Cuaresma 4 A (2005)

Ojos sin culpa

Jesús, al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento.

Sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?» «Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios. Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.»

Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole:
«Ve a lavarte a la piscina de Siloé», que significa «Enviado.»

El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía.

Me presento: yo soy el que se me lavé y volví viendo, el “ex ciego de nacimiento”. Perdón por no poner mi nombre pero preferiría permanecer fiel al relato del evangelio, que no lo menciona. Quizás porque mi caso puede servir de modelo, para que todo el que sienta que “no ve bien las cosas del Reino” pueda poner su nombre y meterse en mi pellejo. Les diré que vale la pena. Estamos de acuerdo entonces: que hable yo es nada más que un recurso para que ustedes se puedan meter en la escena. Aunque tiene fundamento evangélico, dado que soy uno de los sanados qué más habla en el evangelio (les confieso que cuando comencé a hablar de Jesús y a defenderlo de los “opinadores”, como llamo yo a los fariseos de mi época, me entusiasmé, y, como verán, sigo fiel a mi rol). Creo que en la época de ustedes está pasando algo parecido: hay gente no ve pero que opina constantemente y enceguece más de lo que ilumina… También hay gente simple como yo, a la que se le abren los ojos y ya no deja de decir las cosas como son, pero tiene menos prensa. Perdón si parezco un poquito soberbio, no se me vayan a enojar ustedes también como se enojaron los fariseos que creyeron que les quería dar cátedra… Comprenderán que cuando uno pasa de “oír” la realidad a “verla”, la ve con mucha fuerza y es más difícil que se la vendan prefabricada. Uno cuando ha sido ciego conserva el oído fino para distinguir los tonos de voz sinceros de los falsos y, encima, ahora puede mirar a la gente a los ojos, así que es difícil engañar a un ciego que ha recuperado la vista.
Les dije de entrada y les repito lo que me motiva a hablar: veo que entre ustedes también hay un montón de opiniones acerca de Jesús, de sus palabras y de sus seguidores… En mi época se le reían o trataban de excluirlo ensuciando lo que decía o hacía por cuestiones legales y religiosas nuestras, de judíos, digo. En la época de ustedes sé que se discuten otras cosas: el código da vinci, si el papa tiene que renunciar, el aborto y los militares, el arte… La cuestión es que, en mi humilde opinión, no hay que perderse la experiencia de Jesús por estas cosas. Yo quisiera que ustedes tuvieran la gracia de poder oírlo y verlo por ustedes mismos, como la tuve yo. Dejen que los guíe un humilde ex ciego y vean si les resulta.

