Domingo 4 A 2011

Ser feliz es sentirse bendecido

Jesús al ver a las muchedumbres subió a la montaña y cuando se sentó se le acercaron sus discípulos. Entonces, él comenzó a hablar y les enseñaba diciendo:
Benditos los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos.
Benditos los que son dulces y mansos porque ellos heredarán la tierra.
Benditos los que lloran porque serán consolados.
Benditos los que están hambrientos y sedientos de justicia porque serán saciados.
Benditos los misericordiosos porque se tendrá misericordia con ellos.
Benditos los de corazón limpio porque verán a Dios.
Benditos los que obran con paz porque serán llamados hijos de Dios.
Benditos los que padecen persecución por practicar lo que es justo porque de ellos es el reino de los cielos. Benditos son ustedes cuando los maldigan y los persigan y cuando digan todas cosas malas de ustedes por mi causa, gocen y exulten de alegría porque su recompensa es grande en los cielos. Así persiguieron a los profetas que los precedieron (Mt 5, 1-12).

Contemplación

Rezando con las Bienaventuranzas me quedé con la palabra “felices”. Y la traduje por “benditos” que es una de las acepciones de “´ašrê” en hebreo (como sea que se pronuncie). “´ašrê significa “feliz” y para el AT es feliz el hombre bendecido salvíficamente por Dios. Ser feliz es sentirse bendecido.

Como dicen los famosos: “la felicidad son momentos”.
La frase parece un lugar común pero tiene su profundidad.
La felicidad son momentos en los que uno experimenta que la vida lo bendijo, le regaló que algo saliera bien, le brindó un instante de plenitud, de una dicha que se extendió como un círculo en el agua e hizo que se expandiera, hacia adelante y hacia atrás, el sentido pleno de toda una serie de cosas que se fueron dando.
Ese acontecimiento queda grabado en el alma como un momento de felicidad, que fue fugaz, pero no puntual: valió la pena lo que hubo que esperar para que se diera un encuentro, valió la pena el trabajo de preparar la fiesta para que todo se concentrara en una cara de sorpresa, en una sonrisa emocionada, en un momento de alegría, que después se remansa y se agradece…
Podríamos utilizar la expresión tan remanida y decir que “las bienaventuranzas son momentos”. Momentos de consolación, en lenguaje ignaciano.
Al decir que “son momentos” lo que se quiere expresar es que son “regalos”, dones: la felicidad no es algo que se pueda “poseer” o “controlar”. Por eso el lenguaje “temporal”. Porque la felicidad viene, simplemente. Y se va.
Y eso es lo propio de las consolaciones de las que habla Ignacio. No está en nosotros traerlas ni podemos exigirlas, pero sabemos que el Buen Espíritu las da con abundancia y a sus tiempos al que humildemente las pide, al que las desea con ansias, al que las valora más que otras satisfacciones humanas.

Hay que unir entonces “Felicidad”, a los acordes que resuenan en palabras como bendición y consolación.

Hay una bienaventuranza que lo dice explícitamente: Felices los que lloran porque serán consolados (paraklethesontai).
Aquí es donde propiamente viene bien la palabra “benditos”. Porque el que llora no está feliz, pero sí es bendito. Bendito quiere decir sagrado. El llanto es sagrado, es expresión de la fuente íntima de la persona de la que brotan lágrimas cuando el corazón necesita expresarse más allá de toda palabra y de toda acción. Y el llanto invita a consolar. El que ama, cuando el ser amado llora, se inclina a consolarlo. A veces compartiendo el llanto, mejor que tratando de que el otro no llore.
En la bienaventuranza del llanto la consolación no viene desde afuera: el llanto mismo llega a un punto en que se calma y transforma los sentimientos del corazón. Por eso se dice que a veces llorar hace bien. Llorar bien consuela. En el llanto entra o emerge el Espíritu de Dios. Por eso “felices los que lloran” porque recibirán al Paráclito, al que consuela, y los consolará.

Esta experiencia de bendición y consolación que brota desde adentro en un momento del llanto mismo, es como el corazón de toda bienaventuranza, de toda consolación y bendición de Dios: la felicidad de la consolación brota de adentro mismo de las experiencias de cruz y resurrección.
Jesús mira a los que son capaces de recibir la consolación que él viene a traer.
Y a esos los llama felices. Felices porque benditos. Benditos en el sentido de capaces de gozar con la bendición de Dios, capaces de recibir y sentir lo que es la consolación.
La vida según Jesús es, entonces, un salir a buscar y hallar las consolaciones que el Padre nos tiene preparadas. Un salir a recibir las bendiciones que el Señor tiene para regalarnos cada día en medio de los estados de ánimo y de las situaciones de la vida.
………….

