Domingo de Pascua 2 A 2011

Ver al Resucitado II

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo:

– «¡La paz esté con ustedes!».

Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo:

– «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes».

Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió:

– «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan».

Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron:

– «¡Hemos visto al Señor!».

El les respondió:

– «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré».

Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo:

– «¡La paz esté con ustedes!».

Luego dijo a Tomás:

– «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe».

Tomas respondió:

– ¡Señor mío y Dios mío!».

Jesús le dijo:

– «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!» (Jn 20, 19-31).

Contemplación

Ver a Jesús resucitado.

El evangelio es el del domingo de la Misericordia que nos regaló Juan Pablo II, a quien ahora podemos invocar como amigo intercesor y no solo vivar o aplaudir. Es una gracia poder invocar a alguien con quien nos hemos encontrado personalmente, sabiendo, además, que compartimos esta experiencia con hombres y mujeres de todo el mundo que lo han sentido cercano y Pastor. Juan Pablo puede hablarle a Jesús familiarmente de este mundo que fue su Parroquia.

Partiendo de la fiesta del Señor de la Misericordia continuamos con las condiciones para ver al Resucitado y damos testimonio de que se trata de un ver salvífico. Al Señor resucitado no lo podemos ver como un espectáculo, deslumbrante quizás, pero ajeno (como vemos la boda real). El es el Salvador, el Dios Misericordioso, y la misericordia la ejerce perdonando los pecados y sanando nuestras miserias.

Verlo es percibir que nos está misericordiando.

Si querés ver a Jesús Resucitado confesale lo más sinceramente que puedas tus pecados. Sentirás su mirada llena de bondad y su mano sobre tu cabeza, bendiciéndote con la Cruz del perdón. Si querés ver a Jesús Resucitado pedile que te salve: Señor Jesús, ten piedad de mi, que soy un pecador.

Esta presencia salvífica que irradia misericordia desde sus llagas gloriosas es la que nos revela el evangelio de hoy. El Señor se presenta en medio de la comunidad de las puertas cerradas dando la paz, mostrando sus llagas y efundiendo el Espíritu Santo para el perdón de los pecados: “reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen”.

Si nos fijamos bien, es una visión muy poderosa y sintética. Sin muchas explicaciones el Señor “les mostró sus manos y su costado”. Ellos, dice Juan, “se llenaron de alegría cuando vieron al Señor”. Pero el Señor contiene esa alegría (no le da un abrazo a cada uno ni deja que se manifiesten colectivamente dando un aplauso…) sino que les dirige la mirada haciendo que se fijen en sus llagas y acto seguido los evangeliza, les interpreta lo que están viendo. Esas llagas son fuente de paz en el propio corazón y de envío misionero a llevar esa paz y el perdón a todos los pueblos.

Después el Señor hace una pausa de ocho días. Como dejando espacio para que charlen entre ellos de lo sucedido.

Comienza a gestarse entre ellos un tipo de comunidad en la que están misteriosamente “igualados”. El don del Espíritu Santo y el poder de perdonar los pecados el Señor se los da como sujeto colectivo, como Iglesia.

Es algo que los unifica de una manera única.

Un mismo Espíritu, recibido no individualmente sino en común –“reciban”- y una Misión dada a todos –“a quienes ustedes se los perdonen”-.

Vemos así otra “condición para ver al Resucitado”: se trata de un ver salvífico en común. “Hemos visto al Señor”, será la primera palabra que sale de este grupo único en la historia de la humanidad.

Si querés ver a Jesús Resucitado andá a tu comunidad de pertenencia –a tu parroquia, a tu Iglesia, a la Iglesia de todo el pueblo, a Luján o a los Santuarios, a tu grupo, a tu lugar de apostolado- y afiná el oído porque esta comunidad es la que te dice (con palabras o gestos) “Hemos visto al Señor”.

El siguiente pasaje, el de Tomás, ilustra esta frase que los une mostrando la contracara: el deseo de Tomás de ver las llagas y de meter el dedo en la llaga será satisfecho, pero no de manera individual sino cuando esté con la comunidad. Quizás se puede leer la frase del Señor “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!», subrayando no tanto la oposición entre ver y no ver sino entre “el que ve” y “los que creen sin haber visto”, los que se unen a la comunidad de los testigos antes de ver por sí mismos. Estos, cuando luego ven, se alegran más. ¿Por qué? Aquí viene otra de las condiciones para ver al resucitado.

La visión del Resucitado se realiza con los ojos de la fe. Y crecer en la fe es crecer como personas. ¡Por eso se alegran más los que tienen más fe! Y Jesús, que quiere que vivamos Vida Plena, felicita a los que crecen en la fe: “grande es tu fe”, “tu fe te ha salvado”.

 

Si querés ver a Jesús Resucitado crecé en la fe. Confesale a Él tu poca fe y pedile “Señor, creo, pero aumenta mi fe”. Y jugate. Confiá. “No temas, basta que creas”. Repetí todas las veces que puedas: “creo en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo”. Tu fe aumentará con la confesión frecuente y te protegerá contra toda angustia y cavilación.

