Cuaresma 3 A 2011

“Si conocieras la Gratuidad de Dios… «

“Jesús abandonó la Judea y se fue de nuevo a Galilea. Debía pasar por Samaría. Llega, pues, a una ciudad de Samaría, llamada Sicar, cerca de la posesión que Jacob le dio a su hijo José. Estaba allí el pozo de Jacob. Jesús fatigado del camino se había sentado junto al pozo. Eran como las doce del mediodía. Llega una mujer samaritana a sacar agua y Jesús le dice:

– “Dame de beber” (los discípulos se habían ido al pueblo a comprar algo para comer).
La samaritana le dice:
– “¿Cómo tú, judío como eres, me pides de beber a mí que soy una mujer samaritana?” (Es que los judíos no se tratan con los samaritanos)
Le respondió Jesús y le dijo:
-“Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice ‘dame de beber’ tal vez tú le pedirías a él y él te daría a ti agua viva”.
Le dice la mujer:
– “Señor, no tienes con qué sacar agua y el pozo es profundo ¿de dónde sacas entonces agua viva?”
Respondió Jesús:
“Todo el que toma de esta agua tendrá sed de nuevo, pero el que tome del agua que yo le daré no tendrá sed por toda la eternidad, sino que el agua que yo le daré se hará en él fuente de agua que brota hasta la vida eterna.”
Le dice la mujer: – “Señor, dame de esa agua, para que se me quite la sed y no tenga que venir acá a sacarla”.
Le dice Jesús: – “Ve, llama a tu marido y vuelve acá”.
Respondió la mujer y dijo: – “No tengo marido”.
Le dice Jesús: – “Dijiste bien que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que tienes ahora no es tu marido; en eso has dicho la verdad”.
Le dice la mujer: – “Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres adoraron a Dios en este monte y ustedes dicen que en Jerusalén está el lugar donde hay que adorarlo”
Le dice Jesús: – “Créeme, mujer, llega el tiempo en que ni a ese monte ni a Jerusalén estará vinculada la adoración al Padre. Porque los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Esos son los adoradores que busca el Padre para que lo adoren. Espíritu es Dios y los que lo adoran, deben adorarlo en espíritu y en verdad”.
Le dice la mujer: – “Yo se que el Mesías tiene que venir, el que se llama Cristo; y cuando venga nos enseñará todo”
Le dice Jesús: – “Yo soy, el que habla contigo”.
(En eso volvieron sus discípulos y se sorprendieron de que estuviese conversando con una mujer, pero nadie le dijo “qué preguntas” o “qué hablas con ella”. La mujer dejó su cántaro y se marchó a la ciudad a decir a los hombres: – “Vengan a ver un hombre que me dijo todas las que hice. ¿Acaso será éste el Mesías?” Y salieron de la ciudad y venían a él).
Entre tanto los discípulos le rogaban diciendo:
– “Rabí, come”.
El les dijo:
– “Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen.
(Los discípulos se decían entre sí: “¿Acaso alguien le trajo de comer?)
Les dice Jesús:
– “Mi alimento es hacer la voluntad del que me misionó y llevar a cabo su obra…”. ¿No dicen ustedes: Cuatro meses más y llega la siega? Pues bien, yo les digo: Alcen sus ojos y vean los campos, que blanquean ya para la siega. Ya el segador recibe el salario, y recoge fruto para vida eterna, de modo que el sembrador se alegra igual que el segador. Porque en esto resulta verdadero el refrán de que uno es el sembrador y otro el segador: yo los he enviado a segar donde ustedes no se han fatigado. Otros se fatigaron y ustedes sacan provecho de su fatiga”.
Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por las palabras de la mujer que atestiguaba: “Me ha dicho todo lo que he hecho”. Así como llegaron a él los samaritanos le rogaban que se quedase con ellos. Y se quedó allí dos días. Y muchos más creyeron por la palabra de él. Y le decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú nos has dicho pues por nosotros mismos hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo” (Jn 4, 5-42).

Contemplación
Quizás porque últimamente ando medio apurado con la gente que se me acerca me impresiona todo el tiempo que Jesús le dedica a la Samaritana.
Y me quedo con esto: a perder un rato de tiempo con estos dos que se ponen a charlar y charlan y charlan. (Como el domingo pasado que nos pusimos a charlar con una mujer en el confesionario y una vieja se asomaba a cada momento y avanzaba un pasito como diciendo “a ver si se apuran que aquí hay más gente” y después resulta que no tenía nada que confesar sino que era para contarme no me acuerdo qué cosa que le había pasado. Ella quería también un encuentro personal pero sentía que la otra le robaba tiempo. Y yo sentía que una me quitaba tiempo con pequeñeces y la otra no… Bueno, por aquí va el tema, porque parece que Jesús también con alguna gente se queda más y con otros pasa rapidito, como si fuera apurado. Pero si le dan charla…).

¿Qué me llama la atención en el tiempo que Jesús le dedica a la Samaritana? Por un lado me gusta el diálogo que sostienen –creo que es el más largo del evangelio y eso tiene un mensaje, obviamente-, pero por otro lado me parece raro que Jesús se detenga tanto a charlar con una sola persona. Claro, si se ve el fruto –la Samaritana le trae a todo su pueblo- la estrategia apostólica no está mal: “Los samaritanos le rogaban que se quedase con ellos. Y se quedó allí dos días. Y muchos más creyeron por la palabra de él”. Pero de lo que conversa con la Samaritana no se ve que Jesús esté pensando en algo así como un proyecto apostólico con metas y prioridades. Lo que pasó, simplemente, es que Jesús estaba fatigado del camino, vino la Samaritana, él le pidió de beber, comenzaron a conversar y la charla se puso linda, interesante. Me corrijo, sin embargo, de lo que dije acerca de plan de Jesús. Se ve que sí lo tiene: cuando se va la Samaritana y los discípulos le ofrecen de comer, se ve que él se había quedado pensando porque les sale con que “su comida es hacer la obra del Padre” y los hace participar de sus pensamientos interiores en los que se estaba admirando de lo que el Padre obraba en el corazón de los hombres y mujeres que se le acercaban. Jesús siempre se admira y alaba al Padre que les revela sus cosas a los pequeños. Aquí les hace notar a los discípulos (que están en otra, como siempre) cómo se dan cosechas inesperadas “antes de tiempo”, de modo que el sembrador y el cosechero se gozan juntos. El Plan de Salvación del Padre y los encuentros personales están unidos en la mente del Señor.

