Domingo de Corpus A 2011

Comulgar

Jesús dijo a los judíos:
– «Yo soy el pan vivo bajado del cielo.
El que coma de este pan vivirá eternamente,
y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo.»
Los judíos discutían entre sí, diciendo:
-«¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?»
Jesús les respondió:
-«Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre
y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna,
y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida,
vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente» (Juan 6, 51-58).

Contemplación
En el taller de espiritualidad, ayer, hicimos esta contemplación leyendo dos veces el pasaje del Pan de Vida y luego compartiendo la frase que más nos gustaba. La leyó cada uno en voz alta y luego fuimos expresando qué sentimiento nos despertaba.
Surgieron así algunos sentimientos lindos: el de experimentar “amplitud” ante un pan que es para “la vida del mundo”, para todos los hombres, no sólo para algunos; el sentimiento de fe y de confianza que despierta este modo personal de hablar que tiene Jesús, que nos incluye, que quiere hacernos sentir en comunión con él…
Cuesta un poco “entrar en comunión con los propios sentimientos”. Las ideas toman la delantera y uno “despliega” sus ideas más rápido de lo que “comulga” con sus sentimientos.

Pero las ideas “no alimentan”: se reproducen y se multiplican y la mayoría se desvanecen apenas uno las expresa.
Cuando alguien comunica sólo ideas, sin pasarlas por su corazón, uno toma inmediatamente cierta distancia crítica. A veces con interés y otras escuchando como quien oye llover. En cambio cuando sentimos que el otro habla estando atento a su corazón y comparte lo que va sintiendo, enseguida prestamos atención. Estas ideas son las que alimentan, tanto al que habla como al que escucha.

Jesús es Alguien que habla así: “escuchando al Padre que habla en su Corazón”. Por eso sus palabras alimentan, porque él mismo se alimenta de lo que escucha y lo comparte: “mi alimento es hacer lo que le agrada al Padre”.

Comulgar con el propio corazón es un trabajo personal, necesario para poder entrar en comunión con el corazón de otro. También con el de Jesús. Es lo mismo que decíamos del lenguaje del Espíritu. El Espíritu nos habla en nuestra lengua materna y tenemos que “recordar” esa lengua, nosotros que hablamos en tantos idiomas extraños.
Pues bien, la lengua materna es la que habla nuestro corazón. Por eso la labor interior de “comulgar con nuestros sentimientos” para poder comulgar con los sentimientos de Jesús.

En este clima salió el sentimiento de lo fuerte de la Palabra de Jesús. Notamos cómo los que lo rechazan comprenden muy bien lo que está pidiendo: una comunión total. Comer su Carne implica comulgar no solo con sus ideas sino con todo lo que le pasa, con su pasión, y con todo lo que realiza, sus gestos de caridad y de misericordia para con todos.
Una comunión tan absoluta nadie se la exige a nadie. Aún con los que más amamos no pretendemos una comunión con todo lo nuestro. Es que ni siquiera nosotros estamos en comunión con todo lo nuestro: hay sentimientos y pasiones en nuestra carne que no son “comulgables”. Sólo Alguien como Jesús, puede invitar a una comunión total con su Carne ya que en ella no hay nada que no sea “comestible”. Al comulgar con su Carne nos santificamos. Por eso Jesús insiste con que la comunión con Él, con su Carne y su Sangre, es la comunión básica, fuente de todas las otras. Sólo Él puede establecer una comunión total entre su Corazón y el nuestro. Y alimentados por esta comunión podemos entonces comulgar con toda carne, ir creando lazos de comunión con todos los hombres.

Pasamos entonces a preguntarnos por nuestra comunión con los demás en la vida cotidiana. Qué experiencias lindas tengo de haberme sentido “comulgando” con alguien.
Lo primero que surgía es que somos limitados y que con los demás no hay una comunión plena como con Jesús. Pero insistimos en tratar de unir comunión Eucarística y comunión con la gente. Me vino a la mente que así como hay muchos que van a misa y no comulgan, también en la vida cotidiana muchas veces “estamos” pero “no comulgamos”. Y la vida es comunión. Los cristianos estamos para comulgar, no para “hacer negocios” o para “compartir imágenes en facebook”… Estamos para compartir la vida y la vida pasa por nuestra carne que requiere cuidado, afectos, servicio, presencia… tiempo.