La fe es la capacidad de ver a Jesús resucitado y todos los signos que se refieren a Él (no sirve para ver otras cosas “mundanas”, diríamos) y Jesús Resucitado sólo se manifiesta a los ojos que tienen esta fe.

La fe es como una cámara de fotos que sólo registra a Jesús (como si uno sacara una foto de mucha gente y sólo apareciera Jesús Resucitado).

Esta fe es algo único. La capacidad de ver con la luz de la fe la da el Espíritu Santo, es un Don. Pero el objeto que este don permite percibir y captar, es Jesús íntegro –con su encarnación, su vida, muerte y resurrección-.

Por eso el Espíritu no desciende a dar esta “capacidad” hasta que no está maduro el objeto para el cual Él infunde el don. Y este Jesús íntegro se puede revelar sólo a los que han convivido con Él, a los que lo han visto actuar en su vida.

Por eso también la que más plenamente recibe el don de la fe –de ver íntegro a Jesús- es María, porque lo “vio” desde el comienzo hasta el final.

Los testigos, los que más han visto a Jesús en su vida pública, son los que pueden recibir más plenamente el don de “verlo” resucitado.

 

Si querés ver a Jesús resucitado leé el evangelio. Dejá que los que lo escribieron te den las palabras y las ideas para ver a Jesús. Metete a pensar con las ideas e imágnenes que te regala el evangelio, dejá de lado tus conceptos y dejate evangelizar por las palabras vivas de los testigos.

Ahora, ese “ver” a Jesús en su vida humana no era un simple ver físico. El Señor actuaba y explicaba lo que hacía a la luz de las Escrituras. “Ver comprendiendo el sentido salvífico y espiritual de lo que hacía” implicaba dejarse evangelizar por él. Por eso, la dinámica para verlo nosotros es la misma que se dio en la vida de Jesús: se trata de incorporarnos a una comunidad viviente que realiza las cosas que el Señor le manda y las explica a la luz de la Escritura. Entonces, en esa Iglesia, “se nos aparece” el Señor Resucitado, a cada uno en la medida de su “fe que opera por la caridad”.

Si querés ver a Jesús resucitado andá a algún sitio donde para el mundo sólo hay muerte o desecho y ponete a servir a los que más necesiten. Es notable cómo dan testimonio las personas de este aumento simultáneo de su fe y de su caridad cuando sirven a los más enfermos y pobres. Servir gratuitamente y con misericordia a los más necesitados abre los ojos del corazón a creer en Jesús, a sentirlo actuando por nuestras manos, creando vínculos de amor con los que servimos, produciendo efectos maravillosos de cercanía, de vinculación honda entre las personas, suscitando la alabanza y el humilde agradecimiento.

Esto nos habla de otra de las “condiciones para ver al Resucitado”: se trata de un ver en el amor, de un ver “contemplativo en la acción”. Queda grabada la experiencia en el corazón pero no “la foto”. Lo grafica la experiencia de los de Emaus: ven al Señor en la acción de partir el pan, desaparece inmediatamente y surge en ellos el recuerdo de cómo les ardía el corazón. No se puede conservar la visión como un trofeo sino que es una visión que dinamiza a ir por más, a regresar a la comunidad (Tomás, los de Emaus) y a salir a anunciarlo a otros. Al Resucitado lo contemplamos en la acción apostólica. Se hace presente cuando anunciamos el evangelio (las palabras cobran otro sentido cuando se las anuncia con el deseo de dar testimonio a otros, el Señor “resucita en ellas, las convierte en palabras vivas) y cuando ponemos práctica todo lo que Él nos enseñó.

Diego Fares sj

Pascua A 2011

Ver al Resucitado

“Vayan a Galilea, allí me verán”

“Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a visitar el sepulcro. De pronto, se produjo un gran temblor de tierra: el Ángel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella. Su aspecto era como el de un relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve. Al verlo, los guardias temblaron de espanto y quedaron como muertos. El Ángel dijo a las mujeres:
«Ustedes no teman, yo sé que buscan a Jesús, el que fue Crucificado.
No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho.
Vengan a ver el lugar donde estaba,
y vayan a toda prisa a decir a sus discípulos:
‘Ha resucitado de entre los muertos,
e irá antes que ustedes a Galilea: allí lo verán’.
Esto es lo que tenía que decirles.»
Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos.
De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: «Alégrense.»
Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él.
Y Jesús les dijo: «No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán» (Mt 28, 1-10).

