Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo A 2011

La Pasión

C. En aquel tiempo:
Uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo:
S. «¿Cuánto me darán si se lo entrego?»
C. Y resolvieron darle treinta monedas de plata.
Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.

C. El primer día de los Acimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús:
S. «¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?»
C. El respondió:
X «Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: «El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos».»
C. Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.

C. Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo:
X «Les aseguro que uno de ustedes me entregará.»
C. Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno:
S. «¿Seré yo, Señor?»
C. El respondió:
X «El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!»
C. Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó:
S. «¿Seré yo, Maestro?»
X «Tú lo has dicho.»
C. Le respondió Jesús.

C. Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:
X «Tomen y coman, esto es mi Cuerpo.»
C. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo:
X «Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados. Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre.»

C. Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos.
Entonces Jesús les dijo:
X «Esta misma noche, ustedes se van a escandalizar a causa de mí. Porque dice la Escritura: Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño. Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea.»
C. Pedro, tomando la palabra, le dijo:
S. «Aunque todos se escandalicen por tu causa, yo no me escandalizaré jamás.»
C. Jesús le respondió:
X «Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces.»
C. Pedro le dijo:
X «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré.»
C. Y todos los discípulos dijeron lo mismo.

C. Cuando Jesús llegó con sus discípulos a una propiedad llamada Getsemaní, les dijo:
X «Quédense aquí, mientras yo voy allí a orar.»
C. Y llevando con él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse. Entonces les dijo:
X «Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí, velando conmigo.»
C. Y adelantándose un poco, cayó con el rostro en tierra, orando así:
X «Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.»
C. Después volvió junto a sus discípulos y los encontró durmiendo. Jesús dijo a Pedro:
X «¿Es posible que no hayan podido quedarse despiertos conmigo,
ni siquiera una hora? Estén prevenidos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil.»
C. Se alejó por segunda vez y suplicó:
X «Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, que se haga tu voluntad.»

C. Al regresar los encontró otra vez durmiendo, porque sus ojos se cerraban de sueño. Nuevamente se alejó de ellos y oró por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Luego volvió junto a sus discípulos y les dijo:
X «Ahora pueden dormir y descansar: ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar.»

C. Jesús estaba hablando todavía, cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de una multitud con espadas y palos, enviada por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta señal:
S. «Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo.»
C. Inmediatamente se acercó a Jesús, diciéndole:
S. «Salud, Maestro.»
C. Y lo besó. Jesús le dijo:
X «Amigo, ¡cumple tu cometido!»

C. Entonces se abalanzaron sobre él y lo detuvieron. Uno de los que estaban con Jesús sacó su espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja. Jesús le dijo:
X «Guarda tu espada, porque el que a hierro mata a hierro muere. ¿O piensas que no puedo recurrir a mi Padre? El pondría inmediatamente a mi disposición más de doce legiones de ángeles. Pero entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, según las cuales debe suceder así?»

C. Y en ese momento dijo Jesús a la multitud:
X «¿Soy acaso un ladrón, para que salgan a arrestarme con espadas y palos? Todos los días me sentaba a enseñar en el Templo, y ustedes no me detuvieron.»
C. Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas.

C. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron. Los que habían arrestado a Jesús lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del Sumo Sacerdote; entró y se sentó con los servidores, para ver cómo terminaba todo.

Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un falso testimonio contra Jesús para poder condenarlo a muerte; pero no lo encontraron, a pesar de haberse presentado numerosos testigos falsos. Finalmente, se presentaron dos que declararon:
S. «Este hombre dijo: «Yo puedo destruir el Templo de Dios y reconstruirlo en tres días».»
C. El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie, dijo a Jesús: «¿No respondes nada? ¿Qué es lo que estos declaran contra ti?»
C. Pero Jesús callaba. El Sumo Sacerdote insistió:
S. «Te conjuro por el Dios vivo a que me digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.»
C. Jesús le respondió:
X «Tú lo has dicho. Además, les aseguro que de ahora en adelante verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir sobre las nubes del cielo.»
C. Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo:
S «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?»
C. Ellos respondieron:
S. «Merece la muerte.»
C. Luego lo escupieron en la cara y lo abofetearon. Otros lo golpeaban, diciéndole:
S. «Tú, que eres el Mesías, profetiza, dinos quién te golpeó.»