Salieron cosas lindas: experiencias de comunión entre novios y esposos, experiencias de comunión en el cruce de miradas y saludos en el servicio de nuestros hermanos más pobres cuando entran al hogar, experiencias de comunión al recibir ayuda fraterna de nuestros amigos, experiencia de comunión en el grupo, al juntarnos en torno a la Palabra…
Yo compartí la experiencia de comunión con los que me piden la bendición. Signar la frente de otra persona con la señal de la Cruz es una experiencia de comunión muy fuerte. La frente de la persona que inclina la cabeza y entrecierra los ojos para recibir la unción de la Cruz es como el lugar de entrada para la fe. Yo siento que la persona abre su mente a la bendición y acepta algo que lo trasciende y lo envuelve. La palabra “El Señor te bendiga” y el gesto de trazar la cruz hacen que el Espíritu entre y descienda hasta el corazón del que recibe la bendición.

Una de las bendiciones más cotidianas es la bendición de Antoñito.
Antonio trabaja de changarín en la verdulería de Luis y yo paso por la mañana después de misa camino al hogar. A las ocho de la mañana la verdulería bulle de vida. Están activos desde las dos o tres de la mañana y entre las seis y las ocho llegan las camionetas y los camioncitos a llevarse los cajones de frutas y verduras que están bien ordenados de acuerdo a los pedidos. A Antonio lo suelo encontrar ahí o en mitad de la calle llevando los pedidos con su carro. Siempre se detiene y me viene al encuentro poniendo la frente como un chico y pidiendo: “la bendición, padre”. Aún en estas mañanas frías su frente siempre está transpirada. La bendición le arranca una sonrisa de labios entrecerrados y rumbea ahí nomás para su trabajo. Los otros miran un poco azorados esta liturgia callejera. Siempre con respeto. Aunque el trabajo en la verdulería es “a la italiana”: todo gritos y bromas y comentarios que animan el trabajo duro, ante estas bendiciones siempre hay un momentito de silencio. Y de vez en cuando algún otro pide también la bendición. Para mi es como “la misa continuada” de la que hablaba Hurtado, el gesto que mete a Jesús en la verdulería o en medio de la calle Alsina.
No recuerdo cuándo fue la primera vez que Antoñito me pidió la bendición. Haciendo memoria, creo que yo se la dí una vez que me saludó efusivamente mientras llevaba el carro con las verduras. Como a veces hago sin que lo pidan, creo que le hice una señal de la cruz en la frente. Y parece que le gustó, porque de ahí en más no me deja pasar sin que lo bendiga.
El siente que es “su misa”, la comunión con Jesús que necesita para empujar el carro con alegría. Yo siento que es “mi misa continuada”, la comunión que necesito dar fuera del templo, en la iglesia de la verdulería.
Y creo que Jesús se siente muy a gusto en esa Eucaristía al aire libre.

La verdad es que cuando Jesús dice que él es el pan vivo que baja del cielo
más que una teofanía descendente a mí me viene la imagen de Antoñito doblando por Pichincha.
A media cuadra de distancia lo veo contrastado contra el cielo azul y fresquito al fondo de Alsina mientras los primeros rayos del sol dan contra los vidrios del Spinetto.
Antoñito es el que viene al encuentro de su bendición empujando ese carro lleno de verduras para la olla de la gente. El carro mide un metro y medio por uno de ancho y viene cargado de cajones. Las ruedas medio desparejas no frenan el envión con que viene Antoñito.
Siempre que nos vamos acercando me edifica su rapidez para los mandados:
siempre va apuradito y contento. Su rostro contrasta con el rostro duro de los cartoneros. ¿Será por que Antoñito no junta sobras sino que reparte alimentos?
Yo siento que en su envión hay algo más que el apuro de Caputo, su patrón.
Me parece que a Antoñito nadie lo empuja. El empuja su carro como quien va enviado. Yo siento que la bendición hecha al paso se le suma a la que ya trae de adentro… “La bendición, padre”… Un momento y ya seguimos, luego de un cruce de sonrisas, cada uno para su lado… “Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí…”. Una teofanía del pan vivo que “baja por Alsina rumbo a Pasco”… Vaya a saber. Son impresiones mías a posteriori. Ganas de ver a Jesús en la gente, que me llevan a exagerar un poco. Mirá si Jesús va andar bajando del cielo y metiéndose en los cajones de verduras del carro que Antoñito –bendecido por mí- empuja por Alsina, sonriente y apurado…
Algún día me dirá si era Él.
Lo que sí se es que, con Antoñito, comulgamos.

