Domingo de Pascua 3 B 2009

corissoud-icono-sagrado-corazonLa paz, la Presencia y la Palabra de Jesús

Los discípulos de Emaús, por su parte, narraron las cosas que habían acontecido en el camino y de qué modo le habían conocido en la fracción del pan.
Mientras estaban hablando de estas cosas, Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo:
«La paz esté con ustedes.» Aterrados y llenos de miedo, les parecía que estaban viendo un espíritu. Pero él les dijo: «¿Por qué están perturbados? y qué es ese vaiven de pensamientos que se levantan en sus corazones? Miren mis manos y mis pies; soy yo mismo. Pálpenme y vean que un espíritu no tiene carne y huesos como ven que yo tengo.»
Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Como ellos no acababan de creer a causa de la alegría y la admiración, les dijo: «¿Tienen aquí algo de comer?» Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Y tomándolo delante de ellos lo comió. Después les dijo: «Estas son aquellas palabras mías que Yo les decía cuando todavía estaba con ustedes:
«Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí»».
Y, entonces, les abrió sus mentes para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su Nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalen. Ustedes son testigos de estas cosas. Y he aquí que Yo envío al Prometido de mi Padre sobre ustedes. Ustedes permanezcan quietos en la ciudad hasta que sean revestidos de fortaleza desde lo alto» (Lc 24, 35-48).

Contemplación

Contemplamos al Señor Resucitado que viene a trayendo la paz a sus amigos.
Convengamos que la contemplación del Evangelio no es una actividad más en nuestra agenda. Animarse a la contemplación no consiste sólo en abrir un mail entre muchos y darle una leída rápida. Hay que estar dispuestos a que, “mientras estamos leyendo estas cosas”, se nos haga presente el Señor y quiera quedarse un rato con nosotros. No nos llevará todo el día ─ las visitas del Señor Resucitado suelen ser cortas y para nada invasivas; él viene de tanto en tanto a nuestra vida… A los suyos los acostumbró, durante aquellos memorables cincuenta días, al ritmo semanal de su Presencia. Ritmo que la Iglesia aprendió y que transmite como ritmo Eucarístico. Ritmo que quieren tener estas contemplaciones semanales que van como “visitas” a muchos amigos y amigas y “se hacen presentes” estando cada uno ante su compu, en la intimidad de la habitación (salvo Ema que las baja en el call center).

El Señor da la paz a un grupo humano que vemos en estado de conmoción y de agitación. Han llegado los discípulos de Emaús, están contando sus experiencias con el Resucitado…, en ese instante se presenta Jesús y… vuelven a quedar aterrados! El Señor los saluda cariñosamente, les da el saludo tan lindo de la paz, pero ellos sienten miedo.
La realidad de la resurrección se les hace patente a nivel existencial pero no les entra en la cabeza. Esto les produce un shock muy fuerte. En realidad “el más fuerte” que pueda experimentar un ser humano: el encuentro con Jesús Resucitado! Lucas logra transmitirnos los esfuerzos que hacen estos hombres por reducir lo que ven a alguna racionalidad. La palabra que les viene a la mente, desde su paradigma cultural, es “espíritu” o “fantasma”. Es decir: un muerto que se aparece a los vivos y produce un susto espantoso.
Si creemos que el Evangelio no es una mera narración, cuyo poder evocador depende de nuestra fuerza de imaginación, si creemos de corazón que el Evangelio es Palabra Viva, entonces podemos leer el pasaje como algo que está aconteciendo en este momento y sentir que Jesús nos transmite paz y que nosotros, en algún lugar, si nos animamos a creer de veras, sentimos miedo. Estamos muy seguros en nuestros miedos ─ viejos conocidos ─ y le tememos a Su Paz ─ tan inquietante y desinstaladora de seguridades humanas ─.

Pongamos atención en las palabras que les dice Jesús.
«¿Por qué están perturbados? y ¿qué es ese vaiven de pensamientos que se levantan en sus corazones?
Tratemos de pescar cómo discierne el Señor lo que están sintiendo en ese momento los discípulos. Esto es importante para contemplar, porque tranquiliza mucho saber que el Señor nos conoce, que sabe lo que nos pasa cuando queremos contemplarlo. Hace bien sentir que El sabe que nos ponemos inquietos, que nos da miedo, que no sabemos rezar, ni cómo hay que hacer. La gracia de la Presencia significa que Él nos tiene presentes, no que nosotros lo hacemos presente a Él. Él nos tiene presentes y se nos presenta en el momento y de la manera que más nos conviene.
Cuando El nos dice “por qué te inquietás”, eso ya basta para pacificarnos. El serena nuestros corazones con su Palabra y su Presencia.

Presencia y Palabra…
Nosotros comenzamos leyendo estas palabras para luego recibir la gracia de sentir la Presencia. Pero recordemos que la Presencia y la Palabra de Jesús Resucitado van siempre juntas. Gracias al Espíritu, que nos “enseña toda la verdad”, están mutuamente abiertas.
La gracia que dio de una vez para siempre el Señor resucitado fue instaurar esta apertura: “les abrió sus mentes”, dice Lucas.
Esta Apertura,
este Ámbito abierto,
este “Cielo”, este “Reino de los Cielos”,
es algo que instaura Jesús:
abriéndose paso en nuestras estructuras cerradas
con su Presencia gloriosa,
con su Saludo de Paz,
con sus Llagas abiertas,
con su Palabra,
con ese gesto con que logra “abrirnos la mente” y, por fin,
con el Espíritu que nos reviste de fortaleza para mantener siempre abierto el acceso al Padre.

Volvamos al discernimiento del Señor.¿Cómo interpreta lo que les sucede a los discípulos cuando lo ven resucitado? Les dice:
«¿Por qué están perturbados? y ¿qué es ese vaiven de pensamientos que se levantan en sus corazones?
Traducimos “tarasso” = perturbados. Es una palabra griega que significa la agitación y la perplejidad que surge al experimentar, dentro de uno, sentimientos e ideas encontrados. Por eso el Señor apunta directo al “vaiven de pensamientos” que se levantan de sus corazones. No pueden creer lo que ven y les surgen todo tipo de ideas en el esfuerzo por procesar lo que tienen delante. Ese vaiven no sólo es de sentimientos de miedo y espanto sino también de gozo y de admiración.

Vemos que el Señor, como Buen Pastor, los va tranquilizando.
Les muestra sus manos y sus pies, hace que lo palpen… y eso los llena de alegría y de asombro.
Pero estos sentimientos buenos producen también una agitación y un vaivén que no deja que se abra el espacio de la fe:
“De puro gozo no acababan de creer”.
Entonces el Señor les pide de comer y come un poco de pescado en presencia de ellos.