C. Mientras tanto, Pedro estaba sentado afuera, en el patio. Una sirvienta se acercó y le dijo:
S. «Tú también estabas con Jesús, el Galileo.»
C. Pero él lo negó delante de todos, diciendo:
S. «No sé lo que quieres decir.»
C. Al retirarse hacia la puerta, lo vio otra sirvienta y dijo a los que estaban allí:
S. «Este es uno de los que acompañaban a Jesús, el Nazareno.»
C. Y nuevamente Pedro negó con juramento:
S. «Yo no conozco a ese hombre.»
C. Un poco más tarde, los que estaban allí se acercaron a Pedro y le dijeron:
S. «Seguro que tú también eres uno de ellos; hasta tu acento te traiciona.»
C. Entonces Pedro se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre. En seguida cantó el gallo, y Pedro recordó las palabras que Jesús había dicho: «Antes que cante el gallo, me negarás tres veces.» Y saliendo, lloró amargamente.

C. Cuando amaneció, todos los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo deliberaron sobre la manera de hacer ejecutar a Jesús. Después de haberlo atado, lo llevaron ante Pilato, el gobernador, y se lo entregaron.

C. Judas, el que lo entregó, viendo que Jesús había sido condenado, lleno de remordimiento, devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo:
S. «He pecado, entregando sangre inocente.»
C. Ellos respondieron:
S. «¿Qué nos importa? Es asunto tuyo.»
C. Entonces él, arrojando las monedas en el Templo, salió y se ahorcó. Los sumos sacerdotes, juntando el dinero, dijeron:
S. «No está permitido ponerlo en el tesoro, porque es precio de sangre.»
C. Después de deliberar, compraron con él un campo, llamado «del alfarero», para sepultar a los extranjeros. Por esta razón se lo llama hasta el día de hoy «Campo de sangre.» Así se cumplió lo anunciado por el profeta Jeremías: Y ellos recogieron las treinta monedas de plata, cantidad en que fue tasado aquel a quien pusieron precio los israelitas. Con el dinero se compró el «Campo del alfarero», como el Señor me lo había ordenado.

C. Jesús compareció ante el gobernador, y este le preguntó:
S. «¿Tú eres el rey de los judíos?»
C. El respondió:
X «Tú lo dices.»
C. Al ser acusado por los sumos sacerdotes y los ancianos, no respondió nada. Pilato le dijo:
S. «¿No oyes todo lo que declaran contra ti?»
C. Jesús no respondió a ninguna de sus preguntas, y esto dejó muy admirado al gobernador. En cada Fiesta, el gobernador acostumbraba a poner en libertad a un preso, a elección del pueblo. Había entonces uno famoso, llamado Barrabás. Pilato preguntó al pueblo que estaba reunido:
S. «¿A quién quieren que ponga en libertad, a Barrabás o a Jesús, llamado el Mesías?»
C. El sabía bien que lo habían entregado por envidia. Mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir:
S. «No te mezcles en el asunto de ese justo, porque hoy, por su causa, tuve un sueño que me hizo sufrir mucho.»
C. Mientras tanto, los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la multitud que pidiera la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Tomando de nuevo la palabra, el gobernador les preguntó:
S. «¿A cuál de los dos quieren que ponga en libertad?»
C. Ellos respondieron:
S. «A Barrabás.»
C. Pilato continuó:
S. «¿Y qué haré con Jesús, llamado el Mesías?»
C. Todos respondieron:
S. «¡Que sea crucificado!»
C. El insistió:
S. «¿Qué mal ha hecho?»
C. Pero ellos gritaban cada vez más fuerte:
S. «¡Que sea crucificado!»