Pero la cuestión que me itneresa es que con la Samaritana se quedó charlando largo y aquí salto al final, porque pareciera que después no charlaron más. La gente decía: “Ya no creemos por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído y sabemos que Él es verdaderamente el Salvador del mundo”. Volvemos entonces un poquito más atrás y escuchamos la última frase de la Samaritana: “La mujer atestiguaba: ‘me dijo todo lo que hice’”.
Me quedo aquí.
¿No es acaso esta la sed que todos tenemos: contar todo lo que hicimos? Que alguien lo sepa. ¿No es esta la sed del mundo? ¿No brotan de aquí los noticieros que cuentan todo lo que pasa por afuera y los gran hermano que tratan de contar lo que pasa por adentro?
Cuando la Samaritana se da cuenta de que Jesús es testigo de su vida entera, que la mira y sabe todo lo que le pasa y, más aún, cuando ve que Jesús le dice sus cosas mejor de lo que ella misma las piensa para sí, entonces se le calma la sed de hablar sola o con cualquiera. Le brota el Agua viva porque ha conocido y experimentado “la gratuidad de Dios”. El que le dice: “dame de beber” –contame tus cosas- es uno que la ha estado mirando desde siempre y cuando ella le cuenta sus cosas él le hace sentir que fue testigo y que estuvo presente en todo lo que ella hizo y en todo lo que le pasó. Jesús se convierte para ella en La Palabra. Esa palabra de la que tiene sed en todas sus charlas con otros y en todos sus diálogos interiores. Esa Palabra con la que se puede expresar y a la que puede escuchar con gusto, porque le dice todo lo que hizo.
Me parece lindísima esta frase tan trivial, porque si sacamos el chimento de los cinco maridos uno diría y qué tiene de interesante la vida de la Samaritana si tenemos en cuenta de que lo que había “hecho” todos los días de su vida (al menos una o dos horitas por día) había sido ir al pozo y volver con el agua (“Señor dame esa agua para que se me quite la sed y no tenga que venir acá a sacarla”). Aquí entra la frase tan linda de Jesús: “si conocieras el don de Dios”, que significa “la gratuidad de Dios”. Si conocieras la gratuidad de Dios, cómo se te da en todo lo que hacés y vivís y cómo está a tu lado y le interesa todo lo tuyo, conversarías con él y tu diálogo sería como un Agua viva, como un manantialcito, como un chorro de agua fresca que salta hasta la vida eterna. Dejarías de hablar solo o sola y entrarías en un diálogo tan lindo con el que es “testigo” de todo lo que te pasa…
La Samaritana ha encontrado el pozo de Agua viva que es el Corazón de Jesús y se ha convertido en “mártir”, en testigo del que es Testigo veraz de su vida y de la de todos. Ella es la que nos da testimonio a todos de que existe Alguien que nos puede decir todo lo que hicimos.
Cuando decís: “no sé lo que hice hoy”, porque sentís que se te fue el día y no hubo nada tuyo, nada importante, la Samaritana te asegura que Jesús te puede decir lo que hiciste y te puede abrir los ojos a todo lo valioso que hubo en tu día, en tus encuentros y en tus padeceres, porque Él te acompañó por el camino.
Cuando decís: “no sé qué estoy haciendo aquí”, porque sentís que tu rutina te come la vida que querrías estar compartiendo con la gente que querés, la Samaritana te da testimonio de que Jesús te puede hacer sentir que en tú lugar –en tu ir al mismo pozo y en tu pueblo de siempre- podés ser fecundo como ni te imaginás.
Cuando decís “no sé por qué hice aquello o por qué hago siempre lo mismo” porque sentís que tus pecados te tienen atado y no te dejan respirar líbremente, la Samaritana te atestigua que Jesús te puede decir la verdad sobre tus cinco maridos de una manera tan respetuosa y tan liberadora que te hará sentir perdonado y perdonada hasta el fondo de tu corazón, absuelto de toda culpa, libre para vivir en plenitud.
Cuando decís “no sé que voy a hacer” porque sentís que se ciernen sombras sobre tu futuro por la inseguridad o la enfermedad y los problemas, la Samaritana te cuenta que sin decir nada Jesús te puede hacer sentir unas ganas inmensas de hacer cosas por los demás y de acercarle gente a él gracias a tu propia experiencia de estar bebiendo de su Agua viva.
A mí la Samaritana de hoy me está haciendo sentir que, aunque es verdad que he estado huidizo con alguna gente, Jesús ha estado metido en cada encuentro y me ha hecho escuchar y decir sus Palabras, que son como sorbitos de Agua viva que han estado metidos –en Espíritu y en Verdad- en todo lo que he vivido. Me doy cuenta de que, como le viejita del confesionario, yo también necesito contarle mis cosas y sentir que él me dice “todo lo que hice”, para que después me sugiera todo lo que puedo “hacer”, como ser: pedirle que me haga conocer la gratuidad de Dios, que me de de beber del Agua Viva de su Corazón, que me haga sentir deseos de Adorar al Padre en Espíritu y en Verdad, que me perdone mis pecados y que me convierta en testigo de su Presencia gratuita en medio de la vida de mis hermanos…
El nunca corta la fuente de Agua viva y cada vez que me detengo un ratito en el Pozo de Diego (recién ahora me acuerdo de que Jacob es mi nombre en el idioma que habla Jesús) (y como uno de sus significados es “Dios proteja” es nombre común porque expresa nuestra sed), cada vez que nuestra alma Samaritana se detiene junto a su propio pozo, allí está el Señor, fatigado del camino, que nos dice: “Dame de beber” y despierta en nosotros la sed de conversar gratuitamente con él.
Diego Fares sj

Cuaresma 2 A 2011- San José

Tomar consigo

Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan,
y los llevó aparte a un monte elevado.
Allí se transfiguró en presencia de ellos:
su rostro resplandecía como el sol
y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.
De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.
Pedro dijo a Jesús:
«Señor, ¡qué bien estamos aquí!
Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas,
una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra
y se oyó una voz que decía desde la nube:
«Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo.»
Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra,
llenos de temor.
Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo:
«Levántense, no tengan miedo.»
Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo.
Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó:
«No hablen a nadie de esta visión,
hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.» (Mt 17, 1-9).

