Domingo de Pentecostés B 2009

Sagrada Familia 2

El Hospedero a quien nos confió el Buen Samaritano

Hermanos, nadie puede decir: ‘Jesús es el Señor’,
si no está impulsado por el Espíritu Santo…
En cada uno el Espíritu se manifiesta para el bien común”
(1 Cor 12, 3 ss.)

Al atardecer del Domingo los discípulos estaban con las puertas cerradas
por miedo a los judíos; vino Jesús y se puso en medio de ellos y les dijo:
‘La paz esté con ustedes’.
Mientras les decía esto les mostró sus manos y su costado.
Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: ‘La paz esté con ustedes.
Como el Padre me envió a mí, Yo también los envío a ustedes’.
Al decir esto sopló sobre ellos y añadió: ‘Reciban el Espíritu Santo.
Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen
y serán retenidos a los que ustedes se los retengan’ (Jn 20, 19-23).

“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso,
que llenó toda la casa en la que se encontraban.Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que, repartiéndose, se aposentaron sobre cada uno de ellos; todos quedaron llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse” (Hc 2, 1 ss.).

Contemplación

En la liturgia de las horas de Pentecostés hay un hermoso pasaje de San Ireneo sobre el Envío del Espíritu Santo, en el que lo compara con el Hospedero a quien el Buen Samaritano le confió al hombre herido que estaba tirado al borde del camino. Dice así:
“Y ya que tenemos a quien nos acusa, tengamos también un Abogado, pues que el Señor encomienda al Espíritu Santo el cuidado del hombre, posesión suya, que había caído en manos de ladrones, del cual se compadeció y vendo sus heridas, entregando después los dos denarios regios para que nosotros, recibiendo por el Espíritu la imagen y la inscripción del Padre y del Hijo, hagamos fructificar el denario que se nos ha confiado, retornándolo al Señor con interés”.

Me llamó la atención la comparación y buscando en griego el nombre del “hospedero” a ver si se aplicaba al Espíritu, descubrí con alegría que se dice “pandojei” =el que recibe bien (dejomai) a todos (pan). “Dejomai” significa “recibir”, tomar con la mano, y se usa para acoger a un huésped y para recibir hospitalidad, también para tomar y recibir una enseñanza… De ahí que San Ireneo compare al Espíritu con el Hospedero.
El Espíritu es el Dulce Huésped del alma y cuando un alma lo hospeda, se convierte Él en Hospedero.
Él es el hospedero que sana nuestras heridas, el Espíritu que el Señor sopló sobre los discípulos “para el perdón de los pecados”.
Él es el que nos recibe y nos acoge como buen Abogado y Paráclito y se pone a nuestro lado para defendernos y consolarnos de quien, con sus insidias, nos acusa y nos zahiere, del mal espíritu que intenta desolarnos y para impedir ese suave y constante “permanecer en el amor” que nos manda el Maestro.
El Espíritu huésped-hospedero es quien nos enseña a recibir las enseñanzas de Jesús en tierra buena, de modo tal que la semilla de fruto abundante.

Esta misteriosa cualidad de hospedar y ser hospedado es lo más propio de la relación entre Jesús y el Padre, relación de amor en la cual el Señor nos quiere incluir para que incluyamos.
“El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado” (Mc 9, 37).

El milagro de la comunidad

Guardini expresa muy bien el fruto de este recibirse y hospedarse mutuamente en el amor y el perdón: la comunidad. ¡El milagro de la comunidad! como decía Hurtado. Milagro más grande que los milagros de las obras exteriores, porque es el Espíritu de alegría de la comunidad el que fructifica en obras de amor.
El Espíritu posibilita ese anhelo que no podemos realizar de ser nosotros mismos y de formar comunidad plenamente con otros. El Padre y el Hijo sí que pueden estar plenamente el uno en el otro sin perderse como personas, ser plenamente uno siendo dos. Esto es el Amor entre ellos y ese Amos es el Espíritu que se Donan mutuamente y que nos envían a nosotros como Don. Por eso, en el Espíritu podemos recibirnos todos: podemos incluir a todos los hombres, podemos hospedar al mismo Dios que viene a habitar en nuestro interior.

Odres nuevos para recibir a Jesús

El Espíritu, al ser bien recibido, crea en nosotros eso que llamamos “gracia”, Él mismo es la Gracia increada y al dársenos a cada uno en nuestra medida, nos transforma en “odres nuevos”. Permite que tengamos un lugar en nosotros mismos (por decirlo de alguna manera) donde podemos recibir bien a Jesús. Recibirlo, digo,de manera definitiva: sin roturas ni parches. El Espíritu nos hace recipientes aptos para la Buena Nueva. Sin el espíritu no nos sería posible recibir a Jesús. Lo vemos en las apariciones del Señor resucitado: el efecto que produce en sus discípulos es tal que no terminan de creer. Cada vez que el Señor se les presenta, les cuesta reconocerlo. Luego de un camino juntos, lo reconocen y eso los llena de alegría. Una alegría que permanece cuando se va, pero que al poco tiempo decrece y las vacilaciones y las dudas vuelven a ganar lugar.
Sin el Espíritu tendríamos idas y venidas, nuestra fe sería vacilante.
Es un milagro la fe: ¡que uno crea y crea para siempre!.
La fe de los sencillos es el milagro mayor.
En otras cosas de la vida uno avanza y retrocede, cree y descree.
Esto también sucede con la fe (o mejor con la práctica de la fe), pero en su cara más superficial. En el fondo más hondo, el que cree sabe que una vez que creyó, cree para siempre. El temor mismo a perder la fe y lo que sufrimos cuando la sentimos “poca”, no son sino confirmaciones de cuánto la sentimos indeleble.

Las pausas del Espíritu

Por estas cosas, al promediar nuestra contemplación sobre el Espíritu Santo, es bueno hacer una doble pausa (las pausas en el Espíritu son la fuente de una continua paz interior). Una primera pausa, como la de quien entra en una Iglesia: dejando afuera el movimiento de la calle, doblamos la rodilla y centramos nuestra mirada en la lucecita del sagrario para adorar a Jesús. Es la pausa para entrar en la presencia de Dios que nos serena y pacifica. Hecho esto, es bueno detenerse nuevamente un instante más, ralentar la adoración al Padre o a Jesús e hincar de nuevo la rodilla para mirar no ya al Dios Otro sino al Dios que se hace un Espíritu con nosotros. Nos hace bien dar gracias expresamente al que fue Motor de nuestro deseo de entrar en la iglesia, al Espíritu que nos hace reconocer que “Jesús es el Señor”, al Espíritu que nos impulsa a exclamar de corazón ¡Abba, Padre!

