Tomar consigo
Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan,
y los llevó aparte a un monte elevado.
Allí se transfiguró en presencia de ellos:
su rostro resplandecía como el sol
y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.
De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.
Pedro dijo a Jesús:
«Señor, ¡qué bien estamos aquí!
Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas,
una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra
y se oyó una voz que decía desde la nube:
«Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo.»
Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra,
llenos de temor.
Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo:
«Levántense, no tengan miedo.»
Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo.
Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó:
«No hablen a nadie de esta visión,
hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.» (Mt 17, 1-9).
Contemplación
Tomar consigo. “Tomó en su compañía”, dice Ignacio en los Ejercicios.
Hoy la Transfiguración coincide con la fiesta de San José, de quien podemos pensar que Jesús aprendió lo que significa “tomar consigo” a alguien. San José ha quedado grabado en el imaginario de nuestro corazón como el que “tiene consigo al Niño Jesús en brazos”. Este abrazo de Padre (que Jesús expresa tan emotivamente en la parábola del hijo pródigo) es lo que Jesús vive en “el seno del Padre” y lo que vivió en su infancia en Nazareth, cada vez que José lo alzaba en brazos y lo tomaba consigo. De su padre aprendió Jesús lo que significa “hacerse cargo de la gente”, tomar consigo a sus amigos y hacerles participar de su transfiguración y de su pasión.
Si la perfección de la fe de Abraham fue respuesta a un “dejá” –“sal de tu tierra y deja tu casa paterna”-, la perfección de la fe de San José es respuesta a un “tomar consigo”: “Pensando él en esto, un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo y recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, es del Espíritu Santo” (Mt 1, 20).
San José pensaba que tenía que “dejar a María” y lo que Dios le pide ahora, en esta nueva etapa de la fe, es que “la tome consigo y tome consigo a Jesús”.
Esta será la manera de obrar de Jesús, la de tomar consigo. Así lo hace en la transfiguración con sus compañeros Simón Pedro, Santiago y Juan: los tomó consigo, se hizo acompañar por ellos. Así también hará en la pasión: los tomará consigo y los llevará a rezar con él en el Huerto.
Con Jesús la fe ya no consiste en dejar sino en tomar. “Tomen y coman, esto es mi Cuerpo”. Este es el estilo de Jesús resucitado: “Les dijo Jesús: — Vengan y coman. Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Vos, quién sos?», porque sabían que era el Señor. Vino, pues, Jesús, y tomó el pan y les dio (Jn 21, 12).
La fe consiste en recibir y tomar con nosotros al Espíritu Santo que se nos envía: “Entonces sopló sobre ellos y les dijo: reciban el Espíritu Santo (Jn 20, 20).
La fe consiste en recibir a Jesús, sabiendo que “el que reciba al que yo envíe, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió (Jn 13, 20).
San José es el primero en esta “obra de la fe” que le agrada al Padre.
Pareciera que es “lo único que hace”: tomar consigo, una y otra vez, al Niño y a su Madre.
María “toma consigo” a Jesús de una manera única, como sólo se da en la concepción (con-captar): “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús”. Lo que ella “recibe” y “acepta” físicamente en la Encarnación es lo que hace y hacemos todos en la fe: “concebir” a Jesús que entra en nuestra intimidad por la Palabra recibida en la fe y “recibir” y “tomar con nosotros” a Jesús que viene a nosotros en los pobres , en la Eucaristía y en cada “consolación” del Espíritu Santo. San Ignacio dice que las consolaciones hay que “recibirlas” y las tentaciones “lanzarlas”.
Es muy clara, entonces, la dinámica de Jesús. En el cristianismo lo primero no es “dejar” sino “agarrar”: tomar y recibir.
En el AT también, si se dejaba algo era para recibir algo mayor, pero en promesa. Como le promete Dios a Abraham cuando deja todo por él: “Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre y será una bendición para los demás”.
Con Jesús la promesa se hace realidad en el acto.
Al tomar José consigo a María y a Jesús lo tiene todo y por eso no agarra nada más.
Esto lo experimenta el que pone manos a la obra en alguna tarea de servicio que implica “tomar consigo” a los demás. De afuera, otros ven lo que uno deja. Pero la persona experimenta lo que “toma”, lo que recibe de más al tomar consigo el servicio.
