Domingo de Pascua 6 A 2011

Las venidas del Señor en el presente

Jesús dijo a sus discípulos:
«Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos.
Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito
para que esté con ustedes de manera constante:
el Espíritu de la Verdad,
a quien el mundo no puede recibir,
porque no lo ve ni lo conoce.
Ustedes, en cambio, lo conocen,
porque permanece al lado de ustedes
y está en ustedes.
No los dejaré huérfanos, vuelvo a ustedes.
Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán,
porque yo vivo y ustedes vivirán.
Aquel día (cuando venga el Espíritu) comprenderán que Yo estoy en mi Padre,
y que ustedes están en mí y Yo estoy en ustedes.
El que recibe mis mandamientos y cuida que se cumplan, ese es el que me ama;
y el que me ama será amado de mi Padre,
y yo lo amaré y me manifestaré claramente a él.
Le dice Judas – no el Iscariote -:
«Señor, ¿qué pasa que vas a manifestarte claramente a nosotros y no al mundo?»
Jesús le respondió:
«Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará,
y vendremos a él, y haremos morada en él.
El que no me ama no guarda mis palabras.
Y la palabra que escuchan no es mía, sino del Padre que me ha enviado.
Les he dicho estas cosas estando entre ustedes.
Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre,
les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho» (Jn 14, 15-26).

Contemplación
En su libro “Jesús de Nazareth” (el segundo tomo), el Papa Benedicto tiene una hermosa reflexión sobre “la venida de Dios en nuestro presente” en la que cita el evangelio de hoy. Evidentemente, dice, cuando el Señor revela que “el Padre y él vendrán a nosotros y harán morada en nosotros”, está hablando de una venida que ocurre en cada persona, en cada tiempo presente. Es el “Adviento medio” del que habla San Bernardo, que está entre la primera venida de Dios, en la humildad de la Carne de Cristo, y la última venida, cuando el Señor vuelva revestido de Gloria y Majestad.
Esa morada de la que nos hablaba Jesús el domingo pasado, no es sólo la Morada del Cielo. Sorprendentemente se invierten los lugares y esa morada pasa a ser nuestro corazón, el interior de cada hombre y de cada comunidad.
Me animaría a decir que podemos “cambiar” el Padre nuestro y en vez de decir “Padre nuestro que estás en el cielo”, decir “Padre nuestro que estás aquí, en nuestro corazón”. De hecho lo decimos cuando al “santificado sea tu Nombre” le agregamos “venga a nosotros tu reino” y unimos “tierra y cielo”.
Tenemos que pedirle al Espíritu que el Padre nos envía en Nombre de Jesús que nos enseñe a rezar bien el Padre nuestro y nos recuerde las cosas que Jesús nos ha dicho. Que nos las recuerde quiere decir que nos vuelvan a hacer “arder el corazón”: eso es recordar el amor y no una imagen desvaída y sin fuerza.
Nos centramos en este “habitar” del Padre y el Hijo en nuestro interior.
¿Cómo es? Porque por un lado lo creemos –siento que Dios está conmigo en los momentos difíciles, decimos- y por otro sentimos que “no es tan así” porque sino tendríamos que cambiar más.
Rezando sobre este punto en el Taller de Espiritualidad del Hogar sentíamos que la venida del Señor a nuestro interior tiene algunas características que muchos hemos experimentado. Comparto algunos testimonios…
“La experiencia de la venida del Señor en el presente la siento muy relacionada a pedirle a los ojos de la Virgen que me haga ver algo que se me perdió un momento. Cuando le pido y lo encuentro siento que el Señor me escucha y está conmigo, muy cercano, en esas cosas cotidianas… A partir de esas experiencias de fe en cosas pequeñas se incrementó mucho mi fe en la presencia de Dios en mi vida”.
En esta experiencia tan sencilla de rezarle a los ojos de la Virgen para “ver” dónde está algo que perdimos, se esconde una clave espiritual de la manera como Dios viene a nuestro presente. Uno nota la desproporción entre lo “trivial” del milagrito y la experiencia de la Persona de la Virgen ocupándose de nosotros. Lo gratuito y lo insignificante del hecho (aunque a veces nos hace encontrar cosas importantes) lleva a sentir una alegría tan linda que admira. Es el Dios que se revela a los pequeños y en las cosas pequeñas. Esto infunde una sólida esperanza de que volverá a manifestarse muchas otras veces, porque estos milagros pequeños no cambian las leyes de la naturaleza y tienen entonces la gracia de la repetición y de la sorpresa de cada día. Dios se expresa mejor y hace sentir mejor su presencia en los milagros pequeñitos que en los grandiosos.