Es que el Espíritu es protagonista de la oración y de las acciones de la Iglesia, no su objeto. Pablo lo expresa muy bien: “Hermanos, nadie puede decir: ‘Jesús es el Señor’, si no está impulsado por el Espíritu Santo…” Nadie podría ponerse a rezar con el evangelio si el Espíritu no le hubiera dado ya el deseo de rezar y el gusto que lleva a comprender lo que se lee. Por eso, es siempre lindo y noble el gesto de agradecer al Espíritu al comienzo, en el medio o al final de cualquier cosa que hagamos en el nombre de Jesús y para la Mayor Gloria del Padre. Sin el impulso del Espíritu no podríamos iniciar ni terminar nada en lo que a las cosas de Dios respecta. “Él lo ordena todo para el bien común”, como dice Pablo.

San José Hospedero

Terminamos buscando una imagen que nos ayude a enfocar nuestra relación con el Espíritu, porque esta doble pausa y reflexión requiere trabajo y de alguna manera pareciera que va como a contrapelo del movimiento del Espíritu, que siempre llena y hace salir, produce éxodos y misiones, lleva a contemplar a Jesús, a adorar al Padre y a salir al encuentro de nuestros hermanos necesitados de evangelio y de justicia amorosa…
Con la conciencia de que al Espíritu le agrada que lo reconozcamos, es bueno hacerlo a su estilo:
Reconocerlo con gestos, no con palabras.
Reconocerlo dejándonos conducir y amaestrar por él, no haciéndolo objeto de estudio.

La imagen más linda que me viene al corazón es la de San José.
San José es el hombre del Espíritu.
Su silencio se parece mucho al del Espíritu, que no habla nada suyo porque hace hablar a Jesús, la Palabra.
San José es el que “recibe” y toma consigo al Niño a su Madre, y cuidándolos a ellos, ellos le cuidan su paz a él.
Su no tener una palabra propia que haya quedado en el Evangelio es una elocuente forma de decir que pasaron por su corazón todas las palabras de Jesús. A Él si le habló y mucho, seguramente. Pero así como María habla poco (y como Madre hace suyas las palabras del Padre: “hagan todo lo que el Hijo les diga”), San José, como el Espíritu, sólo muestra a su Hijo en brazos y con su amor invita a que lo recibamos nosotros también y lo cuidemos con el mismo amor.
El silencio de José crea el ámbito de hogar y hospedería para que la Palabra crezca en estatura, gracia y sabiduría, sanando heridas y dando frutos del ciento por uno y del doble de los denarios recibidos.
Los gestos de Hospedero fiel y previsor de San José, a quien el Señor puso al frente de su familia, traducen la acción del Espíritu en acciones de la vida diaria, convirtiendo nuestras Obras en Reino de Dios.

Sagrada Familia zefirelli 1

Diego Fares sj

Domingo de la Ascensión B 2009

ascension 10 

Evangelizar todas las cosas

 Jesús dijo a sus discípulos: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Nueva a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les  hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán.» Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Ellos partiendo de allí predicaron por todas partes, cooperando (sinergia) el Señor  y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban (Mc 16, 15-20).

 Contemplación

 “Anuncien la buena nueva a toda creatura”, les mandó Jesús; y ellos partiendo de allí “predicaron por todas partes”.

El Señor nos encargó la misión de evangelizar a toda creatura, de predicar por todas partes. Toda creatura debe ser evangelizada. Y debe serlo parte a parte. No solo las personas, también las cosas: la hierba y las estrellas, los gorriones y las ballenas, las nubes y las piedras,  los ríos y las casas, el espacio político y el espacio virtual, con todos los “sitios” de la web.

Todo la creación tiene que ser tocada por la Buena nueva de que ¡Jesús ha muerto y resucitado!: ¡tenés que saber que gracias a ello, tus pecados están perdonados y se te han abierto las puertas del Reino de los Cielos, para cuando quieras entrar a participar!

 Todas las cosas han de ser evangelizadas.

Cada una a su manera: con la bendición, con el cuidado, con el cultivo y la disposición que las vuelve más serviciales y bellas.

Debemos anunciar el “kerygma” de que Jesús ha entrado “en la intimidad sagrada del Amor del Padre”.

Al entrar allí Jesús se nos ha acercado definitivamente.

Ese cielo está al alcance de la mano (como las cosas).

El Padre es la “fuente de la santidad” como decimos en la plegaria Eucarística. Y por eso le pedimos “que santifique estos dones”. El Padre Eucaristiza con el pan y el vino todas los frutos del trabajo del hombre, la realidad entera queda hecha un Cielo, queda convertida en Eucaristía.

Por eso, hacer la Eucaristía es evangelizar todas las cosas,

 La Ascensión no fue hacia las nubes del cielo sino hacia lo más Alto de cada realidad: hacia ese espacio de intimidad en el que cada creatura está abierta amorosamente a todas las demás y desde donde puede ser realzada a un sentido trascendente. Ese es el cielo que configura desde adentro ─ en su amplitud y trascendencia ─ cada creatura, cada realidad.

Se puede, por tanto, ver a Dios “en todas las cosas” como quería Ignacio que viéramos. Cada cosa tiene su cielo, su cielito lindo que alegra los corazones, como dice la canción. Cada realidad tiene una puerta abierta al Reino y puede evangelizar y ser evangelizada, en esa ida y vuelta que tan hermosamente expresa Atahualpa en “Tierra mía”

¡Qué tendrás, tierra mía
para que así llevemos,
en los ojos, tu fiesta
y en el alma, tu pena!
Tus montañas, tus llanos,
tus caminos, tus aguas,
rutas que van al cielo,
cumbres que nos alcanzan
.

Música de tus noches,
canto de tus mañanas,
fuerza de tu silencio
cuando callas.

Una fuerza de vida
que baje de los cielos,
y florezca en nosotros

como una primavera,
que se lleve las sombras,
y que nos dé silencios,
para sembrar en ellos
inspiraciones buenas.

…..

En realidad Jesús ya evangelizó toda la creación. Por eso hay que escuchar primero.

El que hizo cada cosa a imagen suya, con su Palabra, el que se encarnó y se sembró en cada terrenito de esta tierra nuestra, murió también en la cruz de cada cosa, no sólo en la suya, y resucitó también en todas. Por eso es que puede decir con verdad y cercanía que “El está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

Jesús ya evangelizó el Pan y las bocas, el Agua y las frentes, el Aceite y los cuerpos, las manos y los anillos, Jesús ya evangelizó todas las Palabras y todos los caminos.

