Se indignó Jesús…
Y levantándose de allí (Cafarnaún) se va a los confines de Judea, más allá del Jordán, y de nuevo se le juntan muchedumbres en el camino y de nuevo Jesús les enseñaba como solía.
Se acercaron entonces unos fariseos y le preguntaron, con ánimo de tentarlo:
─ ¿Es lícito al marido repudiar a su mujer?
Él, respondiendo, les dijo:
─ ¿Qué les mandó Moisés?
Ellos dijeron:
─ Moisés permitió dar carta de divorcio y repudiar.
Pero Jesús, les dijo:
─ Fue por la dureza del corazón de ustedes que les escribió este precepto; pero al principio de la creación, Dios los creó varón y mujer. Por esto dejará el varón a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne; así que ya no son más dos, sino una carne. Por tanto, lo que Dios juntó, el hombre no lo separe.
En casa volvieron los discípulos a preguntarle sobre lo mismo, y les dijo:
─ Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra ella; y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio.
Entonces le presentaron unos niños para que los bendijera, pero los discípulos reprendían a los que los presentaban. Viéndolo Jesús, se indignó y les dijo:
─ Dejen a los niños venir a mí, y no se lo impidan, porque de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad les digo que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y tomándolos en los brazos, ponía las manos sobre ellos y los bendecía (Mc 10, 2-16).
Contemplación
Otro “evangelio molesto” el de hoy, diría Pronzato. El tema del divorcio suscita opiniones destempladas. Basta leer un poco los comentarios al libro de Martini y Verzé, “Todos estamos en la misma barca”, para sentir que, a pesar de que han transcurrido dos mil años desde aquel encontronazo de los fariseos con el Maestro, los “tonos” que se agitan en el evangelio de hoy siguen igual de caldeados. Verzé (sacerdote de 89 años, trabajó siempre con los pobres y enfermos y parece ultra-crítico) le pregunta a Martini, entre otras cosas:
─“Y ya que estamos en materia de práctica moral, ¿qué me dice, eminente padre, de la negación de los sacramentos a fidelísimos divorciados?
Martini le responde:
─ “Usted me pregunta qué pienso sobre el rechazo de los sacramentos a fieles divorciados. Yo me he alegrado por la bondad con que el Santo Padre ha quitado la excomunión a cuatro obispos lefebvrianos. Pienso, sin embargo, en otros muchos, que hay muchas personas en la Iglesia que sufren porque se sienten ellos mismo marginados y que sería necesario pensar también en ellos. Y me refiero, especialmente, a los divorciados que se han vuelto a casar. No a todos, porque no debemos favorecer la falta de consideración y la superficialidad, sino promover la fidelidad y la perseverancia. Pero hay algunos que hoy están en una situación irreversible y sin culpa. Han incluso contraído nuevos deberes hacia los hijos tenidos del segundo matrimonio y no existe ningún motivo para volver la historia atrás; más bien, sería insensato aconsejarle esto. Retengo que la Iglesia debe encontrar soluciones para estas personas. Dije a menudo, y repito a los sacerdotes, que ellos están formados para construir el hombre nuevo según el Evangelio. Pero en la realidad ellos tienen que ocuparse también en recomponer huesos rotos y salvar a las personas que han naufragado. Estoy contento de que la Iglesia se muestre a veces benevolente y apacible, pero retengo que debe tener este talante con todas las personas que lo merecen realmente. Son, sin embargo, problemas que no puede resolver un simple sacerdote ni un obispo. Es necesario que toda la Iglesia se ponga a reflexionar en estos casos y, guiada por el Papa, encuentre un camino de salida”.
Transcribo la respuesta entera porque Martini no habla a la ligera, como dan a entender los que lo sacan de contexto. La suya es una respuesta ponderada, respetuosa, que acoge tanto la ironía de Verzé (los “fidelísimos divorciados”) como la doctrina de la Iglesia, y busca ampliar el “lugar” donde se debe tratar el tema y el “sujeto” que puede llevar la reflexión a buen puerto. No se trata de cosas sobre las que valga la opinión de cualquier sacerdote o laico suelto que escribe por internet. Es un tema para toda la Iglesia guiada por el Papa.