Me quedo con lo de esos “momentos” en los que uno se siente bendecido. Porque si hay una felicidad “estable” y que se puede “poseer” constantemente es la felicidad de sentirnos bendecidos: bendecidos de toda la vida y con muchísimo “por bendecir”.
Saber que uno será bendecido hoy, de muchas maneras, por el Señor, es una felicidad y una alegría de esas “que nada ni nadie nos puede quitar”.

Felices los pobres…
En estos días, estudiando el balance de la Fundación Obras de San José, analizábamos los números y veíamos que, en esa foto que uno saca al cerrar el ejercicio, los gastos subieron un 25% y las donaciones se mantuvieron iguales o bajaron un poquito. La foto tira para la pobreza… Sin embargo (o, ahora lo veo, quizás precisamente por eso), la sensación térmica de fin del año fue de felicidad. No sólo porque el último mes recibimos muchísimas donaciones “extras” y pudimos pagar todo, sino por pequeños detalles que nos hacen sentir la mano bondadosa de San José que está manejando siempre, constantemente, la economía del Hogar. Es algo muy “subjetivo”, lo reconozco, pero se contagia cuando lo cuento, así que más que subjetivo yo diría que es algo “eclesial” –una gracia que recibe uno personalmente pero que es para todo el que la quiera compartir-. Y como “la felicidad son momentos” confieso que a mi me basta y sobra para andar feliz en lo que a dinero del Hogar se refiere.
El 30 de diciembre habíamos revisado las donaciones y a ojo de buen cubero sacamos que San José nos había cubierto casi todo menos $15.000. Con ese número en la mente viene la Cooperativa y nos pide en préstamo $4.000 para adelantar algo de dinero a sus asociados para las fiestas, ya que el gobierno había depositado tarde un pago y no estaría disponible hasta los primeros días de enero. Les prestamos y luego que se fueron todos, me quedé trabajando en el Hogar a una hora en que nunca me quedo a trabajar en la oficinita, por el calor. Eran las cuatro de la tarde y en eso veo que entra un mail. Era una persona me explicaba que había depositado 15.000 pesos pero que le habían descontado algo por el depósito y que entonces daba una suma medio rara ($14.813,95) y que me fijara a ver si se había depositado…
Sorprendido por la suma entro en la cuenta y no sólo estaba ese depósito sino otro anónimo que acababa de entrar, antes del feriado bancario, de $5.000.

Todos los años pasan estas cosas con los números y subjetivamente San José me hace sentir que “paga él”. Eso a mi me consuela y me confirma que el Hogar está bendecido.
Reconozco que este manejo de los números es algo medio ingenuo.
Pero ser “pobre de alma” ¿no es ser medio ingenuo?
Si creer que San José cuida la economía y se ocupa de la plata del Hogar es ser ingenuo, bendito sea.
El cuidado específico del dinero del Hogar yo lo atribuyo a dos cosas bien reales: una, que nuestro Padre del Cielo escucha las oraciones de los pobres y de los enfermos y hace que mucha gente se conmueva y done a las obras que sirven a sus pequeñitos y abandonados. Esto es algo que vale para todas las obras de caridad. La otra razón es más mía: con todos los problemas humanos que tratamos cada día en el Hogar (los de los pobres y los nuestros), si encima hubiéramos tenido problemas económicos, creo que yo, con lo controlador que soy, no hubiera funcionado. Así que se ve que San José se hizo cargo y en estos 16 años nunca faltó con qué pagar los gastos. Como Buen Samaritano, San José nos deja lo necesario y cada año nos paga a la vuelta lo que por déficit o por préstamos “gastamos de más”.
Hace tiempo en un folleto del Hogar decíamos: “Nuestra esperanza es que el Hogar sea un lugar en el mundo donde podamos vivir las Bienaventuranzas en plenitud”. Hoy lo traduzco: “Nuestra certeza es que el Hogar es un lugar donde podemos experimentar las bendiciones y consolaciones de Dios en plenitud”, tanto las consolaciones y bendiciones que nos da cuando compartimos los sentimientos de Jesús crucificado – la pobreza, el llanto y la sed de justicia y el dolor por las injurias-, como las bendiciones y consolaciones que nos da cuando sintonizamos con la misericordia, paz y la dulzura que brotan del Corazón del Señor resucitado.
Diego Fares sj