Contemplación
Si leemos con ojos sencillos el relato de Mateo surge con fuerza que hay ciertas “condiciones para ver a Jesús Resucitado”. El mismo mensaje repetido dos veces, por el Ángel y por Jesús, “lo verán –me verán en Galilea”, nos habla de una pedagogía que el mismo Señor Resucitado pone en marcha para que los suyos “lo vean”.
Por contraste queda claro que la Gloria del Ángel hace que los guardias tiemblen de espanto y queden como muertos. Las mujeres en cambio pueden ver al Ángel con “su aspecto como el de un relámpago y sus vestiduras blancas” y luego a Jesús, sin ningún destello particular, y no quedar petrificadas. Les invade un santo temor, es verdad, pero quedan llenas de alegría.
Ante la Gloria de Dios –porque la resurrección es fruto de la Gloria del Padre que glorifica al Hijo para que todos los vean- el Señor tiene que “quitar el temor”: “Ustedes no teman”, dice el Ángel a las mujeres; “No teman” les dice Jesús.
Vamos viendo que no se puede ver al Resucitado así nomás, como quien va a constatar un hecho o prende la Tele. Es tan gloriosa la Resurrección que primero tiene que aparecer un Ángel de esa manera terrible y fascinante que a unos espanta y a otros “evangeliza”.
Recién después, se deja ver Jesús, de manera familiar y sencilla (aunque algo especial brillaría en Él –una Gloria humilde-, porque las mujeres se postran y lo adoran). Digo Gloria familiar porque se le acercan confiadamente –es Jesús, su amigo y maestro- y al mismo tiempo tienen que postrarse –es el Hijo del Dios Vivo, el Resucitado-.

Decía que el Ángel evangeliza a las mujeres:
«Ustedes no teman, yo sé que buscan a Jesús, el que fue Crucificado.
No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho.
Vengan a ver el lugar donde estaba,
y vayan a toda prisa a decir a sus discípulos:
‘Ha resucitado de entre los muertos,
e irá antes que ustedes a Galilea: allí lo verán’.
Esto es lo que tenía que decirles.»
Ver a Jesús requiere “ser evangelizado”, que nos lo anuncien, que nos lo “angelicen” bien.
Ver a Jesús no es fruto del esfuerzo de nuestros ojos, sino que los ojos “se ajustan” a la Gloria del Resucitado gracias a las palabras del Ángel, que acomodan la mente para que vea.
Esto es la fe: el acomodamiento de la mente y del corazón a la realidad de la resurrección tal como nos es anunciada.

¿Por qué hace falta que nos la anuncien? Porque la Resurrección es un hecho que no tiene analogía con nada conocido. Y por tanto no hay “imágenes”, ni “categorías” con qué verla y con qué pensarla. Por eso se equivocan tanto los que hablan de la Resurrección en los medios con palabras cualquieras… A veces se ríen porque las palabras que usan son ridículas pero no se dan cuenta de que se están burlando de sí mismos sin tocar siquiera la resurrección.
La resurrección es un acontecimiento único y como todo lo que nosotros vemos y pensamos nos viene “relacionado” con otras cosas, no podemos ver ni pensar la Resurrección si no nos dan imágenes y palabras. Estas imágenes y palabras son las que nos dan los relatos evangélicos, el más precioso texto que existe, un milagro él mismo como texto, además de ser milagroso lo que anuncia.

Quizás por todo esto es que el Señor hace su primera “aparición” a las mujeres. Porque la mujer tiene un pensamiento más estético (integra amor, pensamiento y afectividad), capaz de “ver” la Gloria del Ángel y de escuchar los conceptos nuevos que le brinda y luego, sin poner conceptos propios (sin peros), ver y escuchar a Jesús.

Las palabras del Ángel, que establece sintonía afectiva con ellas (“yo sé que buscan a Jesús, el que fue crucificado), y que confía en su capacidad de “ver” por sí mismas (les recuerda que Jesús ya les había dicho que iba a resucitar y corrobora que ellas habían aceptado estas palabras del Señor, como María, sin poner peros), les permiten “ver” a Jesús sin problemas apenas Él se les aparece. El Ángel también les ha hecho ir a mirar el lugar donde estaba el cuerpo… Son todas señales de que confía en la apertura mental de las mujeres que ven la Gloria terrible y hermosa y se dejan pacificar y guiar por lo que se les va revelando.

¿Qué nos va indicando esta pedagogía del Resucitado? Que Él sabe que su Resurrección los toma por sorpresa a los suyos (y a nosotros también). No tenían (ni tenemos) “ideas” ni esquemas mentales donde meter semejante acontecimiento. Entonces el Señor necesita irse mostrando de manera precisa y gradual para que ni se cierren a lo nuevo ni lo metan en odres viejos. Su Resurrección les va “abriendo la mente” (a los de Emaus primero necesita calentarles el corazón que se les había enfriado ante la cruz, en cambio el corazón de las mujeres no había dejado de arder en la pasión) y va plasmando en ellos la Gloria de su Resurrección.
Esta plasmación (o estampación, como se habla de la Imagen de nuestra Señora de Guadalupe, que no se mezcla con las fibras del ayate sino que está como flotando sobre la tela, íntegro y compacto) hace que las ideas e imágenes que nos transmite el evangelio sobre la Resurrección “floten” sobre las categorías e imágenes que utilizamos para pensarla sin separarse ni confundirse con ellas.
Como la Encarnación, que es la unión de lo divino y lo humano en Cristo de modo indiviso e inconfuso, así la fe en la resurrección utiliza imágenes y categorías de la Biblia (no son de cualquier cultura) y configura con ellas algo nuevo.