Otra persona compartía que la venida de Jesús en nuestro presente la sentía como “no ostentosa”. Humilde. Y veíamos que tiene relación con lo de los ojos de la Virgen. Estamos acostumbrando el ojo a “ver” sólo lo que contrasta mucho, los titulares en rojo, las grandes catástrofes, los escándalos, lo deslumbrante… Y el Señor Resucitado se deja ver en lo “no ostentoso”, en lo humilde.

Otra persona compartió la experiencia de alegría que dan los más pobres, cuando nos saludan al entrar en fila, cuando conversan con tanto respeto entre sí en los Talleres sobre el Sentido de la vida…
Conveníamos en que el venir a nuestro presente en los más pobres es una clave que el Señor reveló explícitamente. “¿Cuándo te vimos hambriento…?”. La gloria de Dios se hace presente en el brillo de los ojos agradecidos de los más pobres, en su apretón sincero de manos, en sus palabras toscas que brotan directo del corazón. Yo compartí una experiencia linda de antes de ayer. Tenía hambre y entré a la cocina buscando un librito de grasa, de esos panes tan ricos, vieron, y como no había entré a un comedor y le pedí un pedacito a uno de nuestros comensales. Fue tal el alboroto y la alegría de que pidiera un pancito que se armó un momento muy especial. Tres me ofrecieron el suyo (ellos también habían elegido los “libritos”), me hicieron lugar en la mesa, querían que tomara el vaso de leche… Como andaba apurado tomé un pedacito nomás (todo no porque estoy muy gordo, le dije a uno) y cuando salía partiendo el pan con los dedos me pegó en la espalda del corazón un “gracias, Padre”, que me abrió los ojos. ¿Has sentido como voluntario o voluntaria esa alegría pura de que un hermano más necesitado te agradezca de que le pidas a él un pedacito de pan?
La verdad es que sólo dos veces entré a los comedores a pedir un pan. No lo hago porque no tengo hambre o si tengo un poco pienso que no necesito ir a uno de los comedores sino directo a la cocina… Pero anteayer sentí ganas de un pancito de grasa y como no había en la cocina me mandé para el comedor… Y salió una cosa nueva. Porque me tienen en el rol del que da y en ese momento pescaron todos que de verdad tenía ganas de comer ese pancito y por un momento se invirtieron los roles y pasé a ser convidado de ellos y al tenerme a mí de comensal el Comedor se volvió más Casa de ellos. Hospedaron al que los hospeda.
La verdad es que fue un encuentro muy lindo. Y ahora que lo recuerdo (y entro de nuevo en la escena que tiene más profundidad de lo que ví cuando empecé a escribir, porque fue cómo un pancito de grasa se convirtió en Eucaristía) siento que quizás por eso es que Dios viene invirtiendo los roles, en la figura del que nos pide, porque así sentimos que lo hospedamos nosotros. Si viniera en su grandeza no nos animaríamos. Dios viene a habitar en nuestro comedor en un presente muy presente, muy fugaz. Y eso de puro humilde que es, para que su presencia no resulte invasiva, para que sintamos que algo le podemos dar.

Si me amás, guardarás mi Palabra, y mi Padre te amará, y vendremos a vos, y haremos morada en vos…, por un momentito, cada vez que te dejés hospedar por alguien más pequeño que vos, se te abrirán los ojos y comprenderás que yo estoy en vos.
Diego Fares sj

Domingo de Pascua 5 A 2011

Cómo es el corazón de los que “hacen que algo sea casa”

Jesús dijo a sus discípulos:
«No se agite su corazón. ¿Ustedes creen en Dios?, crean también en Mí. En la Casa de mi Padre hay muchas moradas; de no ser así, se lo habría dicho, porque voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes. Y a donde Yo voy ya saben el camino.»
Tomás le dijo:
– «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a saber el camino?»
Jesús le respondió:
– «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si ustedes me conocen (comprenden), conocerán (comprenderán) también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto.»
Felipe le dijo:
– «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta.»
Jesús le respondió:
– «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes y toda¬vía no me conocen (no comprenden quién soy). El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras. Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre» (Juan 14, 1-12).

