De a poco se nos va haciendo familiar llamarlo San Alberto Hurtado. Al comienzo parecía que “el padre Hurtado” era más familiar. San Alberto Hurtado: sin dejar de ser cercano, su figura se nos va agigantando. Los santos como los buenos vinos mejoran con el tiempo. Y a medida que crece su santidad impresiona más sentirlo contemporáneo. Esta mañana el Padre Fernando Boasso me contaba que él tuvo la gracia de conocerlo, en los días que pasó en el Máximo, luego de la visita que le había hecho a Pío XII. Fernando contaba que cuando les dio la charla todos quedaron con la impresión de alguien especial, “había en él algo que irradiaba santidad”. Cuando me daba testimonio de su conocimiento del Santo sentí que era el primer santo del que tenía un testimonio directo de alguien que lo conoció. Así es nuestra fe: viene del testimonio personal, del encuentro con los Testigos de Cristo.
Las lecturas nos hablan de una fe puesta en obras. “Tuve hambre y me diste de comer, estaba en la calle y me alojaste”. Santiago dice que “mostrará su fe por las obras”. Es lo que Aparecida rescató de Hurtado: “en nuestras obras, nuestro pueblo sabe que comprendemos su dolor”. Las obras. Hurtado fue un hombre de acción. En eso es plenamente discípulo de Ignacio: contemplativo en la acción, buscando a Dios en todas las cosas, allí donde el servicio del prójimo le enciende como un fuego el corazón.
Pero el secreto de su acción –arrolladora y extenuante mística del servicio- es el amor a Jesucristo. Hurtado toma en serio el “cada vez que lo hiciste con un hermano mío de estos pequeños lo hiciste conmigo” y lo traduce con esa fórmula de fe sólida como una roca: el pobre es Cristo. Lo que hacemos con los pobres lo hacemos con Cristo.
¿Cual es la gracia que nos deja Hurtado? Todos concuerdan en que es “El Hogar de Cristo”. Pero en su sentido profundo El Hogar de Cristo es más que un trabajo de justicia y misericordia. Hurtado nos enseña cuáles son las obras que le agradan al Padre, las que dispuso para que practicáramos. Hacer hogares de Cristo, esa es la tarea que nos deja como gracia. Porque cuando el Señor nos encuentra ocupados en los trabajos propios de los hogares de Cristo, nos bendice y nos alegra. Felices aquellos servidores a quienes el Señor los encuentre ocupados en estos trabajos. Los sentará a la mesa y se pondrá a servirlos él mismo.
Decir Hogar de Cristo es decir comunidad de inclusión. Comunidad que da vida a otras, a comunidades apostólicas, abiertas a todos los servicios y a todas las alegrías que necesitan los Cristos desamparados por las estructuras injustas de la sociedad.
El Hogar de Cristo es un Fuego que enciende otros fuegos. Hurtado nos enseña que es en medio de la práctica de las obras de justicia y de misericordia donde nos hacemos discípulos de Cristo, Hijos del Padre y amigos en el Señor.
Hurtado es un fuego que enciende otros fuegos, imagen linda que contiene muchas otras: Hurtado es una fe de roca sólida que consolida otras fe; Hurtado es un sentido social que establece vínculos profundos con el sentido social de todos; Hurtado es una sed de justicia que despierta la sed de muchos. Pero sobre todo Hurtado es un sacerdote alegre que despierta personas capaces de ser alegres.
Contento, Señor contento. Jaculatorias que salen del fondo del alma –le decía en unos Ejercicios a los curas-: contento, Señor contento. Y para estarlo decirle a Dios siempre: “Sí, Padre!”.