Domingo 3 A 2011

Jesús pesca con luz

Cuando Jesús se enteró de que Juan había sido entregado, se retiró a Galilea. Y, dejando Nazaret, se quedó a habitar en Cafarnaúm, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías:
¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí,
camino del mar, país de la Transjordania, Galilea de las naciones!
El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz;
a los que habitaban en las oscuras regiones de la muerte,
les amaneció una luz .
A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar
«Conviértanse, porque está cerca el Reino de los Cielos.»
Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea,
Jesús vio a dos hermanos:
a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés,
que echaban las redes al mar porque eran pescadores.
Entonces les dijo:
«Síganme, y yo los haré pescadores de hombres.»
Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron.
Continuando su camino, vio a otros dos hermanos:
a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan,
que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes;
y Jesús los llamó.
Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.
Jesús recorría toda la Galilea,
enseñando en las sinagogas,
proclamando la Buena Noticia del Reino
y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente (Mateo 4, 12-23).

Contemplación
Jesús pesca con Luz: atrae porque brilla.
¿Y qué es lo que resplandece en Él?
Su persona, antes que nada.
Una Persona que se entrega entera en cada gesto, en cada palabra, en cada acción.
Todo lo que Jesús hace y dice en circunstancias concretas y limitadas es luz: su pasar haciendo el bien a quien le sale al encuentro, sus Palabras que dan vida dichas a los que lo escuchan en cada ocasión. Todo en Jesús es luz.
Una luz muy especial: ¡por eso atrae tanto!

Jesús es luz no sólo que ilumina hacia fuera sino luz que lo transfigura a Él mismo, como bien lo experimentaron los discípulos más amigos en el monte Tabor. Es Fuente de Luz y a la vez Iluminado por Otros. Luz de Luz, como dice el Credo largo.
Es que el Padre y el Espíritu iluminan a Jesús: el Padre lo ilumina con su Palabra que abre el Cielo de su Corazón, haciéndonos ver que es “su Hijo el Predilecto”; el Espíritu lo ilumina en nuestros ojos, haciendo que lo veamos tal cual es, que contemplemos su Gloria en sus pequeños gestos de amor.

La iluminación es una de las experiencias más bellas de la vida. Alguien te dice “mirá qué lindo” y nos muestra unos aros que le regalaron o nos señala un balcón con flores o la luna sobre la autopista, y de golpe algo que no habíamos visto se nos ilumina y nos alegra un instante los ojos con su belleza. Como dice el poeta:
“Duerme una canción en todas las cosas,
que sueñan y sueñan sin cesar,
basta que encuentres la palabra mágica
y el mundo se levanta a cantar».
(“Schläft ein Lied in allen Dingen/ Die da träumen fort und fort,/ Und die Welt hebt an zu singen/Triffst du nur das Zauberwort“ – Joseph von Eichendorff).
Lo de la palabra mágica es clave. Porque que las cosas se iluminen no es un fenómeno meramente objetivo: los ojos con que miramos son la contrapartida necesaria para que algo brille. Goethe, en su teoría de los colores, mostró la importancia del ojo en la visión del color.
Y con Jesús pasa lo mismo: el Señor es Luz que requiere ojos iluminados. Eso es la Fe: la iluminación de nuestros ojos que nos hace descubrir el Brillo glorioso de Jesús en medio de la opacidad de la vida cotidiana.
Ayer me dice un joven con rastas y onda Bob Marley: “Padre, ¿existe Jesús todavía en estos tiempos?” (La verdad que me hizo sonreír lo de “todavía en estos tiempos”). Yo había entrado al segundo comedor a bendecir la comida y este que había estado rapeando con otros mientras hacían la cola, se acababa de sentar y me salió con esta pregunta. Hice una pausa para no responder sino de corazón y lo que me salió fue medio subjetivo: “¿Vos te creés que si no existiera Jesús yo estaría acá en Enero?” Me miró a los ojos y bajó la cabeza, asintiendo primero y luego poniendo un poquito de distancia y dijo: “gracias, padre”.
Reflexiono ahora que esas preguntas, aunque todos las tenemos no todos nos animamos a hacérselas a otro. Recuerdo que fue mi amigo Gustavo, que falleció el año pasado, el que en un retiro en Lunlunta, le dijo al Padre Hilario Correas que estaba hablando de Jesús: ¿Pero hay alguien que crea en Jesucristo hoy en día?. “Yo creo -le respondió Hilario- con todo mi corazón. Y me juego la vida por Él”.
Al repasar la pregunta del del Hogar me vino a la memoria este recuerdo de los 17 años en aquel retiro en el que sentí fuerte el llamado a seguir a Jesús. Era sólo a Jesús, todavía sin otro aditamento, ni de jesuita ni de cura… Y el testimonio del cura me llegó. Su “yo creo y me juego”. Me llegó más que cualquier razón.
Pero lo importante es que el testimonio lo “arrancan” los pobres y los jóvenes, porque preguntan queriendo saber de verdad la experiencia personal del otro.
Tienen el ojo con sed. No opacado.
Y la sed de los ojos, así como a veces ilumina mal y proyecta pasiones, así también ilumina bien cuando es la sed profunda, la sed de la Fe.
Jesús se ilumina y se transfigura cuando lo miramos con la sed de la fe.
La sed que provoca la miseria y el pecado es honda: uno siente que de verdad es nada y que camina en tinieblas. Y al ver a Jesús se produce la chispa de la fe, que es a dos puntas: la de ser confiable, propio de Jesús, y la de querer confiar que es propio nuestro.

