Domingo 8 A 2011

No se angustien por nada

Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero.
Por eso les digo: no se angustien por su vida pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido? Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos? ¿Quién de ustedes, por mucho que se angustie, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida? ¿Y por qué se ponen ansiosos por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer. Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos. Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe! No anden preocupados entonces, diciendo: ‘¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?’. Son los paganos los que andan así detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se angustien por el día de mañana; el día de mañana tendrá su propia angustia. Cada día ya tiene bastante con su propia cuota de cosas malas (Mt 6, 24-34).

Contemplación
Contemplación contra la angustia. Así se podría titular este evangelio.
Jesús utiliza la palabra “merimna” ¡seis veces! en este pasaje.
Ya cuando utiliza alguna tres veces los entendidos dicen que es una manera de comunicar que ahí hay algo importante…
Es consolador ver que el Señor “se preocupa por nuestra angustia” y como buen médico, diagnostica las causas y nos ofrece el remedio.

“Merimna” significa angustia, preocupación, ansiedad… No hace falta que la expliquemos mucho porque todos la sentimos y es “el mal de nuestro tiempo”. Aunque, si atendemos a este evangelio, parece que la angustia humana viene de lejos.
Pero para calmar ansiedades vayamos directo al remedio que receta Jesús: servir a un solo dueño y a Él pertenecerle.

¿Quiere decir esto que mis ansiedades y angustias vienen de estar sirviendo a dos señores?
Sí.
……….
Vayamos despacio para comprender bien este evangelio.

Si uno lee los ejemplos que pone Jesús -de la providencia del Padre con los pajaritos y los lirios del campo- y piensa que en el mundo hay hoy 1.000 millones de personas con hambre y que en nuestra patria hay cuatro millones de personas desnutridas, este evangelio no tiene sentido. Muchos leen superficialmente y eso los lleva a descartar –con ironía o con amargura- esta idea de la providencia del Padre que cuida a todos.

Los ejemplos que utiliza Jesús están en medio de dos frases y en ese marco encuentran su sentido profundo. La última nos dice que “a cada día le basta con su cuota de cosas malas”, lo cual quiere decir que el Señor tiene muy en cuenta el hambre y la pobreza de cada día. El mal no es algo que el Señor venza mágicamente. Para vencer el mal envió a su Hijo al mundo y el Señor recorrió el camino largo que lo llevó a dar su vida en la Cruz. La idea, pues, de la providencia, no es la de un “seguro” contra todo riesgo. Teniendo en cuenta el mal de cada día lo que hace el Señor es que fijemos la mirada en el Padre cada día y la saquemos de un “futuro” que por más que nos angustiemos, no podemos controlar.
La otra frase es la de que “no se puede servir a dos señores”.
Está claro entonces que la misión consiste en estar al servicio de un solo Señor para combatir el mal hoy, cada día. En ese contexto el Señor nos libera de la angustia y de la ansiedad que son como la raíz y el follaje de un mismo árbol.
El follaje y las ramas de la ansiedad se extienden por todos lados, proyectando males futuros. El Señor ataja este florecimiento ansioso con los ejemplos de la providencia y lo del mal de cada día.
Pero la raíz profunda de la angustia, el Señor –genio para diagnosticar nuestros males humanos- la discierne con precisión en lo de “servir a dos Señores”.
Es curioso pero los que sirven a un solo Señor, no sufren angustias. El rico necio es criticado precisamente por su falta de angustia. Absorbido por el servicio a sus riquezas (los graneros que proyectaba construir y los banquetes que se pensaba regalar) no caía en la cuenta de que su vida se terminaba esa noche. Y los amigos de Jesús que están absorbidos por la tarea cotidiana de servir a su Señor y a los hermanos necesitados tienen tanto laburo hoy que no tienen tiempo para angustiarse por el de mañana.