Notamos cómo Jesús los va pacificando y serenando con lo más carnal de su persona. Es la resurrección de la carne lo que los pacifica.
Ver que Jesús está bien,
que es Él,
que es su misma carne y que conserva sus llagas.
Tiene las llagas y está bien.
Tiene carne y huesos y se hace presente con las puertas cerradas.
Puede compartir un trozo de pescado aunque no se vea que “necesite” comer.
La resurrección de la carne se les vuelve manifiesta a nivel existencial: Jesús les hace sentir y gustar su presencia ─ sus llagas gloriosas, su carne glorificada ─ como algo absolutamente nuevo y distinto de cualquier otra experiencia humana. Por eso se convierten en testigos de esta “Buena Nueva” y es a partir de allí que se debe interpretar todo lo demás, todo lo que somos y todo lo que acontece en la historia.
En el vaivén de ideas y sentimientos que experimentan los discípulos vemos reflejado nuestro propio ir y venir con respecto a la Resurrección. También nosotros con nuestra mentalidad, quizás más sofisticada, experimentamos las mismas perplejidades. ¿Será verdad esto de la resurrección?

Y es necesario que Jesús nos pacifique, igual que a sus amigos.
Allí donde tenemos miedo, allí donde nos da terror la Vida, terror porque la sentimos viva y frágil a la vez. En el centro mismo del miedo por la vida, allí es donde tenemos que estar atentos a la Paz de Jesús.

También nuestra mentalidad moderna se desasosiega haciendo esfuerzos desesperados por racionalizar los miedos. En vez de eso, animémonos a sentir nuestros miedos y terrores y a escuchar cómo Jesús los conjura diciéndonos:
«¿Por qué se ponen ansiosos? y ¿qué es todo ese vaiven de pensamientos que se levantan en sus corazones? No tengan miedo. Soy Yo mismo. Miren mis manos y mis pies….

Miremos a Jesús comulgando con nuestros sentimientos, ofreciéndose a nuestra necesidad de palpar y de tocar sus manos y sus pies.

Pidámosle que se quede un largo rato pacificándonos y que luego nos revele que su Resurrección ya estaba “prometida” en la Escritura.

Supliquémosle que nos abra la mente para que podamos comprender el sentido del Evangelio.

Roguémosle que nos “revista de la fortaleza de lo Alto”, para que su Espíritu Santo consolide la Apertura de nuestros corazones, de manera tal que queden convertidos en Un Solo Corazón, un Corazón eclesial.

Que el Espíritu nos haga comprender que la Resurrección no es algo que se pueda interpretar y analizar “desde afuera”. No se puede; y por eso le pedimos al Espíritu Santo:
Que nos haga entrar dentro del ámbito que el Señor Resucitado nos abrió: el ámbito de la Paz y de la Fe.
Que Jesús Resucitado se haga presente cuando gastamos nuestro tiempo rezando y contemplando.
Que la Paz de Jesús Resucitado se difunda en nuestros corazones, ya que nos animamos a dejarlo entrar en nuestros miedos y angustias.
Que la Paz de Jesús Resucitado ilumine nuestras mentes, ya que nos animamos a nombrar nuestras dudas y perplejidades con las Palabras del Evangelio.
Que la Paz de Jesús Resucitado reine entre los que nos animamos a la Comunidad, a una Iglesia que acepta incluir a todos.

Diego Fares sj

Domingo de Pascua 2 B 2009

resucitado2La paz y el perdón

“Siendo tarde aquel día, el primero después del Sábado,
Y estando las puertas cerradas del lugar
donde se encontraban los discípulos, por miedo a los judíos,
vino Jesús y se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con ustedes».
Y diciendo esto, les mostró las manos y el costado.
Se alegraron entonces los discípulos viendo al Señor.
Jesús les dijo otra vez: «La paz con ustedes. Como el Padre me envió, también yo los envío.» Y cuando dijo esto, sopló sobre ellos y les dice: «Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.
Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.»
Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos.
Vino Jesús estando las puertas cerradas, y se presentó en medio de ellos y dijo:
«La paz con ustedes.»
Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no quieras ser incrédulo sino fiel.»
Tomás le contestó: « Señor mío y Dios mío. »
Le dice Jesús: «Porque me has visto has creído. Felices los que no vieron y creyeron.»
Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Estas han sido escritas para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida en su nombre” (Jn 20, 19-29).

Contemplación

Contemplamos la paz que el Señor nos da, pidiendo la gracia de gustar su dulzura y suavidad.

En el evangelio de hoy el Señor comunica su paz personal a su comunidad para que luego difundan esta paz a todos los hombres.

La paz se hace presente y se establece

Contemplamos primero la paz que es Jesús mismo. La paz no es una cosa sino una Persona pacificada y pacificante.
El Señor resucitado, “Él es nuestra paz” (Ef 2, 14).
Jesús Resucitado es paz, se hace presente “deseando la paz”, pronunciando un saludo de paz.
Él es el que viene y entra ─ estando cerradas nuestras puertas ─ y nos da la paz.

La paz muestra sus fuentes

El modo de comunicar la paz que tiene el Señor consiste en saludar y acto seguido mostrar sus heridas y su costado. Nos muestra el lugar de su carne desde el cual brota, como un manantial, la paz. Es el lugar de las llagas, el lugar donde la paz parecía que se había perdido, el lugar abierto por la violencia.
Ayer falleció Martín, uno de nuestros comensales y uno de su grupo de la plaza me decía: “ahora descansa en paz. Porque ya sufrió mucho. Estaba hecho una miseria, todo lastimado, no se podía levantar”. Nuestro sentido común nos dice que no se pueden juntar llagas y paz. Y eso es precisamente lo que une Jesús resucitado: sus llagas y su paz. Está llagado y está en paz. “El odio ha cesado de enfurecerse contra él, su amor ha tenido un aliento más largo”, como dice Balthasar. Jesús llagado–resucitado es nuestra paz: por sus llagas fuimos sanados.
Resucitar es, pues, que de las llagas brote paz. Y no culpa ni resentimiento. Paz.
Por eso nosotros “comulgamos” con el Cuerpo y la Sangre del Señor. Con su Cuerpo llagado y resucitado. Para que nos cure nuestras llagas y su carne nos resucite y nos ponga en paz.
Para poder comulgar con las llagas que nos muestra la realidad debemos estar “sanados” y pacificados interiormente por las llagas resucitadas del Señor Jesús. Sólo contemplando sus llagas curadas podemos animarnos a mirar todas las llagas. Sólo escuchando su saludo ─ la paz esté con ustedes ─ mientras nos muestra sus llagas, podemos contemplar las llagas de los hombres nuestros hermanos sin escuchar las otras voces, las que nos perturban: las voces de la indignación (qué barbaridad!), las voces de la queja
(¿Cómo puede ser esto?), las voces de la desesperación (no lo puedo tolerar).
Solo teniendo a Jesús en los ojos y en los oídos podemos sostener la mirada sobre las llagas del mundo.
No de otra manera es que las hermanas de la Caridad lavan las llagas de los que están por morir. Una amiga que vino de estar en Calcuta un mes nos compartía la semana pasada, en la reunión de la Casa de la Bondad, que donde se lavan los enfermos hay carteles que dicen “es el Cuerpo de Cristo”. “Y se ve en tantos lados la frase que a uno se le vuelve experiencia real” –nos decía.