También importa, para esto de las “iluminaciones”, el lugar. Este pibe se acababa de sentar en la mesa del Hogar de San José. Venía de la calle, de esa frontera que en la época de Jesús era la Transjordania pagana y que hoy es Once o Constitución. O peor aún, porque los que “habitan en las oscuras regiones de la muerte” no están a km de distancia sino en el umbral de nuestro edificio, en la parte de atrás del country, avanzando bajo la autopista, consumiendo droga en la esquina de nuestra casa. Y ahí va Jesús a encender una luz, como dice esa canción tan hermosa.
La luz está siempre encendida en el sagrario, pero no basta. Las iluminaciones del Señor se dan en la frontera y las fronteras de hoy –las Galileas de las naciones- son “líquidas”, como ese Mar de Galilea por cuya orilla caminaba Jesús, contemplando cómo trabajaban juntos esos pescadores a los que llamaría en su seguimiento. La frontera se ve cuando dos personas se encuentran en el borde de sus límites verdaderos, allí donde no están las frases convencionales sino las que surgen del corazón.

Y así como alguien se anima a preguntar cuando lo sentás a tu mesa (o cuando la podóloga le está arreglando los pies o la enfermera le acaba de curar una escara o la servidora le ofreció una factura…) también Jesús se anima a “iluminar” una vocación (síganme y los haré pescadores de hombres) cuando nos ve en nuestro lugar de trabajo.
“Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés,
que echaban las redes al mar porque eran pescadores… Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes”.
Esto parece obvio, pero no lo es tanto. No es obvio que todos los que son pescadores estén echando las redes al mar o arreglando las redes. Así como en nuestra sociedad hay trabajadores que están de paro o haciendo piquetes o que son ñoquis o que están coimeando o que llegan tarde o que no hacen lo que tienen que hacer también en la vida espiritual –en la misión de ser pescadores de hombres, que es la única misión (con todo lo que conlleva)- no siempre estamos “echando las redes al mar” o “arreglando las que están rotas”.
Cuando alguien hace lo que tiene que hacer ilumina. Cuando no, oscurece. A Jesús se le iluminó la mente cuando vio a estos hermanos que serían sus amigos y apóstoles. Ellos ni sabían que estaban iluminando nada menos que al Mesías. Así como los alumnos que hacen las cosas bien iluminan al maestro para pescar cómo tiene que enseñar a los otros, así ellos, haciendo su oficio, iluminaron a Jesús: “¡A los hombres hay que pescarnos!” –pensó el Señor, que no era pescador sino carpintero. Y para eso hay que tener las redes bien anudadas y limpias y hay que salir cada noche mar adentro…(y no temer las tormentas y animarse a caminar sobre las aguas y a echar las redes otra vez después de no haber pescado nada, y a pescar de todo y luego discernirlo y a ayudarse con los de la otra barca…)
Y el Señor cambió de gremio. ¡Qué capacidad de salir de sí! San José lo había preparado para el gremio de la construcción y él sale a organizar su reino con el gremio de los pescadores.
Es que el Señor se dio cuenta de que a Él también “lo pescaban”. Lo pescaban los pobres, los enfermos, los que se le tiraban encima para tocar su manto. Y cuando lo pescaban y veían que él se dejaba pescar con el anzuelo de la fe, lo sentían de ellos. Dado por gracia y “pescado” con astucia. Y entonces la relación quedaba sellada.
Iluminaciones. La luz y la pesca.
“¿Y, padre? ¿Existe Jesús todavía en estos tiempos?”
¿Qué lucecita viste brillar que te animaste a tirar el anzuelo, vos que venís de la calle, de la frontera más bien oscura?
¿Qué lucecita se iluminó en tus ojos que me hizo sentir que el tono socarrón era nada más que para tapar la vergüenza y que la pregunta era de veras, y que el que preguntaba no eras vos sino Jesús que con ironía cariñosa quería saber si de verdad estaba contento con mi trabajo (y ahora que lo expreso me pongo a llorar y se me van los reclamos y el cansancio y el hacer las cosas por deber al darme cuenta de que Vos estás –como un pobre-, pescándome de nuevo, a la orilla del lago donde siempre estoy aunque a veces cansado de no sacar nada, esperando verte en la orilla, con un fueguito que ilumina la madrugada, y pescado a las brasas y pan de la eucaristía…

