El reino de los que “están contentos de trabajar en compañía de Jesús”
Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su asunción, Jesús puso rostro firme hacia Jerusalén y envió mensajeros delante de él. Ellos se pusieron en camino y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron porque iba a Jerusalén. Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: «Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?» Pero él se dio vuelta y los reprendió. Y se marcharon a otro pueblo.
Mientras iban marchando por el camino, alguien le dijo a Jesús:
«¡Te seguiré adonde vayas!»
Jesús le respondió:
«Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.»
Y dijo a otro:
«Sígueme.»
El respondió:
«Permíteme que primero vaya a enterrar a mi padre.»
Pero Jesús le respondió:
«Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ponte en marcha, anuncia el Reino de Dios.»
Otro le dijo:
«Te seguiré, Señor, pero primero permíteme ir a despedirme de los míos.»
Jesús le respondió:
«Uno que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no es apto para el Reino de Dios» (Lc 9, 51-62).
Contemplación
El evangelio de hoy, a los que tenemos la gracia de haber hecho los Ejercicios de San Ignacio en alguna de sus formas, nos evoca la Meditación del Reino. En ella, Ignacio nos presenta caballerezcamente a Jesús como Rey Eterno y si bien las épocas de la caballería han quedado atrás, los valores de la nobleza, la lealtad y la amistad, el seguimiento agradecido y sin cálculos y el deseo de que Jesús sea conocido y amado por todos los hombres, son cosas que siguen haciendo vibrar nuestro corazón también hoy.
Dolores Aleixandre (que está estos días entre nosotros) interpreta la parábola del rey como una “lección de geometría espiritual”. Toma de San Ignacio tres palabras y las une en un triángulo que, si lo mantenemos unido, nos comunica el secreto de una vida de seguimiento. Estas tres palabras son “conmigo-trabajos-contento”. Dolores recomienda: “repasar” estas tres caras de nuestro seguimiento delante de Jesús para sentir cuál es el ángulo más débil y pedirle al Señor que lo refuerce.
Esta manera de contemplar nos pone en guardia contra la tentación de sostener el seguimiento del Señor apoyándonos en sólo dos de estos ángulos:
Conmigo-contento.
Es la imagen de la persona que le dice a Jesús: “te seguiré a donde vayas”. Podemos llamar a este “el entusiasta”. El entusiasta que todos somos en la juventud, al comienzo de la vocación. El entusiasta que es todo el que comienza un voluntariado: “me ofrezco para lo que sea”. En los comienzos todo nos parece bien.
A este, Jesús le advierte sobre la tercera pata del seguimiento: los trabajos del reino: las persecuciones, la pobreza, la cruz. La imagen que utiliza es la del que no tiene “dónde reclinar la cabeza”. El lugar donde se reclina la cabeza es la almohada, la cama, símbolo del hogar familiar, de la casa propia, del descanso merecido luego del trabajo. Es imagen del premio al esfuerzo, del cobijo en las penas… Lo que Jesús le quiere decir es que en el Reino la pata del “premio”, del “descanso”, de la “gloria” él no la promete como algo que se consolide externamente en esta vida. A la gloria se llega pasando por la Cruz. La misión no se termina hasta que todo el universo sea recapitulado en Cristo, su Cabeza, y el se “recline en el Corazón del Padre”. En ese sentido, en el Reino no hay “descanso” o “triunfo” o “éxito” que no signifique un nuevo comienzo, un ir por más. El descanso y el gozo está en los otros dos ángulos: en estar contento de estar con Jesús en medio de alegrías y penas, trabajos y descansos.
Contento-trabajos
La segunda persona es alguien a quien Jesús llama. No espera a que se le ofrezca sino que lo llama directamente. Esto supone una mirada especial de amor y de predilección por parte de Jesús, como la que tuvo con el joven rico, al ver que quería más. Si el otro era un “entusiasta” a este lo podemos llamar “el responsable”. Jesús lo invita a su seguimiento y él le antepone un deber sagrado: enterrar a su padre. La frase puede significar literalmente que Jesús lo llama el día en que muere su padre o que es una manera de decirle al Señor que cuando se vea libre de la responsabilidad sobre su padre, entonces lo seguirá. La respuesta de Jesús suena dura: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ponte en marcha, anuncia el Reino de Dios.» Si la interpretamos a la luz de nuestro triángulo espiritual, la tentación de esta persona es la de no tomar en cuenta el “conmigo”, la Persona de Jesús. El Señor dice en otra ocasión: “el que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mi”.
Esta tentación no se visualiza bien si uno piensa que lo que está en juego es la Persona de Jesús contra la persona del papá de este a quien el Señor llamó. Nada de eso. Lo que está en juego es la Persona de Jesús y la persona a quien llama. Parece muy generoso, porque no antepone al Señor ningún placer sino un deber. Pero en el fondo es lo mismo: no tiene en cuenta quién es el que lo llama.
Con su discernimiento el Señor lo insta a que se libere de todo deber, de todo mandato paterno, y se sitúe ante el único mandamiento, el del Amor a Dios en el que radica todo amor al prójimo.
Jesús lo libera de la ley y del deber para situarlo en la libertad del anuncio del Reino. Aunque parezca duro, si se lee en clave paulina, el permiso que le da el Señor para amar sin imperativos que lo traben, es profundamente liberador.
Conmigo-trabajos.
El tercero es el que le dice: «Te seguiré, Señor, pero primero permíteme ir a despedirme de los míos.» Y Jesús lo corrige diciendo: «Uno que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no es apto para el Reino de Dios».
Esta persona tiene más flojo el ángulo del “contento”. Su contento está en sus afectos familiares, cosa que es muy humana. Pero el Señor con su respuesta apunta más hondo, apunta al tiempo. No opone familia o reino sino nostalgia y esperanza. Opone una manera de mirar los propios afectos que consiste en poseerlos nostalgiosamente a una manera de querer que mira para adelante, que desea y anhela un amor más hondo y total, que incluya a todos, a la propia familia también. Al invitarlo a mirar para adelante lo invita a mirar también a los suyos no como quien se despide para alejarse (podemos llamar a este “el nostalgioso”), sino como quien parte para encontrarse más plenamente.
Así, en esta dinámica de mantener unidos las tres realidades –conmigo-trabajos-contento-, el reino resplandece en toda su belleza y atractivo. Pedimos la gracia de discernir las disyuntivas falsas que no nos dejan gozar de la plenitud de vida que se vive en el Reino cuando uno entra en él y lo vive en esta integridad que propone y regala Jesús.