Para mí todo empezó cuando me di cuenta de que El me estaba mirando. Juan dice que : Jesús, al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento. Bueno, ese era yo. Y yo que lo viví de adentro les confieso que me di cuenta de que El me estaba mirando. Cómo te diste cuenta, me dirán. Me di cuenta porque los ciegos nos damos cuenta siempre cuando alguien se nos queda mirando un rato. Respiran distinto. Se hace un silencio alrededor… Algo pasa y uno se da cuenta. Pero yo me quedé expectante y silencioso porque esta mirada era distinta a todas. No lo conocía, pero digo El porque esa fue la experiencia. Alguien que me resultaba tan familiar como si me hubiera estado mirando desde toda la vida.
También percibí enseguida que hablaban de mí. Y agucé el oído para escuchar, por que trataban de que no los oyera.
Discutían mi caso. Y, como suele suceder con los casos como el mío, todos opinaban. En mi época la gente pensaba que una ceguera como la mía era fruto de algún pecado. Se que ustedes son más modernos y ya saben que si uno nace ciego es por una cuestión genética y no hay que preguntarse mucho más… Pero la cuestión es que uno se lo pregunta igual ¿Qué hice yo para merecer esto? ¿Quién tendrá la culpa? Y para los que sufren la cosa, como me pasó a mí, todas las explicaciones son igual de inútiles.
Pero en eso lo escuché a El. Al que me había estado mirando. Dijo que no era culpa de nadie… Eso me quedó grabado. Y también que El era la luz del mundo. Las otras cosas no me las acuerdo pero pueden verlas en el evangelio de Juan.
Yo seguía callado y quieto. La verdad es que escuchar que no era culpa de mis padres me había dejado como liberado. Yo sentía pena por mi papá y por mi madre. Culpa de mi desgracia la gente los discriminaba (esa es la palabra que me dijeron que usan ustedes y la verdad es que es una palabra muy clara). Yo sentía que no era culpa de ellos, pero no me atrevía a formularlo. Es difícil ir contra las opiniones de la gente con la que vivimos. Ya me han contado que ustedes tienen muy elaborado esto de las culpas. Que hay gente que se dedica exclusivamente a este tema… La cuestión es que escuchar que alguien dijera que no era culpa de nadie, ni de mis padres ni mía, me pareció tan liberador, tan encantador, tan refrescante que creo que ahí ya comencé a ver. A ver de otra manera, digo. No desde la culpa sino desde eso que dijo El después: “esto es para que se manifiesten en él las obras de Dios”. Qué manera linda de ver las cosas: esto que pasó es “para que se manifiesten en mí las obras de Dios”. Les digo que por eso me quedé callado y lo de que escupiera y me untara con barro y me mandara a lavarme a Siloé lo hice todo como automáticamente. Yo ya iba curado. Como si supiera que iba a poder ver. Porque lo que más nubla los ojos es la culpa, me imagino que ustedes ya lo sabrán, con todos los especialistas en el tema que tienen. Las culpas no dejan ver. Tanto las propias como las de los demás. Las que uno no quiere ver y las que ve demasiado claro, en uno mismo y en los demás. En cambio cuando uno mira al Señor y le pregunta “para qué puede servir esto para gloria tuya”, todo se aclara.

Lo que sí recuerdo ahora es cómo se me acercó: de pronto él me tocó un brazo. Actuaba como los médicos que saben infundirte confianza cuando te tocan. Y enseguida me untó los ojos con barro. Yo no decía nada. Escuchaba su respiración, sentía sus manos apretando bien mis párpados… Fue como si me los moldeara, les confieso. Después he andado leyendo la Escritura y cada vez que puedo me detengo en el libro del Génesis, cuando dice que Dios formó al hombre de barro. Yo no sé como se habrá sentido Adán, si es que sintió algo porque cuando lo modelaron todavía no tenía espíritu, pero a mí me quedó la experiencia de cómo Dios me modelaba de nuevo los ojos. Me los modelaba desde adentro. En eso creo que yo salí distinto a todos (digo, por las discusiones que vinieron después. Era como si solo yo viera claras las cosas y todos los demás las vieran distintas, confusas…). Claro, es que yo pasé de un extremo al otro, de no ver nada a ver con los ojos nuevos que me abrió Jesús… Y ya se sabe que el que mira con ojos nuevos lo ve todo nuevo: una nueva creación!
“Ve a lavarte a la piscina del enviado” le escuché decir. Eso fue lo único que dijo. Y yo no discutí. Aunque me hubiera gustado quedarme allí para siempre y que me siguiera modelando “unos ojos sin culpa” –como yo digo-, le obedecí y me fui. Conocía el camino. El evangelio no cuenta nada de cómo llegué a la piscina y cómo me lavé los ojos… sólo dice que volví viendo. Y fue así. Lo que yo sentí se los puedo contar en otro momento, pero no es lo importante. El asunto es que me volví, porque quería ver a Jesús pero… como suele suceder: me agarró la gente. Los opinadores… Creo que ustedes tienen la experiencia cuando los periodistas le meten los micrófonos a una persona y no lo dejan hablar sino que opinan ellos. Bueno, igual.
Les pongo ahora el texto que sigue para no perder objetividad.

