Domingo 13 C 2010

El reino de los que “están contentos de trabajar en compañía de Jesús”

Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su asunción, Jesús puso rostro firme hacia Jerusalén y envió mensajeros delante de él. Ellos se pusieron en camino y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron porque iba a Jerusalén. Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: «Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?» Pero él se dio vuelta y los reprendió. Y se marcharon a otro pueblo.

Mientras iban marchando por el camino, alguien le dijo a Jesús:
«¡Te seguiré adonde vayas!»
Jesús le respondió:
«Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.»
Y dijo a otro:
«Sígueme.»
El respondió:
«Permíteme que primero vaya a enterrar a mi padre.»
Pero Jesús le respondió:
«Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ponte en marcha, anuncia el Reino de Dios.»
Otro le dijo:
«Te seguiré, Señor, pero primero permíteme ir a despedirme de los míos.»
Jesús le respondió:
«Uno que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no es apto para el Reino de Dios» (Lc 9, 51-62).

Contemplación
El evangelio de hoy, a los que tenemos la gracia de haber hecho los Ejercicios de San Ignacio en alguna de sus formas, nos evoca la Meditación del Reino. En ella, Ignacio nos presenta caballerezcamente a Jesús como Rey Eterno y si bien las épocas de la caballería han quedado atrás, los valores de la nobleza, la lealtad y la amistad, el seguimiento agradecido y sin cálculos y el deseo de que Jesús sea conocido y amado por todos los hombres, son cosas que siguen haciendo vibrar nuestro corazón también hoy.

Dolores Aleixandre (que está estos días entre nosotros) interpreta la parábola del rey como una “lección de geometría espiritual”. Toma de San Ignacio tres palabras y las une en un triángulo que, si lo mantenemos unido, nos comunica el secreto de una vida de seguimiento. Estas tres palabras son “conmigo-trabajos-contento”. Dolores recomienda: “repasar” estas tres caras de nuestro seguimiento delante de Jesús para sentir cuál es el ángulo más débil y pedirle al Señor que lo refuerce.
Esta manera de contemplar nos pone en guardia contra la tentación de sostener el seguimiento del Señor apoyándonos en sólo dos de estos ángulos:

Conmigo-contento.
Es la imagen de la persona que le dice a Jesús: “te seguiré a donde vayas”. Podemos llamar a este “el entusiasta”. El entusiasta que todos somos en la juventud, al comienzo de la vocación. El entusiasta que es todo el que comienza un voluntariado: “me ofrezco para lo que sea”. En los comienzos todo nos parece bien.
A este, Jesús le advierte sobre la tercera pata del seguimiento: los trabajos del reino: las persecuciones, la pobreza, la cruz. La imagen que utiliza es la del que no tiene “dónde reclinar la cabeza”. El lugar donde se reclina la cabeza es la almohada, la cama, símbolo del hogar familiar, de la casa propia, del descanso merecido luego del trabajo. Es imagen del premio al esfuerzo, del cobijo en las penas… Lo que Jesús le quiere decir es que en el Reino la pata del “premio”, del “descanso”, de la “gloria” él no la promete como algo que se consolide externamente en esta vida. A la gloria se llega pasando por la Cruz. La misión no se termina hasta que todo el universo sea recapitulado en Cristo, su Cabeza, y el se “recline en el Corazón del Padre”. En ese sentido, en el Reino no hay “descanso” o “triunfo” o “éxito” que no signifique un nuevo comienzo, un ir por más. El descanso y el gozo está en los otros dos ángulos: en estar contento de estar con Jesús en medio de alegrías y penas, trabajos y descansos.