Diego Fares sj

Domingo de la Trinidad A 2011

La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con todos ustedes (2 Co 13, 13).

Tanto amó Dios al mundo que nos dio a Jesús

En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo:
Tanto amó Dios al mundo
que le dio a su Hijo unigénito
para que todo el que cree y confía en Él no muera
sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo
sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en Él, no es condenado,
el que no cree, ya está condenado,
porque no ha creído en el Nombre del Hijo unigénito de Dios (Jn 3, 16-18).

Contemplación
“Tanto amó Dios al mundo, que nos dio a Jesús”.
Me llama la atención la palabra mundo en la fiesta de la Santísima Trinidad. Esta palabra “mundo”, lo mundano, suele tener una connotación negativa. Lo primero que viene a la mente es la oposición con el mundo: “No hay que amar al mundo” (1 Jn 2, 15), “el mundo odia a los cristianos”, el príncipe de este mundo es el demonio… Pero no hay que olvidar que el mundo, la totalidad de las cosas, ha salido de las manos del Creador. A los ojos del Padre todas las cosas son buenas y hermosas. Tampoco debemos olvidar el plan de salvación de Dios: Él envió a su Hijo para que el mundo tenga vida. Y el destino último del mundo es la resurrección, el mundo nuevo: “Mira que hago nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5).
Creo que si miramos el mundo viendo “cómo están las cosas”, puede ser que prevalezca la imagen negativa. El bien que hace la inmensa mayoría lleva muchísimo trabajo y el mal se aprovecha y lo saquea o lo destruye con impunidad. Si miramos la totalidad de las cosas como un ídolo, haciendo del poder y del dinero los medios para ser “amos del mundo”, el mundo muestra su peor cara. Pero si lo miramos como Viña que el Señor plantó, como tierra buena en la que ya está la semilla del Reino, el mundo se convierte en algo digno de amor. Enseguida se experimenta la lucha –alguno siembra cizaña y algunas parras dan uvas agrias-, pero el Amor del Padre por su viña contagia las ganas de trabajar por hacer este mundo mejor. El mundo es el universo entero pero, de manera particular, el mundo es la gente, la humanidad. El Padre envió a Jesús para toda la gente.

Y como no se me ocurre nada más, salgo a la calle y me voy en colectivo a visitar a la abuela María Luisa a la que ya operaron de la pelvis: no quiere comer pero está mimosa y recibe todo el cariño que le dan las que la cuidan.

Me gusta rezar en el 150 lleno de gente. Llueve y a pesar de que son las 18:30 es noche cerrada.
Cuando digo “rezar” no es rezar avemarías. Las voy repitiendo como ayuda, pero lo que hago es mirar a la gente.
San Ignacio, en la contemplación de la Encarnación, nos dice que “las tres personas divinas miraban toda la planicie o redondez de todo el mundo llena de hombres”. Así que para “meditar” sobre la Trinidad –que siempre que le pongo palabras se me vuelve muy abstracta- hago lo que ellos hacen: mirar a la gente.
Y después (ahora) rezo recordando lo que sentí cuando miraba.

Es que si uno quiere “mirar la Trinidad” directamente se queda corto y termina mirando conceptos. Por eso la pedagogía de los Ejercicios va más bien por “mirar lo que ellos miran”: mirar a la gente.

Mirarnos como nos mira Dios.