Contemplación
Tomar consigo. “Tomó en su compañía”, dice Ignacio en los Ejercicios.
Hoy la Transfiguración coincide con la fiesta de San José, de quien podemos pensar que Jesús aprendió lo que significa “tomar consigo” a alguien. San José ha quedado grabado en el imaginario de nuestro corazón como el que “tiene consigo al Niño Jesús en brazos”. Este abrazo de Padre (que Jesús expresa tan emotivamente en la parábola del hijo pródigo) es lo que Jesús vive en “el seno del Padre” y lo que vivió en su infancia en Nazareth, cada vez que José lo alzaba en brazos y lo tomaba consigo. De su padre aprendió Jesús lo que significa “hacerse cargo de la gente”, tomar consigo a sus amigos y hacerles participar de su transfiguración y de su pasión.

Si la perfección de la fe de Abraham fue respuesta a un “dejá” –“sal de tu tierra y deja tu casa paterna”-, la perfección de la fe de San José es respuesta a un “tomar consigo”: “Pensando él en esto, un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo y recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, es del Espíritu Santo” (Mt 1, 20).
San José pensaba que tenía que “dejar a María” y lo que Dios le pide ahora, en esta nueva etapa de la fe, es que “la tome consigo y tome consigo a Jesús”.

Esta será la manera de obrar de Jesús, la de tomar consigo. Así lo hace en la transfiguración con sus compañeros Simón Pedro, Santiago y Juan: los tomó consigo, se hizo acompañar por ellos. Así también hará en la pasión: los tomará consigo y los llevará a rezar con él en el Huerto.

Con Jesús la fe ya no consiste en dejar sino en tomar. “Tomen y coman, esto es mi Cuerpo”. Este es el estilo de Jesús resucitado: “Les dijo Jesús: — Vengan y coman. Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Vos, quién sos?», porque sabían que era el Señor. Vino, pues, Jesús, y tomó el pan y les dio (Jn 21, 12).
La fe consiste en recibir y tomar con nosotros al Espíritu Santo que se nos envía: “Entonces sopló sobre ellos y les dijo: reciban el Espíritu Santo (Jn 20, 20).
La fe consiste en recibir a Jesús, sabiendo que “el que reciba al que yo envíe, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió (Jn 13, 20).

San José es el primero en esta “obra de la fe” que le agrada al Padre.
Pareciera que es “lo único que hace”: tomar consigo, una y otra vez, al Niño y a su Madre.
María “toma consigo” a Jesús de una manera única, como sólo se da en la concepción (con-captar): “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús”. Lo que ella “recibe” y “acepta” físicamente en la Encarnación es lo que hace y hacemos todos en la fe: “concebir” a Jesús que entra en nuestra intimidad por la Palabra recibida en la fe y “recibir” y “tomar con nosotros” a Jesús que viene a nosotros en los pobres , en la Eucaristía y en cada “consolación” del Espíritu Santo. San Ignacio dice que las consolaciones hay que “recibirlas” y las tentaciones “lanzarlas”.

Es muy clara, entonces, la dinámica de Jesús. En el cristianismo lo primero no es “dejar” sino “agarrar”: tomar y recibir.
En el AT también, si se dejaba algo era para recibir algo mayor, pero en promesa. Como le promete Dios a Abraham cuando deja todo por él: “Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre y será una bendición para los demás”.
Con Jesús la promesa se hace realidad en el acto.
Al tomar José consigo a María y a Jesús lo tiene todo y por eso no agarra nada más.

Esto lo experimenta el que pone manos a la obra en alguna tarea de servicio que implica “tomar consigo” a los demás. De afuera, otros ven lo que uno deja. Pero la persona experimenta lo que “toma”, lo que recibe de más al tomar consigo el servicio.

De allí viene esa experiencia de gozo que uno no sabe explicar muy bien por qué. Los voluntarios dicen: después de trabajar sirviendo a los necesitados salgo lleno, salgo contento. A veces me cuesta ir (dejar lo que tengo entre manos) pero después cuando estoy allí me olvido de todo y salgo mejor que antes. Es la llenura que da el recibir a Cristo en la persona de los que servimos. Por eso la frase para los voluntarios es la del Angel a José: “No temas tomar contigo” a los que vas a servir en la Iglesia, porque lo que hay en ellos es del Espíritu Santo. Está Jesús en ellos, al servirlos a ellos recibís a Jesús.

Esta es la palabra que San José nos comunica en su silencio perfecto: con sueños y acciones. San José es el que abre esos dos espacios en los que la Palabra se gesta, crece y es fecunda: el sueño y la acción. San José no habla porque su Palabra es Jesús entero: La Palabra. No habla porque está lleno de La Palabra, lleno de escuchar y contemplar –embobado como un padre con su hijo- a Jesús, las transfiguraciones cotidianas de su Jesucito. No habla porque está ocupado en “hacer lo que esa palabra le dice interiormente”. El silencio de José es como el silencio del Padre, que lo único que repite es: “Esté es mi hijo amado, el predilecto. Escúchenlo”.

San José sueña esos sueños tormentosos en los que el deseo y la angustia luchan hasta que son pacificados por la Palabra de Dios cuando brota de lo más íntimo de nuestro interior, allí donde somos “creados” por el Padre. Ese sueño en el que nuestro espíritu se libera de todo límite racional y fluye en la libertad imaginativa del que duerme, es ámbito propicio para que el Padre hable una palabra plena, esas palabras que aclaran todo y que uno siente plenamente propias y a la vez de Dios.

“Cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor”.
El otro ámbito de la Palabra es la acción pura y concreta. San José no se sienta a cavilar si lo que soñó es sólo un sueño. Se despertó y puso en práctica la Palabra que le había sido revelada. No pone peros ni le da vueltas a lo recibido sino que lo ejecuta obedientemente. Allí está la perfección de la fe: poner en práctica la palabra oída: obedecer (“ob-audire”).
La reflexión no se excluye, pero viene después.
San José nos enseña esta “matriz” cohesionada y fecunda de la fe: total disponibilidad para oír y recibir (sueño) y total fidelidad y prontitud para llevar a la práctica (acción). La reflexión viene luego, para sacar fruto y aprender.
La belleza del sueño y lo trabajoso del bien están primero que la verdad.
El que se anima y lo hace lo goza.
El que pone en medio, entre lo soñado y lo actuado, las idas y vueltas de la razón, pierde tiempo y muchas veces pierde el momento oportuno.