Es que la angustia es precisamente “falta de raíz”, estar sacando los pies de una maceta para meterlos en otra y en el medio sentir el tironeo de la falta de consistencia en las raíces por no poder tomar los jugos de la vida.
La ansiedad y la angustia no provienen de los males en sí mismos sino de “un sí y un no” intermitente que se apodera de nuestro corazón.
La ansiedad y la angustia se alimentan de proyecciones, tienen que ver con una manera de “escanear minuto a minuto” el futuro queriendo así controlarlo que hace que nuestro corazón quede perplejo y guste esa especie de vacío lleno de estremecimiento.
La ansiedad y la angustia tienen un sabor que sabe al propio yo, al instinto de auto-conservación. Y es tan fuerte el sabor que produce adicción. Por eso cuando no tenemos angustias grandes escaneamos el panorama interno y exterior en busca de posibles “cosas” angustiantes.
Nuestro mundo actual nos brinda todo tipo de información para alimentar estas “proyecciones angustiosas” y por eso vivimos expuestos a sobredosis de angustia y ansiedad.
El remedio espiritual contra la ansiedad que ofrece Jesús es un remedio de pertenencia: tener un solo Dueño.
Tener por Dueño al Padre no significa que no haya males y dolores. Pero Él se ocupa de los de todos y yo me ocupo de los que me tocan a mí el día de hoy. La gente angustiada es gente que anda hablando del mañana, de las cosas que seguramente van a venir. Y como no confían en un solo Dueño andan mirando con un ojo a Dios y con otro al dinero (a lo que pueden controlar por sí mismos).
El que le pertenece por entero al Señor y arraiga su amistad sólo en Él anda ocupado en su servicio cotidiano, haciendo con dedicación lo que tiene que hacer.
Como decía Hurtado:
En cualquier momento, en cualquier lugar, entre cualquier compañía, te formularás la admirable pregunta de Franklin:
«¿Qué bien puedo yo hacer aquí?»
Y siempre encontrarás una respuesta en lo hondo de tu corazón.
Apareja el oído, los ojos y las manos, para que ninguna necesidad, ninguna angustia, ningún desamparo, pasen de largo.
Y cuando a nadie vieras en la carretera llena de huellas, que relumbra al sol, cuando el camino esté ya solitario, vuélvete inmediatamente hacia tu Dios escondido.
Si El te pregunta dentro de ti mismo:
-¿Cómo es que no me buscabas, hijo mío?
Le dirás:
-Te buscaba, «Señor», pero en los otros.
-¿Y me habías encontrado?
-Sí, Señor; estabas en la angustia, en la necesidad, en el desvalimiento de los otros.
Y El, por toda respuesta, sonreirá dulcemente.
Siempre que haya un hueco en tu vida, llénalo de amor.
Adolescente, joven, viejo: siempre que hay un hueco en tu vida llénalo de amor.
En cuanto sepas que tienes delante de ti un tiempo baldío, ve a buscar el amor.
No pienses: «sufriré».
No pienses: «me engañarán».
No pienses: «dudaré».
Ve simplemente, diáfanamente, regocijadamente, en busca del amor…
No te juzgues incompleto porque no responden a tus ternuras: el amor lleva en sí su propia plenitud.
Siempre que haya un hueco en tu vida, llénalo de amor”.

Concentrados en el amor gratuito, “los amigos del Señor hacen lo que no están obligados a hacer”, como decía el Cura de Ars. Y ese amor “expulsa el miedo” de su vida, como dice Juan: “No hay temor en el amor; sino que el amor perfecto expulsa el temor” (1 Jn 4, 18).
Y la cercanía del Señor hace que los que lo tienen por único Dueño y Amigo “estén siempre alegres” y “no se angustien por nada”, como dice Pablo a los Filipenses (Fil 4, 4-6).

Diego Fares sj

Domingo 7 A 2011

Misericordia proporcional

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
“Saben que está mandado: ‘Ojo por ojo, diente por diente’.
Pero yo les digo:
No hagan frente al malo.
Al contrario si uno te abofetea en la mejilla derecha, ofrecele la otra;
al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, dale también la capa;
y si uno te quiere forzar a caminar una milla, andá con él dos;
a quien te pide, dale, al que te pide prestado, no le escapes.
Han oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo’. Yo en cambio, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen y recen por los que los persiguen y calumnian. Así serán hijos de su Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos. Porque si aman a los que los aman, ¿qué premio tendrán? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sean perfectos como su Padre celestial es perfecto” (Mt 6, 38-48).