Trato de mirar así a la gente del colectivo pero no veo nada especial.
Estoy sentado porque en Pompeya se bajó medio mundo y ahora se vuelve a llenar. Suben varias señoras y elijo a la mayor para darle el asiento. No nos miramos, pero le toco el brazo y le hago lugar. Se ve que está cansada porque se sienta rápido y agradece con medio gesto de la cabeza. Ahora que recuerdo toma cuerpo un sentimiento más hondo que en ese momento estaba como escondido: siento que la miré como hijo. Por eso elegí a la de más años…
Mirar como hijo…

Y cuando me puse a mirar al resto, parado en el hueco entre los asientos y la puerta de mitad del pasillo, me di cuenta de que debía ser el más viejo del colectivo. Alguno que otro podía andar por los cincuenta a lo sumo… Pero todos eran más jóvenes. No se si miré como padre porque me quedé pensando “qué lo tiró”… Pero capté cosas que ahora reflexiono. Había unos pibes al fondo, con piercings y pelos con gel, que hablaban fuerte en medio del silencio religioso de la mayoría que regresaba a casa luego de un día de trabajo, una chica que venía de la facu, con apuntes de letra prolija que sobresalían de una carpeta, una señora mayor de ojos verde claro, un joven y dos pibas teñidas de rubio platinado que hablaban del embarazo de una de ellas, un paraguayo grandote con su señora, con los que subimos juntos y que ahora trataba de ponerse los auriculares para escuchar su música… El resto lo recuerdo como masa de gente, amontonados, callados, mojados, cada uno en su mundo, compañeros ocasionales de mi viaje trinitario.

Rezo por ellos ahora, porque en el viaje empecé a rezar y luego me distraje.
Los pongo en la Eucaristía, junto con todo el mundo.
Y mi reflexión se dirige al Padre y a Jesús.
¡Menos mal que ellos nos miran!
Cuando uno trata de mirar a la gente se da cuenta de cuánto se pierde. Cada una de esas personas tiene una vida especial, única, pequeña y valiosa como la mía.
Menos mal que el Padre nos mira como a sus hijos, nos conoce, nos habita…
Menos mal que nos mandó a Jesús, que nos conoce desde adentro de nuestra humanidad, que nos siente en su Carne, que se nos pone al lado, como compañero de viaje…
Menos mal que el Espíritu nos conecta, tiende puentes, crea comunidades fraternas…

Me quedo con esto de estar con todos en el colectivo y no ver más que lo de afuera: tanta gente desconocida.

Es propio de un padre cuando mira a sus hijos tener conciencia de su misterio: él, que los conoce tan bien, sabe cuánto se le escapa.
Y ese mismo misterio le hace amar más a sus hijos.
Amarlos con un amor desinteresado, con un amor contento de que sean ellos mismos, con su intimidad y su vida propia.
Un padre saborea tanto lo que los hijos le cuentan como lo que no le cuentan. Sabe cuando están viviendo algo sólo de ellos –que son tan parecidos a él y tan distintos- y saborea la libertad que tienen.
Nadie mejor que un padre sabe que sus hijos y él mismo tienen por padre al Único Padre.
Mirar como padre a la gente del colectivo es mirarlos así, como personas misteriosas, contento de que cada uno esté en su mundo, mirarlos rezando por ellos sin “saber noticias” de sus vidas intuyendo su misterio –este se parece a tal, aquel debe estar pensando en tal cosa…- .
Rezo por ellos ahora desinteresadamente, tomando conciencia de que esa barrera que sentía en el colectivo, ese límite de compartir 45 minutos de viaje con gente desconocida, no es tal límite si uno mira con ojos de padre, conciente de estar todos, bajo la mirada del Padre del Cielo.
Y al levantar los ojos al Padre Común me siento cercano a Jesús, su Hijo amado, que nos enseñó este gesto de alzar los ojos al cielo y bendecir. El también lo hacía, como uno más y me doy cuenta de que al mirar así al Padre me siento más hermano con todos los que no conozco. Es lindo esta como Jesús, anónimo en medio de la multitud… En el 150 la Trinidad se me vuelve más amable, más cercana, no tengo que tratar de pensar su Misterio, más bien miro a la gente con el Padre y con Jesús… y me bajo porque casi me paso.
….

