Domingo 22 C 2010

Los cumpleaños en El Hogar

Sucedió que, entrando Jesús en casa de uno de los jefes de los fariseos en sábado a comer, ellos lo observaban de cerca (…). Jesús les narraba a los invitados una parábola, reparando cómo se elegían los primeros asientos, diciéndoles: «Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: ‘Déjale el sitio’, y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar.
Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: «Amigo, acércate más», y así quedarás honrado delante de todos los invitados. Porque todo el que se enaltece será abajado, y el que se abaja será enaltecido.»
Después dijo al que lo había invitado: «Cuando des un almuerzo o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Serás bienaventurado, porque ellos no tienen cómo retribuirte, se te retribuirá en la resurrección de los justos!» (Lc 14, 1. 7-14).

Contemplación
¿De qué tratan las parábolas? Observamos atentamente al Señor. Por supuesto que no con el espíritu de los fariseos, que lo siguen de cerca para criticarlo, sino con espíritu de discípulos, que lo que quieren es aprender de su Maestro.
Nos interesa aprender a mirar la vida con los criterios de Jesús.
¿En qué se fija el Señor, que nota? Lucas nos dice que le llamó la atención cómo los invitados se elegían los primeros puestos. Es una de las cosas más humanas que hacemos en las reuniones formales: uno pega una mirada –ficha- y busca el mejor puesto de acuerdo a sus intereses. Al revés de lo que se hace en las fiestas de familia en las que uno fluye y está un poco con todos.

En casa de los fariseos Jesús no está a gusto. Y nota que nadie está a gusto. Es una comida interesada: los invitados buscan acomodarse. Entonces, a esta gente, Jesús les cuenta la parábola del que queda mal por pretencioso y del que resulta honrado por su humildad. Y para que no se malinterprete lo que dice, como si fuera una técnica más sutil para quedar bien, cuenta la segunda parábola que habla del deseo de ser retribuidos y lo pone en su fin último: feliz el que obra de tal manera que sólo Dios se lo puede retribuir en la resurrección de los justos.
El Señor rectifica nuestra intención. Cala hondo en los deseos humanos y los ordena a su fin.
Si sos invitado no pelees por tu lugar, esperá discretamente a que te lo señalen. Si tenés pretensiones es que no te sentís verdaderamente invitado. En las fiestas sociales, el que invita tiene bien claro qué lugar ocupa cada invitado en su corazón y en su fiesta. Y si uno acepta la invitación debe aceptar los deseos del anfitrión: es su casa y su fiesta. Él me señala dónde quiere que esté. Cuando uno no acepta estas reglas elementales, se siente incómodo. Y por ahí le hacen notar la desubicación.
Tambien es bueno esperar los tiempos del que invita. Seguramente me tiene en cuenta, aunque demore en hacerlo notar por causa de toda la gente. Pero si me aprecia, en algún momento se me acercará y tendrá una deferencia.
La consigna, pues, para los invitados es mantenerse humildemente a la espera de que el que invitó redoble la invitación.
La dinámica del invitado es no adueñarse del espacio y del tiempo de la fiesta, sino dejarlos disponibles para que el que invitó despliegue líbremente sus manifestaciones de alegría y su deseo de homenajearnos y regalarnos con sus dones.

En la otra parábola, la que Jesús le cuenta directamente al que lo invitó, podemos decir que el Señor muestra cuál es la dinámica del que invita. Como en el caso anterior, se trata de la dinámica de la gratuidad. El Señor lo que hace es “ampliar” el espíritu de fondo que anima toda organización de una fiesta. Una cosa es hacer negocios. Otra muy distinta es invitar a una fiesta. La gratuidad de una fiesta es manifestación de la alegría grande que alguien siente por un don que la vida le da y que como es tan lindo quiere compartirlo dando a su vez a los demás.
Jesús consolida este buen deseo y lo limpia de todo lo que pueda empañar su pureza: si das gratuitamente que sea totalmente gratuito el don.
¿Cómo?
Dando a los que no te puedan pagar.
Si son lindas las fiestas entre amigos, en las que lo que se da y lo que se recibe se igualan naturalmente, más lindas son todavía –hace notar Jesús- las fiestas para los que no pueden retribuir con cosas.
La retribución de la que habla Jesús en la resurrección de los justos es una retribución muy particular. Como todo lo eterno, si bien se dará en plenitud en la resurrección, tiene sus chispazos de adelanto ya en esta vida –en la alegría pura que inunda el alma al ser “alegría por la alegría del otro” y no por ningún otro interés.
Poder alegrarme de la alegría de otro es de las alegrías más puras y plenas que experimenta el corazón humano.

