Las venidas del Señor en el presente
Jesús dijo a sus discípulos:
«Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos.
Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito
para que esté con ustedes de manera constante:
el Espíritu de la Verdad,
a quien el mundo no puede recibir,
porque no lo ve ni lo conoce.
Ustedes, en cambio, lo conocen,
porque permanece al lado de ustedes
y está en ustedes.
No los dejaré huérfanos, vuelvo a ustedes.
Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán,
porque yo vivo y ustedes vivirán.
Aquel día (cuando venga el Espíritu) comprenderán que Yo estoy en mi Padre,
y que ustedes están en mí y Yo estoy en ustedes.
El que recibe mis mandamientos y cuida que se cumplan, ese es el que me ama;
y el que me ama será amado de mi Padre,
y yo lo amaré y me manifestaré claramente a él.
Le dice Judas – no el Iscariote -:
«Señor, ¿qué pasa que vas a manifestarte claramente a nosotros y no al mundo?»
Jesús le respondió:
«Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará,
y vendremos a él, y haremos morada en él.
El que no me ama no guarda mis palabras.
Y la palabra que escuchan no es mía, sino del Padre que me ha enviado.
Les he dicho estas cosas estando entre ustedes.
Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre,
les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho» (Jn 14, 15-26).
Contemplación
En su libro “Jesús de Nazareth” (el segundo tomo), el Papa Benedicto tiene una hermosa reflexión sobre “la venida de Dios en nuestro presente” en la que cita el evangelio de hoy. Evidentemente, dice, cuando el Señor revela que “el Padre y él vendrán a nosotros y harán morada en nosotros”, está hablando de una venida que ocurre en cada persona, en cada tiempo presente. Es el “Adviento medio” del que habla San Bernardo, que está entre la primera venida de Dios, en la humildad de la Carne de Cristo, y la última venida, cuando el Señor vuelva revestido de Gloria y Majestad.
Esa morada de la que nos hablaba Jesús el domingo pasado, no es sólo la Morada del Cielo. Sorprendentemente se invierten los lugares y esa morada pasa a ser nuestro corazón, el interior de cada hombre y de cada comunidad.
Me animaría a decir que podemos “cambiar” el Padre nuestro y en vez de decir “Padre nuestro que estás en el cielo”, decir “Padre nuestro que estás aquí, en nuestro corazón”. De hecho lo decimos cuando al “santificado sea tu Nombre” le agregamos “venga a nosotros tu reino” y unimos “tierra y cielo”.
Tenemos que pedirle al Espíritu que el Padre nos envía en Nombre de Jesús que nos enseñe a rezar bien el Padre nuestro y nos recuerde las cosas que Jesús nos ha dicho. Que nos las recuerde quiere decir que nos vuelvan a hacer “arder el corazón”: eso es recordar el amor y no una imagen desvaída y sin fuerza.
Nos centramos en este “habitar” del Padre y el Hijo en nuestro interior.
¿Cómo es? Porque por un lado lo creemos –siento que Dios está conmigo en los momentos difíciles, decimos- y por otro sentimos que “no es tan así” porque sino tendríamos que cambiar más.
Rezando sobre este punto en el Taller de Espiritualidad del Hogar sentíamos que la venida del Señor a nuestro interior tiene algunas características que muchos hemos experimentado. Comparto algunos testimonios…
“La experiencia de la venida del Señor en el presente la siento muy relacionada a pedirle a los ojos de la Virgen que me haga ver algo que se me perdió un momento. Cuando le pido y lo encuentro siento que el Señor me escucha y está conmigo, muy cercano, en esas cosas cotidianas… A partir de esas experiencias de fe en cosas pequeñas se incrementó mucho mi fe en la presencia de Dios en mi vida”.