Contento-trabajos
La segunda persona es alguien a quien Jesús llama. No espera a que se le ofrezca sino que lo llama directamente. Esto supone una mirada especial de amor y de predilección por parte de Jesús, como la que tuvo con el joven rico, al ver que quería más. Si el otro era un “entusiasta” a este lo podemos llamar “el responsable”. Jesús lo invita a su seguimiento y él le antepone un deber sagrado: enterrar a su padre. La frase puede significar literalmente que Jesús lo llama el día en que muere su padre o que es una manera de decirle al Señor que cuando se vea libre de la responsabilidad sobre su padre, entonces lo seguirá. La respuesta de Jesús suena dura: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ponte en marcha, anuncia el Reino de Dios.» Si la interpretamos a la luz de nuestro triángulo espiritual, la tentación de esta persona es la de no tomar en cuenta el “conmigo”, la Persona de Jesús. El Señor dice en otra ocasión: “el que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mi”.
Esta tentación no se visualiza bien si uno piensa que lo que está en juego es la Persona de Jesús contra la persona del papá de este a quien el Señor llamó. Nada de eso. Lo que está en juego es la Persona de Jesús y la persona a quien llama. Parece muy generoso, porque no antepone al Señor ningún placer sino un deber. Pero en el fondo es lo mismo: no tiene en cuenta quién es el que lo llama.
Con su discernimiento el Señor lo insta a que se libere de todo deber, de todo mandato paterno, y se sitúe ante el único mandamiento, el del Amor a Dios en el que radica todo amor al prójimo.
Jesús lo libera de la ley y del deber para situarlo en la libertad del anuncio del Reino. Aunque parezca duro, si se lee en clave paulina, el permiso que le da el Señor para amar sin imperativos que lo traben, es profundamente liberador.

Conmigo-trabajos.
El tercero es el que le dice: «Te seguiré, Señor, pero primero permíteme ir a despedirme de los míos.» Y Jesús lo corrige diciendo: «Uno que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no es apto para el Reino de Dios».
Esta persona tiene más flojo el ángulo del “contento”. Su contento está en sus afectos familiares, cosa que es muy humana. Pero el Señor con su respuesta apunta más hondo, apunta al tiempo. No opone familia o reino sino nostalgia y esperanza. Opone una manera de mirar los propios afectos que consiste en poseerlos nostalgiosamente a una manera de querer que mira para adelante, que desea y anhela un amor más hondo y total, que incluya a todos, a la propia familia también. Al invitarlo a mirar para adelante lo invita a mirar también a los suyos no como quien se despide para alejarse (podemos llamar a este “el nostalgioso”), sino como quien parte para encontrarse más plenamente.

Así, en esta dinámica de mantener unidos las tres realidades –conmigo-trabajos-contento-, el reino resplandece en toda su belleza y atractivo. Pedimos la gracia de discernir las disyuntivas falsas que no nos dejan gozar de la plenitud de vida que se vive en el Reino cuando uno entra en él y lo vive en esta integridad que propone y regala Jesús.

Domingo 12 C 2010

Jesús nos conoce y le gusta que lo conozcamos

Un día en que Jesús estaba orando a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy Yo?»
Ellos le respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado.»
«Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy Yo?»
Respondiendo, Pedro dijo: «El Mesías de Dios.»
Y él con órdenes terminantes les mandó que a nadie comunicaran esto, diciendo: «El Hijo del hombre tiene que padecer muchas cosas, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.»
Y decía a todos: «Si alguno quiere venir en mi seguimiento, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame. Porque el que quiera poner a salvo su vida, la perderá pero el que pierda su vida por mí, ese la salvará» (Lc 9, 18-24).

Contemplación
“No hay que darle más vueltas: sólo el que está convencido de ser conocido personalmente por Jesús, logra acceder al conocimiento de Él; y sólo el que tiene la seguridad de conocer a Jesús tal cual es, se sabe también conocido por Él”.

Esta frase de Von Balthasar nos puede ayudar a entrar en el corazón del Evangelio de hoy: Jesús confía en que podemos saber bien quién es Él. Es más, le agrada preguntarnos para ver si lo vamos descubriendo. Jesús es la Verdad y a la Verdad le encanta que la conozcan plenamente. A Jesús le gusta ser transparente, manifiestamente conocido por todos –especialmente por los más pequeños, esos que el mundo cree que no saben nada y resulta que saben lo más importante-.
Jesús bendice al Padre cuando es reconocido y se cuida bien de poner a salvo este conocimiento, guardándolo en el secreto. Y se ocupa también de consolidarlo, poniéndolo en clave de Vida y no de habladurías.

Nuestro modelo, en esto de conocer a Jesús y de ser conocidos por Él, es Pedro.
Jesús conoce a Pedro y se siente bien conocido por él.

¿Quién es el Mesías de Dios para Pedro? Es el que llena todas sus esperanzas y las de todo su pueblo. Alguien que viene a guiarlos y a salvarlos. Alguien a quien seguir dejándolo todo y dando la vida por Él.

¿Y quién es Pedro para Jesús? Un amigo con quien puede crear algo nuevo para bien de todos, la persona en torno a la cual reunirá a su Iglesia ,porque Pedro los edificará en la confianza para con Jesús y los pastoreará en su Amor y su perdón.