Le pedimos a San José estas sus gracias: la de soñar las cosas de Dios: soñar que el Angel nos dice, tomá contigo a María y a Jesús, tomalos con vos y no los sueltes, agarralos bien contra tu pecho y tu corazón. No importas cómo estés: soñá que los tomás contigo. Soñá que te toman ellos de la mano. Tomá con vos a Jesús en la Eucaristía. Tomalo de la mano en algún pobre que te pida. Alzá en brazos a los bebés de tu familia y tomalos contra tu corazón, tal como ves en la imagen de San José con el Niño. No tengas miedo: tomalos. Abrazá a algún anciano, bendecí en la frente a un enfermo, poné la mano en el hombro de los jóvenes… No temas.
Y también le pedimos la otra gracia suya, la de “hacer”, hacer lo que Dios nos hizo soñar, levantarnos y salir rapidito a comenzar a hacer, poner manos a la obra, no pensar, hacer. Después que hagamos un rato lo que soñamos que se nos mandaba, sí, parar un momento y pensar. Veremos que el pensamiento corre libre, agradecido, que no necesitamos pensar mucho si hacemos o no sino más bien “cómo”. El “cómo hacerlo mejor” orientará nuestro pensamiento puesto en acción. Tomá con vos a Jesús y sentirás cómo el Padre te toma en brazos a vos: “al que me ama, el Padre lo amará y vendremos a él y habitaremos con él”.
Diego Fares sj

Cuaresma 2 A (2005)

Voces que te cambian la cara

Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan,
y los llevó aparte a un monte elevado.
Allí se transfiguró en presencia de ellos:
su rostro resplandecía como el sol
y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.
De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.
Pedro dijo a Jesús:
«Señor, ¡qué bien estamos aquí!
Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas,
una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra
y se oyó una voz que decía desde la nube:
«Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo.»
Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra,
llenos de temor.
Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo:
«Levántense, no tengan miedo.»
Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo.
Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó:
«No hablen a nadie de esta visión,
hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.» (Mt 17, 1-9).

Contemplación (o “Audición”)

“¡Escúchenlo!”
La frase del Padre mostrando a su Hijo amado termina con este imperativo: “escúchenlo”.
Escuchar a Jesús es uno de los pasos de las contemplaciones de los Ejercicios.
Mirar la persona, ver lo que hace, “escuchar” lo que dice.

E•n el evangelio el Padre nos manda simplemente escuchar.
Le dejará a María la tarea de agregar: “hagan todo lo que El les diga”.
El Padre solamente nos dice: escúchenlo.
Escuchen a Jesús. A mi hijo.
Escuchen al transfigurado.
Escúchenlo hablar, que sus palabras les transfigurarán la cara.
Escuchen lo que dice,
escuchen su tono,
escuchen las palabras que elige,
los ejemplos que utiliza,
quédense escuchándo su modo de razonar,
su manera de ver las cosas,
lo que valora, lo que siente, lo que condena, lo que le alegra.
Pero sobre todo escuchen su voz.

En obediencia de fe ese es el deseo de estas contemplaciones, que bien podrían llamarse “Audiciones”: escuchar a Jesús y ayudar a que cada uno lo escuche.
Escucharlo juntos.
Escucharlo en un medio no habitual.
Porque el Jesús que habla muchas veces queda encerrado en el envase hermético del libro de los evangelios, que adorna pero que no se abre;
en el formato acostumbrado de la prédica dominical, que ocupa un lugar específico en la agenda y que muchos se saltean…

Escuchar a Jesús es un mandato y una invitación que el Padre nos hace a todos los hombres, a todas las mujeres.
Ni siquiera dice que le hagamos caso.
Simplemente nos pide que lo escuchemos. ¡Tanta es su confianza en su Hijo! El piensa que eso basta. Jesús en la parábola de los viñadores homicidas dice que el Rey piensa: “respetarán a mi hijo”

Es un pedido que se puede hacer, este que hace el Padre, un pedido que se salta las religiones, la moral, la mentalidad… Se le dice a todo hombre: escuchá a Jesús. Vos tenés experiencia de que hay palabras que te cambian la cara. Hay tonos que hacen que el rostro se te demude, frases que te ablandan el rostro y frases que te lo endurecen, hay maneras de hablar que te sacan una mueca o te prenden una sonrisa…
Bueno, escuchá a Jesús, a ver qué efecto hace en tu cara.

La verdad es que no se puede acusar de autoritario a un Padre que solo nos dice esto: que escuchemos.
Las suya es una invitación a ejercer nuestra propia libertad, a recibir algo, a procesarlo y a optar…

Ahora bien, la dificultad para escuchar a Jesús de Nazareth parece grande.
Así como el Señor no escribió ni dejó fotos, tampoco nadie grabó su voz.

O quizás sí.
¿Acaso no grabó la gente la voz de Jesús en su corazón?
Como no había grabadores el Señor permitió que sus palabras se grabaran en los oídos de su pueblo y en el oído de los discípulos más cercanos.
El, la Palabra, se hizo carne en María y de la misma manera, luego, sus palabras y el tono de su voz se hicieron carne en el corazón de su pueblo y de sus discípulos.

¿Confiaremos nosotros, postmodernos, más en una voz grabada en un CD que en una voz grabada en un corazón?
¿Es material más seguro la superficie grabable de un disco duro que la superficie de carne de un corazón?
El Señor eligió ese material para dejarnos grabada su voz y sus palabras.

Confió en que las madres cristianas, al susurrar el nombre de Jesusito en los oidos de sus hijos, reproducirían el tono exacto de su voz,
confió en que los amigos al comunicarle a sus amigos “hemos encontrado al que esperábamos”, tendrían el mismo timbre sincero y auténtico suyo.
Cuando le encargó a Pedro “apacienta a mis corderitos”, “se pastor de mis ovejas”, aunque no está escrito (por que no se puede escribir una voz) creo que le regaló su modo de hablar, ese que “reconocen las ovejas” (mis ovejas reconocen mi voz).
Es, desde entonces, la gracia del Papa: uno escucha la voz de Juan Pablo II, ahora ronca y entrecortada, y reconoce la voz del Pastor. Una voz que, como la de Jesús, supo ser discurso vibrante y ahora es apenas gemido de dolor. Porque necesitamos todos los matices de la voz del Señor, no sólo intérpretes de sus discursos brillantes.

