Contra los fascinadores de ovejas
El pueblo permanecía allí y contemplaba. Sus jefes, burlándose, decían:
«Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!»
También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían:
«Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!»
Sobre su cabeza había una inscripción:
«Este es el rey de los judíos.»
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:
«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.»
Pero el otro lo increpaba, diciéndole:
«¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo.»
Y decía:
«Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino.»
El le respondió:
«Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 35-43).
Contemplación
Así como en la contemplación anterior nos ejercitamos en “sentir las manos del Padre sobre nuestros hombros –de hijos pródigos que caen de rodillas, sedientos de la misericordia del Padre o de hijos cumplidores hambrientos de diálogo cordial-, en esta contemplación de Cristo Rey estamos invitados a “mirar al que crucificamos”.
La gracia que le queremos pedir al Padre es la de “no poder sacar los ojos de Jesús en la Cruz”. Es una gracia para los ojos, una gracia que fija el punto de referencia en nuestro único Rey y Señor. Es la gracia de la Carta a los Hebreos:
“Fijos los ojos en Jesús,
el que inicia y consuma la fe,
el cual, en lugar del gozo que se le proponía,
soportó la cruz sin miedo a la ignominia
y está sentado a la diestra del trono de Dios” (Hb 12, 2).
Fijos los ojos en Jesús, como el pueblo fiel que “permanecía allí (junto a la Cruz) y contemplaba”.
Fijos los ojos en Jesús como el buen ladrón, que es capaz de mirar “al que sufre la misma pena que nosotros” y darse cuenta de que es Alguien “que no ha hecho nada malo”. El buen ladrón descubre la integridad de Jesús crucificado sopesando su propia cruz. Lo ve como referente único, como Rey: “Acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino”.
La tentación contraria la formulan los sumos sacerdotes que “se burlaban entre ellos junto con los escribas diciendo: « A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. ¡El Cristo, el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos” (Mc 15, 31).
Así como nuestros hombres fatigados necesitan sentir las manos del Padre, así nuestros ojos dispersos necesitan también Alguien que nos fije la mirada “para ver y creer”. Necesitamos que el Padre, desde nuestro interior donde habita, nos fije en Cristo nuestra mirada saltimbanqui, curiosa, bebedora de imágenes, inquieta y distraída, dominada por la pulsión de verlo todo.
San Agustín decía: “Nos hiciste Señor para vos e inquieto estará nuestro corazón hasta que no descanse en Vos”.
Podemos decir lo mismo de nuestros ojos: “Mis ojos están hechos para Vos y no descansarán hasta que no se fijen en Vos, Señor crucificado”.
Como Zaqueo “deseamos ver a Jesús que va a pasar por aquí”.
Como los griegos que se acercan a Felipe: “Queremos ver a Jesús”.
Como los pastores de Belén queremos ver al Niño “recostado en un pesebre”.
Como lo discípulos queremos “Alegrarnos al ver a Jesús Resucitado”.
Pero todas estas “visiones” de Jesús tienen su centro en la Cruz: “mirarán al que traspasaron”.
“Cuando sea levantado en alto atraeré a todos hacia mí”.
En Jesús crucificado “vemos” el Amor del Padre: “El que me contempla al Padre que me envió (Jn 12, 45).
Pero “ver” quiere decir muchas cosas. Aquí hablamos de un ver que “ficha” lo esencial. Es ese ver último que cada uno tiene y que guía sus decisiones. Uno elige, de última, por lo que ve. Y si ve que no ve nada uno elige por “un ver de alguna manera inconsciente” que lo lleva a decidirse por sus corazonadas. Uno ve desde lo que verían sus referentes. Uno cierra los ojos y encara, o sacude la cabeza y hace lo que su ímpetu le dicta…
Detrás de las decisiones está siempre el punto de referencia último, que muchas veces es el propio honor o el instinto de conservación o el amor a otro.
Uno ve que alguien querido es atacado y lo defiende a ojos cerrados: “no me importa lo que digan, yo por este me juego y lo defiendo. Después veré los argumentos”. Por otros, en cambio, si uno no ve claro, se queda un poco a la expectativa…
Baste esto como ejemplo para invitar a cada uno a mirar cuáles son sus puntos de referencia: ¿Qué mirás cuando te jugás? ¿Valores, personas, tus intereses, tus miedos…?
Que Cristo reine en vos implica ponerlo en relación con los otros “puntos de referencia” y ver si les gana.