Contemplación
La liturgia del 5º Domingo de Pascua elige este evangelio en que el Señor hace un “acercamiento” de realidades que para nosotros “quedan lejos”.
En la perspectiva que hemos tomado, de la pedagogía de Jesús resucitado que nos da claves de fe para encontrarnos con él, de manera tal que su resurrección nos vivifique, este paso de acercamiento interioriza aún más todo el camino recorrido.

Claves para creer
El paso de la fe en la presencia gloriosa del Señor resucitado como tal a la fe en su presencia bajo la forma de un prójimo cualquiera, expandió nuestra esperanza de verlo y la interiorizó en esa clave espiritual que es “el ardor del corazón”, esa moción del buen espíritu, como diría San Ignacio, que nos consuela y es signo inconfundible para nuestra fe de que el Señor está cerca.
El paso de la visión de su figura (fundida con la de todo prójimo) a la escucha de su voz significó un paso más de interiorización: la voz del Buen Pastor resucitado deja una huella indeleble e inconfundible en el corazón de los creyentes. El pueblo fiel es infalible “in credendo”, en su manera de creerle a esta voz del Buen Pastor. El magisterio fija los límites del “contenido” de lo que esa voz expresa, cuando todos juntos como pueblo fiel, decimos “en esto está hablando nuestro Pastor”.

Un cielo cercano
El evangelio de las muchas moradas que el Señor en persona nos prepara, nos da la clave de la cercanía de los que habitan juntos.
Jesús resucitado no quiere ser un Dios que sólo “se aparece”.
Jesús resucitado no quiere ser un Dios que nos acompaña sólo un trecho del camino.
Jesús resucitado no quiere ser un Dios que nos habla desde larga distancia, aunque esa voz nos conmueva el corazón.
Estas son como preparaciones para la imagen definitiva que es la un Jesús resucitado que habita permanentemente en nuestro corazón.
La fe incondicional se mide por el habitar y el hospedar.
Se puede decir que uno le tiene confianza plena a alguien si lo deja vivir en su casa, si le da la llave para que entre y use lo que quiera porque uno se siente cómodo de encontrárselo a cualquier hora. Esto sólo se da en total familiaridad entre los más íntimos: entre los esposos, entre los padres y los hijos, entre los hermanos.
Las moradas en la Casa del Padre que Jesús nos prepara no son piezas de hotel individuales. El Señor nos está hablando del Corazón mismo del Padre Eterno, que es todo Casa de Familia para los que ama.
La pedagogía del Señor es, pues, de “acercamiento”. Porque nosotros tenemos del Cielo una imagen lejana: un día moriremos y tenemos la esperanza de ir al Cielo, a la Casa del Padre.

Un cielo preparado a mano por Jesús
Y la primera clave de cercanía es que esa Casa, cuyas dimensiones y espacios no podemos imaginar, tiene moradas preparadas por Jesús. Cuando le preparo la pieza a los que vienen a hacer ejercicios la preparo a mano. Me fijo que la cama esté bien hecha, que haya frazadas, pongo algún cuadrito lindo, llevo frutas, galletas y leche a la heladera… Las hermanas de la Casa de Ejercicios siempre te dejan una estampita y un caramelo…
No sé cómo será el Cielo. Sólo sé que si lo preparó Jesús debe ser algo tan lindo y tan acogedor que apenas llegue sentiré que me quiero quedar allí para siempre. Y esta imagen de algo preparado a mano por Jesús (con la colaboración de su Madre y de San José, seguramente), me hace sentir que todas las casas y caminos de mi historia tienen algo que encontraré en esa morada. El Señor prepara las cosas como hace uno, pensando en lo que al otro le gustará encontrar. Todo lo humano, en su provisoriedad, cobra valor eterno, como material que resucitará en esa Casa donde todas las cosas estarán “renovadas”.
La imagen de Jesús que nos prepara el lugar es la imagen de un padre (por eso dice que la clave para “verlo” al Padre es “verlo a Él en acción”).
Cuando uno ve con qué cariño preparan los papás la cuna y la pieza de sus bebés por nacer, uno incorpora el valor de esta imagen que quiere plasmar Jesús. “Así como viniste a la vida en un lugar que te prepararon con mucho amor, así te aseguro la morada eterna. De eso no te tenés que preocupar”.
Asegurada la mansión definitiva, todo lo humano histórico se vuelve más amigable. Paradójicamente, al despojar a las cosas terrenas de esa proyección que les hacemos forzadamente cuando queremos que sean eternas, al valorarlas en su dimensión real, en su pobreza de simples creaturas, no se desvalorizan sino que adquieren un valor mayor: no valen por sí mismas sino porque el Señor las usa para prepararnos Él la morada eterna.