Esta parábola la venimos viviendo en el Hogar desde hace varios meses con la celebración de los cumpleaños de nuestros comensales. Una vez por mes celebramos los cumpleaños de todos compartiendo un momento especial. Una repostera dona seis tortas riquísimas (la verdad es que son de las más ricas que hemos probado, en esto coincidimos todos) que trae en su auto el día anterior y se guardan en la heladera y del Hogar. Toda la fiestita se organiza al detalle para que se pueda compartir el momento (son dos turnos de 86 comensales cada uno) sin apuros, con las mesas limpias, y dando un tiempo para que se coma la torta en paz. Hay regalitos para los cumpleañeros, cantos, velitas, aplausos y sonrisas.
Aquí es donde digo que uno tiene adelantos de esa “recompensa” de felicidad plena de la cual habla Jesús. El corazón de muchos asoma por los ojos, las caras recobran expresiones de la infancia y las sonrisas son de las más lindas del mundo.
Las parábolas del Señor no están narradas, en primer lugar, con un objetivo ético. Son parábolas para abrir los ojos a los tesoros más lindos del mundo. Estamos ciegos por pretensiones y nos perdemos el milagro de las alegrías puras que transcurren ante nuestros ojos cuando ponemos en práctica las dinámicas que nos propone el Señor.
La dinámica del enaltecer, homenajear y hacer sentir bien al que no puede retribuirnos sino con su alegría (esa expresión de sentirse digno y querido que asoma por la mirada), y la dinámica de no buscar nuestra propia recompensa sino gozar saboreando en esperanza la que el Señor nos tiene preparada, son dinámicas que dilatan el corazón. Dios nuestro Padre nos ha invitado gratuitamente a la vida y a su seguimiento y tiene muchas fiestas gratuitas y muchos primeros puestos en los que nos quiere ver enaltecidos. El más alto es este, de organizarle fiestas a los demás.

Y para cuidar estas gracias vale recordar la regla de San Ignacio con su sabia pedagogía para dinamizar y nunca perder la “consolación”:
“El que está consolado procure humiliarse y bajarse cuanto puede, pensando cuán para poco es en el tiempo de la desolación sin la tal gracia o consolación. Por el contrario, piense el que está en desolación que puede mucho con la gracia suficiente para resistir a todos sus enemigos, tomando fuerzas en su Criador y Señor” (EE 324).
Diego Fares sj

Domingo 21 C 2010

La puerta está abierta


Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén.
Una persona le preguntó:
«Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?»
El respondió:
«Luchen con empeño para entrar por la puerta estrecha,
porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán.
En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo:
«Señor, ábrenos.»
Y él les responderá:
«No sé de dónde son ustedes.»
Entonces comenzarán a decir:
«Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas.»
Pero él les dirá:
«No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!»
Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes echados afuera. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, y serán admitidos en el banquete del Reino de Dios.
Hay algunos que son los últimos y serán los primeros,
y hay otros que son los primeros y serán los últimos» (Lc 13, 22-30).

Contemplación
La pregunta de aquella persona: “Señor ¿es verdad que son pocos los que se salvan?” motivó a Jesús a contar la parábola de la puerta estrecha.
La pregunta parece que apunta para el lado de las estadísticas, pero en el fondo encierra una inquietud personal. Si son pocos los que se salvan, yo tengo menos posibilidades…, pensaría éste.
Jesús pescó su preocupación y quiso responderle focalizándo a todos en el objetivo: “Ustedes preocúpense seriamente por entrar por la puerta estrecha; y, si de verdad quieren entrar, entren ahora mismo, antes de que el dueño de casa cierre la puerta”.
Pensemos que Jesús estaba delante de ellos, hablándoles. ¡Esta gente tuvo la oportunidad de preguntarle directamente a Jesús en persona! Entonces el Señor, ante semejante pregunta, no puede sino urgirlos a que se jueguen. Les está diciendo: “¡Che! Avívense! Yo soy la Puerta. Nadie va al Padre sino por mí. ¿Creen esto? Bueno, aprovechen ahora. Miren que no estoy mucho tiempo con ustedes”.

¿Cómo nos implicamos nosotros en la escena?
Puede ayudarnos tratar de imaginar bien cuál es la puerta estrecha que nos lleva directo al Reino.
La imagen de la puerta estrecha es tridimensional. “Entrada estrecha” en la mentalidad de Jesús Buen Pastor es senderito de montaña que se angosta a medida que uno sube; es también la puertita del corral de las ovejas, cuya estrechez permite que el pastor las haga entrar y salir de a una, sin que se le amontonen, y poder así llamarlas a cada una por su nombre, y rascarles cariñosamente la cabeza. Pero la puerta es estrecha también por otros dos motivos: porque es mucha la gente que quiere entrar y porque el tiempo de que quede abierta se termina. Las imágenes que usa el Señor son claras y apuntan a movernos. Salí de las cavilaciones, focalizate en la puerta, apurate que se cierra, no te perdás la oportunidad.

¿La oportunidad de qué? ¿La puerta estrecha que me lleva a donde? ¿Qué significa para mí la salvación?

Convengamos que las respuestas tradicionales a estas preguntas van a contrapelo de nuestra mentalidad actual. No visualizamos como interesante una puerta que nos lleve al cielo (al menos no por ahora, no en este preciso momento). Nuestros ojos están puestos en las mil puertas que nos llevan a este mundo, no en la única que nos “sacaría” de él! (Aunque Jesús no pide al Padre que nos saque sino que nos cuide del Maligno). Pero nosotros estamos interesados en entrar por las puertas de los shoppings, por los portales de Internet, deseamos tener tarjetas que nos abran las puertas de los cajeros de los bancos y que nos permitan ingresar a lindas casas y pertenecer a clubes y círculos de gente amiga…
O quizás no. Quizás alguno esté interesado en el Padre. Existe Jesús. Existe el Padre. Si todo el evangelio fueran consejos morales para aplicar a este mundo sería poca cosa. El evangelio es para abrirnos una puerta a la Vida infinitamente rica en Amor que es la Vida de Dios.

