Exaltación de la Santa Cruz

“Hacé silencio…”

Jesús dijo: “Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo,
el Hijo del hombre que está en el cielo.
De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto,
también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
para que todos los que creen en él tengan vida eterna.
Sí, tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único
para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo,
sino para que el mundo se salve por él” (Juan 3, 13-17).

Contemplación
“La exaltación de la Cruz” requiere que busquemos algunos puntos de referencia para poder contemplarla bien.

El Cardenal Martini (“El evangelio de San Juan, Meditación 12ª) dice que esto de ver la Cruz como lugar de exaltación es un tema propio de Juan. La imagen que está detrás es la de la un rey que sube a su trono. Existe, sin embargo, una gran diferencia:
“Mientras que el rey humano elevado al trono domina imponiéndose, Jesús elevado en la cruz domina atrayendo.
“Yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré todos a mí” (Jn 12, 32).

Jesús exaltado en la cruz atrae silenciosamente.
Atrae su figura más que mil palabras.
Y en esta fiesta es lindo que nos dejemos atraer por la Cruz del Señor.

Podemos quedarnos contemplando en silencio alguna imagen de la cruz que nos atraiga. Alguna imagen ante la cual apliquemos el oído de nuestro corazón y lo abramos a la fe:
“Es necesario que sea levantado el Hijo del hombre
para que todo el que crea en él tenga vida eterna” (Jn 3, 14-15).

Dejémonos atraer por este Jesús entregado en las manos amorosas del Padre con abandono y obediencia filial:
“Cuando levanten al Hijo el hombre, entonces conocerán que Yo soy y que no hago nada por mí mismo”.

Jesús lo hace todo por el Padre. Por eso abraza su Cruz cuando le llega su Hora, cuando está seguro que desde esa Cruz el Padre atraerá a todos a la salvación. Atraer a Jesús es propio del Padre y de la Cruz. “Nadie viene a mí si el Padre no lo atrae”, dice Jesús.
Los evangelios nos muestran un silencioso fluir hacia la cruz del Pueblo de la Nueva Alianza:
“Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de Joset, y Salomé, que le seguían y le servían cuando estaba en Galilea, y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén” (Mc 15, 40).
Nos unimos a esa pequeña multitud que se va incrementando a lo largo de los siglos, la multitud de los que se dejan atraer por la Cruz, la multitud de hombres y mujeres que miran allí a su Salvador, que se dejan purificar por él, que bendicen la cruz y le unen la suya, que la exaltan y la abrazan de corazón…

Una característica del estilo de Juan en su evangelio es que narra de tal manera las cosas que uno ve cómo se compenetran entre sí diversos planos:
en los gestos más humanos de Jesús se refleja el misterio Trinitario más hondo: el estar allí abandonado en la Cruz como el más pobrecito de los hombres sufrientes, es quizás la imagen más visible de su estar en la Intimidad del Padre.
También se juntan –sin confundirse- los tiempos: el momento preciso en que el Señor entrega su Espíritu al derramar sangre y agua de su Corazón abierto por la lanza, es un momento que se vuelve presente en cada Eucaristía, en cada Bautismo, en cada Confirmación.

En la Cruz se compenetran también lo más alto con lo más interior.
Exaltación de la Cruz es igual a interiorización de la Santa Cruz.
Cuánto más violentamente es “expuesto” el Señor y “sacado de sí”, más dentro de sí está, más en el Padre y más en nosotros, que lo contemplamos con fe.

Por eso, para nosotros, exaltar la cruz,
ponerla en lo más alto, no significa alejarla;
elevarla es dejarla pesar en el centro más íntimo
de nuestro corazón, con su peso de amor,
de manera tal que comencemos
a gravitar en torno a ella,
esperanza única, árbol de la vida, fuente de la salvación.

Exaltar la cruz es abrazarla hasta sentirla nuestra.
De modo tal que queramos y deseemos
estar con Jesús allí donde él está por mí.

Exaltar la cruz es bendecirla y adorarla,
estrecharla contra nuestro pecho,
besarla en silencio.

El silencio es el ámbito propio de la Cruz.
La cruz es locuaz en el silencio que irradia:
la cruz nos habla con su Palabra de amor que calla
y nos llega al corazón.

La cruz nos habla porque en ella está el Fruto,
la cruz nos habla como un árbol: por sus frutos,
en el silencio con que nos entrega su Fruto.
Todas las gracias provienen de allí.
Puede ser lindo rezar la oración de los frutos de la Madre Teresa contemplando al Fruto bendito de la Cruz:

“El Fruto del silencio es la oración,
El Fruto de la oración es la fe,
El Fruto de la fe es el amor,
El Fruto del amor es el servicio,
El Fruto del servicio es la Paz.”

Comenzando por el fruto del Silencio, pedimos la gracia de alcanzar el fruto de la Paz.

En una charla del Padre Rossi sobre la Madre Teresa, por Radio María, llamó una mujer y contó una experiencia que tuvo cuando fue a trabajar un tiempo de voluntaria a Calcuta. Contaba que fue tal el impacto que le produjo ver la miseria y el sufrimiento humano (ver la cruz), que los primeros días trabajaba y trabajaba sin parar, haciendo todo lo que le pedían. Y cómo en un momento una monja se le acercó y le dijo con cariño al oído, en inglés: “(be) silent…, (be) silent… –haga silencio…, haga silencio…”-. “Pero si estoy callada”, respondió ella. Y apenas respondió así, se dio cuenta de que estaba tratando de tapar el dolor con palabras, con los ruidos de su angustia. Entonces comenzó a silenciar esas voces interioriores hasta que pudo “mirar en silencio” lo que la rodeaba y en ese silencio –decía- pudo ver a Jesús, el rostro de Jesús en las personas a las que servía.

Pedimos a la Virgen la gracia de hacer silencio ante la cruz.
Dejamos que nuestro silencio se eleve hasta ella
y vuelva de ella a nuestro interior.
Viendo a Jesús puesto en Cruz
por nosotros
se acallan nuestras ansias
se silencian nuestros gritos de miedo.
La única palabra que brota de la Cruz es el amor que Jesús nos tiene,
amor del que nada ni nadie nos podrá separar.
Diego Fares sj

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