Domingo 3 B Cuaresma 2009

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Con el corazón en el centro de su humildad

Se acercaba la Pascua de los judíos.
Jesús subió a Jerusalén
y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas
y a los cambistas sentados delante de sus mesas.
Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo,
junto con sus ovejas y sus bueyes;
desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas
y dijo a los vendedores de palomas:
«Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre un mercado.»
Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura:
“El celo por tu Casa me fagocitará” (Sal 69, 10).
Entonces los judíos le preguntaron:
«¿Qué signo nos das para obrar así?»
Jesús les respondió:
«Destruyan este templo y en tres días lo levanto (resucito).»
Los judíos le dijeron:
«Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo,
¿y tú lo vas a levantar en tres días?»
Pero él se refería al templo de su cuerpo.
Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.

Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua,
muchos creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba.
Pero Jesús no se confiaba a ellos, porque él conocía a todos
y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie:
Él sabía lo que hay en el interior de cada uno.
(Juan 2, 13-25)

Contemplación
San Juan de la Cruz, en su “Subida al Monte Carmelo” tiene una serie de consejos para que:
El alma espiritual encuentre su quietud y descanso,
de manera tal que, no codiciando nada, nada le fatigue hacia arriba
y nada le oprima hacia abajo,
porque está en el centro de su humildad.

Es en este centro donde nos queremos situar hoy, dejando que Jesús “expulse a todos los mercaderes del templo” que es nuestra alma, para que nuestro corazón pueda estar en el “centro de su humildad”.
Los dos primeros domingos de Cuaresma hemos seguido un camino descendente y otro de subida.
Descendimos primero al desierto de nuestro corazón para luego subir a su monte elevado; dos caminos a los que Jesús nos invita siempre y de manera especial en este tiempo de preparación de la Pascua.
Bajamos al silencio y a la soledad del corazón, allí donde no hay imágenes ni muchas palabras…; sólo las esenciales: Padre, perdón, te agradezco, intercedo, tú sabes que me considero tu amigo…

Subimos con Jesús, Pedro, Santiago y Juan, Elías y Moisés, al monte elevado, a lo más alto de nuestro corazón, allí donde se ve el panorama total de la vida y la mirada se ensancha en los horizontes grandes. Subimos a donde sopla el Viento de los valores puros encarnados en Jesús. Subimos con Jesús dejando que todo lo humano adquiera su perspectiva de pequeñez ante la belleza y majestad del Dios siempre Mayor (Deus semper Maior).

Y así como hay días en que uno necesita el corazón-desierto y tiene hambre de abajarse, de estar en soledad…
… así hay días en que uno necesita el corazón-Tabor y tiene sed de altura, de horizonte amplio, de viento y cielo…
y también hay días en que uno necesita el corazón-corazón,
─ el corazón en el centro de su humildad ─,
y tiene necesidad de paz,
de estar centrado,
de aquietarse en su propio centro y recentrarse en Jesús,
de latir al ritmo del Corazón del Señor
de sentir las cosas
y pesarlas
y sopesarlas como las valora Él.

Para ello ayuda la contemplación de hoy, en la que Jesús expulsa a los vendedores del Templo.
El Templo es nuestro corazón, ese lugar donde el Padre quiere adoradores que lo adoren en Espíritu y en Verdad.
Allí no tiene que haber ningún otro Dios.
Allí no tiene que haber ninguna actividad regida por las leyes de otros dioses.
Y como el dinero es “El ídolo”, la actividad mercantilista no tiene que ocupar el espacio del Templo de nuestro corazón.
Los negocios son por su propia naturaleza interesados, egoístas (incluso en el sentido bueno de buscar lo propio y luchar por la vida), y por eso mismo no deben estar en el centro de nuestro corazón.
El centro debe estar ocupado sólo por Dios nuestro Creador y Señor.
El centro del corazón debe estar ocupado sólo por el agradecimiento del Don de la vida y por el humilde pedido de perdón de los pecados.
El centro del corazón debe estar ocupado sólo por el vacío de la disponibilidad atenta a lo que Dios quiera en el momento en que quiera y no lleno de otras ocupaciones que nos impidan seguirlo apenas nos llame.

Las únicas monedas con que se negocia en el Templo del Corazón son los Talentos de oro o plata que el Señor nos confió ─ el Talento de la Fe, el Talento de la Esperanza, el Talento de la Caridad y los Talentos de la vocación, del carisma y de la misión de cada uno…─.
Los denarios con la imagen del César son para el César y los diez centavitos de la viuda son para la alcancía de los pobres.
En este espacio Jesús quiere que:
El alma espiritual encuentre su quietud y descanso,
de manera tal que, no codiciando nada,
nada le fatigue hacia arriba
y nada le oprima hacia abajo,
porque está en el centro de su humildad.