Volvamos entonces al que le hizo la pregunta a Jesús ¿qué habrá visto en el Señor, qué le habrán hecho sentir sus palabras, que se le despertó esta pregunta?
Me parece que vió algo muy lindo, tanto que, como suele pasar cuando experimentamos algo especial, ahí nomás le vino la duda: y esto ¿será para mí? ¿será para todos? Es lo que nos pasa ante las cosas lindas de Jesús: nos dan ganas de seguirlo, pero nos parece que no vamos a poder llegar, que el reino de los cielos es para un grupo selecto de santos que pudieron entrar en este círculo de pertenencia plena a Jesús, donde todo es motivo de alegría y gozo, hasta las penas, y donde la amistad no tiene resquicios y donde cada uno está contento en su puesto de servicio sin ser ni más ni menos que nadie.
“¿Es verdad que serán pocos los que se salven?”, es una pregunta que no nos animamos a formular por temor a la respuesta. Nos parece que la respuesta es sí, serán pocos. Hay también un “outlet de la salvación”, una pertenencia al reino que es de segunda mano, donde se está dentro pero no en plenitud…

¡Y no es para nada así!
Si uno lee bien, es verdad que Jesús muestra que entrar al Reino requiere esfuerzo, que la puerta es angosta y el tiempo corto, pero también es verdad ¡que la puerta está abierta! Hoy está abierta. Abierta para mí. Puedo entrar. El hecho de que me advierta que se va a cerrar es para hacerme valorar lo grandioso de que esté abierta hoy. Para que no me crea que “total hay tiempo”. Las ofertas se hacen por el día. Si no, no son ofertas. Nadie se mueve a aprovecharlas. Toda la parábola de hoy, con su lenguaje exigente y de advertencias apocalípticas no es para asustarnos sino para urgirnos:
entrá ahora al reino del Amor del Padre,
entrá por la Puerta Abierta que es el Corazón de Jesús,
metete rápido que luego nada ni nadie te podrá sacar.
Metete como estás, aprovechá que está abierto.
Cuando está abierto está abierto, no hay otra exigencia que entrar.

La única exigencia de la libertad gratuita del amor de Dios es que hay que entrar en su ámbito cuando él lo abre. Como no depende de nosotros que esté abierto, apenas lo vemos abierto hay que entrar!

Esto sucede muchas veces por día en la vida de un cristiano: el amor invita líbremente a entrar en su reino, a actuar según los criterios del amor, a jugarse y tirarse de cabeza en algún pequeño gesto de amor, y si uno lo aprovecha, el corazón se nos llena de alegría, y si no, luego de unos momentos, la puerta se cierra, pasó la ocasión y aunque uno quiera volver atrás ya no se puede.
Cada uno puede hacer recuento de las oportunidades que se le brindan con cada persona, de las que acepta y de las que deja pasar. Esta experiencia es personal y clara y la parábola de hoy le pone nombre.

Para Teresita esta puertita estrecha era “pescar al vuelo la ocasión de hacer algo por agradar al Padre”. Lo estrecho era ese instante de decisión enteramente personal en ella se jugaba sin dudar por la fe en Dios y obraba por amor, por darle el gusto a Dios. Cuando obraba así o alababa a Dios así, se le dilataba el corazón.
Para Hurtado esta puertita era decir siempre “Sí, al Padre”. Decírselo en cada “Sí, patroncito”, en cada “encantado patroncito”, dicho a los prójimos.
Decir sí, era “entrar por la puerta estrecha”, porque el sí no le dejaba márgenes, lo hacía ir para adelante, confiado totalmente en las manos del Padre. Y el premiaba pacificándole el corazón con su presencia.

¿Estoy contento de Dios? Era la pregunta “estrecha” por la que Hurtado hacía pasar su corazón y su mente antes de abrirse a otras preguntas o meterse en otras cuestiones. Estoy contento de Dios era la afirmación que le despejaba el camino y le abría el horizonte. “Cuando le digo que estoy contento con Él, esa es la mejor alabanza que puedo hacerle y es la mejor manera de expresarle todo mi amor”. Nada nos pone más contentos que alguien que nos ama esté contento con nosotros. Cuando alguien se pone contento de vernos es señal de que nos ama. Y esto también vale para nuestra relación con Dios. Estar contentos con Dios es “estar contenidos en Dios”, y al que está contento en Él se le dilatan los márgenes de su vida, por más estrechos que parezcan vistos de afuera. De esto da ejemplo la vida de los santos: el Carmelo de Teresita tiene densidad de cielo, puertas abiertas a lo trascendente a la vuelta de cada ricnón de encuentro cotidiano.
Entrar por la puerta estrecha que es sólo Jesús lleva a las amplísimas praderas del Reino. Él también entra en nuestra vida por la puerta estrecha de la Eucaristía y una vez dentro nos comunica consigo y con el Padre y su Espíritu nos gana el corazón.
Diego Fares sj.