Domingo 2 A 2011

“Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él”

Al otro día, Juan Bautista ve a Jesús viniendo hacia él y dice:
“He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Este es Aquel de quien yo dije:
Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo.
Yo no lo conocía pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel”.
Y Juan dio testimonio diciendo:
“He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él.
Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo:
“Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él
ese es el que bautiza en el Espíritu Santo”.
Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios” (Jn 1, 29-34).

Contemplación
Hay diferencia entre “dar testimonio” y “hacer publicidad”.
El Evangelio no se publicita, se testimonia.
Como dijo el Papa en Aparecida: “La Iglesia no hace proselitismo, la Iglesia crece mucho más por ‘atracción’; como Cristo “atrae a todos a sí” con la fuerza de su amor. La Iglesia se siente discípula y misionera de este Amor: misionera sólo en cuanto discípula, es decir, capaz de dejarse atraer siempre, con renovado asombro, por Dios que nos amó y nos ama primero (Cf. 1 Jn 4, 10).

Digo esto porque estamos invadidos por la publicidad –no solo por los carteles que ocupan las calles y veredas y por los avisos que inundan los diarios y la TV, sino porque casi todo lo que se dice (todo discurso) tiene algún “chivo”, como decimos vulgarmente.; y entonces, sin darnos cuenta, cada vez que alguien habla o manda un mensaje, uno lo pone un poco entre paréntesis, como diciendo “está bien, pero en definitiva qué me querés vender”. Y la esencia del Evangelio es todo lo opuesto: Jesús no vino a vendernos nada.

Benedicto se lo dice a los jóvenes:
“Queridos jóvenes: ¡No tengan miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, ábranle de par en par las puertas a Cristo, y encontrarán la verdadera vida”.
Por supuesto que muchos piensan: “Sí, Jesús no vino a vendernos nada, pero ¿y la Iglesia?”.
Para decirlo fuerte, lo peor que hicieron algunos en la iglesia, en lo que a comercio se refiere, fue vender las indulgencias. Y si bien estuvo mal venderlas y que algunos se llenaran de plata con eso, no hay que dejar de lado que eran verdaderas (se venden y compran tantas cosas truchas!!). Me animaría a decir que hasta el que las vendió o compró por interés puede que reciba una alabanza como la que Jesús le regaló al administrador infiel, que se ganó amigos (cosas buenas) con el dinero de la iniquidad.
De última, el pueblo fiel sabe de estas cosas y no deja de poner su limosna abundante en las alcancías de la iglesia porque sabe que “Jesús ve las limosnas de sus humildes” y aunque haya algún corrupto que se cree vivo por robar monedas siendo que se pierde el Tesoro, la limosna dada al pobre borra los pecados y llega al corazón de Dios.
Todo esto viene a cuento para decir que si detrás de la publicidad siempre está el dinero y el poder, detrás del testimonio lo único que está es el amor. Amor gratuito y agradecido. Amor que se quiere dar. Amor de testigos, Amor martirial.

Y la dinámica de este Amor que da testimonio es la de Juan el Bautista.
El Amor es testimonial en sí mismo. Cuando alguien ama “irradia”; y comunica.

Así como nuestros ojos captan inmediatamente lo que es de mejor calidad, lo más bello, lo mejor, así los ojos de nuestro corazón captan inmediatamente los gestos del Amor misericordioso y gratuito.
Uno no se equivoca cuando agradece.
En estos días de Enero en que me toca coordinar directamente algunas de las tareas cotidianas del Hogar –recibir a la gente a la entrada, servir un postre, dar la mano a los que están en la fila cuando hay que salir a contarlos…- me conmueven las frases que pesco al pasar.
La pinta de la gente es realmente miserable, las huellas de la marginación se ven no solo en la ropa sino que cada persona, si uno mira bien, tiene una herida, una marca, una huella… Duele ver al jóven con la camisa envolviendo el brazo porque le falta una mano, al que tiene el ojo morado por alguna patada, al que le faltan los dientes, al que parece entero pero camina raro porque tiene llagados de hongos los pies…
Después de unos días en que ven que como hay pocos voluntarios el cura sirve directamente, comienzan a surgir las frases y los pequeños gestos en los que ponen un énfasis especial para que uno sienta el cariño.
Un “gracias por darnos de comer” dicho a las apuradas, yéndose;
una mano tendida mirando a los ojos apenas un segundo (gente que habitualmente evita el contacto visual y pasa con la cabeza gacha);
un aplauso cuando hay un alfajor o un chocolatín… que dura un poquito más de lo habitual;
una palmada de algún discapacitado mental después que alguno puteó, hizo lío e insultó (“No se preocupe, padre…”);
un “y a usted también, cura” después de un “Dios te bendiga…”

