Domingo 6 B 2009

Palabra de misericordia

Y viene a él un leproso que, rogándole y doblando las rodillas, le decía:
“Si quisieras puedes limpiarme”.
Y profundamente compadecido, extendiendo su mano lo tocó y le dice:
“Quiero, limpiate”.
Y al instante desapareció de él la lepra y quedó limpio.

Y adoptando con él un tono de severidad lo despidió y le dijo:
“Mira, no digas nada a nadie, sino ve y muéstrate al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio”.

Pero él, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo,
y a divulgar la cosa, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios.
Y venían a él de todas partes” (Mc 1, 40-45).

Contemplación

“Si quisieras puedes limpiarme”.
Y conmovido de compasión, extendiendo su mano lo tocó y le dice:
“Quiero, límpiate”.

Miramos al leproso.
Se ha arrojado literalmente a los pies de Jesús, se le ha acercado como se acercan los pobres que saben que si guardan las formas uno sigue de largo y por eso se abren paso, se te ponen delante, te obligan a que los escuches… Su actitud, sin embargo, no es espontánea. El pedido es doble: si quieres, si quisieras, mejor, puedes. Es decir: pensó la cosa. La rezó, creo yo. Rezó sobre su enfermedad, sobre su deseo de ser curado y sobre el deseo de Jesús. Digo que lo rezó bien y encontró la Palabra justa ─la Palabra de misericordia ─ porque Jesús le respondió en el acto. No hubo pausa entre el “quiero” del Señor y el objeto de su deseo realizado inmediatamente ─ limpiate, quedá limpio y purificado de la lepra” ─.

¿Qué cuerda tocó el leproso que conmovió tan profundamente a Jesús? Su pedido “si quisieras” le hizo sentir al Señor ese sentimiento de compasión maternal que en hebreo se dice “rahamin”. “Raham” son las entrañas de una mamá, es el corazón de un papá, el sitio más tierno del ser humano, aquella parte en la que nos sentimos tocados por la compasión y la piedad, allí donde nos enternecemos y nos volvemos misericordiosos, sin poder ni querer tomar distancia ni endurecer el corazón.

Este “quiero” del Señor, que es eficaz por sí mismo, como las palabras de los sacramentos que perdonan y curan en el acto o transforman las cosas para siempre (el “sí, quiero” del matrimonio y de los votos…), no es una palabra más, es La Palabra porque es Palabra de Misericordia.
Es que el Padre es el Padre de las Misericordias y Jesús es la Palabra que sale del Padre a anunciar y a realizar esta Misericordia. Por eso digo que el leproso no le apuntó bajo sino alto, apeló al ser mismo de Jesús, a su querer, a ese querer en el que el Señor es Uno con el Padre.
Fijémonos que la oración del leproso es la misma que Marcos nos hace escuchar de labios de Jesús en su oración del Huerto. Allí Jesús reza diciendo:

“Abba, Padre. Todas las cosas son posibles para Vos:
aparta de mí este cáliz (por favor);
pero no lo que yo quiero sino lo que Vos querés” (Mc 14, 36).

¡La misma oración que el leproso!
Jesús rezaba como la gente sencilla…
Es tan verdad que el Padre le revela sus cosas a los pequeñitos!
Por eso hay que estar atentos a las expresiones de la espiritualidad popular, como dice Aparecida, a la mística del pueblo fiel, porque tiene estas perlas de oración amorosa y confiada plenamente en la misericordia de Dios, estas oraciones que le tocan directamente el corazón a Dios y lo conmueven.
Son oraciones que hacen ser Dios a Dios.
Así como hay oraciones que pareciera que lo alejan a Dios (uno lo intuye, de alguna manera, al sentir que no será escuchado), hay otras que lo hacen actuar “automáticamente” por decirlo de manera que se entienda.

El leproso recibió la gracia de comprender que la oración tiene un solo tema: lo que Dios quiere.
¿Y qué es lo que Dios quiere? Jesús lo dice dos veces en Mateo: “Vayan y aprendan qué significa “Misericordia quiero, no sacrificios” (Mt 9, 13 y 12, 7).