 Santos como Francisco evangelizaron la creación entera con su mirada buena y su manera pacífica de nombrar las cosas: gracias a él podemos hermanarnos con el hermano sol y la hermana luna…

 Ignacio nos enseñó en sus Ejercicios a “evangelizar” las situaciones, a discernir y a elegir con determinación libre y deliberada aquella forma de vida o aquella actitud que “abre Reino y lo establece aquí y ahora” en medio del fluctuar ambiguo de las decisiones humanas.

 Teresita evangelizó las pequeñas cosas del convento de Lisieux: los lapicitos de colores y el pan partido en pedacitos para la hermana con artrosis.

 La madre Teresa y el Padre Hurtado nos enseñaron a “ver a Jesús en los pobres más pobrecitos y desamparados”.

Y así, tanta gente buena que evangeliza las cosas de todos los días con su labor incesante. Cada cosa que tocamos elaborada por la mano del hombre contiene una intimidad sagrada ─ los esfuerzos y las lágrimas, muchas veces ─, de aquel que las trabajó para que nos llegaran.

 ¿Saben cuánto cuesta un hojal?, les preguntaba el jovencísimo Alberto Hurtado a los profesores que escuchaban su tesis de Abogacía sobre las mujeres que cosían camisas en condiciones de extrema pobreza. “Los hojales de sus camisas están bordados con las lágrimas de estas mujeres trabajadoras”. “Y qué podemos hacer ─ decía sin poder contener las lágrimas ─ ¿Nada? A veces pareciera que no podemos hacer nada. Pero podemos indignarnos. Siempre podemos indignarnos y llorar de injusticia por el mal”. Que eso también es evangelizar y hacer que se abra la justicia del Reino en una situación inicua. Siempre podemos condolernos e indignarnos por la injusticia.

El evangelio tiene la potencia de encarnación del Verbo. Con la misma fecundidad con que se encarnó la Palabra en María, con la misma intensidad cotidiana con que se metió Jesús en la vida de Nazareth, se incultura el evangelio en cada cosa, en cada situación actual. El evangelio sigue siendo: la palabra más ardiente que una brasa, la luz de la lámpara más encendida, el agua que surge y salta hasta la vida terna, el pan más vivo que baja en cada Eucaristía del cielo, o mejor, que se convierte desde su intimidad de materia sagrada en el Cuerpo de Cristo.

 La predicación del evangelio tiene muchos caminos. A veces pensamos que debe ir directo a la mente de la gente y no siempre es así. Muchas palabras están “desevangelizadas” y en vez de suscitar amor y confianza mueven a la discusión. Por eso la predicación del evangelio debe ir, quizás, más humildemente, primero a las cosas. Cosas tratadas con cariño, trabajadas con amor y ofrecidas sin interés, cosas que llevan un mensaje en su interior que el otro descubrirá con el tiempo. Cosas como las artesanías de El Hogar de San José, silenciosamente elocuentes, cosas lindas llenitas de amor, trabajadas por manos que recobraron la esperanza y la alegría en un entrepiso abarrotado de materiales de descarte, que es lo más parecido a un reino de los cielos donde todo se recicla gracias a Jesús.

 Quizás el evangelio debe ser primero “casa”, como la Casa de la Bondad. La Casa de la Bondad es una buena nueva que ha demorado cinco años en construir su espacio exterior y recién dentro de unos meses podrá ser ámbito íntimo donde se pronuncien palabras de cariño y de esperanza para los enfermitos. Evangelizamos ladrillos y baldosas antes de evangelizar cuerpos enfermos y mucho antes de decir una sola palabra de fe. Pero cuando esa palabra llegue, en alguna conversación íntima entre un enfermo y uno que acompaña, será “cielo”, intimidad sagrada de Dios, intimidad de amor.

 Por todo esto me llamó hoy la atención esa frase de Jesús: “a toda creatura”. Los discípulos misioneros se dejaron llenar por la fuerza de esa frase y salieron a predicar “por todas partes”. Lo expresan los iconos de la Ascensión en los que se ve al Señor serenamente intercediendo en el interior de un círculo y a los discípulos en una agitación dinámica como listos para salir y ponerse en camino hacia todas partes, cumpliéndole al Señor el  deseo de que su Palabra toque todas las cosas, se mezcle con todas las situaciones, alcance todos los rincones de la vida.

 El evangelio no es una doctrina particular para determinado tipo de cosas ─ las cosas religiosas o espirituales ─; el evangelio es el diálogo apasionante del Señor con cada cosa a la que le insufla su perdón y su vida. La misión de anunciar el evangelio brota en primer lugar de un discipulado. Lo que anunciamos es una Vida que está operante en lo profundo de la realidad. Por eso “anunciar la Palabra es descubrirla”, predicar la Palabra es escuchar cómo nos habla desde lo profundo de cada realidad,  incluso en las más dolorosas. Un lindo ejemplo en el libro de los Hechos de los apóstoles, es el canto de alabanza que entonaban Pablo y Silas en la prisión de Filipos que hizo temblar la casa y abrirse los cepos. Este canto de alabanza llegó al corazón del carcelero que les preguntó “qué debo hacer para salvarme”. Entonces le anunciaron el Kerygma con palabras (Kerygma cuyo deseo ya había recibido antes en su corazón por obra del testimonio de la alabanza de los prisioneros) y lo bautizaron a él y a toda su familia. La alegría de creer en Dios es lo que se destaca en esta conversión del carcelero.

 En el Hogar le dedicamos un espacio a “las buenas noticias”. Las tratamos de compartir en las carteleras y en los boletines. Es una tarea kerygmática. Nos hace estar atentos a esas “buenas nuevas” y tratar de que tengan un ámbito adecuado para expresarse de modo que las podamos compartir. Es un servicio más, dentro de los muchos del Hogar y, al mismo tiempo, es “El servicio”. Servicio de la Palabra, Servicio del Testimonio, como dice el Papa:

“La naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios (kerygma-martyria), celebración de los Sacramentos (liturgia) y servicio de la caridad (diakonia)(Deus Caritas est 25 a).