C. Al ver que no se llegaba a nada, sino que aumentaba el tumulto, Pilato hizo traer agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo:
S. «Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de ustedes.»
C. Y todo el pueblo respondió:
S. «Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos.»
C. Entonces, Pilato puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.

C. Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron a toda la guardia alrededor de él. Entonces lo desvistieron y le pusieron un manto rojo. Luego tejieron una corona de espinas y la colocaron sobre su cabeza, pusieron una caña en su mano derecha y, doblando la rodilla delante de él, se burlaban, diciendo:
S. «Salud, rey de los judíos.»
C. Y escupiéndolo, le quitaron la caña y con ella le golpeaban la cabeza.

C. Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron de
nuevo sus vestiduras y lo llevaron a crucificar.

Al salir, se encontraron con un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz.

Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que significa «lugar del Cráneo», le dieron de beber vino con hiel. El lo probó, pero no quiso tomarlo.

Después de crucificarlo, los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron; y sentándose allí, se quedaron para custodiarlo. Colocaron sobre su cabeza una inscripción con el motivo de su condena: «Este es Jesús, el rey de los judíos.» Al mismo tiempo, fueron crucificados con él dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.

C. Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza, decían:
S. «Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!»
C. De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo:
S. «Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él. Ha confiado en Dios; que él lo libre ahora si lo ama, ya que él dijo: «Yo soy Hijo de Dios».»
C. También lo insultaban los ladrones crucificados con él.

C. Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región. Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz:
X «Elí, Elí, lemá sabactani.»
C. Que significa:
X «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
C. Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron:
S. «Está llamando a Elías.» En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber. Pero los otros le decían:
S. «Espera, veamos si Elías viene a salvarlo.»
C. Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu.

C. Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a mucha gente. El centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron:
S. «¡Verdaderamente, este era Hijo de Dios!»

C.  Había allí muchas mujeres que miraban de lejos: eran las mismas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo. Entre ellas estaban María Magdalena, María -la madre de Santiago y de José- y la madre de los hijos de Zebedeo.

 

Al atardecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también se había hecho discípulo de Jesús, y fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato ordenó que se lo entregaran. Entonces José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en un sepulcro nuevo que se había hecho cavar enla roca. Despuéshizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, y se fue.

María Magdalena yla otra Maríaestaban sentadas frente al sepulcro.

A la mañana siguiente, es decir, después del día de la Preparación, los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron y se presentaron ante Pilato, diciéndole:

S.  «Señor, nosotros nos hemos acordado de que ese impostor, cuando aún vivía, dijo: «A los tres días resucitaré». Ordena que el sepulcro sea custodiado hasta el tercer día, no sea que sus discípulos roben el cuerpo y luego digan al pueblo: «¡Ha resucitado!» Este último engaño sería peor que el primero.»

C.  Pilato les respondió:

S.  «Ahí tienen la guardia, vayan y aseguren la vigilancia como lo crean conveniente.»

C.  Ellos fueron y aseguraron la vigilancia del sepulcro, sellando la piedra y dejando allí la guardia.


Domingo de Ramos A 2011

La humildad real de Jesús

Cuando se aproximaron a Jerusalén, al llegar a Betfagé, junto al monte de los Olivos envió Jesús a dos discípulos, diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente de ustedes, y enseguida encontrarán un asna atada y un pollino con ella; desátenlos y tráiganmelos. Y si alguien les dice algo, dirán: El Señor los necesita, pero enseguida los devolverá. »
Esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del profeta:
Digan a la hija de Sión:
Mira que tu Rey viene a ti,
manso y montado en un asna y un pollino,
hijo de animal de yugo.
Fueron, pues, los discípulos e hicieron como Jesús les había encargado: trajeron el asna y el pollino. Luego pusieron sobre ellos sus mantos, y él se sentó encima.
La gente, muy numerosa, extendió sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino. Y la gente que iba delante y detrás de él gritaba:
« ¡Hosanna al Hijo de David!
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
¡Hosanna en las alturas! »
Y al entrar él en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió. « ¿Quién es éste?» decían.
Y la gente decía: « Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea » (Mt 21, 1-11).