Los vecinos y los que antes me habían visto mendigar, se preguntaban:
«¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?»
Unos opinaban:
«Es el mismo.» «No, respondían otros, es uno que se le parece.»
Yo decía:
«Soy realmente yo.»
Ellos me dijeron:
« Y cómo se te han abierto los ojos?»
Yo respondí:
«Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: «Ve a lavarte a Siloé». Yo fui, me lavé y vi.»
Ellos me preguntaron:
«¿Dónde está?»
Yo respondí:
«No sé.»
Yo que había sido ciego fui llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y me abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, me preguntaron cómo había llegado a ver. Yo les respondí:
«Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo.»
Algunos fariseos decían:
«Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado.»
Otros replicaban:
«¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?»
Y se produjo una división entre ellos. Entonces me dijeron nuevamente:
«Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?»
Yo respondí:
«Es un profeta.»
Sin embargo, los judíos no querían creer que yo había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a mis padres y les preguntaron:
«¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?»
Mis padres respondieron:
«Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta.»
Mis padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías. Por esta razón dijeron: «Tiene bastante edad, pregúntenle a él.»
Los judíos me llamaron por segunda vez a mí que había sido ciego y me dijeron:
«Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.»
«Yo no sé si es un pecador, respondí; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo.»
Ellos me preguntaron:
«¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?»
Yo les respondí:
«Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?»
Ellos me injuriaron y me dijeron:
«¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de donde es este.»
Yo les respondí:
«Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada.»
Ellos me respondieron:
«Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?» Y me echaron.

Como ven, al contarles de nuevo el evangelio en primera persona no hay que agregarle mucho. La verdad es que Juan interpretó perfectamente mis sentimientos y mis palabras y no les cambió nada. Y pienso que ustedes pueden leerlo con el mismo Espíritu. En eso los evangelistas se distinguen de los “opinadores”, que hoy dicen una cosa y mañana otra y cuando le presentan a un personaje uno no sabe si está ante un desgraciado o ante un santo. En cambio en el evangelio, al menos en lo que a mi me toca, la versión de lo que me pasó es digna de fe. En eso doy testimonio. Claro que también depende de ustedes creerme o no. Los fariseos ciertamente no querían ver (fijensé que hasta cuestionaban que yo hubiera sido ciego!) y mucha gente tomó el caso como algo curioso, nada más. No les digo que el mundo esté lleno de ex ciegos pero me consta que todos los días hay gente que recupera la vista y que empieza a mirar las cosas con fe. Claro que en general es gente muy sencilla como yo y puede ser que a algunos no les baste…
No sé qué les llame la atención a ustedes de mis diálogos con los opinadores. Cada uno puede quedarse en la parte del evangelio que más le llegue al corazón, en la escena o en el diálogo que más le guste. Yo, al rememorar una vez más ante ustedes lo que me pasó, me gustaría compartirles algo que no está escrito pero surge del texto: la atmósfera que había. Todo el mundo hablaba y discutía y el ambiente se iba calentando. Yo, sin embargo, estaba tranquilo. No sé si lo notaron, pero yo no necesitaba gritar ni hablar mucho. Ellos en cambio me insultaban, iban de aquí para allá, discutían entre ellos… Habrán notado, eso sí, mi tonito irónico… Creo que eso terminó de sacarlos. Pero no me iban a hacer enojar a mí, que ahora veía!. Eso quería comentarles, nada más. Cuando uno ve las cosas con los “anteojos de Dios” como dice un monje de ustedes, adquiere cierto buen humor y no discute enojado. Yo aprendí eso, escuchándome hablar a mí mismo (después leí que Jesús decía que es el Espíritu el que nos hace hablar en esas situaciones) , aprendí a mantener el buen humor y a desconfiar cuando por defender a Dios me comienzan a brotar frases agrias, quejumbrosas, enojos e iras…
Bueno, pero ya hablé demasiado. Les cuento el final del evangelio que fue muy lindo, porque Jesús me vino a buscar por segunda vez y nuestro diálogo fue emocionante… Espero que mi testimonio les ayude a desear esos ojos nuevos, ojos puros, ojos sin culpa, que miran con buen humor…. Esos ojos que Jesús regala y que son, sobre todo, para verlo a El, y los dejo con su oración.

Jesús se enteró de que me habían echado y, al encontrarme, me preguntó:
«¿Crees en el Hijo del hombre?»
Yo respondí:
«¿Quién es, Señor, para que crea en él?»
Jesús me dijo:
«Tú lo has visto: es el que te está hablando.»
Entonces exclamé:
«Creo, Señor», y me postré ante él (Juan 9, 1-41).

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