Pedro está convencido de que Jesús lo conoce a fondo. Lo supo desde el primer día, cuando el Maestro fijó su mirada en sus ojos y le descubrió que su Nombre de fondo era Piedra. Pedro tarminó de expresar cuánto lo conocía Jesús después de la resurrección cuando le dijo con pena: “Señor, Vos lo sabés todo, Vos sabés que te quiero como amigo”.
Pedro fue creciendo en esta intuición de que Jesús lo conocía mejor de lo que él se conocía a sí mismo. Esta convicción es básica para poder conocer realmente a Jesús.
Y Jesús lo fue librando de sus pretensiones y fanfarronadas, lo fue volviendo humildemente sólido en dos cosas: en la confianza a toda prueba y en la caridad pastoral. Sólido y simple como una piedra bien trabajada y bien puesta en su lugar por la mano del arquitecto.
El Señor lo fue haciendo crecer a Pedro en este saberse conocido y aceptado en lo más íntimo: en su capacidad de ser fiel a muerte con su Amigo Jesús. Jesús lo fue confirmando en las intuiciones que tenía con respecto a lo que estaba escondido en Jesús. Pedro intuía que Jesús lo era todo y Jesús lo iba animando a que lo expresara cada vez mejor.

La pedagogía de Jesús es apasionante. El no dice “Yo soy el Hijo de Dios, háganme caso”. Jesús no dice nada. Se mete en medio de su pueblo y comienza a actuar: predica, perdona, sana, llama, envía… Y luego trae a los suyos a su intimidad y les pregunta qué dice la gente, quién dicen ellos que es Él.
Y cuando van acertando, lo que hace Jesús es cuidar que no saquen mal las consecuencias.

Aquí nos podemos detener un momento.

Por que también nosotros, junto con todo el pueblo fiel, sentimos bien de Jesús. Lo amamos y sabemos que “tenemos que ir a Él”. Cada uno a su manera, todos lo sabemos. Jesús nos pertenece. El Padre nos lo ha regalado y Él no rechaza a ninguno de los que se le acercan. El es nuestro y nosotros somos suyos.
Aquí cada uno tiene que encontrar su manera de “conocer mejor a su Amigo y Señor Jesús y de dejarse conocer sanadoramente por Él”. Es una doble tarea en la que hay que enfrascarse si darle más vueltas, como recomienda von Balthasar.

Sí puede ayudar remarcar las recomendaciones que Jesús hace a sus amigos una vez que les ha confirmado que en lo esencial lo conocen bien.
La primera recomendación es “esconder este hallazgo”. Es difícil, porque cuando uno descubre un secreto de otro no resulta fácil callarlo. ¡Resulta que yo sé quién es Jesús y no tengo que decirlo! Me parece que la cosa es así: no tengo que contarlo yéndome en palabras –como los que están a la pesca de “la frase” que hace ver que están en “el paradigma” de la espiritualidad-, pero sí tengo que “contar el conocimiento de Jesús” con un cambio en mi vida. ¿Cómo? Yendo a buscar en silencio mi cruz allí donde están los que amo, allí donde está mi puesto de servicio, y poniéndome en ese camino en el que uno va perdiendo su vida por Jesús, darme cuenta de que voy ganando la Vida que brota de su Amor.

El conocimiento de Jesús no es teórico, no está sujeto al paradigma de moda. El conocimiento de Jesús es vital, se va haciendo más claro en el intercambio de vidas.
Yo voy perdiendo mi vida viviendo como Él quiere.
Voy perdiendo mi vida significa que me ocupo más de los que le interesan a él que de los que me interesan a mí. Dedico más tiempo a los que me necesitan a mí y, paradójicamente, voy encontrando a los que necesito yo, pero no donde los hubiera buscado de seguir mis intereses “propios” por decirlo así. Buscando ayudar a otros más pobres termino siendo mejor ayudado yo mismo. Jesús me va dando Vida en la medida en que la pierdo por servirlo a él. Encuentro mejores amigos donde nunca los hubiera buscado…