Cuando los veo viniendo hacia mí en fila camino a lavarse las manos (ese bautismito mínimo antes de la eucaristía de los fideos con pan y sin vino), siento que es verdad lo que nos testimonió Hurtado, que el pobre es Cristo, y lo confirma Alguien que se posa un instante sobre la persona de los que pasan y saludan haciendo ostensible su apoyo y su cariño. Hay cruces de miradas, palabras sueltas, sonrisas desdentadas en que la gente sale un instante del ensimismamiento con que se cubrieron para aguantar la calle y se dan enteros, como poca gente se sabe dar. Cuando entran al Hogar, muchos de los más pobres saludan de verdad. Se ve que el Espíritu desciende fácil sobre algunas cabezas maltrechas que como no tienen nada que les ilusione poder comprar saben sentir con nitidez esos toques mínimos del Espíritu que conmueven el corazón y responden sin dudar. Por supuesto que ahí nomás pasan a otra cosa, pero uno respira humanidad sabiendo que hay corazones abiertos y que el Espíritu baja y entra en ellos cuando quiere y hace que establezcamos contacto. Al fin y al cabo, esas aperturas plenas que son respuesta inmediata a la gracia, más allá de la condición cultural y el andamiaje que cada uno se armó para transitar por la vida, esa capacidad de abrirse y recibir y dar, es lo que cuenta en la vida. Porque la vida cambia en un instante y cuando vienen las cosas definitivas –tanto buenas como malas- esta capacidad de abrirse entero a la gracia es lo único que vale y en lo que hay que estar “ejercitado” como diría Ignacio. Por eso después son tan fáciles las unciones a los más pobres. Cuando vas a visitar a alguno al hospital no hay que explicar nada para dar una absolución y bendecir. Aceptan como con sed mansa la mano en la cabeza y la bendición en la frente. El Espíritu se posa en algunas cabezas. Hay gente que recibe la bendición con sed, esa es la mejor descripción. Gente que recibe la unción con unción. Estas actitudes de receptividad plena y de apertura de par en par a la Gracia el Espíritu la va preparando a lo largo de la vida en esos pequeños pentecostés en los que uno deja que se pose en su corazón como una paloma el Amor de Dios y lo expresa con un gesto ante otro que sabe verlo “venir” y sabe reconocer lo que es un corazón humano cuando recibe una gracia: como se dulcifica, se ilumina y se regala entero, para luego ocultarse y volver a latir al ritmo de las preocupaciones y deseos cotidianos. Aquel sobre el que veas descender el Espíritu
y permanecer sobre él
ese es el que bautiza en el Espíritu Santo.
Yo lo he visto
y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios.

Diego Fares sj

Bautismo del Señor A 2011

Fotos del Bautismo

Entonces llegó Jesús,
que venía de Galilea al Jordán
donde Juan,
para ser bautizado por él.
Pero Juan trataba de disuadirlo
diciendo:
«Soy yo el que necesita
ser bautizado por ti,
¿y tú vienes a mí?»
Jesús le respondió:
«Déjame ahora,
pues conviene que
de este modo
cumplamos toda justicia.»
Entonces le dejó.
Después de ser bautizado,
Jesús salió del agua;
y he aquí que se abrieron los cielos
y vio al Espíritu de Dios
que bajaba en forma de paloma
y venía sobre él.
Y se oyó una voz
que salía de los cielos que decía:
«Este es el Hijo mío,
el Amado, en quien me complazco»
(Mt 3, 13-17).

