Domingo 27 C 2010

Parábolas para aumentar la fe

Los apóstoles le dijeron al Señor:
– Auméntanos la fe.
El respondió:
-Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un granito de mostaza, dirían a esa morera que está ahí: Erradícate y trasplántate en el mar, y les obedecería.

¿Quién de ustedes si tiene un servidor para arar o cuidar el ganado, cuando este regresa del campo, le dice: Ven pronto y siéntate a la mesa?
¿No le dirá más bien: Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después?
¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?
Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les ordenó, digan:
Somos servidores inútiles, sólo hemos hecho lo que debíamos hacer (Lc 17, 5-10).

Contemplación
Escuchemos bien el pasaje tratando de comprender lo que se dice: ¡Auméntanos la fe!
Esta expresión nos lleva directamente al corazón de los discípulos. Es una expresión de deseos y podemos simpatizar con ella, sentir que a nosotros nos pasa lo mismo. Hay situaciones en las que uno dice “esto es demasiado”. Y allí, si uno no se mira a sí mismo sino que alza el corazón a Jesús, puede brotar esta petición: Señor, aumenta mi fe.
Uno mira a los santos, cómo sentían en las dificultades, y piensa: evidentemente ellos tenían más fe. Este pedido tan lindo suele atraer una tentación de desilusión. Como si luego de pedir bien nos sobreviniera un pensamiento que nos roba algo: “está bien pedir un aumento de fe, pero la fe es un don, si no me la has dado ya…”. O también: “para pedir más fe hace falta fe”. “Ya sé que si no dudara… pero…”.
….
Los “peros” de la fe. Las dudas, las cavilaciones… Parásitos de la gracia que nos garronean.
En cambio ¡qué lindo es cuando uno cree y basta!, cuando uno se larga confiado. Ese momento en el que uno salta de la barca y se pone a caminar sobre el agua. Pero luego sobreviene el temor, las razones en contra…
No importa: “Poca fe”, dice cariñosamente el Señor. “¿Por qué dudaste?”.

“Aumenta nuestra fe” es siempre una buena fórmula, una buena oración.
Queremos decirle al Señor: Señor Jesús, te necesitamos. Ensanchanos el corazón, amplía nuestra mirada, fortalecenos en el obrar de cada día…
Tener fe es lo que más anhelamos. Quisiéramos confiar totalmente en vos. “Descargar en vos todas, absolutamente todas nuestras preocupaciones” como decía San Claudio de la Colombière.
¡Qué más quisiéramos que abandonarnos totalmente en vos y salir de nuestro mar de angustias, de nuestros cabildeos y pusilanimidades!. ¡Auméntanos la fe! Queremos creer, queremos confiar, queremos parar de pensar cosas que nos angustian y descansar en la roca de la fe, en la serenidad sufrida de tu amor. Queremos decir con Pablo: “quién podrá apartarnos del amor de Cristo”. Queremos decir: “Sé en Quién me he confiado”. Queremos exclamar como el papá de aquel chico enfermo: “Creo, Señor, pero aumenta mi fe”.

Pues bien, a esta oración tan auténticamente humana, a esta oración que expresa tan bien lo que pasa en nuestros corazones, el Señor responde con tres parábolas cortas y de gran impacto. Son para mí como la síntesis de tres parábolas y tienen una eficacia irresistible, de manera tal que si uno “tiene oídos y las quiere escuchar”, si uno las “escucha y las comprende”, si uno “las comprende y les hace caso y se pone manos a la obra”, le regalan el fruto maduro de un aumento instantáneo de su fe.

La primera “parábola” es la del grano de mostaza. Escuchemos a Jesús cómo “resume” la parábola del granito de mostaza y la pone en acción:
“Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un granito de mostaza,
dirían a esa morera que está ahí:
Erradícate y trasplántate en el mar,
y les obedecería”.
En la parábola para ejemplificar cómo son las cosas en el Reino de los Cielos, la imagen del granito de mostaza invita a “tener paciencia”: el reino comienza siendo lo más pequeño y luego, con el tiempo, tiene un crecimiento desmesurado. Aquí, en cambio, Jesús pone un ejemplo de poder y de eficacia desmedidos que se dan en el acto y para ello basta una fe pequeñísima como un granito de mostaza.
¿Responde el Señor con esto al pedido de aumento de fe?
Sí. Responde aumentando “la idea” que ellos tienen de la fe. Les dice: miren que la fe es “siempre más grande” que ella misma, como que se autopotencia. La fe es una realidad viva, es una semilla que está creciendo por sí misma y pueden “usar” su fuerza desde el primer instante. Es eficaz desde el comienzo. Aunque sea pequeñita, tiene ya el árbol entero en su pequeñez de semilla.
Jesús les hace maravillarse de lo que significa “haber recibido ya la fe”, les hace confiar en el poder de esa semillita que Él ya les ha dado.
Tengan fe en la fe misma, les está diciendo.
Confíen en la fe que les he dado Yo. Como un talento, ejercítenla. Hagan actos de fe –Creo en Jesucristo, mi Dios y Señor-.