De allí viene esa experiencia de gozo que uno no sabe explicar muy bien por qué. Los voluntarios dicen: después de trabajar sirviendo a los necesitados salgo lleno, salgo contento. A veces me cuesta ir (dejar lo que tengo entre manos) pero después cuando estoy allí me olvido de todo y salgo mejor que antes. Es la llenura que da el recibir a Cristo en la persona de los que servimos. Por eso la frase para los voluntarios es la del Angel a José: “No temas tomar contigo” a los que vas a servir en la Iglesia, porque lo que hay en ellos es del Espíritu Santo. Está Jesús en ellos, al servirlos a ellos recibís a Jesús.
Esta es la palabra que San José nos comunica en su silencio perfecto: con sueños y acciones. San José es el que abre esos dos espacios en los que la Palabra se gesta, crece y es fecunda: el sueño y la acción. San José no habla porque su Palabra es Jesús entero: La Palabra. No habla porque está lleno de La Palabra, lleno de escuchar y contemplar –embobado como un padre con su hijo- a Jesús, las transfiguraciones cotidianas de su Jesucito. No habla porque está ocupado en “hacer lo que esa palabra le dice interiormente”. El silencio de José es como el silencio del Padre, que lo único que repite es: “Esté es mi hijo amado, el predilecto. Escúchenlo”.
San José sueña esos sueños tormentosos en los que el deseo y la angustia luchan hasta que son pacificados por la Palabra de Dios cuando brota de lo más íntimo de nuestro interior, allí donde somos “creados” por el Padre. Ese sueño en el que nuestro espíritu se libera de todo límite racional y fluye en la libertad imaginativa del que duerme, es ámbito propicio para que el Padre hable una palabra plena, esas palabras que aclaran todo y que uno siente plenamente propias y a la vez de Dios.
“Cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor”.
El otro ámbito de la Palabra es la acción pura y concreta. San José no se sienta a cavilar si lo que soñó es sólo un sueño. Se despertó y puso en práctica la Palabra que le había sido revelada. No pone peros ni le da vueltas a lo recibido sino que lo ejecuta obedientemente. Allí está la perfección de la fe: poner en práctica la palabra oída: obedecer (“ob-audire”).
La reflexión no se excluye, pero viene después.
San José nos enseña esta “matriz” cohesionada y fecunda de la fe: total disponibilidad para oír y recibir (sueño) y total fidelidad y prontitud para llevar a la práctica (acción). La reflexión viene luego, para sacar fruto y aprender.
La belleza del sueño y lo trabajoso del bien están primero que la verdad.
El que se anima y lo hace lo goza.
El que pone en medio, entre lo soñado y lo actuado, las idas y vueltas de la razón, pierde tiempo y muchas veces pierde el momento oportuno.
Le pedimos a San José estas sus gracias: la de soñar las cosas de Dios: soñar que el Angel nos dice, tomá contigo a María y a Jesús, tomalos con vos y no los sueltes, agarralos bien contra tu pecho y tu corazón. No importas cómo estés: soñá que los tomás contigo. Soñá que te toman ellos de la mano. Tomá con vos a Jesús en la Eucaristía. Tomalo de la mano en algún pobre que te pida. Alzá en brazos a los bebés de tu familia y tomalos contra tu corazón, tal como ves en la imagen de San José con el Niño. No tengas miedo: tomalos. Abrazá a algún anciano, bendecí en la frente a un enfermo, poné la mano en el hombro de los jóvenes… No temas.
Y también le pedimos la otra gracia suya, la de “hacer”, hacer lo que Dios nos hizo soñar, levantarnos y salir rapidito a comenzar a hacer, poner manos a la obra, no pensar, hacer. Después que hagamos un rato lo que soñamos que se nos mandaba, sí, parar un momento y pensar. Veremos que el pensamiento corre libre, agradecido, que no necesitamos pensar mucho si hacemos o no sino más bien “cómo”. El “cómo hacerlo mejor” orientará nuestro pensamiento puesto en acción. Tomá con vos a Jesús y sentirás cómo el Padre te toma en brazos a vos: “al que me ama, el Padre lo amará y vendremos a él y habitaremos con él”.
Diego Fares sj