Es que cuando “buscamos nuestra vida”, cuando “elegimos” lo que pensamos que nos salvará, solemos equivocarnos, y mucho. De aquí viene tanta desilusión de nosotros mismos y de los demás. En cambio cuando elegimos las cosas que nos propone el Evangelio, lo que primero parece un deber y un servicio a otros, termina siendo lo que nos permite encontrar la clave de nuestra propia Vida.
Conociendo y amando a los más pobres como los conoce y ama Jesús uno termina aceptando que es pobre, también, y muy amado. Y entonces puede, como decía Bernanós: “Amarse a sí mismo lo mismo que a cualquier otro pobre miembro del Cuerpo místico de Cristo. Dicho, si se quiere, con palabras menos teológicas (la frase es de Martín Descalzo): hay que aprender a mirarnos a nosotros mismos con la misma ternura con que nos miraríamos si fuéramos nuestro propio padre”. Por este lado va lo de conocernos como Jesús nos conoce, con ese conocimiento que brota del amor y que da Vida.
Diego Fares sj

Domingo 11 C 2010

Hacer las cosas “de corazón” o “andar con un frasco de perfume siempre a mano”

Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa. Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de alabastro lleno de perfume. Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume.
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: «Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!». Pero Jesús le dijo:
– «Simón, tengo algo que decirte».
– « Maestro, dime,», respondió él.
– «Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?».
Simón contestó:
– «Estimo que aquel a quien perdonó más».
Jesús le dijo:
-«Has juzgado bien».
Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón:
– «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que le han sido perdonados sus numerosos pecados porque ha amado mucho. En cambio a quien poco se le perdona, poco ama». Después dijo a la mujer:
– «Tus pecados te son perdonados».
Los invitados pensaron:
– «¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?».
Pero Jesús dijo a la mujer:
– «Tu fe te ha salvado, vete en paz».
Después, Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con sus bienes (Lc 7, 36-8, 3).

Contemplación
“Le han sido perdonados sus numerosos pecados
porque amó mucho.
En cambio a quien poco se le perdona,
poco ama»
La frase de Jesús nos introduce en el abismo misterioso de su amor o nos deja afuera. No se la puede entender si no es “de corazón”. Es una frase a la que los exegetas le dan vueltas y vueltas para ver si Jesús se fijó primero en el amor de la mujer y la perdonó después o si primero le hizo sentir su perdón y por eso ella le mostró tanto agradecimiento y adoración. Me parece que lo que hay que contemplar es que el amor, cuando se da, se da entero. Si uno entra en esa integridad, entonces puede “jugar” –diríamos- a ver quién amó primero. En ese juego el amor se expande: uno lo experimenta sintiendo que el otro lo amó primero y que luego uno se dio cuenta. Pero si se dio cuenta es porque anhelaba un amor así…
Entre la mujer y Jesús se dio un entendimiento de corazón que hizo posibles todos los gestos de ella: presentarse en la casa del fariseo con su frasco de alabastro lleno de perfume, acercarse al Señor en medio de todos los comensales y ponerse a sus pies…
Ya aquí se puede uno imaginar que el entendimiento de corazón fue mutuo porque se deben haber mirado. Ella debe haber buscado al Señor con su mirada y habrá encontrado aprobación en los ojos del Señor, si no, no se hubiera animado a acercarse. A veces uno apura la escena y la mujer aparece como tomando la mesa por asalto. Pero si miramos cómo luego el Señor es presentado por Lucas como el que adivina los pensamientos de todos –los de Simón y los de los demás invitados- y lee en sus corazones, inmediatamente uno se da cuenta de que apenas entró la mujer en la casa, el Señor debe haber levantado la mirada.