Este “sí, Padre”, de Hurtado era un sí a todos sus hermanos. ¿Se acuerdan de ese que lo encontró entrando al Noviciado luego de hacer un trámite y casi saliendo para otro y le pidió las llaves de la camioneta? Y él, sin chistar, “cómo no, patroncito” y muy fresco se tomó el bus después que el otro, más joven, le llevó la camioneta. “All right. Very well”. Lo decía en Inglés, sonriendo siempre. Era su “Todo bien”, pero un Todo bien de verdad, un Todo bien dicho a Dios. En sus tres tipos de examen de conciencia lo expresaba claro. Hay gente que se pregunta ¿Estoy contento de mí? Es la pregunta de muchos filósofos y de los que buscan en la introspección un pensamiento positivo. Hurtado dice que es examen de auto-corrección, frío y seco. Desconoce la fe y la caridad.
Otros se pregunta: ¿Está Dios satisfecho conmigo? Para él es un examen insuficiente. Las dificultades están en que debilita mi esfuerzo, provoca insatisfacción, y lleva al complejo de inferioridad, o a dejar el examen. No sé lo que Dios piense de mí, lo sabré en el cielo.
Hurtado propone el examen ignaciano: ¿Estoy contento de Dios? ¿Estoy contento de su voluntad, de lo que manda, de mi deber de estado, de mis superiores, de mi tiempo? ¿Coopero en el sitio y forma en que Él me ha puesto, sin protestas?
Este es el sentido profundo de su Contento, Señor, Contento. Contento contigo. Contento con tu voluntad. Contento con mis compañeros, con mi Patria, con mi tiempo… contento con lo que me toca, con lo que me has dado, porque me lo das tú, porque puedo vivirlo contigo.
Les confieso que antes de leer esto, la frase me sonaba a “pensamiento de autoayuda”, a un contento un poco chirle. Hurtado no estaba contento consigo mismo, en primer lugar, ni con el mundo que le tocó vivir, sino contento con Jesús. Y en Jesús, sí: contento con todo lo demás. “Cristo es la fuente de nuestra alegría. En la medida que vivamos en Él viviremos felices”.
“Por fin me tienes de jesuita -le escribía a un amigo querido-, feliz y contento como no se puede ser más en esta tierra. Reboso de alegría y no me canso de dar gracias a Nuestro Señor porque me ha traído a este verdadero paraíso, donde uno puede dedicarse a Él las veinticuatro horas del día, sirviéndolo y amándolo a todas horas y donde toda acción tiene el fruto de ser hecha por obediencia”.
Y ya adulto, recién ordenado: “Y ¡ya me tiene sacerdote del Señor! Bien comprenderá mi felicidad inmensa y con toda sinceridad puedo decirle que soy plenamente feliz. Dios me ha concedido la gran gracia de vivir contento en todas las casas por donde he pasado y con todos los compañeros que he tenido. Y considero esto una gran gracia. Pero ahora al recibir in aeternum la ordenación sacerdotal, mi alegría llega a su colmo. Ahora ya no deseo más que ejercer mi ministerio con la mayor plenitud posible de vida interior y de actividad exterior compatible con la primera”.
Y confesaba Hurtado su secreto: “El secreto de esta adaptación y del éxito está en el amor al Sagrado Corazón de Jesús, esto es al Amor de Nuestro Señor desbordante, el Amor que Jesús como Dios y como hombre nos tiene y que resplandece en toda su vida”.
“Contento con Jesús. “Nuestra vocación es integración total a Cristo, a Cristo resucitado. ¿En qué consiste esta actitud? Es difícil definirla. Es distinta para cada uno. Pero negativamente, se puede decir que es la eliminación de todo lo que choca, molesta, apena, inquieta a los otros, lo que les hace la vida más dura, más pesada, les desagrada…San Pablo: «Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo» (Gál 6,2). No dice: «imponed a los demás vuestras cargas». Se hace más pesada la atmósfera general”.
“Esto es triunfar del egoísmo sutil, que expulsado de la trama de nuestra vida, por la necesidad de la obra apostólica, tiende a refugiarse en los bordados y repliegues, es decir, en nuestra sensibilidad egoísta haciendo valer el sacrificio a nuestros propios ojos y en el trato con demás; haciendo sentir y comprender que se es un mártir o al menos una víctima. La abnegación total es alegría perpetua. ¿Es la cuadratura del círculo? No. Porque hay un vínculo secreto entre el don de sí, por amor, y la paz del alma”.