Si queremos maravillarnos, podemos, al ver que el primer efecto de la Resurrección es consolidar la Iglesia como comunidad de los creyentes. La fe en la resurrección y la conformación de la primera Iglesia son lo mismo. Al estar de acuerdo los testigos (María Magdalena y la otra María y luego los discípulos que les creen y van a Galilea), forman la Iglesia. Como dice von Balthasar: «La Iglesia es el auténtico sujeto de la fe en el Resucitado, al igual que esa fe es el auténtico objeto por el cual se constituye primariamente la Iglesia como sujeto creyente. No se da Iglesia sin la presencia viva del Señor a partir de Pascua. Solo desde el centro de esa comunidad que se une en la misma fe cobra relieve la narración de la Pasión de Cristo y de su Vida entera» tal como después nos la cuentan los evangelios y la tradición.
Ya tenemos varios pasos incorporados en este camino para “ver al Resucitado”.
Sólo lo ve el que es “evangelizado”.

Se requieren por tanto, ángeles, anunciadores, testigos.

Los ángeles anuncian, primero, con su presencia esplendorosa, porque su mensaje es de Gloria, de belleza íntegra, no es un mensaje en primer lugar conceptual, científico, neutro.

Se requieren por tanto ángeles que sean “testigos de su Belleza”.

Ver a Jesús requiere este anuncio que viene de la libertad soberana de Dios que envía sus ángeles a quienes Él quiere.

A su vez, por parte de los que quieren ver, también se dan varias condiciones.
Las mujeres no sólo tenían una mente abierta sino un coraje y una fidelidad a toda prueba. No sólo es que Dios les sale al encuentro por que sí sino que ellas “andaban buscando a Jesús, el Crucificado”. El Padre ama a los que aman a su Hijo y se les revela. Para ver a Jesús hay que andarlo buscando de corazón (y con perfumes, como lo buscaban sus amigas).

La apertura estética es también clave. El Señor glorificado es tan bello que sólo lo puede “ver” una mirada afectiva, abierta a gozar de su belleza y a comprometerse con ella. La belleza requiere tiempo, tanto para hacer algo lindo como para gozarlo. No la pueden apreciar los ojos apurados. Las mujeres iban con todo el tiempo del mundo a embalsamar y perfumar el cuerpo del Señor. Por eso tienen tiempo para escuchar al Ángel y luego para acercarse a Jesús y abrazarlo y adorarlo y escuchar sus palabras.
Ver al Resucitado supone esta apertura a la Gloria para que esa Gloria nos estampe la fe en el alma.
Y esa estampación es comunitaria –las dos mujeres, los dos discípulos de Emaus, Pedro y Juan, los Doce, Tomás con los Doce…
Es que la Resurrección de la Carne de Cristo requiere la Carne de todos los hombres. Por eso inmediatamente, la visión del Señor genera una misión. No es un ver para recluirse los videntes sino que es un ver para salir a anunciar y para comunicárselo a todos. Es lo que llamamos “el servicio de la fe”.
El Señor se revela a pocos –a testigos elegidos- porque fueron pocos los que el “sirvió” personalmente de tal manera que se unieran entre sí por haber recibido el mismo amor servicial. Así, cuando se les reveló Resucitado su imagen se plasmó en ese corazón común que tenían entre sí y la fe que sintieron terminó de consolidar su unión como Iglesia.
De aquí brota esto tan propio de la Iglesia: cuando recibe un don, sale corriendo a anunciarlo y a compartirlo. Como las santas mujeres, aquel día glorioso.

Diego Fares sj

Viernes santo A 2011

CRUZ Y CONFESIÓN

En la Pasión según San Juan Jesús confiesa ante Pilato:
“Para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la Verdad”

Cuál es la verdad que Jesús confiesa? La Verdad del Amor infinito del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo que nos perdona los pecados.