Contemplación
Dos cosas llaman mucho la atención en el evangelio de hoy: una es eso de “sean perfectos como el Padre es perfecto”; la otra, lo de “no hagan frente al malo”.
Pareciera que aquí Jesús se fue al mundo celestial…
Se lo aceptamos porque “Él es quien lo dice”, pero inmediatamente ponemos entre paréntesis estos dos “consejos” o “invitaciones del Señor a “ir más allá”.
Al decir esto veo que hay que ir despacio, despejando esas “ideas ya establecidas” que son tan perniciosas para el evangelio. Creemos que ya sabemos lo que quiere decir y la verdad es que “no entendemos nada”, entendemos “caricaturas” que no dan vida.
¿Qué quiero decir con lo de que son consejos más que mandamientos? Quiero decir que aunque no pongás la otra mejilla, aunque no des un paso más del que te obliga el deber y aunque discutas lo de la túnica y no se te ocurra ni por asomo regalar la capa, igual te vas a ir al Cielo. Basta con que no mates a nadie y trates de ser honrado y pidas perdón de tus pecados.
La ironía es para hacer ver que Jesús no está hablando del cielo sino del reino de los cielos en esta tierra.
Jesús está hablando de una manera de vivir los conflictos de todos los días de manera distinta. De una manera tal que uno puede “ganar premio”. Y no cualquier premio sino el premio mayor: el de ser hijos del Padre del Cielo.
Se trata de una ética de plenitud, no de una ética de mínimos, como la que está de moda hoy en día. Y aquí entra lo de “sean perfectos como el Padre es perfecto”. Hay que subrayar el “como” para darse cuenta de que está en juego una “proporcionalidad”.
Con un ejemplo estético se entiende mejor, porque lo estético expresa mejor lo absoluto. ¿Qué es más bello, una florcita en el campo cubierta de rocío o una puesta de sol entre las montañas? Nuestra mente capta con los ojos la integridad y la armonía entre las partes de cada realidad y el esplendor que irradia y sentimos que es tan absoluta la belleza de la florcita como la del sol. Así pasa también con la misericordia: es tan perfecta la Misericordia infinita del Padre Infinito como la misericordia pequeña y fugaz del que sirve un vasito de agua a otro con solicitud. No importa la grandeza o pequeñez de los sujetos y del gesto sino lo absoluto del acto de misericordia.
Jesús es el que vino a darnos la “proporción” humana de la Misericordia del Padre. Por eso el Señor regaló su misericordia como al pasar, haciendo que cada instante de nuestra historia sea lugar privilegiado para ejercer la misericordia de manera perfecta. Perfecta en la pequeñez, perfecta en la situación limitada y pasajera, perfecta en la imperfección propia de lo humano. Por eso son tan valiosos los ejemplos concretos que pone Jesús. Son cosas de todos los días: las bofetadas (agresiones), los juicios (discusiones), las exigencias forzadas, los reclamos… Todo aquello que nos mete en el reino de la violencia Jesús lo ilumina como lugar de oportunidad para ejercitar esa misericordia que nos iguala al Padre. No nos toca hacer salir el sol sobre buenos y malos pero sí podemos iluminar nuestro saludo con una sonrisa tanto al que me cae bien como al que me resulta antipático. Eso es ejercitar una misericordia “perfecta” en una situación concreta e irrepetible. Esta posibilidad que abre Jesús es un regalo infinito: hace que nuestro tiempo y nuestras relaciones cotidianas se abran, cada cosa según su medida y proporción, a la Misericordia perfecta del Padre.
En el ámbito de la Verdad esto es lo que hace Jesús al contar sus parábolas. “El reino de los cielos es como… una semilla, un Padre de familias, un pastor…”. Uno capta lo que sucede con el Padre del hijo pródigo y se le abren los ojos y el corazón a comprender “lo que sentirá el Padre Misericordioso”.
Lo mismo aconseja Jesús para la vida práctica. Hay que ir armado de una misericordia “proporcional” para poder reeditar la misericordia infinita del Padre en las situaciones concretas que nos toca vivir. ¡Nada menos! pero también nada más. No se me aconseja que busque una medida ideal de misericordia para todas las situaciones posibles sino que mire bien a la gente con la que convivo y pida la gracia de una misericordia a medida.
Para el que tiende a abofetear tendré que ir con las dos mejillas preparadas. Estamos hablando de gente que nos quiere no de salvajes violentos que te matan por la calle. La persona que nos quiere, cuando por ahí se enoja y nos maltrata, si uno ofrece la otra mejilla, suele caer en la cuenta y pedir perdón. Para el que tiende a discutir y hace de cada cosa un juicio reclamando derechos y pretendiendo que los otros cumplan con sus deberes, la actitud de ir con una capa de regalo suele desarmar las discusiones. Cuando se ve que uno no “enfrenta” sino que cede en lo particular y concede cosas en aras del bien común, este mismo bien resulta más atractivo para el otro.
Es un arte propio de Jesús este de encontrar la proporción de misericordia que “desarma” al otro y le gana el corazón.
Jesús es la Misericordia infinita del Padre metida en la finitud de la historia humana, en lo complejo y único de cada vida, de cada persona, de cada situación.
A estar allí con él, pescando hombres, nos llama el Señor.
Nos invita a seguirlo y a meternos en el mundo armados sólo con esa misericordia que “se adapta” a lo que cada uno puede recibir en cada situación.
Esta es la novedad que sólo Jesús trae, esa Plenitud con la que plenifica todo.
Esto es lo que descubre, mejor quizás que nadie, Teresita (o lo formula mejor que otros santos que también lo vivieron): que en su pequeñez puede imitar la misericordia del Padre. Sin dejar de ser pequeña y haciendo cosas pequeñas que van de acuerdo con lo que ella es, con su personalidad y naturaleza, puede compartir “el modo de actuar de Dios”. Por eso es feliz con sus defectos y límites y con las situaciones que le toca vivir en el Carmelo. No tiene la mirada puesta en cambiar la realidad en lo exterior sino que se concentra en poner amor en el interior de lo que sucede. Imita al Padre sólo en el amor. Y para eso le sirve muy bien su pequeñez. Ella vive eso que decía el Cura de Ars: “los amigos de Dios hacen lo que no están obligados a hacer”.