La imagen que el Señor nos regala para creer en el cielo no es la de una “habitación” sino la de Él preparándola y viniendo a buscarnos para que, “donde Yo esté, estén también ustedes”. No hay que imaginar “casas” sino cómo es el Corazón de “los que hacen que algo sea casa”.
San José y la Virgen le hicieron casa a Jesús en un pesebre, apenas con unos pañalitos.
Hace unos días le llevamos del hogar unas mantas y facturas a una mamá que estaba con sus chiquitos bajo un alero del edificio de enfrente. De lejos, la imagen era terrible: el desamparo más injusto que se pueda pensar. De cerca, al ver las caritas de los chicos saliendo de las frazadas, sus ojitos iluminados al sentir que la ayudita que le dábamos a su mamá era para ellos, era claro que ella, con su mirada conciente de lo desesperante de la situación, a sus hijitos los hacía sentir en casa. Facundo Cabral habla siempre de cómo los cuidaba su madre cuando estuvieron en la calle y uno siente que en la precariedad resalta más lo que es el corazón de toda madre en cuyo seno habitamos todos al venir a este mundo y que hizo del mundo una casa para nosotros. Esa es la imagen que nos deja Jesús en este evangelio. Yo soy tu Dios, el que te estuvo preparando una casa.

Moradas en acción
A continuación, el Señor personaliza el lugar y nos hace sentir que la Casa es el Corazón del Padre, que el Padre habita en él y que viene a habitar en el corazón de los que lo aman.
Como dice Nouwen en “Esta noche en casa”, los amigos de Jesús habitamos en “la relación entre Jesús y el Padre”. Habitamos en un lugar personalísimo y a la vez lugar de comunidad.
Es algo muy especial, igual y a la vez mayor que la casa familiar y que la Ecclesia o casa de la comunidad.
Quizás lo más parecido a esa Morada que está preparando Jesús y que consiste en la Relación de Amor entre Él y el Padre a la que somos invitados, sean lugares como nuestra Casa de la Bondad o El Hogar de San José. Son moradas que, cuando están en acción (imagino cualquier mañana del Hogar y de la Casa, con toda la gente adentro, unos almorzando, otros en las duchas y en los talleres, los enfermos en sus camas, charlando con los cuidadores, los colaboradores y voluntarias yendo de aquí para allá, las asistentes atendiendo personalmente cada caso, los de la cocina, la ropería y la lavandería con sus tareas…), uno las siente como casa de todos y como casa propia.
El lugarcito de cada uno, como puesto de trabajo o lugar de acogida, por un momento, es enteramente propio y a la vez de todos.
Es lugar de tránsito donde lo que es permanente en cada instante es la relación de Amor.
En cada gesto de amor y de servicio, se abre una Casa, se establece una Relación en la tierra que es igual a la que sostienen el Padre y el Hijo en el Cielo.
Se pone en acción un tipo de relación que es morada porque nos sitúa en lo único definitivo: el Amor.
En esta relación se une lo más familiar, en los gestos de compartir, de dar y recibir, y lo más personal (la propia tarea, el propio carisma de servicio).
En esta relación se une lo más terreno en cuanto provisorio (las cosas y recursos que compartimos) y lo más celestial en cuanto definitivo (el amor y la mirada de fe con que obramos).

Diego Fares sj

Domingo de Pascua 4 A 2011

Reconocer por la Voz al Resucitado

En aquel tiempo, Jesús dijo:
«Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino que salta por otro lado, es un ladrón y un salteador. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El portero le abre y las ovejas escuchan su voz.
El llama a cada una por su nombre y las hace salir. Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocerían quién es el que les habla.»

Jesús les hizo esta comparación,
pero ellos no comprendieron lo que les quería decir.

Entonces Jesús prosiguió:
«Les aseguro que Yo soy la puerta de las ovejas.
Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado.
Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir.
Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia.
Yo soy el Pastor hermoso (kalo,j) El Pastor hermoso y bueno expone su vida por las ovejas. El mercenario, el que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo abandona las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y dispersa, porque es asalariado y no le importan las ovejas (Jn 10, 1-13).