Si les gana de última y si les gana en tu corazón en el día a día.
Ser evangelizado es confrontar cada punto de referencia propio (haciéndolo bien consciente) con los puntos de referencia de Jesús, y, de última, con su Persona y su Persona en la Cruz. Pablo lo expresa bien cuando dice: “no quise saber entre ustedes sino a Jesucristo, y éste crucificado” (1 Cor 2, 2).
Una vez que nuestros ojos le han tomado el gusto a la imagen de Jesús Rey crucificado por amor a los hombres y sin dejar de tenerlo en la mirada, puede hacernos bien acudir a Pablo y dejar que nos diga como a Gálatas pos-modernos:
“¡Oh Gálatas insensatos!
¿Quién los fascinó para no obedecer a la verdad,
a ustedes, ante cuyos ojos Jesucristo ya fue presentado
claramente crucificado? (Gal 3, 1).
Pablo considera el caso de los gálatas como una «fascinación», como un hechizo. La palabra «fascinar» (ebaskanen) significa «atraer mal a uno mediante fingida alabanza o el mal de ojo (vudú), extraviar mediante malas artes». El sustantivo de esta palabra (baskania) significa brujería.
Como dice el comentarista: “Los gálatas fueron embrujados por los judaizantes porque estos no aparecieron como los lobos rapaces que eran (Mt 7, 15), sino que llegaron dis¬frazados como «súper apóstoles” (superreferentes) (2 Cor 11, 5). El predicador fiel que ha trabajado dili¬gentemente en algún campo y tiene que combatir falsos referentes que quieren destruir la obra que Cristo hizo en otro a través de su predicación entiende perfectamente este lenguaje de Pablo. Porque Satanás se aprovecha de la debilidad e inconstancia de algunos miembros de la iglesia (su ser como adolescentes llevados por cualquier viento de ideologías novedosas -Ef. 4, 14). El gran anhelo de Pablo y de todo fiel obrero es que los hermanos estén «arraigados y so¬breedificados en él, y confirmados en la fe» (Col 2, 7).”
Los hechizamientos, y las fascinaciones, cambian de forma en cada época de la Iglesia y en cada cultura. Pero uno puede discernirlas por un encandilamiento que opaca el resplandor manso de la Cruz de Cristo.
Pablo afirma con fuerza que el único referente es Cristo y Cristo crucificado. Y es también el único Mediador. Para llegar a Él no es imprescindible ninguna mediación y son valiosas todas. Como el Buen Ladrón, cada ser humano puede mirar por sí mismo a Cristo Crucificado y recibir la gracia de que se le abra el corazón para confesarlo como Rey. Ese es el mensaje liberador de la Cruz: nuestro Rey no tiene “entornos” que monopolicen o impidan la llegada a su Corazón.
Afirmando esto quisiera expresar una preocupación que muchos compartimos en la Iglesia y que no es fácil formular bien. El intento es invitar a discernir “donde se da esta fascinación de la que habla Pablo en la Galacia (no “Galicia”) posmoderna”. La intención no es atacar a nadie sino provocar la advertencia en todos. Como dice el Martín Fierro:
Mas naides se crea ofendido,
pues a ninguno incomodo
y si canto de este modo,
por encontrarlo oportuno,
No es para mal de ninguno
Sino para bien de todos.
Por eso, como dice un poco antes el mismo Fierro: “aquéllos que en esta historia sospechen que les doy palo”, sepan que la pena que da ver a alguien “hechizado” y el deseo de que todos “tengamos a Jesús por único Rey y referente” supera todo palazo mezquino o parcial.
Lo que veo es que: una característica en este momento de la Iglesia es la fascinación con que se imponen algunas “palabras mágicas”.
¿No han notado cómo cada año surge una que, como reina efímera de la belleza, se le cae de los labios a todos y necesita ser pronunciada para que una propuesta tenga fuerza atractiva? ¿No les llama la atención que cuando se plantean problemas arduos del mundo actual, surgen algunas “palabras con poder mágico” que cuando alguien las instala pareciera que ¡ahora sí! los problemas como que desaparecen?
No quisiera pronunciar ninguna de estas “palabras mágicas”, porque si les cuestiono su “fascinación” irremediablemente las “ataco”, les quito su esencia. Y es injusto desmerecer la belleza que tienen las palabras nuevas en la Iglesia.
Pero sí puedo aprovechar para hacer caer en la cuenta de que también es injusto burlarse de las palabras antiguas, que han alimentado con su belleza y esplendor la fe y la vida litúrgica de otras generaciones.