Contemplación
Como en las fotos de los bautismos nos quedamos mirando varias y elegimos alguna para contemplar.
“La foto” de la Epifanía es la del cuadro del Greco.
Es la foto de la manifestación del Amor que Dios nos tiene en Jesús.
Impacta la blancura del Espíritu, que flota libre en ese ámbito intermedio entre el Cielo y la tierra. Enviado por el Padre como un chorro de Fuego inunda el mundo con su Luz. Baja del Padre -como las gotas de Agua que derrama Juan- a remansarse en la Cabeza de Jesús. El Cordero de Dios tiene la cabeza levemente inclinada, con el oído atento, hacia lo alto. Las manos juntas de Jesús, con su recogimiento, hacen que nos detengamos en ellas y subamos un poco hasta su oído. La mano del Angel y el manto rojo del amor con que cubre la escena frenan la mirada y nos centran en el oído del Señor: ese Oído del Hijo de la humanidad que, con acatamiento amoroso, escucha la voz del Padre: «Este es el Hijo mío, el Amado, en quien me complazco».
Digo que esta es “la foto” porque visualmente contiene la totalidad de la buena noticia y cuando uno conoce quiénes son los personajes, el mensaje se convierte en buena noticia para todos.
Si desde el cielo silencioso e infinito se oye una voz que bendice a este hombre Jesús, ya tenemos los seres humanos dónde centrar la atención.

En la esencia del periodismo (de las noticias) está el “llamar la atención”: hoy en día hay que “atraer al lector”. Es verdad que esto se usa comercialmente, pero esta oferta responde a una demanda del corazón humano, que constantemente mueve a nuestros ojos y oídos a que busquen algo que valga la pena.
Nuestros oídos están siempre atentos a esa palabra que vale más que las otras. Escuchamos las voces del mundo y las de nuestro interior y encontramos palabras que nos mueven y conmueven. ¿Viste lo que pasó? ¿Escuchaste? Es el esquema trascendental de todo noticiero: “¿vieron lo que pasó hoy en el mundo?
Por eso digo que la foto del Greco es “la foto”, porque capta “la noticia del Momento” (que es “la noticia de la Historia”: por primera vez habla Alguien desde el Cielo y nos dice, no un mensaje con consignas –la única consigna (¡escúchenlo!) la dará la segunda y última vez que hable, en la Transfiguración- sino un mensaje en el que abre su Corazón y nos muestra lo que ama, Quién es el que le agrada con predilección.
Que se abrió el cielo hay que traducirlo como “se abrió el Corazón del Padre”. Y esa apertura no es un espacio al que podamos ascender o en el que podamos entrar por nuestros propios medios sino un espacio que activamente viene a nosotros. Cuando Dios abre su corazón Dona algo, nos Dona a Alguien, nos da su Espíritu y su Palabra.
El Cielo no es un espacio abierto en el que podamos entrar a curiosear.
Su apertura tampoco es como abrir una ventanita para mirar afuera mientras uno se queda adentro. La apertura del cielo es como descorrer un techo de una habitación totalmente sellada a la plena luz de sol de manera tal que la luz y el aire se apropian de la pieza y la incorporan en su abertura.
Cuando alguien nos abre de par en par su corazón el amor nos empareja como por vasos comunicantes y se establece un ámbito común. Uno empatiza con el otro y siente lo mismo que él. No importan los detalles: la apertura en la confianza que establece la amistad es íntegra.
Lo que quiero decir es que la Apertura del Cielo y del Corazón es algo nuevo (lo que Jesús llama el Reino de los Cielos). Un espacio puro y pleno de Alianza total que va atrayendo todos los demás ámbitos de la vida, los cuales, al entrar en esa relación simple y gratuita, se purifican y se santifican.
La frase que expresa el espacio abierto del Corazón del Padre es: “Este es el Hijo mío, el Amado, en quien me complazco”. Ese Amor que se tienen los Dos es Cielo –Corazones abiertos entre sí- y a ese lugar estamos invitados a dejarnos recibir.
No podríamos entrar por nosotros mismos, no nos sentiríamos con derecho a dar el paso o a permanecer allí, en esa predilección que se tienen el Padre y el Hijo. Como cuando uno ve a dos que se aman charlando y no se anima a interrumpir. ¡Gracias a Dios que está el Espíritu! El Espíritu es ese Cielo –ese Corazón abierto- con personalidad propia. El Padre está orgulloso de su hijo, con esa predilección tipo “hay que ponerle un babero”. El Hijo está atentísimo a su Padre: no quiere hacer otra cosa que agradarle y hacer su voluntad. Sin embargo no los sentimos ensimismados ni excluyentes sino todo lo contrario: el espacio de su predilección mutua es espacio abierto para que entremos todos. Eso lo causa el Espíritu Santo. El Espíritu Santo personifica un Amor entre Dos no excluyente. Un Amor común que crea comunidad, un Amor común que se puede Dar a otros.
Demos un ejemplo cotidiano. ¿No les pasa a veces cuando tienen una relación de amistad con dos personas que no se llevan bien entre ellas que quisieran darle a una y a otra el “espíritu” que a ustedes les hace llevarse bien con las dos? Si uno tiene relación franca y abierta con las dos personas pero entre ellas hay “ruidos” o zonas cerradas, lo que uno como amigo desearía es ayudar a que se de esa apertura –esa zona abierta íntegra que actúa como una positividad que purifica todo lo demás-. Pero nosotros no poseemos ese “espíritu común” con el otro: se da o no se da y no se puede transmitir de manera eficaz (si los otros dos quieren aceptarse así, sí es posible).
Pues bien, el Padre y el Hijo sí pueden “Dar su Espíritu”, el Espíritu de ambos espirado. Y el que lo recibe instantáneamente es incorporado a la Relación de ambos. El que lo recibe es “ahijado”, pasa a ser hijo con lo que esta palabra significa de absoluto: cuando uno es hijo lo es para siempre.
Esto es lo que acontece en el Bautismo de cada uno: pasamos a ser hijos. Pero hijos con la peculiaridad que tiene el ser hijos espirituales, no según la carne. La carne tiene sus límites pero también algunas “ventajas” que el Espíritu no tiene. Uno puede romper espiritualmente con su padre y su madre o con sus hijos pero no puede hacer que eso redunde en sus sentimientos carnales. Uno también puede adoptar espiritualmente a un hijo o a una madre pero no puede hacer que su carne no sienta el vacío que la madre o el hijo biológico establecieron.
Por eso es que Dios no nos dio directamente su Espíritu sino que envió a su Hijo a nuestra propia carne. Por eso en el Bautismo todo señala a Jesús, el Hijo hecho hombre, el Verbo hecho carne. El Espíritu no basta. Nos introduce en el Espacio abierto del corazón del Padre pero hace falta entrar allí en comunión con el Corazón de Carne de Jesús.