San Alberto Hurtado sj

De a poco se nos va haciendo familiar llamarlo San Alberto Hurtado. Al comienzo parecía que “el padre Hurtado” era más familiar. San Alberto  Hurtado: sin dejar de ser cercano, su figura se nos va agigantando. Los santos como los buenos vinos mejoran con el tiempo. Y a medida que crece su  santidad impresiona más sentirlo contemporáneo. Esta mañana el Padre Fernando Boasso me contaba que él tuvo la gracia de conocerlo, en los días  que pasó en el Máximo, luego de la visita que le había hecho a Pío XII. Fernando contaba que cuando les dio la charla todos quedaron con la impresión  de alguien especial, “había en él algo que irradiaba santidad”. Cuando me daba testimonio de su conocimiento del Santo sentí que era el primer santo  del que tenía un testimonio directo de alguien que lo conoció. Así es nuestra fe: viene del testimonio personal, del encuentro con los Testigos de Cristo.
Las lecturas nos hablan de una fe puesta en obras. “Tuve hambre y me diste de comer, estaba en la calle y me alojaste”. Santiago dice que “mostrará su  fe por las obras”. Es lo que Aparecida rescató de Hurtado: “en nuestras obras, nuestro pueblo sabe que comprendemos su dolor”. Las obras. Hurtado fue un hombre de acción. En eso es plenamente discípulo de Ignacio: contemplativo en la acción, buscando a Dios en todas las cosas, allí donde el servicio del prójimo le enciende como un fuego el corazón.
Pero el secreto de su acción –arrolladora y extenuante mística del servicio- es el amor a Jesucristo. Hurtado toma en serio el “cada vez que lo hiciste  con un hermano mío de estos pequeños lo hiciste conmigo” y lo traduce con esa fórmula de fe sólida como una roca: el pobre es Cristo. Lo que hacemos  con los pobres lo hacemos con Cristo.
¿Cual es la gracia que nos deja Hurtado? Todos concuerdan en que es “El Hogar de Cristo”. Pero en su sentido profundo El Hogar de Cristo es más que un trabajo de justicia y misericordia. Hurtado nos enseña cuáles son las obras que le agradan al Padre, las que dispuso para que practicáramos. Hacer hogares de Cristo, esa es la tarea que nos deja como gracia. Porque cuando el Señor nos encuentra ocupados en los trabajos propios de los hogares de Cristo, nos bendice y nos alegra. Felices aquellos servidores a quienes el Señor los encuentre ocupados en estos trabajos. Los sentará a la mesa y se pondrá a servirlos él mismo.
Decir Hogar de Cristo es decir comunidad de inclusión. Comunidad que da vida a otras, a comunidades apostólicas, abiertas a todos los servicios y a todas las alegrías que necesitan los Cristos desamparados por las estructuras injustas de la sociedad.
El Hogar de Cristo es un Fuego que enciende otros fuegos. Hurtado nos enseña que es en medio de la práctica de las obras de justicia y de misericordia donde nos hacemos discípulos de Cristo, Hijos del Padre y amigos en el Señor.
Hurtado es un fuego que enciende otros fuegos, imagen linda que contiene muchas otras: Hurtado es una fe de roca sólida que consolida otras fe; Hurtado es un sentido social que establece vínculos profundos con el sentido social de todos; Hurtado es una sed de justicia que despierta la sed de muchos. Pero sobre todo Hurtado es un sacerdote alegre que despierta personas capaces de ser alegres.
Contento, Señor contento. Jaculatorias que salen del fondo del alma –le decía en unos Ejercicios a los curas-: contento, Señor contento. Y para estarlo decirle a Dios siempre: “Sí, Padre!”.
Este “sí, Padre”, de Hurtado era un sí a todos sus hermanos. ¿Se acuerdan de ese que lo encontró entrando al Noviciado luego de hacer un trámite y casi saliendo para otro y le pidió las llaves de la camioneta? Y él, sin chistar, “cómo no, patroncito” y muy fresco se tomó el bus después que el otro, más joven, le llevó la camioneta. “All right. Very well”. Lo decía en Inglés, sonriendo siempre. Era su “Todo bien”, pero un Todo bien de verdad, un Todo bien dicho a Dios. En sus tres tipos de examen de conciencia lo expresaba claro. Hay gente que se pregunta ¿Estoy contento de mí? Es la pregunta de muchos filósofos y de los que buscan en la introspección un pensamiento positivo. Hurtado dice que es examen de auto-corrección, frío y seco. Desconoce la fe y la caridad.
Otros se pregunta: ¿Está Dios satisfecho conmigo? Para él es un examen insuficiente. Las dificultades están en que debilita mi esfuerzo, provoca insatisfacción, y lleva al complejo de inferioridad, o a dejar el examen. No sé lo que Dios piense de mí, lo sabré en el cielo.
Hurtado propone el examen ignaciano: ¿Estoy contento de Dios? ¿Estoy contento de su voluntad, de lo que manda, de mi deber de estado, de mis superiores, de mi tiempo? ¿Coopero en el sitio y forma en que Él me ha puesto, sin protestas?
Este es el sentido profundo de su Contento, Señor, Contento. Contento contigo. Contento con tu voluntad. Contento con mis compañeros, con mi Patria, con mi tiempo… contento con lo que me toca, con lo que me has dado, porque me lo das tú, porque puedo vivirlo contigo.
Les confieso que antes de leer esto, la frase me sonaba a “pensamiento de autoayuda”, a un contento un poco chirle. Hurtado no estaba contento consigo mismo, en primer lugar, ni con el mundo que le tocó vivir, sino contento con Jesús. Y en Jesús, sí: contento con todo lo demás. “Cristo es la fuente de nuestra alegría. En la medida que vivamos en Él viviremos felices”.
“Por fin me tienes de jesuita -le escribía a un amigo querido-, feliz y contento como no se puede ser más en esta tierra. Reboso de alegría y no me canso de dar gracias a Nuestro Señor porque me ha traído a este verdadero paraíso, donde uno puede dedicarse a Él las veinticuatro horas del día, sirviéndolo y amándolo a todas horas y donde toda acción tiene el fruto de ser hecha por obediencia”.