Diego Fares sj

Domingo de Pentecostés A 2011

En nuestro dialecto maternal

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. Estupefactos y admirados decían: « ¿Es que no son galileos todos estos que están hablando? Pues ¿cómo cada uno de nosotros los escuchamos en nuestro dialecto maternal? (Hc 2, 1 ss)

Contemplación
En Pentecostés, el Espíritu Vivificante se reparte y se posa sobre cada uno de los discípulos y discípulas que están con María, la Madre de Jesús, en forma de “lenguas como de fuego”. Y el milagro del Espíritu es que la gente comienza a escuchar a los discípulos cada uno en su lengua nativa. “En el dialecto en el que hemos nacido” dice Lucas, y la Biblia de Jerusalén traduce hermosísimamente: “los escuchamos en nuestro dialecto maternal”.

La iglesia nace hablando en el dialecto materno de todos los hombres de todos los pueblos.

Por eso María es figura de la Iglesia, porque es la que mejor habla esta lengua maternal del Espíritu.

María habla el lenguaje que la gente entiende.

Y este lenguaje no es un lenguaje “menor”, como si el lenguaje devocional de la religiosidad popular se tuviera que tomar con una especie de condescendencia para la gente de poca cultura; como si el lenguaje en el que nuestro pueblo se entiende con su Dios fuera un lenguaje que tiene que ser desmitologizado y racionalizado para ser serio y teológico, como pretenden muchos teólogos que se complacen en escandalizar a la gente sencilla con afirmaciones de eruditos sin fe, que han perdido el “fuego” de la lengua materna y hablan de Jesús en un lenguaje raro.

El lenguaje materno en el que nuestro pueblo fiel escucha a su Dios es el lenguaje puro del Espíritu Santo que a cada uno le habla en su dialecto materno. Es un dialecto materno “glorificado”: el dialecto materno en el que Jesús aprendió a hablar –escuchando a su Madre y a San José-, un dialecto nutrido en las Escrituras en el que Jesús se comunicó con su pueblo, con su gente, un dialecto que se convirtió en Evangelio –el evangelio es “lo que escuchó la gente de Jesús en su propia lengua- y que el Espíritu “consolidó” en Pentecostés y consolida en cada corazón como “Verdad plena”.

La gente enseguida pesca al que le habla de Jesús con dialectos extraños.

Pero a muchos les fascinan los dialectos extraños. Incluso no toleran el evangelio si no viene con alguna palabra de moda. Ya se lo decía Pablo a Timoteo: “Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por su propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas” (2 Tm 4, 3).

Cómo decía una amiga: “qué pasa en nuestra Iglesia que tenemos esta ansiedad por lo novedoso y lo de otras religiones y no nos satisface lo nuestro?”.

Esto no es nuevo, ya le pasó a Pablo con los Gálatas: “¡Gálatas insensatos!, ¿quién los embrujó a ustedes, gente ante cuyos ojos Jesucristo ya fue presentado claramente crucificado? … Tan insensatos son que habiendo comenzado por el Espíritu ahora van a terminar en lo carnal?” (Gal 3, 1-3).

Se da en la Iglesia hoy una tentación difícil de identificar sin herir a nadie. De hecho asistimos a verdaderos “cismas” hacia adentro. No se da “una mutua excomunión” como sucedió entre el Papa y el Patriarca de Constantinopla en el gran Cisma que dividió a la Iglesia en dos. Pero cualquier teologo o teologa de ciudad se da el lujo de poner en cuestión la autoridad del Papa. La política no es “romper” con la Iglesia jerárquica, sino crear burbujas con otro “modelo” de Iglesia que van creciendo dentro del Cuerpo y alimentándose de él. Las herejías de hoy son cuidadosas (y cobardes): los que las sostienen y alimentan se cuidan muy bien de matizar y de sugerir (son encantadoras sus palabras) para que no les caiga encima la Congregación para la doctrina de la fe. Los que “sacan las conclusiones” y se hacen bolsa son los pequeñitos que ingenuamente se beben sus doctrinas y quedan “escandalizados”, partidos en dos, divididos interiormente, sin poder hablar con el Espíritu porque les inocularon desconfianza para con el lenguaje materno en el que se expresaban. Les sucede como a muchos hijos de los inmigrantes latinos en EEUU, ¿vieron?: sienten vergüenza de hablar castellano como sus papás.

Pero bueno, en esto hay que apostar al Espíritu de Jesús que confía en que “partos, medos y elamitas, los de la Mesopotamia, Judea y Capadocia, los que viven en el Ponto y en Asia, en Frigia y en Panfilia, en Egipto y en la zona de Libia que limita con Cirene, venidos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, cada uno puede oír hablar las maravillas de Dios en su propia lengua”.