Hay un sacramento en el que nosotros tenemos la oportunidad de dar testimonio de la verdad, de nuestra verdad: la confesión.
“En la confesión reconocemos que hemos entendido algo de lo que el Señor hizo por nosotros en la cruz, y lo sigue haciendo en cada comunión”.
En la Comunión Jesús se nos da subjetivamente con todo su amor.
Nosotros lo recibimos objetivamente en nuestra boca, más allá de que lo hagamos con total conciencia y reconocimiento.
En la Confesión, en cambio, cada uno puede imitar la entrega total de sí mismo que hace Jesús, haciendo un esfuerzo subjetivo por reconocer y entregarle sus pecados. Jesús ya los conoce, conoce los pecados de cada persona, y los asumió en la Cruz y pidió al Padre perdón por todos: Padre, perdonalos porque no saben lo que hacen. Y cuando yo hago el esfuerzo por clarificar mis pecados y pido perdón, me igualo un poquito con Jesús. Por supuesto que siempre recibo la absolución objetivamente, pero el esfuerzo personal me acerca a Jesús en mi pequeña medida: doy testimonio de mi verdad. No puedo hacer que la Sangre de Cristo lave los pecados de todo el mundo, pero sí puedo hacer que caiga con precisión sobre mis faltas de amor y que me cure y me perdone allí donde yo sólo se que necesito ser purificado y perdonado.
Al clarificar con pena íntima y con dolor en qué he pecado estoy dando testimonio de la Gracia de Dios contra la que fallé y también de la Gracia que me perdona. Estoy dando testimonio personal de la eficacia del sacrificio de Cristo en la Cruz. Hago el esfuerzo para que lo que él hizo y dio por mí –su Sangre- no sea en vano. Le permito que llegue líbremente allí a donde fue dirigida la efusión de esa Sangre bendita: a perdonar los pecados del mundo. Dejarlo que me perdone mis pecados es colaborar con Cristo en su tarea redentora. No puedo mejorar mucho este mundo: mis acciones buenas son una gota de agua en el océano, pero sí puedo ofrecer el mar de mis pecados para que una gotita de la Sangre del Señor los purifique todos y pueda su Espíritu reinar en mi alma sin tristezas, estando en comunión plena con el Señor.
En otros sacramentos sólo recibo (el bautismo de niño, la comunión…), sin mucha conciencia. En la confesión también puedo dar. Aunque parezca paradójico el hecho de dar mis pecados es mucho más que sólo dar mis pecados. Porque el pecado siempre implica una gracia mayor a la que desprecié, rebajé o contrarié. Al purificarme de mis pecados dejo que brille el don mayor de la gracia que se me dio. Al pedir perdón por haber ofendido a mis padres, por ejemplo, confieso el amor que les tengo y ese amor al quedar purificado de una ofensa momentánea brilla en todo su esplendor.

La vida de los cristianos siempre es paradójica. Es participación de la Vida de Cristo, muerto y resucitado. Y esta participación en la Cruz y la Resurrección no es algo que se de según una lógica humana, como si primero viniera la muerte y luego la resurrección. En la confesión sacramental es donde mejor se ve esta unión misteriosa entre muerte y resurrección. Cuanto más clara es la confesión de mi pecado como muerte –con mayor conciencia y con mayor dolor y pena- mayor es la experiencia de la resurrección que siento al ser perdonado.

Confesarme en Viernes Santo, día en que no se celebra la Eucaristía ni los demás sacramentos de vida, es la mejor manera –la única, la más personal- de participar de la Redención del Señor, aportando esa materia –mis pecados- con los que la Misericordia infinita de Dios obra maravillas.
Diego Fares sj

Jueves Santo A 2011

La parábola de Jesús, el servidor gozoso

“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo… (poniendo en acción la parábola del Servi-dor gozoso).

Contemplación
El Lavatorio de los pies puede tomarse como una “parábola en acción”. Así como la entrada en Jerusalén es un gesto profético del Señor, también el Lavatorio puede leerse así, como una parábola que dice: “El Reino de los Cie-los es semejante a un Maestro y Señor que al estar a la mesa con sus discípulos y servidores, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñe. Luego echa agua en un recipiente y se pone a lavar los pies de cada uno y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido. Y cuando el jefe de los demás servidores se le resiste diciéndole: – Señor, ¿tú lavarme a mí los pies? Él Maestro le responde: – Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde. Y como él insiste: – No me lavarás los pies jamás, el Señor le responde: – Si no te lavo, no tienes parte conmigo. Entonces el servidor agrega: – Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza. Pero Él le dice: – El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y como sabía que había uno de los discípulos que lo iba a traicionar, el Señor agregó:- No están limpios todos. Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: – ¿Comprenden lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman «el Maestro» y «el Señor», y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Porque les he dado ejemplo, para que también ustedes hagan como yo he hecho con ustedes. En verdad, en verdad les digo: no es más el servidor que su patrón, ni el enviado más que el que le envía. Sabiendo esto, serán dichosos si lo cumplen”.