Hoy, por ejemplo “decodificaba” uno de estos evangelios que acontecen en la vida diaria. Anteayer tuvimos una persona que alteró la paz del Hogar. Estaba drogado, se ve, y no permitía que entrara la gente de la tarde al Hogar. Salí volando para allá y de camino me dijeron por celular que no se podía abrir la puerta: ¡El hombre le había metido palitos a la cerradura! Cuando llegué, metí la llave y pude abrir. Me llamó la atención, pero pasamos un buen rato en que fue todo idas y venidas, llamados al 911 de la policía, contener al loco que tocaba timbre y quería pelear con todos, hacer entrar a la gente cuando se alejaba un poco…  En cierto momento, uno me contó cómo había sido la cosa: uno de los huéspedes había sacado las maderitas con su pinza de artesano y se había ligado varios palazos del loco que no quería que nadie entrara. Me emocionó ver que alguien había defendido al Hogar y recibido palos por ello y se lo agradecí de corazón. Ahora, el hecho tenía una hondura más, que vine a descubrir haciendo mis reflexiones etimológicas sobre el Kerygma que se nos anuncia desde la realidad misma. ¿Saben cómo se llama nuestro huésped abridor de puertas? “Anunciato”.

 Es que es verdad que el Evangelio está operante en lo cotidiano de la realidad. Hay que parar la oreja, afinar el oído, poner la lupa en algún pequeño gesto y contemplar. El Señor resucitado nos acompaña y está con nosotros “todos los días hasta el fin del mundo”. Es su promesa. Está cooperando. Sinergia es la palabra (“ergountos” = obrando/ syn = con).

El Señor obra al mismo tiempo que nosotros cuando “anunciamos el evangelio” o damos testimonio. Y como es un obrar simultáneo muchas veces no nos damos cuenta, aunque queda siempre un gustito a más, un sabor especial. Esto es lo que luego el Señor confirma con alguna señal, como dice el evangelio. Y es lo que tenemos que recordar al repasar el día contemplativamente, al hacer esas pausas al pasar de una actividad a otra. Pequeñas pausas en las que uno no termina abruptamente lo que está haciendo sino que lo comenta un momento con el Señor. Estoy terminando esto y te lo ofrezco. Te agradezco haber podido hacerlo y lo bendigo en tu Nombre para que sea para bien y para Gloria del Padre. Al poner palabras como estas el Señor que estaba obrando sinérgicamente suele mostrarse un instante, como cuando los de Emaús lo hicieron pasar y luego se detuvieron con él pidiéndole que bendijera la mesa.

El Señor está “en toda la creación”.

El Señor habla en todas las cosas.

“Ver a Dios en todas las cosas”, decía San Ignacio. En eso hay que ejercitar los ojos y los oídos del corazón. Los sentidos espirituales se nos sensibilizan y se vuelven capaces de “tocar” el evangelio con las manos en todas las cosas, de sentirle el gusto en medio de todas las situaciones cotidianas, de percibir su aroma, como si recién acabara de pasar, de distinguir su tono de voz de Buen Pastor en una conversación cualquiera, de reconocer, como Juan, su presencia en la orilla, al comenzar el día, de darnos cuenta que nos ha acompañado, al caer la tarde.

 Diego Fares sj

Ascensión 3 

Domingo de Pascua 6 B 2009

La paz y el amor

Juan Evangelista

Durante la Cena, Jesús dijo a sus discípulos:
«Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes.
Permanezcan en mi amor.
Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor,
como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Les he dicho esto para que la alegría que yo tengo esté en ustedes y el gozo que ustedes tienen se plenifique.
Este es mi mandamiento:
Ámense mutuamente, como yo los he amado.
Nadie tiene un amor más grande que este: dar la vida por los amigos.
Ustedes son mis amigos si hicieren lo que yo les mando.
Ya no les digo siervos, porque el siervo ignora qué es lo que hace su señor; yo los he llamado amigos, porque todas las cosas que oí junto a mi Padre se las he dado a conocer.
No me eligieron ustedes a mí, sino que Yo los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y lleven fruto, y ese fruto permanezca, para que todo lo que pidan al Padre en mi Nombre se los dé.
Esto les mando, que se amen los unos a los otros» (Jn 15, 9-17).

Contemplación

Al evangelio de hoy hace bien leerlo y contemplarlo saboreando la Eucaristía. Mientras uno comulga espiritualmente, recordando su última comunión en la Misa, y siente la paz de tener esos instantes el Cuerpo de Cristo en la boca, puede escuchar las palabras del Señor en la Cena: su mandamiento del amor.
“Permanezcan en mi amor”.
Ese es su único mandamiento.
Puede ayudarnos entrar en la contemplación de esta “Ley de Jesús” rezando el Salmo 19:

La ley del Señor es perfecta,
consolación del alma,
el mandamiento del Señor es verdadero,
sabiduría del que es sencillo.
Los preceptos del Señor son rectos,
gozo del corazón;
claro el mandamiento de Jesús,
luz de los ojos.

El temor de Dios es puro,
por siempre estable;
verdad, los juicios del Señor,
justos todos ellos,
apetecibles más que el oro,
más que el oro más fino;
sus palabras más dulces que la miel,
más que el jugo de panales.
Por eso tu servidor se empapa en ellos,
gran ganancia es guardarlos.

¡Sean gratas las palabras de mi boca,
y el susurro de mi corazón,
sin tregua ante ti, Jesús,
roca mía, mi redentor.

Jesús nos manda, pues, que nos aguantemos en su amor. Que no le aflojemos a lo que implica “mantenerse y permanecer” en su amor.

Centramos nuestros ojos en este permanecer.
Hemos sido “injertados” en la Vid Sana y Santificante que es el Cuerpo de Jesucristo, corre por nosotros su Sangre que nos perdona y nos da Vida…, se trata pues de “permanecer” en esta comunión.
La narración prolija y repetitiva del mandamiento del Amor es, en el Evangelio de Juan, el equivalente de la institución de la Eucaristía. El Señor expresa de tal manera sus Palabras que es como si dijera “Tomen y coman, esto es mi Cuerpo que se entrega por ustedes”. Aquí dice: “Nadie tiene un amor más grande que este: dar la vida por mis amigos. Y ustedes son mis amigos si… permanecen en comunión conmigo, si se aman mutuamente como Yo los he amado”.
Todo en el Señor es comunión: palabras y gestos. Son modos de darse y de comulgar con sus amigos.