Diego Fares sj

Domingo 6 A 2011

Así son las plenitudes de Jesús

No piensen que vine para disolver la Ley o los Profetas: yo no he venido a disolver sino a plenificar. Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice. El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos. Les aseguro que si la justicia de ustedes no sobreabunda más que la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos (Ustedes oyeron que se dijo a sus padres…, pero Yo les digo …) (Mt 5, 17-37).

Contemplación

Jesús plenifica.
El Señor viene a dar plenitud a todas las cosas, a las naturales y también a las sobrenaturales, aunque parezca una redundancia. No sólo el corazón del hombre, lastimado y disminuido por el pecado, necesita que Jesús lo repare y plenifique, sinoque  también la Ley del Padre y todo lo que le fue revelando a su pueblo a lo largo de la historia de la Salvación, necesita ser plenificado. Y me animo a decir que las mismas cosas de la Iglesia –los sacramentos, la Escritura, la Jerarquía y los carismas de cada uno-, necesitan constantemente que Jesús en Persona los plenifique. Si no, tienden a degradarse o a anquilosarse. Y ya sabemos que cuanto más perfecto y hermoso es algo, si se mancha o pierde algo de su virtud, se nota más que si se trata de algo ordinario.
Cuando el Señor dice: “he venido a plenificar”, está hablando de una tarea suya pastoral que tiene que ser constante. Por eso la imagen final del Señor en el Cielo no es estática sino dinámica: Él está intercediendo constantemente ante el Padre por nosotros.
Y cuando nos revela: “Yo estoy todos los días con ustedes, hasta el fin del mundo”, esa presencia es “plenificante”, activa, no es un mero “objeto de culto”.