Contemplación
El evangelio del Buen Pastor nos conduce por un caminito de interiorización.
Para reconocer a Jesús Resucitado el evangelio nos dice que tenemos que estar atentos a su Voz.
La vista no es un camino directo: vimos como Jesús resucitado se hace visible y luego se vuelve invisible, acompaña por el camino y su apariencia es la de una persona cualquiera…: más que por su apariencia quiere que lo reconozcan por los signos: las llagas, el gesto de partir el pan…
El Señor se deja ver pero el brillo de su Gloria es humilde. No crece en visibilidad. Las señales visibles que da son más bien invitaciones para que los testigos lo vean con los ojos de la fe.
Y ese es el mensaje (el evangelio) que nos comunicaron los testigos. El evangelio nos hace ver que Jesús no sigue la dinámica de la imagen, del ojo que no se sacia de ver y siempre quiere ver más.
El Señor es más bien sobrio en lo que muestra.
Sus apariciones empujan, invitan, atraen a la fe. Incluso con retos, como a los de Emaús. ¡Qué cabeza dura son ustedes! ¡Cómo no creen!
La Gloria del Resucitado no brilla ni brillará más en su imagen exterior.
No hay más para “ver” que lo que vieron los testigos en esos 50 días.
No hay otras visiones que las que están narradas en los evangelios.

En cambio para oír, para oír y escuchar y seguir y obedecer hay para rato. El Espíritu será el encargado de “hablarnos” de Jesús.
En Juan, el Señor expresa esto con toda claridad:
Mucho tengo todavía que decirles,
pero ahora no pueden con ello.
Cuando venga él, el Espíritu de la verdad,
los guiará hasta la verdad completa;
pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga,
y les anunciará lo que ha de venir.
El me dará gloria,
porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes” (Jn 16, 12-14).

El Señor se quedó con “cosas para decir”.
Lo que tenía que hacer, lo hizo todo.
“Todo está cumplido”.
Lo que teníamos que ver de Él lo mostró todo:
las manos clavadas, las llagas resucitadas… Cuando me vean “alzado en alto, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12, 32).

De ahora en más, la Gloria de la Resurrección, después de unas pocas apariciones, tomará decididamente el camino del oído, el camino de la palabra y de la fe.
Es un camino de interiorización y de seguimiento en el que todo es puro dinamismo y co-protagonismo.
Escuchar atentamente al Otro es dejarlo entrar a lo más íntimo de nuestro corazón; obedecerle y seguirlo, pasando directamente a la práctica, es señal inconfundible de mucho amor. No se da ese detenerse propio del espectador.
El amor, cuando escucha la palabra del amado, no necesita ver nada: acoge, confía, recibe, se dona.
El amor sigue a la voz. La voz nos comunica inmediatamente, es más veloz que la imagen, llega más profundo. El tono de voz nos da el estado interior del otro más que su imagen. Cuesta más componer el tono de voz que lavarse y arreglarse la cara. Además, ¡la voz no envejece! Tampoco los ojos. Ahora, la imagen que se usa para valorar los ojos es decir que “los ojos hablan”, que son el lenguaje del alma. Es curioso cómo el lenguaje común capta lo más profundo.
Claro que de la voz del Buen Pastor no nos queda registro ni grabación. Sólo nos quedan sus palabras…
Me adentré un poquito en las ciencias que estudian el misterio del oído y de la decodificación que hace nuestro cerebro para reconocer el lenguaje humano y leí que hay unos experimentos muy nuevos que permiten reconocer quién es el que le habló a una persona por la huella neuronal (única, como las digitales) que deja su tono de voz en el cerebro. Por eso reconocemos una voz inmediatamente por teléfono o luego de muchos años… Porque la huella que deja un tono de voz es única.
Me gusta pensar que “lo que vieron” los testigos del Resucitado se grabó en sus ojos de muchas maneras, pero la voz del Buen Pastor que escucharon sus oídos generó una única huella en sus almas y se plasmó en una fe común.

La fe entra por el oído y la voz del Señor les despertó el oído para la fe común.

El tono de voz común y eclesial con que predican luego esa frase primera: El Señor ha resucitado verdaderamente, es Palabra Viva, Kerygma, Palabra que “genera” una huella única y común en todo el que la escucha.