Esta paz básica, diríamos, brota del Cuerpo mismo del Señor, y es señal de que la Resurrección no deja lugar a ningún reproche por lo que le hicimos. El Señor preparó esto instituyendo la Eucaristía “antes” de la Pasión, haciendo ver que entregaba su Carne por nosotros estando bien. Y ahora nos muestra su Carne con las llagas curadas pero no “borradas”. Todo esto obra misteriosamente evitando cualquier movimiento de autorreferencia en nosotros, haciéndonos pender totalmente de lo que brota de Jesús, del Señorío de su libertad que no nos culpa sino que nos pone en paz. En el movimiento que fluye de sus llagas y de su costado se estrella y se diluye todo movimiento de culpa que brota de nuestras dudas y del examinarnos a nosotros mismos y a nuestras intenciones y deberes.
Definitivamente, la Carne del Señor nos pacifica el corazón. Comulgar con su Cuerpo y con su Sangre todo lo posible es la fuente “carnal” de la paz espiritual.

La paz se expande

Luego viene el segundo saludo de paz.
«La paz con ustedes.
Como el Padre me envió,
también yo los envío.»
Y cuando dijo esto, sopló sobre ellos y les dice:
«Reciban el Espíritu Santo.
A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados;
a quienes se los retengan, les quedan retenidos.»
El Señor “sopla” su paz. Para que sintamos que la paz es un don que se respira. Se puede respirar por los ojos, posando sobre Jesús ─ y en Él sobre toda la realidad ─ una mirada de paz.
Se puede respirar con los oídos, haciendo silencio y escuchando el ritmo interior de la paz del Espíritu que late en lo escondido de toda realidad…
En este saludo de paz misionera, Jesús nos revela que la paz viene de la Fuente más honda, del Padre que lo envió, y también que esa paz desea extenderse más lejos, abarcarlo todo en el Espíritu, perdonando todo pecado.

De última, la paz la rompe sólo el pecado y por eso el Señor la restablece perdonando los pecados.
El problema está en que se nos ha vuelto confuso el concepto del pecado. Quizás cada uno pueda encontrar el hilo de su pecado allí donde pierde la paz. Tu pecado es lo que te quita la paz.
Y tu sacramento de la confesión es aquello en lo que el Señor te devuelve la paz.
Por ahí tiene que empezar de nuevo el que se sienta confuso en cuanto a lo que es pecado y en cuanto a la manera de confesarse.
¿Te animás a probar llamarle “pecado” a lo que te quita la paz y dejar que Jesús le llame “perdón” al hacerte sentir pacificado?
No importa que de entrada no encuentres a “eso que te quita la paz” en la “lista de los pecados” que salen en los libros de catequesis. Vos por ahí le llamás “angustia” a lo que te quita la paz. Dejá que Jesús te “perdone” la angustia (¿cómo se va a perdonar la angustia?). Y, el Señor quizás la quiera “perdonar” a su manera, mostrándote la llaga de su costado, la que se abrió en la angustia tremenda del Huerto y que ahora está convertida en Paz.
Vos por ahí le llamás “miedo” a lo que te quita la paz. Dejá que el Señor te tranquilice a su manera, con su presencia, que entre en el ámbito cerrado de tus miedos y te salude. Dejá que a esto El le llame “perdón”. (¿Se puede perdonar el miedo?) Es que el perdón no va tan solo a los efectos del pecado sino a su raíz. ¿No es el miedo a la muerte lo que nos vuelve esclavos del pecado? San Pablo dice que sí. Entonces, necesitamos ser perdonados ─pacificados, mejor ─ de ese miedo, para no dar frutos de cobardía, de borrarnos, de zafar, de mentir, de ceder…
Vos quizás le llamás dudas a lo que te quita la paz. Dejá que el Señor acalle tus dudas y te las perdone a su manera. Como perdonó las dudas de Tomás, haciéndole meter el dedo en su llaga, pero como amigo fiel, no como escéptico.
Y así, cada uno puede ir “traduciendo” pecado y perdón en el vocabulario de la inquietud y de la paz. Es un lindo trabajito de resurrección, que se puede hacer en pequeñas pausas durante la actividad. Al pasar de una cosa a otra, uno puede retardar unos momentos el cambio y examinar si está en paz o no y cómo visualiza lo que viene, si pacificante o angustiante… Y dejar que el Señor se haga presente en eso que pasó o en lo que viene y lo llene de su Paz.
Por supuesto que este ejercicio se tiene que hacer en la Fe, como le dice el Señor a Tomás. Y en el ámbito de mi familia y comunidad, para estar allí en paz con los otros y con la tarea de cuidar la paz común.
Diego Fares sj

Las Discípulas

Contemplamos a las Discípulas.
María Magdalena, María la madre de Santiago y Salomé.
Son Tres Amigas en el Señor, que andan juntas de madrugada repasando de nuevo el viacrucis que anteayer recorrieron con su Maestro.
Son Las que llevan perfumes en sus manos.
Han ido primero a comprar los perfumes.
Se ve que ya entonces las casas de artículos funerarios abrían a toda hora…
Los muertos no esperan.
Quizás ya es tarde para embalsamar, pero ellas van igual.
Son Las que no tienen miedo al olor de la muerte, ni al sepulcro, ni a los soldados…
Ellas son de “Las que buscan a Jesús”, como las bautizará ese Angel que se les parece, el que tampoco le teme a los sepulcros.
Solo les preocupa la piedra.
Pero no demasiado, se nota, ya que lo conversan de camino, una vez que pusieron en marcha ese mecanismo implacable de ritos ancestrales para ungir pronto a los muertos. Ellas van con perfumes. Y el perfume traspasa las piedras.
Son Las que vencen las piedras con perfumes.
Son de “Las que ven visiones de ángeles”, como dirán despreciativamente sus pares al revés -los que huyen-, los Discípulos de Emaús.
Ellas van a buscar a Jesús. A los de Emaús, Jesús los tiene que salir a buscar.
Son las que tienen miedo de anunciar algo tan grande, pero de última lo cuentan.
Son las primeras a las que el Señor les sale al encuentro. Y les deja un mensaje para nosotros.

Les comparto que esta contemplación nació poniendo el título. Había puesto “insignificancia y resurrección” y estaba escribiendo acerca de la importancia que la liturgia da a esta primera aparición de Jesús a las santas mujeres… Insignificancia me sonaba un tanto despectivo. Lo que yo quería era reflexionar acerca de cómo el Señor se le aparecía a las más pequeñas, a las que no contaban mucho, ni en la sociedad ni en su misma comunidad. Ellas fueron las primeras, a eso no hay con qué darle. Y la liturgia de la Vigilia pascual mantiene estos evangelios en los que ellas son las interlocutoras privilegiadas de la Resurrección, por no decir las protagonistas.

Escribía: “la aparición del Señor resucitado a las mujeres es un acontecimiento importante. Ellas fueron las primeras Discípulas a las que el Señor les salió al encuentro y la Iglesia mantiene esta prioridad en la liturgia. En la Vigilia Pascual de los tres ciclos se nos narran los encuentros del Señor resucitado con las Discípulas. Los textos para la misa de la noche se toman de los sinópticos -este año se lee a Marcos- y el Domingo siempre se lee a Juan: el hermosísimo encuentro del Señor Resucitado con María Magdalena”.