Y también es importante el tono con que se dicen las cosas.
La imagen que eligen Martini y Verzé para dialogar es la de dos que están en la misma barca. Barca en la que ─ nos recuerdan ─ estamos todos:
─ “Yo no sé si estoy despierto o soñando. Sé que me encuentro completamente en la oscuridad, mientras un batir lento me hace pensar que estoy en una barca que desliza por el agua. Busco tanteando determinar mejor el lugar en el que me encuentro y me doy cuenta de que cerca de mí hay un árbol, quizás el palo maestro de la embarcación. Poco a poco me acerco para poder adherirme a él con las manos, para tener un poco de seguridad y de la estabilidad en los movimientos cada vez más frecuentes del barco en las olas. En este intento encuentro algo que me parece como una mano de hombre. Quizás es otro pasajero que busca también él apoyarse en el árbol maestro. Yo no sé quién es, como tampoco se cómo me encuentro yo mismo en esta barca. Pero el toque de esa mano me da confianza: me inclino hacia delante para poder estrecharla y para expresar mi solidaridad con alguien en esa oscuridad que estremece. Querría también intentar decir algo, aun sin saber si mi compañero de barca comprende el italiano. Pero entretanto él comienza a hacerme algunas breves preguntas, a las que contesto con mucho gusto. Se trata de una persona que no conocía, pero de quien había oído hablar. Me impresiona su interés por mí en este difícil momento, en que cada uno sólo debería tener ganas de pensar en sí mismo. Dialogando así en la noche profunda, en ese momento de incertidumbre y también de peligro fueron despuntando poco a poco las primeras luces del alba. Reconocí el lugar en el que me encontraba: estábamos nosotros dos solos en la barca. Y utilizando algunos remos que encontramos en el fondo de ella, nos pusimos a remar hacia la orilla, parándonos de vez en cuando para saborear la calma del lago. Nos hemos dicho muchas cosas en esas horas. Ha quedado bien claro durante la conversación que éramos muy diferentes uno del otro. Pero nos respetamos como personas y nos a queremos como hijos de Dios. También el hecho de encontrarnos en la misma barca nos ha permitido comprendernos y acogernos tal cómo éramos. Entre lo primero que nos hemos dichos hay naturalmente un poco de autopresentación. Así que aprendí que mi interlocutor tenía realmente ochenta y nueve años, mientras que yo estoy en los ochenta y dos. Don Luigi Verzé (me enteré después que este era el nombre de mi compañero de barca) presentó su vida como la uno que había vivido sesenta y un años de sacerdote (… ).
Martini termina su vida dialogando en lugares especiales y con personas especiales. Esto le da un tono particular a los temas que trata. En “Coloquios nocturnos en Jerusalen”, dialoga con Georg Sporschill s.j., que trabaja en Europa del Este ayudando a niños de la calle y a jóvenes desamparados. En “Todos estamos en la misma barca”, dialoga con Luigi Verzé, fundador de un hospital en Milán y de una Fundación y Universidad nacidas en torno a él y que llevan el mismo nombre: San Raffaele.
Reflexiono sobre esto porque son cosas que hacen al mensaje evangélico. El evangelio es Palabra viva, dialogante. No se puede abstraer un contenido sin tener en cuenta a quién le dijo Jesús cada palabra, dónde las dijo y que otras cosas agregó, no solo en palabras sino en gestos.
El Señor y Maestro da su doctrina sobre el divorcio en medio de las multitudes que se le juntan por el camino y a las que “como era su costumbre” les enseña.
El evangelio no dice qué le enseñaba Jesús a la gente. Sí podemos distinguir esto: que cuando el Señor está hablando con el pueblo fiel, lo que le sale del corazón son las parábolas, las bienaventuranzas, el Padre nuestro… Con el Pueblo fiel el Señor siembra generosamente y confía en que su semilla dará fruto a su tiempo.