Le llamo la parábola de Jesús, el Servidor gozoso, porque el Señor explicita así el sentido del gesto que ha realizado: es para que los que lo imitemos seamos dichosos. El Señor muestra la alegría que siente Él al servir a sus discípulos y amigos. No sólo es el Rey humilde que entra en sus reino montado en un burri-to, no sólo es el que sirve a los suyos y los alimenta con su propio cuerpo y sangre, sino que es el servidor que se alegra de poder lavarles los pies. La alegría que corona este último servicio, el más humilde, es la enseñanza final del Maestro. Termina de revelarnos que el Amor es servicio. El servicio no es “una expresión más del amor”. No es un medio: es el amor mismo en acción y en gozo. El servicio no es para que otros gocen sino para que todos sirvamos y nos alegremos de poder amar sirviendo.
En torno a la Eucaristía, el Señor lleva a cabo un servicio integral, pleno, per-fecto: dispone, con la ayuda de los suyos, el lugar donde celebrará la cena, y antes de darse Él mismo como Comida y Bebida, antes de partir el Pan y com-partir el Vino de su Sangre, realiza el servicio humilde de lavar los pies a sus discípulos, Judas incluido. Con este gesto, por un lado los purifica ritualmente para recibir la Eucaristía y, por otro, les enseña el sentido profundo de todo lo que ha hecho y hará por ellos: les revela su Amor como servicio.
El lavatorio de los pies no es el único servicio ni el más importante. El Señor elige el gesto de un humilde servicio ritual, para que comprendamos que “todo lo que él hace” es servicio y servicio gozoso (y que se puede aprender a com-partir porque Jesús no sólo actúa como Señor sino que es Maestro).
La alegría es la coronación del Amor. En el tratado de las pasiones Santo To-más nos hace ver que la “pasión fundamental”, que es causa de todas las de-más pasiones, es el amor. El bien despierta amor en nuestro corazón. Ese amor puesto en movimiento es el deseo y cuando el amor posee su bien expe-rimenta la pasión de la alegría, del gozo. Por eso la señal del gozo es clara e inconfundible: si algo me da gozo es que estoy en posesión de un bien. Y al unir el gozo con el servicio el Señor nos revela una fuente de alegría segura y que está siempre al alcance de la mano. El que descubre el gozo del servicio tiene una fuente de alegría a su disposición, porque siempre hay alguien a quien servir.

La parábola del lavatorio de los pies sella el sentido profundo de la Eucaristía y pone en clave de gratuidad el mandamiento del Amor.
¿Por qué digo que sella el sentido profundo de la Eucaristía? Porque nos muestra que no es que el Señor nos alimente “para que luego nosotros salga-mos a trabajar y a hacer las cosas bien”, como si la Eucaristía fuera energía para gastar en otras cosas o salario que se recibe como premio a un trabajo. La Eucaristía es todo eso pero es también mucho más. Por eso el Señor no sólo nos alimenta sino que nos purifica para que podamos recibir bien ese alimento.
El servicio de la Eucaristía no es sólo vino nuevo sino que también es odre nuevo. Entonces sí, la alegría es completa: Él nos sirve, Él nos limpia, Él se nos da como Alimento y, más todavía: nos asocia a la Alegría de poder hacer lo mismo con los demás. En el servicio nos igualamos con Jesús. En el Servicio se suprimen las distancias, se intercambian los roles, se igualan los corazones.

¿Y cómo es que completa en clave de gratuidad el mandamiento del Amor? Lo completa porque nos hace ver la alegría no como algo que viene “después” del servicio, sino como algo que se vive en el servicio mismo. Y esto todos lo hemos experimentado. La mención del traidor, a quien también se le lavan los pies aunque no lo aproveche, libera el gozo de servir de manera completa. El servir es tan gratuito que no depende de que otro lo utilice mal. Jesús se concentra en servir y allí tiene su alegría. Y eso es lo que comparte como Maestro sabio, para que no nos robe la alegría perfecta el que siempre haya alguien o algo que milita contra la alegría.
La parábola de Jesús, el Servidor gozoso, el Maestro que lava con alegría los pies de sus discípulos, es la parábola de la Eucaristía llevada a la vida cotidiana. Por que ¿qué otra cosa es nuestra vida sino pequeños servicios que, cuando los hacemos con amor, nos brindan esa alegría de la que habla Jesús?
Diego Fares sj

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo A 2011

La Pasión

C. En aquel tiempo:
Uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo:
S. «¿Cuánto me darán si se lo entrego?»
C. Y resolvieron darle treinta monedas de plata.
Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.

C. El primer día de los Acimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús:
S. «¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?»
C. El respondió:
X «Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: «El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos».»
C. Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.

C. Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo:
X «Les aseguro que uno de ustedes me entregará.»
C. Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno:
S. «¿Seré yo, Señor?»
C. El respondió:
X «El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!»
C. Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó:
S. «¿Seré yo, Maestro?»
X «Tú lo has dicho.»
C. Le respondió Jesús.

C. Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:
X «Tomen y coman, esto es mi Cuerpo.»
C. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo:
X «Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados. Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre.»

C. Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos.
Entonces Jesús les dijo:
X «Esta misma noche, ustedes se van a escandalizar a causa de mí. Porque dice la Escritura: Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño. Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea.»
C. Pedro, tomando la palabra, le dijo:
S. «Aunque todos se escandalicen por tu causa, yo no me escandalizaré jamás.»
C. Jesús le respondió:
X «Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces.»
C. Pedro le dijo:
X «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré.»
C. Y todos los discípulos dijeron lo mismo.