Al escribir “Discípulas” en vez de “mujeres”, cambié el título y seguí la contemplación por este lado.

Confieso que durante mucho tiempo estas apariciones a las mujeres me dejaban gusto a poco. Como que eran apariciones a medias, en las que había más ángeles que Jesús, apariciones que en vez de consolarlas las espantaban con envíos y anuncios que los otros no terminaban de creerles. Esto está patente de manera especial en Marcos, ya que termina su evangelio en el versículo 8 que acabamos de leer (luego viene el final canónico), sin que Jesús se les aparezca y con ellas llenas de temor de ir a anunciar lo que el Angel les dijo.
El espíritu de menosprecio de los Discípulos de Emaús se cuela a través de los tiempos… ¿Recuerdan la frase?: “… es verdad que algunas mujeres de las que están con nosotros nos sobresaltaron (…), volvieron diciendo que hasta visión de ángeles habían tenido” (Lc 24, 23). Ese “hasta” lo dice todo. Es como decir que ya era el colmo. Y claro que cuesta creerlo…
Pero la resurrección es así, es un renacimiento espiritual y va ligado a ángeles, a mujeres y a perfumes… Realidades insignificantes para muchos.
No así para el Señor.

Puse Discípulas y no mujeres. Me parece más justo porque lo que está en juego es más hondo que las cuestiones culturales de machismos y feminismos. Es la fe lo decisivo: son “mujeres de fe”, que siguen los impulsos de su corazón, que cree porque ama con ternura y valentía. Esa fe les saca lo mejor de sí como mujeres, así como saca lo mejor de los varones como varones. Y lo mejor de sí como mujeres de fe es esa capacidad de creer y de confiar en que la vida es más fuerte que la muerte. La mujer cree en la vida más allá de la muerte, no se resigna nunca a la muerte ya que la vida se a gestado en ella. Y la resurrección es algo tan primario que tiene que ser recibido también primariamente, desde esa intuición que únicamente una mujer de fe puede tener de una vida resucitada.

Llamarlas Discípulas me llevó a buscar en el evangelio. Me parecía que no estaba explícito, que más bien se las llamaba “las mujeres”. Sin embargo no es para nada así. Marcos menciona a las tres amigas –María Magdalena, María, la madre de Santiago y de José, y Salomé- y dice que ellas “cuando Jesús estaba en Galilea lo servían y lo seguían” (Mc 15, 41). Son verbos muy significativos: diakonein significa servir y akolutein seguir. Son pues Servidoras y Discípulas. Son las primeras en adoptar lo que luego serán las dos cualidades en torno a las cuales se estructurarán todas las formas de vida religiosa.

¿No es lindo contemplarlas como las primeras fundadoras de la vida religiosa?
Es verdad que el tiempo de los llamados, la hora décima, comienza cuando Juan y Andrés le contestan a Jesús esa pregunta: ¿qué buscan? Ellos responden bien, queriendo saber “donde vive” y “quedándose con él”. Pero luego entran en un camino salpicado de discusiones acerca de “quién es el mayor” y de “sentarse a la izquierda y a la derecha”, en las que se ve envuelto hasta el mismo Juan, el otro “fundador” diríamos, de la vida religiosa.

Lo de las Discípulas, en cambio, parece más definitivo de entrada. El ángel no les pregunta sino que afirma “ustedes buscan a Jesús”.
Y ellas han permanecido en la Cruz y más allá de la Cruz, junto al sepulcro.
Como que la radicalidad de la vida religiosa se da en ellas entera: amistad de a tres, valentía, servicio, seguimiento, permanencia fiel, búsqueda sólo de Jesús… y perfumes…, especialmente perfumes.

Hablo de la vida religiosa como vida. Vida de la que participamos todos los que amamos y seguimos y servimos a Jesús en la medida exacta en que lo hacemos.
Si ayuda la comparación: el ministerio es algo objetivo. Un sacerdote consagra o absuelve aunque esté en pecado.
La vida religiosa, en cambio, se vive en la medida en que se vive.
Es Discípulo o Discípula la persona que desea aprender del evangelio y gasta tiempo contemplando y rezando.
Es Servidora o Servidor la persona que sirve y se da a sí misma en su servicio.
Vive en comunidad la persona que siente y actúa comunitariamente, la que busca obedecer y elige los últimos lugares sin que se lo manden ni controlen…
Tiene amigos y amigas en el Señor el que cultiva la amistad.
Es fiel el que permanece fiel, más allá de que otros sean o no fieles.
Perfuma el que perfuma, alaba el que alaba, reza el que reza.
Y busca sólo a Jesús el que busca sólo a Jesús: en y más allá de desolaciones y consolaciones.

Así como las primicias de la Encarnación nos llegaron por una Mujer –María- así también las primicias de la Resurrección nos llegaron por las tres Discípulas.
El Resucitado confirma con la consolación que da su Resurrección el tipo de vida consagrada que adoptan primero las Discípulas.
Vida de estar al pie de la Cruz
Vida de madrugones con perfumes y alabanzas
Vida de andar de a tres
Vida que en su fragilidad se le anima a los soldados y a las piedras
Vida de permanecer a la espera del esposo, en oración y vela
Vida de anuncio que vivifica la comunidad desde adentro
Vida de seguimiento hasta más allá de la muerte
Vida de servicio alegre y que perfuma.

Por eso contemplamos a las Discípulas como modelo de esta vida que se vive antes de los títulos. Son ellas también de las Discípulas ocultas. Ocultas de una manera muy especial ya que no se mantienen ocultas por tener miedo, como Nicodemo, sino porque “la sociedad no las ve”, el paradigma cultural bajo cuya luz juzgamos y pensamos no las distingue; al no valorarlas las invisibiliza. Aunque sean mayoría y anden por la calle: no se las ve. Ellas pasan, públicamente ocultas, lo cual es una característica propia del Resucitado, cuyo misterio está ocultamente manifiesto.

Es evidente que la Resurrección trastoca los roles culturales: no solo de afuera las ignoran, ellas mismas tienen miedo de esta nueva misión de ir a anunciar porque saben que para muchos discípulos, como para los de Emaús, no resultarán creíbles sus experiencias de ángeles.
Sin embargo se jugarán. Y en el nivel más íntimo de la vida y de la conducción de la Iglesia, se formará un trío de Fe entre Magdalena, Pedro y Juan, que comenzarán a actuar de manera nueva: en conjunto en la fe.
Los que más aman, Magdalena y Juan irán primeros, pero le darán la preeminencia a Pedro, el cual, sin embargo, les hará caso y seguirá sus intuiciones, aunque luego le toque dictaminar.
Así, la Iglesia es un misterio que contemplamos considerándola como fundada y vivificada en dos principios: el principio de María y el principio de Pedro.
En María, el Espíritu da vida engendrando en la fe, cuidando con un amor de ternura envolvente que atrae a todos y a todos cobija bajo su manto.
En María –con todos sus hijos bajo su manto- la Iglesia es santa, inmaculada, infalible en su modo de creer.
En María la Iglesia está unida por el servicio (diakonía) que ama “menguando”, disminuyendo, sin hacerse notar.
En Pedro, el Espíritu da vida a la Iglesia edificando y manteniendo la casa, la estructura que cobija la vida de familia.
En Pedro la Iglesia conserva el depósito de la fe y juzga y dictamina lo que pastoralmente acerca a Cristo y lo que aleja de él.
En Pedro la Iglesia se mantiene unida también por el servicio que ama “jerarquizando” lo más humilde.