Juan pescó esto tan hondamente que el mandamiento del amor se convirtió en el centro de su Evangelio y sus Cartas. Cuenta San Jerónimo que “Cuando San Juan era ya muy anciano y estaba tan debilitado que no podía predicar al pueblo, se hacía llevar en una silla a las asambleas de los fieles de Éfeso y siempre les decía estas mismas palabras: «Hijitos míos, ámense mutuamente». Alguna vez le preguntaron por qué repetía tanto la misma frase, y Juan respondió: «Porque ése es el mandamiento del Señor y si lo cumplen ya habrán hecho bastante».

La insistencia de Jesús, percibida por su discípulo más amigo, tiene que despertar nuestra curiosidad. Si insisten tanto debe ser por que ven en nosotros una tendencia a decir “ya lo sé”. Ya sé que el amor es lo importante. Lo difícil es ponerlo en práctica. Amar a todos, especialmente a algunos, es lo que resulta a veces tan difícil.

Si uno se identifica un poco con este razonamiento puede ayudar tomar conciencia de que aquí ya hicimos dos reducciones. La primera, redujimos el amor a su cara operativa. La segunda, lo extendimos rápidamente como un deber para cumplir continuamente con “todos”.

Martini dice que este mandamiento es, en primer lugar, intracomunitario, intraeclesial”. En la Cena, el Señor está hablando a sus amigos. El amor en el que hay que permanecer es, en primer lugar, el de los amigos en el Señor. Y es un amor que se debe recibir cotidianamente, como el Pan de la Eucaristía y el perdón de las deudas, antes de volverse operativo hacia fuera. Es un amor que parte en cada uno de su círculo más íntimo de amigos en el Señor, para luego ir extendiéndose, más por atracción (como le sucede a los primeros cristianos) que por proselitismo:
“Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar” (Hc 2, 44-47).
Permanecer comunitariamente en el amor que nos regala el Señor ─ a los que comulgamos juntos un mismo Pan ─, es la primera “Misión”, el primer mandamiento, la primera Obra apostólica en servicio de los pobres y de los que no conocen a Jesús. Expresado negativamente podríamos decir: el que no está dispuesto a permanecer en el amor (no en una simple coexistencia distante, de no agresión, sino en el amor que acepta, corrige y perdona setenta veces siete) no puede realizar bien otras “misiones”. Hay que estar dispuesto a volver una y otra vez a este amor para poder luego realizar las demás obras buenas que emprendemos por el Señor.

Permanecer en el amor de Jesús es la Palabra que debemos sentir y gustar internamente como comulgando con ella en toda situación. Así como cuando comulgamos permanecemos un ratito saboreando el Pan, así debemos saborear el mandamiento del amor de modo tal que experimentemos verdaderamente cómo al sujetarnos a ese único mandamiento, nos liberamos de los “otros mandamientos”.

El mandamiento de permanecer en el amor de Jesús nos libera de los mandamientos de la culpa y del resentimiento, que nos vienen del pasado. La culpa dice: “tenés que obedecerme, sentirte mal o si no discutirme. Discutamos de nuevo aquel asunto, a ver si sos culpable o no. Examinemos de nuevo para ver si la culpa la tuvo el otro…”
El mandamiento del amor, en cambio nos dice simplemente, “lo único que tenés que obedecer es “permanecé en mi amor”. Si examinar tu pecado o lo que otro te hizo, te lleva a adherirte más a Jesús, examinalo ahora. Si te hace sentir apartado del amor de Jesús, dejalo por ahora. Y buscá ayuda y consejo de quien te quiere bien.
El imperativo de la culpa se indigna e insiste con sentimientos de apremio y ansiedad: “Cómo ‘dejalo por ahora’. ¿Tenés miedo a la verdad?”
El mandamiento del amor responde a la ansiedad con tono de mansa paz: “la verdad sin caridad no es verdad ahora”. La misma frase será verdad plena cuando la pueda sentir y expresar en el ámbito de la caridad y del amor del Señor. Para eso es necesario que se pacifiquen las pasiones, que se sanen las heridas, que se distingan el trigo y la cizaña. Se puede esperar a que se aclare toda la verdad permaneciendo en el Amor de Jesús. Y si algo inquieta nuestra conciencia se puede permanecer en la paz del amor recordando que “El Padre es más grande que nuestra conciencia”. Y así, la culpa, el desasosiego y la desesperanza dejan paso a la serenidad y a la esperanza confiada en la Misericordia del Señor, en la que se nos manda permanecer.

El mandamiento de permanecer en el amor de Jesús nos libra también de los imperativos eticistas y funcionalistas que nos llevan a poner tensión y separación en la comunidad. Los conflictos comunitarios no son “el problema” (de la misma manera que no es “el problema” experimentar sentimientos de culpa, ansiedad y desilusión). Los sentimientos interiores y los choques y diferencias interpersonales son hechos, situaciones, cosas que pasan. Se los puede vivir y conducir “permaneciendo en el amor” o “aflojando en el amor y separándose del amor”.
Como dice Santo Tomás:
“La amistad no comporta concordancia en opiniones, sino en los bienes útiles para la vida, sobre todo en los más importantes, ya que disentir en cosas pequeñas es como si no se disintiera. Esto explica el hecho de que, sin perder la caridad, puedan disentir algunos en sus opiniones. Esto, por otra parte, no es tampoco obstáculo para la paz, ya que las opiniones pertenecen al plano del entendimiento, que precede al apetito, en el cual la paz establece la unión. (La paz es deseo y elección del corazón!) Del mismo modo, habiendo concordia en los bienes más importantes, no sufre menoscabo la caridad por el disentimiento en cosas pequeñas. Esa disensión procede de la diversidad de opiniones, ya que, mientras uno considera que la materia que provoca la disensión es parte del bien en que concuerdan, cree el otro que no. Según eso, la discusión en cosas pequeñas y en opiniones se opone, ciertamente, a la paz perfecta que supone la verdad plenamente conocida y satisfecho todo deseo; pero no se opone a la paz imperfecta, que es el lote en esta vida” ((Suma Teológica II-II 29 4).

Ante el conflicto dolorosísimo con el hijo que le pide su parte de la herencia y se va, el Padre misericordioso “permanece en el amor” esperando el regreso de su hijo y preparando en su corazón una fiesta.
El hermano mayor, en cambio, cultiva el rencor y enfría con razonamientos de venganza el amor fraterno que tenía y ese resentimiento se extiende hasta separarlo de su mismo Padre, que tiene que salir a atraerlo de nuevo.