Y aquí Jesús no negocia. Se apasiona, deja que “el celo por esta Casa de Dios lo devore, se lo fagocite, lo consuma”. Jesús se deja llevar por la ira ─ se recalienta ─ para defender este espacio y es capaz, Él que es tan manso y sereno siempre, de pegar latigazos y empujones, de ocasionar pérdidas y desparramos… Es que está defendiendo la vida misma de esos mercaderes, está derribando los valores falsos que impiden que los verdaderos ocupen su lugar.

En el mundo actual mucha gente nos empuja (basta subir al subte en hora pico),
de muchos lugares se nos expulsa o ni siquiera se nos permite acceder,
recibimos diariamente muchos guazcasos (agresiones de todo tipo que nos sacuden como un latigazo los ojos, los oídos y nos golpean el alma y a veces nuestra misma carne). Mal acostumbrados a tanta violencia quizás nos animemos con buen humor a aguantar un poquito sin miedo la vehemencia de Jesús. Estemos ciertos de que, aún pegando un cintazo, Jesús es tan certero que no hace daño sino a lo que nos hace daño y que, cuando empuja, es para que caigamos en los brazos del amor del Padre y no para que nos apartemos de él.

Hablaba al comienzo de San Juan de la Cruz. Entre sus consejos, el primero es el de «imitar a Cristo en todas las cosas». Y para tener “los sentimientos de Jesús” nos invita a “descebar el corazón de objetos vanos y a apaciguar las cuatro pasiones naturales que son el gozo, la esperanza, el temor y el dolor.
Y en su esquema del Monte Carmelo puesto al principio de la Subida da una serie de consejos famosos. Podemos leerlos como si fueran “chirlos” de Jesús, que nos hacen sacar las manos de aquello que tenemos agarrado.
Podemos leerlas al ritmo de los empujones y desparramos que ocasiona el Señor, de ovejas, monedas y palomas, empujones no a nosotros sino a aquello que ha ocupado el centro de nuestro corazón, de manera tal que experimentemos el gozo de sentirlo de nuevo en el “centro de su humildad”.
(Antes de leer, para no empacharnos, ya que no se trata sólo de consejos morales sino de la mejor poesía de la lengua hispana y puede que nos quede grande tanto por el lado del bien como por el de la belleza, cuando leemos es bueno quedarnos con una sola de las frases ─ la que intuyamos que más nos cabe ─ y darle vueltas unos días…).
Dice San Juan de la Cruz:
Para venir a gustarlo todo (a Jesús),
no quieras tener gusto en nada;
para venir a poseerlo todo (a Jesús),
no quieras poseer algo en nada;
para venir a serlo todo (que Jesús viva en vos),
no quieras ser algo en nada;
para venir a saberlo todo (con los criterios de Jesús),
no quieras saber algo en nada;

Para venir a lo que no gustas (aún de Jesús),
has de ir por donde no gustas;
para venir a lo que no posees (de Jesús),
has de ir por donde no posees;
para venir a lo que no eres (y desearías ser por llamado de Jesús),
has de ir por donde no eres.

Cuando reparas en algo (que te da temor),
dejas de arrojarte al todo (a Jesús que te dice no temas);
porque, para venir del todo al todo,
has de negarte del todo en todo;
y cuando lo vengas del todo a tener (a Jesús, tu Señor),
has de tenerlo sin nada querer;
porque, si quieres tener algo en todo,
no tienes puro en Dios tu tesoro.
“En esta desnudez halla el alma espiritual su quietud y descanso,
porque, no codiciando nada, nada le fatiga hacia arriba
y nada le oprime hacia abajo,
porque está en el centro de su humildad”.

Estando así centrados en el centro de nuestra humildad podemos comulgar con Cristo y, en Él, con toda la realidad, con lo positivo y con lo negativo, con las alegrías y con las penas, sin que se nos adueñen del corazón. Porque el problema no son las cosas que nos pasan ni los sentimientos e ideas que tenemos sino el lugar que les damos en nuestro corazón.
Podemos estar descentrados tanto por exceso de comercio con angustias como por el exceso de comercio con ideales.
Se nos puede endurecer el corazón (como se endurecen los mercados, el merval y el dow jones, y la gente cuando hablamos de dinero) tanto si comerciamos la defensa ante las agresiones como si comerciamos la imposición de nuestros ideales. El evangelio es invitación y propuesta, no comercio ni imposición. Y los únicos “excesos” del Señor, sus únicas intransigencias, son precisamente contra los ídolos del dinero y de la hipocresía, que se apoderan del centro del corazón imponiendo sus negocios.
Cuando este centro está libre y centrado en su humildad, comulgando con el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones, todo lo demás el Señor lo perdona, lo resucita y lo misiona con una bendición de fecundidad.

Diego Fares sj