Como se ve, no se oponen para nada estos dos principios sino que son expresiones –femenina y masculina- de un mismo amor.
Sin embargo, a veces quedan separados. Lo mariano queda por un lado, como cosa del pueblo sencillo, como ternura y servicialidad no jerarquizada. Y lo petrino queda por otro lado, como cosa clerical, como jerarquía que se convierte en puro vestido y ceremonia, como poder vaciado de ternura y servicialidad.

Aquí es donde entra otro principio, diría yo, que unifica los anteriores interiormente: el que encarnan Magdalena y Juan. Ellos son los que “están al pie de la Cruz y reciben a María y son los que le anuncian a Pedro las apariciones del Señor y lo acompañan y esperan a que él dictamine.
Son el comienzo de la vida religiosa, femenina y masculina, que, en pie de igualdad vive los principios Mariano y Petrino, sin que nadie se los imponga y sin imponérselos a nadie.
…………………………

Anda por internet un “Testamento de Jesús” en el que deja sus cosas a los que las deseen, y entre muchas cosas lindas, hay algunas que vienen bien en esta contemplación de las Discípulas. Pensaba cuáles serían las que ellas seguramente agarraron, las que eligieron como herencia. Y pensaba que serían de esas cosas más pequeñas y simples que dejó Jesús, las que hacen a la vida cotidiana.

Dice el Señor:
Les dejo…
Mis sandalias.
Mis sandalias son de las personas que deseen tener pies de Discípulas.

Les dejo…
La palangana y la toalla con que les lavé los pies.
Son de las personas que deseen tener manos de Servidoras.

Les dejo…
El plato donde he partido el pan.
Es de las personas que deseen vivir en comunidad fraterna.

Les dejo…
El cáliz donde convertí el vino en mi sangre, antes de derramarla.
Mi cáliz es de los que deseen beber conmigo las amarguras de la desolación –la hiel y el vinagre de la cruz- y los gozos de la consolación –el vino alegre de Caná y de la Eucaristía-.

Les dejo …
Mi túnica… tejida con cariño por mi Madre, pero común e igual a la de los demás.
Es de todo aquella persona que quiera vestir hábito, el hábito que la iguala a sus compañeros y compañeras de vida religiosa.

Les dejo, por fin, mi Cruz.
Es una Cruz ya usada. La sentirán más cómoda que las propias, se los aseguro.
Porque es la Cruz que no pesa sino que sostiene al que se anima a abrazarla.
Va con los clavos y la lanza.
Ojo, que no son para que se los claven ustedes.
Quedaron a medida para mis llagas.
Son para los que quieran recordar en toda herida, las mías ya resucitadas.

Y así…, podemos ir contemplando a las Discípulas en esta noche santa y en la madrugada del Domingo de Pascua, dejando que el Señor nos mande su Angel –el ángel de la resurrección-, el que se alía con las discípulas y nos envía mensajes para no tener miedo, para buscar a Jesús, mensajes para volver a la Galilea del primer amor.

(Domingo de Pascua 2006) Diego Fares s.j.

Triduo Pascual B 2009

lavatorio21Comulgar con Jesús, con su muerte y resurrección

Entramos en la Pascua de la mano de Pablo, el apasionado por comulgar con todo lo que sea de Jesús su Señor: comulgar con su resurrección, comulgar con sus padecimientos, comulgar con el conocimiento de su Evangelio… Para Pablo todo lo que lo aleje de estar en comunión con Jesús es “basura”, pérdida, y todo lo que lo ponga en comunión con Jesús es ganancia, aunque sean sufrimientos y problemas.
Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo (…) y conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos (…). Por eso una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante (Fil 3, 13-17).

Jueves Santo
Comulgar con lo que Jesús “hace”

“Bienaventurados ustedes si, sabiendo esto, lo hacen”

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un recipiente y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido. Llega a Simón Pedro; éste le dice:
─ Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?
Jesús le respondió:
─ Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde.
Le dice Pedro:
─ No me lavarás los pies jamás.
Jesús le respondió:
─ Si no te lavo, no tienes parte (comulgas) conmigo.
Le dice Simón Pedro:
─ Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza.
Jesús le dice:
─ El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos. Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: No están limpios todos. Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo:
─ ¿Comprenden lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman ‘el Maestro’ y ‘el Señor’, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Porque les he dado ejemplo, para que también ustedes hagan como yo he hecho con ustedes. En verdad, en verdad les digo: no es más el servidor que su patrón, ni el enviado más que el que le envía. Bienaventurados ustedes si, sabiendo esto, lo hacen” (Jn 13, 1 ss.).

Contemplación

Ponemos entero el Evangelio del lavatorio de los pies porque incluye en sí toda la pasión y la resurrección del Señor. La dicha de la resurrección perfuma ya el gesto de cariñoso abajamiento de Cristo y en la limpieza maternal que hace de los pies de los discípulos, la redención alcanza ese límite adonde el pecado había hecho caer al hombre y desde el cual Jesús hace que se ponga de nuevo en pie la Vida.

La bienaventuranza de Juan incluye un saber y un hacer.
Un saber que no es un saber cualquiera sino la sabiduría que “el Padre revela a los pequeños, a los que aman a su Hijo amado”.
Y un hacer que implica el estilo humilde y servicial del Maestro.
“Bienaventurados ustedes si, sabiendo esto, lo hacen”.
Se podría traducir diciendo: ¡feliz aquel que sabe hacer las cosas del Padre a la manera de Jesús! Feliz aquel que, al hacer las cosas, las hace comulgando con Jesús.

Comulgar con Jesús es una dicha

Nos detenemos primero en la dicha, en la bienaventuranza. Entrar en comunión con Jesús, es una dicha: la dicha serena y plena de una paz profunda.
Feliz la persona que al relacionarse con los demás entra en comunión con los sentimientos de Jesús (y no se engancha con los sentimientos cambiantes de los hombres):
“Tengan entre ustedes los sentimientos de Jesús…”

Feliz aquel que cuando se pone a pensar las cosas, cuando juzga o recuerda o proyecta, trata de entrar en comunión con la mente de Cristo, para renovar sus criterios (y no se engancha con los criterios del paradigma de moda):
“El hombre espiritual puede juzgarlo todo
(… Porque) tenemos la mente de Cristo”.

Feliz el que cuando anda afligido y agobiado por las cosas de la vida, descansa entrando en comunión con el corazón de Jesús, con su manera de sobrellevar la cruz (y no se engancha en la queja ni en la desesperanza):
“Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón”.