Hay que avivarse y abrir los ojos para ver que todo en la Iglesia desemboca a una presencia activa de Jesús.
Si no se “mete” Jesús en algún momento, si no “aparece a nuestros ojos” aunque sea por un instante, como hizo con los discípulos de Emaús, las cosas de la Iglesia se vuelven pesadas y aburridas. La verdad es que sin las “plenitudes” de Jesús mejor dedicarse a hacer yoga que a hacer Ejercicios Espirituales (al menos uno aprende a respirar mejor y a relajarse). ¿Se pueden hacer las dos cosas? –preguntará alguno. Por supuesto. Lo que digo es que todo plenifica si “se aparece Jesús en medio del camino y nos hace arder el corazón”. Si no se busca “esta plenitud” de sólo Jesús y lo que se busca es una cierta plenitud humana, son mejores otras dinámicas y técnicas, ya que las cristianas se forjaron en cierta pobreza de medios para comunicar una plenitud desbordante de Amor. Aún lo más elaborado y rico en la Iglesia siempre es “pobre de sí mismo” para que brille la plenitud de Cristo.

Plenificar es, pues, algo dinámico y la mejor imagen es quizás la de la Llenura del Espíritu que se derrama como un Agua Viva. Un Agua rica y fresca que brota en el interior del que cree en Jesús y se le va desbordando en obras; obras de justicia, obras de misericordia y de caridad… Y también en esa oración de Alabanza y bendición a Dios que es como un chorro de Agua que salta hasta la vida eterna.

“Comprendan bien”, decía el Señor a sus contemporáneos, “yo he venido a plenificar la Ley y los profetas”. No he venido a destruir la ley ni a cambiarla sino a darle plenitud, a hacer que brote de lo más íntimo del corazón y no se quede en meros ritos; he venido a hacer que llegue a todos su influencia benéfica y no excluya a nadie de la misericordia de Dios. Eso es una ley viva y plena.
Es que sus contemporáneos vivían en una cultura en la que la ley se había petrificado y hacía que mucha gente quedara excluida de la vida. Hoy de alguna manera pasa algo similar, aunque se haya dado vuelta la tortilla y la “jerarquía” no tenga el poder. Mucha gente queda excluida de la Vida que da la Ley de Dios por carecer de un envase mínimo del cual beber esa Agua que el Espíritu da abundantemente. En la época de Jesús le cerraban a muchos la única canilla. Hoy se multiplican las ofertas de aguas “medio vivas”… y algunos en la Iglesia no acertamos siempre con el envase adecuado para llegar a los corazones.
Sea como sea, la cuestión es la plenitud que sólo Jesús puede brindar y eso nadie se lo tiene que perder.

Ahora bien, ¿cómo es esa plenitud de Jesús y por qué muchos no la ven, por qué se nos distorsiona algo que tendría que atraernos por sí mismo?

Ayer al acercarme al Hogar y ver de lejos la cola de los que esperan para entrar al desayuno tempranito, sentí que “Jesús brillaba siempre un poquito más entre los más pobres”, como si allí siempre estuviera y en cambio en otros “sitios” no pudiera estar o hacerse ver. Y pensé que es una cuestión de manera de ser de Jesús. No es que esté entre los pobres “por deber” o “por ascetismo” o porque esté en contra de las riquezas… Nada de eso.
Está allí porque en esa cola siempre tiene lugar. Está allí por su manera de ser. Los que hacen cola para el desayuno están allí porque no tienen nada. El, me imagino, se siente cómodo allí porque tiene tanto que no lo puede dar y tiene que esperar a que lo hagamos pasar y a que le brindemos algo nuestro para entonces darnos cuenta de todo lo que él tiene para compartirnos.