En esta experiencia tan sencilla de rezarle a los ojos de la Virgen para “ver” dónde está algo que perdimos, se esconde una clave espiritual de la manera como Dios viene a nuestro presente. Uno nota la desproporción entre lo “trivial” del milagrito y la experiencia de la Persona de la Virgen ocupándose de nosotros. Lo gratuito y lo insignificante del hecho (aunque a veces nos hace encontrar cosas importantes) lleva a sentir una alegría tan linda que admira. Es el Dios que se revela a los pequeños y en las cosas pequeñas. Esto infunde una sólida esperanza de que volverá a manifestarse muchas otras veces, porque estos milagros pequeños no cambian las leyes de la naturaleza y tienen entonces la gracia de la repetición y de la sorpresa de cada día. Dios se expresa mejor y hace sentir mejor su presencia en los milagros pequeñitos que en los grandiosos.
Otra persona compartía que la venida de Jesús en nuestro presente la sentía como “no ostentosa”. Humilde. Y veíamos que tiene relación con lo de los ojos de la Virgen. Estamos acostumbrando el ojo a “ver” sólo lo que contrasta mucho, los titulares en rojo, las grandes catástrofes, los escándalos, lo deslumbrante… Y el Señor Resucitado se deja ver en lo “no ostentoso”, en lo humilde.
Otra persona compartió la experiencia de alegría que dan los más pobres, cuando nos saludan al entrar en fila, cuando conversan con tanto respeto entre sí en los Talleres sobre el Sentido de la vida…
Conveníamos en que el venir a nuestro presente en los más pobres es una clave que el Señor reveló explícitamente. “¿Cuándo te vimos hambriento…?”. La gloria de Dios se hace presente en el brillo de los ojos agradecidos de los más pobres, en su apretón sincero de manos, en sus palabras toscas que brotan directo del corazón. Yo compartí una experiencia linda de antes de ayer. Tenía hambre y entré a la cocina buscando un librito de grasa, de esos panes tan ricos, vieron, y como no había entré a un comedor y le pedí un pedacito a uno de nuestros comensales. Fue tal el alboroto y la alegría de que pidiera un pancito que se armó un momento muy especial. Tres me ofrecieron el suyo (ellos también habían elegido los “libritos”), me hicieron lugar en la mesa, querían que tomara el vaso de leche… Como andaba apurado tomé un pedacito nomás (todo no porque estoy muy gordo, le dije a uno) y cuando salía partiendo el pan con los dedos me pegó en la espalda del corazón un “gracias, Padre”, que me abrió los ojos. ¿Has sentido como voluntario o voluntaria esa alegría pura de que un hermano más necesitado te agradezca de que le pidas a él un pedacito de pan?
La verdad es que sólo dos veces entré a los comedores a pedir un pan. No lo hago porque no tengo hambre o si tengo un poco pienso que no necesito ir a uno de los comedores sino directo a la cocina… Pero anteayer sentí ganas de un pancito de grasa y como no había en la cocina me mandé para el comedor… Y salió una cosa nueva. Porque me tienen en el rol del que da y en ese momento pescaron todos que de verdad tenía ganas de comer ese pancito y por un momento se invirtieron los roles y pasé a ser convidado de ellos y al tenerme a mí de comensal el Comedor se volvió más Casa de ellos. Hospedaron al que los hospeda.
La verdad es que fue un encuentro muy lindo. Y ahora que lo recuerdo (y entro de nuevo en la escena que tiene más profundidad de lo que ví cuando empecé a escribir, porque fue cómo un pancito de grasa se convirtió en Eucaristía) siento que quizás por eso es que Dios viene invirtiendo los roles, en la figura del que nos pide, porque así sentimos que lo hospedamos nosotros. Si viniera en su grandeza no nos animaríamos. Dios viene a habitar en nuestro comedor en un presente muy presente, muy fugaz. Y eso de puro humilde que es, para que su presencia no resulte invasiva, para que sintamos que algo le podemos dar.
Si me amás, guardarás mi Palabra, y mi Padre te amará, y vendremos a vos, y haremos morada en vos…, por un momentito, cada vez que te dejés hospedar por alguien más pequeño que vos, se te abrirán los ojos y comprenderás que yo estoy en vos.
Diego Fares sj