No resistirnos a que Jesús comulgue con nosotros lavándonos los pies

En segundo lugar, nos detenemos en la resistencia de Pedro a que Jesús le lave los pies. Para comulgar con Jesús es fundamental superar estas resistencias.
Para entrar en comunión con nosotros y para que nosotros podamos entrar en comunión con Él, Jesús juzga que es necesario que nos lave los pies. “Si no, no tienes parte conmigo”.
No basta que Jesús nos redima en grande, diríamos, sino que es necesario que se haga cargo personalmente de todas los pequeños “peros” que obstaculizan y empañan nuestra comunión con Él.
Cada uno tiene alguna culpa o se le cuela algún criterio que no lo deja estar en paz en comunión con Jesús en los momentos en que más lo necesita. Y el Señor quiere que dejemos eso – precisamente eso- en sus manos.

Como Pedro, nos resistimos.
Martini dice que:
“Es necesario que como Pedro nos dejemos penetrar de tal manera por el amor del Padre y del Hijo, que en todo dependa de Dios nuestra vida –como el Hijo depende del Padre – y que vivamos totalmente en esta dependencia de amor y de reconocimiento (comunión), al que nuestro corazón humano no siempre está dispuesto a abrirse, porque preferimos más bien salvarnos por nosotros mismos”.

Comulgar con Jesús sabiendo que somos amigos

Para entrar en comunión con él, el Señor nos dice que tenemos hacer lo que él hizo pero con una conciencia especial, sabiendo algo.
Comulgar ¿sabiendo qué? Sabiendo que Jesús lo hizo todo primero y como amigo.
Jesús nos revela su mente como a amigos, lo cual equivale a decir que tenemos todas las claves. Así como un amigo sabe si algo le gustará o no a su amigo y lo que haría en tal situación, así quiere Jesús que sepamos cómo hace Él las cosas y cómo quiere que las hagamos nosotros. No como siervos sino como amigos. “No los llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes los he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre se los he dado a conocer. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando” (Jn 15, 13-16).

Comulgar con Jesús mientras “hacemos las cosas”

En la bienaventuranza de Jesús, más que el saber lo que predomina es el “hacer”. Jesús sabe todo lo que va a pasar y se concentra en un hacer bien concreto, creativamente concreto. El gesto de lavar los pies es un gesto Eucarístico por naturaleza, es un gesto de comunión. Jesús comulga con esa necesidad humana de sentarse limpios a la mesa, entra en la mayor cercanía e intimidad con sus amigos prestándoles este servicio de esclavo, o más que de esclavo, servicio de madre. Seguramente Jesús recordaría cómo la Virgen le lavaba los piecitos de niño, cada día antes de cenar. El lavatorio de los pies es un gesto maternal, una entrada mariana a la pasión.

En el lavatorio de los pies encontró el Señor el hacer del amor más significativo para ese momento. Expresión de toda su vida que fue de una continua creatividad para encontrar maneras concretas de entrar en comunión con su prójimo, con pequeños y grandes gestos de amor.

Comulgar bebiendo nuestros sufrimientos del único cáliz de Cristo

Junto con el lavatorio, destacamos otro gesto de comunión muy especial de este Jueves Santo: el gesto de hacerles beber a todos de un único cáliz, el Suyo (y no a cada uno de su copa). El beber del mismo cáliz hace sentir muy fuerte el deseo del Señor de que todo sufrimiento sea suyo, de que no haya ningún sufrimiento que se particularice. Haremos obras mayores que las que él hizo, pero no sufriremos más de lo que él sufrió. Entrar en comunión con el Cáliz de Jesús significa que nadie debe beber los sufrimientos de su propia copa. Todo sufrimiento tenemos que aprender a beberlo, a comulgarlo, sintiendo y creyendo que lo bebemos de un único cáliz, el del Señor Jesús.
Si uno quiere beber los sufrimientos propios sólo en su cáliz, termina sintiéndose miserable.
Si uno quiere beber el sufrimiento de los otros, termina ahogado por el sufrimiento del mundo.
Sólo bebiendo del Cáliz de Jesús el sufrimiento sabe distinto, sabe a él, a comunión de los santos y de los mártires, y es bebida espiritual, bebida de salvación.

Viernes santo
Comulgar con la realidad

El viernes santo no se “hace la Eucaristía”.
Es el único día del año en que no se consagran el pan y el vino y la comunión se realiza con el Cuerpo y la Sangre del Señor consagrados la noche anterior.
El Viernes Santo es un día en que el rito rompe todos los ritos. Es signo de que la Eucaristía no es algo simbólico sino real. Por eso se realizan los Via Crucis en las calles.
El Viernes santo es un día para “comulgar con la realidad”, como comulgó Jesús.
Jesús dio su vida en la calle. Entregó su carne en manos de sus verdugos y derramó su sangre hasta la última gota en la Cruz.

Cuando muere un personaje importante, ese día se vuelve simbólico. Ese día se junta la gente, se hace una misa, se dicen discursos…
Con Jesús es al revés. La Eucaristía la realizó Él mismo antes de su muerte. Y luego, el viernes santo, la vivió como se la impusieron.

Por eso los cristianos, el Viernes Santo suspendemos la Eucaristía sacramental y salimos a la calle, cada uno a su Via Crucis, a comulgar con la realidad.
A Jesús te lo vas a encontrar en lo más real de tu realidad, allí donde están los que más querés y los que más odiás, allí donde tenés tu Cruz más dolorosa y tu entrega más total. Es el día en que Jesús sale a tu encuentro en tu calle. Y vos tenés que ver si sos la Verónica o el Cireneo, Juan y Magdalena o los soldados romanos…

El Viernes Santo es un día muy pero muy especial. Es triste, porque representa lo que sería (lo que en gran medida es) nuestra vida si Cristo no hubiera resucitado.
Nuestra vida sería (y lo es en gran medida) un viernes santo, en el que los inocentes padecen y la injusticia triunfa.

Se trata de un tiempo breve en la vida del Señor, pero intensísimo.

Es imagen de esa característica del tiempo que consiste en “devorarnos”, en pasar, en empujarnos, en hacernos sentir que no hacemos pie en la existencia sino que nos disolvemos en ella: el Viernes Santo es tiempo de pasión y de Cruz, de sufrimiento y de muerte.

En realidad el tiempo del Viernes Santo es el tiempo que nos muestran a diario los medios de comunicación: siempre estamos viendo a alguien que sufre y esos sufrimientos como que se apoderan o tapan todo el resto de la vida normal y corriente. La intensidad y lo inexplicable del sufrimiento parece tener más intensidad que la otra característica del tiempo que es la del don: la experiencia de que la vida se nos da, crece en nosotros, fructifica, se comunica y se comparte. Porque el Viernes Santo, en lo escondido y gracias a Jesús, es el tiempo del pan que se deshace en nuestra boca y muere en nosotros pero para darnos Vida.

