Las respuestas de Jesús
Jesús lleno del Espíritu Santo volvió del Jordán y era conducido por el Espíritu en el desierto, adonde estuvo cuarenta días, y era tentado por el diablo. En todos esos días no comió nada, y acabados ellos sintió hambre.
Le dijo entonces el diablo:
–Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan.
Jesús le respondió:
–Está escrito: No sólo de pan vivirá el hombre.
Y lo elevó a un lugar alto y le mostró en un instante de tiempo todos los reinos de la tierra. Y le dijo el diablo:
– A ti te daré el poder de esta totalidad (de reinos) y la gloria de ellos, porque a mí me lo han dado y se lo doy a quien quiero. Si tú te postras en adoración ante mí, será tuyo todo.
Jesús respondió:
– Está escrito: al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él servirás dándole culto.
Entonces lo llevó a Jerusalén, lo puso en el pináculo del templo y le dijo:
–Si eres Hijo de Dios, tírate abajo desde aquí; porque está escrito:
‘Dará órdenes a sus ángeles para que te guarden’; y también: ‘te llevarán en brazos y tu pie no tropezará en piedra alguna’.
Jesús respondiéndole le dijo:
–Está dicho: No tentarás al Señor tu Dios.
Y habiendo llevado hasta lo último todo género de tentación, el diablo se retiró de él hasta otro tiempo oportuno (Lc 4, 1-13).
Contemplación
Pongo primero una caracterización de las tentaciones para luego centrarnos en las respuestas de Jesús.
La tentación de convertir las piedras en panes nos afecta a todos en nuestra relación con los bienes (dimensión económica). Actualmente se expresa en torno al consumo y a la gestión. Todo es cuestión de gestión. Si optimizamos la gestión “las piedras se convertirán en pan”.
La tentación de la agachada para tener cargos nos afecta a todos en nuestra relación con el poder (dimensión política). Actualmente se puede sentir en la exclusión del que no se agacha, del que no habla la misma ideología.
La tentación de tirarse del Templo nos afecta a todos en esa dimensión que llamamos espiritualidad. Actualmente se puede ver en los que animan a otros a realizar experiencias espirituales que los desarman y los vinculan afectivamente a otros de manera tal que luego no saben cómo rearmarse para seguir fieles a su vocación. Son las pseudoespiritualidades de los que no se animan a tirarse ellos de lo alto del Templo pero empujan a otros (y no los acompañan).
“Las respuestas de Jesús” al mal espíritu son lo verdaderamente interesante. Son confesiones de fe.
Pero no proverbios dichos de memoria sino que, como dice Balthasar, son confesiones de fe existenciales, respuestas ganadas duramente, encontradas en el corazón después de sufrir las acechanzas e insidias del enemigo que corroe con sus falacias y suasiones, tratando de devorar nuestra fe, de hacernos decaer la confianza.
El evangelio nos ayuda a hacer actos de fe.
Actos de fe que son escudo y coraza ante los dardos del enemigo que se nos clavan como una duda o una sospecha funesta en el corazón y no nos dejan en paz.
Las respuestas de Jesús son bálsamo para la angustia y remedio para la desconfianza. Nos fortalecen en la fe.
Dice Jesús: está escrito, no solo de pan vivirá el hombre
La frase se completa en Mateo “el hombre vivirá de toda Palabra que sale de la boca de Dios”. Pablo dirá muchas veces: “El justo vivirá de la fe” (Gal 3, 11; Rm1, 17). Jesús lo afirma en Juan: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Jn 11, 25).
Vivimos de la fe.
Creo en Jesucristo, Hijo de Dios, nuestro Señor.
Ya para Israel la fe no es afirmar una verdad abstracta sobre Dios sino la confesión de lo que Dios es para su pueblo. El israelita no se pregunta “quién es Dios” sino “qué ha sido Dios para nosotros”. Israel confiesa al Dios de nuestros padres, al Dios que nos salvó de Egipto y nos regaló la tierra que mana leche y miel…
En Jesús esta confesión se vuelve más concreta. Pablo lo dice hermosísimamente: “Porque si confiesas con tu boca y crees en tu corazón que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos, serás salvado. Todo el que invoque el Nombre del Señor Jesús se salvará” (Rm 10, 11-13).
Vivimos más de la confesión de fe que sale de nuestra boca que del pan que entra en ella.
La tentación de convertir las piedras en pan apunta a volver todo “comestible”. Nuestro mundo nos convierte en “consumidores”. Como si la vida consistiera en comer, en incorporar cosas materiales (comidas y remedios) y virtuales (imágenes, sonidos, experiencias). El Señor nos enseña que lo que da vida es “confesar nuestra fe en él”. Al confesar “Creo en Jesucristo mi Dios y Señor” nos incorporamos a Él. Nuestra vida no consiste en incorporarlo a Él en nosotros, mortales, sino a incorporarnos nosotros a El, que es la Resurrección y la Vida. Con la confesión de fe (que opera por la caridad) salimos de nosotros mismos y nos radicamos en El, Vid verdadera.