Y desde entonces, para escuchar al Señor, hay que buscar que nos hablen de él los corazones que tienen grabadas sus palabras. Y dejar que el Espíritu las copie en nuestro corazón.

El material del corazón humano tiene una particularidad: es único. Cada “versión”, por así decirlo, de la misma palabra adquiere matices únicos en cada corazón. Y escucharla es solo comparable a escuchar las distintas versiones de una hermosa canción, gozando al sentir cómo cada voz –también la voz es única- la recrea y siendo la misma canción es totalmente única en cada timbre de voz, en cada modulación y acento personal de los que la interpretan.

Además, de entrada la cosa salió así: el evangelio salió en cuatro versiones… recopilación de muchas otras que los cristianos se contaban a viva voz.
Por eso la Iglesia es la reunión de los convocados, de los atraidos por una voz, de aquellos en cuyos corazones se mantiene sonando la Voz de Jesús. Eso es la liturgia, eso es la oración: un mantener resonando –en el coro de nuestras voces- la Voz de Jesús, para que la gente pueda oirla. La Iglesia es el ámbito donde se escucha –grabada en nuestros corazones- la voz de Jesús.
Por eso es tan lindo escuchar a Jesús en la voz de la Iglesia:
en la voz de los santos,
en la voz de los niños que recitan el Ave María por primera vez,
en el tono bajito y pedigüeño de los pobres,
en las risas y los cantos de las contemplativas,
en el tono íntimo de la absolución que alivia,
en las palabras de la consagración que cada uno pronuncia distinto.

¡Escuchenlo!

Ni siquiera se te pide que le hagás caso. Solo escuchalo.
Escuchar lleva tiempo. No es como una imagen que se puede ver toda de una vez.
Escuchar requiere paciencia…

Tomate el tiempo de escuchar a Jesús.
Tomate el trabajo de buscar las mejores versiones de su voz.

Para escucharlo, tenés, en primer lugar, al Jesús de los evangelios.
Cuando los leés, el Espíritu “sopla donde quiere y tú oyes su voz, aunque no sepas de dónde viene ni a donde va. Así le acontece a todo el que nace del Espíritu” (Jn 3, 8).

Tenés al Jesús de los grandes intérpretes, al Jesús de Agustín, al Jesús de Francisco, al Jesús de Teresa y Juan, al Jesús de Ignacio, al Jesusito de Teresita.
Tenés las versiones más modernas del Jesús de Juan Pablo II, del Jesús de madre Teresa, del Padre Hurtado…
Tenés al Jesús de Martín Descalzo, al de Martini, al de Menapace, al de Van Thuan, al de Nowen…

Podemos sentir el ánimo que nos dan todos los santos del cielo -toda la corte celestial como le gusta llamarlos a Ignacio- que con el Padre nos dicen: escuchen a Jesús!

Escuchenlo, nos dice Agustín, el que lo amó tarde!
¡Tarde te amé,
hermosura tan antigua y tan nueva,
tarde te amé!
Tú estabas dentro de mí y yo fuera,
Y por fuera te buscaba;
Y deforme como era,
Me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste.
Tú estabas conmigo pero yo no estaba contigo.
Me retenían lejos de ti aquellas cosas
Que, si no estuviesen en ti, no serían.
Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera:
Brillaste y resplandeciste, y ahuyentaste mi ceguera;
Exhalaste tu perfume y respiré,
Y suspiro por ti;
Gusté de ti, y siento hambre y sed;
Me tocaste y me abrasé en tu paz.
«Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está
inquieto hasta que descanse en ti»

Agustín cuenta en las Confesiones cómo quería cambiar y no podía. En esa situación, en el huerto de Milán y con lágrimas en los ojos, hace una oración: ¿Hasta cuándo, Señor…? Y desde una casa vecina, se oye la voz de un niño o de una niña que repite como jugando y dice: “Toma y lee”, “toma y lee”. Agustín se pregunta qué puede significar aquello: ¿sería una canción, un refrán o quizá una palabra de Dios dirigida a él? ¿Debería tomar la Biblia y leer? Optó por esto último y, tomando el libro del Apóstol, que tenía allí a mano, abrió y comenzó a leer allí donde se posaron sus ojos. Se encontró con Rm 13, 13… y comenzó su conversión (Confesiones, VIII).

Escuchen a Jesús, nos dice Teresa, que leyendo a Agustín sintió que esa voz era también para ella. “Como comencé a leer las Confesiones, paréceme me veía yo allí. Comencé a encomendarme mucho a este glorioso Santo. Cuando llegué a su conversión y leí cómo oyó aquella voz en el huerto, no me parece sino que el Señor me la dio a mí, según sintió mi corazón. Estuve por gran rato que toda me deshacía en lágrimas, y entré en mí misma… (Libro de la vida 8)

Para Santa Teresa, Jesús habla siempre: ¿Pensáis que está callando? Aunque no le oímos bien, habla al corazón (C 24,5). Teresa llama locuciones a las palabras que recibe de Dios. A ella la Palabra le llegaba “tan de presto, a deshora, aun algunas veces estando en conversación, muy en el espíritu, con poderío y señorío, hablando y obrando”.

Escuchenlo, nos dice San Juan de la Cruz. El habla también de las locuciones de Dios y son tan valiosas “que le hace más bien una palabra de estas que cuanto el alma ha hecho en toda su vida”. Acerca de estas locuciones, no tiene el alma qué hacer (ni qué querer, ni qué no querer, ni qué desechar, ni qué temer)… Dichoso el alma a quien Dios le hablare. Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1 R 3, 10) nos hace decir Juan (Subida del monte Carmelo, XXXI).

