Domingo 12 C 2010

Jesús nos conoce y le gusta que lo conozcamos

Un día en que Jesús estaba orando a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy Yo?»
Ellos le respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado.»
«Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy Yo?»
Respondiendo, Pedro dijo: «El Mesías de Dios.»
Y él con órdenes terminantes les mandó que a nadie comunicaran esto, diciendo: «El Hijo del hombre tiene que padecer muchas cosas, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.»
Y decía a todos: «Si alguno quiere venir en mi seguimiento, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame. Porque el que quiera poner a salvo su vida, la perderá pero el que pierda su vida por mí, ese la salvará» (Lc 9, 18-24).

Contemplación
“No hay que darle más vueltas: sólo el que está convencido de ser conocido personalmente por Jesús, logra acceder al conocimiento de Él; y sólo el que tiene la seguridad de conocer a Jesús tal cual es, se sabe también conocido por Él”.

Esta frase de Von Balthasar nos puede ayudar a entrar en el corazón del Evangelio de hoy: Jesús confía en que podemos saber bien quién es Él. Es más, le agrada preguntarnos para ver si lo vamos descubriendo. Jesús es la Verdad y a la Verdad le encanta que la conozcan plenamente. A Jesús le gusta ser transparente, manifiestamente conocido por todos –especialmente por los más pequeños, esos que el mundo cree que no saben nada y resulta que saben lo más importante-.
Jesús bendice al Padre cuando es reconocido y se cuida bien de poner a salvo este conocimiento, guardándolo en el secreto. Y se ocupa también de consolidarlo, poniéndolo en clave de Vida y no de habladurías.

Nuestro modelo, en esto de conocer a Jesús y de ser conocidos por Él, es Pedro.
Jesús conoce a Pedro y se siente bien conocido por él.

¿Quién es el Mesías de Dios para Pedro? Es el que llena todas sus esperanzas y las de todo su pueblo. Alguien que viene a guiarlos y a salvarlos. Alguien a quien seguir dejándolo todo y dando la vida por Él.

¿Y quién es Pedro para Jesús? Un amigo con quien puede crear algo nuevo para bien de todos, la persona en torno a la cual reunirá a su Iglesia ,porque Pedro los edificará en la confianza para con Jesús y los pastoreará en su Amor y su perdón.

Pedro está convencido de que Jesús lo conoce a fondo. Lo supo desde el primer día, cuando el Maestro fijó su mirada en sus ojos y le descubrió que su Nombre de fondo era Piedra. Pedro tarminó de expresar cuánto lo conocía Jesús después de la resurrección cuando le dijo con pena: “Señor, Vos lo sabés todo, Vos sabés que te quiero como amigo”.
Pedro fue creciendo en esta intuición de que Jesús lo conocía mejor de lo que él se conocía a sí mismo. Esta convicción es básica para poder conocer realmente a Jesús.
Y Jesús lo fue librando de sus pretensiones y fanfarronadas, lo fue volviendo humildemente sólido en dos cosas: en la confianza a toda prueba y en la caridad pastoral. Sólido y simple como una piedra bien trabajada y bien puesta en su lugar por la mano del arquitecto.
El Señor lo fue haciendo crecer a Pedro en este saberse conocido y aceptado en lo más íntimo: en su capacidad de ser fiel a muerte con su Amigo Jesús. Jesús lo fue confirmando en las intuiciones que tenía con respecto a lo que estaba escondido en Jesús. Pedro intuía que Jesús lo era todo y Jesús lo iba animando a que lo expresara cada vez mejor.

La pedagogía de Jesús es apasionante. El no dice “Yo soy el Hijo de Dios, háganme caso”. Jesús no dice nada. Se mete en medio de su pueblo y comienza a actuar: predica, perdona, sana, llama, envía… Y luego trae a los suyos a su intimidad y les pregunta qué dice la gente, quién dicen ellos que es Él.
Y cuando van acertando, lo que hace Jesús es cuidar que no saquen mal las consecuencias.

Aquí nos podemos detener un momento.

Por que también nosotros, junto con todo el pueblo fiel, sentimos bien de Jesús. Lo amamos y sabemos que “tenemos que ir a Él”. Cada uno a su manera, todos lo sabemos. Jesús nos pertenece. El Padre nos lo ha regalado y Él no rechaza a ninguno de los que se le acercan. El es nuestro y nosotros somos suyos.
Aquí cada uno tiene que encontrar su manera de “conocer mejor a su Amigo y Señor Jesús y de dejarse conocer sanadoramente por Él”. Es una doble tarea en la que hay que enfrascarse si darle más vueltas, como recomienda von Balthasar.

Sí puede ayudar remarcar las recomendaciones que Jesús hace a sus amigos una vez que les ha confirmado que en lo esencial lo conocen bien.
La primera recomendación es “esconder este hallazgo”. Es difícil, porque cuando uno descubre un secreto de otro no resulta fácil callarlo. ¡Resulta que yo sé quién es Jesús y no tengo que decirlo! Me parece que la cosa es así: no tengo que contarlo yéndome en palabras –como los que están a la pesca de “la frase” que hace ver que están en “el paradigma” de la espiritualidad-, pero sí tengo que “contar el conocimiento de Jesús” con un cambio en mi vida. ¿Cómo? Yendo a buscar en silencio mi cruz allí donde están los que amo, allí donde está mi puesto de servicio, y poniéndome en ese camino en el que uno va perdiendo su vida por Jesús, darme cuenta de que voy ganando la Vida que brota de su Amor.

El conocimiento de Jesús no es teórico, no está sujeto al paradigma de moda. El conocimiento de Jesús es vital, se va haciendo más claro en el intercambio de vidas.
Yo voy perdiendo mi vida viviendo como Él quiere.
Voy perdiendo mi vida significa que me ocupo más de los que le interesan a él que de los que me interesan a mí. Dedico más tiempo a los que me necesitan a mí y, paradójicamente, voy encontrando a los que necesito yo, pero no donde los hubiera buscado de seguir mis intereses “propios” por decirlo así. Buscando ayudar a otros más pobres termino siendo mejor ayudado yo mismo. Jesús me va dando Vida en la medida en que la pierdo por servirlo a él. Encuentro mejores amigos donde nunca los hubiera buscado…

Es que cuando “buscamos nuestra vida”, cuando “elegimos” lo que pensamos que nos salvará, solemos equivocarnos, y mucho. De aquí viene tanta desilusión de nosotros mismos y de los demás. En cambio cuando elegimos las cosas que nos propone el Evangelio, lo que primero parece un deber y un servicio a otros, termina siendo lo que nos permite encontrar la clave de nuestra propia Vida.
Conociendo y amando a los más pobres como los conoce y ama Jesús uno termina aceptando que es pobre, también, y muy amado. Y entonces puede, como decía Bernanós: “Amarse a sí mismo lo mismo que a cualquier otro pobre miembro del Cuerpo místico de Cristo. Dicho, si se quiere, con palabras menos teológicas (la frase es de Martín Descalzo): hay que aprender a mirarnos a nosotros mismos con la misma ternura con que nos miraríamos si fuéramos nuestro propio padre”. Por este lado va lo de conocernos como Jesús nos conoce, con ese conocimiento que brota del amor y que da Vida.
Diego Fares sj

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