C. Cuando Jesús llegó con sus discípulos a una propiedad llamada Getsemaní, les dijo:
X «Quédense aquí, mientras yo voy allí a orar.»
C. Y llevando con él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse. Entonces les dijo:
X «Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí, velando conmigo.»
C. Y adelantándose un poco, cayó con el rostro en tierra, orando así:
X «Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.»
C. Después volvió junto a sus discípulos y los encontró durmiendo. Jesús dijo a Pedro:
X «¿Es posible que no hayan podido quedarse despiertos conmigo,
ni siquiera una hora? Estén prevenidos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil.»
C. Se alejó por segunda vez y suplicó:
X «Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, que se haga tu voluntad.»

C. Al regresar los encontró otra vez durmiendo, porque sus ojos se cerraban de sueño. Nuevamente se alejó de ellos y oró por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Luego volvió junto a sus discípulos y les dijo:
X «Ahora pueden dormir y descansar: ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar.»

C. Jesús estaba hablando todavía, cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de una multitud con espadas y palos, enviada por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta señal:
S. «Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo.»
C. Inmediatamente se acercó a Jesús, diciéndole:
S. «Salud, Maestro.»
C. Y lo besó. Jesús le dijo:
X «Amigo, ¡cumple tu cometido!»

C. Entonces se abalanzaron sobre él y lo detuvieron. Uno de los que estaban con Jesús sacó su espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja. Jesús le dijo:
X «Guarda tu espada, porque el que a hierro mata a hierro muere. ¿O piensas que no puedo recurrir a mi Padre? El pondría inmediatamente a mi disposición más de doce legiones de ángeles. Pero entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, según las cuales debe suceder así?»

C. Y en ese momento dijo Jesús a la multitud:
X «¿Soy acaso un ladrón, para que salgan a arrestarme con espadas y palos? Todos los días me sentaba a enseñar en el Templo, y ustedes no me detuvieron.»
C. Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas.

C. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron. Los que habían arrestado a Jesús lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del Sumo Sacerdote; entró y se sentó con los servidores, para ver cómo terminaba todo.

Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un falso testimonio contra Jesús para poder condenarlo a muerte; pero no lo encontraron, a pesar de haberse presentado numerosos testigos falsos. Finalmente, se presentaron dos que declararon:
S. «Este hombre dijo: «Yo puedo destruir el Templo de Dios y reconstruirlo en tres días».»
C. El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie, dijo a Jesús: «¿No respondes nada? ¿Qué es lo que estos declaran contra ti?»
C. Pero Jesús callaba. El Sumo Sacerdote insistió:
S. «Te conjuro por el Dios vivo a que me digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.»
C. Jesús le respondió:
X «Tú lo has dicho. Además, les aseguro que de ahora en adelante verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir sobre las nubes del cielo.»
C. Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo:
S «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?»
C. Ellos respondieron:
S. «Merece la muerte.»
C. Luego lo escupieron en la cara y lo abofetearon. Otros lo golpeaban, diciéndole:
S. «Tú, que eres el Mesías, profetiza, dinos quién te golpeó.»

C. Mientras tanto, Pedro estaba sentado afuera, en el patio. Una sirvienta se acercó y le dijo:
S. «Tú también estabas con Jesús, el Galileo.»
C. Pero él lo negó delante de todos, diciendo:
S. «No sé lo que quieres decir.»
C. Al retirarse hacia la puerta, lo vio otra sirvienta y dijo a los que estaban allí:
S. «Este es uno de los que acompañaban a Jesús, el Nazareno.»
C. Y nuevamente Pedro negó con juramento:
S. «Yo no conozco a ese hombre.»
C. Un poco más tarde, los que estaban allí se acercaron a Pedro y le dijeron:
S. «Seguro que tú también eres uno de ellos; hasta tu acento te traiciona.»
C. Entonces Pedro se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre. En seguida cantó el gallo, y Pedro recordó las palabras que Jesús había dicho: «Antes que cante el gallo, me negarás tres veces.» Y saliendo, lloró amargamente.

C. Cuando amaneció, todos los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo deliberaron sobre la manera de hacer ejecutar a Jesús. Después de haberlo atado, lo llevaron ante Pilato, el gobernador, y se lo entregaron.

C. Judas, el que lo entregó, viendo que Jesús había sido condenado, lleno de remordimiento, devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo:
S. «He pecado, entregando sangre inocente.»
C. Ellos respondieron:
S. «¿Qué nos importa? Es asunto tuyo.»
C. Entonces él, arrojando las monedas en el Templo, salió y se ahorcó. Los sumos sacerdotes, juntando el dinero, dijeron:
S. «No está permitido ponerlo en el tesoro, porque es precio de sangre.»
C. Después de deliberar, compraron con él un campo, llamado «del alfarero», para sepultar a los extranjeros. Por esta razón se lo llama hasta el día de hoy «Campo de sangre.» Así se cumplió lo anunciado por el profeta Jeremías: Y ellos recogieron las treinta monedas de plata, cantidad en que fue tasado aquel a quien pusieron precio los israelitas. Con el dinero se compró el «Campo del alfarero», como el Señor me lo había ordenado.

