La insignificancia del Reino de los Cielos
En aquel tiempo, se presentó Juan el Bautista, predicando en el desierto de Judea y diciendo:
«Conviértanse, porque se ha acercado el Reino de los Cielos». A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, Enderecen sus senderos.
Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre.
La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro, y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.
Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo:
“Engendro de víboras, ¿quién les enseñó a escaparse de la ira de Dios que se acerca? Den el fruto que corresponde a una conversión verdadera, y no se contenten con decir: «Tenemos por padre a Abraham». Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham.
El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego”.
Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí, es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el Fuego. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible” (Mt 3, 1-12).
Contemplación
Dos imágenes para entrar en la contemplación.
El dibujito de Fano –Limpiezas Adviento- da ganas de ser limpiados por esos trapitos con Agua del Espíritu y de la misericordia del Corazón de Jesús, por ese agua del Jordán en la que se bautizó el Hijo Amado del Padre.
¡Qué ganas de estar limpios!
Renovar el corazón y estrenar alma nueva para Navidad es la tarea linda del Adviento.
……….
La otra imagen es la de un Bautista moderno, San Francisco Javier, cuya fiesta celebramos el 3 de diciembre, día de su muerte en la islita de Shang Chuan, frente a la costa de la China que anhelaba bautizar “en el Espíritu Santo y en el Fuego” de Jesús.
La figura de Javier como caminante incansable tiene como contrapartida la figura del deportista de la Universidad de París que se ató los pies durante varios días para contener sus ganas de salir a correr mientras hacía los Ejercicios Espirituales que le daba Ignacio.
Sus correrías de joven inquieto se convirtieron en caminar de misionero gracias a este saber atarse las patas para estar a disposición de Jesús en la oración.
El secreto del reino, el secreto de la relación entre oración y acción, entre ser discípulo y ser misionero, está en ese gusto irresistible con que algo saboreado en el evangelio nos lleva a querer anunciarlo y practicarlo y, luego, a desear volver a agradecerlo y a pedirlo en la oración.
Lo virtuoso –a lo que hay que estar atentos- es la fuerza con que nuestra oración nos lleva a la acción y nuestra acción a necesitar rezar.
Todo lo contrario de ese activismo que nos agota y nos deja desabridos y de esas dinámicas de oración que despiertan la sed… de nuevas dinámicas y no de ir a visitar y servir al pueblo fiel de Dios.
No es cualquier oración ni cualquier actividad lo que abre el Reino.
No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos.
Un pequeño excurso… El “Señor, Señor” adopta en cada época y en cada grupo formas distintas, pero siempre se trata de “algo mágico”, de una fórmula o un rito o un dogma o una dinámica, que por sí misma sería infalible y aseguraría la salvación. Cosas buenas que se la creen…
Es curioso cómo la misma actitud “mágica” se puede observar en personajes opuestos. Por ejemplo, cuando un Mons. Lefevre defiende la Misa de San Pío V como “la única misa” cita cánones y bulas pontificias que lo avalan “infaliblemente”. Él mismo escribe que Pablo VI le preguntaba si no sentía algún remordimiento en su conciencia al ver el escándalo que causaba su obcecación y cómo él le respondió que no. Los cánones lo avalaban!
Es todo lo contrario de Pablo, que relativiza todas las prácticas con tal de no escandalizar a un pequeñito.
Una actitud mágica similar se puede notar en el hechizamiento que producen en algunos las dinámicas de moda, (por citar una como ejemplo veía cierta actitu mágica en las técnicas de las así llamadas “constelaciones familiares” que prometen sanar heridas ancestrales en pocas sesiones y “hacerte feliz”…).
El “Señor, Señor” pronunciado, danzado, formulizado, reemplaza al Señor vivo. La auto experiencia reemplaza la experiencia del Espíritu.
Por el contrario, en el reino, el llenarse del Espíritu Santo –bautizarse, comulgar con el Señor, recibir el perdón…- lleva a predicar el evangelio y a realizar las obras de caridad. Y estas llevan de nuevo a necesitar y a pedir la llenura del Espíritu, su fuego. No hay autoreferencia ni en la oración ni en la acción sino siempre un salir de sí, como pobres.
Si queremos tomar pie en la manera de actuar y de formular las cosas de Jesús, prestemos atención a cómo formula él la venida de su reino. El Señor dice: “Conviértanse, porque se ha acercado el reino de los cielos”.
