Domingo 7 A 2011

Misericordia proporcional

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
“Saben que está mandado: ‘Ojo por ojo, diente por diente’.
Pero yo les digo:
No hagan frente al malo.
Al contrario si uno te abofetea en la mejilla derecha, ofrecele la otra;
al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, dale también la capa;
y si uno te quiere forzar a caminar una milla, andá con él dos;
a quien te pide, dale, al que te pide prestado, no le escapes.
Han oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo’. Yo en cambio, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen y recen por los que los persiguen y calumnian. Así serán hijos de su Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos. Porque si aman a los que los aman, ¿qué premio tendrán? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sean perfectos como su Padre celestial es perfecto” (Mt 6, 38-48).

Contemplación
Dos cosas llaman mucho la atención en el evangelio de hoy: una es eso de “sean perfectos como el Padre es perfecto”; la otra, lo de “no hagan frente al malo”.
Pareciera que aquí Jesús se fue al mundo celestial…
Se lo aceptamos porque “Él es quien lo dice”, pero inmediatamente ponemos entre paréntesis estos dos “consejos” o “invitaciones del Señor a “ir más allá”.
Al decir esto veo que hay que ir despacio, despejando esas “ideas ya establecidas” que son tan perniciosas para el evangelio. Creemos que ya sabemos lo que quiere decir y la verdad es que “no entendemos nada”, entendemos “caricaturas” que no dan vida.
¿Qué quiero decir con lo de que son consejos más que mandamientos? Quiero decir que aunque no pongás la otra mejilla, aunque no des un paso más del que te obliga el deber y aunque discutas lo de la túnica y no se te ocurra ni por asomo regalar la capa, igual te vas a ir al Cielo. Basta con que no mates a nadie y trates de ser honrado y pidas perdón de tus pecados.
La ironía es para hacer ver que Jesús no está hablando del cielo sino del reino de los cielos en esta tierra.
Jesús está hablando de una manera de vivir los conflictos de todos los días de manera distinta. De una manera tal que uno puede “ganar premio”. Y no cualquier premio sino el premio mayor: el de ser hijos del Padre del Cielo.
Se trata de una ética de plenitud, no de una ética de mínimos, como la que está de moda hoy en día. Y aquí entra lo de “sean perfectos como el Padre es perfecto”. Hay que subrayar el “como” para darse cuenta de que está en juego una “proporcionalidad”.
Con un ejemplo estético se entiende mejor, porque lo estético expresa mejor lo absoluto. ¿Qué es más bello, una florcita en el campo cubierta de rocío o una puesta de sol entre las montañas? Nuestra mente capta con los ojos la integridad y la armonía entre las partes de cada realidad y el esplendor que irradia y sentimos que es tan absoluta la belleza de la florcita como la del sol. Así pasa también con la misericordia: es tan perfecta la Misericordia infinita del Padre Infinito como la misericordia pequeña y fugaz del que sirve un vasito de agua a otro con solicitud. No importa la grandeza o pequeñez de los sujetos y del gesto sino lo absoluto del acto de misericordia.
Jesús es el que vino a darnos la “proporción” humana de la Misericordia del Padre. Por eso el Señor regaló su misericordia como al pasar, haciendo que cada instante de nuestra historia sea lugar privilegiado para ejercer la misericordia de manera perfecta. Perfecta en la pequeñez, perfecta en la situación limitada y pasajera, perfecta en la imperfección propia de lo humano. Por eso son tan valiosos los ejemplos concretos que pone Jesús. Son cosas de todos los días: las bofetadas (agresiones), los juicios (discusiones), las exigencias forzadas, los reclamos… Todo aquello que nos mete en el reino de la violencia Jesús lo ilumina como lugar de oportunidad para ejercitar esa misericordia que nos iguala al Padre. No nos toca hacer salir el sol sobre buenos y malos pero sí podemos iluminar nuestro saludo con una sonrisa tanto al que me cae bien como al que me resulta antipático. Eso es ejercitar una misericordia “perfecta” en una situación concreta e irrepetible. Esta posibilidad que abre Jesús es un regalo infinito: hace que nuestro tiempo y nuestras relaciones cotidianas se abran, cada cosa según su medida y proporción, a la Misericordia perfecta del Padre.
En el ámbito de la Verdad esto es lo que hace Jesús al contar sus parábolas. “El reino de los cielos es como… una semilla, un Padre de familias, un pastor…”. Uno capta lo que sucede con el Padre del hijo pródigo y se le abren los ojos y el corazón a comprender “lo que sentirá el Padre Misericordioso”.
Lo mismo aconseja Jesús para la vida práctica. Hay que ir armado de una misericordia “proporcional” para poder reeditar la misericordia infinita del Padre en las situaciones concretas que nos toca vivir. ¡Nada menos! pero también nada más. No se me aconseja que busque una medida ideal de misericordia para todas las situaciones posibles sino que mire bien a la gente con la que convivo y pida la gracia de una misericordia a medida.
Para el que tiende a abofetear tendré que ir con las dos mejillas preparadas. Estamos hablando de gente que nos quiere no de salvajes violentos que te matan por la calle. La persona que nos quiere, cuando por ahí se enoja y nos maltrata, si uno ofrece la otra mejilla, suele caer en la cuenta y pedir perdón. Para el que tiende a discutir y hace de cada cosa un juicio reclamando derechos y pretendiendo que los otros cumplan con sus deberes, la actitud de ir con una capa de regalo suele desarmar las discusiones. Cuando se ve que uno no “enfrenta” sino que cede en lo particular y concede cosas en aras del bien común, este mismo bien resulta más atractivo para el otro.
Es un arte propio de Jesús este de encontrar la proporción de misericordia que “desarma” al otro y le gana el corazón.
Jesús es la Misericordia infinita del Padre metida en la finitud de la historia humana, en lo complejo y único de cada vida, de cada persona, de cada situación.
A estar allí con él, pescando hombres, nos llama el Señor.
Nos invita a seguirlo y a meternos en el mundo armados sólo con esa misericordia que “se adapta” a lo que cada uno puede recibir en cada situación.
Esta es la novedad que sólo Jesús trae, esa Plenitud con la que plenifica todo.
Esto es lo que descubre, mejor quizás que nadie, Teresita (o lo formula mejor que otros santos que también lo vivieron): que en su pequeñez puede imitar la misericordia del Padre. Sin dejar de ser pequeña y haciendo cosas pequeñas que van de acuerdo con lo que ella es, con su personalidad y naturaleza, puede compartir “el modo de actuar de Dios”. Por eso es feliz con sus defectos y límites y con las situaciones que le toca vivir en el Carmelo. No tiene la mirada puesta en cambiar la realidad en lo exterior sino que se concentra en poner amor en el interior de lo que sucede. Imita al Padre sólo en el amor. Y para eso le sirve muy bien su pequeñez. Ella vive eso que decía el Cura de Ars: “los amigos de Dios hacen lo que no están obligados a hacer”.

Diego Fares sj