Sábado Santo
Comulgar con la muerte de Jesús

Desde que Jesús comulgó con lo más doloroso de nuestra realidad ─ con nuestra muerte ─, en toda realidad podemos comulgar con Él y con su Vida!

mujeres-resurreccion-rostrosVigilia Pascual
Comulgar con su resurrección desde nuestros miedos

“Cuando pasó el sábado, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé compraron perfumes para ir a ungirle .
Y muy de madrugada, el primer día de la semana, vienen al sepulcro, salido ya el sol. Y se decían entre ellas:
─ ¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?
Y mirando atentamente, observan que la piedra había sido corrida a un lado; era una piedra muy grande. Y entrando en el sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, cubierto con una túnica blanca y quedaron estupefactas.
El les dice:
─ No teman. Buscan a Jesús, el Nazareno Crucificado. Resucitó, no está aquí. Miren el lugar donde lo pusieron. Vayan, digan a sus discípulos y a Pedro: El va antes que ustedes a Galilea; allí lo verán, como les dijo.
Y saliendo huyeron del sepulcro, pues se había apoderado de ellas un temblor y un estupor, y no dijeron nada a nadie, pues tenían miedo” (Mc 16, 1-8).

Contemplación

Las primeras en comulgar con la resurrección del Señor son las discípulas.
San Ignacio nos dice que, aunque el evangelio no lo diga, la primera en comulgar con la Resurrección de su Hijo fue Nuestra Señora. Si el Evangelio no lo dice es “porque supone que tenemos entendimiento”.
En la fe, así como creyó en encarnación antes de “experimentarla” físicamente, María también creyó en la resurrección de su Hijo antes de verlo o tocarlo o hablar con él. La comunión de la Madre con la carne de su hijo sigue un camino de mayor hondura que todas las demás comuniones. Por eso a comulgar con la carne del Señor la que mejor nos lo enseña es ella, María.

Las discípulas ─ María Magdalena, María de Santiago y Salomé ─ comulgan con la resurrección del Señor y se llenan de miedo. Temblor y pavor, dice Marcos. Y no cuentan nada de lo que el Angel les anuncia.
Nos sorprende esta reacción y sin embargo es lo que hace al evangelio tan creíble. Estas mujeres eran valientes. No se habían arredrado ante la Pasión del Señor. Estuvieron de pie junto a la Cruz. No le tienen miedo a los soldados ni a sus compatriotas. Hay en ellas más coraje que en todos los demás discípulos. Encima se les aparece un Ángel, les muestra que Jesús no está allí y les anuncia que ha resucitado. Y en vez de correr a proclamarlo, huyen temblando de miedo y no cuentan nada a nadie.

Este santo miedo. Este temor de Dios, este no poder contar lo que no tiene palabras, este callar y quedarse juntas en silencio, abre paso interior a la fuerza imparable de la Resurrección del Señor. El Señor quiere resucitar primero en el corazón más frágil, en el interior de las que más lo amaron en silencio, de las que se atrevieron a ir más lejos sin hacer bulla, en la intimidad de las que son conscientes de su pequeñez y no tienen cómo instrumentar un acontecimiento tan enorme. Jesús resucita primero en el silencio creyente de María,
Jesús resucita primero en el miedo y en el temblor de sus amigas y discípulas (miedo que vencen a fuerza de perfumes),
Jesús resucita primero en el llanto desconsolado de la Magdalena (llanto que no le quita lucidez para preguntar),
Jesús resucita primero en la desilusión de los discípulos de Emaús (desilusión que no los cierra a la hospitalidad)…
Jesús resucitado sigue entrando en comunión con lo más humilde de la humanidad. Y nos muestra así el camino para entrar en comunión con él. Es el mismo camino que comenzó en Galilea, en el miedo de los primeros discípulos al verlo calmar la tempestad ¿Por qué tienen miedo? ¿No tienen fe? (Mc 4, 40).
Jesús entra en comunión con nuestros miedos, que radican en nuestra percepción más aguda de la realidad y allí se establece con la paz de su resurrección. Como las discípulas, dejamos que entre en nuestro corazón y se haga presente allí donde tenemos las puertas cerradas por nuestros miedos (que se nos cuelan igual) y nos serene y consuele con la alegría de su paz.

Diego Fares sj.

Domingo de Ramos B 2009

huerto-grecoJesús entra en la pasión “perfumado”

“Trajeron el burrito a Jesús y le echaron encima sus mantos y montó en él… La gante aclamaba Hosanna! Bendito el que viene en el nombre del Señor!… Y entró Jesús en Jerusalen en el templo, y echando una mirada sobre todo, como era ya tardía la hora, salió para Betania con los Doce” (Mc 11, 7-11).

El Domingo de Ramos es un domingo de entrada. Por eso comenzamos la ceremonia afuera, en la puerta del Templo, para entrar luego con Jesús y todo el pueblo de Dios a Jerusalen, a vivir con él esta semana santa.

Se trata de una Entrada especial, una Entrada al Reino de los Cielos, tal como lo revela y lo vive Jesús. Digo que es una entrada especial porque del Reino no se puede decir “está aquí” o “está allá”. Jesús dice que está “cerca”, “en medio de nosotros”: en el interior del corazón viviendo los acontecimientos sociales que se dan en medio de la vida familiar y pública del momento presente que nos toca vivir.
Por eso es que hay que estar recogidos interiormente y a la vez en medio de la Iglesia y de la vida, atentos a lo que sucede a nuestro alrededor.
La imagen rectora es la del Señor que vive lo que va sucediendo en la Pasión atento al Padre y los hombres, sin oponer resistencia ni escapar, pero al mismo tiempo con una actitud de amor activo que hace y dice lo que tiene que decir y hacer. El Señor cumple su misión, como bien dice Guardini.

La puerta de Entrada al Reino es la Cruz. No hay otra puerta. El Reino es Reino de Vida, Reino de paz y de justicia, Reino de amor y de alegría. Pero hay que entrar por la puerta estrecha y sólo de la mano de Jesús nos animamos a entrar por donde Él entró primero.
La puerta de la Cruz es sobre todo interior. Exteriormente la Cruz puede tomar muchas formas, algunas más notables y dolorosamente espectaculares, y otras más ocultas, que son vividas casi anónimamente, sin muchos testigos. Pero la Cruz interior de cada persona es a la vez única y la misma.
Y la gracia de la Cruz de Cristo es que hay en ella lugar para la nuestra, para la mía debe decirse cada uno.
Mi Cruz entra en la del Señor y allí lo que es sólo dolor sin sentido y sufrimiento se “hace santo” –sacrificio quiere decir “sacrum facere”, hacer que algo se vuelva sagrado-. Es que hacer un sacrificio no es “hacer algo que nos cuesta” sino que “lo que ya nos cuesta se vuelve sagrado. ¿Cómo? Lo que para nosotros es una cruz, al ofrecerlo al Padre comulgando con los sufrimientos de Cristo, se vuelve algo sagrado.
La caridad de Jesús en la Cruz hace que se vuelva sagrado todo sufrimiento humano en la medida en que “entra” en Él.

Unir nuestros sufrimientos a los de Cristo, esa es la gracia de la Pascua.