“El temperamento dulce, alegre, ligeramente original, simple, no afectado, alegre, amable en el recibir las personas y las cosas, contribuye a la alegría de la vida… Así Santa Teresa alegraba y contribuía alegrando… Algunas bromitas a tiempo… El sentarse junto a una mesa modestamente. Los primeros jesuitas: San Ignacio y compañeros en las afueras de París…”
“El agrado y la alegría deben ser como el verde en que se planta la abnegación. No hay sólo que darse, sino darse con la sonrisa. No hay sólo que dar la vida (dejarse matar, dice él) sino ir al combate de etiqueta y cantando”.
“Lo peor que les puede pasar (le decía a unos amigos que estaban sufriendo incomprensiones y problemas económicos) es tomarlo demasiado en serio, pues nadie les va a compensar ese dolor. Acuérdese de las jaculatorias que le recordaba yo en Santiago: ¡Contento, Señor, Contento!, ¡Canta y avanza! En este mundo traidor… todo es según el color del cristal con que se mira: escoja un colorcito verde esperanza, que es muy bueno, y échele sus preocupaciones a Nuestro Señor que sabe por qué se las manda. Para su salud, para su felicidad, para su santificación: aprenda a tomarlo todo con paz, confianza en el Padre de los cielos, alegría… y no demasiado a lo serio”.
“Hacer amar la virtud. Hacer que los ejemplos sean contagiosos, de otra manera quedan estériles. Hacer la vida de los que nos rodean sabrosa y agradable. Si no se hace amar la virtud, no se la buscará. Se la estimará, pero no se la buscará”.
Esta es la gracia más linda de Hurtado: nos hizo amar la virtud. Nos hizo amable el trabajar juntos por los más necesitados. Hurtado nos hace sentir el Espíritu de Hogar, el aire de Familia, en nuestras obras.
“Todos desearían estar en la cumbre de monte para gozar bella vista, pero lo que aparta de ella es el trabajo, la dificultad. La subida es difícil, a veces peligrosa, parece larga, se renuncia. Pero el alegre le quita esa aspereza. Es como el alpinista, si vuelve alegre y animoso: consigue otros; si vuelve costaleado, tiritón y quejándose, ¡bah, dicen, esto no es para mí! Un santo triste, ¡un triste santo! «Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11,29-30)”.
“Ante la angustia del mundo contemporáneo, a la cual algunos responden con la evasión y otros con el pesimismo, Hurtado responde: Y sin embargo, la vida no es triste sino alegre; el mundo no es un desierto, sino un jardín; nacemos, no para sufrir, sino para gozar; el fin de esta vida no es morir sino vivir. ¿Cuál es la filosofía que nos enseña esta doctrina? ¡¡El Cristianismo!!”
Es verdadera la doctrina de la Cruz. “Pero nada de ello impide que para el cristiano esta vida sea camino de alegría, fuente de aguas vivas y frescas que saltan hasta la vida eterna (cf. Jn 7,38), clima de paz, de esa paz que nos dejó Cristo, que el mundo no conoce, pero que es la satisfacción del orden, la saciedad del amor”.
¡Contentos, Señor contentos! Contentos contigo. Y en ti, contentos con lo que nos encomendaste: contentos con tus Obras y Hogares de San José. Contentos con tus Casas de la Bondad, Contentos con tus Refugios de María…
Contentos con vos y, en vos, contentos con nuestros hermanos más pequeños, con nuestros patroncitos. Contentos de poder decirles: Sí, Patroncito, sintiendo que le estamos diciendo que sí a nuestro Padre.
Contentos con vos, Jesús, y en vos, contentos con nuestros hermanos y compañeros de trabajos, contentos con el puesto que nos has asignado y con las tareas que afrontamos, contentos incluso con las dificultades.
¡Contentos, Señor, muy contentos!