Pensaba también como en las últimas contemplaciones muchos me han consolado compartiendo sus sentimientos y cuánto los emocionaron algunas pequeñas historias de la vida del Hogar. Es que en esos testimonios se “cuela” Jesús y llena el corazón haciendo saltar alguna lágrimita de amor y de sentido. Y en lo que me devuelven los amigos a mí me pasa lo mismo: siento que Jesús se mete y plenifica. Vean si no.

Un sacerdote amigo me decía de lo de Don Luna:

Gracias Diego, no sabés lo bien que me hizo la contemplación.
Esa anécdota es Verdad: fue en el corpus de hace unos años y yo lo acompañé en la silla y quedamos que el cardenal lo saludara y lo bendijo con el Santísimo a él solo…
Gracias por las contemplaciones. Dios te bendiga y la Madre nos cuide.
Padre Javier Klajner.

Cuando leí esto comprendí cuándo y cómo fue que Jesús le plenificó la vida a Don Luna. El se le metió en la Misa y Jesús se le metió en el corazón: hubo una bendición “para él solo” en la Plaza de Mayo.

Así son las “plenitudes de Jesús”.

Y así como el Cardenal son los pastores que pastorean esas plenitudes y hacen que salte al Agua Viva de la roca y purifique a todo el pueblo de Dios partiendo de los más pequeños. Porque aquella bendición “para don Luna solo” nos llega tres años después a muchos y sigue “plenificando”.

Les comparto algunas contemplaciones que otros me hacen llegar porque siento que en el espacio que se da en estos diálogos “se cuela” Jesús, y nos regala esa plenitud suya que plenifica todo lo demás.

Querido Padre Diego, gracias por el testimonio de Don Carlos Luna, integrante de la comunidad de Rincón, quien entregara su alma al Señor en medio de las mayores dificultades. Entrañable y conmovedor su relato de este hermano tan querido por todos, y tan prístino, que nos parece haber estado presentes en sus últimas experiencias y en el hospital a la hora en que se revisaban las planillas.
Siento de veras, Padre, la partida de uno de sus hijos predilectos, pero valga lo que usted se desvive por cada uno de ellos viéndoles los rasgos de Jesús en sus sufridos rostros.
Marie France

Hola Diego: qué lindo!!! pero qué lindo te sale cuando bajás el evangelio a lo cotidiano, qué fácil es descubrir de esta manera al Jesús que estaba en don Luna.
Bravo por Carlitos que ya está con Él y desde allí nos ayuda.
Mónica

Cuanto tiempo hace que leo tus reflexiones semanales!…a veces a las corridas, otras más despacio, a veces llegan hasta el centro de mi alma, …pero anoche, al igual que un enero pasado, sentí la lucecita en esos pobres que esperan la comida en la calle que otros preparan con tanto cariño…
Norma

Padre Diego estoy a su disposición por si necesita ayuda en el Hogar cualquiera sea tarea que necesite en este tiempo en que esta con menos gente para ayudar. si no es el lunes el martes iría por allí.
Francisco

Al contemplar releyendo estos comentarios reflexionaba sobre algunas características de “las plenitudes de Jesús”.

Son plenitudes de sentido: como cuando el padre Javier dice “Esa anécdota es Verdad”, o Norma sintió “la lucecita en los pobres que esperan la comida…”. De golpe uno se da cuenta de que vivió algo especial y reconoce que Jesús estuvo allí. “Es verdad, el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Pedro”.

Son plenitudes de belleza, como cuando Mónica dice “Qué lindo!!! Pero qué lindo.., qué fácil es descubrir de esta manera al Jesús que estaba en don Luna”.

Son plenitudes que llevan a querer dar una mano, como le pasó a Francisco y a otros amigos que ofrecieron su ayuda.

Por este lado van las plenitudes de Jesús. Y siempre son personales. Siempre son con los pobres: se dan entre los pobres, son “plenitudes pobres”, no se pueden “enlatar”, hay que salir a vivirlas y esperarlas cada día, haciendo cola como para recibir la Eucaristía.