Unir nuestros sufrimientos, los sufrimientos de los que amamos y los de todos los hombres, especialmente los de los más pequeñitos y abandonados, unirlos a Cristo para que en él se vuelvan santos, esa es la gracia de la Pascua.

Al unirlos a los suyos nuestros sufrimientos adquieren sentido.

Sentido de amor, no explicación lógica.
Sentido de amor que se vuelve fuente de mayor amor y de vida.

San Gregorio Nacianceno lo dice con mucha fuerza y belleza en el Breviario de hoy:
“Sacrifiquemonos a nosotros mismos a Dios,
inmolemos cada día nuestra persona y toda nuestra actividad,
imitemos la pasión de Cristo con nuestros propios padecimientos,
honremos su sangre con nuestra propia sangre,
subamos con denuedo a la Cruz.
Si quieres imitar a Simón el Cireneo (puedes hacerlo),
toma tu cruz y sigue al Señor.
Si quieres imitar al buen ladrón crucificado con él (puedes hacerlo),
reconoce honradamente su divinidad…
Adora al que por amor a ti pende de la Cruz
y crucificándote tu también
(en la misma cruz que ya estés y te sientas interiormente crucificado)
procura recibir algún provecho de tu misma culpa…”.

San Gregorio nos indica un camino de entrada a la Pasión. Con Marcos, que nos pinta breves escenas de encuentros de Jesús con distintas personas, podemos entrar con las que más nos lleguen al corazón a los sufrimientos de Cristo para acercarle los nuestros y que queden santificados.
Elijo dos entradas, una que abre la pasión y otra que la cierra. Las dos tienen tienen en común un perfume.

El perfume de nardo

Mientras Jesús estaba en Betania, comiendo en casa de Simón el leproso, entró una mujer con un frasco lleno de un valioso perfume de nardo puro, y rompiendo el frasco, derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús (Mc 14, 3).

La primera entrada a la Pasión del Señor es una entrada anticipada. Es la de la mujer que entra en la casa de Simón el leproso llevando un frasco lleno de un valioso perfume de nardo puro y rompiendo el frasco, derrama todo el perfume sobre la cabeza de Jesús.
Nos quedamos contemplando su gesto.
“Juan dice que “la casa se llenó del aroma del perfume•.
Dejamos pues que se nos perfume el alma, que nos entre el evangelio por el sentido espiritual del olfato.
Como comienza el Cantar de los Cantares:
“Mejores son que el vino tus amores;
mejores al olfato tus perfumes;
ungüento derramado es tu Nombre,
por eso te aman las doncellas” (Cant 1, 2-3).
Jesús entró en la pasión así perfumado ya que tanta cantidad de perfume le habrá impregnado el cabello para varios días.

Desde la perspectiva de hoy, de unir nuestros sufrimientos a los de Cristo para que se vuelvan sagrados, el gesto de la mujer me resuena como la imagen del sufrimiento que nos causa la misma gracia que hemos recibido, lo más noble que logramos construir con nuestro esfuerzo. En ese perfume están todas las ganancias y todos los gastos, todos los sueños y los deseos de esta mujer. En ese perfume está lo mejor de su vida y ella lo vuelca íntegro en la Cabeza santa de Jesús.

Otra mujer ungió con su perfume los pies del Señor llorando arrodillada sus pecados. Y el Señor alabó su mucho amor.

Esta, de pie, unge su cabeza en un gesto que el Señor alaba por su lucidez: “ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura” y profetiza que su gesto quedará grabado como evangelio dentro del Evangelio.
No hay que mezclar perfumes. De esta mujer no se dice (ni se ve por su actitud) que sea pecadora. Por el contrario, es profetisa: interpreta el fondo de lo que está aconteciendo en el Corazón de Jesús –su entrega total- y le corresponde con una entrega también total, perfumándola humildemente con su perfume más valioso.

Junto con esta mujer pedimos la gracia de entrar en la pasión del Señor rompiendo el frasco donde guardamos lo mejor de nosotros mismos, nuestro amor más sincero y puro, que es como un valioso perfume, para derramarlo íntegro –en señal de total abandono- en su Cabeza. Para que sea Él el que de sentido a todo lo que vivimos con más pasión e intensidad, a todo aquello que perfuma nuestra alma y le da su tono existencial, de alegría y de angustia tembién.
Al Señor le interesa este perfume nuestro más que todos los demás. Le interesa más que nuestras buenas obras, el perfume con que están realizadas, más que nuestros deberes cumplidos, el perfume con que perfumamos nuestros sentimientos y pensamientos.
San Ignacio nos da el criterio del gusto (y por tanto del perfume) para rezar con aquello en lo que encontramos algo más de sentimiento, lo que nos huele más rico, podríamos decir, de alguna frase de Jesús. Así también al Señor le interesa dialogar con nosotros tomando pie en aquello que perfuma nuestras palabras y acciones, para bendecirlo. Así como se fija con misericordia inmensa en aquello que huele mal en nuestro corazón, aquello que hiede a pecado, para lavarlo y perdonarlo, así valora con Amistad infinita el perfume de nuestra amistad más sincera e íntegra.

Por este lado va lo de entrar en la Pasión de la mano de Jesús, sabiendo que va perfumado con lo mejor de la humanidad, representado por este valioso (y a la vez humilde) perfume de mujer leal al Señor. Y le llamo leal apoyándome en la contraimagen: la de la rabia sórdida de Judas, que critica el gesto. El mal olor de la traición no soporta el perfume de la lealtad.

Perfume de mirra y áloe

La segunda entrada es una entrada tardía. Es la entrada que cierra la pasión, la de José de Arimatea al palacio de Pilato:
“Vino José de Arimatea, miembro prominente del concilio, que también esperaba el reino de Dios; y llenándose de valor, entró adonde estaba Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús” (Mc 15, 43).
Marcos destaca cómo se armó de valor y tomó coraje para comparecer ante Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús. Juan nos dirá que fue con Nicodemo y que así como José compró la sábana santa, Nicodemo compró las cien libras de mirra y aloe (Jn 19, 39).
La sábana llena de especies aromáticas con que fue envuelto el cuerpo muerto del Señor también huele bien. Aunque tardío, es perfume de lealtad y de coraje de los que se juegan enteros. Y el jugarse entero vale aunque no llegue a tiempo. Jesús se va también perfumado con el perfume de Nicodemo y de José de Arimatea, sus discípulos ocultos. Ellos también han sufrido su cobardía y no la han tapado, han dejado que salga a la luz y humildemente han sabido soportar la crítica de su falta de compromiso y de coherencia con lo que creían. El Cuerpo del Señor acepta todo perfume auténtico y hasta después de muerto se deja ungir por lo mejor de la humanidad.
Tanto los que entran tarde como los que entran temprano pueden encontrar su lugar en la Pasión del Señor, que vuelve sagrados nuestros sufrimientos. Sólo es cuestión de ir con nuestros mejores perfumes para ofrecérselos a él, que se anima a morir así ,de nosotros perfumado, para resucitar glorioso y volver a darnos vida.

Diego Fares sj