de hoy son cuidadosas (y cobardes): los que las sostienen y alimentan se cuidan muy bien de matizar y de sugerir (son encantadoras sus palabras) para que no les caiga encima la Congregación para la doctrina de la fe. Los que “sacan las conclusiones” y se hacen bolsa son los pequeñitos que ingenuamente se beben sus doctrinas y quedan “escandalizados”, partidos en dos, divididos interiormente, sin poder hablar con el Espíritu porque les inocularon desconfianza para con el lenguaje materno en el que se expresaban. Les sucede como a muchos hijos de los inmigrantes latinos en EEUU, ¿vieron?: sienten vergüenza de hablar castellano como sus papás.

Pero bueno, en esto hay que apostar al Espíritu de Jesús que confía en que “partos, medos y elamitas, los de la Mesopotamia, Judea y Capadocia, los que viven en el Ponto y en Asia, en Frigia y en Panfilia, en Egipto y en la zona de Libia que limita con Cirene, venidos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, cada uno puede oír hablar las maravillas de Dios en su propia lengua”.

A esto apuntan los Ejercicios de San Ignacio: a que cada uno se conecte con su lengua materna (la de la fe de su familia, la de la fe de su pueblo, la de la fe de su espiritualidad, la de la fe de la comunidad en la que recibió su formación cuando sintió la vocación…) y no ande buscando “aprender lenguas extranjeras”.

La “Tradición” bien entendida es esa Lengua Materna que nos habla la Iglesia y que cada uno debe “escuchar” en su lengua materna personal.

Me animaría a decir que el problema actual no radica tanto “en lo que dice la Iglesia” –que para algunos es “autoritario”, sin autocrítica, dogmático, no adaptado al lenguaje del mundo de hoy, etc…) sino que el problema radica en la gente que no tiene clara cuál es su lengua materna.
¿Vieron ese desfasaje que uno percibe en el lenguaje y los comportamientos de las personas de los pueblos del interior que se vuelven mormones de un día para otro? Lo mismo pasa cuando uno ve congregaciones enteras que comienzan a adoptar “esos raros peinados nuevos” (gracias Charly). El problema no está en el peinado sino en quién lo usa. En cuál es su acento galileo y en qué idioma pretende hablar ahora. Cuando uno es fiel a su dialecto materno en que le habla el Espíritu (a su Fe, a su Pueblo, a su Cultura, a su Espiritualidad, a su Congregación…), puede hablar con cualquiera que hable otra lengua materna y entenderse sin confundirse ni hacer papelones.
Perdón por el excurso con la “tentación de los lenguajes ‘no maternales’” (ese sería el criterio que comparto para que cada uno discierna si le está hablando el buen espíritu o el malo).

Para ir al lado lindo, un poco de lenguaje maternal. Ayer me llama la coordinadora general del Hogar para decirme que “A…” quiere que su asistente le guarde la plata del subsidio habitacional porque no va a poder conseguir una piecita hoy y tiene miedo que se la roben en la calle. “Fíjese, me dice, la inclusión que se ha logrado”. “A…”, “el de la gorrita”, el año pasado nos metió miedo. Una corrección que se le hizo motivó una amenaza seria a una persona del Hogar. “Yo no me olvido de una cara”, le dijo, mirándola con rencor.
En la fila se comportaba de manera amenazante y se colaba, dejando fuera a veces a los más viejos. Como había mucha gente en el segundo turno en esa temporada comencé a salir y a hablar con los que hacían la cola. Me daba miedo enfrentarlo porque no quería que se quedara fijado con la persona a la que había amenazado. Primero hablé en el comedor donde él estaba, diciendo en general, que el que se colaba le estaba robando un plato de comida a otro igual o más pobre que él y que eso no era ni digno ni justo. Y después de dos o tres días, al ver que seguía amenazante, pedí ayuda a San José, salí a la calle y lo llamé delante de todos para hablar en medio de la vereda. No sabía bien qué le iba a decir y lo que salió fue así:
– Señor, venga por favor.
…. Mirada como diciendo ¿quién, yo?
– Sí. Ud. Venga por favor.
Me miró fiero y vino.
– ¿Cómo te llamás?
– “A…”, ¿por qué?
– “A…”, te quiero decir algo. Vos venís al Hogar, ¿no?. Bueno, nosotros te brindamos algunas cosas –comida, ducha…-, no todo lo que necesitás, pero el Hogar no te quita nada, lo que podemos te lo damos, junto con toda la gente. Bueno, lo que yo necesito, lo que necesitamos es que vos…. (aquí no me salía la palabra, después pensé que le podría haber dicho “necesitamos que obedezcas, que te portés bien, que no hagás quilombo, que respetes la fila…” pero lo que me salió fue) que seas amable… (cuando dije “amable” alzó la vista -los dos mirábamos al suelo mientras yo hablaba- y nos quedamos mirándonos a los ojos. Doy testimonio de que se le endulzó la mirada…). Sí, que seas amable con nosotros: que agradezcas, que saludes, que dejes lugar a otros… Nosotros trabajamos mucho y nos hace falta que ustedes nos den ánimo y nos traten bien. ¿Está claro?
– Sí, padre – me dijo en un tono como si fuera un chico y me aceptó la mano que le tendí.
A partir de ese día “A…” comenzó a hacer la fila yendo al último de todos. Una vez no alcanzó a entrar y medio que se enojó un poco pero no volvió a lo de antes. Yo comencé a saludarlo especialmente cada día y él comenzó a saludar a la persona que había amenazado. Después aceptó hablar con la asistente para hacerse los documentos y ahora le pedía que le guardara la plata. Llamé por teléfono y le pedí a la asistente que me lo pasara.
– “A…” cuánto es lo que te tengo que guardar?
– Son $700. Es del subsidio habitacional y hoy no encontré pensión.
– Tenés miedo que te lo roben?
– No (quién le va a robar a él, pensé después). Es la cana. Como me paran a cada rato tengo miedo que me la saquen.
– Dejale a la asistente y que te firme un papel. Después me lo pedís.
– Gracias, padre. Mañana o el lunes ya consigo.

Cada vez que recuerdo la palabra “amable” siento que es una de esas palabras que te regala el Espíritu en el momento justo, una de esas palabra vivas y eficaces, que llegan al corazón. Amable es una palabra Amable (como todas las palabras de Jesús que “son lo que dicen”).
Y cada vez que pienso que alguien no entiende las cosas del Hogar, pienso en “A…” y digo: si él entendió este lenguaje, el que no entiende es porque no quiere. O al menos su “unidad de comprensión” está muy baja, ya que “A…” estaba bien en la frontera, bien en el confín de esa guerra entre marginalidad e instituciones.
El Espíritu nos ayude a escucharlo hablar cada uno en su lengua materna y a saberlo comunicar así, para que todos entiendan la amabilidad del Evangelio de Jesucristo, que es Espíritu dador de Vida (1 Cor 15, 45).
Diego Fares sj