A esto apuntan los Ejercicios de San Ignacio: a que cada uno se conecte con su lengua materna (la de la fe de su familia, la de la fe de su pueblo, la de la fe de su espiritualidad, la de la fe de la comunidad en la que recibió su formación cuando sintió la vocación…) y no ande buscando “aprender lenguas extranjeras”.

La “Tradición” bien entendida es esa Lengua Materna que nos habla la Iglesia y que cada uno debe “escuchar” en su lengua materna personal.

Me animaría a decir que el problema actual no radica tanto “en lo que dice la Iglesia” –que para algunos es “autoritario”, sin autocrítica, dogmático, no adaptado al lenguaje del mundo de hoy, etc…) sino que el problema radica en la gente que no tiene clara cuál es su lengua materna.
¿Vieron ese desfasaje que uno percibe en el lenguaje y los comportamientos de las personas de los pueblos del interior que se vuelven mormones de un día para otro? Lo mismo pasa cuando uno ve congregaciones enteras que comienzan a adoptar “esos raros peinados nuevos” (gracias Charly). El problema no está en el peinado sino en quién lo usa. En cuál es su acento galileo y en qué idioma pretende hablar ahora. Cuando uno es fiel a su dialecto materno en que le habla el Espíritu (a su Fe, a su Pueblo, a su Cultura, a su Espiritualidad, a su Congregación…), puede hablar con cualquiera que hable otra lengua materna y entenderse sin confundirse ni hacer papelones.
Perdón por el excurso con la “tentación de los lenguajes ‘no maternales’” (ese sería el criterio que comparto para que cada uno discierna si le está hablando el buen espíritu o el malo).

Para ir al lado lindo, un poco de lenguaje maternal. Ayer me llama la coordinadora general del Hogar para decirme que “A…” quiere que su asistente le guarde la plata del subsidio habitacional porque no va a poder conseguir una piecita hoy y tiene miedo que se la roben en la calle. “Fíjese, me dice, la inclusión que se ha logrado”. “A…”, “el de la gorrita”, el año pasado nos metió miedo. Una corrección que se le hizo motivó una amenaza seria a una persona del Hogar. “Yo no me olvido de una cara”, le dijo, mirándola con rencor.
En la fila se comportaba de manera amenazante y se colaba, dejando fuera a veces a los más viejos. Como había mucha gente en el segundo turno en esa temporada comencé a salir y a hablar con los que hacían la cola. Me daba miedo enfrentarlo porque no quería que se quedara fijado con la persona a la que había amenazado. Primero hablé en el comedor donde él estaba, diciendo en general, que el que se colaba le estaba robando un plato de comida a otro igual o más pobre que él y que eso no era ni digno ni justo. Y después de dos o tres días, al ver que seguía amenazante, pedí ayuda a San José, salí a la calle y lo llamé delante de todos para hablar en medio de la vereda. No sabía bien qué le iba a decir y lo que salió fue así:
– Señor, venga por favor.
…. Mirada como diciendo ¿quién, yo?
– Sí. Ud. Venga por favor.
Me miró fiero y vino.
– ¿Cómo te llamás?
– “A…”, ¿por qué?
– “A…”, te quiero decir algo. Vos venís al Hogar, ¿no?. Bueno, nosotros te brindamos algunas cosas –comida, ducha…-, no todo lo que necesitás, pero el Hogar no te quita nada, lo que podemos te lo damos, junto con toda la gente. Bueno, lo que yo necesito, lo que necesitamos es que vos…. (aquí no me salía la palabra, después pensé que le podría haber dicho “necesitamos que obedezcas, que te portés bien, que no hagás quilombo, que respetes la fila…” pero lo que me salió fue) que seas amable… (cuando dije “amable” alzó la vista -los dos mirábamos al suelo mientras yo hablaba- y nos quedamos mirándonos a los ojos. Doy testimonio de que se le endulzó la mirada…). Sí, que seas amable con nosotros: que agradezcas, que saludes, que dejes lugar a otros… Nosotros trabajamos mucho y nos hace falta que ustedes nos den ánimo y nos traten bien. ¿Está claro?
– Sí, padre – me dijo en un tono como si fuera un chico y me aceptó la mano que le tendí.
A partir de ese día “A…” comenzó a hacer la fila yendo al último de todos. Una vez no alcanzó a entrar y medio que se enojó un poco pero no volvió a lo de antes. Yo comencé a saludarlo especialmente cada día y él comenzó a saludar a la persona que había amenazado. Después aceptó hablar con la asistente para hacerse los documentos y ahora le pedía que le guardara la plata. Llamé por teléfono y le pedí a la asistente que me lo pasara.
– “A…” cuánto es lo que te tengo que guardar?
– Son $700. Es del subsidio habitacional y hoy no encontré pensión.
– Tenés miedo que te lo roben?
– No (quién le va a robar a él, pensé después). Es la cana. Como me paran a cada rato tengo miedo que me la saquen.
– Dejale a la asistente y que te firme un papel. Después me lo pedís.
– Gracias, padre. Mañana o el lunes ya consigo.