Cada uno puede elegir por sí mismo una palabra o imagen de esas que le caen bien en la boca y luego buscar otra que le causa rechazo. Guste una y búrlese de la otra un rato y luego compare si en el fondo no tiene cierta semejanza el énfasis con que cada uno defiende una y ataca la otra.
De eso se trata: del énfasis que algunos ponen en el encanto de estas palabras para convertirlas en “puntos de referencia” irresistibles, de manera tal que si no es a través de ellas la persona siente que no puede acceder satisfactoriamente a Cristo.
Esta tentación (tan antigua como la fascinación de los Gálatas) tiene hoy una sutileza: los productores de palabras mágicas han abandonado el campo de la ideología y se han adentrado en el campo de las dinámicas.
El cambio que logro visualizar es que no se busca influir en los contenidos del pensamiento sino en las dinámicas que se utilizan para vivir. Se busca ser punto de referencia de las dinámicas que todos utilizan, lo cual es una forma sutil de constituirse en referente absoluto y de tener poder. Se trata de una ideología que apunta al dominio del punto de referencia en lo que hace a experiencias espirituales. Este dominio no tiene hoy el carácter de “lucha ideológica” (Como los que dicen por ej. “estos son los verdaderos ejercicios de San Ignacio”). Me animaría a decir que la fascinación viene hoy como “dinamismología”. Se proponen dinámicas y experiencias espirituales que logran hacer sentir que si uno no las experimenta, se pierde algo. Se trata de una “ideologización de la experiencia del Espíritu”. La experiencia “fascinante” no reemplaza a sino que se mezcla con las experiencias tradicionales (en los Ejercicios, en las Eucaristías, en las Reuniones…) pero con tal fuerza hechicera que si eso no está uno siente que lo otro no tuvo sal, le faltó chispa. Es una “levadura” distinta, cuyo gusto se fija en la memoria y, cuando desaparece, provoca la necesidad irresistible de algo nuevo y similar que siga dando gusto a lo insípido de la realidad cotidiana.
¿Por qué digo que esto huele a mal espíritu? Por que consolar así es propio sólo de Dios nuestro Señor, es una gracia que el Señor da a sus tiempos y que hay que pedir humildemente cada día. Es verdaderísimo que sin esta consolación la vida se vuelve insípida. Pero la tentación sutil está en proponer “dinámicas que permitirán producir, sí o sí, esa consolación”. Dinámicas exitosas, como alguien las llama.
En el evangelio, el Señor nunca engaña a los que invita a su seguimiento. Promete la vida plena “con lucha y persecuciones”. No invita a “disfrutar” sino “a dar fruto”. Es decir: no pone el acento en el goce de la dinámica sino en la consistencia del Don que es Él mismo, en medio de consolaciones y desolaciones.
Las dinamismologías apuntan volver irresistibles ciertas dinámicas provocando una adicción que convierte a los que las fabrican e idean en referentes últimos. Referentes abstractos, porque no siguen personalmente el proceso de los que utilizan sus dinámicas, pero muy concretos, porque se instalan allí donde la persona fija sus ojos a la hora de tomar decisiones.
Estas dinámicas instalan “ideas” fuertes, que a la hora de elegir, encandilan a la persona haciendo que no escuche a otro referente. Las ideas de “disfrute”, de “realización”, de “liberación de estructuras opresivas”…, que estas dinámicas hacen experimentar, se convierten en los puntos de referencia absolutos a los cuales mira la persona sin desear confrontar con nadie más.
La absolutización de dogmas y estructuras tiene su contrapartida mimética en la absolutización de dinámicas y técnicas.
Así, la espiritualidad de cada familia religiosa, trabajada a través del tiempo, con sus referentes propios en cada lugar, esta espiritualidad que es carisma que el Espíritu suscitó en las fundadoras y fundadores y que muchos vivieron como forma particular de ser católicos, se ve hoy opacada por una espiritualidad transversal, que tiene algunos referentes “universales” –fascinadores de ovejas- que hechizan y fascinan de manera tal que las ovejas pierden el gusto por el Agua viva de la propia espiritualidad.
Ante esta tentación, un signo que cada uno tiene que discernir por su cuenta, con la ayuda del Espíritu (porque todos los referentes son puestos en cuestión), es la pérdida del gusto de la sabiduría de la cruz, en la que el único Referente es Jesucristo.
Diego Fares sj