Son los suyos los que luego le piden precisiones y cuando las da, el Señor muestra cierta impaciencia. Aclara, pero como diciendo: “Cómo es posible que Uds. no entiendan esto por ustedes mismos”.
Con los fariseos, que más que pedir aclaraciones van derecho a ponerle trampas, el Señor se muestra implacable por un lado ─ Moisés les permitió divorciarse por la dureza de sus corazones ─, pero luego vuelve a abrir el panorama ─ lean el Génesis, vean las cosas no sólo en el marco moral sino en el marco del misterio de la creación de la vida y de la familia ─.
De última, el Señor no sigue discutiendo la situación de hecho –el divorcio judío-, lo refiere, eso sí al pecado de dureza de corazón (y de cultura) y abre el tema hacia la Vida más allá del legalismo farisaico (que en este punto, paradójicamente, era más “progresista” que el Señor!!).
Cuando los discípulos le exigen que aclare más, el Maestro dice las cosas como son: cuando se unen dos en una sola carne la unión que se da es tal que otra unión es adulterio. Adulterio significa mezclar cosas que no se pueden mezclar. Pero acto seguido se pone a bendecir a los niños y da su doctrina sobre la cercanía con él, que nada ni nadie impida que los pequeños se acerquen a Él.
La verdad sobre el adulterio es dura, pero los gestos de mayor amor del Señor fueron para la adúltera y para los pecadores, con los cuales el Señor comía y compartía.
Jesús junta, de manera inigualable, la verdad y la misericordia.
Como dice Martini: “Sin la caridad, la fe está ciega. Sin caridad no hay esperanza y no hay justicia”.
Como dice el Papa: “Si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo « piadoso » y cumplir con mis « deberes religiosos », se marchita también la relación con Dios. Será únicamente una relación « correcta », pero sin amor (Dios es caridad 18).
Sin caridad, la verdad es solo “correcta”, pero no da vida.
Y sin verdad, la caridad puede quedar relegada al ámbito de lo asistencial y privado, sin incidencia política ni social, como dice el Papa en Caritas in veritate (4-5).
Ahora bien ¿cuál es el camino para unir en nuestra vida cotidiana la verdad con la caridad? ¿Cómo saber si por ser sinceros no fuimos demasiado duros o si por ser buenos no fuimos demasiado contemporizadores?
Quedémonos contemplando el gesto de Jesús: cómo se pone a bendecir a los niños que le traen las mamás y la indignación y el reto severo que le da a los discípulos cuando tratan de impedir que se le acerquen con el pretexto de no molestar al Maestro.
El evangelio dice que Jesús se indignó.
No se indignó con la trampa de los fariseos. No se indignó con su dureza de corazón. Mucho menos se indignará con la adultera o con los pecadores que se le acercan. No se indigna de que los discípulos le pidan precisiones tipo derecho canónico… Y se indigna ostensiblemente de que le aparten a los niños!
Es como que el Señor aprovecha la oportunidad para cambiar de objeto el tono de indignación que ha provocado la cuestión del divorcio. El Señor dice su verdad sobre el matrimonio pero no usa el tema para indignarse ni para discutir. Y apenas puede la corta y dirige la mirada de los discípulos hacia lo importante: los pequeños.
El estandar evangélico para la indignación no va ciertamente por el lado de rasgarse las vestiduras ante el divorcio o el adulterio. Sí hay un tono de cierta pena, al recordar con el relato del Génesis lo lindo que es el amor humano y la vida de familia tal como la sueña el Padre Creador; sí hay un tono de misericordiosa recomendación (en privado) a la adúltera: “vete en paz y no peques más”. Pero nada de indignación. Lo único que le indigna a Jesús es que alguien le aparte a sus pequeñitos! Y las familias rotas o armadas a medias son a veces lo único que tienen para crecer sus predilectos, los niños. Así pues, con cuánto amor mira el Señor a todo aquel que lucha por cuidar a los chicos y a los jóvenes y llevar adelante su familia, sea cual fuere la situación legal y moral en que se encuentren.
Diego Fares sj