En Jesús, nuestra carne se va haciendo Palabra
Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra
y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron.
(…) La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo,
y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre,
sino que fueron engendrados por Dios.
Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.
Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él, al declarar: «Este es aquel del que yo dije:
El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo».
De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés,
pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.
Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único,
que es Dios y está en el seno del Padre” (Jn 1, 1 ss.).
Contemplación
En medio de las celebraciones del Hogar –las de la mañana, con cantos y humildes regalos para nuestros comensales, junto con una rica comida, y las de la tarde, con la Eucaristía de Nochebuena, junto con nuestros huéspedes y los colaboradores y amigos- les comparto una breve reflexión de Navidad.
Elegí el texto de la Misa del día –el prólogo de San Juan-, ya que las contemplaciones de Adviento se han centrado en el Misterio de la Palabra que se hace carne.
Esta teología descendente, en la que destacamos -maravillados y agradecidos- cómo nuestro Padre del Cielo nos envía a su Hijo Amado para que comparta nuestra vida, tiene como contrapartida una teología ascendente.
Una vez que el Verbo de Dios se hizo carne también podemos decir que nuestra carne se va haciendo Palabra.
Que la Palabra haya tomado nuestra carne significa que es una Palabra situada, universal-concreta, una Palabra con rostro: el Rostro de Jesús.
Palabra que, al hacerse carne, no es nunca más mera idea sino, de una vez y para siempre, palabra con historia, con lengua materna, con acento galileo… Palabra que sigue encarnándose en cada pueblo y en cada cultura, haciéndose a nuestros gustos y ritos, a nuestros modos de ser y de expresar las cosas del corazón, con la belleza y el ingenio propio de cada pueblo que acoge a esta Palabra deseosa de encarnarse y de inculturarse para poder compartir.
Que nuestra carne se va haciendo Palabra, significa lo mismo pero partiendo desde abajo. Significa que todo aquello que nuestra carne expresa de mil maneras –con sus reclamos e ilusiones, sus hayes y sus exclamaciones de gozo, con sus lágrimas y risas, con sus expresiones más silenciosas y simples de amor y de gratitud y con sus angustias más inexplicables y mudas, con sus expresiones sencillas y cotidianas y sus discursos más elaborados y complejos-, todo aquello que es el lenguaje de nuestra carne y que hoy las ciencias y los medios intentan decir de mil maneras diversas y muchas veces inconciliables entre sí en la Babel de nuestro mundo hipercomunicado, este lenguaje de nuestra carne, digo, va descubriendo en La Palabra del Evangelio el lenguaje que le calza justo, que la expresa en su verdad más neta y clara.
No hay experiencia más linda que la de haber estado luchando interiormente por expresar de manera auténtica algo que nos pasa por dentro –que nos alegra o nos quema, que nos revuelve las tripas o nos llena de amor y de esperanza- y encontrar de pronto que alguna frase de Jesús en el Evangelio –o alguna parábola, o algún gesto del Señor o de sus amigos- dice precisamente lo que nos pasa. Y no sólo lo dice sino que al decirlo con Palabra Viva, con Palabra hecha carne, con Palabra que ha dormido en un Pesebre y ha sido clavada en una Cruz, con Palabra que sabe de compartir corderitos y de lavar pies y de acompañar amigos charlando por el camino, no solo dice las cosas sino que las realza, las vuelve más claras, las explicita y las articula con todo el resto de lo que nos pasa.
Cuando nuestra carne logra balbucear sus palabras y se encuentra con las que brotan de los labios del Maestro –la Palabra hecha carne-, inmediatamente se llena de alegría con la luz de la Verdad. Y si adoptamos esas Palabras de vida nuestra carne comienza a hacerse Palabra, encuentra su lenguaje, logra dar con aquello que le permite expresarse con exactitud y llevar lo dicho a los hechos con eficacia. Al encontrarse con las Palabras de Jesús, nuestra carne comienza a hablar el lenguaje de la Palabra que es el lenguaje del amor.
Y es un hecho que nuestra carne entiende perfectamente (más rápido que nuestra mente) el lenguaje del Amor. Sólo que a veces el palabrerío en el que estamos inmersos nos pone a la mano miles de palabras inadecuadas, discursos prefabricados que son moldes estrechos o con algo torcido, que expresan las cosas a medias y dejan a nuestra carne insatisfecha.
Solo la Palabra de Jesús satisface plenamente a nuestra carne en su anhelo de volverse Palabra.
No hay otro deseo más hondo de la carne humana que el de volverse Palabra, que el de dejar de ser mera carne y pasar a tener expresión propia, rostro humano, de persona única y singular. Sólo la Palabra de Jesús puede colmar este deseo y a eso vino, para eso se hizo carne. Para salvarnos cumpliendo este deseo de nuestra carne es que se atrevió a compartir nuestra vida, a situarse y a ser una palabra entre otras muchas…
En la medida en que entablamos conversación con esta Palabra –tan humilde y tan Verdadera- nuestra carne se va haciendo Palabra y, lo más lindo es que cuanto más única y original es esta Palabra que encontramos –cuanto más responde a nuestros anhelos más únicos y personales- más compartible es con todos, más entendible se vuelve a los demás y resulta ser la más realizable en comunidad.
Que al contemplar el Rostro del Niño Jesús, Palabra hecha carne que escucha atenta la voz de su Madre y que se expresa con llantitos y sonrisas, vayamos descubriendo que todos los sonidos y todas las expresiones de nuestra carne pueden ir encontrando en esta Palabra pequeñita la Verdad más honda de nuestra existencia. Porque en esta Palabra fuimos creados y de ella lo recibimos todo: gracia sobre gracia. Porque de muchos hemos recibido muchas cosas, pero “la Gracia y la Verdad nos han llegado por Jesucristo”.
Diego Fares sj