Y ya adulto, recién ordenado: “Y ¡ya me tiene sacerdote del Señor! Bien comprenderá mi felicidad inmensa y con toda sinceridad puedo decirle que soy plenamente feliz. Dios me ha concedido la gran gracia de vivir contento en todas las casas por donde he pasado y con todos los compañeros que he tenido. Y considero esto una gran gracia. Pero ahora al recibir in aeternum la ordenación sacerdotal, mi alegría llega a su colmo. Ahora ya no deseo más que ejercer mi ministerio con la mayor plenitud posible de vida interior y de actividad exterior compatible con la primera”.
Y confesaba Hurtado su secreto: “El secreto de esta adaptación y del éxito está en el amor al Sagrado Corazón de Jesús, esto es al Amor de Nuestro Señor desbordante, el Amor que Jesús como Dios y como hombre nos tiene y que resplandece en toda su vida”.
“Contento con Jesús. “Nuestra vocación es integración total a Cristo, a Cristo resucitado. ¿En qué consiste esta actitud? Es difícil definirla. Es distinta para cada uno. Pero negativamente, se puede decir que es la eliminación de todo lo que choca, molesta, apena, inquieta a los otros, lo que les hace la vida más dura, más pesada, les desagrada…San Pablo: «Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo» (Gál 6,2). No dice: «imponed a los demás vuestras cargas». Se hace más pesada la atmósfera general”.
“Esto es triunfar del egoísmo sutil, que expulsado de la trama de nuestra vida, por la necesidad de la obra apostólica, tiende a refugiarse en los bordados y repliegues, es decir, en nuestra sensibilidad egoísta haciendo valer el sacrificio a nuestros propios ojos y en el trato con demás; haciendo sentir y comprender que se es un mártir o al menos una víctima. La abnegación total es alegría perpetua. ¿Es la cuadratura del círculo? No. Porque hay un vínculo secreto entre el don de sí, por amor, y la paz del alma”.
“El temperamento dulce, alegre, ligeramente original, simple, no afectado, alegre, amable en el recibir las personas y las cosas, contribuye a la alegría de la vida… Así Santa Teresa alegraba y contribuía alegrando… Algunas bromitas a tiempo… El sentarse junto a una mesa modestamente. Los primeros jesuitas: San Ignacio y compañeros en las afueras de París…”
“El agrado y la alegría deben ser como el verde en que se planta la abnegación. No hay sólo que darse, sino darse con la sonrisa. No hay sólo que dar la vida (dejarse matar, dice él) sino ir al combate de etiqueta y cantando”.
“Lo peor que les puede pasar (le decía a unos amigos que estaban sufriendo incomprensiones y problemas económicos) es tomarlo demasiado en serio, pues nadie les va a compensar ese dolor. Acuérdese de las jaculatorias que le recordaba yo en Santiago: ¡Contento, Señor, Contento!, ¡Canta y avanza! En este mundo traidor… todo es según el color del cristal con que se mira: escoja un colorcito verde esperanza, que es muy bueno, y échele sus preocupaciones a Nuestro Señor que sabe por qué se las manda. Para su salud, para su felicidad, para su santificación: aprenda a tomarlo todo con paz, confianza en el Padre de los cielos, alegría… y no demasiado a lo serio”.
“Hacer amar la virtud. Hacer que los ejemplos sean contagiosos, de otra manera quedan estériles. Hacer la vida de los que nos rodean sabrosa y agradable. Si no se hace amar la virtud, no se la buscará. Se la estimará, pero no se la buscará”.
Esta es la gracia más linda de Hurtado: nos hizo amar la virtud. Nos hizo amable el trabajar juntos por los más necesitados. Hurtado nos hace sentir el Espíritu de Hogar, el aire de Familia, en nuestras obras.
“Todos desearían estar en la cumbre de monte para gozar bella vista, pero lo que aparta de ella es el trabajo, la dificultad. La subida es difícil, a veces peligrosa, parece larga, se renuncia. Pero el alegre le quita esa aspereza. Es como el alpinista, si vuelve alegre y animoso: consigue otros; si vuelve costaleado, tiritón y quejándose, ¡bah, dicen, esto no es para mí! Un santo triste, ¡un triste santo! «Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11,29-30)”.
“Ante la angustia del mundo contemporáneo, a la cual algunos responden con la evasión y otros con el pesimismo, Hurtado responde: Y sin embargo, la vida no es triste sino alegre; el mundo no es un desierto, sino un jardín; nacemos, no para sufrir, sino para gozar; el fin de esta vida no es morir sino vivir. ¿Cuál es la filosofía que nos enseña esta doctrina? ¡¡El Cristianismo!!”
Es verdadera la doctrina de la Cruz. “Pero nada de ello impide que para el cristiano esta vida sea camino de alegría, fuente de aguas vivas y frescas que saltan hasta la vida eterna (cf. Jn 7,38), clima de paz, de esa paz que nos dejó Cristo, que el mundo no conoce, pero que es la satisfacción del orden, la saciedad del amor”.
¡Contentos, Señor contentos! Contentos contigo. Y en ti, contentos con lo que nos encomendaste: contentos con tus Obras y Hogares de San José. Contentos con tus Casas de la Bondad, Contentos con tus Refugios de María…
Contentos con vos y, en vos, contentos con nuestros hermanos más pequeños, con nuestros patroncitos. Contentos de poder decirles: Sí, Patroncito, sintiendo que le estamos diciendo que sí a nuestro Padre.
Contentos con vos, Jesús, y en vos, contentos con nuestros hermanos y compañeros de trabajos, contentos con el puesto que nos has asignado y con las tareas que afrontamos, contentos incluso con las dificultades.
¡Contentos, Señor, muy contentos!