Ante el problema de los roles, los discípulos discuten y pelean a ver quién es el que manda, quién es el mayor… y el espíritu de competencia y de comparaciones los hace apartarse del amor. Jesús, para invitarlos de nuevo a permanecer en su amor, llama a un niño pequeño y lo pone en medio y les hace fijar la mirada en los que necesitan del amor de todos y sacar la mirada del amor propio.
Así, mantener en el corazón y en los labios este mandamiento y repetirlo muchas veces sintiendo la suave autoridad de nuestro Dueño, nos libera de los imperativos sicológicos y sociales a los que obedecemos tantas veces sin pensarlo y que no nos dan vida ni nos satisfacen.

Mucha paz tienen los que aman el mandamiento del Señor. Una paz que pacifica los deberes de la razón con la amistad del Señor vivida (como Juan) de corazón.

Diego Fares sj

Juan Evangelista

Domingo de Pascua 5 B 2009

La paz de la viña

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“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el Viñador.
Todo sarmiento que en mí no porta fruto, lo corta,
y a todo el que da fruto, lo poda, para que lleve frutos más copiosos.

Ustedes están ya limpios gracias a la Palabra que les he anunciado.
Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes.
Lo mismo que el sarmiento no puede llevar fruto de sí mismo,
si no permanece en la vid; así tampoco ustedes si no permanecen en mí.

Yo soy la vid; ustedes los sarmientos.
El que permanece en mí y yo en él, ése lleva mucho fruto;
porque separados de mí no pueden hacer nada.
Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca;
luego los recogen, los echan al fuego y arden.
Si permanecen en mí, y mis Palabras permanecen en ustedes,
pidan lo que quieran y lo conseguirán (Jn 15, 1-8).

Contemplación
La humanidad es una vid. No somos seres aislados. La humanidad es una viña plantada para dar uvas dulces que por la pandemia del virus del pecado comenzó a dar uvas agrias por todos lados. Pero somos una vid y siempre está la posibilidad del injerto que salva, el injerto en la cepa noble y santa que es Jesús: Yo soy la Vid, ustedes los sarmientos. El que el Padre injerta en mí y luego permanece en mí de corazón y Yo en él, lleva mucho fruto.
La vid tiene esta posibilidad maravillosa del injerto. Les comparto algo que leí y puede ayudar:
“En Europa, hasta fines del siglo XIX, en sus pequeños terruños -que de paso muestran el misterio del vino, ya que, gracias a los diversos injertos, con la misma cepa y el mismo clima bastan un centenar de metros para producir vinos de distinta calidad- los viticultores plantaban año a año los retoños de sus vides. Fue entonces cuando, tal vez por razones experimentales, se introdujeron algunas plantas de vid americana. Con la vitis americana llegó lo que la ciencia llama Philoxera Vastàtrix, Filoxera devastadora. Eran pulgones de uno a tres centímetros de largo, que se alimentaban de la raíz de las cepas europeas. Ningún plaguicida pudo dar cuenta de ellos. Se prendió fuego a viñedos enteros y se inundaron aquellos que estaban cerca del mar. La plaga era incontenible. La solución que mantuvo en angustiosa espera a los viticultores fue injertar las vides europeas sobre las raíces americanas que la filoxera desdeñaba. Todos los viñedos europeos están plantados sobre viñas patrón americano”.

Esta plasticidad misteriosa de la vid, en que la parte sana puede curar al todo, es una hermosa imagen de lo que es la raza humana. Por eso es tan linda la imagen del Padre Viñador y de Jesús, la Vid Santísima y Vivificante.

A Jesús todo lo que se le injerta, si está enfermo, lo sana, y si es bueno, lo potencia y lo mejora en lo suyo propio.
…..

No se si es fácil transmitir esta maravilla de lo que es la vid al que no ha nacido ni se ha criado entre parras y uvas. Puede ayudar si le gusta le vino bueno y se maravilla de todas las variedades. Por mi parte, confieso que aunque crecí a la sombra de las parras del patio pequeño de mi casa y del patio inmenso de la casa de la Sette (así se dice abuela en libanés), cuyas parras daban todos los tipos de las uvas de mesa más ricas ─ la moscatel rosada y grande, las blancas de ollejo duro y ovaladas y las redonditas, la negra casi azul, la chiquita sin semilla… ─ recién comencé a fijarme en la vid en Buenos Aires, rezando por el Patio de la parra de Regina.
Sin embargo, el interés más científico prende mejor cuando se lo injerta en un interés existencial, ese que uno trae de la infancia. Cuando uno ve y experimenta el contraste de lo que es la tierra en Mendoza con viña y sin viña, puro desierto pedregoso y gris a un lado y al metro siguiente, viña frondosa y fértil, no puede menos de presentir que la vid tiene algo maravilloso. Lo expresa bien un artículo que dice que la Vid se da,
“En general, en tierras pobres. Y en algunos casos, como las argentinas de Mendoza -cuyo promedio de lluvia es equivalente al del Sahara- desérticas. La vid hace el milagro de convertir ese suelo hostil en maravillosas superficies verdes. Aprovecha cada gotita de humedad, pero para que esto ocurra, y dé los resultados esperados, se necesita la incesante labor del viñatero. Hasta tal punto es esencial el trabajo del hombre que Frieländer señala que los límites de expansión del Imperio Romano pueden ir marcándose en un mapa de acuerdo al avance del cultivo de la vid en Europa”.

Propiedades maravillosas de la vid, necesidad de incesante labor del viñatero. Es la combinación de la que habla Jesús en su Alegoría de la Vid. Es como si antes de la Pasión el Señor profundizara las parábolas de la Semilla. En las primeras parábolas hay un tiempo intermedio, entre la siembra y la cosecha, en el que no se puede hacer mucho. Si la tierra es buena o no y si alguien sembró cizaña, se ve con el tiempo. El grano de mostaza pequeñito muestra sus virtudes luego de muchos años. En las parábolas de la viña, en cambio, es donde se muestra más lo humano y lo divino unidos en un trabajo común. Jesús nos presenta a su Padre como un Viñador, un Padre de familia que ama su viña y que sale a buscar obreros para la cosecha, un Padre que quiere que sus hijos trabajen codo a codo a su lado y que mete mano en las parras, podando y limpiando, guiando el crecimiento de sus plantas día a día.
La imagen que da de sí el mismo Jesús es una imagen que nos integra estrechísimamente. La Vid es una, en todo el mundo y en todas sus variedades, y Él es la vid entera santa y sana y de frutos selectos.
Estar injertados en Él es participar de todo y poderlo todo (“todo lo que pidan se les dará”).
Estar desintegrados fuera de él es igual a no ser nada, (“sin mí no pueden hacer nada”).
El entra como parte individual en este mundo pero con la virtud escondida que llegará “a ser todo en todos”.
Tiene esa fuerza de una Vid poderosa de “recapitular todas las cosas en sí como cabeza”.
….
Despúes de Jesús no somos ya seres aislado.
En Jesús pasamos a ser Viña-Iglesia, en ese entrecruzamiento lindo que tienen las viñas en las que no se sabe de qué tronco viene la rama que da el racimo más grande ya que todo es entrelazamiento común, fruto de la cepa y de cada injerto, del suelo, del agua y del sol, del trabajo del viñador y luego de los que elaboran el vino.

