La gente de Rincón y Alsina
Jesús dijo a sus discípulos:
«Ustedes son la sal de la tierra.
Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar?
Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres.
Ustedes son la luz del mundo.
No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña.
Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón,
sino que se la pone sobre el candelero
para que ilumine a todos los que están en la casa.
Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes,
a fin de que ellos vean sus buenas obras
y glorifiquen al Padre que está en el cielo» (Mt 5, 13-16).
Contemplación
Comienzo con Don Carlos Luna. Carlitos.
Hay contemplaciones que las comienzo con alguna palabra del evangelio que tiene sal y que es luz y ayuda a discernir lo que siento y lo que sucede en la vida y otras contemplaciones las comienzo al revés, mirando lo que pasó con alguna persona hasta que, en algún punto, el evangelio brilla y hace sentir su sabor.
Hoy la imagen de Don Luna necesita tiempo en mi corazón, para terminar de contarme algunas cosas que siento que le gustaría contarme. Don Luna es de esas personas que llaman la atención, que te enlazan con su conversación y hacen que te pares y que no te puedas ir fácilmente.
…
Después de unas cuántas vueltas llegué a las 7 de la tarde al Argerich y me perdí en esas “ocho salas de guardia para distintos casos” como amablemente me explicó un médico (una enfermera me había dicho: “y…, va a tener que ir preguntando”, con cara de cierta pena, como sabiendo lo que cuesta encontrar a alguien allí, porque la guardia atiende primero las heridas y no siempre están todos los nombres anotados y encima los nuestros llegan sin familiares y a veces sin documento y por eso es difícil encontrarlos)…, pero la cuestión es que dí con el lugar de los cuadernos y mientras una doctora que entró conmigo a buscar otra cosa me dijo “espere aquí que me fijo”, otra levantó la vista de lo suyo y le dijo “me parece que es el de la cuatro”. La otra buscó en el cuaderno (de lejos ví que eran dos renglones) y miró para adentro antes de mirarme a mí.
“Le tengo que dar una mala noticia”. “¡Ay!, le dije. Partió don Luna”. “Sí. Falleció a las 7, 45 hs. esta mañana”, dijo agarrándose de la precisión del dato, imagino que por las dudas, ya que uno no sabe cómo va a reaccionar el otro y ahí no hay mucho tiempo para expandir sentimientos. Al mirarme sentí su pena y el no saber bien cómo dar la noticia que la dejaba afuera de su tarea. Es que su tarea es con las urgencias de los enfermos que entran y salen de la guardia y don Luna, que ellas dos y yo creíamos en su reino ya se nos había escapado para el otro. “Es el que entró muy complicado” –la otra doctora acudió en su ayuda para brindarle algunas palabras más- “¿te acordás?” “Sí”, dijo ella, “estaba muy complicado”. Se quedaron esperando un momento a ver qué hacía yo, que no hice nada. “Bueno. Gracias. Qué pena que no llegué. Lo había visitado hace poco. Estaba en el Parador. Un hombre muy querido. Gracias, doctoras. Dios las bendiga. Hasta luego…” No hice nada. Más bien me fui despacito sintiendo que lo único que quería hacer era ir recordándolo. Sus cosas y documentos estaban en el Parador del Gobierno. Ya le había dado la unción hacía un mes en el Muñiz y no me daba para ir a la morgue a esa hora… Le avisé a su asistente, que lo había seguido hasta el último, y me confortó: “Bueno, padre. Al menos llegamos. Tarde, pero llegamos. En el Parador no sabían todavía que había fallecido. Después vemos cómo lo acompañamos cuando lo llevan al cementerio.”
Me fui a rezarle en Regina, que había hora santa y a recordarlo en la esquina de Alsina y Rincón, donde lo despedí de la calle cuando aceptó ir al Parador y que lo atendieran en el Muñiz porque ya no daba para andar en la calle.