Acercarse es lo más que puede hacer el reino.
Estar cerca no significa que se vaya a acercar más. Ya está todo lo cerca que puede estar y siempre se volverá a acercar. Nunca nos invadirá ni nos absorberá. El reino de Dios que predica Jesús es cercano –prójimo-. Nos invita a decidirnos a entrar en él, a vivir según sus exigencias y consejos. Y así cada día. Siempre cercano, nunca invasivo. Ni mucho menos “dominable”. Nadie puede “atrapar la dinámica del reino” y ofrecerla en pildoritas, ni en ritos, ni en terapias, ni en ideologías, ni en dinamicologías.
Atenti a los que ofrecen la fórmula mágica del reino que soslaya la cruz. El Señor se ocupó con infinita ternura y cuidado de cargar él mismo, todo lo posible, nuestra cruz y de prometernos ayuda y alivio y hacérnosla menos pesada…, pero siempre manifestó con claridad y crudeza que “el que quiera seguirlo debe cargar su cruz y seguirlo”.
Aquí viene entonces la gracia, que es mucho más que la magia.
La magia reemplaza, la gracia asume.
La magia hace desaparecer una cosa y aparecer otra, la gracia en cambio transforma y plenifica lo que ya era sin que pierda identidad.
En el reino, las pobrezas, las lágrimas, las persecuciones, siguen siendo pobrezas, lágrimas y persecuciones, pero bendecidas. Y al experimentar la bendición de Jesús que las comparte con nosotros sin temor y ofreciendo todo al Padre, estas realidades duras se convierten en bienaventuranza. Dan fruto. En el interior del corazón y entre los que creen en las bienaventuranzas, el fruto es inmediato. Y la señal es la paz y la alegría de “haber sido considerados dignos de padecer algo por Jesús” (Cfr. Hech 5, 41).
Exteriormente, tiene sus vaivenes. A veces el fruto se institucionaliza y se abren espacios donde el reino reina y dobla el brazo a lo que es anti-reino, reparando con la fuerza del amor lo que el pecado intenta destruir. Otras veces ese reino exteriormente sufre persecución y se fragua con la cruz. Afuera sólo reina el anti reino.
Cada día el reino “se aproxima”, se nos vuelve cercano, viene como invitación…
Invitación suave del Espíritu a “atarnos un rato los pies en la oración”, invitación de Jesús a la Eucaristía y a la Reconciliación.
Invitación del Señor que viene en la persona de quienes nos solicitan ayuda…
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Hay una secreta relación entre la insignificancia con que Jesús se nos acerca en medio de la vida cotidiana, entre su no tener ninguna pretensión, y la esperanza.
Ver a Jesús entre los pobres y pequeños, ver cómo anunció el reino a los campesinos y pescadores de Galilea, gente irrelevante humanamente hablando, ver esta no preocupación por tener influencia del Señor, verlo frágil e inmerso en la fragilidad de su pueblo, despierta algo nuevo: la esperanza.
Si la plenitud de Dios habita en nuestra pequeñez y no se inquieta ni siente miedo ante las persecuciones, entonces podemos esperar “lo que ni ojo vio ni oído oyó”.
La esperanza de algo nuevo –no “más de lo mismo”, porque eso no sería esperanza- se despierta al ver que Jesús está en medio de nuestra realidad, sin cambiarla exteriormente, viviendo entre nosotros en paz, caminando por su realidad haciendo el bien a los que se le presentan… “Cercano está el Señor a los que tienen dolido el corazón” (Sl 34, 18).
Esta manera de actuar de Dios significa que está cambiando las cosas de otra manera de la que estamos acostumbrados a visualizar.
Que se nos haga el click y entreveamos esto “distinto”, que se nos cruce como un chispazo la claridad de lo increible, es el primer paso para la conversión. Esta llamita que nos hace barruntar “el cielo” nunca se extingue, pero requiere fidelidad: las corazonadas hay que seguirlas a muerte.
Entonces comienza a actuar la caridad –que es amor esperanzado, amor ilusionado, amor que ama lo que no se ve y por eso actúa “gratuitamente”, amor que hace de nuestro corazón un racimo de uvas, fruto para que otros vayan comiendo; amor que hace de nuestro corazón un pan que otros comulgan, pan que el Señor restaura cada vez que alguien participa de él. (Por eso está mandado comulgar, porque el que dio vida necesita Pan de Vida).
Diego Fares sj