Domingo 20 C 2010 Asunción de María

María, la Mujer conectada

            Aleluia. María fue llevada al cielo; se alegra el ejército de los ángeles. Aleluia.

 María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.

Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.

Apenas esta oyó el saludo de María, dio saltos de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo y levantó la voz con gran clamor diciendo:

«¡Bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿De dónde a mí esto de que venga la Madre de mi Señor y se me acerque a mi? Cuando escuché tu voz y tu saludo en mis oídos dio saltos de alegría el niño en mi seno. Feliz la que creyó que se van cumplir las cosas que le dijeron de parte del Señor».

María dijo entonces:

«Magnifica al Señor mi alma

y mi espíritu se regocija en Dios, mi Salvador,

porque Él miró con bondad la humildad de su servidora.

De ahora en adelante todas las generaciones dirán lo feliz que soy,

porque el Todopoderoso hizo grandes cosas a favor mío:

¡Santo es su Nombre!

Su Misericordia se se va derramando en cada generación

Sobre la gente pequeña que tiene santo temor de Dios.

Veo cómo Él hace ostentación de poder con su brazo:

Veo cómo dispersa a los que son soberbios en los proyectos mismos de su corazón; cómo derroca de sus tronos a los poderosos y eleva a los humildes;

Veo que colma de bienes a los que tienen hambre y despide a los que son ricos con las manos vacías.

Y toma bajo su amparo a Israel, su servidor, acordándose siempre de la misericordia, tal como se lo había anunciado a nuestros padres,

a favor de Abraham y de su descendencia para siempre.»

María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa (Lc 1, 39-56).

Contemplación

 En la fiesta de la Asunción, el pasaje del evangelio que nos propone la liturgia no es el de la partida de María sino el de su Visita a su prima Isabel. Desde la Anunciación, María es la mujer conectada. Con Jesucito en su seno, que llena desde el comienzo todo su corazón y ensancha su mirada, María se ha conectado con todos. Apenas se escucha su voz ya se sabe que es ella.

En el seno del pueblo fiel, entre la gente más sencilla, se expresa bien esto que todos sentimos: con María cada uno y todos juntos nos comunicamos sin dificultad. Hay banda ancha, mensajitos gratis, comunicación directa. Es bueno hacerlo conciente porque es la gracia más linda que nos regaló el Padre junto con Jesús. Es una gracia para el “ahora y para la hora de nuestra muerte” como rezamos tantas  veces en el Avemaría.

Jesús es la Palabra, pero la tonada es de María. Y el hecho de que María haya llevado al Señor en la panza y en ese estado de gravidez se haya dado el encuentro con Isabel, en el que esta percibe la presencia del Salvador en la voz de su prima y amiga, es modelo y tipo de cómo se establece nuestra comunicación con Jesús. La encarnación y embarazo de la Madre de Dios no es un servicio pasajero para que luego venga lo importante, que Jesús se desenvuelva solo entre la gente y vaya predicando su Palabra. La Palabra hecha carne hace vibrar de alegría la voz de María y hace dar saltos de alegría a Juan en el seno de Isabel. Todo en María es ámbito de resonancia para Jesús Palabra. Se hizo carne es “se hizo María”. La carne no es envoltorio ni cáscara. Nuestra carne es carne espiritual y el “techo” de este misterio (que más que techo es cielo abierto) lo contemplamos en Jesús en el seno purísimo de María. Por eso la “Asunción” no es una “ascensión”, como si algo de esta tierra fuera llevado a otra parte, a lo alto del cielo. Es asunción porque lo que el Señor “Asumió”, la carne de su Madre, lo termina de Asumir haciendo que “allí donde Yo estoy estén también ustedes”, como promete en Juan. El misterio de la Asunción termina de revelar lo que hizo el Hijo al “bajar” a este mundo y venir a habitar en el seno de María. Lo que hizo no fue “bajar” sino más bien “hacer subir” al mundo en María al Cielo. Cuando uno se inclina y baja para alzar a un bebé la intención es de subirlo, no de quedarnos abajo: lo que uno hace es atraerlo hacia la altura de su corazón. Asumir es abajarse para enaltecer al otro.

María lo expresa en el ritmo mismo de su Magnificat: sintiendo a Jesús dentro de ella su carne se eleva y se ensancha su corazón. Ve a Dios como el que “eleva a los humildes”. Lo siente como un Padre que se inclina hacia su pequeñez y la envuelve con su infinita misericordia.

Y lo más lindo es ese ensanchamiento que experimenta María, que hace que nos sienta incluidos a todos. No es que María haya sido bendecida y, luego, comienza a “pagar” esa gracia siendo buena con los demás. Al experimentar la gracia en su carne, como la carne es común a todos, María nos “siente” agraciados a nosotros, sus hermanos en humanidad. Ella expresa lo que acontece en “toda carne” viviéndolo en plenitud en la suya particular. Isabel expresa este “contagio” –porque es propio de la carne poder contagiarse- de alegría. El anuncio le viene de afuera –el saludito lindo de María (“!Hola! ¡Isabel!!!)- pero se conmueve la carne que lleva dentro de su carne, salta de alegría su hijo. La conexión está establecida. María se conecta “carnalmente” con toda carne. Y su carne espiritualizada, no sólo por su propio espíritu, sino por el Espíritu Santo y el Hijo, espiritualiza toda carne. Se palpa por los frutos. Uno se acerca a María y queda espiritualizado. Pero no “intelectualmente” sino carnalmente espiritualizado: uno sale sonriente, más tranquilo, viendo las cosas distinto, más transfigurado. Uno camina más decidido, con esperanza. Siente ganas de comunicarse con los suyos, de rezar por los demás.