¿Por qué viene Don Luna al evangelio de hoy? Evidente que hay algo personal. Pero lo más personal es lo más espiritual y lo espiritual es común, es de todos.
En el Hogar nos toca ser testigos de muchas cosas buenas que hace la gente y que ayudan a “bendecir al Padre”, a “glorificarlo”, como dice Jesús.
Don Carlos era un hombre muy educado y amable cuando estaba bien pero cuando se alcoholizaba solía hacerse notar. Gritaba en medio de la calle, reclamando por el país: “¡Patria mía! –aullaba (literalmente)- ¿qué te han hecho, Patria mía?” Y se lo sentía de lejos… Cuando pasaba la crisis, volvía a su silenciosa amabilidad.
Esto de que se hacía escuchar tiene su anécdota. El solía mencionar en algunas conversaciones medio deshilachadas en que uno no sabía distinguir verdad de fantasía, que “a mí, el Señor Cardenal hizo parar un día la misa en Plaza de Mayo y dijo ‘tiene razón este hombre’ –porque yo gritaba ‘qué te han hecho Patria mía’- y paró la misa y mandó que me hicieran sentar allí adelante entre todos los sacerdotes. Y todo el mundo hizo silencio y yo me quedé allí tranquilito y él siguió la prédica”.
Hace poco le pregunté al Cardenal y se acordaba… Carlitos se sentía su amigo personal.
No sé de su vida anterior. Dicen que había sido militar. Tenía siempre sus papeles en orden, bien guardados con nylon entre sus pocas cosas. En el último tiempo, después que se escapó del Ramos donde estuvo internado más de un mes debido a su cirrosis y a las úlceras en las piernas, dormía en una puerta clausurada del Sindicato, donde los guardias lo dejaban estar ya que a la mañana dejaba todo limpio. Como ya no podía tomar, poco a poco fue “volviendo” a su buen ser. Y lo que salió del fondo fue una persona buenísima que estableció contacto con todo el barrio. “Qué buena que es la gente de mi Patria, padrecito Diego. Viera cómo me ayudan todos. Yo duermo ahí, en el sindicato. Los guardias son muy amables y me dejan el lugarcito. Las hermanitas Siervas me cambian las vendas y me dan la medicación. El del Quiosco me cuida las cosas si tengo que hacer un trámite. Y me alcanzan algo de comidita… Yo espero a cuando ud. me diga y voy al hogar ese que ud. dice que me pueden cuidar. Pero vamos a esperar un poquito, sabe.”
Costó mucho que aceptara ir al hospital o a un hogar. Tuvo que intervenir la Directora de Tercera Edad que se ocupó personalmente de que lo buscara el BAP y le tuviera paciencia ya que varias veces se había negado. Pero me conmovió mucho cómo cambió Don Luna. Cómo ese resentimiento que tenía con su Patria se le transformó en cariño y agradecimiento.
Me conmueven sus diminutivos. De los gritos del delirio contra la corrupción general pasó a susurrar las pequeñas cosas lindas con que la gente le regalaba. Y la verdad es que a mí me encantaba que me contara cosas de la gente del barrio. Porque me hacía verlos distintos a todos. Es que Carlitos se sentía bendecido y gozó mucho el último tiempo al descubrir en los ojos de la gente esa lucecita de la que habla Jesús, la lucecita de la compasión y de la simpatía que brilla en los ojos del que ayuda a otro y hace una obra buena y nos lleva a glorificar al Padre que está en el cielo.
La foto es de hace tres años. Carlitos está con la mirada perdida. El Don Luna –como dice Marcos Evangelista, su borrachín amigo que todos los día me pregunta padrecito Diego cómo está Don Luna- de los últimos meses miraba distinto. Y creo de corazón que al entrar en el cielo habrá corroborado sus últimas y definitivas apreciaciones sobre lo que es la vida y lo que es la gente de su Patria, esa que vive cerca o pasa por Rincón y Alsina.
Padre Diego