El Espíritu del Señor que nos aquieta y sincroniza con los demás
Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos
que se cumplieron entre nosotros, tal como nos fueron transmitidos por aquellos que han sido desde el comienzo testigos oculares y luego servidores de la Palabra. Por eso, después de informarme diligentemente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado, a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido.
Jesús volvió en la dinámica del Espíritu a Galilea y su fama se extendió en toda la región. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.
Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro (“biblíon”) del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
“El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha consagrado por la unción.
El me envió a evangelizar a los pobres,
a anunciar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
a dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor”.
Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles:
“Hoy se ha cumplido esta Escritura que acaban de oír” (Lc 1, 1-4; 4, 14-21).
Contemplación
Contemplamos a Jesús que comienza a obrar en la dinámica del Espíritu Santo.
Lo contemplamos sintiendo una diferencia con lo que nos pasa a nosotros, diferencia que nos muestra la singularidad de Jesús.
En cuanto Dios, podemos decir que Jesús es un Dios de bajo perfil, un Dios humilde.
En cuanto hombre, es Alguien realmente excepcional.
Nosotros, cuando recibimos una gracia del Espíritu Santo notamos enseguida un cambio, algo especial. La consolación del Espíritu se hace sentir de tanto en tanto y nos maravilla qué distintos somos cuando estamos consolados!
Qué diferencia con lo que experimentamos cuando estamos bajo el acoso de las dudas y del mal espíritu y las angustias de la desolación!
En cambio en Jesús no se da nada de esto.
Y nos hace bien contemplar a un Jesús “lleno de la quietud y la movilidad del Espíritu”. “Jesús no experimenta al Espíritu como una fuerza que le viniera de fuera”. El Espíritu reposa sobre Él y lo mueve a obrar desde su interior como connaturalmente. Es su propio Espíritu. Es el Espíritu del Padre.
Tan sincronizados están el Señor y el Espíritu que en general imaginamos a Jesús sólo, siendo que Él está siempre “con el Padre”, siendo que todo lo hace “conducido por el Espíritu”.
Este silencioso posarse sobre la Cabeza del Señor y esta silenciosa expansión del Espíritu en el Corazón del Señor es el Don que nos hace en la Iglesia. Esa Iglesia de la cual dice Pablo, en la segunda lectura, que es un solo cuerpo, porque “todos hemos bebido de un mismo Espíritu”.
En la medida en que hacemos actos de fe en Jesucristo –creo en Jesucristo, nuestro Dios y Señor- nuestro espacio interior queda protegido y libre para que se expanda el Espíritu del Señor como se expande en el espacio interior del Hijo amado. Como un agua que se expande brotando de su misma fuente, como dice Santa Teresa.
En Nazareth, con las palabras de Isaías, Jesús anuncia solemnemente que ha comenzado a insuflar su Espíritu.
Comienza por los pobres, evangelizándonos.
A los que sólo les llegan malas noticias el Señor les trae la buena noticia: buena noticia que libera de la cautividad a que nos somete el mal espíritu con sus continuas “pálidas”, con su discurso negativo, con sus “no se puede”, sus “todo está mal”;
buena noticia que permite ver las cosas de manera distinta, con los ojos de Jesús;
buena noticia que nos da libertad interior.
Donde está el Espíritu está la libertad (2 Cor 3, 17).
Libertad de toda atadura,
libertad de nuestros condicionamientos sicológicos,
libertad de toda preocupación obsesiva y excesiva por el mañana, por lo que dicen los demás, por lo que hemos sido o tendremos que hacer…
El Espíritu que el Señor derrama con su Palabra, que contagia con su cercanía al que “está con Él” y “permanece en su amor”, al que lo confiesa como Señor y Amigo fiel, el Espíritu de Jesús , digo, obra en nosotros principalmente dos efectos: uno interior, que es la libertad que reina en nuestro espacio interior, protegido por los actos de fe de las asechanzas de las palabras del enemigo, que nos conmocionan y nos agitan haciéndonos pasar de un estado de ánimo a otro.
El otro efecto es hacia el exterior: el Espíritu nos hace comprender que nuestras ideas y nuestras acciones son a la vez únicas y parte integral de un todo. El único Espíritu nos hace obrar eclesialmente, sintonizando con el buen espíritu de los demás (no contagiándonos con sus tentaciones).
El Viento del Espíritu despeja el aire interior y exterior y abre un espacio propicio a lo que le agrada al Padre.
El Espíritu de Jesús nos armoniza interiormente y acompasa nuestro ritmo con el de los demás para que las cosas se vayan haciendo en paz.
Para ello nos defiende del Acusador y está a nuestro lado como Abogado, Paráclito, Consolador.
En estos días en que todos rezamos por Haití, por los heridos y desamparados y por los que trabajan incansablemente ayudando, me llegó al corazón el testimonio de un compañero jesuita que está trabajando allí. Lo transcribo como expresión de esta acción del Espíritu que aquieta y coordina los corazones haciendo de ellos un solo Cuerpo:
Una de las señales más esperanzadoras y solidarias dentro de la situación, la describe Mario Serrano sj, quien está en Puerto Príncipe junto con compañeros del Centro Cultural Poveda:
“Llegamos al noviciado jesuita ya casi de noche y no descargamos los camiones por miedo a la reacción de la población. Ya no teníamos seguridad militar, pero diligenciamos para tener dos policías para la vigilancia de esa noche. Al día siguiente, temprano en la mañana descargamos y luego nos reunimos para organizarnos. Mientras nos reuníamos un gran número de personas empezó a golpear la puerta pidiendo que se distribuyera la comida. Detuvimos la reunión y pensamos en lo peor. Hubo que llamar al policía. Llego la policía y la gente no se disperso. El comandante nos pidió que les diéramos una botella de agua y les despidiéramos con la promesa de que también a ellos les daríamos de la ayuda recibida.
La gente aceptó y les prometí que iría a hablar con ellos mas tarde. Esa tarde me acerque a ellos. Nuestro noviciado está en la entrada de su barrio, que es muy pobre y en el que residen muchas víctimas del sismo. Esa tarde tuvimos una excelente asamblea de moradores. Entendieron que necesitábamos tiempo para organizar la distribución, nosotros entendimos que ellos también debían ser beneficiarios de nuestra ayuda. Les compartí nuestro miedo e sentimiento de inseguridad, ellos nos afirmaron que en la zona ellos pondrían la seguridad, se organizaron para recibir la ayuda y se comprometieron a ayudarnos a descargar los camiones de ayuda.
No saben la alegría que me dio todo este proceso. Una alegría ligada a una nueva compresión de la situación, a unas referencias muy concretas de personas, a una nueva forma de gerenciar la ayuda. Hay que integrar a la gente lo más que se pueda en el proceso mismo… Cuando se agolparon la gente a nuestra puerta recuerdo la voz y el rostro de Soucet, una mujer muy valiente que exigía comida, con enojo y valor. Recuerdo mi temor frente a tanta gente. Ahora veo caras amigas, gente con las cuales compartir y trabajar juntos por una misma causa… Ahora tenemos una seguridad y protección mas fuerte que la que nos pueden brindar las fuerzas militares, tenemos el acompañamiento de quienes pretendíamos acompañar y ayudar…”
Diego Fares sj