Una experiencia fuerte que tenemos en Luján (por decir en un lado especial) es la de entrar, mirar a la Virgen y pasar a estar conectados con todos. A uno le empiezan a subir al corazón nombres de personas y uno reza por todos. Ante María nos conectamos. En la Basílica la gente se mueve distinto, cada uno encuentra su espacio y fluye entre los demás sin apuro, sin mirar a un fin, a algo que tiene que hacer e irse. Uno se mueve en la Basílica como queriendo quedarse, demorando la partida, sintiendo pena de tener que irse. Uno se mueve ascendiendo. Mientras va o viene en medio de la gente, el corazón como un globo tira para arriba.

María tiene fuerza ascensional. Dinamiza nuestra carne hacia arriba. Alza la mirada, levanta la sonrisa, hace que suba el pecho tomando aire profundo… Levanta los brazos para saludar y alabar…

En este día tan lindo de la Asunción de María en carne –en cuerpo y alma- al cielo, nos dejamos levantar como tomados de su mano, como prendidos a sus ojos, como alzados en brazos por nuestra Madre. Que cada uno se deje llevar por las pequeñas asunciones de María: siendo asumidos en ella por el Padre, dejando que nos “pesque” Jesús con sus anzuelos y que el Espíritu se pose y nos encienda el corazón para que suba como la luz de una velita…

Que como Isabel nos sintamos alegrados por la visita de María, que bajando a visitarnos nos asume consigo y nos enaltece. Su venida asume nuestras penas y los estremecimientos de nuestra carne y les insufla Espíritu de Jesús. María hace que nuestra carne se cristifique, se eucaristice, se vuelva más como la de Jesús. Conectarse con Ella es como comulgar. Conectarse con ella es sentir la alegría de la Encarnación, de que Dios habita en nuestra tienda y camina nuestra historia. Conectarse con ella es asumir la carne de nuestros hermanos más dolientes y desamparados. Conectarse con ella, la mujer conectada, es conectarse con el Padre nuestro y con todos los hermanos.

Diego Fares sj

Domingo 19 C 2010

Bolsas del Cielo

Jesús dijo a sus discípulos:
«No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre se ha complacido en darles a ustedes el Reino. Vendan sus bienes y denlos como limosna. Trabajen haciendo bolsas que no envejezcan y tesoros que no se agoten, en el cielo, donde no se aproxima ningún ladrón ni la polilla puede corroer. Tengan en cuenta que allí donde uno tiene su tesoro, allí está también su corazón.
Estén preparados, ceñido el vestido y con las lámparas encendidas. Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta.
¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos. ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así!
Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa.
Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada.»
Pedro preguntó entonces:
«Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?»
El Señor le dijo:
«¿Cuál es el encargado de las cosas de la casa (oikonomos) digno de confianza y prudente, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno? ¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentra ocupado en este trabajo! Les aseguro que lo pondrá por sobre todos sus bienes.
Pero si este servidor piensa en su corazón: «Se demorará la llegada de mi señor», y se dedica a maltratar a los más chicos y a las servidoras más pequeñas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse, su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles.
El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo.
Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más» (Lc 12, 32-48).

Contemplación
Al comenzar a escribir “hagan bolsas que no envejezcan” se me vino la imagen de las “bolsas del cielo”. Quizás fue que pasaba el camión de Manliba recogiendo las bolsas de basura y se me ocurrió pensar en los ángeles tesoreros, que pasan por las calles de las ciudades juntando bolsas con tesoros para el cielo. ¿Cómo serán las bolsas del cielo? No de plástico que contamina ni tampoco biodegradables. Pienso que si los tesoros del Reino son alegría, paz, amabilidad, justicia, misericordia y amor, discreción espiritual, fortaleza y paciencia, las bolsas deben tener forma de corazones.
Nuestro corazón comienza a latir en otra persona y si en algún “lugar” tiene esperanzas de seguir latiendo, eso que llamamos el cielo no será sino donde late Otro corazón.
En el Reino que el Padre se ha complacido en regalarnos, las bolsas con tesoros de caridad tienen figura y consistencia de corazón. Son bolsas especiales, porque el contenido es entre líquido y gaseoso:
la alegría es como un hilito de Agua de vertiente;
la paz es como una brisa suave que todo lo envuelve;
el amor hace que el corazón se vuelva líquido, como decía el Cura de Ars, en el sentido de que no se va endureciendo sino volviendo más tierno…
Es que las cosas del Espíritu son difíciles de guardar si no es en lugares como el cielo, donde el agua se guarda en nubes y el viento sopla libre. No se pueden guardar cosas pesadas, diríamos. Nuestro corazón es lo más parecido al cielo. Algunas veces nos asustamos de que sea tan voluble, tan hipersensible, que cambie tanto de estados de ánimo… Es que es “bolsa” que se adecua a su contenido. Cambia de forma y de ritmo de acuerdo a lo que le damos, a los objetos que le tiramos dentro.
El dinero lo petrifica y hace que sus latidos se vuelvan calculados y mezquinos;
la ira lo chamusca o lo carboniza con el mismo fuego con que quiere destruir a su enemigo;
la pasión lo vuelve esclavo de aquello que quiere poseer;
el miedo lo inunda por dentro con lo que teme que le pueda sobrevenir;
la vanidad le cambia las ventanas por espejos y lo infla y desinfla como un globo.
“Tengan en cuenta que allí donde uno tiene su tesoro, allí está también su corazón”.
Es terrible arrojar embolsar cosas malas porque el corazón es una bolsa espiritual que toma la forma de lo que se le mete adentro, se vuelve semejante a lo que contiene.