Dios es Misericordia y Quiere misericordia. Por eso la voluntad de Dios no se refiere, en primer lugar, a objetos, a cosas ─ que hagamos esto o aquello, que pase tal cosa o tal otra ─, sino que lo primero en su querer es “Misericordia”. Que seamos misericordiosos como Él, nuestro Padre, es misericordioso”; que gustemos la misericordia, que nos agrade sentirla y dejar que nos toque y nos conmueva en lo más íntimo de nuestro ser, así como a Él le agradan las obras de misericordia (y no se fija en los sacrificios ni en los méritos); que practiquemos la misericordia, actuando misericordiosamente y trabajando en obras de misericordia.
Lo que Dios quiere es pues sólo Misericordia, en todas sus dimensiones ─ interiores y exteriores ─; en todas sus formas y expresiones. El Padre quiere que sintamos la misericordia, que pensemos con misericordia, que actuemos misericordiosamente. Luego, en segundo o tercer lugar, viene si aquello que nos enternece el corazón es algo lindo (y entonces la misericordia nos inunda el corazón con la alegría de la fiesta que siente el Padre misericordioso al abrazar a su hijo pródigo), o si aquello que nos conmueve las entrañas es una enfermedad o un dolor, una injusticia o un mal (y entonces la misericordia nos inunda el corazón con la mansedumbre y la paciencia con que Cristo abrazó la Cruz).

Cuando Jesús revela que su Padre es un Dios misericordioso, que es “el Padre de las misericordias” (2 Cor 1, 3) y nos invita a ser misericordiosos como Él (Lc 6, 36), nos está diciendo que sentirnos en verdad hijos de un Padre tal nos lo jugamos en el sentirnos misericordiosos como Él. Y uno no se siente misericordioso sino practicando la misericordia. Cuando uno siente la moción a tener un acto de compasión y no lo realiza experimenta una frialdad y un aislamiento que por más que lo intelectualice lo aleja de Dios. Y en cambio, cuando ponemos manos a la obra experimentamos una calidez y una solidaridad que nos hace sentir hijos del Padre y hermanos de los demás. Ser hijo o hija del Padre de las misericordias es ser padre y madre de los demás hijos de Dios, es tratar a los otros como los trata su Padre, sentirlos hijos como los siente Él.
En eso el modelo es Jesús, el Hijo amado, que como habita en “el seno del Padre” y se siente amado con predilección, nos ama a nosotros con ese mismo amor con que el Padre lo ama a Él. No se pueden entender los gestos y las palabras de Jesús sino como brotando de esa fuente de Santidad y de Misericordia que es el Padre, para insuflarlos y derramarlos sobre los hombres, sus hermanos. La vida entera de Jesús pasa por este llenarse el alma de la Misericordia del Padre para “soplarla” como Espíritu de perdón de los pecados.

Ahora bien, esta ternura compasiva y misericordiosa no es un sentimiento para casos especiales: sólo para leprosos que necesitan ser curados. También es de leprosos que pueden dar lo mejor de sí.
Contaba la Madre Teresa, poco después de haber recibido el Premio Nobel de la Paz, en 1980:
“Hace unos días, a las nueve de la noche, sonó el timbre. Bajé enseguida a ver qué pasaba. Me encontré un enfermo de lepra que estaba tiritando de frío. Le pregunté si necesitaba algo. Le ofrecí comida y una manta para que se protegiese de la dura noche de Calcuta. Las rehusó. Me tendió el cuenco de pedir. Me dijo en bengalí: ‘Madre, oí decir a la gente que le había sido dado un premio. Esta mañana tomé la resolución de traerle todo lo que consiguiese recaudar a lo largo del día. por eso he venido’. Ví en el cuenco 75 paise. Una pequeña cantidad. La conservo sobre mi mesa, porque este modesto regalo revela la grandeza del corazón humano. Y es algo de verdad muy hermoso. Nunca he visto alegría semejante en el rostro de alguien tras regalar dinero o comida como la de aquel mendigo que se sentía feliz de poder dar algo también él”.
Jesús experimenta este estremecimiento de ternura no solo cuando hay una enfermedad que produce compasión, sino también cuando una alegría le produce gozo: al ver cómo el Padre ama y se revela a los pequeñitos y al ver cómo sus pequeñitos comparten sus dones. Jesús se conmovía con todos los pequeños gestos de misericordia: con los gestos interiores de oración y de confianza de todos los enfermitos que apelaban a su bondad, con las acciones de misericordia como la limosnita de la viuda, el pedido de perdón con perfume de la pecadora o la caridad del buen samaritano… Jesús se conmueve cada vez que una Madre Teresa recibe el premio Nobel de manos de un pobre como este leproso que le dio sus 75 paise con alegría.

Diego Fares sj

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