Sentirse así, Viña común trabajada por las manos del Padre, da paz en medio de un mundo que nos quiere consumidores aislados y números sin rostro de estadística funcionales al poder, es un gozo que se siente en la raíz, allí donde uno experimenta su identidad como pertenencia. “Somos suyos, a Él pertenecemos”.

Sentir que los golpes y los cortes de la vida no son hachazos violentos dados al azar por pandemias de gripe porcina o dengue o por quienes odian a todos cegados por el paco, sino podas en las manos buenas del Padre, que precisamente nos limpia allí donde damos fruto para que demos más, sentir los golpes como podas, digo, hace vivir de otra manera las cruces y los sinsabores de tantas injusticias de este mundo. “Nada de lo bueno se pierde”. “El Señor escribe derecho con parras torcidas”. “No tengan miedo. El que permanece en mí, da mucho fruto”.

Una cara del miedo y de la angustia provienen de nuestra resistencia a “dar fruto” allí donde la savia del Espíritu quiere. Es un resistir a la gracia porque poda y no confiar en que estamos en las manos del Padre. El jugarse por el Evangelio siempre toma la forma de una elección en la que experimentamos que “dar fruto es sufrir una poda”. Dar fruto es abandonar una posición cómoda y arriesgarnos a quedar en una posición evangélica de indefensión o de riesgo creativo en el que el fruto depende no de nosotros sino de Jesús. A medida en que nos vamos animando a estas mini-elecciones y experimentamos el gusto de esta “poda fructuosa”, vamos “permaneciendo más en Cristo” voluntariamente y no forzados. Experimentamos que “donde damos fruto hay paz y fluye la vida”, que “dar frutos libera, porque el amor quita el temor”. El don de sí es este dar frutos, esa es la gloria del Padre y de esos frutos brota la paz.  

Sentirse “sarmiento”, sentir que uno puede reinjertarse en un instante en la Vid que es Cristo, desde la más pequeña parte libre y sana que uno siempre conserva, y desde allí ser totalmente sanado y poder comenzar a dar los mejores frutos, los que Dios siempre soñó para uno y uno soñó en Él (casi sin atreverse, pero soñó), es una esperanza tan fuerte que no puede no llevar al sacramento de la reconciliación con un deseo y un gozo como los del Hijo pródigo. Basta injertarse en El, para serlo Todo, para entrar en comunión con todo lo de Dios y lo de los hermanos. Los santos nos alientan, nos tienden la mano, a integrarnos con ellos en esta comunión de la viña que viene de lejos y se extiende por todo el mundo terreno y celestial.

Injertarse en él. Esa es la palabra fuerte de hoy. “Enkentrizai” como dice Pablo en Romanos: “Si la raíz es santa también las ramas” (11, 16-24). Dejar que el Padre nos injerte y nos enraíce en la Raíz santa que es Jesús. El Padre nos enraíza amorosa y líbremente, haciéndonos sentir atraídos por la Palabra de su Hijo (Este es mi Hijo amado, escúchenlo!) para que luego su Hijo nos haga sentir lo lindo que es permanecer adheridos a él por la Fe y la Amistad que dialoga y comparte la vida. Fuera de esa raíz nada da fruto: “« Toda planta que no haya plantado mi Padre celestial será arrancada de raíz” (Mt 15, 13).

Permanecer en Cristo. Tratando no hace mucho de “ayudar” a un sarmientito tierno que había brotado bajo y andaba por el piso, a que se agarrara del alambre para ir para arriba, presté atención a cómo las ramas de la parra dan una hoja de un lado y del otro un zarcillo que se enrosca con fuerza de lo que encuentra y le abre paso a la fuerza vital de la planta para que gane en extensión. Los racimos brotan cada tanto en medio de este trío vital de raíz, hojas y zarcillo.
Al ver al otro día al zarcillo fuertemente enroscado en el alambre–un rulito simpático y funcional- me pareció una linda imagen de nuestro esfuerzo por permanecer en Jesús: como humildes zarcillos que se adhieren enrollándose bien allí donde encuentran buen apoyo.
Todo lo demás lo hace la fuerza vital de la Vid. Pero ese adherirse con todo al amor de Jesús y al amor al prójimo ─ dando tres vueltitas de bondad ─, para no soltarme, viene de mí y “el Señor lo necesita”.

Manos eucaristíaDiego Fares sj

Domingo de Pascua 4 B 2009

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La paz y el don de sí

 

Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas. El que es asalariado, en cambio, y no pastor, como no le son propias las ovejas, cuando ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye -y el lobo las arrebata y las dispersa- porque es mercenario y no le importan nada las ovejas.

 

Yo soy el Pastor hermoso; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí,

como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas.

También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor.

 

Por eso me ama el Padre, porque Yo entrego mi vida, para tomarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy por mí mismo. Tengo poder para darla y poder para tomarla de nuevo; esa es el mandamiento que he recibido de mi Padre» 

                                                                                                          (Jn 10, 11-18).

 

Contemplación

El párroco de la calle de la muerte, Jorge Fernández Díaz , LA NACION, Jueves 23 de abril de 2009…

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“Con voz pausada, suave, serena, el padre ‘Pepe’ anunció que no piensa salir de la Villa 21.

‘Nos dicen padres, no así nomás, no por el cuello que usamos, sino porque algo nos distingue: somos padres de una familia que es el barrio. Por eso, a pesar de la amenaza, los vecinos son mi familia. Voy a seguir en la villa porque no puedo más que ayudar. Somos un equipo de curas que trabajamos acá y vivimos acá. Nos levantamos y atendemos la necesidad de la gente, la capilla, los comedores, la escuelita de oficios que tenemos… Es estar en contacto diario con la gente, que se acerca con su drama. Todo el día se nos va en eso’, relató.

Por otra parte, reiteró su preocupación por la difusión, casi total, del paco en los asentamientos.