Siempre recuerdo la primera vez que comulgué recibiendo la Eucaristía en la mano. Era un retiro y el Padre Pangrazzi, cuando me puso la hostia en la mano me dijo: Este es tu Creador. Esa frase y el tono con que lo dijo se grabó de tal manera en mí que lo puedo escuchar de nuevo hoy como si estuviera en esa misa (incluso con el rumor de fondo de la capilla) y “viendo” cómo brilló distinta para mi fe esa Eucaristía blanca en mi mano.

El Señor Resucitado no dejó registros escritos pero sí verbales. El es el Verbo, la Palabra y su Gloria se dinamiza en torno a la Palabra. “Mis ovejas conocen quién es el que les habla”.

Al repetir y saborear las palabras del Evangelio, el “tono de voz del Resucitado” (su imagen auditiva, no visible) se hace presente en algún momento, suscita la fe. Uno le cree a esa palabra. Así como distingue al que versea o miente, las palabras del Evangelio suscitan la fe. Escuchar la Voz del Buen Pastor no es “oírla con un sonido que proviene del mundo exterior” sino sentir que “se modifica nuestro oído interior con esa “huella inconfundible del que suscita adhesión total y amorosa”. Eso es la fe. Si tenemos fe es que “escuchamos” la Voz del Buen Pastor y la reconocimos como Suya entre todas las voces del mundo. “El que es de Dios escucha las palabras de Dios”: “Yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia. Yo soy el Pastor hermoso. El Pastor hermoso y bueno da su vida por las ovejas”.
Que la Palabra del Señor te re-suscite la Fe.
Diego Fares sj

Domingo de Pascua 3 A 2011

Ver la Gloria del Resucitado

He aquí que dos de los discípulos iban aquel mismo día a un pequeño pueblo distante ciento sesenta estadios de Jerusalén, de nombre Emaus. Iban charlando en-tre sí de todas estas cosas que habían acontecido. Y sucedió que en medio de la conversación y de la discusión, el mismo Jesús se les aproximó y caminaba con ellos. Pero sus ojos estaban como retenidos para que no lo reconocieran. El les dijo: «¿Qué son estas palabras (logoi) que intercambian entre ustedes mientras van caminando? Ellos se detuvieron tristes y le respondió uno llamado Cleofás, diciéndole: «¡Eres tú el único peregrino en Jerusalén que no está enterado de las cosas que estos días ocurrieron en la ciudad?
«¿Cuáles?», les preguntó.
Ellos respondieron:
«Las de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras de-lante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron es-tas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han dejado sorprendidos: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mu-jeres habían dicho. Pero a él no lo vieron».
Jesús les dijo:
“¡Qué necios son y qué lentos de corazón para creer todo lo que anunciaron los profe-tas! ¿No ven que era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?” Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les in-terpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él.
Cuando llegaron cerca de su pueblo, hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le in-sistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba.»
El entró y se quedó con ellos. Y estando sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, lo bendijo y después de partirlo se lo daba.
Entonces les fueron abiertos los ojos y lo reconocieron, pero él se les hizo invisi-ble. Y se decían: « ¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el ca-mino y abría para nosotros las Escrituras?»
En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén.
Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!»
Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan” (Lucas 24, 13-35).

Contemplación
“Ver al Resucitado”.
Ya estamos en la tercera semana de Pascua y quizás, mientras sentimos cómo vamos volviendo a la vida cotidiana que nos mete su ritmo y sus preocupacio-nes, podemos decir como los discípulos de Emaus: “muy bien todo lo que nos predican, pero a Jesús no lo hemos visto”.

¡Pero llega Emaús!
¡El maravilloso pasaje de Emaús! con esos detalles de Jesús que te “abren los ojos”. Emaús siempre nos está diciendo: “no se preocupen. No es que no lo vean. Es Él mismo el que les retiene los ojos, pero ¡confíen! Van a ver que al-gún gesto de Jesús les hará arder el corazón y se les abrirán los ojos”.

Nuestra vida entera es un Camino de Emaús, a veces de ida, a veces de vuel-ta…

El detalle lindo de esta mañana: Jesús se les aproxima “en” la homilía (charla entre compañeros, en griego, se dice homilía).

Era una homilía aburrida y desesperanzada. Estos dos amigos andaban meti-dos en una conversación de esas que a uno lo confirman en que “no se puede esperar más”: es lo que hay.
A los argumentos (a veces mudos) de los que crucifican el bien no hay con qué darles.
Siguen siendo más impenetrables que las promesas de Vida de las palabras hermosas del Maestro.