Cada vez que recuerdo la palabra “amable” siento que es una de esas palabras que te regala el Espíritu en el momento justo, una de esas palabra vivas y eficaces, que llegan al corazón. Amable es una palabra Amable (como todas las palabras de Jesús que “son lo que dicen”).
Y cada vez que pienso que alguien no entiende las cosas del Hogar, pienso en “A…” y digo: si él entendió este lenguaje, el que no entiende es porque no quiere. O al menos su “unidad de comprensión” está muy baja, ya que “A…” estaba bien en la frontera, bien en el confín de esa guerra entre marginalidad e instituciones.
El Espíritu nos ayude a escucharlo hablar cada uno en su lengua materna y a saberlo comunicar así, para que todos entiendan la amabilidad del Evangelio de Jesucristo, que es Espíritu dador de Vida (1 Cor 15, 45).
Diego Fares sj

Domingo de Ascensión A 2011

Hasta los confines de la tierra…

… Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes,
y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra.» Dicho esto, los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos. Como permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos varones con vestiduras blancas, que les dijeron: – “Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir”. Entonces se volvieron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que dista poco de Jerusalén, el espacio de un camino sabático. Y cuando llegaron subieron a la estancia superior, donde vivían, Pedro, Juan, Santiago y Andrés; Felipe y Tomás; Bartolomé y Mateo; Santiago de Alfeo, Simón el Zelotes y Judas de Santiago. Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos” (Hechos 1, 1-14).

En aquel tiempo, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de El; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo:
-«Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo…» (Mateo 28, 16-20).

Contemplación
“Queda en Soldati… tarambanas!
Che, la gente de las noticias, pónganse de acuerdo sobre dónde quedan los monoblocks tomados… Para TN es Parque Avellaneda, en Radio América es alternativamente el Bajo Flores o Soldati. ¡Búsquense un mapa, por lo menos!
Es notable el desconocimiento que tiene la gente de los medios sobre el sur de la ciudad. No mezclen más, los monoblocks (que parecen barracas de un campo de concentración, pero ese es otro tema) quedan en Villa Soldati. Es una pavada, pero sirve para ver de qué manera se representa el Sur en los medios de comunicación.”