Nos detenemos un momento aquí para agradecer y decir ¡Qué hermoso que exista Alguien que mire las cosas así, como Jesús! ¡Que vea los corazones! ¡Qué triste sería si no hubiera un Testigo de lo interior, si toda la posibilidad fuera poner cámaras de televisión que nos muestran las cosas desde afuera…! ¿Acaso no salta de alegría nuestro corazón cuando alguien nos mira y asiente de corazón a un gesto que hicimos de corazón?
Ayer, celebramos la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús en El Hogar de San José, y me conmovió el asentimiento de los comensales ante algo muy sencillo. Uno dijo “es verdad, es así” y lo dijo para sí y moviendo la cabeza. Cuando uno predica y alguien dice “es verdad”, es mejor que un aplauso. Porque el aplauso distrae un poco, en cambio el asentimiento invita a seguir hablando “de corazón”. El evangelio era la parábola de la ovejita perdida que el buen pastor salió a buscar. Una ovejita que bien puede ser esta mujer que sintió que Jesús andaba cerca porque la estaba buscando a ella y por eso salió corriendo a su encuentro. Y yo decía que la parábola mostraba perfecto lo que es el Corazón de Jesús y el nuestro. Porque el corazón siente todo: siente la bronca –si la oveja pecó y se perdió, que se joda-; el corazón siente miedo –¿y si me roban otras ovejas cuando me voy?-; el corazón escucha la lógica fría de los números –mejor que se pierda una y no poner en peligro a noventa y nueve-; y también siente el deseo de obrar de corazón. Y cuando uno obra de corazón se llena de alegría. Si le va bien, con alegría doble, porque encuentra la ovejita por la que se jugó. Y si le va mal, queda alegre por haber obrado de corazón. Ahí fue que uno dijo “es verdad” y otros se miraron entre ellos y asintieron.
Pues bien, esta parábola trata de lo mismo. Jesús le hace “juzgar” al Fariseo Simón con la parábola de los dos deudores. Pero no para que se quede en lo cuantitativo. Lo apabulla contabilizando cada gesto de la mujer con un detalle tal que uno queda admirado. ¡Cómo ve Jesús las cosas! Su cariño tiene en cuenta cada lágrima, cada beso, cada gesto de amor. Al Señor no se le pasa nada: el es el Testigo de todo gesto de amor que florece en este mundo.
La conclusión tiene que ser muy sencilla, demoledoramente simple: la mujer obró de corazón. Entró en el círculo del obrar de Jesús, entró en el Reino de los cielos, porque el Señor reina allí donde obramos de corazón. El es el que siempre obró de corazón. ¡Así le fue! Terminó con el Corazón traspasado. ¡Así le fue! Terminó con el Corazón resucitado. Sólo Él puede obrar de todo corazón y sin intereses ni miedos mezquinos. Bueno. También nuestra Señora, la del corazón inmaculado. Y San José, que con más lucha interior, sin embargo siempre obró de corazón. Y si uno mira bien ¿qué son los santos si no amigos de Jesús que se dejaron llevar por los impulsos de su corazón y nunca fueron defraudados?
La pecadora entró en este círculo íntegro del amor, en el que se pasa de ser muy perdonado a amar mucho y de amar mucho a querer ser más perdonado.
Pienso que para el lenguaje de hoy el amor y el corazón de Jesús, el pecado y la gracia tienen mucho adorno y mucha complicación que son lastre cultural agregado. Y puede ayudarnos a que todos entendamos, decir que las cosas de Jesús son, simplemente, lo que se hace de corazón.
Jesús se alegra cuando hacemos las cosas de corazón.
Jesús se fija si hacemos las cosas de corazón.
Jesús nos clarifica para que hagamos las cosas de corazón.
Y en esto, la cuestión es enteramente personal. Solo yo puedo medir si hice o no algo de corazón. Una señal de que uno se tiró a la pileta y se jugó entero –en algo chiquito como quedarse un rato más con alguien, o en algo grande, como dar la vida entera por la vocación- la señal es que uno queda en el aire –en el Aire del Espíritu- y cuando se larga siente que tiene que tender la mano y agarrar la del Señor. Y luego pedirle que sostenga y que bendiga lo que hicimos de corazón, que si no no podemos sostenerlo mucho tiempo. Y junto con la alegría y la libertad que da respirar este aire fresco de obrar de corazón viene la necesidad de pedir perdón por todo el obrar interesado o temeroso en el que se movió nuestra vida…
Y así… Obrar de corazón es un camino abierto de subida y no hay satisfacción que reemplace el gusto interior de obrar así.
Pensaba en la audacia y la libertad interior de esta mujer. Cuántos se habrán quedado con las ganas hacer algo así en la vida de Jesús. Cuántos habrán pensado “no es posible”, “qué va a pensar el Señor…”, “y si no le cae bien”…
El fariseo se habrá quedado con la cuenta de todo lo que no hizo habiendo tenido al Señor como invitado en su casa y sentado a su mesa!
Nosotros, que vivimos en otra época, tenemos la oportunidad de seguir estas corazonadas con los más pequeñitos: con los pobres y desamparados, con los enfermos y necesitados…
Eso sí, para poder hacer las cosas de corazón, hay que andar con un frasco de perfume siempre a mano.
Diego Fares sj

Domingo de Corpus Christi C 2010

Reconocer el hambre de nuestro corazón

Jesús habló a la multitud acerca del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser curados.
Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron:
«Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto.»
El les respondió:
«Denles de comer ustedes mismos.»
Pero ellos dijeron:
«No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente.»
Porque eran alrededor de cinco mil hombres.
Entonces Jesús les dijo a sus discípulos:
«Háganlos sentar en grupos de cincuenta.»
Y ellos hicieron sentar a todos.
Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirvieran a la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas (Lc 9, 11b-17).

