Domingo 4 C Adviento 2009-10

María, ese espacio seguro de la visita de Dios

Levantándose María en aquellos días
se encaminó con premura
a la montaña, a un pueblo de Judá
y entró en la casa de Zacarías
y saludó a Isabel.
Y aconteció que, apenas esta oyó el saludo de María,
exultó el niño en su seno,
e Isabel quedó llena del Espíritu Santo,
y levantó la voz con gran clamor y dijo:
– ¡Bendita tú entre las mujeres
y bendito el fruto de tu vientre!
¿De dónde a mí (esta alegría): que la madre de mi Señor venga a mí?
Porque he aquí que, apenas sonó la voz de tu saludo en mis oídos,
exultó de alegría el niño en mi seno.
Dichosa la que creyó que se le cumplirían plenamente
las cosas que le fueron dichas de parte del Señor (Lc 1, 39-45).

Contemplación

La Visitación: “¿De dónde a mí esta alegría: que la Madre de mi Señor venga a mí?”
María con Jesús en su seno visita a todos.
María visita a Isabel, su prima anciana, y hace que todo el Antiguo Testamento se convierta en Precursor en la persona de Juan Bautista y cobre sentido si se orienta a Jesús, el Esperado.

María visita a Juan, se va a su casa, enviada por su Hijo en la Cruz, y apacienta a los discípulos hasta la Visita del Espíritu Santo en Pentecostés.

María visita a su pueblo fiel y lo invita a visitarla a ella en sus Santuarios, apacentando a todos. Como dice hoy Miqueas:
“Los apacentará con la fuerza del Señor,
con la majestad del nombre del Señor su Dios
y ellos habitarán tranquilos su tierra y él mismo será su paz”

Visitando y siendo visitada María nos apacienta en Jesús.

Jesús ha prometido claramente la gracia de estas visitas:
“Yo soy el pan de vida. El que viene a mí nunca tendrá hambre,
y el que en mí cree no tendrá sed jamás”
“Todo aquel que el Padre me da, vendrá a mí,
y al que a mí viene, no lo echo fuera.
Escrito está en los Profetas: «Y todos serán enseñados por Dios».
Así que, todo aquel que oye al Padre y aprende de él, viene a mí” (Jn 6, 35-45).

En María todo va y viene hacia Jesús.
Ella ha nacido del Espíritu que “sopla donde quiere” (Juan 3, 8)
y la lleva a visitar a Isabel, la lleva a centrar a los discípulos, la lleva a apacentar a su pueblo .

En este Adviento hemos estado contemplando los espacios donde Dios viene a nosotros:
el cielo y el desierto.
Y el espacio del Espíritu en el que el Señor nos mete:
el espacio común y jerárquico de la Iglesia.
Hoy contemplamos a María como espacio de Dios.
En ese pequeño espacio que ocupa una persona
se abre un espacio espiritual infinito para Dios:
en el seno puro de María viene a habitar el Verbo hecho carne,
el Hijo del Padre Altísimo.
María se convierte así en Templo vivo,
en Iglesia que camina y sale a visitar a sus ovejitas.
Ella, la Pastora, es espacio de pastura en el desierto para los corderitos del Señor.
Ella, la Mujer de carne como la nuestra, es Puerta abierta al espacio del Cielo, a lo gratuito de la gracia del Señor.

María es espacio abierto para Dios y crea espacios de adoración y de alabanza con su presencia y con sus visitas.
Sus pequeñas imágenes que están constantemente visitando nuestras casas van creando ese espacio común y santamente ordenado en torno al bien, a la verdad y a la belleza, que llamamos el reino de Dios.

En María nuestro pueblo fiel siente que “llega a un espacio seguro”.
No hay torno a ella nada que sea barrera o exclusión.
En ella es verdad que Jesús “no rechaza a ninguno de los que, porque n en su interior la enseñanza del Padre, vienen a Él”.

María es espacio jerárquicamente ordenado.
El aparente “desorden” que reina en los santuarios, en los que parece que todas las ovejitas andan por donde quieren en el corral, es sólo aparentemente desordenado.
Si uno pudiera ver los corazones (y a veces se ven clarísimamente en los ojos iluminados de la gente que mira a la Madre), vería que están cada uno en su sitio, en la cercanía justa entre Ella y los demás.
Los más sinceros y amantes, imantados por ella hasta esa cercanía que los hace girar en torno al Amor como un planeta en torno a su Sol.
Los más lejanos, visitados por el cariño y la palabra de Ella que los apacienta, que sin dejar de girar en la órbita de su Amor a Dios, se inclina y se acerca a sus pequeñitos: “De dónde a mí que la Madre de mi Señor me venga a visitar”.

A los que como Isabel anciana, su peso excesivo no los deja salir a Jesús atraídos por la enseñanza del Padre, María les acerca a Jesús visitándolos ella misma.

Ir a visitar o recibir la visita, la alegría y el gozo es el mismo.

Salir a apacentar o ser apacentados son dos caras de la misma moneda, ya que siempre somos discípulos misioneros.

María la primera: la visitada por el Espíritu y la que visita llenando del Espíritu a los demás.

La invitamos a nuestra casa, para que nos ensanche el corazón esta Navidad y podamos hacernos un lugarcito para recibir la visita del Niño Jesús.
Y le pedimos la gracia de salir, con ella, a visitar a los que no pueden responder como tanto desearían a esa atracción del Padre hacia su Hijo Amado.
Salir a visitar a los pobres de Dios,
salir con el deseo de apacentar de María,
creando esos espacios comunes y ordenados en torno a la bondad y a la belleza, que son pesebres –casas, hogares e iglesias- donde nace y si ha muerto resucita el Reino de Dios.
Diego Fares sj

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.