Vivir no es, pues, consumir ni incorporar sino salir y ser incorporados. Ese es el fruto de la Eucaristía. Por la fe, al comulgar con Cristo nos incorporamos a El y a los demás ya que Él nos hace Iglesia, Cuerpo suyo. La fe es básica porque un acto de fe total permite una salida de sí total y radical. Decir con la boca y de todo corazón “Creo en Jesucristo mi Dios y Señor” implica un salto como el del trapecista, que por un momento deja de aferrar su trapecio y vuela por el aire, seguro de las manos de su Amigo que lo esperan. Esa “salida de sí” total solo la logra un acto de fe –pequeño o grande, no importa (se pueden hacer muchísimos actos de fe cada día con el beneficio de caer una y otra vez en las manos buenas de Jesús soltando nuestras seguridades inciertas). Por la fe vivimos y revivimos. Morimos al dejar de querer convertir las piedras en pan y revivimos al caer en las manos que parten para nosotros el Pan de vida. La Iglesia vive de la Eucaristía. Vive del Pan de cada día que nos da el Padre, cuando no acaparamos sino que compartimos nuestro pan con el que tiene hambre.
El Justo vivirá por la fe.
Dice Jesús: está escrito, al Señor tu Dios adorarás y sólo a Él servirás dándole culto
La confesión de fe se hace con la boca y con el corazón… y también con la rodilla que se dobla y con el rostro puesto en tierra. El gesto de adoración es significativo. La confesión de fe no sólo es cuestión interior, ni solo se expresa con la palabra. La confesión de fe se completa con los gestos.
Jesús le responde al Demonio diciendo que sólo hay que arrodillarse ante el Padre.
Él mismo siendo Dios oraba rostro en tierra: “Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú” (Mt 26, 39).
Nuestro mundo, esto lo tiene claro. “Ante quién hay que agacharse” es la primera lección del manual de trepadores. Se bromea un poco, a veces de manera vergonzante, pero la agachada servil es el gesto del poder y la sumisión. Detrás está el demonio, que –literalmente- busca este gesto más que ningún otro. Y no es una mera imagen ni una metáfora decir bien claro que “todos los poderosos de este mundo, si no están agachados sirviendo, es porque están agachados “por voluntad propia” ante otro que los somete y los veja”.
Contra esta tentación, tan vergonzosa, sólo un remedio: nos arrodillamos solo ante Dios, nos arrodillamos sólo para servir. Nos arrodillamos sólo ante Aquel que se arrodilló para lavarnos los pies. Arrodillarse en adoración es el gesto de la fe: “Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre” (Fil 2, 10-11).
Dice Jesús: está escrito, no tentarás al Señor tu Dios
Así como le rogamos al Padre Nuestro que “no nos meta en la tentación”, que no nos deje “caer en ella”, así también el Señor nos enseña que a Dios no le gusta que lo “tentemos”. La confesión de fe implica este “no tentar al otro”. Cuando uno ama sabe lo que puede hacer daño al otro y trata de cuidarle su debilidad, no de exponerlo. Dios nuestro Señor se muestra en esto muy humano. Es conmovedor ver el cariño y el cuidado que Jesús tiene para con su Padre. El Señor sabe que el Padre no permitirá que le suceda nada malo que Él no asuma líbremente. Por eso el diálogo en el Huerto será tan conmovedor. Jesús sabe que una palabra suya bastaría para que una legión de ángeles lo defendiera. Su pasión es “voluntariamente aceptada”. Ni el Padre lo tienta ni Él tienta al Padre. Amorosa y dolorosamente se ponen de acuerdo de corazón y en ese acuerdo está nuestra salvación. Nada ni nadie puede apartarnos del Amor del Padre y del Hijo que se han puesto de acuerdo en el modo de salvarnos y atraernos.
Decir: Creo en Dios Padre Todopoderoso, para quien “todas las cosas son posibles”, implica “no tentarlo”. Implica seguir a Jesús lo más ajustadamente posible cada día para aprender de Él que es “manso y humilde de corazón” y descubrir la manera de no caer en la tentación de “tentar a Dios”. La fidelidad del que confiesa su fe se muestra en la práctica previendo lo que puede comprometer al otro, cuidándonos ante toda tentación de “tirarnos de lo alto del Templo” de modo tal que Dios tenga que hacer milagros para salvarnos.
Lo consolador es ver cómo Jesús experimentó el poder de seducción de estas tentaciones para vencerlas desde adentro de nuestra humanidad. El Señor confiesa la fe en el Padre con un corazón y una sensibilidad humanos. Jesús siente la fascinación de la gestión, el poder del cálculo y el gustito de la espectacularidad. Y no reprime estas pasiones básicas, material con que Dios mismo nos creó, sino que las resignifica y las orienta bien.
Sus respuestas nos enseñan a vivir de la fe, que nos transforma en Hijos de Dios y no de la gestión que por querer convertir las piedras en pan nos lleva a convertir el pan en papeles.
Las respuestas de Jesús nos enseñan a vivir de la adoración al Padre que nos lleva al servicio y no del deseo de poder, que con el pretexto de hacer el bien nos lleva a la agachada y a cortar cabezas.
Las respuestas de Jesús nos enseñan a vivir del discernimiento que nos lleva a la sabiduría de la cruz que salva y no a la indiscreción que se deja fascinar por las espiritualidades de moda, que por evitar la cruz nos llevan a tirarnos al abismo.
Diego Fares sj