Contemplación

Este dibujo de Patxi, en el que Jesús aparece en una actitud servicial tan linda y nuestro corazón aparece tan corazón, me encantó porque me recordó las épocas del Cottolengo, en que servíamos la comida a nuestros hermanitos en unos platos como el de la imagen. El hambre y las ganas con que almorzaban está pintado en esa servilleta a cuadros, en ese tenedor inofensivo y en ese corazón que es todo boca. El dibujo hace sentir nuestro hambre de Dios, con todas sus ansias y desorden, y a un Jesús que acude a saciarlo “litúrgicamente” –diría-, con mansedumbre y prontitud de madre.
Resuena el denles ustedes de comer: ayúdenme a repartirme para saciar el hambre de la gente, Yo soy Pan de Vida y deseo darme como alimento. La gente tiene hambre de este Pan y le dan cualquier cosa. Ayúdenme a darles de comer lo que les alegrará el corazón y saciará todas sus ansias.
La alegría de ese corazón al recibir el Pan en el plato no tiene desperdicio. Quizás nos haga bien reconocer allí nuestro propio corazón, tan hambriento, tan impulsivo, tan corriendo de aquí para allá en busca de su bien, tan tironeado por tantos bienes que sacian por un ratito y tan necesitado de un alimento sólido, rico y verdadero, que lo tranquilice y lo serene, que lo sacie y lo centre en sí, para poder dejar de reclamar desde sus carencias y comenzar a latir al ritmo de los deseos más hondos que, saciados por la plenitud del Don, se ensanchan serenamente multiplicándose para los demás, y ya sin necesidad de devorar, inclinan más bien todo el peso del corazón a la alegría de poder darse a los demás.
Contemplar nuestro hambre, contemplar nuestro corazón de Cottolengo, es tan sano! Y es la contrapartida para poder contemplar el Corazón de Jesús, tan simple y tan sin maldad como el de los Cottolenguinos, pero con toda su lucidez y libertad. En el Cottolengo uno aprende a ver lo que es el ser humano sin pecado, lo que es el corazón sin maldad (porque el mal como que ha salido todo afuera y se muestra en la enfermedad y en la discapacidad). Uno se da cuenta de que el pecado sale de nuestra mente, que piensa mal, que se equivoca, que se emperra en su error y no se deja iluminar por Jesús. Y comprende que, para iluminar nuestra mente obcecada Jesús tiene primero que alimentar nuestro corazón. Recién cuando estamos bien saciados podemos pensar con sus palabras y dejarnos iluminar por sus criterios. Por eso Jesús se hizo Pan y no luz. El que es la Luz y la Palabra, se hizo Pan. Para que primero lo comamos y luego, llenitos de Dios, lo podamos comprender. El Corpus es Jesús saliendo a la calle como Pan, hablándole directo a nuestro corazón, más allá de las ideas, más allá de los conceptos, el Pan del Corpus nos habla directo al corazón. Pero hay que mostrarle un corazón como el de la imagen, angurriento como uno de los pequeñitos del Cottolengo a la hora de almorzar. Un corazón con plato de lata, servilleta a cuadros y tenedor. Un corazón todo boca, con hambre de Dios. Si reconocemos bien nuestra hambre, si tenemos al humildad de pintar así, ese hambre básico que está debajo de todas nuestras hambres sofisticadas, entonces se dibujarán bien claritos, con esa magia con que el Espíritu dibuja las facciones de Jesús de manera tal que las podemos visualizar con claridad, los rasgos de Jesús: por qué es tan bueno, por qué es tan manso, por qué tiene tanta paciencia, por qué se parte y se reparte como Pan. La Eucaristía es el sacramento de su Amor. Jesús, Pan de Vida para nuestro hambre, es Don del Padre. Nos lo da el Padre, que es la fuente. Lo santifica el Espíritu, que hace que se multiplique. Nos lo sirve Jesús mismo, de las manos de sus amigos sacerdotes, por los que elevamos una oración conclusiva y fervorosa en este fin del año sacerdotal.
Diego Fares sj