Domingo 23 C 2010

La columna del haber

Caminaban con Jesús grandes muchedumbres acompañándolo, y él, dándose vuelta, les dijo: «Si alguna persona viene a mí y no aborrece a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y se viene en mi seguimiento, no puede ser mi discípulo. ¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, y mira si tiene para terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda terminar y todos los que lo vean se burlen de él y digan: «Este hombre comenzó a edificar y no pudo terminar.» ¿Y qué rey, si marcha para entrar en guerra contra otro rey, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera, todo aquel de entre ustedes que no renuncia a todos sus haberes, no puede ser mi discípulo» (Lc 14, 25-33).

Contemplación
Caminaba con Jesús mucha gente, esperanzada con el Maestro, con sus milagros y enseñanzas. Y Jesús, deteniéndose, aprovecha el momento de consolación para hacernos reflexionar.
La palabra clave de este pasaje, creo que está al final: “los haberes”.
“El que no renuncia a todos sus haberes no puede ser mi discípulo”.
Hay que leer el pasaje hasta el final, porque si uno se queda con la frase de Jesús “el que no odia a su padre y a su madre…”, la cosa no cierra. Y me parece que cierra menos todavía si se trata de suavizar la traducción poniendo “amar menos” a la familia o “amar más a Jesús”… Al evangelio no hay que edulcorarlo ya que en su radicalidad y exigencia tiene su dulzura y su suavidad.

No se trata de ninguna manera de “odiar” a las personas. ¡Cómo podemos pensar que Jesús va a hablar de odiar si nos manda que amemos hasta a nuestros enemigos!
Y tampoco se trata de amar más o menos, como decíamos.
Me parece que si leemos la última frase se aclara lo que el Señor está diciendo. La renuncia es a lo que ponemos en la columna del haber.

A las personas hay que amarlas, no tenerlas como posesiones en nuestra columna del haber. En la columna del haber sólo tiene que estar Jesucristo. Él es nuestro único tesoro, y lo podemos “tener” porque se nos da gratuitamente. Él es nuestra Vida: el que nos la regaló, el que nos la cuida, el que nos la sana, el que nos la alimenta y el que nos la resucitará con una vida eterna. Tener otras cosas en la columna del haber es ilusión y vanidad. Nada trajimos a este mundo y nada nos llevaremos.

El Señor no nos está pidiendo que lo amemos más a él y menos a nuestros seres queridos. Nada de eso. Nos manda amarlo a Él por sobre todas las cosas y al prójimo, nos manda sacarlo de la columna de nuestras posesiones para poder amarlo como a nosotros mismos.

Lo que está diciendo el Señor es que, cuando una creatura –sean los más amados o nuestra propia vida terrena- se nos mete en la columna del haber como si fuera una posesión, nos esclaviza. Cuando algo hace que nuestro corazón se aficione a ello como a un ídolo, debemos “odiarlo”, aborrecerlo, no en sí mismo, como persona o cosa, sino aborrecer el rol que juega, el lugar que ocupa, la energía que nos roba. No se trata de odiar a nada ni a nadie, ya que todas las cosas son buenas. Se trata de aborrecer que alguna realidad pase a ocupar el lugar de Dios en nuestro corazón.

Cuando uno desea demás “a otro” o sufre demás “por otro”, en realidad está proyectando deseos y angustias propios. Ha puesto al otro entre sus haberes y entonces uno siente que “no puede vivir sin el otro” o que “morirá si algo le pasa al otro”. Al renunciar a mirar al otro como un haber mío como que se caen las ilusiones que me hacen desear demás o sufrir demás. Cuando ponemos al Señor en el centro de nuestros haberes, las otras realidades se ordenan y las vemos en su justo valor.

San Ignacio nos hace llamar “las otras cosas” a todas las realidades creadas –personas, cosas, situaciones, tiempo, bienes, capacidades…- y nos dicen que “son para nosotros y para que nos ayuden a “alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor”.
Decir que son “ayudas” o “medios” no significa desvalorizarlas en sí mismas. Todo lo contrario: es renunciar a usarlas como “haberes” y posesiones nuestras. Entonces podemos amarlas bien, valorándolas como personas y cosas que son “de Dios”. Debo servirme de las creaturas tanto cuanto me ayuden para que Jesús –la Vida verdadera- habite en el centro de mi corazón. Y debo servir a los demás tanto cuanto necesiten para que Jesús reine en sus corazones.

Desde esta perspectiva de “contabilidad evangélica” se aclara también lo de la Cruz. No se trata de “amar la cruz” como padecimiento. Se trata de no ponerla en la columna del debe, sintiendo que es tanto lo que pesa (un pecado, un sufrimiento, una persecución…) que nuestra economía se vuelve insostenible. El Señor nos manda “cargar la cruz y seguirlo”, nos da permiso para ser discípulos suyos con esta deuda, con este problema inevitable, con esto que sufro y no puedo solucionar.

Los dos ejemplos de “cálculos humanos” que propone el Señor, uno económico y otro político, sirven para clarificar más todavía estas lecciones de economía divina. Jesús grafica dos situaciones en las que uno calcula y negocia bien. Si no querés que se te burlen, no te metés en negocios de construcción que no vas a poder terminar ¿no es verdad? Y si no te gusta perder la guerra negociás con tu enemigo ¿no es así? Toda persona sensata juzga sensatamente de estas cosas. Todos entendemos este lenguaje, o por las buenas o por las malas.
Pero Jesús da vuelta las cosas: en el reino de los cielos, esta sensatez es necedad y la locura de Dios es más sabia que la viveza criolla.
En el reino de Jesús como sólo Él está en la columna del haber se puede emprender cualquier obra buena confiados en su providencia.
Y como él salda todas las deudas y nos defiende contra todos los enemigos, no hay que negociar con nadie.
No teman. Ese es el fruto de tener sólo a Jesús como tesoro y a todo lo demás como tarea.
Tarea linda para crear, confiados en que Él nos dará los medios necesarios y terminará la obra comenzada; y tarea dura para cargar con Él, que la vuelve suave y llevadera.
Las cosas y las personas son “ayuda” y “trabajo”, no “posesiones” ni “bienes” nuestros. Renunciar a considerarlas como posesiones nos libra de las preocupaciones que angustian y nos limpia la mirada para “en todo amar y servir”.
La oración de San Ignacio nos ayuda a expresarle al Señor el deseo de ser sus discípulos como Él quiere:

Tomad Señor y recibid
Toda mi libertad
Mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad
Todo mi haber y mi poseer
Vos me lo diste
A Vos Señor lo torno
Todo es vuestro
Disponed a toda vuestra voluntad
Dadme vuestro amor y gracia
Que esta me basta.
Diego Fares sj

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