Padre Diego

Domingo 5 A 2011

La gente de Rincón y Alsina

Jesús dijo a sus discípulos:
«Ustedes son la sal de la tierra.
Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar?
Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres.
Ustedes son la luz del mundo.
No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña.
Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón,
sino que se la pone sobre el candelero
para que ilumine a todos los que están en la casa.
Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes,
a fin de que ellos vean sus buenas obras
y glorifiquen al Padre que está en el cielo» (Mt 5, 13-16).

Contemplación
Comienzo con Don Carlos Luna. Carlitos.
Hay contemplaciones que las comienzo con alguna palabra del evangelio que tiene sal y que es luz y ayuda a discernir lo que siento y lo que sucede en la vida y otras contemplaciones las comienzo al revés, mirando lo que pasó con alguna persona hasta que, en algún punto, el evangelio brilla y hace sentir su sabor.

Hoy la imagen de Don Luna necesita tiempo en mi corazón, para terminar de contarme algunas cosas que siento que le gustaría contarme. Don Luna es de esas personas que llaman la atención, que te enlazan con su conversación y hacen que te pares y que no te puedas ir fácilmente.

Después de unas cuántas vueltas llegué a las 7 de la tarde al Argerich y me perdí en esas “ocho salas de guardia para distintos casos” como amablemente me explicó un médico (una enfermera me había dicho: “y…, va a tener que ir preguntando”, con cara de cierta pena, como sabiendo lo que cuesta encontrar a alguien allí, porque la guardia atiende primero las heridas y no siempre están todos los nombres anotados y encima los nuestros llegan sin familiares y a veces sin documento y por eso es difícil encontrarlos)…, pero la cuestión es que dí con el lugar de los cuadernos y mientras una doctora que entró conmigo a buscar otra cosa me dijo “espere aquí que me fijo”, otra levantó la vista de lo suyo y le dijo “me parece que es el de la cuatro”. La otra buscó en el cuaderno (de lejos ví que eran dos renglones) y miró para adentro antes de mirarme a mí.
“Le tengo que dar una mala noticia”. “¡Ay!, le dije. Partió don Luna”. “Sí. Falleció a las 7, 45 hs. esta mañana”, dijo agarrándose de la precisión del dato, imagino que por las dudas, ya que uno no sabe cómo va a reaccionar el otro y ahí no hay mucho tiempo para expandir sentimientos. Al mirarme sentí su pena y el no saber bien cómo dar la noticia que la dejaba afuera de su tarea. Es que su tarea es con las urgencias de los enfermos que entran y salen de la guardia y don Luna, que ellas dos y yo creíamos en su reino ya se nos había escapado para el otro. “Es el que entró muy complicado” –la otra doctora acudió en su ayuda para brindarle algunas palabras más- “¿te acordás?” “Sí”, dijo ella, “estaba muy complicado”. Se quedaron esperando un momento a ver qué hacía yo, que no hice nada. “Bueno. Gracias. Qué pena que no llegué. Lo había visitado hace poco. Estaba en el Parador. Un hombre muy querido. Gracias, doctoras. Dios las bendiga. Hasta luego…” No hice nada. Más bien me fui despacito sintiendo que lo único que quería hacer era ir recordándolo. Sus cosas y documentos estaban en el Parador del Gobierno. Ya le había dado la unción hacía un mes en el Muñiz y no me daba para ir a la morgue a esa hora… Le avisé a su asistente, que lo había seguido hasta el último, y me confortó: “Bueno, padre. Al menos llegamos. Tarde, pero llegamos. En el Parador no sabían todavía que había fallecido. Después vemos cómo lo acompañamos cuando lo llevan al cementerio.”
Me fui a rezarle en Regina, que había hora santa y a recordarlo en la esquina de Alsina y Rincón, donde lo despedí de la calle cuando aceptó ir al Parador y que lo atendieran en el Muñiz porque ya no daba para andar en la calle.