C. Jesús compareció ante el gobernador, y este le preguntó:
S. «¿Tú eres el rey de los judíos?»
C. El respondió:
X «Tú lo dices.»
C. Al ser acusado por los sumos sacerdotes y los ancianos, no respondió nada. Pilato le dijo:
S. «¿No oyes todo lo que declaran contra ti?»
C. Jesús no respondió a ninguna de sus preguntas, y esto dejó muy admirado al gobernador. En cada Fiesta, el gobernador acostumbraba a poner en libertad a un preso, a elección del pueblo. Había entonces uno famoso, llamado Barrabás. Pilato preguntó al pueblo que estaba reunido:
S. «¿A quién quieren que ponga en libertad, a Barrabás o a Jesús, llamado el Mesías?»
C. El sabía bien que lo habían entregado por envidia. Mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir:
S. «No te mezcles en el asunto de ese justo, porque hoy, por su causa, tuve un sueño que me hizo sufrir mucho.»
C. Mientras tanto, los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la multitud que pidiera la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Tomando de nuevo la palabra, el gobernador les preguntó:
S. «¿A cuál de los dos quieren que ponga en libertad?»
C. Ellos respondieron:
S. «A Barrabás.»
C. Pilato continuó:
S. «¿Y qué haré con Jesús, llamado el Mesías?»
C. Todos respondieron:
S. «¡Que sea crucificado!»
C. El insistió:
S. «¿Qué mal ha hecho?»
C. Pero ellos gritaban cada vez más fuerte:
S. «¡Que sea crucificado!»

C. Al ver que no se llegaba a nada, sino que aumentaba el tumulto, Pilato hizo traer agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo:
S. «Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de ustedes.»
C. Y todo el pueblo respondió:
S. «Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos.»
C. Entonces, Pilato puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.

C. Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron a toda la guardia alrededor de él. Entonces lo desvistieron y le pusieron un manto rojo. Luego tejieron una corona de espinas y la colocaron sobre su cabeza, pusieron una caña en su mano derecha y, doblando la rodilla delante de él, se burlaban, diciendo:
S. «Salud, rey de los judíos.»
C. Y escupiéndolo, le quitaron la caña y con ella le golpeaban la cabeza.

C. Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron de
nuevo sus vestiduras y lo llevaron a crucificar.

Al salir, se encontraron con un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz.

Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que significa «lugar del Cráneo», le dieron de beber vino con hiel. El lo probó, pero no quiso tomarlo.

Después de crucificarlo, los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron; y sentándose allí, se quedaron para custodiarlo. Colocaron sobre su cabeza una inscripción con el motivo de su condena: «Este es Jesús, el rey de los judíos.» Al mismo tiempo, fueron crucificados con él dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.

C. Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza, decían:
S. «Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!»
C. De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo:
S. «Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él. Ha confiado en Dios; que él lo libre ahora si lo ama, ya que él dijo: «Yo soy Hijo de Dios».»
C. También lo insultaban los ladrones crucificados con él.

C. Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región. Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz:
X «Elí, Elí, lemá sabactani.»
C. Que significa:
X «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
C. Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron:
S. «Está llamando a Elías.» En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber. Pero los otros le decían:
S. «Espera, veamos si Elías viene a salvarlo.»
C. Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu.

C. Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a mucha gente. El centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron:
S. «¡Verdaderamente, este era Hijo de Dios!»

C.  Había allí muchas mujeres que miraban de lejos: eran las mismas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo. Entre ellas estaban María Magdalena, María -la madre de Santiago y de José- y la madre de los hijos de Zebedeo.

 

Al atardecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también se había hecho discípulo de Jesús, y fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato ordenó que se lo entregaran. Entonces José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en un sepulcro nuevo que se había hecho cavar enla roca. Despuéshizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, y se fue.

María Magdalena yla otra Maríaestaban sentadas frente al sepulcro.

A la mañana siguiente, es decir, después del día de la Preparación, los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron y se presentaron ante Pilato, diciéndole:

S.  «Señor, nosotros nos hemos acordado de que ese impostor, cuando aún vivía, dijo: «A los tres días resucitaré». Ordena que el sepulcro sea custodiado hasta el tercer día, no sea que sus discípulos roben el cuerpo y luego digan al pueblo: «¡Ha resucitado!» Este último engaño sería peor que el primero.»

C.  Pilato les respondió:

S.  «Ahí tienen la guardia, vayan y aseguren la vigilancia como lo crean conveniente.»

C.  Ellos fueron y aseguraron la vigilancia del sepulcro, sellando la piedra y dejando allí la guardia.