Y cómo se hace un acto de fe?
Es como ordenar a una higuera que se desarraigue y que se transplante en el mar.
¿Qué quiere decir con esta imagen?. Está diciendo: “Confíen en que algo que está arraigado en la tierra, por el poder de Dios se pueda transplantar y puede arraigar en el mar. Es una imagen, una manera de decir algo, de orientar nuestra mirada en la dirección de la fe. Nosotros “vemos” las cosas “arraigadas”, situadas, con una historia, como parte de un proceso… Desconfiamos (aunque nos encante) de lo “instantáneo”, de lo “mágico”…
Con esta imagen de desarraigo de la tierra y de arraigo en el mar, el Señor apunta a la naturaleza misteriosa de las cosas: las cosas están arraigadas en la tierra, es verdad, pero más hondo están arraigadas en su Creador. Y él puede hacer que, arraigadas en Él (en la fe), puedan luego arraigar en “lugares imposibles”. La santidad de infinito número de hermanos nuestros lo demuestra. Para el que no crea, basta ver cómo “arraigan nuestras obras de caridad” allí donde menos se lo espera. ¿Dónde si no en la fe están arraigadas nuestras Casas de la Bondad y nuestros Hogares y Hospederías?
Así, la primera parábola aumenta la fe instantáneamente al que la pone en práctica y “manda las cosas a que –arraigadas en la fe- arraiguen en lugares imposibles”. Y las cosas obedecen! Y la mirada misma de uno cambia al darse cuenta de que apeló a un arraigo que no se ve pero que es verdaderísimo. Uno le dijo a algo o a alguien: vos estás arraigado en Dios y harás lo que él quiera. Y yo estoy tranquilo con eso. Vivo confiando en ese arraigo. La fe es un mandato irresistible que podemos hacer a toda realidad apelando a su arraigo más hondo: (Como sé que estás arraigada en tu Creador y Señor, te mando que te arraigues en el mar (allí donde sólo en Dios podrás echar raíz porque el mar no te dará lo que necesitas).

La segunda parábola va muy unida a la tercera, pero se pueden distinguir para provecho de la fe. Es una parábola en la que Jesús está mostrando el contraste entre los patrones humanos y Él como Señor y Servidor nuestro. Dice así:
“¿Quién de ustedes si tiene un servidor para arar o cuidar el ganado, cuando este regresa del campo, le dice:
Ven pronto y siéntate a la mesa?
¿No le dirá más bien:
Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme
hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después?
¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor
porque hizo lo que se le mandó?”
El “quién de ustedes” es una frase única de Jesús. Es como decir “¿Se pueden imaginar que un amo sirva a su criado y le agradezca por cumplir con su tarea?
Jesús les hace caer en la cuenta (nos hace caer en la cuenta) de quién es Él en quien confiamos. La frase nos recuerda el lavatorio de los pies y la promesa de servirnos a la mesa en el cielo. Nos hace ver que la fe es arraigar en Alguien como Él, en Jesús, el que dio la vida por nosotros, el que se juega por servirnos y perdonarnos, el que nos llama a colaborar con él en el trabajo apostólico. Así como antes agrandó la idea de la fe misma, eficaz en su pequeñez, ahora agranda la imagen y el valor de su Persona. No existe un patroncito igual a Él en esta tierra. La fe no es sólo mirar la tarea que nos encomienda sino mirarlo a Él y desear servirlo y adorarlo luego de cumplir con la tarea. Al que practica esto, al que después de laburar por el Reino se pone a disposición de Jesús para lo que Él mande en la oración, el Señor lo hace descansar, le sirve la Eucaristía, le lava los pies, le perdona los pecados, lo alimenta con su Palabra y le ayuda a gozar en la fe contemplando las obras buenas realizadas en conjunto, según el designio del Padre.

La última parábola apunta a “aumentar la fe” empequeñeciéndonos a nosotros mismos. O poniéndonos en nuestro lugar, simplemente. Jesús nos da la frase justa, la que disipa las dudas y consolida la fe:
“Así también ustedes,
cuando hayan hecho todo lo que se les ordenó, digan:
Somos servidores inútiles,
sólo hemos hecho lo que debíamos hacer”.
El trabajo bien hecho dignifica porque tiene su valor en sí mismo. Al hacer lo que debemos encontramos nuestra medida y eso hace que nos sintamos plenos en nuestro límite y pequeñez. Al hacer bien el bien caemos en la cuenta de que lo cotidiano es milagro. Una señal es que uno puede decir sinceramente: la obra requería ser hecha bien y al hacerla no he hecho más que cumplir con lo debido. Al hacer las cosas bien uno siente que poder hacerlas fue un don, que uno “colaboró” y que ver las cosas bien hechas es suficiente premio.
Decir “no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber” nos arraiga en Dios y nos aumenta la fe. La vida nos regala una secreta plenitud cuando cumplimos de corazón con nuestro deber, sin reclamar nada externo a la tarea misma.
Diego Fares sj

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