¿Por qué viene Don Luna al evangelio de hoy? Evidente que hay algo personal. Pero lo más personal es lo más espiritual y lo espiritual es común, es de todos.
En el Hogar nos toca ser testigos de muchas cosas buenas que hace la gente y que ayudan a “bendecir al Padre”, a “glorificarlo”, como dice Jesús.

Don Carlos era un hombre muy educado y amable cuando estaba bien pero cuando se alcoholizaba solía hacerse notar. Gritaba en medio de la calle, reclamando por el país: “¡Patria mía! –aullaba (literalmente)- ¿qué te han hecho, Patria mía?” Y se lo sentía de lejos… Cuando pasaba la crisis, volvía a su silenciosa amabilidad.
Esto de que se hacía escuchar tiene su anécdota. El solía mencionar en algunas conversaciones medio deshilachadas en que uno no sabía distinguir verdad de fantasía, que “a mí, el Señor Cardenal hizo parar un día la misa en Plaza de Mayo y dijo ‘tiene razón este hombre’ –porque yo gritaba ‘qué te han hecho Patria mía’- y paró la misa y mandó que me hicieran sentar allí adelante entre todos los sacerdotes. Y todo el mundo hizo silencio y yo me quedé allí tranquilito y él siguió la prédica”.
Hace poco le pregunté al Cardenal y se acordaba… Carlitos se sentía su amigo personal.
No sé de su vida anterior. Dicen que había sido militar. Tenía siempre sus papeles en orden, bien guardados con nylon entre sus pocas cosas. En el último tiempo, después que se escapó del Ramos donde estuvo internado más de un mes debido a su cirrosis y a las úlceras en las piernas, dormía en una puerta clausurada del Sindicato, donde los guardias lo dejaban estar ya que a la mañana dejaba todo limpio. Como ya no podía tomar, poco a poco fue “volviendo” a su buen ser. Y lo que salió del fondo fue una persona buenísima que estableció contacto con todo el barrio. “Qué buena que es la gente de mi Patria, padrecito Diego. Viera cómo me ayudan todos. Yo duermo ahí, en el sindicato. Los guardias son muy amables y me dejan el lugarcito. Las hermanitas Siervas me cambian las vendas y me dan la medicación. El del Quiosco me cuida las cosas si tengo que hacer un trámite. Y me alcanzan algo de comidita… Yo espero a cuando ud. me diga y voy al hogar ese que ud. dice que me pueden cuidar. Pero vamos a esperar un poquito, sabe.”

Costó mucho que aceptara ir al hospital o a un hogar. Tuvo que intervenir la Directora de Tercera Edad que se ocupó personalmente de que lo buscara el BAP y le tuviera paciencia ya que varias veces se había negado. Pero me conmovió mucho cómo cambió Don Luna. Cómo ese resentimiento que tenía con su Patria se le transformó en cariño y agradecimiento.
Me conmueven sus diminutivos. De los gritos del delirio contra la corrupción general pasó a susurrar las pequeñas cosas lindas con que la gente le regalaba. Y la verdad es que a mí me encantaba que me contara cosas de la gente del barrio. Porque me hacía verlos distintos a todos. Es que Carlitos se sentía bendecido y gozó mucho el último tiempo al descubrir en los ojos de la gente esa lucecita de la que habla Jesús, la lucecita de la compasión y de la simpatía que brilla en los ojos del que ayuda a otro y hace una obra buena y nos lleva a glorificar al Padre que está en el cielo.
La foto es de hace tres años. Carlitos está con la mirada perdida. El Don Luna –como dice Marcos Evangelista, su borrachín amigo que todos los día me pregunta padrecito Diego cómo está Don Luna- de los últimos meses miraba distinto. Y creo de corazón que al entrar en el cielo habrá corroborado sus últimas y definitivas apreciaciones sobre lo que es la vida y lo que es la gente de su Patria, esa que vive cerca o pasa por Rincón y Alsina.

Padre Diego