No es que uno les crea ni que se vaya a plegar a los discursos de los que ma-tan a Jesús hoy (excluyéndolo, demorando la justicia, vendiendo droga, haciendo imposible la vida digna…). No es que uno crea en sus estadísticas y justificaciones oficiales… Pero el horror de tanta maldad parece que duele más cuando uno se junta con los que creen que es posible hacer el bien. Pareciera que si abrís tus puertas la maldad se ensaña y contamina las obras buenas con virulencias inesperadas. Por eso uno siente la tentación de aislarse. Volver a Emaús duele menos que quedarse en Jerusalén. Si no intentás hacer nada, el riachuelo contaminado de maldad por ahí pasa de largo, por ahí rebota contra tu puerta blindada.

En medio de un discurso de este tipo, Lucas nos presenta a Jesús que “se les aproxima” y “camina con ellos”. Es una de las imágenes bellísimas de Jesús resucitado.

Los evangelios nos presentan varias imágenes de Jesús Resucitado. Son to-das dinámicas y distintas. Son gloriosas. Esa es la palabra precisa.
Gloriosas no con un brillo estandar sino con una fuerza tal de nitidez que se imprimen en el alma. Es una gloria totalmente distinta a la humana. La gloria humana se graba en los ojos como una boda real. La gloria humana se graba en los sentimientos como un aplauso desbordante.
La Gloria de Jesús, en cambio, se graba de otra manera, se graba por su humildad deslumbrante que hace ver al Dios más Grande en lo pequeñito e in-aparente.

Para los discípulos que están con las puertas cerradas la gloria de Jesús “se vuelve presente en medio de ellos y les muestra las llagas”. Es como si la luz gloriosa tuviera un timer que suavemente la vuelve más intensa desde el inter-ior. Jesús glorioso viene como desde lo más intimo de la comunidad.

En la experiencia de los de Emaús, en cambio, la gloria de Jesús Resucitado viene como desde afuera: “se les aproxima y camina con ellos”. Es una glo-ria que comienza por un ardor del corazón antes de llegar a los ojos.

Hay otra experiencia de la gloria de Jesús Resucitado y es la del que “está en la orilla” y se hace visible con el sol del amanecer.
Y así… muchas más. Una gloria a la medida de cada discípulo y de cada discí-pulo… (quizás si examinás qué glorias humanas deseas o valorás encuentres la clave de la gloria en que Jesús Resucitado está brillando para vos) (¿Será quizás sea la contraria de la que buscás…? Puede ser, dado el humor de Je-sús y sus ironías cariñosas).

En el tiempo de Pascua hay que estar atentos a los efectos que sólo la gloria de Jesús produce: el efecto de que cobre intensidad e identidad en sus llagas“; el efecto de que su compañía nos haga arder el corazón; el efecto de que nos demos cuenta de que “ya estaba esperándonos” en la orilla.

Son pistas que nos da el Señor mismo para que veamos su Gloria con nuestros propios ojos iluminados por la fe. Una fe que no es cuestión de fuerza subjetiva nuestra sino de adaptación dócil al modo como el Señor hace arder y brillar su Gloria.
“Mirá que yo me aparezco así”,
parece decirnos el Resucitado:
“estate atento a la Verdad de mis llagas
(no son de muerte sino que dan vida),
estate atento a la Bondad de mi cercanía
(cómo te hace arder el corazón),
estate atento a la belleza de mi presencia
(se ocultó de noche y brilla en cada amanecer)”.

Bueno, nos dejamos llevar por la Gloria del Señor que, como decíamos, hizo sentir sus efectos en medio de la homilía, en medio de la conversación y de la discusión que sostenían los discípulos de Emaús.

El Señor los hace hablar, hace que le prediquen su homilía desesperanzada y con sus mismas palabras (gracias a la potencia del Espíritu Santo que les im-prime) los evangeliza y les cambia el corazón. La gloria del Señor parte aquí del Bien, que siempre es concreto. Se les aproxima, los acompaña, les va ga-nando el corazón, les hace sentir deseos de invitarlo a que se quede y de hos-pedarlo, y al llegar a lo más íntimo del amor, el compartir el pan, recién allí les abre los ojos a la fe.
Emaús es el camino que va del amor a la fe. Del prójimo a Dios, del jesús pró-jimo al Jesús Dios.
Que Él Señor se te acerque por el camino de tu vida y te de ganas de conver-sar con él y de hospedarlo para que, al partir el pan lo reconozcas y te vuelvas más comunitario.
Diego Fares sj