Escuchenlo en el tiempo largo de unos buenos ejercicios, nos dice Ignacio.
Ignacio es el que nos enseña a darle tiempo a la Palabra, un tiempo ritmado por la dinámica de los Ejercicios, que brota del mismo dinamismo de la Vida del Señor. Ignacio nos enseña estar atentos a la lucha dramática que desencadena la Palabra cuando le damos este tiempo. La dramática lucha de La Palabra contra el palabrerío del mal espíritu. Guerra mayor que todos las guerras y todos los Tsunamis exteriores. En su Diario espiritual, Ignacio nos da una preciosa indicación de cómo suena la voz del Señor en su interior. El la llama “loqüela”. Es una voz que no llega a proferirse, son “palabras suavísimas” que le armonizan el alma sin que las pueda expresar. Son como una “música celeste, que le produce gran deleite y alegría y lágrimas cuando las “escucha”. (Diario Espiritual 221…).

Los Ejercicios son el caminito para llegar a oir más nítidamente esa Voz que siempre está hablándonos al oído del corazón, esa Voz que nos sostiene y nos anima, que nos consuela y perdona, esa Voz que nos misiona y nos gratifica. Cada vez que hacemos los ejercicios algo de esta voz nos queda como don.

Lo que más le gusta al Padre es que tarareemos nuestra versión de Jesús, la que tenemos grabada en nuestro corazón. Quizás no sea para editar un cassette o para que la canten todos, pero al que le gusta cantar canta aunque desafine. Si está con otros canta bajito, pero si está solo canta sin problemas.
Escuchalo a Jesús hablar con tu voz.

Escuchate decir junto con Jesús, el Hijo amado:
“Abba, Padre nuestro del cielo”.
“Habla, Padre, que tu hijo, que tu hija, escuchan”.
Escuchá cómo el Padre nos dice, alegre de que Jesús esté entre nosotros: “Escuchenlo a mi Hijo, a su Hermano.”

Y de allí brotará lo demás.

Cuaresma 1 A 2011

APARTAR AL TENTADOR CON LA PALABRA

Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre. Y acercándose el tentador, le dijo:
« Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. »
Pero él respondió: « Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. »
Entonces el diablo le lleva consigo a la Ciudad Santa, le pone sobre el alero del Templo, y le dice:
« Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: ‘A sus ángeles te encomendará, y en sus manos te llevarán, para que no tropiece tu pie en piedra alguna’. »
Jesús le dijo: « También está escrito: ‘No tentarás al Señor tu Dios’. »
Todavía le lleva consigo el diablo a un monte muy alto, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria, y le dice:
«Todo esto te daré si postrándote me adoras. »
Le dice entonces Jesús:
« Apártate, Satanás, porque está escrito: ‘Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto’. »
Entonces el diablo le dejó. Y he aquí que se acercaron unos ángeles y le servían (Mt 4, 1-11).

Contemplación
¿Qué significa estar tentado? ¿Cómo me doy cuenta de que estoy siendo tentado?
Partimos de la experiencia de la gracia. Lo más lindo de recibir una gracia, lo que realmente da consolación, es cuando uno alza un poco la mirada y, por encima de la alegría que siente, se le abren los ojos a la presencia de Dios.

El Señor nos hace sentir que es Él: su gracia lo precede, pero es Él, su Presencia, su Amor, su Mirada buena, lo que nos consuela. Es más, a veces, cuanto más pequeña es la gracia (algo que le pedimos encontrar a los ojos de la Virgen, por ejemplo) más alegría nos invade al sentir que Dios nos escuchó.
Esta experiencia de fe es intransferible. Otro nos ve y piensa “no es para tanto”, pero interiormente uno sabe la medida personal de lo que ocurrió: pedí algo con fe y el Señor me lo concedió. Fui escuchado. Él está. Él me quiere. Él me cuida.

En esta sintonía hay que leer las frases de Jesús a los que curaba: “Vete en paz. Tu fe te ha salvado”. De afuera uno dice “qué tiene que ver”. Es que esas frases las entienden sólo Jesús y la persona agraciada. Son respuesta a un diálogo que se inició en lo secreto de los corazones y que luego se tradujo en los pedidos de ayuda y en las curaciones. Pero lo importante sucedió de corazón a corazón, entre dos personas que se conectaron: por la fe la creatura y por el amor el Creador.

La gracia santificante es el don que Dios nos hace, pero más aún, es su misma Persona que extiende sobre nosotros, como un manto, su influencia bienhechora.

En el tratado de Gracia se distingue entre Gracia increada (las mismas Personas divinas que por el Bautismo vienen a habitar misteriosamente en la intimidad de nuestra alma) y la gracia creada (los dones y efectos buenos que la presencia de Dios irradia y produce en nosotros).
Esto lo digo para contemplar a Jesús en el evangelio de hoy y darnos cuenta de que, más allá de cuáles sean las tentaciones que vence, es su presencia en medio del desierto de las tentaciones lo que nos consuela y nos da esperanza en la victoria.
Jesús sintiendo lo mismo que yo cuando soy tentado;
Jesús experimentando la insidia del Demonio, la ambigüedad de su manera de razonar que me hace dudar, ¡el uso de la Escritura!, cosa que me deja perplejo;
Jesús siendo objeto de los intentos de manipulación del Manipulador, que le muestra que conoce sus necesidades, su hambre, su deseo de protección, sus ambiciones.
Es la humanidad del Señor, su estar como uno más, sacando recursos de su pobreza –ningún recurso extraordinario, sólo la Escritura- eso es lo que más consuela.

Ahora sí respondemos a la pregunta de qué es la tentación. La tentación no es una emoción o un estado de ánimo nuestro sino la intención maléfica del que nos tienta. La tentación es la manipulación que hace el mal espíritu, no sólo de nuestras debilidades o malas tendencias sino también de nuestros legítimos deseos.
Lo vemos claro en Jesús: como no tiene pecado, como no hay en Él pasiones desordenadas, el Demonio lo tienta con cosas buenas: ¡con sus pasiones ordenadas! Saciar el hambre bueno luego de haber ayunado por amor a Dios convirtiendo las piedras en pancitos. ¿Qué tiene de malo? Nada. Pero el Señor toma distancia de las cosas que le hace ver el Manipulador y discierne su voz melosa y su intención torcida. Jesús nos enseña a oler el azufre del Maligno y a descubrir su cola serpentina, para hacerle frente y tomar distancia, más allá de lo que nos dice. Porque el tentador entra con la nuestra y nos hace dialogar sobre cosas ciertas y luego nos anima a hacer cosas buenas pero sugeridas por él y poco a poco nos va envolviendo. Entra por nuestra debilidad o por aquello que nos fascina o por nuestro deseo de hacer el bien y después nos vende su buzón. Nos hace entrar…