Aquí es donde entran “las otras fotos”. Ese Espíritu de la Predilección entre el Padre y el Hijo se derrama en “cuotas” (cuotas íntegras cada una) en cada situación de la vida de Jesús sentida y vivida con su corazón de carne. Digámoslo en términos de “bautismo”. Jesús vivió “bautizándose”, metiéndose en la Carne, en la vida cotidiana. En cada bautismo de Jesús “se abre el cielo y baja el Espíritu con la predilección del Padre”. Así, en cada situación de nuestra vida en la que “estamos metidos” somos invitados a “bautizarnos” en Dios. A meternos en esa relación entre el Padre y Jesús, en la que el Espíritu nos permite entrar de lleno y la comunión con Jesús nos permite a vivirla como él la vive.

Una linda foto de hoy es la de Jesús saliendo de su casa para ir a predicar el Reino. “Jesús fue desde Galilea hasta el Jordán”. La tradición nos dice que se despidió de su Madre –que calladamente sale también a la calle y comienza una especie de vida pública también ella, siguiendo los pasos de su Hijo- , cerró la carpintería de Nazareth y salió para dar comienzo a su vida pública.
Me conmueve la foto de Jesús mirando por última vez su casa, su taller, despidiéndose de sus herramientas…; las que su padre José le había enseñado a manejar. No las volvería a utilizar ya. Jesús vivió bautizado en Nazareth y allí se metió durante treinta años en todo lo que es vida de familia, de escuela, trabajo y vecindario. Y cada día, en cada mañana y en cada comida, en cada saludo y en cada día de trabajo, el Padre estuvo diciendo –calladamente- “«Este es el Hijo mío, el Amado, en quien me complazco». La Virgen y San José fueron testigos privilegiados de estas aperturas cotidianas del Corazón del Padre. De allí el silencio maravillado y pleno de José. Si estaba escuchando esta Voz a cada instante, qué iba a decir él. Cómo no vivir escuchando. De esta plenitud brotaba luego la Palabra del Padre en sus sueños!

Otra foto linda es la de Jesús metido en la cola, entre la gente. Como uno más. Cuántas colas hacemos por día. Cuanta gente vemos haciendo fila. Es lindo imaginar a Jesús metido allí. En la cola del hogar, en la de la Eucaristía, en la de los impuestos… Cumpliendo toda justicia, como buen ciudadano.
Y así… la foto de Jesús en el río: “con los pies en el barro y el corazón atento al Cielo”, como graficó tan bien la espiritualidad ignaciana nuestro Padre General en su visita a la Argentina.
Pedimos la gracia de “bautizarnos” muchas veces por día en Jesús que está ya bautizándose siempre en nuestra vida cotidiana.
Diego Fares sj