Buscando en el Mapa interactivo de la Capital para ver a dónde había ido (porque esta madrugada “los confines de la tierra” para mi quedaron en Villa Soldati, donde antes de ayer internamos a la abuela María Luisa, pero como fuimos en una mini-ambulancia sin ventanitas y después volvimos en taxi y hoy me llevaron, no me terminaba de ubicar dónde quedaba el UAI, un hospitalito de lujo al que derivan los de OSECAC), me encontré a la vuelta con ese blog que dice “Queda en Soldati… tarambanas”, y me conmovió, porque viajando de vuelta en el Premetro que viene casi del fondo de Villa Lugano, en el límite sur de la Ciudad, iba cayendo en la cuenta de que no soy el único que no tiene ni idea de esa inmensa zona de la Capital, donde están desalojando a los de La Veredita. Después de volver al centro con la gente del Premetro (que me hizo sentir en la Mendoza de mi infancia por la velocidad de tranvía con que funciona), y de ver los inmensos terrenos baldíos, las calles no se sabe si en construcción o destrucción, las villas y los policías respirando humito en el frío de la mañana soleada, que custodian de a montones los terrenos baldíos y los monobloques, sintonicé con ese hermano que se lamenta de que los medios ni siquiera miren bien el mapa cuando se trata de las cosas de los más pobres de nuestro país.
Ché! la gente de las noticias…! Qué bien escrito está lo que se siente. Claro, capaz que para sentirlo hay que andar en el tranvía en el que la gente sube con el termo y el mate y darle el asiento a una señora grande que seguro va a limpiar departamentos al centro…
¿A qué viene esto en el día de la Ascensión? A que los confines de la tierra a los que el Señor nos envía han mutado. Hoy los confines conviven con el centro (y lo ocupan).
Se me ocurría una lista dolorosa de confines a los que tenemos que llevar “la fuerza del Espíritu Santo”, su Alegría, su Vida, su Cariño…
Pero hace falta dejar de “mirar al cielo” porque la gente de las noticias no tiene ni idea y “aunque es una pavada sirve para ver de qué manera se representa el Sur en los medios de comunicación”.
Es tan claro lo que dice este hermano que uno se da cuenta de que estamos anestesiados (esto lo leí en estos días y también me pegó fuerte y me dio ganas de abrir más los ojos). Vemos todo pero no vemos nada. No se trata de ir lejos a ver “catástrofes y accidentes”. Lo que quiero decir es que también lo bueno y lo lindo que pasa a nuestro lado no lo vemos. Todo sucede “en las noticias” y las noticias están vaciadas de vida: descontextualizadas, deshistorizadas, despersonalizadas.
Por eso la invitación del Señor es a salir, a salir con los ojos bien atentos para ver dónde se abre de golpe un confín, dónde cambia un país, donde late otra cultura, otro modo de vivir, dónde entramos de golpe en territorio pagano, dónde pasamos del Subte H recién hechito, con olor a limpio y sin grafitis, al Subte E y después al Premetro, dónde la Ciudad deja de ser ciudad y entrás en la zona del paco (el local de las Madre contra el Paco es puerta de entrada a la villa 1-11-14).
Y esto lo digo porque nos va la vida, porque el que no ve los confines de la tierra no puede ver los confines del cielo. El cielo se abre donde se toca con los confines de la tierra y si nos los desdibujan, si no los vemos con nuestros ojos, si no revisamos bien el mapa a ver por dónde anduvimos, resulta que nos perdemos los puntos de contacto entre la tierra y el cielo.
La gente de las noticias “edita” las cosas, las pega por el lado superficial. Lo que hacen los grandes directores de cine, que “pegan” cosas desde una trama profunda, los medios lo hacen sin historia que contar y sin sentido.
No hay mensaje, hermano! No hay evangelio. Es un anti-evangelio lo que vemos. No por el contenido sino por el formato. El evangelio nos vino con carne y hueso, con geografía y nombres propios, con historias de encuentros personales. Esto que nos dan viene enlatado y huele a nada. Ni siquiera distinguen si La Veredita está en el Bajo Flores o en Soldati. Qué podemos esperar de lo demás. Y no se trata de echarle la culpa a nadie, sino de que cada uno se avive y abra los ojos por donde camina y toque y huela lo que ve y lo discuta y lo rece por sí mismo.
Bueno, se me pegó el tono del blog amigo y me gusta contagiarme porque hay mucha gente despierta que te despierta.

La abuela María Luisa está dolorida pero bien cuidada. La sedaron a la noche y despierta de a ratos, hablando cosas sueltas y confusas, pero su charla conmigo es más lúcida que otras veces: “Padre Diego! Aquí estoy, lidiando con el dolor”. Ella tampoco sabe dónde queda Villa Soldati. Cuando veníamos en la ambulancia le parecía que la llevábamos muy lejos de su casa. Pero sigue siendo una Dama en los confines de sus 96 años. El alzheimer le ha mezclado nombre y tiempos pero ella no se ha dejado robar ninguna de sus oraciones y cuando reza lo hace apasionadamente. María Luisa sabe muy bien dónde está y como maestra que ha sido y que es sabe expresarlo dignamente: Aquí estoy, padre, lidiando con este dolor.
Rezamos por ella.
Diego Fares sj