Domingo de Pascua 2 A 2011

Ver al Resucitado II

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo:

– «¡La paz esté con ustedes!».

Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo:

– «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes».

Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió:

– «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan».

Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron:

– «¡Hemos visto al Señor!».

El les respondió:

– «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré».

Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo:

– «¡La paz esté con ustedes!».

Luego dijo a Tomás:

– «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe».

Tomas respondió:

– ¡Señor mío y Dios mío!».

Jesús le dijo:

– «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!» (Jn 20, 19-31).

Contemplación

Ver a Jesús resucitado.

El evangelio es el del domingo de la Misericordia que nos regaló Juan Pablo II, a quien ahora podemos invocar como amigo intercesor y no solo vivar o aplaudir. Es una gracia poder invocar a alguien con quien nos hemos encontrado personalmente, sabiendo, además, que compartimos esta experiencia con hombres y mujeres de todo el mundo que lo han sentido cercano y Pastor. Juan Pablo puede hablarle a Jesús familiarmente de este mundo que fue su Parroquia.

Partiendo de la fiesta del Señor de la Misericordia continuamos con las condiciones para ver al Resucitado y damos testimonio de que se trata de un ver salvífico. Al Señor resucitado no lo podemos ver como un espectáculo, deslumbrante quizás, pero ajeno (como vemos la boda real). El es el Salvador, el Dios Misericordioso, y la misericordia la ejerce perdonando los pecados y sanando nuestras miserias.

Verlo es percibir que nos está misericordiando.

Si querés ver a Jesús Resucitado confesale lo más sinceramente que puedas tus pecados. Sentirás su mirada llena de bondad y su mano sobre tu cabeza, bendiciéndote con la Cruz del perdón. Si querés ver a Jesús Resucitado pedile que te salve: Señor Jesús, ten piedad de mi, que soy un pecador.

Esta presencia salvífica que irradia misericordia desde sus llagas gloriosas es la que nos revela el evangelio de hoy. El Señor se presenta en medio de la comunidad de las puertas cerradas dando la paz, mostrando sus llagas y efundiendo el Espíritu Santo para el perdón de los pecados: “reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen”.

Si nos fijamos bien, es una visión muy poderosa y sintética. Sin muchas explicaciones el Señor “les mostró sus manos y su costado”. Ellos, dice Juan, “se llenaron de alegría cuando vieron al Señor”. Pero el Señor contiene esa alegría (no le da un abrazo a cada uno ni deja que se manifiesten colectivamente dando un aplauso…) sino que les dirige la mirada haciendo que se fijen en sus llagas y acto seguido los evangeliza, les interpreta lo que están viendo. Esas llagas son fuente de paz en el propio corazón y de envío misionero a llevar esa paz y el perdón a todos los pueblos.

Después el Señor hace una pausa de ocho días. Como dejando espacio para que charlen entre ellos de lo sucedido.

Comienza a gestarse entre ellos un tipo de comunidad en la que están misteriosamente “igualados”. El don del Espíritu Santo y el poder de perdonar los pecados el Señor se los da como sujeto colectivo, como Iglesia.

Es algo que los unifica de una manera única.

Un mismo Espíritu, recibido no individualmente sino en común –“reciban”- y una Misión dada a todos –“a quienes ustedes se los perdonen”-.

Vemos así otra “condición para ver al Resucitado”: se trata de un ver salvífico en común. “Hemos visto al Señor”, será la primera palabra que sale de este grupo único en la historia de la humanidad.

Si querés ver a Jesús Resucitado andá a tu comunidad de pertenencia –a tu parroquia, a tu Iglesia, a la Iglesia de todo el pueblo, a Luján o a los Santuarios, a tu grupo, a tu lugar de apostolado- y afiná el oído porque esta comunidad es la que te dice (con palabras o gestos) “Hemos visto al Señor”.

El siguiente pasaje, el de Tomás, ilustra esta frase que los une mostrando la contracara: el deseo de Tomás de ver las llagas y de meter el dedo en la llaga será satisfecho, pero no de manera individual sino cuando esté con la comunidad. Quizás se puede leer la frase del Señor “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!», subrayando no tanto la oposición entre ver y no ver sino entre “el que ve” y “los que creen sin haber visto”, los que se unen a la comunidad de los testigos antes de ver por sí mismos. Estos, cuando luego ven, se alegran más. ¿Por qué? Aquí viene otra de las condiciones para ver al resucitado.