‘Contemplamos el suicidio lento que los chicos pueden ir realizando en los barrios (…) Aunque es verdad que la droga está en todos lados, nosotros hacemos lo que nos compete: defender a la gente de nuestro barrio’, afirmó. ‘Nos ocupamos -continúa el sacerdote- de que los habitantes del barrio estén bien y de que los niños crezcan sanamente. Yo siento un gran cariño por la villa 21. Este no es un trabajo en el que se cambia de oficina’.

 

De entre los reportajes al padre Pepe fui entresacando frases. Y más que frases eso que pescó un periodista (y que se escuchaba por las radios):

el tono de voz: pausada, suave, serena.

Es el tono que regala el Buen Pastor a los que cuidan sus ovejitas.

El evangelio está vivo en nuestro presente, metido en lo ordinario de la vida cotidiana –bien metido dentro del barrio obrero de la Villa 21- y de vez en cuando tenemos la gracia de escuchar la Voz del Buen Pastor –que suena bajito y suave solo para sus ovejas-, de escucharla, digo, en los Medios.

De vez en cuando es noticia.

Y si bien la noticia es de cruz, de amenaza de muerte,

el tono de voz es de buena noticia:

la Buena noticia de que el Buen Pastor tiene un equipo de pastores que “trabajan acá y viven acá”,

la Buena noticia de que el Buen Pastor tiene un equipo de pastores que “sienten un gran cariño por su familia”,

la Buena Noticia de que el Buen Pastor tiene un equipo de pastores que “hacen lo que les compete: defender a la gente de su barrio”.

la Buena Nueva de que el Buen Pastor “no cambia de oficina”.

 

Si uno afina el oído, es la misma la Voz y son las mismas las frases que dijo Jesús un día en el evangelio del Buen Pastor, del Pastor Hermoso…

Son frases sencillas, que salen como agüita de manantial, naturalmente, en medio del reportaje, revestidas de nuestro lenguaje cotidiano.

Cuando al equipo de pastores “el día se les va en eso…: –Nos levantamos y atendemos la necesidad de la gente, la capilla, los comedores, la escuelita de oficios que tenemos… Es estar en contacto diario con la gente, que se acerca con su drama. Todo el día se nos va en eso -, al Buen Pastor también se le va su día eterno en estar con los que le cuidan a sus ovejas. Y les regala su tono de voz: ese que las ovejas reconocen.

 

También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor.

 

-“Me intriga cómo hace para vivir y luchar contra esta legión de problemas el párroco de la calle Osvaldo Cruz. Cuando entro en la sombra de un edificio humilde, con una iglesia y un patio techado y un aula donde varias mujeres hacen un taller de cerámica, me recibe un arcángel desgreñado. Es un hombre curtido de pocos dientes y de una dulzura inexplicable, un ayudante de Dios. ‘Tiene que esperarlo un rato’, me aclara. Hago fila con damas taciturnas, y siento que lentamente me vuelve al alma al cuerpo. Imagino afuera a los ‘muertos vivos’ esperándome, pero ahora siento que no se atreverán a pisar tierra santa. Es un pensamiento irracional, que de nuevo me avergüenza, pero no puedo evitarlo. Pasan algunos minutos y aparece un chico corpulento vestido con una remera y tocado por una gorra puesta al revés. Trae cara de pocos amigos, y aunque le cedo amablemente mi lugar no me lo agradece. Tiene la mirada dura. El padre Pepe sale de su despacho y le entrega una llave. ¡Lo estamos recuperando del paco -me explicará después a solas-. Está en plena lucha.’

Pepe parece más joven de lo que es. (…) La impresión personal le quita glamour: Pepe usa una modesta camisa azul de cura con clergyman y unos jeans gastados, tiene pelo largo y barba, y habla sin ego ni énfasis.

 

Yo soy el Buen Pastor, el Pastor hermoso. El buen pastor da la vida por las ovejas. El que es asalariado, en cambio, y no pastor, como no le son propias las ovejas, cuando ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye -y el lobo las arrebata y las dispersa- porque es mercenario y no le importan nada las ovejas.

 

«’Contemplamos el suicidio lento que los chicos pueden ir realizando en los barrios (…) Aunque es verdad que la droga está en todos lados, nosotros hacemos lo que nos compete: defender a la gente de nuestro barrio’, afirmó. ‘Nos ocupamos -continúa el sacerdote- de que los habitantes del barrio estén bien y de que los niños crezcan sanamente. Yo siento un gran cariño por la villa 21. Este no es un trabajo en el que se cambia de oficina’”.

 

Yo soy el Buen Pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí,

como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas.

 

“’Nos dicen padres, no así nomás, no por el cuello que usamos, sino porque algo nos distingue: somos padres de una familia que es el barrio’”.

 

Por eso me ama el Padre, porque Yo entrego mi vida, para tomarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy por mí mismo. Tengo poder para darla y poder para tomarla de nuevo; esa es el mandamiento que he recibido de mi Padre»                                                                                                            

 

“’Voy a seguir en la villa porque no puedo más que ayudar. Somos un equipo de curas que trabajamos acá y vivimos acá. Nos levantamos y atendemos la necesidad de la gente, la capilla, los comedores, la escuelita de oficios que tenemos… Es estar en contacto diario con la gente, que se acerca con su drama. Todo el día se nos va en eso. Nosotros hacemos lo que nos compete’«.

Así, uno puede ir leyendo a dos voces.

Hay tiempos en los que el lenguaje cotidiano sabe a Evangelio

y el Evangelio tiene sabor a lenguaje cotidiano.

Son tiempos de gracia.

Vienen siempre con una Cruz, es cierto, pero abrazada entre todos se puede llevar. Y da paz. El don de sí trae la paz de Jesús al corazón.

 

Les agradecemos a Pepe y a su equipo de curas la paz que transmiten, esa paz un tanto asombrada al salir tanto en los medios durante estas semanas, contrapesada con el don de sí de todos estos años de trabajo pastoral silencioso y sin publicidad en las Villas.

 

Rezamos para que este buen tono se transmita a toda la sociedad. Porque a la violencia estridente y espasmódica de la droga, que te promete todo y te lo quita todo en poco tiempo, sólo se le gana con la paz del Don de sí, que va sumando cada día  amigos, papás, mamás, hermanos, familias, capillas, instituciones… que va sumando gente buena, mucha gente buena, equipos de pastores y pastoras, detrás de la Voz pausada, suave y serena, del Buen Pastor.

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Diego Fares sj