Y el Señor… ¿qué tipo de tesoros nos propone para embolsar en el corazón, de manera tal que sus ángeles puedan pasar a buscarlos cada noche para irlo guardando cuidadosamente en nuestra cuenta del Cielo, esa que está abierta a nuestro nombre y en la que podemos depositar a toda hora?
Dos tesoros nos propone Jesús. Dos tesoros que se pueden atesorar y hacen feliz al corazón que los guarda adentro suyo.
Podríamos nombrarlos con dos palabras y decir: son los tesoros de la oración y del servicio. Pero cada uno tiene ya sus preconceptos y puede ser que alguno tienda a colocar la oración y el servicio en la columna del debe más que en la del haber.
Fijémonos cómo lo expresa el Señor. “¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos. ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así!”
La oración es un tesoro porque hace que el corazón esté velando, despierto y tenga en esperanza la alegría que le dará la llegada de su Señor, el Tesoro verdadero.
La oración es tesoro porque hace que el corazón tome la forma del Tesoro que recibirá y lo adelanta.
Es decir: no se trata de cualquier oración. La oración tesoro es esa que hacía Teresita, que le dejaba la mente descansada, porque metía una o dos palabritas del evangelio nomás, y el corazón dilatado.
La oración Tesoro dilata la bolsa del corazón con la esperanza de un Jesús glorioso que regresa de la Fiesta de Bodas.
Cuando vayás a rezar, acordate de que hay una oración Tesoro. No solo se trata de hablar de cosas, de pedir y de comprender…
Hay una oración Tesoro que dilata tu corazón con el Soplo del Espíritu
y lo pone en marcha a toda vela, apostólicamente,
que hace arder tu corazón con el fuego de la caridad
que enciende otros fuegos
y lo refresca con el Agua viva de la fe que salta hasta la vida eterna.
Esta oración es la que le agrada al Padre, la que se reza en espíritu y en verdad, la que transfigura nuestro corazón volviéndolo adorador y servicial. Esta oración es la que el Padre ve y premia en lo secreto, haciendo una Alianza en la que queda escrito lo que hablamos, depositado a nuestro nombre y el Suyo.

El otro tesoro es el del servicio y Jesús se lo aclara a Pedro con la Parábola del encargado fiel: “¿Cuál es el encargado de las cosas de la casa digno de confianza y prudente, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno? ¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentra ocupado en este trabajo! Les aseguro que lo pondrá por sobre todos sus bienes”.
Después, Jesús revela lo que “piensa en su corazón” el encargado que maltrata a sus compañeros. Piensa: “total mi Señor tardará en llegar”.
Aquí se ve, por contraposición, lo que guarda en su corazón el encargado fiel: “Mi Señor vendrá pronto, espero poder tener todo hecho como si estuviera él en persona.
Por lo dicho antes, vemos que este Señor es uno que es capaz de premiar a los suyos sirviéndolos en persona: “Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos”.
Hay por tanto un “servicio Tesoro”, que no es “gasto” sino “premio”: el privilegio de poder servir como sirve Jesús y a los que Jesús sirve.
Servir a los más pequeños es un don, como servir a los propios hijos y seres queridos.
Nuestro padre San Ignacio tuvo la gracia de comunicarnos en sus Ejercicios esta doble bienaventuranza que nos muestra cómo hay una oración y un servicio que son tesoros y que hacen que nuestro corazón adquiera la forma feliz del Tesoro que recibe y practica.
La síntesis de Ignacio está en esos dos ejes de sus EE que son el Principio y Fundamento y la Meditación del Rey Eternal que nos llama. Estas meditaciones transmiten la dinámica del Reino tal como la expresa Jesús en el Evangelio de hoy.
La oración Tesoro brota de la conciencia de que “El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor”. Por tanto, en cualquier momento puedo “depositar de corazón en el Cielo un tesorito de Alabanza y Adoración”.
El servicio Tesoro nace de un servicio que se sabe respuesta a un llamamiento. En la meditación del Reino, Ignacio nos muestra a un Jesús Rey eterno, que viene a llamar a todos los hombres y a darle a cada uno de los que se sienten contentos de trabajar con Él un puesto de servicio en su Reino.
Si uno está en el trabajo que le encomendó el Señor, en su misión, todo lo que hace reditúa en Tesoro en el Cielo. En cambio, “el que no junta conmigo, desparrama.”. El que se mete donde no lo llaman, más que atesorar, desparrama.
Feliz, pues, el que encuentrasu horario de oración Tesoro y su puesto de servicio Tesoro: se le transfigurará el corazón y se le convertirá en “bolsa del cielo”. Como decía el Cura de Ars: “Hijos míos, su corazón es pequeño, pero la oración lo dilata y lo hace capaz de amar a Dios. La oración nunca nos deja sin dulzura…, en la oración se funden las penas como la nieve ante el sol. Otro beneficio de la oración es que hace que el tiempo transcurra tan aprisa y con tanto deleite que ni se percibe su duración. Miren, cuando era párroco en Bresse, en cierta ocasión en que casi todos mis colegas habían caído enfermos, tuve que hacer largas caminatas durante las cuales oraba al buen Dios, y, créanme que el tiempo se me hacía corto.
Hay personas que se sumergen totalmente en la oración, como los peces en el agua, porque están totalmente entregadas al buen Dios. Su corazón no está dividido. Cuánto amo a estas almas generosas. San Francisco de Asís y santa Coleta veían a nuestro Señor y hablaban con él del mismo modo que hablamos entre nosotros.”
Diego Fares sj