La visión del Resucitado se realiza con los ojos de la fe. Y crecer en la fe es crecer como personas. ¡Por eso se alegran más los que tienen más fe! Y Jesús, que quiere que vivamos Vida Plena, felicita a los que crecen en la fe: “grande es tu fe”, “tu fe te ha salvado”.

 

Si querés ver a Jesús Resucitado crecé en la fe. Confesale a Él tu poca fe y pedile “Señor, creo, pero aumenta mi fe”. Y jugate. Confiá. “No temas, basta que creas”. Repetí todas las veces que puedas: “creo en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo”. Tu fe aumentará con la confesión frecuente y te protegerá contra toda angustia y cavilación.

La fe es la capacidad de ver a Jesús resucitado y todos los signos que se refieren a Él (no sirve para ver otras cosas “mundanas”, diríamos) y Jesús Resucitado sólo se manifiesta a los ojos que tienen esta fe.

La fe es como una cámara de fotos que sólo registra a Jesús (como si uno sacara una foto de mucha gente y sólo apareciera Jesús Resucitado).

Esta fe es algo único. La capacidad de ver con la luz de la fe la da el Espíritu Santo, es un Don. Pero el objeto que este don permite percibir y captar, es Jesús íntegro –con su encarnación, su vida, muerte y resurrección-.

Por eso el Espíritu no desciende a dar esta “capacidad” hasta que no está maduro el objeto para el cual Él infunde el don. Y este Jesús íntegro se puede revelar sólo a los que han convivido con Él, a los que lo han visto actuar en su vida.

Por eso también la que más plenamente recibe el don de la fe –de ver íntegro a Jesús- es María, porque lo “vio” desde el comienzo hasta el final.

Los testigos, los que más han visto a Jesús en su vida pública, son los que pueden recibir más plenamente el don de “verlo” resucitado.

 

Si querés ver a Jesús resucitado leé el evangelio. Dejá que los que lo escribieron te den las palabras y las ideas para ver a Jesús. Metete a pensar con las ideas e imágnenes que te regala el evangelio, dejá de lado tus conceptos y dejate evangelizar por las palabras vivas de los testigos.

Ahora, ese “ver” a Jesús en su vida humana no era un simple ver físico. El Señor actuaba y explicaba lo que hacía a la luz de las Escrituras. “Ver comprendiendo el sentido salvífico y espiritual de lo que hacía” implicaba dejarse evangelizar por él. Por eso, la dinámica para verlo nosotros es la misma que se dio en la vida de Jesús: se trata de incorporarnos a una comunidad viviente que realiza las cosas que el Señor le manda y las explica a la luz de la Escritura. Entonces, en esa Iglesia, “se nos aparece” el Señor Resucitado, a cada uno en la medida de su “fe que opera por la caridad”.

Si querés ver a Jesús resucitado andá a algún sitio donde para el mundo sólo hay muerte o desecho y ponete a servir a los que más necesiten. Es notable cómo dan testimonio las personas de este aumento simultáneo de su fe y de su caridad cuando sirven a los más enfermos y pobres. Servir gratuitamente y con misericordia a los más necesitados abre los ojos del corazón a creer en Jesús, a sentirlo actuando por nuestras manos, creando vínculos de amor con los que servimos, produciendo efectos maravillosos de cercanía, de vinculación honda entre las personas, suscitando la alabanza y el humilde agradecimiento.

Esto nos habla de otra de las “condiciones para ver al Resucitado”: se trata de un ver en el amor, de un ver “contemplativo en la acción”. Queda grabada la experiencia en el corazón pero no “la foto”. Lo grafica la experiencia de los de Emaus: ven al Señor en la acción de partir el pan, desaparece inmediatamente y surge en ellos el recuerdo de cómo les ardía el corazón. No se puede conservar la visión como un trofeo sino que es una visión que dinamiza a ir por más, a regresar a la comunidad (Tomás, los de Emaus) y a salir a anunciarlo a otros. Al Resucitado lo contemplamos en la acción apostólica. Se hace presente cuando anunciamos el evangelio (las palabras cobran otro sentido cuando se las anuncia con el deseo de dar testimonio a otros, el Señor “resucita en ellas, las convierte en palabras vivas) y cuando ponemos práctica todo lo que Él nos enseñó.

Diego Fares sj