¿Cómo me doy cuenta de que estoy tentado? Los efectos que produce en mi ánimo la cercanía del Manipulador son inconfundibles. Ignacio nos dice que si estamos inquietos, turbados, con oscuridad de la mente, con mociones a cosas bajas, si nos sentimos apartados de Dios nuestro Señor, mordidos y tristados, presos de pensamientos negativos… es que estamos en el ámbito de influencia del padre de la mentira y de la división y del odio. Estamos siendo manipulados. Uno puede sentir los vaivenes de la manipulación, pero rechazar con firmeza a un Manipulador que se trasviste y se camufla no siempre es fácil. Sufrimos el efecto pero el maligno nos hace creer que es cosa nuestra, que no hay otro que tenga que ver y esté ejerciendo su poder sobre nuestro estado de ánimo.

La actitud de Jesús, su modo de actuar nos ilumina haciéndonos ver cómo se comporta Alguien que no quiere manipular ni consiente en ser manipulado.
El Señor siempre libera.
Cuando cura a alguien no se aprovecha para ganarlo para su causa. Lo remite a su fe, lo conecta con sus convicciones más hondas y personales para que vuelva a optar, si quiere, por él. Como tan bien se ve en el pasaje de la curación del ciego de nacimiento. Jesús lo cura y luego lo deja solo. Deja que él vaya “viendo” por sí mismo quién es el que lo curó. Al final, cuando por defender a Jesús es expulsado de la sinagoga, el Señor le sale al encuentro y le pregunta: “Vos creés en el Hijo de Dios? Y él responde “¿Y quién es Señor para que crea en Él? Y Jesús le dice: “Lo has visto (como diciendo “ahora podés ver vos mismo”). Es el que habla contigo”. Y él le dice: “Creo, Señor”. Y le adoró (Jn 9, 35-38).
El Señor no manipula tampoco a los que lo siguen. En cada encrucijada en que lo pone la vida aprovecha para establecer un nuevo vínculo con sus amigos haciéndolos optar. Después del discurso sobre el Pan de vida y la comunión total que implica seguir a Jesús, a muchos les pareció muy duro su lenguaje y “ya no andaban en su compañía”. Jesús les pregunta a los apóstoles: “Ustedes también se quieren ir?” “A Quién iremos -le responde Pedro-, sólo vos tenés palabras de vida eterna”.
Este “a Quién” y no un “a dónde” implica que Simón Pedro ha comprendido lo que es la gracia. Las palabras de Vida eterna brotan de una sola fuente, de la boca de Jesús, siempre atento a “toda palabra que sale de la boca del Padre”, como bien le responde el Señor al tentador.
Ante las palabras manipuladoras del mal espíritu, la Palabra que libera y da vida eterna del Señor.

Así vemos cómo el Señor vence el intento de manipulación de sus deseos legítimos con la Palabra de la Escritura. Vence la tentación de poner palabras rápidas a los deseos verdaderos y nos enseña a descubrir la raíz profunda de todos los deseos: el Deseo hondísimo del Bien Sumo que sólo puede expresarse con La Palabra íntegra de la Escritura.
Nuestra cultura publicitaria es maestra en esto de ponerle sus palabras a nuestros deseos. Cada deseo del corazón humano es estudiado por la publicidad que elige luego las palabras apropiadas de manera tal que uno se sorprende al encontrar “justo lo que buscaba”.
Jesús es Maestro en ponerle Palabra a nuestro deseo más hondo, el de ser hijos queridos y poder llamarlo familiarmente Abba a nuestro Padre.

Dejamos a cada uno el contemplar cómo Jesús vence los otros dos géneros de tentación. Ya hemos captado lo esencial, que es la “manipulación” que hace el Demonio para estar cerca nuestro, porque sabe que si lo dejamos acampar en nuestra cercanía, su influencia se hará sentir –inoportunamente- en el momento oportuno.
Jesús toma distancia de la “manipulación de la Escritura” que intenta hacer el Demonio al proponerle discusiones teológicas con eso de “está escrito que Dios enviará a sus ángeles para que tu pie no tropiece con ninguna piedra”. El Señor profundiza su lógica de la libertad y le responde: “también está escrito: no tentarás al Señor tu Dios”. Es decir: “saco a la luz tu intención de fondo. Aunque usés la palabra de la Escritura estás queriendo que yo tiente a mi Dios”.

En la tercera manipulación el Demonio se muestra desembozadamente: le ofrece a Jesús el poder y le pone la condición de que se agache y lo adore. El Señor responde magistralmente con ese “Apártate”: “Apártate, Satanás, porque está escrito: ‘Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto’”.
Vencer la tentación es lograr que el Demonio se aparte. Lanzarlo, derrocarlo, dice San Ignacio. Salir de su presencia, de su ámbito de influencia. Es la cercanía que da el “dialogar con él” lo que da poder al mal espíritu. Más allá de las respuestas de Jesús importa el movimiento de alejarlo, de rechazarlo. En la madurez de su vida, cuando experimentaba el merodeo del mal espíritu a su alrededor mientras iba pensando las cosas de Dios, Ignacio movía un poco su bastón y le decía: “Vos a tu sitio. Apártate, Satanás. Y lo echaba como se echa a un perro”.