Contemplación
El domingo de Ramos el Señor, con su entrada en Jerusalen, realiza una acción profética. Estas acciones proféticas a la vista de todo el pueblo son como una parábola puesta en acción: tienen un mensaje que todo el mundo capta sin palabras. Es como cuando el Cardenal viaja en subte.
La acción profética de Jesús quiere ser un mensaje claro sobre su manera de venir a nosotros. El es un Dios que viene, pero si no estamos atentos a cómo viene por ahí pasó y no lo vimos, no nos dimos cuenta de su venida.
Mateo interpreta el gesto de Jesús a la luz de las profecías. Desde la escritura, los profetas dicen a la ciudad santa: “mira que tu Rey viene a ti”; y la ciudad responde: “bendito el que viene en Nombre del Señor”.
Así se nos dice a nosotros hoy: “miren que Jesús viene a ustedes” y como Iglesia y pueblo fiel respondemos: “bendito sea Jesús que viene a nosotros manso y humilde, el enviado del Padre viene montado sobre un burrito” (o sobre tres –el asna, el pollino y Mateo-, porque, como dicen algunos Mateo es un burro, ya que por citar a Isaías literalmente no tiene en cuenta que el profeta utiliza el paralelismo de la poesía hebrea desdoblando en dos imágenes la de un solo burro y él pone dos, la burra y su hijito, y dice que Jesús “los montó”. Algunos se burlan de la infalibilidad bíblica mostrando estos “errores”. Otros, literalistas, se rompen la cabeza buscando armonizar pasajes y citas. A mi me gusta pensar que la burrada literaria está dentro del espíritu de paradoja que el Señor pone en acción al querer ser alabado como rey en un burro. La paradoja da libertad para que lapersona que quiera burlarse, pueda , la que quiera entender, entienda y se convierta y la que lee con humor, no se a burra).
El mensaje es claro: el Señor viene humildemente. Humildemente no quiere decir que pase desapercibido. Al contrario, quiere hacer ver que viene y que viene como Rey manso y humilde. Se deja alabar y tratar como un Rey, pero como un Rey humilde.

A nosotros nos cuesta esta paradoja. Si aclamamos a un Rey nos parece bien que venga regiamente, mostrando poder y derrochando lujo. Y si hablamos de un servicio humilde, nos parece bien que no se note, que se haga ocultamente… Jesús mismo lo dice cuando habla de la oración, del ayuno y de la limosna: “no lo hagan para ser vistos por los hombres sino sólo por el Padre que ve en lo secreto”.

Pero aquí el Señor rompe su manera habitual de proceder y quiere que su humildad real quede de manifiesto. Los fariseos lo reprenden y quieren que haga callar a los niños y a la gente que grita jubilosa “¡Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor!”, pero Jesús va más allá todavía y les dice que el júbilo que se ha desatado en el pueblo sencillo, si él lo frena, se transmitirá a la naturaleza(¡!). En Lucas el Señor dice: “si estos se callan gritarán las piedras”.