La palabra humana es lo que da mayor cercanía. Uno puede estar infinitamente lejos de la gente con la que comparte el apretujamiento del subte porque cada uno va hablando sus propias palabras, escuchando su música, hablando con los que ama por su celular.
Jesús, la Palabra hecha Carne, establece con nosotros la mayor cercanía. Y con el buen uso que hace de la Escritura, nos abre el camino para andar siempre “hablando con nuestro Dios”, de manera tal que el mal espíritu pise el palito y salga vencido al no poder manipular la Palabra hecha Carne con la que comulgamos y que nos ilumina y alimenta.
Diego Fares sj

Domingo 9 A 2011

“La Roca espiritual que los acompañaba… era Cristo”

Jesús dijo a sus discípulos:
No todo el que me dice “Señor, Señor”, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace (de corazón) la voluntad de mi Padre, que está en los Cielos, este entrará en el Reino de los Cielos.
Muchas personas me dirán en el último día:
– “Señor Señor ¿acaso no profetizamos en tu nombre y en tu nombre expulsamos demonios y en tu nombre obramos muchos prodigios?
Y entonces les aclararé:
-“En realidad a ustedes nunca los conocí; apártense de mí los que obran la iniquidad.
Así, pues, todo el que escucha estas palabras mías y las pone en práctica, se asemeja a un hombre prudente que hizo su casa sobre roca; y cayó la lluvia y vinieron las crecidas y soplaron los vientos y sacudieron aquella casa, y no cayó, porque estaba cimentada sobre roca.
Y todo el que escucha estas palabras mías y no los pone en práctica se asemejará a un hombre fatuo que hizo su casa sobre arena, y cayó la lluvia y vinieron las crecidas y soplaron los vientos y sacudieron aquella casa y cedió, y su derrumbe fue grande (Mt 7, 21-27).

Contemplación

Al escuchar este evangelio nos viene al corazón la canción del Salmo 17:
Yo te amo, Señor mi fortaleza,
mi roca, mi baluarte, mi liberador.
Eres la peña en que me amparo,
mi escudo y mi fuerza, mi Salvador.

En el templo se escuchó mi voz,
clamé por Ti en mi angustia.
Extendiste tu mano y no caí,
tu poder del enemigo me libró…

Para Israel Dios es la Roca. Y Pablo interpreta que la Roca que acompañaba al pueblo por el desierto era Cristo:

“Todos comieron el mismo alimento espiritual (el pan del cielo)
y todos bebieron la misma bebida espiritual,
porque bebían de la roca espiritual que los acompañaba.
Esa roca era Cristo” (1Cor 10, 4).

Cristo es una Roca espiritual que nos “acompaña” y de la que podemos beber.
Es piedra viva, como esas rocas de las sierras de las que brota una vertiente de agua pura que viene de lo profundo del monte.

La imagen de la Roca espiritual, con Agua viva, que se mueve y sigue al pueblo por el desierto es una de las imágenes más fuertes de la Escritura.
Es como decir que Cristo cumple todos los deseos de nuestro corazón:
la roca responde a nuestro deseo de solidez y de fortaleza, para edificar y proteger la vida siempre amenazada y combatida por el enemigo;
el agua viva y la movilidad de esta Roca que es Cristo, responden a nuestro deseo de libertad, de autosustentarnos en camino.

Y o más lindo es que Pablo une la imagen de la Roca a la de la Eucaristía

“El cáliz de bendición que bendecimos,
¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo?
Y el pan que partimos
¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? (1 Cor 10, 16).

Pero ¿cómo es eso de que la Eucaristía es Roca? ¿Cómo es que la sangre de Cristo nos defiende del enemigo y nos fortalece en toda angustia y persecución? Al comulgar es verdad que experimentamos un momento de silencio y de paz y sabemos -de alguna manera que no alcanzamos a comprender del todo- que se establece una unión con Dios que nos pacifica y nos conforta. Pero cómo hacer para que “esta Roca espiritual” nos acompañe por el camino, para que a lo largo del día sintamos que Jesús está caminando a nuestro lado, para que nos haga “arder el corazón” como a los de Emaús?

Le pedimos al Señor que “al partir Él el pan” se nos abran los ojos y lo reconozcamos…
La Eucaristía como acción de comer el Cuerpo de Cristo y de beber la Sangre de Cristo requiere de la Palabra para ser asimilada espiritualmente y dar frutos de fortaleza y de energía vital. Sin la Palabra el gesto queda como en semilla, a la espera…
Como dice Jesús, “hay que escuchar su palabra y ponerla en práctica”: eso es edificar sobre la Roca viva, participar de lo que Dios edifica, de lo que realiza y construye, recibiendo su vida, dando frutos y obteniendo protección contra todo mal.

Meditando estas cosas me iluminó una frase de Martini. La Eucaristía es Roca espiritual que alimenta y fortalece porque hace presente cada día en todas partes del mundo el gesto de Donación total de sí que hizo Jesucristo en la Cruz. “La Eucaristía subraya que nuestra vocación histórica no es una mera autorrealización personal, sino que consiste en parecernos a Cristo, en ser, como Él, don absoluto y dedicación de corazón a los demás. El misterio de la Eucaristía nos enseña que nuestra vocación histórica en la Iglesia se mide por la autodonación y el servicio”.
La autodonación total de Cristo Jesús es Roca porque no tiene fisuras, el enemigo no puede entrar allí para dividir o hacer dudar. Comulgar con el que se dona así entero por mí –como Pan y como Vino consagrados- es fundar mi vida sobre Roca. Una Roca que me acompaña y está siempre disponible para mí.
Es el no poder darnos enteros lo que nos ocasiona tribulación.
Al comulgar con el Señor Él nos llena y completa.
Y esto una y otra vez, en cada Eucaristía y con posibilidad de renovar la Comunión espiritualmente a lo largo del día.
“Jesús se me entrega totalmente, sin reservas –como un pan- dando así su sentido último a todos mis encuentros, a mis actividades, a mis pequeños sacrificios, a mis humillaciones, a mis cansancios, que ya no me parecen tales; y aunque muchas veces llegue a sentir su peso, me resultarán ocasión de gozo, y no motivo de lamento”.

Por tanto: Autodonación vs autorrealización, construir sobre roca vs construir sobre arena.

Aquí es donde cambia el sentido de las persecuciones y de las tribulaciones.

Balthasar arriesga algo muy iluminador:
“Se puede decir que la persecución no solo prueba al cristiano sino que hace crecer su estabilidad”.

En las pruebas experimento cuán Roca es Jesús. Tener que hacer pie sólo en Él, tenerlo sólo a Él para abrazarme con actos de fe angustiosamente clamados, fortalece.

De nuevo el Salmo, entonces, con luz más profunda:
Yo te amo, Señor mi fortaleza,
mi roca, mi baluarte, mi liberador.
Eres la peña en que me amparo,
mi escudo y mi fuerza, mi Salvador.

Cuando yo invoqué tu nombre,
con mano poderosa,
me salvó tu Amor.
Son perfectos tus caminos,
tus manos me sostienen
Tú eres mi Rey.
Diego Fares sj