Queda claro, pues, el mensaje: Jesús quiere ser glorificado por su humildad, alabado por su servicialidad, bendecido por su projimidad y cercanía.
Su gloria es ser Hijo del Padre y hermano nuestro. Y no para “ascender” a un cargo mayor. Esto es lo que quiere el Señor que notemos. El Padre siempre será el punto de referencia hacia el que nos hará mirar, una y otra vez. El viene a servir, no a ser servido. El viene a que reconozcamos al Padre, ni siquiera le parece mal que no lo reconozcamos a él. Hasta llega a justificar como ignorancia el hecho terrible de que los que lo crucificaron no lo hayan reconocido. El quiere que miremos sus obras, el bien que hace, servicialmente, y el estilo y modo con que hace las cosas: su humildad, su ponerse a nuestro lado, como uno más.
Otras figuras de la historia –Abraham, Moisés, David…- son grandes y se ponen al frente de su pueblo. Jesús sigue otro camino. Si uno mira bien, su figura no se instala como la del “más grande” sino que es como si se desdoblara. Siempre queda el Padre como el más grande y él, el Hijo, como el que se abaja. El hecho mismo de quedarse como Eucaristía, como comida para que otros se fortalezcan, tiene que conmovernos el corazón y llevarnos a desear humillarnos ante una humillación tan grande del Señor. No queda como el modelo ideal sino como el alimento real para que tengamos vida nosotros.
Hay en esto una intuición que cada uno tiene que profundizar contemplando bien a Jesús, lo que hace. Por ahí uno tiene la imagen de un lider que le va a dar consignas, de un modelo ideal al que nunca se puede alcanzar (eso es lo propio del modelo), y en Jesús tenemos un alimento al alcance de la mano y un pastor que va detrás de su rebaño y en medio de él.
El venir a servir y no a ser servido no es un medio para “ascender” al lugar del aplauso y de la jubilación sino que hace al ser mismo de Jesús. Aún en el cielo será “Servidor”: nos sentará a la mesa y nos servirá él mismo”.

Nosotros servimos “para obtener un resultado”. Y en el servicio vamos “delegando” tareas menores y “ascendemos” a otras más generales. Si alguno se queda “sirviendo la mesa” o “atendiendo personas una a una”, pareciera “menos” que el que organiza estructuras o habla para muchos. Desde el servicio “marca Jesús” esta dinámica del ascenso no existe. Todo es servicio y punto. Vale tanto un servicio como el otro. El Papa es “siervo de los siervos de Dios”. El verdadero poder es el servicio. Y toda la alegría de Jesús consiste en poder servir más y a más (que participemos más y mejor de su servicio eucarístico).
Por eso el discernimiento en la Iglesia siempre apunta a nuestro lugar de servicio. Dónde me llama el Señor a servir. Poder servir es lo que cuenta. No mis opiniones, no mis títulos, no mis capacidades, no mi comparación con los demás…
Si para algo valen mis opiniones, títulos y capacidades es para ofrecer: en esto puedo servir mejor.
En todo servicio es el cliente el que tiene la razón. Este mensaje se lo da el Dueño a los mozos, porque le interesa que los clientes queden satisfechos, paguen bien y vuelvan.
Y el mozo acepta de buen grado esta consigna procurando, por un lado las propinas y por otro, cultivando el deseo de ser él mismo un día Dueño de su negocio.
Pero en el servicio que propone Jesús, el paradigma es totalmente distinto. Tenemos un Dueño que quiso hacerse mozo y que no deja de cocinar ni de servir por más que ande bien el negocio. Así que la mirada de los que colaboramos con un Mozo así se dirige siempre a él, al que sirve mejor. Y para maravillarnos más todavía, si miramos qué es lo que sirve, vemos que es a sí mismo: Él se da como comida y bebida.

Tiene su lógica, si lo pensamos bien. Porque desear ser siempre mozo y no patrón tiene sentido si lo que uno brinda y lo que recibe en paga no son “cosas” sino el propio corazón. Por puro amor sólo se puede dar amor. Ser siempre servidor sólo se puede si se trata de los propios hijos, de las personas amadas. Allí el acto de servir y lo que se sirve son lo mismo: lo mejor de nuestro propio ser, nuestro amor.

A esto apunta la entrada de Jesús en Jerusalen montado en un burrito: el único Rey es Dios y lo propio de todo el que quiere ser rey humano es la entrega en el servicio. Eso es lo más “real” en el doble sentido de la palabra.
Entramos pues en la semana Santa siguiendo a nuestro Rey Servidor y miramos bien lo que padece y lo que goza (su Pasión y su Gloriosa Resurrección) desde este punto de vista: el de Aquel que quiere darse entero por amor y se mantiene siempre en este don de sí, para bien nuestro y alegría del Padre.
Diego Fares sj